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JOSÉ PORRUA E HIJOS

AV. I OS MAYO M*. U

MÉXICO, o. r.

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REVISTA NACIONAL

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LETRAS Y CIENCIAS

DIRECCIÓN:

Jl'KTO 81EBBA, FBANCISCO SOSA, MANUEL tiUTIEBBEZ XAJEBA,

JESl'S Y^ VALKNZUELA.

NfcreUrio de la Dlrerdón: Ll'18 GONZÁLEZ OBBEtíüN.

a?o]M[o II.

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MÉXICO

IMP. DE LA SECRETARÍA DE FOMENTO (*allc de San Andr^^s núm. 15.

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GABRIELA.

URANIA EN TRES ACTOS Y EN PUOSA

ORI6INAI< DE

JOSÉ PEÓN Y CONTRERAS.

Repretentado por primera vet en el te&iro "Peón Ck>ntreraf ," de Xérid», en el m^t de Noviembre de 1886.

PERSOHAJES:

Gabriela. Ernesto.

Federico. Anselmo.

Enriqueta. Fernanda.

Octavio. Filomena.

Convidados 1?, 2?, 3?. 4?— Enmascarados, Damas y Caballeros.

ACTO PRIMERO. *

Sala en casa de Oabi^iela. Puerta en el fondo y laterales, A la derecha del espectador^ en segundo término^ una ventana con reja^

ESCENA 1*

GABRIELA. FERNANDA.

»

Aparece Gabriela bordando un cojín en cañamazo. Fernanda, con el plumero en la mano, contemplando el bordado, detrAs de Gabriela.

Fernanda, Ah! qué lindo bordado, Señorita. Gabriela, ¿Te gusta, Fernanda?

El primer acto en un pueblo de los alrededores de México.— El segundo y Jter- cero en México.

B. N.— T.I!.— I

2 REVISTA NACIONAL.

Fernanda, Mucho. ¡Qué colores tan vivos! Esa flor está tan boni- ta, que parece lo mismo que si fuera natural!

Gabriela, ¿Cuál de ellas?

Fernanda. La del medio la grande es una fosa una

rosa principe

Ghhriéla. Exactamente es la rosa predilecta de

Fernanda, Del señor que se marchó á México ya!

Gabriela, Del mismo, sí.

Fernanda, ^Si D. Antonio mirara esa flor Si supiera que mien- tras él está pasa que pasa por la banqueta de esta calle, Vd., Señorita, borda para el otro señor este cojín tan precioso.

Chbriela, Y qué me importan á ni ese D. Antonio, ni todos los Antonios del mundo!

Fernanda, Es que si Vd. supiera lo que me han dicho hoy

Chbriela, ¿Quién?

Fernanda, D. Antonio.

Chbriela, ¡Dale!

Fernanda. Pero no, Señorita, no se lo he de decir á Vd., porque la enojaría

Gabriela. Mira, Fernanda, que estáis picando mi curiosidad.

Fernanda. Ay, Señorita; lo cierto es que eso causa mucha pena... como que soy mujer. Luego los hombres engañan con tanta faci- lidad!

Gabriela (dejando el bordado). Hola? ¿Cómo que engañan? ¿qué estás diciendo? ¿A quién te refieres? Ahora sí, habla, Fernanda; quie- ro saberlo todo!

Fernanda, Pues bien, voy á contar á Vd., palabra por palabra, lo que me dijo D. Antonio. Primeramente

Gabriela. ^Ay, Dios mió, pero acaba.

Fernanda, Pues primeramente me dio una carta para que yo se la entregara á Vd., ¡y no quise recibirla!

Gabriela. Hiciste bien. Continúa.

Fernanda, En segundo lugar, me ofreció dinero

Gabriela. Y no se lo admitirías

Fernanda, Por supuesto que no! Después, en tercer lugar, me dijo D. Antonio: "Paciencia, ya yo por qué te rehusas, Fernanda; ya lo sé. Es porque la señorita Gabriela quiere á otro que no se la merece; sí, señor; no se la merece." ^¿Y por qué lo dice Vd? le contesté yo.

GABRIELA. 3

Porque acabo de llegar de México; apenas hace dos días que volví de allá y allá vi muchas veces á Octavio.

Oabriela. ^Ah! ¿conque vio á Octavio? ¡Dichoso él que lo vio!

Fernanda. Sí, pero vaVd. á oir

Gabriela. Pues qué más dijo ? eso es, porque si no hizo más

que verlo

Fernanda. "Ella lo quiere mucho;'' siguió diciendo D. Antonio "pero él está enamorado ¡enamorado de otra!

Gabriela. Fernanda, miente!

Fernanda. Pues eso le dijo yo: que no era verdad y él me

respondió que que era cierto! Qae D. Octavio estaba enamora- do de su prima de una prima]que tiene allá D. Antonio allá en

México, y que se llama que se llama ¡ya se me olvidó su nombreí

Gabriela. Pues mira, Fernanda, que no se te olvide; acuérdate.... es preciso; acuérdate; ¿ya te acordaste?

Fernanda. Voy á recordar

Gabriela. Pues no! ¡Pues no faltaba más que se te olvidara eso!

Fernanda. ¡Si es un nombre muy bonito!

Gabriela. ¿Conque es un nombre muy bonito? Ay! y á que me pusieron un nombre tan feo! ¡Gabriela! ¿Por qué me pondrían Gabrie- la á mí? ¿Ya te acordaste? ¡Quisiera yo sacarte ese nombre de los se- sos ó arrancártelo de la lengua!

Fernanda. Espere vd.. Señorita ya! aquí lo tengo

Ali Ali ¡Alicia! Eso es, ¡Alicial

Gabriela. ¡Y qué nombre tan primoroso es el de Alicia!

Fernanda. y que ella también es muy bonita!

Gabriela. ¡Conque es muy bonita! ¡Ay! no qué me da á mí! No qué siento! ¡Unas ganas de llorar, terribles! ¡Nunca he tenido más

ganas de llorar que ahora! ¡Pero qué! No lo creas, Fernanda, no

lo creas! ¡Qué ha de olvidarme Octavio! ¡Eso es mentira! ¿Y esto?.... [Sacando de su seno un papel."] Tengo una carta suya que he recibido por el correo de hoy!

Fernanda. Como que vi que se la entregara á Vd. el cartero

y lo contenta que se puso! ¡Y hasta otra cosa vi !

Gabriela. ¿Conque lo viste, eh? ¡Y yo que creí que nadie me mi- raba al besar este papel! Pues figúrate si yo había de creer.,... calum- nias ! ¡envidia! [Vuelve á tomar su labor"] ¡Cómo había de pare-

cerle á Octavio otra mujer más bonita ni más buena que yo !

1

REVISTA NACIONAL.

Fernanda, Eso mismo le dije á D. Antonio.

Gabriela. ¿Y él que te respondió?

Fernanda, Que su prima era bonita de otra manera que Vd. ¡Her- mosa, alta con unos ojos muy negros!

Gabriela, Mira, no me digas eso, porque una vez se le escapó á Octavio que le gustaban los ojos negros, y los míos no son muy ne- gros

Fernanda. Ya lo Vd?

Gabriela ¿Y eso es bastante? ¡Vaya!

Fernanda, Y añadió D. Antonio que él tenía las pruebas!

Gabriela [sobresaltada y ajando de nuevo el bordado"], ¿Qué aña- dió, Fernanda?

Fernanda. Que él tenía las pruebas y que con tal que Vd. le

diera una esperanza

Gabriela [poniéndose de pié"]. Me las entregaría?

Fernanda, Eso

Gabriela [con pueril resohmón], Que dile que ¡una!

¡cien! ¡mil esperanzas! ¿Qué pierdo yo con darle esperanzas? ¡Na- dal Toca tócame la mano.

Fernanda, Como el granizo helada!

Gabriela, ^Ay! me ahogo! Y dime, Fernanda, ¿cuándo podrás ver y hablar á D. Antonio?

Fernanda, Mafíana.

Gabriela. Mañana? ¡No! ¡Hoy mismo!

Fernanda. Cuando vaya á la plaza por la verdura.

Gabriela. ¡Mañana me encontrarías muerta en mi lecho!

Fernanda, Pero, Señorita A esta hora, ¿en dónde encuentro

yo á D. Antonio?

Gabriela. No lo sé! Búscale

Fernanda. Pudiera ser que le encontrara yo donde se juega el billar!

Gabriela. Eso es, allí

Fernanda. O en la escoleta

Gabriela, También

Fernanda, O en esta calle

Gabriela, También. ¡Ojalá que estuviera en esta calle! Ve y

mira en señal de que le doy esperanzas, dale esta flor!

[Se quitaunaflor de la cabeza,'] No no no le darás nada

GABRIELA. 5

sería mucho ly si lo supiera Octavio! Ah! no eso no!

Búscale, busca á D. Antonio, y que te las pruebas {_Aparte,']

¡Sería una ligereza daríe una flor! [ Vase Fernundu,^

ESCENA 2'

GABRIELA, Solü.

Ah! ¡Ingrato! Si eso fuera verdad si me engañara

¡pero no he de dar ni una puntada más, hasta que sepa yo á qué ate- nerme! [^Contemplayido el bordado,'] ¡A qué atenerme! ¿Y es

cierto? ¿Conque estoy dudando de Octavio? ¡yo! ¿dudar?.... ¿de él?

¡Es imposible! A ver á ver [Saca de nuevo la carta desuse- no y se acerca á la luzJ] No queda duda. [Lee."] "Abril 17" ¡Y es- tamos á 19! Luego antes de ayer la escribió! "Mi adorada Gabriela:"

Hum mi adorada Gabriela si está tan claro. "Hace ocho

dias que no recibo carta tuya" Como que estaba yo enferma. "Cuan- do esto acontece" Que pocas veces habrá acontecido. "Cuando esto acontece, se me vienen al pensamiento ideas muy tristes, y me canso de contar estas tristezas, como se cansan los ojos de contar las estre- llas en el cielo " ¿Qué tal? ¡Y qué lindo, qué lindo escribe mi

Octavio!

ESCENA 3'

GABRIELA. ENRIQUETA. FEDERICO.

Enriqueta [en la puerta del fondo], Pase Vd., seflor D. Federico.

Gabriela [ocultando la carta]. Ah!

Federico Enriqueta], Muchas gracias. [A Gabriela entrando,] Buenas noches. Señorita.

Gabriela, Buenas noches.

Federico, Leía Vd. una carta Siento mucho haberla interrum- pido

Gabriela, No, señor leía la carta de una amiga ¡Y eso

qué importa! Después terminaré su lectura Siéntese Vd.

Federico, De ningún modo continúe Vd Y, eso precisa- mente venia diciendo á la señora su tía, tengo urgencia de hablar al señor su padre de Vd. para un asunto importante.

REVISTA NACIONAL.

Chsbriela, Ah! en ese caso, pase Vd. Mi padre escribe en este mo- mento en su bufete Tendré mucho gusto en acompañar á Vd.

Federico, Agradezco la amabilidad; pero si la señora no se mo- lesta

Enriqueta, ¿Molestarme? al contrario Venga vd.

Federico [de la puerta derecha del actor ^ á Enriqueta'], Pase Vd. por delante, [-á Gabriela,'] Cüon el permiso de Vd.

Gabriela, Vd. lo tiene.

ESCENA

Gabriela. Después Enriqueta.

Oabriela, ¿Y qué necesidad tendría yo de seguir leyendo, si me la de memoria? [Dobla la carta y se la guarda en el seno,] Yo quería solamente mirar de nuevo, una por una, las letras de esta carta; por- que me parece cada una de ellas un testigo de su amor! ¡Ay, Dios mió* ¡Yo, que nunca había recelado! ¡Tanto contar de infidelidades y trai- ciones, y nunca sospeché que pudiera tocarme á también tan negra suerte!

Enriqueta [entrando], ¡No me gusta á este seftor D. Federico Tiene un aire tan serio tan grave ¡Y aún no es viejo!

Gabriela, Pues á mí, tía, no me parece lo mismo me es muy

simpático, ¡mucho!

Enriqueta, Ya se ve, como te enamora Siempre á las mujeres,

7 mientras más jóvenes más, les es simpático el hombre que se inte- resa por ellas.

Gabriela, No lo niego, pero en este caso no es por eso

sabes bien que si yo hubiera querido

Enriqueta. Lo sé, y por eso me extraña que hables así con

tanto entusiasmo

Gabriela, Entusiasmo? Se equivoca Vd., querida tía; ya sabe Vd. que adoro en mi Octavio, y que fuera de Octavio, nadie aquí [señalan- do su corazón], Pero confieso á Vd., con la franqueza de siempre, que, después de Octavio, es Federico el hombre que me agrada más ó, me- jor dicho, que me disgusta menos.

Enriqueta. Hola hola

GABRIELA.

Gabriela [cambiando de tono]. Y si Vd. supiera, tía de mi alma, lo recelosa y angustiada que me encuentro ahora

Enriqueta. ¿Cómo?

Gabriela. En estos momentos!

Enriqueta. ¿Y por qué? ¿por qué, hija mía?

Gabriela. Después, después he de contárselo todo Sepa Vd.

solamente que tengo clavada en el corazón una agudísima espina

que quisiera yo arrancármela, y que no puedo. [^Aparte."] ¡Y esta Fer- nanda que no parece! ^Tía, dígame Vd.: si Vd. amara á un hombre

como nadie amó sobre la tierra [Se dirige inquieta hada la ven-

tana y aceclia á la calUy con ansia de distinguir á Fernanda.']

Enriqueta [^interrumpiéndola]. Así cree una simpre.

Gabriela. Cuando el amor es de veras. Si Vd. se sintiera loca de enamorada, llena de esperanzas, llena de ilusiones; contenta, alegre,

feliz y al través de sus sueños, y al través de sus pensamientos,

y al través de unas hojas de papel, escritas con toda la poesía de que parece ser capaz un alma hermosa, divisara vd. derepente la perfidia y la traición, como al través de una máscara de alambre el rostro de un infame, ¿qué haría Vd?

Enriqueta, ¿Qué haría yo?

Gabriela. ¿Qué haría Vd?

Enriqueta. Olvidarlo!

Gabriela. Olvidarlo? ¡Qué bien se conoce, tía, que nunca ha

amado Vd.! Olvidar. ¿Y qué es olvidar? Míreme Vd., tía y cierre

Vd. después los ojos ¿se atrevería Vd. á creer que nunca me ha

■visto? Arranque Vd. mi sombra del fondo de sus pupilas ¡Pues

vaya Vd. á arrancarse una imagen del fondo del corazón! ¡En donde ni aun puede llegar la mano!

Enriqueta. Pero es posible que Octavio

Gabriela. Así es también á me parece imposible ¡tam- bién! Y ¡mire Vd. qué candorosa! ni me lo había imaginado ja- más! Pero acuérdese Vd. de Raquel, mi compaflera de colegio....

¿Qué le pasó con Leonardo? Y á Juanita la ahijada de Vd., ¿qué

le pasó con aquel pisaverde de Leandro, ¿qué le pasó ? y á Victo-

rina, que á pesar de ser una pobrecita hija del pueblo, no por eso de- jaba de tener corazón la prueba es que se murió por aquel infame

de Teodoro, el mayordomo de campo de la hacienda Y ya ve Vd.,

ni me había vuelto á acordar de todas estas gentes y ahora

8 REVISTA NACIONAL.

ahora se me aparecen todas marchando en fila, delante de mis ojos,

como una procesión de fantasmas, camino del camposanto Ah!

pero yo tendré las pruebas, tía, de la maldad, de la infamia y de los hipócritas sentimientos de ese falso de ese malvado, de ese in- grato de Octavio ^Aparte] ¡Esta Fernanda!

Enriqueta. Pero no tienes aún las pruebas

Gabriela, Pero tengo el presentimiento.

Enriqueta, Siempre se presiente lo malo

Gabriela, Porque lo malo es lo más común, así lo dice papá

Enriqueta, ¿Pero á dónde iríamos á parar si eso sirviera de base

á nuestros sentimientos ? ¡Juzga mal y acertarás! ¡Bonito proverbio

para las creencias humanas!

Gabriela, Tiene Vd. razón, tía, ¿por qué he de juzgar mal á Octa- vio si no tengo aún motivo justificado ?

Enriqueta, Eso es, que se justifiquen y entonces

Gabriela, Y entonces ya verá Vd. lo que yo voy á hacer en- tonces

Enriqueta, ¿Qué vas á hacer?

Gabriela, Le digo á Vd. que ya lo verá... Ah! ahí está Fernanda... algo trae en la mano!

ESCENA b"". Dichas, Fernanda.

Fernanda, Señorita

Gabriela, ya lo vi ahí las traes. Dámelas, dámelas

pronto. Ay! tía, no lo que es esto; pero me están temblando las ma- nos, y me está temblando el pecho, y me está temblando el alma. \ApaHe.'\ Ay! quisiera yo estar sola, no quisiera que nadie fuera tes- tigo de la traición de Octavio. ¡Y pensar que anoche dormí yo tan di- chosa, cuando ya estaba escrito todo esto!

Fernanda. Señorita

Gabriela. Calla no me digas nada; no quiero oir nada hasta

saber que hay aquí!

Enriqueta. ^Valor abre esa carta

Gabriela. El sobre es de letra suya: "A Alicia'"

GABRIELA. 9

Enriqueta, Ábrela

Gabriela. Espere Vd., tía ya voy; pero espere Vd. un momen- to! Ahora sí, le estoy abriendo el pecho á Octavio y voy á leer en

su corazón! [^Abre la carta] Ay! [leyendo.'] No no [-á

Unríquet^^ ¿Qué dice aquí, tía ?

Enriqueta. "Mi adorada Alicia."

Gabriela. Ay! Dios mió! ¿Y aquí que dice, tía? Lea Vd

{_Le da la carta que guardaba en el seno.]

Enriqueta [ke]. "Mi adorada Gabriela ''

Gabriela. Ya Vd. ve !

Enriqueta. ¿Pero esto, lo habrá escrito él?

Gabriela. ¿Pues no conoce Vd. su letra? A ver vea vd. su fir- ma.— Véala Vd. aquí. [Enseñando las dos cartas.] Y véala Vd. en esta otra carta

Enriqueta.-^Siy no queda duda

Gabriela. ¡No queda ninguna duda ! [Se apoya en el respaldo

del sillón, y clavando los ojos en tierra se queda abisínada, como aquel que va á tomar una resolución definitiva.]

Enriqueta [después de un rato], Gabriela Gabriela Ga- briela, hija mía, ¿en qué piensas ? Vamos ! Si eso no tiene

remedio

Gabriela. Sí, tiene tiene uno Déjeme Vd. sola, tía, se

lo suplico á Vd.; déjeme sola ya verá Vd y [áFemandcH]

toma: [dándole las cartas] devuélvele esas cartas á D. Antonio

y dale las gracias de mi parte....! Dile que se lo agradezco mucho

mucho

Enriqueta Fernanda , que la ha consultado con la mirada], Sí, llévaselas en el acto llévaselas

Gabriela. Ya no las necesito para nada

Enriqueta. Pues piensa bien lo que vas á hacer

Gabriela. Sí, tía y cuando Vd. vuelva, dentro de unos mo- mentos, habré ya tomado mi definitiva resolución. Muy pronto sabrá

Vd. cuál es [VánsCj Fernanda por el fondo y Enriqueta por la

puerta izquierda del ador.]

Enriqueta. ¡Pobre muchacha! [ Vase!]

10 REVISTA NACIONAL.

ESCENA e*?

Gabriela solaj y después Federico.

Gabriela, \Y cómo tiene el corazón fuerzas bastantes para resistir

todo esto ! ¡Cómo no se muere todo, cuando le falta todo! ¿Qué

es el pasado ? ¿Qué es el presente ? ¿Qué es el porvenir? Un

alegre fantasma que vino, que me sonrió que me acarició

que me besó Despojado de su gala y de su rica pompa, se sienta

á mi lado hoy para mirarme llorar frío, impasible serio, co- mo la estatua de mármol de los sepulcros! Ay! Octavio, Octavio

mío! y para qué me hiciste tanto daño! ¿Y dónde estás? ¿Dónde? ¡El hombre que hace llorar á una mujer, debía tener siquiera el valor de arrodillarse junto de ella para recoger sus lágrimas! Me heriste como el malvado que huye y abandona á las aves de rapiña el cuerpo de su víctima! Y bien [irguihidose], basta; basta ya de llanto y de angustia, y de dolor estéril! Tú, á quien creía modelo de enamorados pudiste ol- vidarme á yo también podré olvidarte Me dijiste mil veces

que era yo el espejo de tu alma ; tal como te presentas ante en

este instante, me presentaré yo á tus ojos ¡más tarde! ¡Olvidar! Tenía razón mi tía Debe ser muy fácil olvidar, supuesto que me olvi- daste tú! Ah! [viendo aparecer á Federico] Federico

ESCENA 7'

Federico. Gabriela! me alegro de encontrar á Vd., y de encontrarla sola.

Gabinela, Y yo me felicito de que eso le cause á Vd. alegría. Sién- tese Vd., Federico.

Federico. Gracias: pero no quisiera importunarla.

Gabriela. Jamás fué Vd. importuno para mí.

Federico. Ah!

Gabriela. Insisto en que tome Vd. asiento.

Federico [sentándose']. Gabriela, acabo de despedirme de su señor padre para siempre.

Gabriela. Para siempre? pues qué, ¿abandona Vd. el lugar?

Federico. Hoy mismo.

GABRIELA. 11

Gabriela, Tan de repente!

Federico. Eso no. Hace ya algunos días que le anuncié á Vd. mi partida. ¡Qué mala memoria tiene Vd!

Gabriela, No señor, á no se me olvida nada!

Federico. ¿Nada?

Gabriela. Ese "nada" ¿es un reproche?

Federico. ¿Vd. lo cree así?

Gabriela. Pero no lo merezco.

Federico. Gabriela, ¿se ha acordado Vd ?

Gabriela. ^Todos los dias.

Federico. ¿Se ha acordado vd. de que me debe una respuesta?

Gabriela. Y se iba Vd. sin ella.

Federico. Va Vd . á responderme

Gabriela. Sí. Pero era necesario reflexionar antes.

Federico. ^Tiene Vd. razón tiene Vd. mucha razón, y eso me

agrada. Si se tratara, Gabriela, de uno de tantos jóvenes, que, como yo en otro tiempo, buscan al acercarse á una mujer la satisfacción de

im capricho más ó menos liviano y pasajero Si me encontrara yo

todavía en esa época de la existencia del hombre, cuando aún en rea- lidad no lo es, y deslumhrado por la extraordinaria belleza de Vd., buscara yo en su respuesta un halago para mi vanidad y un triunfo para mi orgullo, habría deseado de los labios de vd. respuesta breve y rápida, en consonancia con mis sentimientos. Mas como éste que ex- perimento, créalo Vd., es tan serio y de tal manera arraigado en mi alma, que va Vd. á darme con su contestación ó una inmensa y posi- tiva felicidad, ó la más amarga y cruel de las decepciones de mi vida. Me agrada, repito á Vd., por singular manera, que antes de responder- me hubiese Vd. dado cabida en su pensamiento al juicio y la reflexión. No tengo que repetir lo que ya por dos veces dije á Vd.: y suprimo, por- que no se necesita, esa serie de dircursos en los que se apura la eterna y vulgar, pero sublime fraseología del lenguaje del amor. Lealtad, ca- riño y ternura cuanto puede ofrecer el corazón amante; respeto y

abnegación en cambio de esas dulzuras de la vida íntima, apacible y tranquila, y cuya descripción he intentado hacer á Vd. hace pocos días, con todo el colorido de la verdad y de la buena fé; es todo cuan- to á Vd. le pido

Gabriela. Bien, Federico basta entrego á Vd. mi mano y

con ella mi corazón y mi vida

12 REVISTA NACIONAL.

Federico [toin/indolc la mano], Ali! Gabriela tan inesperada

dicha me conmueve profundamente, y acrecienta, en un momento, con mi amor mi gratitud. Y quiere decir que hoy mismo

Gabriela, Puede Vd. pedir su autorización á mi padre.

Federico, Al instante! Vuelvo, ya vuelvo, Gabriela. [ Vase.']

Gabriela, Y yo aquí aguardo [^Aparece Enriqueta,']

ESCENA 8"

Enriqueta. Gabriela.

Enriqueta, ¿Pero qué es lo que he visto?

Gabriela, Nada, tia, que me caso, ¿hay cosa más natural?

Enriqueta, ¿Con Federico?

Gabriela, ^¿Y le extrafla á Vd?

Enriqueta, ¡Pues no! Me extrafla y me enoja. Me extrafla por lo repentino de tu resolución; y me enoja porque me apena en la mu- danza.

Gabriela. Me aconsejaba Vd. el olvido.

Enriqueta, No es ól el que me asombra, sino la rapidez con que vino. Ese matrimonio que intentas es imposible.

Gabriela, Por qué?

Enriqueta, l^orque te hará desdichada.

Gabriela. Obedezco ú los impulsos de mi corazón.

Enriqueta. A los impulsos del despecho.

Gabriela, Yo siento, sin esforzarme, decidida simpatía por Fe- derico.

Enriqueta. Hace |h)co me afirmabas que la simpatía no es el amor.

Gabriela. IVro tras ella viene.

Enriqueta. Viene el amor tras de la simpatía volando con alas pos- tizas.

Gabriela. Algún dia amaré á Federico tanto como creí amará Oc- tavio.

Enriqueta. iVo. Gabriela, oye lo que voy á decirte, y grábalo en tu corazón.

Gabriela. Son inútiles los consejos, tía: he tomado una resolución V es ¡rrrovocablo.

Ennqueta. Harás lo que quieras: pero necesito hablarte sobre cslo, V necesitas oirmo. Yo cumplo con un deber, con una obli-

GABRIELA. 13

gación. ¿Qué vas á buscar en rededor tuyo casándote con Federico? Nada. ¿Qué vas á buscar dentro de tí? Nada. Fuera de la soledad del hogar; dentro de ti la soledad del alma! El alma y el hogar están vacíos si el amor no habita, en el uno, bajo su techo; en el otro, al abri- go de sus sentimientos. Si. el corazón es insaciable cuando tiene de qué alimentarse, ¿qué sed no será esa, qué hambre no será esa, cuando no tiene ni placeres que lo halaguen, ni penas que lo destrocen? En qué seno vas á reclinar tu sien para sonreír? ¿En qué seno vas á ocultar tu frente para llorar? ¿Tí'casas porque buscas apoyo? El mío es débil, pero lo tienes. ¿Te casas porque necesitas de sombra y protección? Vi- ve aún tu padre. ¿Te casas porque quieres libertad? Pues bien, vas á perder la que ahora tienes. Todas serán cadenas para No ten- drás libertad ni para ver, ni para oír ni para pensar! Hoy, si cla- vas tu mirada en un hombre, si el más inocente de tus movimientos, la más leve de tus inclinaciones denuncia en siquiera pueril simpa- tía por un hombre, la sociedad, el mundo, las lenguas, podrán decir ó dirán: "qué loca," "qué coqueta," "qué ligera." Casada, por el mismo

motivo por menos aún, por mucho menos, la sociedad, el mundo,

las lenguas dirá: "vil, infame "

Gabriela, Tía

Enriqueta, Dirán dirán algo más que hará subir á tu frente

y agolparse á tu cabeza toda la sangre que por tus venas circula. No, mil veces no! ¡Ese matrimonio es imposible! Yo, con todas mis fuer- zas habré de oponerme á él.

Gabriela, Y yo con todas las mías haré que ese hombre me con- duzca al altar.

Enriqueta. Pero te has vuelto loca.

Gabriela. No, tía, esta Vd. equivocada. Antes, ayer mismo, hoy... estaba loca. He vuelto á la razón.

Enriqueta. ¡Que de tal manera los celos pongan ante los ojos tan tupida venda! Hablaré á tu padre; mi hermano sabrá oirme.

Gabriela. Perdóneme Vd. tía; pero yo antes que vd. entraré á su aposento para hablarle. Allí está Federico.

Enriqueta. Por lo mismo, aún será tiempo.

Gabriela [interponiéndose entre la puerta y Enriqueta para impe- dirle el paso\ Tía

Enriqueta, ^Déjame pasar

Gabriela. No, tía, no irá vd. [Aparece Fernanda por el fondo."]

14 REVISTA NACIONAL.

ESCENA 9'

Dichas y Fernanda.

Fernanda. Señora Señorita el Sr. D. Octavio.

Gabriela. Octavio!

ii%man<2a.-Subiendo está la escalera.

Gabriela. Él el infame ^

Enriqueta. ^Tú lo recibirás.

Gabriela. Nunca!

Enriqueta. Gabriela

Gabriela. Le digo á Vd. que nunca!

Enriqueta. Entonces

Gabriela. Vd. lo recibirá! J[Gabriela con un rápido movimiento se dirige á la puerta que conduce al aposento de su padre^ y saliendo por eUa la cierra por dentro."]

Enriqueta [al verla cerrada exclama"]. Oh! y Octavio sube....

allí está.

ESCENA 10*

Enriqueta Octavio.

Octavio. Enriqueta

Enriqueta [con disimulada pena y notoria perplejidad]. Octavio...

Octavio. ¿Qué es esto? ¿qué le pasa á vd? ¿Por qué no me recibe Vd., señora, como otras veces? ¿Qué ocurre? ¿Alguna desgracia acaso?

¿Está el Sr. D. Pedro enfermo? O tal vez Gabriela ¿En dónde está

Gabriela, que no viene? Enriqueta, suplico á vd. que la llame ó que la haga llamar, porque apenas cuento con unos instantes para hablar con ella siquiera para mirarla

Enriqueta. ^¿Cómo? ¿Se vuelve Vd. á marchar?

Octavio. He venido á mi pueblo solamente á la práctica de una diligencia judicial, sobre un asunto muy grave, y que requiere la ma- yor brevedad en sus procedimientos; pero el tiempo se va y son sus instantes preciosos para Le ruego á Vd. otra vez que haga lla- marla Gabriela. Ah! Hace tanto tiempo que no la veo

GABRIELA. 15

Enriqueta. Octavio es que Gabriela Gabriela se ha

recogido

Octavio. ^¿Tan temprano? Ay! seftora, con esta doble vista de los

ojos enamorados, no qué miro en el semblante de vd., de raro

de extraordinario. Tal vez me equivoque. lOjalá, Enriqueta, que me equivocara yo!

Enriqueta. Pues bien es cierto yo Octavio lo siento

mucho muchísimo; pero qué quiere Yd. que una haga yo la

he hecho muchas reflexiones muchas

Octavioj ¿Pero sobre qué? Acabe Vd., que me está asesinando len- tamente!

Enriqueta. Y bien tiene Yd. razón esa zozobra es del

instinto que se la acusa á Yd Hay algo que nos avisa hay

una voz misteriosa y secreta que nos habla al alma cuando ha caido sobre nosotros una desgracia.

Octavio. Pero, por Dios, señora, que esta agonfa en que tiene Yd. á mi espíritu, es peor todavía que la mayor de las desgracias.

Enriqueta. ¿Tendrá vd. valor?

Octavio. Para todo.

Enriqueta. Pues bien, Gabriela

Octavio. No me ama ya?

Enriqueta. Eso.

Octavio. Permítame Yd., señora, que no lacrea que vacile en

creer á Yd que dude

Enriqueta. Como que yo misma lo estoy dudando todavía.

Octavio. Y sin embargo

Enriqueta. Es verdad!

ESCENA !!•

Gabriela. Enriqueta. Federico. Octavio.

[& abre la puerta por la cual salió Gabriela, y aparece ésta con Federico.li

Gabriela. Tía Octavio, ¿Yd. aquí? Buenas noches Le ha- cía yo á Yd. en México, al lado de la Srita. Alicia su prometida. El Sr.

D. Federico Mendoza el Sr. D. Octavio Pérez. {^Presentándolos.^

{Octavio y Federico se cambian un saludo'] Tía le presento á Yd.

16 REVISTA NACIONAL.

{^aeñalando á JFedeWco] á mi futuro esposo. Es asunto arreglado, pues el Sr. ha pedido mi mano á mi padre y yo he consentido.

Enriqueta, Sea para bien.

Federico, Gracias, señora. Hasta mañana, Gabriela. Caballero..*.. Octavio] [^Octavio conteda con una cortesía á Federico, elcu^ilca^i ni se ha fijado en áí.] [ Vase Federico,"]

ESCENA 12*

Gabriela. Enriqueta. Octayio.

Octavio. Pero esto es una horrible chanza, Gabriela.

Gabriela, ¿Lo cree Vd. así?

Octavio Enriqueta]. Señora ¿esto es cierto?

Fnriqu£ta, Es cierto.

Octavio [tomando su soinirero], Entonces nada tengo que ha- cer aquí, Enriqueta, [dándole la ma)io]. Buenas noches, señorita

[saluda7ido desde lejos á Gabriela],

Gabriela. Que lo pase Vd. muy bien, caballero.

Enriqueta [al desaparecer Octavio]. Pero, es posible?

ESCENA ULTIMA.

Gabriela [sin hacer caso de la pregunta de Enriqueta], ¿Ha visto Vd. qué semblante, tía, el del pobre de Octavio?

Enriqueta, Gabriela!

Gabriela, Pues cómo no he de reir!

[ Gabriela se ríe, primero con mofa, después su risa ó carcajada histé- rica termina en una explosión de sollozos y oMiba, al fin, por dejarse caer, llorando copiosamente, en el sofá],

Enriqueta [mirándola con profunda lástima], Desventurada! [Cae el telón],

fin del acto primero.

QABKIBLA. 17

ACTO SEGUNDO.

Sala en casa de Federico. Puerta en el fondo, A la derecha del espectador, dos puertas laterales, A la izquierda^ una que pertenece á la ¡mbitaeión de Fe- derico, y otra en segundo término, que conduce á la calle, como una puerta de escape.

ESCENA 1^

FEDERICO, entrando por d fondo seguido de Anselmo.

Federico, Has que tengan listo el carruaje, porque saldremos esta noche

Anselmo. Bien, señor.

Federico. Se entiende, si como me has dicho, mi padre se encuen- tra mejor.

Anselmo. Mucho, sefior. Aseguró el médico, al salir, que se hallaba fuera de peligro; eso á lo menos dijo á la sefiora.

Federico. ¿Y no dijo nada más?

Anselm^o. Que es preciso cuidarle porque se encuentra débil

muy débil; encargó el silencio y el reposo.

Federico. Por fortuna, Anselmo, este departamento que ocupamos, de paso, en la casa de mi padre, está bastante lejos de las habitaciones

en que él se entrega al sueño Sin embargo, te recomiendo que al

cerrar esta noche las puertas, no hagas ruido.

Anselmo, Descuide vd.

Federico. ¿Y la señora?

Anselmo. Me encargó que le avisara á vd. que está vistiéndose pa- ra el baile

Federico. Está muy bien. Retírate, Anselmo; te repito que mandes alistar el carruaje. ^Anselmo se va].

ESCENA 2*

EEDERICO solo.

¡Ah! ese hombre! ¡ese hombre! ya me llama la atención su terque- dad. Vamos será un loco ¿Dónde he visto yo á ese hombre

B. ir.-T.II.-2

18 REVISTA NACIONAL.

alguna vez ? ¿Dónde ? ¡Una vez solal Debe de haber sido una vez

sola! Pero no ¡quiá! ;qué me importa á mi, si ella es tan buena!

¡Ola, sin duda estoy oyendo sus pasos y yo no me he vestido aún

no no que no me vea le molestaría mi tardanza. {^Entra

Gúhriela en traje de baile, y se mira al e^fpejOf poniéndose los guantes^

ESCENA 8'

GABRIELA, de^pués ANSELMO.

Gabriela. Bien, es preciso complacerle es preciso es ne- cesario [toca el timbre.'] Anselmo?

Anselmo. Señora

Gabriela. ¿Y el señor?

Anselmo. Vistiéndose.

Gabriela. ¿Crees que tardará mucho? Le puedes avisar que ya es- toy lista.

Anselmo [dirigiéndose á la puerta de la habitación de Federico.'] Está muy bien, señora.

Gabriela. -'-Con eso se dará alguna prisa.

ESCENA 4*

GABRIELA, ENRIQUETA.

Enriqueta [en la puerta del fondo]. Se puede entrar?

Gabriela. ^Adelante ¡Ah! tía! mi tía Enriqueta, qué placer!

Enriqueta [avanzando al proscenio]. Placer! No lo esperabas; es cierto?

Gabriela. No, la verdad que no! Siéntese vd., tía mía siénte- se vd.

Enriqueta. ¿Creíste que durarían eternamente mis rencores?

Grobriela. Sí, lo creí Como yo desde niña conozco el carácter

de vd., terco, tenaz, indomable

Enriqueta. Indomable! esa es la palabra. Por eso precisamenlo no

me casé y ahora que esto digo, y olvidando por un momento lo

pasado, ¿qué tal? ¡cuéntame! ¿eres dichosa? ¿vives feliz? Si lo he olvi-

\

GABRIELA. 19

dado todo y el poder de este cariño hasta aqui me ha arrastrado, por- que es mucho, mucho lo que te quiero: por lo mismo, Gabriela, no me engañes; no me respondas como responderlas á cualquier amiga imper- tinente ó curiosa que te preguntara Dime ¿por qué bajas los

ojos? la verdad la verdad ¿No estás acostumbrada desde muy

pequeña á que yo lea en tu pensamiento?

Gabriela. ^Asi es vd. fué siempre mi mejor amiga, por eso hi- ce seguramente ma), muy mal en no seguir sus consejos.

Enriqueta. ¿Lo confiesas?

Gabriela, Lo confieso.

Enriqueta, ¿Sufres?

Gabriela, Mucho.

Enriqueta, ¡Y hace un mes nada más que te casaste!

Gabriela. ¡Hace un siglo!

Enriqueta, ¿No es ese señor D. Federico bueno contigo?

Gabriela. es.

Enriqueta. ¿Tiene mal carácter?

Gabriela. No.

Enriqueta. ¿Ni es exigente para nada?

Gabriela. Para nada.

Enriqueta. ¿Te ha reñido alguna vez?

Gabriela. Jamás.

Enriqueta. ^¿Es celoso?

Gabriela. No.

Enriqueta. ¿Tiene muchos amigos?

Gabriela. Ninguno; al menos que yo sepa.

Enriqueta. ^¿Recibes?

Gabriela. A nadie. Hace nada más tres días que llegamos á esta capital. Yo no conozco aquí á una sola persona. Salimos poco y de noche.

Enriqueta. Sin embargo estás en traje de baile.

Gabriela. Por la primera vez Federico me presentará á lo que se llama, según dice, el gran mundo de esta sociedad.

Enriqueia.-^VwGS entonces, hija mía, si tu señor esposo es tal como le presentas, es un excelente hombre. ¿Te deja acaso sola?

Gabriela. Muy poco. En estos momentos trae entre manos un asun- to, un negocio; no qué contrato de telégrafos y nada más que

el tiempo que emplea en eso, me ha dejado sola.

20 REVISTA NACIONAL.

Enriqueta. Entonces no comprendo por qué sufres.

Oabriela, ^Tía

Enriqueta. No lo comprendo te repito que no lo comprendo

¿Lloras ? ¡Ah! ahora comprendo. Mira, ¡y qué bien que

hablan las lágrimas ! Bueno bien aquí estoy yo para con- solarte

Gabriela, ¡Y qué falta me hacía! ¡Gracias á Dios que viene vd. á

mi lado; que dejo de hablar á solas ! ;Ay, he hablado tanto á solas!

El es bueno, muy bueno y esto aumenta mi tormento. Mientras

más cerca está de mí, más lejos quisiera yo mirarle. Habla, y mien- tras más dulce llega á mis oídos su acento, más áspero resuena su eco en mi corazón. Si oprime mi mano, siento que mis dedos se aflo- jan entre los suyos, entre los suyos ardientes como brasas. Si me mi- ra, ah! si me mira no qué hacen mis ojos para que aquel rayo

de poderosa ]uz no entre en mi alma ! Y cuando algunas veces,

enagenado, loco, delirante, llega junto á mi, y acariciando mi mejilla,

acerca su labio al mío entonces, entonces, tía, yo siento algo que

es imposible explicar. Es que que entre él y yo esto muy que- do muy quedo no vaya alguno á oirme entre él y yo se

levanta, al contacto de ese beso, todo un mundo de ilusiones ahogadas, de esperanzas que se fueron, mares de lágrimas que agitaron los sus- piros, que emborrascaron los sollozos y cuyas olas, rebeldes aún, vienen á estrellarse bravias, lo mismo que en desierta playa, en mi pobre co- razón !

Enriqueta. Gabriela Gabriela

Oabriela. Y es que hay más ¡hay más todavía! Si este mun- do de mis recuerdos se alzara ante mis ojos, así borrado, de lejos,

como entre brumas, qué importaría ! pero no no En me- dio de todo eso que se mezcla, que se agita y que se entrelaza y se con- funde en mi espíritu, siempre delirante, siempre exaltado. ... se levanta

laimagen la imagen de de Octavio! Ah! yo no sabía no

podía saber cómo amaba yo á ese hombre! ¡Es el imposible lo mismo que inmensa lente, y al través de su cristal el cariño se agiganta; crece

el deseo, la ilusión se colora y la desesperación raya locura ! Y

qué remedio? Dormir, pues ni dormir, ¡ni eso! Dormida, sueño con Oc- tavio, le miro, le oigo y cuando despierto, cuando la luz del día

ilumina, cerca de mí, el semblante de Federico, me parece imposible que él no sea Octavio !

GABRIELA. 21

Enriqueta, Ah! y para qué te casaste?

Grabriela, Y bien, ¿es hora, tia, de preguntarme eso? ¿tiene reme- dio acaso? ¿Por qué me casé? ¿es tiempo de analizar ese conjunto de cir- cunstancias, que ponen una nube en la razón, una venda en los ojos, y que arrastran al pie del altar, allí, en donde los labios, moviéndose imperceptiblemente dejan escapar una palabra, una silaba, menos que

una silaba, un sonido y eso, eso sólo es el nudo eterno ! ¡para

mi la eterna desesperación!

Enriqueta, Pues bien, hija mía queda aun un remedio el

tiempo.

Gabriela, El tiempo es el mejor amigo del amor verdadero.

Enriqueta, Guando ese amor no tiene quien lo agite, cuando se le encierra

Grabriela, ^¿No tiene quién lo agite? ¡Ojalá!

Enriqueta. ^¿Y quién lo agita?

Gabriela,— YX\

Enriqueta, ^¿Quién es él?

Gabriela, Octavio!

Enriqueta, ¡Octavio! ¿Es posible?

Gabriela, Nos ha seguido á todas partes.

Enriqueta, ¿Y ha osado hablarte? atrevióse

Gabriela, No, tía, eso no, ni yo se lo hubiera permitido.

Enriqueta, Ni se lo permitirás nunca.

Gabriela, Moriría primero; pero es el caso que de nada sirven, ni faan de servir mi indiferencia y mis desdenes.

Enriqueta, ¿Y por qué?

Gabriela, ^Porque á pesar de todo hoy he recibido una carta suya

Enriqueta, Una carta! ¿y cómo la has recibido? ¿quién te la dio? ¿cómo ha llegado á tus manos?

Gabriela, Lo ignoro.

Enriqueta. ^¿Lo ignoras? no comprendo.

Gabriela. He encontrado esa carta entre las páginas de un libro que yo leía supongo que un criado

Enriqueta, Pero eso es una infamia mezclar á los criados en

asunto tan delicado

Gabriela, Eso le probará á vd., tía, de lo que es capaz Octavio.

Enriqueta, ¿Y qué te dice ese hombre en esa carta?

22 REVISTA NACIONAL,

Gabriela, Que lo reciba hoy, hoy mismo diez minutos, sola- mente diez minutos, y si no si no accedía yo á su demanda

Enriqueta, Si no accedías

Oabriéla, Dará un escándalo.

Enriqueta, Un escándalo! aquí una jcosa que es preciso evitar

á todo trance ¡Un escándalo! líbrenos Dios, hija mía, ¡un escánda-

lo¡ ¡No parece sino que la Providencia me ha traído á tu casa esta no- che. Y mira. Octavio sabe muy bien cuánto me opuse yo á tu enlace con Federico yo adivinaba, mejor dicho, presentía todo esto. Oc- tavio lo sabe, sí, y él me oirá, porque él me respeta Yo necesito

hablarle hoy mismo.

Oabriéla. ¿Hablaría vd. con él?

Enriqueta, Por supuesto.

Oabriéla, Pues es muy fácil.

Enriqueta, ¿Cómo?

Oabriéla, Esperando está mi determinación, según dice en esa car- ta, en la esquina. Allí ha debido de estar aguardando desde las oracio- nes de la noche. ¡Vaya vd., tía, vaya vd vd. me salvará oigo

que se acerca Federico; se estaba vistiendo.

Enriqueta, que tu esposo no me detenga voy

voy volveré.

ESCENA 5*

GABRIELA Bola,

Gabriela, Cuan buena es! Si yo hubiera escuchado su voz cariño- sa, viviría de otro modo. Viviría aún allá en pueblo, al lado de mi

padre mi padre tan severo, tan adusto; pero tan bondadoso en el

fondo tan inflexible como tan tierno! ¡Ah! desventurada de mí!

Él, Federico

ESCENA 6"*

GABRIELA, FEDERICO.

*

Federico, Gabriela, ¡cuan hermosa estás así, Gabriela mía, con ese traje tan bello! Ni el día de nuestra boda te miró tan llena de seduc- ción y de hechizo como te estoy mirando ahora! [^saca m reloj y lo

GABRIELA. 23

mira]. sabes, Gabriela mía, que nos hemos anticipado demasiado?

Gabriela, ¿Por qué? ¿no dices que son las ocho?

Federico. Eso es, precisamente; pero aquí, en la corte, un baile no comienza, como allá en el pueblo, á esa hora no, aquí estas fíes- tas comienzan más tarde á las nueve

Gabriela [como distraida ópreocupadali. ^Y terminarán entonces

Federico. Hasta el amanecer.

Gabriela. Demasiado tarde Pero nosotros no estaremos tan- to tiempo ?[con iiiquietud marcada.']

Federico. Ya se ve que, si quieres, saldremos antes; será lo que á te agrade. No pretendo hacer otra cosa que complacerte, que ha- lagarte. Mas, díme, Gabriela, ¿qué tienes? [davando los ojos en 8U es- posa].

Gabriela [extremeciéndose]. ¿Yo ? ¿qué tengo? ¿por qué ?

pregunta más extraña ! nada yo no tengo nada.

Federico [con escudrifladora mirada]. ¿Nada? no.

Gabriela. ^Yo te digo que no

Federico [con acento casi de conmedón]. Pues yo te digo que

ven acá siéntate.

Gabriela [sentándose]. Federico !

Federico [ tomando una sUla y sentándose también cerca de cHa].—

Mira es inútil que trates de ocultarme un sentimiento que, por más

que lo encarceles, se escapa de tí, desbordándose á pesar tuyo. Escu- cha Embargado allá en los primeros años de mi juventud, por ar- duas y penosas tareas científícas; más tarde, imbuido en la política, imas

veces victorioso, otras vencido poca ó ninguna impresión dejaron

en mi alma caprichos del espíritu, devaneos del amor. Juguete de eso que llamamos la Fortuna, y que no es otra cosa que el resultado de nuestras propias pasiones constantemente en lucha; cansado, perseguido por el cansancio y el fastidio, quiso mi suerte, la primera vez que de- veras me sonreía, que te hallase, Gabriela, en mi camino. Lejos del mundanal bullicio, en modesta morada, al lado de honrado padre, te

vi, y te amé Te dije que te amaba y me respondiste que pidiese

tu mano; y la pedí, y me la dieron, y nos casamos! ¡Hermoso día el día de la unión! Y no por la fórmula. Cualquiera otra hubiera sido igual

para Yo creía que tu alma, de antemano unida á mi alma, se

regocijaba desprendiéndose de todo afecto humano, para consagrarme eternamente su cariño. ;Es ésta la vez primera que me acerco á sin

ISi REVISTA NACIONAL.

darte un beso! ¿Porqué vacilo? ¿por qué no me resuelvo? ¿Me amas, Gabriela?

Gabriela. Te amo.

Federico. ^¿Más aún que aquel día?

Gabriela. Más aún.

Federico. Cuida de que por esos labios tan puros, no se dibuje ja- más ni la sospecha de una mentira! Dime pero no, no he de pre- guntarte nada hasta que acabes de oirme. No ha de ser la promesa for- mulada al pié del ara la que ha de anudar el lazo que nos mantenga

unidos. Olvídate de eso, Gabriela mía Imagínate que vivimos allá

en los primeros tiempos de la existencia del mundo, cuando aún no se promulgaban ni se escribían las leyes sociales, hijas del desarrollo mo- ral y las costumbres en esa época en la que yo pienso que el único lazo

conyugal era el amor. Pues bien escúchame con calma te lo ruego.

Y voy á acercarme más para que entiendas mejor [se acerca á Gabriela). Si es que sientes por mi este inexplicable placer que experimento mi- rándote al semblante; si la mirada de tus ojos responde á la mía, ar- diente y enamorada; si repercute en el tuyo, golpe á golpe, el latido de mi corazón, que porque vives no más golpea; si tu mano, al estrechar la mía se extremece, porque se regocija tu alma al contacto del calor de mi sangre que arde en ella; entonces, que no se rompa nunca esa cadena con que el sacerdote enlazó nuestros cuellos, porque amor foijó sus eslabones; pero si no es así, Gabriela, si al contrarío de lo que sien- to sientes entonces, no existe el lazo aquello fué no más que un

sueño, entonces eres libre Yo, rechazando con todo el poder de

mi alma tan bárbara costumbre, te redimo del yugo y te liberto. Toma á vivir honrada al lado de tu padre, que bajo este techo honra no has de hallar, si no la trajo el amor. ¿Me has comprendido ya, Gabriela mía? ¡Puedo aún decirte más si lo quieres!

Gabriela [con miLcha emoción]. ^No! me basta con lo que he oído,

Federico

Federico. ¿Y me amas, Gabriela?

Gabriela [con voz insegura, disimulando su emoción en lo posible"]. Te amo!

Federico. Entonces, júrame; pero no, nada me jures Oye aún:

aún es tiempo, Gabriela, todavía No qué terca desconfianza, no

qué vago y pertinaz recelo se aposenta aquí dentro de esta entraña, que al despertar en ella parece que se levanta allá en tu pecho

GABRIELA. 25

Gabriela Idiseulpando su sobresalto], Es que como nunca me ha- bias hablado de este modo, Federico

Federico lentemecido'], Tienes razón pobre Gabriela mía! no

hay peor consejero que el recelo ya á terminar vamos; pero es pre- ciso que yo te diga estas cosas. [^Recobrando su energía.'] Dime lo más malo que puedas decirme: con tal de que sea la verdad, te lo perdono;

pero si me engañas, Gabriela, si me engañaras ¡Ay de ti ! ¡ay

de entonces Júrame, júrame que sólo ámí me amas júralo

si es la verdad, si no es la verdad, no lo jures. Cállate, y te dejo.......

y no me vuelves á ver, y no te atormento más.

Gabriela [^procurando dimanarse], Te lo juro.

Federico. ¿Me juras que me amas?

Gabriela [afectando energía],

Federico, Basta! Dame ahora tu frente para que la bese yo

Estás deslumbradora ¡cuánta envidia van á tener de esta noche!

Vas á lucir como luce un astro en la mitad del cielo. Y mira, [(Are un estuche que contiene un rico brazalete de brillantes] para que brilles más, te he traído esto. Esto que ves, vale mucho; pero no mucho dinero, Ga- briela, que para comprarte joyas todo es poco; vale, porque este adere- zo perteneció á mi madre, á mi santa y buena madre que de Dios ha- ya! Permíteme que yo mismo, yo mismo, lo coloque en tu brazo, blanco y trasparente como el alabastro parece que la luz de tu pureza bri- lla en deslumbradores cambiantes en cada una de las mil facetas de es- tas magníficas piedras.

Gabriela [aparté], Parece que me enreda una serpiente

Federico, Mírate ahora, mírate, y misma te sorprenderás.

Gabriela, Gracias, Federico. [Tocan la campanilla.] Llaman.

Federico, ¿Qué podrá ser? Si algún importuno viniera á mol^tar- nos. ¡Por cierto que en mala hora vendría!

ESCENA T

Dichos y ANSELMO.

Anselmo, Esta carta, sefior.

Federico. Muy bien, Anselmo. Si alguien pregunta por mí, que no ^estoy en.casa.

Anselmo. Bien, sefior. El está servido.

26 REVISTA NACIONAL.

Federico [mirando el sobre']. Bueno, allá vamos retírale

¿qué letra es esta que conozco tanto y no recuerdo ? Gabriela, 4

tomar el té, perdóname; pero no tengo gana déjame un momento

solo y vuelve en cuanto termines

Gabriela. Un instante

ESCENA 8*

FEDERICO.

Federico. Letra es esta que mil veces vi allá en otro tiempo, en los

borrascosos días Son los caracteres trazados por la mano de un

amigo íntimo, muy intimo, compañero de aventuras, trasnochador y bullicioso. Se me figura que voy á cometer un crimen al abrirla, y si no fuera la curiosidad [la abre], Ah! bien decía yo Ernes- to el bueno de Ernesto, tan bueno y tan calavera Aseguro que

éste aún no se corrige el incorregible! veamos qué me dice [fee]:-

"Federico amigo: Te vi pasar esta mañana y te reconocí al través de

la portezuela de tu carruaje corrí tras él para alcanzarte, llamé al

cochero con las manos hasta dejarme las palmas adoloridas y rojas;^^ pero nada, todo fué inútil. Entonces hablé de á todos nuestros anti- guos conocidos y ninguno me daba razón, hasta que Ricardo, ¿te acuer- das de Ricardo? aquel chico que mató á su consorte por infiel, y de quien decías horrorizado que no volvería á lavarse las manos con agua pura y clara, sino con sangre roja y pues bien, Ricardo me dio no- ticias de hace un momento y las señas de tu domicilio y ahora

te escribo, porque aunque no me has ofrecido tu casa, y estados mudan costumbres, sin embargo, como te quiero mucho y me acosa el hambre de hablar contigo, y pudiera suceder que pensaras como pensabas an- tes, me atrevo á citarte, para que tomemos juntos alguna cosa en casa de la señora Filomena. La señora Filomena vive donde siempre y esta noche da una aoirc de las de mejor especie, en su género. Allí te en- contrarás á Margarita, que todavía suspira por el Federico de su alma. ¡Vas á quedarte admirado de la constancia de esta mujer! Vas á sentir tu vanidad masculina satisfecha con que no te olvides; sitio el re- ferido; hora las 10. Tuyo como siempre. Ernesto.^'

¡Pobre Ernesto! ¡Cuándo pensará de otro modo y, ave errante y per- dida, llegue para él la hora de buscar refugio en el árbol benditol

GABRIELA. 27

¡Bendito por el amor! Pero no habrá encontrado todavía una mujer bas- tante rica, como él decía chacoteando, para venderle sus noches! ¡Como si el cariño y la fidelidad de una mujer no fueran un tesoro! Yo lo bus- caré en otra parte; pero en casa de la señora Filomena, no, allí no

[suena la campanilla.'] ¡Ola de nuevo llaman suben y oigo

ruido de faldas ¿quién será ? Doña Enriqueta Señora

ESCENA 9*

FEDERICO, ENRIQUETA, dcSpués GABRIELA.

Enriqueta. Don Federico, buenas noches

Federico. ¡Qué gusto, qué satisfacción recibo al verla á vd. en su casa ! Gabriela! \llamando] ¿Quiere vd. tomar el con Gabriela?

Enriqueta. Muchas gracias.

Federico. Supongo que vendrá vd. á vivir con nosotros. Este es un departamento de la casa de mi padre; pero es amplio, y

Enriqueta. Gracias Federico

Federico. Entonces ¡ah! allí viene mi esposa. Mira, Gabriela,

quien está aquí: tu tía, tu buena tía Enriqueta, por quien tanto has sus- pirado [con júinlo.']

Oabríela.—iTiSL !

Enriqueta. ¡Mi querida sobrina ! y estamos de baile ¿eh? me

alegro vendré otro día mañana

Federico. Eso no; siéntese vd.; ¡pues no faltaba más que eso! Y que todavía no es hora, faltan 50 minutos, y más aún; falta todo lo que que- ramos nosotros que falte [Entra Anselmo con una carta."] ¿Otra

carta? Vamos habrás dicho, por supuesto, que no estoy en casa

retírate Anselmo.] Con el permiso de vd., voy á leer ésto. [Se aproxi- ma al velador y lee.]

Enriqueta. Lea vd., lea vd. ¿porqué no? [en voz baja á Gktbrielal ¡Allí estaba!

Oahríela [en voz muy baja], Y habló vd. con él?

Enriqueta [lo inisnxo]. Sí, hablé y se obstina en venir

Federico [doblando la carta y acercándose]. Pues aquí, señora tía, que ha caído vd. en esta casa como llovida del cielo. Tengo que ausentarme una media hora, me llaman de una junta á la cual no me es posible rehusarme ¡haber escogido este día y esta hora !

28 REVISTA NACIONAL.

Enriqueta, Pues vaya vd.

Federico, Y estando vd. aquí, Gabriela tendrá compañía.

Enriqueta. La acompañaré unos instantes más. El tren se marcha y hace su último viaje; pero, en fin, yo me estaré á su lado cuanto pueda.

Federico, Perdóname, Gabriela, pero yo no te haré aguardar mucho

tiempo vuelvo ya vuelvo [Se va por la segunda puerta

izquierda^ es decir, por la puerta de escape misma por la cual saldrá al final del acto'].

ESCENA 10\

GABRIELA, ENRIQUETA.

(Se suplica á la actriz que represente el papel de Enriqueta se flje en las acota- ciones, pues de otro modo podría parecer íálseado el carácter de este personaje).

Enriqueta, Y bien, es imposible evitar esa entrevista

Gabriela, ¡Imposible!

Enriqueta, Así es ese hombre está loco.

Gabriela, ¿Y si yo no quiero?

Enriqueta [con acento de seguridad], Provocará un lance con tu marido.

Gabriela,-— ¿Y dónde?

Enriqueta, Aquí, en la calle en cualquier parte.

Gabriela, iNo hará eso!

Enriqueta, Te digo que lo hará

Gabriela. Pero hablar con él

Enriqueta [reflexionanda un instante"], Si así evitas mayores des- gracias

Gabriela, Pero yo no podré

Enriqueta [con legitima convicción], Si tienes energía

Gabriela, Sí.

Enriqueta. Si la dignidad te escuda

Gabriela. Sí.

Enriqueta, Si tu posición y tu deber te alienta [con acento enér- gico,]

Gabriela.

Enriqueta, Rechazarás las pretensiones de Octavio, le harás com-

GABRIELA. 29

prender que de ti no tiene nada que esperar {como convencida de

que 8U sobrina así lo hará,']

Oahriela, Eso

Enriqueta, Y dejará de perseguirte.

Gabriela, Dejará de perseguirme

Enriqueta, Y vivirás más tranquila [con marcado contenta- miento]

Gabriela, Sin susto.

Enriqueta, Sin temores y evitarás el escándalo, las habli- llas la murmuración

Oahriela, La murmuración,

Enriqueta, Y habrás cumplido con tu deber. [Como quien da un consejo sincero emanado de la pureza de los sentimientos,]

Gabriela. Y habré cumplido con mi deber.

Enriqueta. Pues bien, que entre.

Gabriela, ¿Que entre? ¿hoy mismo?

Enriqueta, Ahora mismo. ¿No estás sola?

Gabriela, No, no estoy sola, allí está Anselmo, el criado, no el cria- do, el amigo de Federico.

Enriqueta, Anselmo saldrá conmigo, irá á acompañarme, no he de ir sola á la plaza.

Gabriela, Es verdad Anselmo podrá salir con vd

Enriqueta, Pues al momento no hay tiempo que perder, llama.

Gabriela [tocando la campanilla], ¿Y cómo ha de venir?

Enriqueta, Le avisaré una seña, una palabra serán bastan- tes al pasar junto á él

Gabriela. Comprendo

Enriqueta [conmueha energía], Firmeza, mucha firmeza, hija mía, de una vez. El amor se sofoca; ¡que no comprenda ese hombre que le amas!

Gabriela, No, no lo comprenderá.

Enriqueta, Llama, llama otra vez.

Gabriela [llamando], Sí, tía, pero qué angustia!

Enriqueta, ¡Valor...... [Aparece Anselmo.]

Gabriela, Anselmo, acompaña á la señora es mi tía

Anselmx), Bien, señora.

Enriqueta, Pues adiós adiós, hija hasta mañana

ao REVISTA NACIONAL.

»

ESCENA ir

GABRIELA, 80l<l,

Gabriela, Hasta mañana ¡mañana será otra cosa ! ¡Octa- vio se irá se irá lejos, no lo volveré á mirar en ninguna parte, y

al cabo me acostumbraré á olvidarle! Sí, que venga, que venga; pero qué extraña agitación me domina, qué movimientos son éstos que den- tro de me acosan no, no es posible yo no le recibo yo

no podré hablar á ese hombre; mas ¿por qué nó? si así está de- terminado, si asi está decidido ¡suben ! ¡oigo sus pasos !

¡allí está !

ESCENA 12*

OCTAVIO, GABRIELA.

Octavio. Gabriela

Gabriela, Caballero !

Octavio, Al fin accedes á mi súplica, y

Gabriela. Por qué me tutea vd., señor ¿acaso no ha reparado

vd. dónde se encuentra?

Octavio [con dulzura], Sí, ya lo veo no me encuentro en el

rincón de aquella sala, á la tenue y suave luz de aquella lámpara

No en la calle, al pié de aquella reja, solitaria y triste hoy enton- ces tan alegre

Gabriela [dvldjuiando algo la voz], Caballero, perdone vd. que ye le interrumpa; pero no hay tiempo que perder mi marido

Octavio, Su marido de vd

Gabriela, ¡Octavio ! (¡oh! ¡que imprudencia! ¡qué imprudencia!) [aparte,]

Octavio [aparté], ¡Triunfaré!

Gabriela. Señor si he consentido en que vd. llegara hasta es- te sitio, ha sido sólo para pedir á vd., por favor, en nombre de aquel

cariño, que en mi alma ha desaparecido por completo por favor,

repito, que se aleje vd. de esta casa y que no me importune ni me

exponga á una desgracia que sería inmensa é irreparable ¿qué bus- ca vd.? ¿qué quiere vd.? ¿qué espera vd?

GABRIELA. 31

Octavio [con profunda tristeza'] . Yo ? ciertamente nada

Gabriela, Nada, es la verdad ¡nada!

Octavio (avanzando un poco). ^Ver por última vez, de cerca la luz ►de esos ojos

Gabriela (dominada), Ya la ha visto vd.

Octavio (avanzando otro paso), Oir otra vez el acento de esa voz ian dulce y tan amada.

Gabriela, Ya la ha oído vd.

Octavio (dando otro paso hacia Gabriela), Estrechar por última vez esa mano ardiente y temblorosa

Gabriela (retrocediendo algo). Eso ¡nunca ! 'vayase vd.,

señor, por piedad vayase vd. Diez minutos vd. pedía diez minu- tos pues bien, ¡han pasado ya! (con voz suplicante,)

Octavio (con accTtto muy cariñoso). Pues su mano Gabriela,

líqué trabajo le cuesta á vd. darme su mano para que me vaya yo ?

Gabriela. ¿Para siempre?

Octavio. Sí, para siempre

Gabriela (tendiéndole la maao.) Bien, adiós.

Octavio (estrechando con efusión inm^ensa la mano de Gabriela^ sin soltarla hasta que lo indica el diálogo y se deja al actor la interpreta- ción delicada del resto de esta escena). ¡Ah! Gabriela Adiós

Y ¿no tendrá nunca de cuando en cuando, un recuerdo para su

pobre Octavio, que tan desdichado fué?

Gabriela. Tan desdichado !

Octavio. encontrarse de repente, robado, robado de cuanto

amaba su corazón su contento, su alegría Y eso robado trai-

doramente y sin motivo

Gabriela. ¡Traidoramente !

Octavio.

Gabriela. ¡Sin motivo !

Octavio. Sí, sin motivo.

Gabriela. Vd. tenía aquí una amante

Octavio. ¡Mentira!

Gabriela. ¡Vi las cartas dirigidas á ella!

Octavio. Eran falsas. Antonio García, que la amaba á vd., y esta- ba celoso, inventó ese torpe enredo; esa maraña de calumnias y de in- famias para separarnos ¿No fué Antonio García quien le dio á vd.

«esas cartas?

32 REVISTA NACIONAL.

Gabriela (interesándose mucho y olvidando su situación peligrosa,) Sí, él mismo.

Octavio, Falsificadas, Gabriela.... y qué ¿no merece nada el hombre que fiel y constante y enamorado, recibe, de repente, en premio de su amor, de su idolatría, descepción tan espantosa? ¿Hay injusticia ma- yor? Gabriela tan buena, tan generosa ¡No, recompensa- rás tan inmenso dolor con la caricia de tu mirada mírame,

no lo niegues, no lo puedes negar me amas, me amas, y

yo te adoro así, cerca muy cerca

Gabriela (como volviendo en sí), ¡Ah! Pudieran venir !

Octavio. No, nadie, nadie vendrá.

Gabriela. Es muy fácil aquí

Octavio. ¡Aquí sí; pero allá no! (señalando el aposento) Un be- so, Gabriela un beso (avanzando con audacia.)

Gabriela (retrocediendo), ¡Ah ! ¡retírate ! ¡suelta ¡ve- te !

Octavio. No he de irme, ven. (La va arrastrando á la puerta pri- mera de la derecha del espectador hasta que al final de la escena casi desaparecen; pero cuidando mucho de que Octavio ó Gabriela^ cual- quiera de los dos, quede visible para el público.)

Gabriela. ¡No, no ! ¡Llamaré entonces !

Octavio. ¡Qué has de gritar ! ¡mentira ! ¡no! ¡Tú no grita- rás, porque el amor te grita á !

Gabriela. ¡Octavio !

Octavio. Ya. (En este instante es cuando casi se ocultan, de mane- ra que Federico, al verlos, crea que están saliendo del interior del apo- sento. Para él, Gabriela es culpable; para el publico no.)

ESCENA 13*

Dichos, Federico.

(Aparece Federico por la segunda puerta izquierda y al distinguirá Gabrie- la y Octavio, después do una exclamación se oculta).

Federico. ¡Ah! (Ocultándose.)

OABHIELA.

ESCENA 14*

FEDERICO (oeuUÓ)f OCTAVIO, GABRIELA.

OaJbriela, No ahora ya no vete!

Octavio, ¿No vas á un baile?

Oábriela, Sí.

Octavio. ¿De máscaras?

Oábriela. Sí.

Octavio. ¿Dónde?

Gabriela. ^No lo sé.

Octavio. Pero podré seguirles, ¿quieres?

Gabriela. Sí.

Octavio (ya cerca del fondo). Llevaré un dominó negro con un la- zo blanco sobre el hombro izquierdo.

Gabriela (saliendo rápidamente por la primera puerta de la deredia, como huyendo. jAdios!

Octavio (ya en la puerta.). ¡Adiós! ,

ESCENA 15*

FEDERICO, bamboleando.

Federico. Horrible ! horrible ! espantoso ! ¡Gabriela. . . . !

(llamando con roneo acento) ¡Si no fuera por mi padre

ESCENA 16*

GABRIELA, FEDERICO.

Gabriela (entrando pálida y trémula), Federico, aquí estoy

¿Por qué me has llamado así? ¡qué acento tan extraño el de tu voz!

Federico, ¿Lo crees? ¡Aprensiones! ¿Nos vamos ya al baile, Gabrie- la mía? ¡Qué pálida estás!

Gabriela.— -lY o ?

B. K.-T.I!.-a

REVISTA NACIONAL.

Federico (aparte y muy mareado). ¡ Ah, Ernesto, nos veremos en tu baile! (AUo,) Ya, vamos. ¡Pero qué pálida estás! (al tomarle el brazo

ve el brazalete'). ¡No, así no te llevo! Quítate ese brazalete, Gabriela

ique era de mi madre!

Gabriela (tratando de qwtarsela joyck). ¡Dios mío! pero ¿por qué, Federico?

Federico (desabrochando el braacUetCf 'paes Crobriela, á causa de su temblor no puede). ¡Porque no quiero! ¡Porque no puedes llevarlo ya! (Le arranca con mal comprimida furia la joya del brazo, y arrojándo- la sobre la mesa, le dice): Ahora sí, vamos ! (Le ofrece su apoyo ^

y salen por el fondo.)

CAE EL TELÓN.

ACTO TERCERO.

8ala en casa de Filomena. Dos pequeñas mesas de tapete verde con cartas, da- dos, juegos de damas, dominó, etc. Una mesa redonda, al otro lado, con co- pas y botellas de vino. Se oye de cuando en cuando la música de un baile, y se ven convidados de ambos sexos que atraviesan por el fondo, con antifa- ces unos, y otros sin ellos.

ESCENA 1*

ERNESTO y cuatro caballeros, va^ndo sus copas, sentados unos y otros de pie.

Ernesto. Difícilmente le veremos aquí. Parecióme esta mañana que se destacaba su semblante sobre el fondo obscuro del cupé que se lo

llevaba, parecióme, digo, un tanto pálido y envejecido ya se vé,

han trascurrido dos años ¡cascaras ! cuando se ha pasado ya

de los cuarenta, la picara vejez bien que dibuja que la pata de ga- llo se pronuncia, se ahonda, se detalla: que el párpado superior se abul- ta, que esa arruga que en la frente nos procuramos cuando jóvenes, á pesar nuestro más tarde se acentúa que la piel del cuello, floja, se

aABBIELA. 86

cabalga sobre el borde luciente y almidonado de nuestra camisa; que

algunos hilos de afiligranada plata se van apareciendo en el bigote

Pues todo eso, todo eso vi en el rostro de nuestro querido amigo Fede- rico, el mejor compañero de armas que tuvimos. Tan raro, tan original,

tan caprichoso, y con tan buen instinto y con tan buen talento ¡Y

con tan buen instinto, y con tan buen talento, casóse! Si yo encontra- ra una rica

Cahallero V ¿Pues no la has encontrado? ¿Y Juanita la de Rojas?

JEmesto. ¡Quiá ! dos millones

Caballero 2"* ¿Y es poco?

Ernesto, Es claro.

Caballero 2*?— ¿Y Elvira?

Ernesto, ^¿La hija del banquero? iToma ! un poco más y eso es

todo No, no, yo necesito algo fabuloso, algo así, como una crea- ción de Alejandro Dumas Una condesa de Montecristo Pero

este Federico pues si se descuida, me cuelo por el zaguán de su casa

y hasta que me tope de narices con él.

ESCENA 2*

DichoSy FILOMENA.

Ernesto, Ah! Filomena

Filomena, Caballeros, buenas noches. ¿Y nuestro prófugo?

Ernesto, Aún no viene ni vendrá ¡Cascaras y cuánto lo

siento!

Filomena, ¡Y yo!

Ernesto, Será que como ya es casado

Filomena, Y qué importa eso, ¿esta casa es acaso una mala casa?

Ernesto, ¡Oh! no tal.

Filomena, ¿Se deshonra quien viene á ella?

Ernesto, Eso no, de ninguna manera; (aparte) pero tampoco se honra.

Filomena, ¿Qué ha murmurado vd. entre dientes?

Ernesto, Nada pienso que, y eso aquí para nosotros, pienso que,

digo, aquí hay un poco de libertad no, no precisamente de liber- tad, de ligereza; eso es de ligereza

Filomena, Como en todas partes...... como en todos los bailes,' aun

86 REVISTA NACIONAL.

en esos que se dan en la corte^ entre la sociedad escogida, ¿se atreverá vd. á negarlo?

Ernesto. A negarlo precisamente, no, porque yo nada niego

porque todo lo creo porque todo es posible, Filomena. Aquí en

esta casa reina la alegría y el contento y, vamos, se goza como en todas

partes, tiene vd. razón, pero el mundo es asi de que señala con el

dedo

Füomena, Eso la fama, la mala fama; la calumnia

Ernesto, ¡Cascaras ! ipues no es nadal el dedo de la calumnia

es un dedo terrible

Filomena, ¡Terrible !

Ernesto, Pues eso es todo: justo ó injusto cuando señala, señala; y lo bueno, para que lo sea, tiene que serlo; y además de serlo, parecer- lo, esto es muy viejo; pues bien, esta casa está señalada.

FüoTnevia, Malamente.

Ernesto, ^Pero está. Y un hombre que se ha metido á serio, que ocupa sitio eminente en el mundo político y social, no digo que se des- dore viniendo á estas reuniones; pero las rehusa, ó mejor dicho las re- huye por conveniencia. ¿Me ha entendido vd. ya, Filomenita?

Filomena, Sí, he creído comprender; creo que le compren- do á vd. Ni que fuera yo tan escasa, vamos! !HolaI comienza un wals.

Ernesto, Y yo tengo con quien bailarlo, con Margarita. Este era el reservado para Federico.

Caballero 1* Y yo lo mismo, tengo compañera.

CoioZ/ero 2?— Y yo

Caballero 3*— Y yo.

Caballero 4" Y yo también.

Filomena, ¡Y todos! Idos, idos á divertir Y yo á mirar có- mo os divertís, señores!

ESCENA 2*

FEDERICO T GABRIELA entran por el lado contrario al qae todos se fueron.

Federico, Aquí esperará vd., en este sitio, señora. Gabriela, ¡Ahí por favor no me dejes sola. Federico, Así es preciso. Gabriela, Está bien.

GABRIELA. 87

ESCENA 3* GABRIELA 80la.

¡Qué es, Dios mío, lo que he hecho! ¡qué ha pasado por mi en unos cuantos momentos! Antes era el dolor de la culpa, ahora es el remor- dimiento de la falta. ¡Yo contaba para defenderme de ese hombre con mi deber, con mi posición, con mi energía! ¡No contaba con mi amor para rendirme! ¡Ah! ¡tía, de mi alma, ni contabas con él! ¿Pero qué lugar es este? ¡Qué entrada tan estrecha, tan lúgubre, tan sombría, la entrada de esta casa! Esa música llega á mis oídos tristísima; y quiere

Federico que yo baile I Y luego aquellas entrecortadas frases que

se escapaban de sus labios El instinto, el instinto del mal, decía,

no será mala la escuela! ¿qué escuela? Vienen; ¿quién vendrá?

(JSe d^a caer en un sillón y se cubre el rostro con las manas á pesar del antifaz)

ESCENA 4*

Federico. Ernesto. Gabriela.

Ihmesto. Pues chico, ya lo ves, ni aquí estamos solos mira.

[Señalando á Oabriela,']

Federico, ^Ah! no hagas caso, esa mujer que ves allí es una joven bella, muy bella, de incomparable belleza; pero es sorda.

Ihiesto, ¿Sorda?

Federico, Como una tapia.

Oabriela [aparte']. ^¿Qué dice?

Ihiesto. ¿Deveras? Pobrecilla! ¿y la conoces?

Federico, Algo sí.

Ernesto, Y ¿á quién aguarda?

jPedenco.— A Filomena.

Ernesto^ De manera que podemos hablar

Federico, De todo Sentémonos.

Ernesto, Sí, llenemos nuestras copas y hablemos, después de dos afios de mutismo. [Se sientany cada uno con su copa,]

jPedmco.— Hablemos.

88 REVISTA NACIONAL.

Ernesto, ¿Conque te casaste?

Federico, me casé; ¿qué querías que hiciese? El que de- veras se enamora y puede casarse, se casa; eso es lo natural, eso es lo lógico Es verdad que vivía yo hastiado de la soledad, del aban- dono, me parecían los días muy largos, las noches interminables.

Ernesto. Entonces, la reflexión, la necesidad

Federico. ^Ah, no! Ojalá! |Ojalá que la reflexión y la necesidad me hubieran obligado á casarme ! ¡Hoy no me consideraría tan desdi- chado!

Ernesto. Desdichado, chico, ¿y por qué? ¿Ya ves? Eso que no me gusta, y me contraría

Federico. ^Lo creo, Ernesto; siempre has tenido buen corazón, y siempre cupo en tu alma el puro y legítimo sentimiento de la amistad.

Ernesto. Y bien ¿por qué eres desdichado?

Federico. Porque me casé adorando á la mujer que en suerte me había tocado para que fuese la compañera de mi vida, y cuando más enamorado estaba de ella, cuando mi idolatría rayaba en frenesí, una noche, al comenzar de una noche; súbita, terrible, implacable, llegó la muerte á su lado, y arrebátemela, Ernesto.

Ernesto. Ah!

Federico.

Ernesto, ¿Conque eres viudo?

Federico. ^Así es.

Ernesto. ^¿Y amabas mucho á tu esposa?

Federico. Sí, mucho!

Ernesto. ¿Y siempre ío mismo?

Federico. Más cada día.

Ernesto. ^¿Deveras, hombre?

Federico. Deveras.

Ernesto. Pero, ¿no te aburriste de ella?

Federico. Nunca, ni un minuto.

Ernesto. Pues mira, chico, ahí una cosa que yo no he podido comprender jamás. Y hasta hoy lo creo porque te conozco y que no engañas. Porque yo, que creo en todo, no he podido, en la vida,

creer que un marido no se cansara de su mujer Bien que viviste

tan poco tiempo á su lado!

Federico. Así hubiera sido un siglo Era tan bella, tan sen- cilla y era, hasta el momento en que murió, tan humilde y

GABRIELA.

bondadosa!.... Pero, oye tú, ¿creerás que desde esta misma tarde he quedado consolado?

Ernesto, Ahí yo te daré un remedio para consolarte, yo encontraré un lenitivo á tus dolores ¿Y qué .es pues ello?

Federico. ¿Qué? Que al lado de mi desgracia he visto levantarse esta tarde una desgracia mayor!

Ernesto. ¿Mayor?

Fedvrico. Mayor, sí, mucho mayor que la mía! Tengo un amigo

intimo, muy intimo no le conoces porque esta amistad la hice

en mis viajes; casado era como yo.

Ernesto. Pues qué, ¿ha muerto?

Federico. No, que eso mejor hubiera sido; digo que era casado, porque ya no lo es.

Ernesto. Ah! comprendo, murió su esposa.

Federico. No, tampoco, que eso mejor también hubiera sido.

Ernesto— -Entonces

jPcdmco.— rSucedió que, lo mismo que me había acontecido, súbita,

traidora, encubierta lo mismo que la muerte.se acercó al lado de

mi esposa para arrebatármela, la deshonra se acercó al lado de la es* posa de mi amigo para llevársela.

Ernesto. Pero ¿la sorprendió?

Federiro. Allí mismo.

Ernesto. ¿Con su amante?

Federico. Con su amante. Era el momento en que salían juntos

de la misma cámara nupcial y el marido, mi amigo, sintió en

aquel momento lo que de seguro experimentó Satanás, cuando en aquel terrible instante cayó arrojado por Dios del cielo á los infier- nos.

Ernesto. Mataría á la infiel esposa, como Ricardito.

Federico. No.

Ernesto. Mataría al amante.

Federico. No, tampoco. Si hubiera tenido un arma en aquel mo- mento, sí, probablemente habría matado á los dos, pero mi amigo iba á un baile Pero mira, mira lo que Dios hace, Ernesto, si mi ami- go hubiera matado á su mujer, ésta sería la hora en que de seguro vi- viría arrepentido desesperado.

Ernesto. ¿Y por qué?

Federico. Porque, le conozco mucho, miraría eternamente delante

40 REVISTA NACIONAL.

de SUS ojos aquel bello fantasma, el ideal de sus sueños, su amor, su encanto, su gloria, su alegría, su embeleso, su Gabriela

Oabriela {levantándose y con voz auplícante, á Federico], Señor, y esa Señora á quien espero

Federico [acercándose á ella y con a^cento dulce pero irónico']. Es- pere Vd. todavía. Todavía tiene Vd. que esperar más.

Ernesto Federico], Si quieres, llamaré á Filomena.

Federico, No, que espere; si al fin nada oye. Y ¿qué habría con- seguido mi amigo con matar á la adúltera esposa?

Gabriela [aparte], No, eso no. ¡Dios mió!

Federico, A la infame que voluntariamente se entregó en brazos de su amante.

Gabriela [aparte], No!

Federico, Cuando pocos momentos antes había jurado á su esposo fidelidad y amor, ¿la mataba para lavar con sangre la mancha de su deshonra? Ay! Aquella sangre, filtrando gota á gota por entre las grie- tas de aquel sepulcro cerrado, volvería, al evaporarse, á llevar en sus

átomos dilatados en la atmósfera, el recuerdo vivo de la deshonra

Todo el mundo seguiría respirando de aquel aire impuro y corrompi- do. ¿La mataba para satisfacer su venganza? ¿Y qué satisfacción es esa de sentir junto con el vacío del amor, la rabia de la impotencia? ¿En cuál sitio, en cuál entraña de aquel cadáver, descompuesto y ho- rrible, iba á buscar su amor para tomarlo por las alas y escondérselo en el pecho? ¿La mataba para castigarla? ¿Y qué castigo es la muerte, cuando es la paz y la dicha? ¿Qué castigo es dormir, cuando si no hu- biera noches, y no existiera el sueño, no habría consuelo ni descanso para la humanidad sobre la tierra? Y si ese sueño temporal y pasajero, tanto acaricia y halaga, ¿qué dulce y qué tranquilo no será, Ernesto amigo, el sueño etemo? Y ¿me preguntarás qué hizo mi amigo?

Ernesto, ¿qué hizo?

Federico, Lo que debía hacer. Llevarla á un sitio donde sin temo- res ni zozobras pudiera dar, en adelante, rienda suelta á sus instintos. Sacarla de aquella casa cuyas paredes sólo debían dar abrigo á la ven- tura y á la felicidad; aquella casa construida para el amor, como el nido de las aves. La llevó á un sitio donde pudiera ver á su amante, sin necesidad de llevar cuenta del tiempo; donde sin preocuparse del pa- sado ni del porvenir, se entregase al deleite y á la satisfacción de sus placeres Eso ¿Con qué objeto? Si ella no lo sabe, ella lo sa-

GABRIELA. 41

brá después Si no te lo imaginas, después, Ernesto, lo sabrás

también. Ernesto, hazme favor de ir en busca de Filomena, porque esta señora se cansa ya de esperar, y á fe que tiene razón.

Ernesto, Voy ¡y qué bella es!

Federico, Mucho, muy bella!

ESCENA 5'

Federico y Gabriela.

Gabriela, Señor, señor; por piedad I que el grito de mi deses- peración penetre en el alma de Vd., que mi llanto ablande su pecho! Sáqueme Vd. de esta casa.

Federico. ¿Y por qué?

Gabriela. No dónde estoy^

Federico. ¿No lo ha escuchado Vd?

Gabriela. Sí, pero no lo puedo creer aún, me resisto á creer eso. Vd., señor, me considera más culpable de lo que soy. Óigame Vd., es- cúcheme Vd le juro á Vd

Federico [indignado']. iSilencio, señora, no jure Vd. nada! Ahora ¿oye Vd? la música armoniosa de un wals; ahora á bailar.... á reir.... á gozar; yo también gozaré. Es lo mismo; la dicha está donde la sen- timos, ¿no es cierto? ¿Qué importa el sitio? Allá, en aquella casa cuyo umbral no volverá á traspasar la casa de Vd., el Paraíso allí tam- bién se gozaba. Aquí, donde va Vd. á vivir en adelante, el pantano.... Aquí también se goza! Tanto goza el pájaro volando en las alturas, y bañando su plumaje en la esplendorosa luz del sol del día, como el gu- sano en el lodo, á la sombra ingrata de la ortiga. Ah! desengáñese Vd., ^to, que tanto la atormenta hoy, mañana será su delicia. Esto es lo mismo que bajar una escalera á oscuras; cogido el primer peldaño, ya cogimos los demás. ¡Silencio, que ya vienen! iSilencio, le digo á Vd.!

ESCENA

Federico. Gabriela. Ernesto. Filomena.

Filomena. Aquí estoy, aquí estoy. Perdone Vd., señorita, si la hice esperar tanto. .

Federico [jpresentándola'], La señorita Lucrecia.

42 REVISTA NACIONAL.

Ghbriela [con indignación], ¿Lucrecia?

Federico [aparte á Gabriela'], Así se llama Vd. La señora Filo- mena. [Presentándola á Gabriela,']

Filomena [con despejo, pero sin mucha desenvoltura], Servidora- de Vd Esta es su casa Me lían dicho que ha tenido Vd. en

días pasados un gran pesar ¡un desengaño! ¿Y qué? No haga Vd.

caso; diviértase Vd.; distráigase Vd. ¡Poco más ó menos, todas hemos tenido penas en este mundo! ¡Valor! Es preciso echárselo todo á las espaldas. ¡Va Vd. á encontrar aquí amigas tan alegres, tan joviales! Ellas le enseñarán á Vd. á reir de las descepciones que da la vida. De eso se compone la vida; ¡pero qué! Una amistad que se pierde, se gana con otra amistad; un amor que se va, se consuela con otro que nunca tarda en llegar; sobre todo si se busca bien. ¡Qué bella es esta señorita! ¿No es verdad, Ernesto? Va á ser esta noche la reina de la fiesta, y ten- dré, para el próximo baile, que echar abajo un tabique, porque estoy segura que se duplicará mi concurrencia. Pero yo me lo estoy hablan- do todo, y no hay que perder los instantes. ¡Ea! ¡A bailar, hermosa y sin rival Lucrecia! Venga Vd. ¡Baile Vd. con ella, Ernesto!

Ernesto. Con mucho gusto, bailaremos este wals, señorita; tenga vd. la bondad de aceptar mi brazo.

Gabriela [retrocediendo], ¿Yo? Señor

Federico [aparte á Gabriela] Vaya Vd.

Ernesto [tomando el brazo á Gabriela y llevándola casi arrastrada],

Cascaras y ¡qué hermosa! ¡Lástima grande que sea sorda! [Ap..

á FedericOy al pasar á su lado,]

ESCENA ?•

Federico, después Anselmo.

Federico [viéndola alearse]. ¡Lástima que se halla ensordecido su alma á la voz del deber, que es la verdad! [mirándola aún], ángel caído Encontrarás tu redención, pero después que escapes del nau- fragio de tus lágrimas! [Toca un timbre y aparece Anselmo.] Ansel- mo, ve á casa y dispon mi maleta como en otros tiempos. Saldremos mañana temprano.

Anselmo, ¿Nos vamos, señor?

GABRIEI^. 48

Federico, A Europa, Anselmo, á viajar, á viajar (hasta morir); lo muy preciso, lo más necesario. Toma esta llave, saca de mis gavetas todo el dinero que allí encuentres en billetes del Banco de Londres.

Anselmo. Así lo haré, seflor, descuide Vd. [FcweJ.

ESCENA

Federico, después Filomena y los Convidados

Federico, Pero ¿qué rumor es ese? Desde aquí se nota en el

salón extrafío movimiento Ahí ahí viene Filomena.

Filomena [enerando].— Nada, no es nada, fué un vahido, pero ya pasó. Pobrecilla! De veras que es un ángel. Se conoce que ha frecuen- tado poco la sociedad esa sefiorita. ¿De dónde la ha sacado Vd., Fede- rico? Dígame Vd., dígamelo Vd. porque estoy que muero de curiosi- dad. Y además, además me interesa mucho esa nifia; ha llamado mu- cho la atención de todo el mundo.

Convide^ 1", entrando [al Convidado 2"]. Dicen que es huérfa- na, que es una huérfana desvalida y desventurada que han traído á Filomena.

Convidado V* Interesante criatura! Y á no me miró con malos ojosl al través de su careta

Convidado 1" Presuntuoso

Convidado 2" C!onquistaré primero á Filomena, y luego Fe- derico, ¿Vd. la conoce?

Federico, ¿A quién? [Filomena se separa del grupo y mira Jutcia el salón'].

Convidado 1" A Lúcrela.

Federico, así de paso.

Convidado 2" Pero no se fijo Vd. en sus ojos. ¡Qué ojos!

Federico [aparte'] Importuno! No, no me fijé.

Convidado 2" Es lástima; pues fíjese Vd.

Filomena [volviendo al grupo]. Allí viene viene hacia acá

acompafiaéia de Ernesto está mejor. *

Convidado 2" ^Viene, pues aquí hablaremos con ella. Tiene una voz

44 REVISTA NACIONAL.

Federico Filomena], Yo no, yo no quiero verla. Tengo mis ra- zones. Si pregunta por mí, dígale vd. jqueme he marchado á la calle... [ Vase por la puerta lateral derecha'].

Filomena. Bien .

ESCENA 9* Ernesto. Gabriela.-Filomena. Convidado 1", Convidado 2? y otros.

Oairiela. Ah! También aquí hay gente, señor, lléveme vd. donde pueda estar*sola quiero estar sola

Convidado 2? Me alegro de ver á Vd. restablecida.

Qabrida Gracias.

Convidado 1? No fué nada; pero si algo se le ofrece á vd

Gabriela. Gracias.

Convidado 3^ La felicito á Vd., Lucrecia.

Gabriela. Gracias, Ernesto'] Lléveme Vd. á otra parte.

Ernesto. Un instante ya la llevaré á Vd.

Filomena. ¿Se siente Vd. bien?

Gabriela. Bien, muy bien; ¿me haría Vd. el favor de llamar á Fe- derico?

Filomena. ¿Federico? Échele Vd. un galgo.

Gabriela. ¿Pues no está aquí?

Filomena. No, se ha marchado.

Gabriela. Es imposible! Eso no puede serl Caballero, Ernesto] búsqueme Vd. á Federico.

Ernesto. Sí, señora ^ Señores, Lucrecia desea hablar á Federico,

¿tienen la bondad de buscarle por el salón? Será un servicio que Lu- crecia ha de agradecerles.

Todos. con mucho gusto.

Ernesto. Ya vd. lo ve. Sabía yo que este era el modo más fácil de que volaran.

Gabriela. ^Ah! Gracias, muchas gracias.

Ernesto [aparte á 'Filomena j con gravedad]. ^Todos se hin ido. Es- ta señora, Filomena, desea estar sola, enteramente sola. Cuide Vd. de que esos impertinentes no vuelvan.

GABRIELA. 46

FiloTnena, Eso es muy difícil; creo que es casi imposible el conte- nerles. Y luego como esa niña, gazmoña y consentida, se anda hacien- do la interesante, menos.

Ernesto, Calle Vd., y hable con más respeto de esa señorita. Vd. no ve más allá de sus narices. No ha comprendido Vd., porque no es

posible que lo comprenda, que esa mujer es una desdichada ¿Qué

misterio se encierra en el fondo de esa alma? No lo sé, pero Federico debe saberlo. ¿Dónde está Federico?

Filomena, Se ha ido.

Ernesto, ¿Se ha ido?

Filomena, ^Sí

Ernesto, Mentira Está Vd. mintiendo. ¿Dónde está Federico?

Filomena [señalando el aposento"], Allí, por allí salió, pero le re- pito á yd. que se ha marchado.

Ernesto, Bien, yo le buscaré. Deje vd. sola á esa señora que

aquí no venga nadie

Filomena [retirándose']. Bien si así lo quiere Vd

Ernesto, ^Así lo ordeno

Filomena [haciendo un gesto de desdén] Entonces [Fflwc]

Ernesto, ^¿Para qné la han traído? ¿Para qué? [Luego se acerca á

Gabriela y le dice] Y bien ya está Vd. sola. Aquí aguarda Vd. á

que le traiga noticias de Federico.

Gabriela, Ah! el alma de Vd. es la única alma buena que hay aquí.

Ernesto, No, eso no es cierto, no se tienen la culpa esas otras al- mas, señora, de no haber conocido el alma de Vd. Todos tenemos piel; pero no para todos es igual la quemadura.

ESCENA lOr

Gabriela sola.

¿Se habrá marchado? ¿Me habrá dejado sola? Y si así lo ha hecho, ¿qué merezco yo? ¿No me preguntó mil veces si yo le amaba? ¿Por qué cobarde el corazón, por qué más cobarde aún el labio no le dijo que no? ¿Por qué mis ojos, siquiera mis ojos, no le hablaron á los ojos de su alma? ¡De su alma noble y generosa! ¿Por qué él, porqué Octavio no accedió á mis súplicas y á mis ruegos? ¿Por qué ese hombre compren-

48 REVISTA NACIONAL.

Octavio. ^Me amas, como te amo yol Gabriela

(jhbrieUb. ^Ahl si, para desdicha mía. Pero yo no debí decirte nunca esto que te estoy diciendo; debí ahogar mis sentimientos en el fondo de mi pecho y, hasta en último caso denunciarte á mi marido.

Octavio, Sí, pero una vez que no lo hiciste así; dado ya el primer paso, Gabriela, retroceder es imposible!

Gabriela, Imposible, no; te equivocas

Octavio, ^¿Tú lo crees? ¿y qué has de hacer? Arranca del corazón de tu marido la serpiente que en él vive enroscada Mi amor, Ga- briela, mi amor será tu único refugio Espera, voy á ver si todos

los convidados están en la mesa, si no hay nadie en la galería, y vuel- vo por tí. [Voiepor él fondo hacia él lado izquierdo,']

ESCENA 12'

Gabriela, después Federico [con dominó negro y lazo blanco^ por la

puerta del fondo ^ del lado derecho,"]

Gabriela, ¡Qué silencio! ¿Y qué voy á hacer? pero sí; no

es posible retroceder. Federico me deja, me deja, me abandona! Oh! ¡qué horrible vacilación ! ^Aparece Federico,] Ya vamos, Oc- tavio. ¡Ah! iFederico! [^Reconociendo á Federico que se arranca el an- tifaz]

Octavio [ique entra disparando su pistola sobre Federico f pero sin que logre herirlo. iFederico!

Federico [arrojándose sobre Octavio^ y arrancándole la pistola á vi- va fíierza].

Octavio [después de la IvLcha, parándose valerosamente frente á su riva^ ^Tire Vd

Gabriela [interponiéndose entre ambos] No!

Federico [bajando el brazo, y con acento de profundo desprecio] ¿No? Es verdad; Octavio] porque si le matara á Vd., ¿quién cui- daría de esa señora? [Arrojando á Gabriela en brazos de Octavio^

Gabriela [separándose de Octavio y yendo á apoyarse en el respaldo de un sillón. Ah!

LA MANCHA DE LADY MACBETH.

ESCENA 13'

Filomena y todos, acudiendo al sonido del disparo,

¿Qué pasa? ¿Qué pasa?

Federico [con acento smnhrio']. Nada ! No es nada, señores

jugábamos los tres una partida y se me ha disparado la pistola,! cuan- do acababa de perderlo todo!

[Federico se marcha hacia el fondo, para salir á la calle,"]

[Ghhriela desde que se apoya en el respaldo del sillón apenan puede tenerse en pié, y al decir Federico: "cuando acababa de perderlo todo,^^ cae al suelo sin sentido. Octavio se adelanta á socorrerla, y todos la ro- dean],

FIN DEL DRAMA.

LA MANCHA DE LADY MACBETH.

III

Un año después de escritas las anteriores cartas Paz no tenía ya pa- dre y Enriqueta tenia un hijo. Allá quedó el padre de Paz, en el ce- menterio de San Juan de Morelia! Sus últimos días fueron muy amar- gos. Los acreedores lo asediaron, y como había descuidado sus negocios por falta de fuerza ó de estímulo, ó de vida, le fué preciso presentarse en quiebra. Murió el pobre creyendo que aún dejaba, después de pa- gar todos sus créditos, dos casitas bien saneadas con cuya renta podían yivir modestamente sus dos hijos. Pero el remate de sus bienes fué desastroso y todo hubo de perderse. Paz quedó en la calle; Pedro tenía apenas once años diez menos que su hermana y sus únicos parientes eran un tío que estaba de cura en Tequisquiapan y dos primos tan desTalidos como ellos. Por fortuna, Paz era animosa y no se aco- bardó. Cosía y bordaba lindamente; sabía tocar el piano, hablar fran-

R. N.-T.n.— 4

60 REVISTA NACIONAL.

cés, algo de inglés, y desde luego creyó fácil ganar la vida á fuerza de trabajo. Su único deseo era educar á Pedro: sentíase madre; sentía como si en ella reviviese aquella que se había ido para no volver y á la que amaba con todas las fuerzas de su alma. ¿Qué es pensaba sacrificarme por mi hermano? Es darle gusto á mi mamá, es hacer lo que ella hubiera hecho; es ser mamá y papá al mismo tiempo! Y no desconfiaba de la suerte porque á sus años y con su bondad, no se des- confia de la justicia, no se desconfía de Dios.

Enriqueta fué la que se opuso, con muy buen juicio, á que su amiga diera lecciones. Había venido Paz á México para vender los muebles que le quedaban y para instalarse definitivamente en esta ciudad. Co- mo era natural, Enriqueta la hospedó en su casa. Enfermó á poco y por cierto que Paz fué una bendición del cielo para ella, porque la cu- raba, cuidaba al recién nacido, corría con todos los trabajos de la casa, hacía, en suma, lo que habría hecho la madre de su amiga, si hubiera vivido. Por eso, por cariño y por algo de egoísmo, se opusieron los dos esposos á que Paz se marchara á vivir sola en la vivienda de alguna casa de vecindad.

Mira le decía Enriqueta eres muy hábil y muy talentosa, como te decíamos en el colegio; puedes dar lecciones de todo lo que quieras y cobrarlas á peso de oro; pero eres muy muchacha y te expo- nes á que hablen mal de tí, y aun á otros peligros. Yo, que soy casada, tengo más mundo que y te prohibo que hagas eso. Nosotras nos hemos tratado siempre como hermanas; lo mío es tuyo, ¿qué necesi- dad tienes de trabajar para vivir? Con los mil pesos que te produjo la venta de esos famosos cuadros, que te costaron, al venderlos, tantas lágrimas, tienes para los gastos de tu hermano y para los pequeños gas- tos tuyos, por algunos meses. Y después, Dios dirá. Puede ser que te ganen el pleito con la casa de Arreztieta, y ya entonces tendrás un pa- sar bastante bueno. Luis conoce á un joven abogado, muy inteligente, muy simpático y muy bueno, que se hará cargo del negocio sin cobrar- te nada. Además, mi señora, ¿quién nos dice que no se casará vd., y muy bien, en un abrir y cerrar de ojos? Y sobre todo ¿para qué nece- sitas ganar dinero si lo tengo yo? Te adelantaré todas las cantida- des que quieras y cuando ganes el pleito me las pagas. Nada: á Pedro,

al colegio de interno si te parece, para que estudie más aprisa y

los malos amigos no lo pierdan, y tú, con nosotros. Ya ves que Lilis te quiere mucho. Si tío fueras mi hermana hasta me encelaríal Todo

LA MANCHA DE LADY MACBETH. 51

se le vuelve hablar de lo hacendosa que eres, y de lo bien que aten- diste la casa mientras estuve en cama, y se encanta cuando te oye tocar

el piano, y quiere que lo enseñes á pintar acuarelas y Paz por aquí,

y Paz por allá y Paz por todas partes. Nos haces un favor posi- tivo con quedarte. Y sobre todo, esto no está á discusión: ¡que no te dejo.y que no te dejo! ¡Yo mando! ¡Bonita me pondría papá si consin- tiera en que te fueras á la calle! Pero, ¿estás loca, mujer? ¡Tú, con esa cara y con ese cuerpo, sola en una periquera de casa de vecindad, y corriendo de casa en casa con tus libros debajo del brazo, como una

protestante ! Ni por pienso! Cuando Pedro sea ya un hombre,

será distinto el caso y podrás irte á vivir con él. Pero, cuando Pedro sea ya un hombre, tendrás dos ó tres hombrecitos tuyos, como el mío. Por ahora, yo hago contigo veces de mamá. Te dispondremos tu habitación aparte, para que no te mortifiques. Las piezas que dan para el segundo patio están para ti que ni mandadas hacer. Hoy mismo me

ocupo en arreglártelas ! ¡chist! Punto en boca, no me digas nada!

Lo dicho, dicho!

Por su parte, Luis insistía mucho, ahincada y cariñosamente, en que Paz se quedara con ellos, tanto por natural y legítimo afecto á la des- valida huérfana, cuanto por interés propio, puesto que la presencia de aquella nueva persona en la familia, á más de serle grata, lo dejaba en mayor libertad que antes para salir y pasear, seguro de que Enriqueta quedaba acompañada. Fué indispensable, pues, que se plegara Paz á las amables exigencias de sus amigos, y que, en espera de mejores días, mientras el pleito se ganaba ó Dios acudía á salvarla de su pre- caria situación con inesperado socorro, se resignara á vivir como al arrimo de Enriqueti, si bien retribuyéndola con logro, en solicitud y cuidados, su hospedaje afectuoso. Por lo pronto no quiso ella consen- tir en que su hermano entrara de interno á algún colegio. Ya ve- rían Más tarde! Le servía tan de consuelo verlo á su lado. . . .

hablar con él de sus llorados padres...! Que pasara todo el día en el co- legio Eso estaba en razón y era debido. Mas que la noche los

juntara para revivir, conversando, días pasados, para unir sus cabezas junto á la blanca veladora y mirar el retrato bien amado!

La habitación de Paz, su nido, como Enriqueta lo llamaba, quedó en verdad muy linda. Una salita, que era un juguete, con tres espejos que ca- si cubrían todas las paredes, por ser éstas muy* chicas; un piano de no- gal que estaba antes en el comedor de Enriqueta y que habían sustituido

62 REVISTA NACIONAL.

r,

I

meses atrás, con otro mejor: frente al balcón que daba para el segundo patio, angosta columna sustentando un biselado porta-ramos de cristal; en los ángulos dos jarrones de porcelana; seis sillas, cuatro pequeños sillones, un sofá, buena alfombra de tripe, y en el balcón y en las dos puertas elegantes colgaduras, del mismo color del ajuar, de rojo oscu- ro. Cuando los domingos colocaba Paz ñores sueltas en el porta-ramos y en las jarras, daba gusto entrar á aquella salita, no rica, pero simpá- tica y coqueta. Seguía luego el cuarto de Pedro, sin más muebles que un catre de tijera, un ropero algo usado, una mesa de escribir, un buró, dos sillones forrados de cretona y un aguamanil de latón pintado de blanco y salpicado de ñorecitas azules. En seguida estaba la recámara de Paz, semejante en lo cerrada y llena de chucherías, á una cajita de dulces comprada el día de año nuevo. Tenía también balcón para el segundo patio, y estaba frontera á la sala en que Luis había puesto su billar. Primorosa era la cama de madera fina, angosta, baja y con sus colchas y su pabellón albeando siempre; y muy elegantes y coquetos los silloncitos, el enano canapé, el reclinatorio, la lámpara azul que pen- día del techo, el tocador, de igual manera que la cama, y en cuya pa- langana sólo cabían manos de hada como las manos de Paz; el estante giratorio, lleno de libros, siempre muy bien cuidados y con pastas bo- nitas; la mesa de escribir, que casi se cubría con un pliego de carta, con el tintero de cristal y con la pluma de oro; los dos grabados, que representaban, uno al rubio y risueño querubín que llama á la vidriera de una ventana gótica, para dejar en la cuna al niño que trae del cielo; y otro al ángel de cabello negro, que entra de noche á la alcoba, y se lleva en brazos, para que ya no sufra, para que vea á Dios, á la blanca y enferma criatura. Junto al lecho, había un pequeño Cristo de relieve, en alabastro; y abajo de la imagen una breve taza de agua bendita. ¿Có- mo pudo caber tanto en tan reducido espacio? ¡Cosas y artes de mujer! Seguía aún á esta pieza otro cuartucho que Paz destinó para come- dor. El ajuar era misérrimo; una mesa de madera corriente, cuatro si- llas desvencijadas, un viejo aparador, y en el aparador poquísimos trastos. Enriqueta se habla opuesto á que Paz tuviera comedor en su departamento, para obligarla así á que comiera con ella, á que no se aislara, á que hiciese verdaderamente vida de familia. Pero Paz, acce- diendo á estos justos y cariñosos deseos, quiso sin embargo, arreglar mal que mal alguna pieza en la que pudiera almorzar y comer con su hermano cuando por cualesquiera circunstandas, por enfermedad, por

LA MANCHA DE LADY MAOBETH. 68

tristeza) por despego de la sociedad, ó por falta de traje conveniente, no quisiera sentarse á la mesa de su amiga.

Esa pieza decía Enriqueta verás como la arreglas. Lo que es yo no te he de ayudar, y mientras más fea quede, mejor para mí.

Era visible el cariño con que trataban á los dos hermanos en aque- lla casa. Ellos se lo merecían; mas por raras y también por merecidas, eran de agradecerse tales muestras de afecto. Pedro pasaba el día entero en el colegio. Pasado un aflo, cuando él tuviera doce, entraría á la Preparatoria. Esto ufanaba mucho á Paz, y más que todo, porque no habiendo internado en esa escuela verían Enriqueta y Luis que le era imposible darles gusto, atendiendo á su consejo.

Habitualmente, Paz se desayunaba con su hermano, pretextando que necesitaba levantarse á buena hora para mandar á Pedro á su co- legio, y que le hacía dafío retardar el desayuno. La verdad es que huía, en cuantas ocasiones le era fácil,' de hacer vida íntima con los dos es- posos. Ayudaba á Enriqueta en cuanto podía, ya peinándola en el to- cador, porque era una maestra en ese arte; ya quedándose á cuidar á la criatura cuando la mamá iba de compras ó á visitas. La acompañaba á misa algunas veces; pero su empeño era esquivar las ocasiones de interrumpir á marido y mujer en sus pláticas, de estorbarles, de proce- der con excesiva confíanza, de presentarse con Enriqueta en público. Por fortuna su reciente luto y su incurable y justísima tristeza, eran buenos pretextos para prolongar ese retiro. Vivía como con miedo, co- mo encogida, como temiendo siempre que le cobrara alguien quién

sabe qué. Le daban mucho cariño, pero la frase misma lo dice:

se lo daban.

Por mucho que sea el afecto que en ella encontremos, es muy triste vivir en casa extraña. A cada instante se pregunta uno: ¿estorbaré...?

acaso ahora no; pero ¿y mañana? Y como querse hace uno pe-

queñito para que no lo vean, para no hacer ruido y para que lo dejen arrebujado en su rincón. Se sienten vagos deseos de decir á cada paso y en voz baja, con tpno suplicante: Muchas gracias, muchas gracias; ¡todo está muy bueno, todos ustedes son muy buenos! Si cometo una falta, ¡perdonadla, no será por mi culpa! Díganme lo que he de hacer para pagar todo esto. Y si estorbo, si mortifíco habladme con fran- queza!

Disfrutamos del cariño que benévolamente nos otorgan, como se disfruta de un objeto prestado, con miedo de romperlo. Y se está con-

REVISTA NACIONAL.

tinuamente con sobresalto, con zozobra, con susto; pensando si desa- gradará tal ó cual acción nuestra. Antes se decía del amigo: ¡me quie- re mucho! Después, cuando nos favorece, decimos: ¡m^ trata muy bien! ¡Qué diferencia!

Y esta misma humillación que nosotros mismos nos imponemos; este vago temor que nos obliga á andar quedo y encorvados, como hu- yendo de un acreedor desconocido, contribuye á rebajar en los otros el concepto de nuestra propia dignidad. El favorecido es el que con- vence al protector de que le está haciendo gran merced. Piimerocreia el protector que daba; después el mismo agraciado lo convence de que ha prestado, y de que si no cobra es porque no quiere, porque es bue- no. El favor que antes se hacia con gusto al amigo, se hace después y con mayor solicitud acaso, pero tristemente, como pensando: ¿será una orden ? ¿Me tratará como á su criado ?

En la mujer es más penosa y dura esta condición. El hombre se va á la calle, olvida un poco, se cree libre mientras está fuera de la casa. Además, el hombre siempre cree que va á pagar, que va á obtener un buen empleo, que pronto va salir de su aflictivo estado. En la mujer el roce con los otros, con sus protectores, con la servidumbre, con las amigas desdeñosas, es constante. Ella á cada momento tiene que ser- vir, y poco á poco se convierte en criada. La quieren mucho, ¡pero es tan útil y es tan buena! Si no te molesta, anda á ver si el niño está dormido. Tú, que bordas tan primorosamente hazme un cojincito pa- ra Adela. ¡Anda, péiname! ¡qué informal es esta peinadora, hoy no ha venido! Voy al cajón, ¿tú no querrás venir, verdad? ¡Jesús, qué monja! Cuida entretanto á Carlos, y da tus vueltas por el cuarto de costura.

Todas estas son gotas de tristeza que van cayendo en el corazón has- ta que lo llenan. «Y si ni la hermana, ni la cuñada, puestas por el des- tino en semejante condición, se libran de sufrir esas ligeras, mas con- tinuas humillaciones, ¿cómo había la amiga pobre de librarse?

Por eso Paz, con ser tan humilde y resignada como era, no encon- traba contento sino allá en su piecesita azul y blanca, sola, esperando á Pedro, que salía en las noches, y haciendo creer á los demás que ya estaba dormida.

[Omtinuará.]

M. Gutiérrez Nájzrá.

MIS VIAJES. 56

MIS TIAJES.

sXtiba.

No, no quiero escribir; en vano piensas Que de mis viajes la variada historia Hará sudar las españolas prensas.

Aunque desprecio la mundana gloria, No puedo permitir que una mentira Empañe, vivo ó muerto, mi memoria;

Y á decir la verdad en balde aspira Quien describir emprende ajena tierra, Ya en prosa, ya á los ecos de la lira.

Cuál escritor por ignorancia yerra De usos que no comprende, ó del idioma; Cuál, á sabiendas, al error se aferra.

Miente el ético Inglés que inverna en Roma; Miente el Embajador que habla de España,

Y el mercadante que en París se asoma.

Miente el enfermo que en Vichy se baña,

Y aun el tahúr que en Báden-Báden juega. A sus lectores, cuando escribe, engaña.

Ni al Canadés que vuelve de Noruega Debes crédito dar, ni al peregrino Que de Jerusalén devoto llega.

No qué tíene el polvo del camino. Que embriaga y emponzoña; pero mueve A ocultar la verdad, no como el vino. .

Y entre la tempestad que espesa llueve De fantásticos libros de aventuras, ¿Quién la verdad á pregonar se atreve?

68 REVISTA NACIONAL.

V

Pero no basta al héroe ni la armada, Ni el oro ni el poder, que la fortuna Le colocó debajo la almohada.

La gloria de escritor quiere, ó ninguna, Sin ella le parece despreciable Hasta un trono en los cuernos de la luna.

¿Pero cómo escribir? Muy mal el sable. Peor la pluma el mandarín maneja. Ni puede distinguir remo de cable.

Contar no sabe ni pueril conseja, No conoce la o por lo redondo. Duro es su corazón, dura su oreja.

¿Mas quién le ha de pedir obras de fondo? De sandeces le basta á un personaje Un tomo dar á luz, mondo y lirondo.

Al derredor del mundo emprenda un viaje, Llevando un saco de oro bien provisto,

Y diez plumas de ganso en su equipaje.

Narre lo que haya visto ó no haya visto,

Y las propias ó ajenas impresiones Ponga en papel un secretario listo.

Imprímalas con cien ütisiraciones En Barcelona ó en París; y fama Adquirirá el autor y patacones.

Tal es el plan que á mi almirante trama Astuto el Ministerio de Marina, A quien tal hombre entre su geyte infama.

Hacia París el Capitán camina, Cual fardo, que no sabe dónde empieza Su ciega expedición, ni termina.

Sólo ha oído que en Londres hay cerveza; En Viena y en París mil cortesanas; En Roma y en Madrid gente que reza.

MIS VIAJES. SB'

De aventuras galantes tiene ganas; Pero su rostro amoratado y feo Hace salir sus esperanzas vanas.

Vaya á los BtUevareSf ó al Museo Del Louvre, ó cruce la Avenida Noche, O deténgase frente al Elüéo;

En templos, en hoteles, á pié, en coche, No hay dama que no clave en él los ojos. Desde la Reina, á la hija de la noche.

Su rostro de leproso, asco y enojos Causa á cuantas le ven: ¡y él se imagina Que de correrle en pos tienen antojos!

Y escribe á su editor: "Mi faz divina A las beldades, como imán, atrae. Me enamoró en Madrid Dofia Cristina;

"Dofia Isabel aquí en mis redes cae;

Y á veinte cantatrices en Italia

La barquilla de amor á mis pies trae.

**Dos jamonas me buscan en Westfalia; Y, antes de separarse de Milano, Me solicita la gentil Natalia.

"Una sultana codició mi mano Allá en Constantinopla; y en Calcuta La esposa de un Marajah soberano.

"De Montecristo en la encantada gruta. Trató de conquistarme nueva Haidea,

Y en la isla de Ceylán, indiana astuta. . . .''

Mas cansándote voy. ¿Habrá quien crea Que en cada hembra que topa el majadero Mira una enamorada Dulcinea?

Abre, si te sospechas que exajero, El bien impreso libro; y sus sandeces Lee, si tienes valor, de cuero á cuero.

«2 REVISTA NACIONAL.

Yo por modelo á mi marino escojo, Ya en la veracidad, ya en quijotismo. Ea, voy á empezar: la pluma mojo.

Viajes, . . (No, que es vulgar) El Cristianismo En frente i LOS satánicos altares Que levantara el ciego gentilismo.

(¡Qué titulo tan propio!) / Vastos mares! Propicios acoged en vuestro seno Al nuevo Ulises de mis patrios lares.

Desde el mar de Cortés^ hasta el Tirreno, A recorrer me apresto vuestra anchura, Y á desafiar vuestro furor sereno

Ya de París he visto la hermosura; ¿ Oreéis acaso que ventaja lleva A mi pueblo natal en galanuraf

Su cúpula San Pedvo [ved la pi*ueba^ Menor que su dorado campanario La Catedral de Puebla al aire eleva.

En la nariz sentéme solitario De la estatua que á Carlos Borromeo Se erigió colosal en el Calvario.

Mármol y pobres azulejos veo ^Que en México se ponen en cocinas^ Y aquí se juzgan dignos de un museo.

i Oh de las siete indámitas colinas Gentil Señora! Quién tu faz entera Cambiara hace veinte años no adivinas.

¿Juzgas que tu Concilio definiera La infalibilidad.^ No: un estudiante Que ya era de la Iglesia alta lumbrera.

MIS VIAJES.

Fui yo; con un discurso rimbombante [§ue el profesor dictar a\. Yo el Imperio Acensué á Bismarckf aun no triunfante.

Por á penosa fuga, el cautiverio Prefirió Pío Nono. ... Ya no rías: Antes de terminar, hablaré en serio.

Estas, y otras cien mil majaderías, He oído proferir literalmente A viajeros de varias jerarquías.

Temo dejar llevarme del torrente, Y hoy que mis viajes escribir medito, Desfallecer el corazón se siente.

Lo haré, pues complacerte necesito; Pero aunque de verdad protestas leas. En cuanto sobre viajes haya escrito Ni una palabra, ni una tilde creas.

Ipandro Acaico.

Por haberse ausentado de la capital el Sr. D. Manuel Puga y Acal, queda encargado de la Secretaria de la Dirección de esta Revista el Sr. D. Luis González Obregón.

AfiVISTA NACIONAL.

ItlBLIOGBAFIA.

Rene d'Empire por Paul Gaulot. 1.*' vol. París. Ollendorff. El interesante libro de M. Gaulot tiene este segundo titulo: La Verdad sobre la expedición de México. No se trata de un trabajo puramente personal; el autor más bien se ocupa en coordinar documentos recogi- dos por el antiguo pagador general del Cuerpo Expedicionario, M. E. Louet, que no pudo llevar á cabo su empresa de escribir una historia lo más exacta y completa que pudiera de la expedición francesa en México, asi como la del mal aconsejado y desdichado príncipe que fué la víctima más notable en esta gran tragedia. Para ello había reco- gido numerosas noticias en Bruselas, en Miramar, en Viena y en Tries- te. En Madrid había obtenido que Bazaine le cediese los documentos preciosos que poseía sobre el particular, como cartas confidenciales de Napoleón III, de Maximiliano, del Mariscal Raudon, etc.; así como mu- chos expedientes, notas é instrucciones referentes al mismo asunto. Con estas piezas M. Gaulot ha redactado su libro, que nos proponemos estudiar más tarde, y que empieza en Octubre de 1861 para terminar en Abril de 64.

Notes et souvenirs por Ludovic Halevy. Para aquellos de nuestros lectores aficionados á la literatura francesa, cuya preponderancia en los países de lengua española no declinará en mucho tiempo todavía, es familiar el nombre del autor de la obra que recomendamos. Halevy es un académico reconocido maestro en el manejo del idioma francés, que en manos de los modernistas de su talla ha llegado á adquirir una gracia y flexibilidad prodigiosa: para encanto de las personas virtuo- sas ha escrito el delicioso libro intitulado: El Abate Constantino; ^isra. los amantes de la observación fina, penetrante y maliciosa de las cos- tumbres contemporáneas, ha escrito Iais Niñ<is Cardinal y Princesa; los refinados á quienes gusta ver brotar la emoción dramática de una acción elegante y sonriente, recuerdan á FroufroUy la comedia que Juana Hading nos declamó admirablemente hace poco tiempo. ¿Y la Gran Duquesa? ¿y la Bella Elena? Oh! En fin, en Notes et souvenirs, sentimos vivir, en un estilo sin pretensiones, una serie de tipos y de episodios magístralmente dibujados á vuela pluma, de los tiempos agi- tados que siguieron á la toma de París por los franceses en 1871.

V

EL ventrílocuo.

UN VENTKILOCUO.

(TRADICIÓN.)

El General D. Antonio Valero, natural de México, y jefe de Estada Mayor de la división que, en 1825, sitiaba el Callao defendido por el Brigadier realista D. Ramón Rodil, valia por su inteligencia, denuedo, actividad y previsión, casi tanto como un ejército.

Pertenecía á esa brillante pléyade de generales jóvenes que realiza- ron, en la guerra de independencia, hazañas dignas de ser cantadas por Píndaro y Homero. Valero, casi adolescente, militó en España y fné uno de los defensores de Zaragoza. Más tarde en México, su patríai, Colombia y el Perú combatió en favor de la independencia americana»

En la época en que lo presentamos, Valero acababa de cumplir trein- ta y tres años, y era el más perfecto tipo del galán caballeresco. Sus compañeros del ejército de Colombia, siguiendo el ejemplo de BolÍTar, eran prosaicos y libertinos en asunto de amorios. Valero, como Sucre, era un soldado espiritual, de fínfsimos modales, culto de palabras, res- petuoso con la mujer. Él entraba en el cuartel; pero el cuartel no en* tro en él.

En un salón, Valero eclipsaba á todos sus compañeros de campa* mentó, por la elegancia y aseo de su uniforme, gallardía de su persona y exquisita amabilidad de su trato. En el campo de batalla, era Vale- ro, como todos los bravos de la patria vieja, un león desencadenado» No hacia más; pero no hacia menos que cualquiera de sus camaradas»

Valero había sido favorecido por la naturaleza con una cualidad, ra- rísima hoy mismo, y que á principios del siglo se consideraba como sobrenatural, maravillosa, diabólica; cualidad de cuya existencia sólo la gente muy ilustrada, en el Perú, tenía noticia más ó menos Yaga.

El General Valero era ventrílocuo.

Son infínitas las anécdotas de ventrilocuismo que sobre él cuenta la tradición, y la fácil pluma del General colombiano Luis Capella Tole- do ha escrito una historia de amor, en que Valero hizo noble uso de esa habilidad ó disposición orgánica, para obligar á una joven á que no se apartase del camino del deber.

A un militar de los tiempos que fueron referir que en un banque-

B. K.-T.I!.-5

AEVISTA NACIONAL.

se propuso Valero mortificar al General Santa-Cruz, pues al trinchar un camarón, éste le dijo, con voz lastimera:

¡Por amor de Dios, mi General, no me coma usted, que soy pa- dre de familia y tengo á quien hacer falta!

Sorprendido Santa-Cruz dejó el trinche, maravillado de oir hablar •á un camarón.

Puede asegurarse qué, hasta entonces, no tenia Santar-Cruz la menor idea del fenómeno.

Gracias á esta individual y extraña cualidad, salvó el General Vale- co de ser fusilado por Rodil. Refiramos el lance.

El castellano del Real Felipe tuvo 4viso de que oficiales patriotas, aprovechando la tiniebla nocturna, se aventuraban á penetrar en el Ca- Uao, sin duda para concertarse con algunos descontentos y conspiía- 4ovea. Rodil aumentó patrullas de ronda y, efectivamente, consiguió apresar, ea diversas noches, un oficial y dos soldados. De más está •alladir que los envió á pudrir tierra.

Era una madrugada, y el General Valero, emprendiendo el regreso á ■sa campamento de Bellavista, ^ después de haber pasado un par de ho- nras ea conferencia con uno de los jefes del castillejo de San Rafael, iba Á penetrar en una callejuelii cuando sintió, por el extremo de ella, el acompasado paso de una patrulla.

El audaz patriota estaba irremisiblemente perdido si seguía avan- zando, y retroceder le era también imposible. Entonces, ocultando el «uerpo tras el umbral de una puerta, apeló á su facultad de ventrílocuo.

Cada soldado oyó sobre su cabeza, y como si saliera del cafión de -su fusil, este grito:

¡Viva la patria! ¡Mueran los godos!

Los de la ronda, que eran ocho hombres, arrojaron al suelo esos fu- rsUes á los que se les había metido el demonio, fusiles insurgentes que babian tenido la audacia de gritar palabras subversivas, y echaron á correr poseídos de terror.

Media hora después el General Valero llegaba á su campamento rien- do aún de la aventura, á la vez que dando gracias á Dios por haberlo ibecho ventrílocuo.

Lima.

Ricardo Palma.

1 BeUayista se lialla á un coarto de legua del Callao.

UN pontífice máximo. «7

UN pontífice máximo.

(GREGORIO vil.)

[Continúa,']

Al sentarse en la Sede apostólica el nuevo papa inmortalizó, adop- tándolo, el nombre de Gregorio VII. El estado de su ánimo se revela fidmentc en la carta que poco después de su exaltación escribió á Hu- go, abad de Cluny: " i Ojalá pudiera haceros comprender le decía **Ub tribulaciones que me asaltan y los incesantes trabajos que me ** abruman diariamente! Muchas veces he rogado al Salvador divino ''que me saque de este mundo ó que me permita ser útil á la Iglesia, ** nuestra madre común. Un dolor inefable, una inmensa amargura ^hm invadido mi alma al contemplar la iglesia de Oriente, arrancada la fe católica por el espíritu de las tinieblas. Vuelva yo mis ojos al ^Occidente, al Mediodía, al Norte, apenas veo algunos sacerdotes que ^ hayan subido al episcopado por las vías canónicas, que vivan como ^OBi^le á su estado y carácter, que gobiernen á su rebafio con espí- ''ritu de caridad, y no con el insultante y despótico orgullo de los po- nderosos de la tierra. Entre los príncipes seculares no encuentro nin- ''guno que prefíera la gloria de Dios á la suya, ni la justicia al interés; "y los pueblos que me rodean, romanos, lombardos y normandos son

"peores que judíos y gentiles Si no alimentase la confianza en

"una vida mejor y el deseo de ser útil á la Iglesia, no permanecería ^más en Roma, sábelo Dios, donde me encuentro como encadenado "hace más de veinte años, flotando entre un dolor que se renueva día "por día, y una esperanza ¡ay de mí! demasiado remota: mi existencia, n atacada por mil tempestades, no es más que una continua agonía. " Pues que estamos obligados á emplear todos nuestros esfuerzos para "reprimir á los malvados, y á defender la vida de los religiosos, mien- " tras que los príncipes descuidan sus deberes, te exhorto fraternal- " mente á que me ayudes, rogando á los que profesan un amor since- " ro á San Pedro, que sean de veras sus hijos y soldados, y á no pre- ^ferir á él los potentados de la tierra, que sólo sirven para otorgar

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'' favores despreciables y transitorios, en tanto que Jesús los promete

*' efectivos y eternos Nuestro único deseo es que los impíos se

*' conviertan; que la Iglesia, conculcada, confusa y dividida recobre su ^' antiguo esplendor; que Dios sea glorificado en nosotros, y que noso- " tros, con nuestros hermanos y hasta con los mismos que nos persi- *^ guen, podamos alcanzar la salvación. Por una vil merced prodiga el " soldado su vida, y ¿temeríamos nosotros arrostrar la persecución por

" lograr la vida eterna? "

En tanto que Gregorio VII se apercibía, intrépido y sereno, á reali- zar los vastos proyectos que había concebido cuando no era más que Hildebrando, príncipe de la Iglesia y consejero de tantos pontífices, el emperador Enrique IV arrostraba con varia fortuna la desatada tor- menta que rugía en Alemania y que le empujó hasta el extremo occi« dental de sus anchos dominios. No obstante que tan apurada situación favorecía las miras de Gregorio, éste, en quien competían la actividad, el valor, la fecundidad de recursos y la astucia para descubrir los pla- nes contrarios, creyó entonces conveniente mostrarse circunspecto y moderado, pues poseía también la calma necesaria al que quiere ir muy lejos, y aceleraba ó contenía el paso, según las circunstancias: asi fué que ajustándose al decreto de Nicolás II, hizo que su nombra- miento, reconocido por los cardenales, recibiese la confirmación del emperador, siendo esta la vez postrera en que ejerció tan importante derecho el jefe del imperio. Bonizo, obispo de Sutri y autor del libro Ad amicum henchido de imposturas y falsedades, ha hablado de una al- tiva carta de Gregorio al emperador Enrique, en la cual, al informarle aquel de su elevación al pontificado le prevenía que en el caso de que confírmase su nombramiento habría de luchar contra él, hallándose poco dispuesto á tolerar sus crímenes y excesos. Esta cita ha sido aco- gida sin reserva por algunos escritores modernos; pero tiene en coiítra la sospechosa autoridad del mismo Bonizo, y sobre todo, las cartas que á raíz de su elección dirigió Gregorio á las princesas Beatriz y Ma- tilde de Toscana, y á Godofredo, duque de la Baja Lorena, en las que expresaba sus deseos de vivir en completa armojiía con el empera- dor. ' Y más que todo ésto, el nuevo pontífice al echar en olvido la inti-

1 Ch. Giraud, Gregorio VII y su tientpo [Revue des Deux Mondes, Abril de 1878.] —Entre lo8 escritores modernos que han acogido la cita de Bonizo se cuentan Mlgnet y Can tú. El primero la admite con las modificaciones que plugo hacerle al cardenal de Aragonla en el siglo XIV; y el segundo, sin reserva ninguna [véase Historia Universal, tomo III, pág &79, edición de París 1881.] La sistemática defen*

UN pontífice máximo. eo

mación famosa de Alejandro II, afirmaba asi la actitud tranquila, cua- si contemporizadora, que creyó conveniente asumir en aquellos mo- mentos.

No obstante la moderación que señaló la primera época del pontifi- cado de Gregorio VII, sentíase en los aires rumor de próxima tempes- tad, y de esta general aprensión nos dan testimonio precioso los escri- tos contemporáneos: desde luego, los partidarios de las reformas, los cluniacenses, los monjes italianos y sajones, y el pueblo sajón también, se regocijaron al saber la exaltación del hombre que encarnaba sus más caros ideales; al contrario, la corte de Alemania y los obispos si- moniacos vieron con recelo y natural zozobra, entronizado en la altí- sima sede, al consejero é inspirador de Nicolás II, al austero monje que le había inducido á reformar la iglesia de Milán, y que bajo el pon- tificado de León IX reprimió con inusitada severidad las licenciosas costumbres del clero regular en Roma y en las Galias. Pero unos y otros presentían que el impetuoso carácter del nuevo pontífice no taiy daría en provocar peligrosos é inflamados conflictos.

Antes de reseñar los notables sucesos que se desarrollaron á partir de la primavera de 1074, preciso es indicar rápidamente la situación del pontificado en los momentos de ascender al trono Gregorio VIL Respetado por los pueblos lejanos, no inspiraba el mismo sentimiento al de Italia en quien se transmitía, vigorosa, la tradición de los críme- nes y escándalos que lo deshonraron en el curso del siglo X; Roma mis- ma, devorada por las facciones feudales, no era un asiento seguro para el que se había mostrado más de una vez enemigo implacable de aque- llos turbulentos señores, bien hallados con el ejercicio de su voluntad omnipotente; el poder espiritual, mal afirmado aún, estaba sometido á la autoridad constituyente de los concilios y no podía contar con la obe- diencia absoluta de los obispos, como lo demostraba la resistencia del de Milán en la época de Nicolás II; el sistema de legaciones que ha- bían de representar en todas partes al pontífice romano, carecía de la organización que más tarde lo perfeccionó haciéndolo fuerte, eficaz y temido; ' y la lucha con el imperio, que tanta importancia debía dar 4

sa que del papado hace el autor italiano, y lo ligero y superficial de sus Juicios, ex- plican suficientemente su adhesión á lo que afirmó en su obra el obispo de Sutri. 1 Debemos afiadir aquí que las principales órdenes religiosas, tales como las de la Merced, de San Francisco y de i£anto Domingo, & cuyos miembros ha llamado un autor los missi dominici de los papas, no existían aun en aquella época. Los ins- titutos aprobados hasta entonces por los pontífices eran los de San Benito, de Clu-

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la autoridad pontifical, no se había empeñado todavía, y ésta era cierto modo un fantasma que imponía á los medrosos, pero al que atrevían los audaces y los fuertes. Además, los principios del papado en aquella época no estaban determinados de una manera clara y pre- cisa: ora invocaba las decisiones de los concilios, ora la autoridad ád Evangelio ó de los Santos padres, ó bien se apoyaba en las decretales y en las doctrinas de los nuevos doctores. Gregorio VII se sintió con el aliento bastante para dirigir la revolución que debía libertar al pontifi- cado, primeramente de la sujeción feudal, y luego, de la tutela del im- perio; levantar muy alto su prestigio convírtiéndolo en centro de mo- ralidad, y finalmente, reasumir en él el poder eclesiástico y cambiar su antigua y confusa constitución.

En marzo de 1074 Gregorio presidió un sínodo en el que quedó prohibido el ejercicio del culto á todos los sacerdotes culpables de si- monía, conminándose á los obispos que no cumpliesen ese decreto. La corte de Alemania sintió toda la rudeza del golpe que se le asestaba* pues en ella privaban los simoniacos, y los mismos consejeros secre- tos de Enrique IV ejercían la simonía públicamente. El sínodo roma- no anatematizó también á los sacerdotes concubinarios, que tal fué k denominación aplicada entonces á los miembros del clero que se ca- saban, en virtud de las disposiciones contradictorias que hasta esa época se habían dictado respecto del celibato de los eclesiásticos. ' Va- rios legados llevaron solemnemente á Alemania los decretos del coa- cilio, y no obstante la resistencia que los simoniacos y concubinarios opusieron á su cumplimiento, la corte imperial, en la situación dificU que le había creado la actitud hostil de Sajonia, se vio entonces obli- gada á ceder. A la enérgica iniciativa de Roma correspondió en Ale- mania una poderosa corriente reformista, cada día mayor, y que reco- nocía como centro el monasterio de Siegburgo. No es de extrañar que sintiéndose fuerte con esta inteligencia en el campo que debía conside- rar como enemigo, Gregorio se mostrase más y más inflexible: así, al es- pirar el año de 1074 citó á comparecer en Roma á Sigifredo, arzobispo de Maguncia, y á los obispos de Constanza, Estrasburgo, Espira, Augs- burgo, Bamberg y Wurzburgo, para contestar á los cargos que se les

ny [que seguía la misma regla,] de 8an Basilio y de San Romualdo [ciimanda- lenses].

1 Véase Cantüy autor de cuya ortodoxia nadie podrá dudar fundadamente [JSi- toria Universcdf tomo III, pág. 580, edición de París, 1881].

UN PONTIPICB MÁXIMO. TT

dirigían; prohibió á los fieles alemanes que obedeciesen á los sacmlo- tes casados: y otro sinodo, reunido por su mandato en la cuaresma de 1075, renovó la prohibición de la simonía, excomulgando á cinco con* sejeros del monarca alemán que se habían hecho reos de este delito, vedó el matrimonio para todos los eclesiásticos, y ordenó que ningún* sacerdote recibiera la investidura de manos de un laico. '

Esta fué también la época en que Gregorio VII concibió un grande y glorioso pensamiento, realizado por los papas que inmediatamente 1& siguieron, y que tuvo como principales consecuencias el vigoroso ensaño- che de actividad en los pueblos de Europa, y nuevos gérmenes de pro» greso que modificaron el orden político, social y religioso, dominante en la Edad Media. Más de cuatrocientos afios habían transcurrido desde que los árabes se levantaron movidos por una robusta idea religiosa contra los pueblos cristianos; bastó una centuria para que los ejército» del islamismo sujetasen el Asia hasta la India y el Turan, conquistasen la Siria y el África del Norte, y ocuparan victoriosos toda la Espa&a, excepto el rincón de las montañas astures que sirvió de asilo á las re^ liquias de la monarquía goda. Y si la espada de Carlos Martel no los^ hubiese destrozado en las llanuras de Poitiers (732), y si León el Isáu*^ rico no los forzase, algunos afios antes, á levantar el sitio de Constan^ tinopla, toda la cristiandad hubiera sufrido entonces el yugo de los seo- tarios del Profeta. Esos sangrientos y pavorosos desastres detuvien»» las invasiones de los mahometanos y salvaron el centro y el oriente de la Europa, pero no impidieron la pérdida de las principales islas del Mediterráneo. Al principiar el siglo onceno el califato de Córdoba, al fraccionarse en varios Estados, se debilitó y previno los triunfos su- cesivos de las armas cristianas en la península ibérica; pero en cam- bio, nuevos defensores del islamismo, los feroces turcomanos proce- dentes de las orillas del mar Caspio y del lago Aral, aparecieron en el último tercio de ese mismo siglo devastando el Asia Menor y ponien- do en grave peligro al imperio de Constantinopla. Miguel Ducas (Pa- rapinacio), menguado sucesor del valiente Diógenes Romano, clama en su angustia á las naciones occidentales, y en particular al ilustre jefe de la Iglesia, indicándole la posibilidad de que cesase el cisma entre los cristianos griegos y latinos, en el caso de que su imperio se

1 Véase la Historia de loa Estados de Occidente desde Carlomagno hasta Maathwitíar- no por el Dr. Prutz, Cap. VI.

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salvara de la espantable dominación seldyucida, merced á los auxilios que del Occidente recibiese.

Nuevos y vastos horizontes abría á la incansable actividad de Gre- gorio VII el ruego del acongojado bizantino, y quizás el alto genio del pontifíce abarcó toda la evolución que había de efectuar el levanta- miento de la cristiandad contra el islamismo, de las nuevas naciones ée Occidente contra los pueblos antiquísimos de Oriente, que de con- tinuo las amenazaban. Recibió con entusiasmo la petición del invadido Bajo Imperio, y su voz resonó en todo el ámbito de Europa excitando á los fieles á tomar las armas en defensa de la fe cristiana. Un ejército de cincuenta mil hombres se reunió, dispuesto á marchar á las órde- Dfis del pontífice mismo; pero la lucha que á poco hubo de sostener oontra Enrique de Alemania le obligó á aplazar la realización de

proyecto. "Desde esta época, sin embargo, quedaba ya abierta la ^puerta, por la cual podían marchar los ejércitos cristianos contra ^d islamismo. Los emperadores bizantinos siguieron hallándose en ^la más peligrosa situación, y pronto volvieron de nuevo sus ojos al ^soberano espiritual de Occidente. Los sucesores de Gregorio tuvie- ^lon el mismo interés que éste en prometer auxilios; y las mismas '^tendencias iniciadas en el seno de la cristiandad empujaban, además, ^ cáese sentido, y se desarrollaban en proporciones cada vez mayo- y^ Veinticinco años después de las excitativas de Gregorio Vil las cristianas se apoderaron de Jerusalem y comenzaba el fecundo periodo de las Cruzadas.

Los acuerdos del sínodo celebrado en la primavera de 1075 produ- jeron intensa agitación en Alemania: la simonía, anatematizada ante- riormente, lastimaba en lo más vivo intereses muy arraigados, y sin embargo, su prohibición no suscitó entonces la resistencia que era de esperar; no sucedió lo mismo respecto del celibato de los sacerdotes y de la cuestión de las investiduras. La decisión de Roma fué interpre- tada como el punto de partida de una revolución social y política que tendía á entronizar á la Iglesia sobre los pueblos y los Estados. Apar- te de los lazos que rompía, la prescripción del celibato, principal exi- gencia del partido reformista, hirió á los concubinarios én sus senti- mientos de independencia, porque vieron en aquella el propósito de miir estrechamente el clero á la Iglesia, separándole de otras ligas

1 B. Kugler, Historia de las Cruzadas^ Cap. I.

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que pudieran atarle, y que influyendo en su corazón y en sus senti- mientos fuesen un obstáculo á la adhesión completa que pretendía fun- dar el pontificado. Fuera de lugar seria aquí el examen, siquiera bre- vísimo, de esta materia en sus diversas fases, y principalmente desde el punto de vista canónico. Baste enunciarla para comprenderen toda su extensión la efervescencia que suscitó en los ánimos.

Si la ley del celibato chocó rudamente contra un orden social que contaba á su favor con ardientes 6 interesados sostenedores, la prohi- bición de la investidura de los laicos tuvo mayores consecuencias en el orden político, y amenazaba directamente la existencia del imperio. La cuestión de las investiduras presenta, en efecto, á manera de grandiosa síntesis, los orígenes, las fases y el término de la lucha que, empeña- da entre la Iglesia y los soberanos temporales, se prolonga desde Gre- gorio VII hasta los emperadores de la casa de Suabia, en la primera mitad del siglo décimo-tercio. Al desarrollarse plenamente el feuda- lismo los obispos y los abades empezaron á figurar entre los grandes propietarios, y la organización social y política de aquella época los hi- zo feudatarios; los reyes se creyeron entonces con el derecho de obli- garles á que recibiesen de su mano la investidura del beneficio, y la ceremonia de entregarles el anillo y el báculo significaba la dependen- cia á que quedaban sujetos respecto del príncipe. El feudalismo, fun- dado en el poder que se derivaba de las tierras, confundió desde luego la propiedad del eclesiástico con la dignidad que éste ejercía, y la com- prendió en una sola entidad, avasallada al soberano. Por otra parte, los sefiores feudales que por su estado pertenecían á la Iglesia no tar- daron en rodearse de fausto y esplendor; la corrupción, el lujo y el es- cándalo reinaron en el seno del santuario, ^ y sus bienes y su posición temporales ligaban á aquellos, estrechamente, con los príncipes que remataban el complicado régimen feudal. Gregorio VII exponía así sus ideas acerca de las investiduras: *'La Iglesia de Dios debe ser indepen- " diente de todo poder temporal; el altar está reservado á aquel que " por un orden no interrumpido sucede á San Pedro; la espada del " Príncipe le está sometida, y viene de él, porque es cosa humana; el " altar, la cátedra de San Pedro, emanan sólo de Dios, y de él dependen " únicamente. La Iglesia yace ahora en el pecado porque no es libre,

1 Pedro Damián en su Opuse. XXXI c, 09, condena con fogosa elocuencia el lujo de los prelados ricos de su tiempo. Aquel santo Aid contemporáneo de Grego- rio VII.

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** porque está adherida al mundo y á los mundanos; sus ministros. no " son legítimos porque están instituidos por hombres del mundo; por " eso en los ungidos de Cristo, que se denominan superintendentes " de las iglesias, abundan deseos y pasiones criminales, codicia de las " cosas terrestres, de que necesitan estando adheridos al mundo; y de " allí que no se vea más que hastío, disensiones, orgullo, codicia, en- " vidia, en los que deben poseer la paz de Dios. La Iglesia se encuen- " tra tan mal, porque los que deben servirla no se cuidan sino de los " intereses de la tierra; porque sometidos al emperador no hacen sino ** lo que á éste agrada; porque sirviendo al Estado y al principe per- "manecen extrafios á la Iglesia.'' '

Pero desde el momento en que ningún eclesiástico pudiera ser in- vestido por un laico, cesarían el homenaje y juramento feudales, y los principados eclesiásticos habían de desligarse del Imperio; sus posee- dores no serian ya vasallos del rey y terminaba para ellos la obliga- ción de prestar al monarca los debidos servicios por los territorios que les hubiese cedido. Enrique IV, apretado á la sazón por la formida- ble rebeldía de los sajones, se inclinó, mal de su grado, ante las de- cisiones de Roma; aparentando sumisión y amor á la paz, y urgido por los ruegos de su madre la emperatriz Inés, se mostró dispuesto á entrar en negociaciones con el pontífice. Y era solamente un respiro para apercibirse á una resistencia obstinada y abierta.

Grandes y repetidos triunfos, alcanzados por las armas de Enrique durante el otoño de 1075. rindieron al fín el levantamiento de Sajonia y afirmaron en sus sienes la mal cefíida corona; con la victoria se mo- dificaba su actitud frente á ñ*ente del papado, y se abría anchísima sen- da al desarrollo del sistema absolutista á que había aspirado constan- temente. Rompió las negociaciones iniciadas con la corte de Roma, y lejos de ceder se manifestó decidido á reconquistar todo lo que en otro tiempo había correspondido al trono, y dar al poder real mayor y más enérgico ensanche. "Así dice el historiador Prutz en vez de limitar " el derecho de las investiduras, que tanto molestaba á la Iglesia, En- " rique trató de reclamarlo y de usarlo en puntos donde antes no se " ejercitara. De la misma manera que trató á los sajones, obligándoles " á restituirle todo aquello que le fué arrebatado durante su menoridad, " quiso tratar á la Iglesia Romana, pretendiendo recobrarlo que había

1 C. Cantú, Historia Univei-sal, tomo III, píLg. 582, edición de París 1881.

ÜN pontífice máximo. 75

" perdido la política alemana cuando el cisma entre Honorio II y Ale- " jandro II, á fín de tener otra vez sumiso al pontificado, y apartar ala " Iglesia de influencia del partido reformista, hostil á la monarquía. " Cualesquiera que fuesen los proyectos que para lo porvenir acaricia- " ba Gregorio VII, lo cierto es que Enrique, desentendiéndose de los " esñierzos hasta entonces hechos para llegar á una pacífica inteligen- " cia, fué quien realizó el primer acto de hostilidad, quien cometió la " primera agresión." Sucedió así, en efecto: el emperado-^ ^tivíó varios agentes suyos á Italia, con la misión de suscitar enemigo» por doquie- ra al papa Gregorio; los obispos lombardos adversarios de las refor- mas— aprovecharon la oportunidad que se les ofrecía de sacudir el yugo, y se unieron á los plenipotenciarios alemanes, secundándoles con todo su poder; el monarca cubrió con hechuras suyas los obispados vacan- tes de Bamberg, Spoleto y Fermo; y por último, Cencío, prefecto de Roma, quizás de acuerdo con la corte de Alemania, fué el alma de una gran conjuración que estalló al fín la noche misma de la Natividad (1075). Seguido de armada turba entró en la iglesia de San Pedro donde á la sazón oficiaba el pontífice, le arrancó del altar y le arrastró,, tirándole de los cabellos, hasta una fortaleza de la cual le sacó á poco el pueblo romano, llevándole en triunfo hasta el palacio de los papas en Letrán.'

Casi al mismo tiempo (Enero de 1076), presentábase á Enrique IV un legado del papa, intimándole en nombre de éste á comparecer en Roma para que justificara su conducta, particularmente en el asunto de la provisión de obispados vacantes. Al cabo de tres aftos Gregorio Vil repetía la imperiosa intimación de Alejandro II, pero esta vez el pa* pado se dirigía al monarca engreído con sus recientes victorias y due- fio, en el momento, de toda la plenitud de su poder. Ardiendo en ira, Enrique reunió bajo su presidencia un concilio de prelados alemanes en la ciudad imperial de Worms, el cual decretó la deposición del pon- tífice. El mismo monarca notificó esta resolución en la siguiente carta:

"Enrique, Rey, no por la violencia sino por la santa voluntad de

1 "£1 paeblo, que veneraba en Gregorio & sn representante, se sublevó unáni- memente, asaltó la fortaleza, lo puso en libertad, y en brazos lo llevó á terminar por la noche la misa que había sido interrumpida al alba. Cencio no hubiera es- capado con bien, si Oregorio con un magnánimo perdón no hubiese demostrado cuan superior era el hombre del pueblo al de la espada." [Cantú, m^. Universal^ tomo III, pág. 5S7, edición de París, 1881.] Los autores alemanes, en general, no mencionan este rasgo magnánimo de Oregorio VII. Véase la Historia de Gregorio VII, de Mr. VUlemain.

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" Dios, á Hildebrando no Papa, sino falso monje. Mereces este saludo " por el desorden que introduces en la Iglesia; has hollado con tu plan- ^' ta á sus ministros, como si fuesen esclavos, y así has ganado el favor " del vulgo. Lo hemos tolerado algún tiempo, porque era deber nues- " tro conservar el honor de la Santa Sede; pero nuestra reserva te ha " parecido miedo, y te ha hecho audaz hasta el punto de elevarte so- " bre la dignidad real, y amenazarnos con quitárnosla, como si nos " la hubieras dado. Has empleado intrigas y fraudes que maldecidos " sean; has buscado el favor con ayuda del dinero, la fuerza de las ar- " mas con ayuda del favor; y con la fuerza has conquistado la cátedra " de paz, de donde has arrojado esa misma paz. Tú, subalterno, te has " alzado contra lo que se hallaba establecido, pues San Pedro, verda- " dero Papa, dijo: Temed á Dios, honrad al Bey; pero tú, que no te- " mes á Dios, no me honras á mi que soy su delegado. Baja, pues, de " de ese puesto ó excomulgado: ve á sufrir en las cárceles nuestro "juicio y el de los obispos; desciende de esa cátedra que has usurpa- " do; yo, Enrique, y todos nuestros obispos te lo intimamos: ¡Abajo! '-' ¡abajo! "

A esta brusca agresión respondió Gregorio VII excomulgando á En- rique (22 de Febrero de 1076], destituyéndole de las dignidades im- perial y real, y dispensando á los subditos de éste de sus juramentos de fidelidad y obediencia. La voz del papa resonó en Alemania con el fragor del trueno, y á su poderoso acento todos los elementos de oposición al emperador recobraron la energía que acababan de perder. Levantáronse de nuevo los sajones; rebeláronse en el Sur del imperio Rodolfo de Suabia, el inquieto duque Welfo, los Zsehringen y otros poderosos magnates; la Franconia corrió á las armas; las provincias del Alto Rhin que en otro tiempo dieron asilo y favor al monarca, vol- viéronse esta vez en su dafio, y por todos los ámbitos de Alemania se aprestaban príncipes y pueblos á desconocer al hombre marcado con el sello espantable del anatema. Una junta de los principales señores alemanes, celebrada en Tribur con asistencia de los legados pontificios, quiso deponerle, pero la intervención de Hugo, abad de Gluny, y de al- gunos obispos reformistas, y sobre todo, los ruegos de las emperatrices Inés y Berta, conjuraron en aquel entonces ese peligro. Quedó, no obs- tante, acordado que se reuniera una dieta en Augsburgo bajo la presi- dencia de Gregorio Vil, á fin de que sus decisiones terminasen la lucha que dividían al emperador y los príncipes; entretanto, Enrique debía

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apartar de si á sus consejeros Íntimos y á los obispos que le eran adic- toSy licenciar su ejército, y vivir como particular en Espira; y si al cabo de un afío no hubiese alcanzado el perdón de la Iglesia, quedaría des- tituido y se elegiría nuevo emperador.

Enrique pretendió desde luego contrastar la desatada tempestad que amenazaba destruirle, pero pronto hubo de convencerse de la impoten- cia de sus esfuerzos, y resolviéndose á implorar la gracia del airado pontífice se dispuso á marchar hasta el centro de Italia. De esta suer- te esperaba impedir la temida reunión de la dieta de Augsburgo y des- armar á muchos de sus poderosos enemigos. Llevando consigo á su esposa Berta y á su tierno hijo Conrado, y acompañado de humilde séquito, se puso en camino (Diciembre de 1076), á pesar del crudísi- mo invierno, y después de largos rodeos para evitar el encuentro de los bávaros sublevados, pudo llegar á las gargantas del Monte-Genis.

Terrible fué aquel invierno. La mísera comitiva imperial cruzó los Alpes azotada por la nieve, y los recios aquilones la empujaban en su descenso por los ásperos desfiladeros que rematan en las llanuras de la Alta Italia, risueñas en otras estaciones, pero heladas á la sazón y extendiéndose cual blanquísimo é interminable sudario. La presencia de Enrique levantó el ánimo de los parciales que habíase ganado en Lombardía, quienes le recibieron con júbilo, ofreciéndole su apoyo pa- ra vencer á la curia romana. Grande fué, pues, la sorpresa de aquellos obispos y orgullosos barones al ver rehusados sus auxilios, y al em- perador dispuesto á continuar su marcha en busca del pontífice, mas no en actitud vengadora y agresiva, sino cual humillado y contrito pe- nitente.

Gregorio Vil, resuelto á presentarse como juez arbitro en la dieta de Augsburgo, se había dirigido, entretanto, á la Alta Italia para entrar luego en las tierras germanas, pero al saber la entusiasta acogida que halló Enrique entre los lombardos, creyó prudente refugiarse al lado de la marquesa Matilde de Toscana, ^ señora de vastísimos dominios en la parte central de la península, y que aparece entonces como la Mi- nerva Palas del pontificado. Muy cerca de Reggio, y sobre una enhies-

1 Esta princesa, conocida generalmente, aunque con poca exactitud, bajo el nombre de ccndeta Matilde poseía, además del marquesado de Toscana, como hi- ja del marqués Bonifacio III, Mantua, Parma, Reggio, Plasencia, Ferrara, M6de- na, una parte de Umbría, el ducado de Spoleto, Verona, y casi toda la región que se llamó luego patrimonio de San Pedro^ desde Viterbo basta Orvieto, con ana frac- ción de la marca de Ancona.

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ta y abrupta roca del Apenino alzábase el castillo de Canossa, hoy mon- ton de ruinas cubiertas de yedra: detrás de sus espesos muros se am- paró el pontifíce, y no tardó en presentarse Enrique IV, llamando á la puerta y pidiendo con instancia ser recibido por Gregorio (25 de Ene- ro de 1077). Pálido, ayuno, con los pies descalzos y en hábito de penitente, á la intemperie durante tres días y tres noches, el empera- dor de Alemania esperó la decisión papal; cuando ya se disponia á re- tirarse, Gregorio consintió en recibirle, pues su excesiva dureza fué •censurada altamente por los mismos que en aquellos momento le asis- tían y rodeaban. ^ Enrique se postró llorando á los pies del papa, quien le absolvió con la condición de que se justifícase ante una dieta de principes y obispos alemanes, cuya sentencia seria ratifícada por el mis- mo pontífice, aunque fuese la de deposición; pactóse también que si el papa se viese obligado á marchar á Alemania con motivo de estas ne- gociaciones, podría hacerlo con toda seguridad y escoltado convenien- temente. Después que los dos adversarios comulgaron con la misma hostia, Enrique volvió á sus Estados, dueño otra vez de la corona, pero meditando proyectos de venganza que no tardaría mucho en realizar- La imponente escena de Ganossa hizo inmenso dafio á Enrique IV y perjudicó grandemente el prestigio de Gregorio VII: las condiciones que este último acababa de imponer no se compadecían con la prime- ra causa del anatema que había fulminado contra el monarca teutón, y revelaban su vasto y ambicioso pensamiento de dominación universal, ejercida por el pontificado. El hijo del carpintero de Soano, mirando rendido á sus pies al más poderoso de los reyes cristianos, pudo creer que ningún obstáculo se opondría ya á sus atrevidos proyectos, y quizás sintió entonces el vértigo de las grandezas humanas.

[Concluirá, ]

Julio Zarate.

1 Gregorio V[I describe esta escena en su Epístola VI, 12: '^Después de haberle *' reprendido fuertemente por sus excesos, vino A Canossa con una pequefia éscol- ** ta, como persona que no piensa en nada malo. Aquí permaneció tres días de- ** lante de la puerta, en un estado que daba lástima, despojado del aparato reglo, <* descalzo, vestido de lana, invocando con lágrimas el auxilio y el consuelo de la " conmiseración apostólica, tanto que cuantas personas que estaban presentes y le ** oyeron hablar, so movieron á compasión é intercedieron con nos, maravillados "de la inaudita aspereza de nuestro corazón. Algunos exclamaron que aquello ** no era ya severidad apostólica, sino dureza de fiero tirano; por lo cual, dejando- «nos ablandar por su arrepentimiento y por las súplicaslde los circunstantes! «* rompimos el lazo del anatema, recibiéndole en la comunión de la Santa Madre "la Iglesia."

TOPONOMATOTECNIA ^AflOA. T9

TOPONOMATOTECNIA NAHOA-

III

^OirCOBDÁKCU DE LOS ÁCGIBINTES TOPOOBJLFICOI» ¥ LOS N0MBBG8 DE LVQUK

No siempre será fácil para el etimologista encontrar sobre el terreno la concordancia entre los elementos del nombre de una localidad y los caracteres fisiográfícos que han servido de base para imponer la deno* minación: posible será que estos caracteres hayan desaparecido, ya por efecto del desmonte que destruye bosques enteros de familias vegetales que antes daban al lugar una fisonomía particular, ya por razón de la caza que ejercida desatentadamente sobre ciertas especies animales sea factor importantísimo de su extinción ó por lo menos de su alejamien* to de las comarcas en que antes habían prevalecido. Los caracteres to- pográficos y los hidrográficos son los más persistentes, los menos suje- tos á vicisitudes, y sin embargo no siempre vienen á reflejarse como en una cámara oscura en la onomástica geográfica. Algunas de las an- tiguas poblaciones, conservando su primitiva apelación han cambiado su asiento de las alturas al fondo de los valles, y en ciertos casos han sido por decirlo así trasplantadas á grandes distancias de su origen. Uno de los pueblos ó barrios que circundan la ciudad de Cuemavaca lleva el nombre de Aniatülánj que significa "lugar situado entre los amates'^ y aunque no es extraño encontrar el amate (ficus Benjamina) en aquellos sitios, sin embargo, el barrio de que venimos hablando no se llamó así originariamente. "El antiguo pueblo de Amatitlán dice el diligente onomatologista Lie. Don Cecilio A. Róbelo estaba encla- vado en los campos de la hacienda de San Vicente, y uno de los anti- guos duefíos de este ingenio compró los terrenos del pueblo é indem- nizó á los habitantes dándoles los que hoy forman el nuevo pueblo, al cual le dieron el nombre del que abandonaban."^

De estos cambios en la radicación de las poblaciones indigenas hay buen número de ejemplos, y en tales casos el etimologista tiene que

1 Nombres geográficos mexicanos del Estado de Morelos, pdg. 7.

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recurrir á la tradición para establecer la conformidad entre el signifi- cado de los Tocablos que coAi^nen el nombre y la situación topográ- fica actual de la localidad.

La dificultad sube de punto tratándose de algunos nombres de orí- gen extraño, que como testimonio de otra civilización y del predomi- nio de pueblos de otras lenguas y de otras razas, han quedado incrus- tados en la región nahoa, revistiendo aparentemente por una serie de evoluciones las formas de esta última habla, vertidos en caracteres fo- néticos á los jeroglíficos de sus códices, pero en los cuales el análisis filológico concienzudo, descubre radicales arcaicas ó exóticas, que son escollo de los nahuatlistas que han querido fijar su significación. Aún en épocas anteriores y toda vez que se había perdido el conocimiento de la lengua de su origen y la verdadera fuente de los elementos de esos nombres, apoderóse de ellos la imaginación popular forjando mul- titud de fábulas para explicar la etimología, ya creando el nombre de un supuesto caudillo de la tribu fundadora, ya relacionándolo con las tradiciones mitológicas, ya en fin recurriendo á otros medios cuya gran diversidad denuncia precisamente la carencia de fundamento de tales opiniones.

Curioso ejemplo del caso que acabamos de señalar creemos que son los nombres de Chalco y Texcoco, Acolman y Colima, cuyas etimolo- gías generalmente aceptadas son por extremo discutibles.

Fué Texcoco la cabecera del reino de Acolhuacán, fundado por los chichimecas, de una tribu numerosa y casi salvaje, á los que unos au- tores hacen de procedencia náhoa y otros de estirpe de los otomíes pero que en realidad hablaban lengua particular que parece haberse extinguido, siendo de diversa familia que los toltecas y nahuatlacas.

A esta conclusión han llegado, apoyándose en sólidos fundamentos, el eminente filólogo Don Francisco Pimentel* y el sabio historiador Don Manuel Orozco y Berra. * Respecto de la etimología de Tetzcoco, encontramos las siguientes opiniones:

"Siguiendo con la autoridad de Pomar, expone el Sr. Orozco y Be- rra,^ diremos que á una legua al Este de la ciudad hay un pequeño cerro, al que en lengua chichimeca le llamaron TetzcoU; los culhua-

1 Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas Indígenas de México. Segun- da edición, tomo I, pAg. 3.

2 Geografía de las lenguas de México, pág. 6. 8 Op. clt. pág. 241.

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ques al fundar allí corrompieron el vocablo, dijeron Tetzcoco y al ce- rro Tetzcotzin Tetzcoco quedó asentado en el llano, entre el lago y la Sierra, apellidándose la comarca Acolhuacatiallif " que quiere decir tie- rra y provincia de los hombres hombrudos:^' la sierra era la de Tlaloc, y en la montalia más alta, nombrada también Tlaloc, estaba el templo de este dios de las lluvias y de los temporales.'*

El mismo autor, citando también en otra de sus obras ^ al escritor indígena Pomar, agrega:

"Uno de los cronistas de la nación dice: "De suerte que Tetzcotl pue- de ser verbo chichimeca. No se ha podido saber su verdadero signifi- cado, porque los chichimecas que primero le pusieron el nombre no sólo se han acabado, pero ni hay memoria de su lengua, ni quien se- pa interpretar los nombres de muchas cosas que hasta ahora en aquella lengua se nombran, etc."'

Ixtlilxoehülf otro de los escritores nacionales, escribe: "La ciudad de Tetzcuco fué fundada en tiempo de los toltecas con el nombre de Ca- tenichco; destruida al tiempo que aquella nación, la reedificaron los emperadores chichimecas, particularmente Quinatzin, quien la embe- lleció mucho, puso en ella su residencia y la hizo capital del imperio. A su llegada los chichimecas la llamaron Tezcuco, es decir, lugar de detención, porque allí pararon todas las naciones que entonces había en la Nueva España."

Consultando las pinturas jeroglíficas se encuentra que en la figura 9, lám. 3 del Códice Mendocino, el nombre de Tezcuco ó Texcoco está re- presentado por una montaña riscosa, sobre la cual florece la jarilla y . junto un brazo extendido con el símbolo cUl. Tlacotl, es la jarilla que brota en los llanos y texcotli la de los riscos, tomando la radical de texcallif peñasco ó risco, de manera que la interpretación del jeroglífi- co es: "en la jarilla de los riscos," y en cuanto al brazo es un carácter ideográfico, ya de la provincia de Acolhuacán, ya de la tribu acolhua^ por lo que el Sr. Orozco concluye que el conjunto jeroglífico dice: "la ciudad de Texcoco en la provincia de Acolhuacán."

Seanos ahora permitido aventurar nuestra opinión en medio de esta diversidad de pareceres: desde luego observaremos que para aceptar la interpretación de Ixtlilxochitl, sería preciso cambiar el nombre del

1 Historia antigua y de la conquista de México. Tomo II, pftg. 251.

2 Relación de la ciudad de Texcoco, escrita por Juan B. Pomar, descendiente de ras antiguos reyes. Afio de 1582 M. 8. del Sr. Qarcía Icazbalceta.

E. N.— T. !!.-«

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lugar en Tetzicoco, en cuyo caso pudiera derivarse de tetzieo ó tetzicoa- ni, el que detiene á otro, ó de tetzicoliztli, detenimiento tal, palabras que se encuentran en el Vocabulario de Molina.

La relación de Pomai* y los signos del jeroglífico con la traducción del Sr. Orozco parece que tienden á derivar el nombre de la ciudad lacustre de Tetzcutzinco, famosa residencia de recreo del rey Netza- hualcóyotl cuyas ruinas se encuentran todavía en un pequeño cerro situado 6 kilómetros al S.E. de Texcoco; pero en nuestro concepto la fábrica de los templos, baños y alcázares y la formación de los jardines del celebrado bosque, son con mucho posteriores á la fundación^ de la capital del reino acolhua, como lo comprueba el mismo Ixtlilxochitl en la parte de su Historia Cbichimeca intitulada: "De cómo hizo Net- zahualcoyotzin casas de recreación, bosques y jardines y la gente que mandó ocupar en su adorno y en el de las casas reales y cerco de ellas,^' construcciones que acusan un refinamiento y un adelanto en la civilización que seguramente no tenían los chichimecas cuando llega- ron al Valle, por una parte; por la otra, no se concibe que para dar nombre á un lugar situado en el llano, fueran á buscarse los caracte- res ñtográfícos de una montaña lejana, y en fin, la misma terminación tzinco del sitio de recreo, reverencial unas veces, diminutiva otras y que frecuentemente se puede traducir por la palabra "nuevo," parece indicar que en la fundación posterior se quiso conservar la memoria de la capital del reino, pudiendo traducirse Tetzcutzinco por "Nuevo Tetzcuco."

Como la ciudad en sus orígenes estaba evidentemente situada más cerca de la orilla del lago de lo que actualmente se encuentra, y era probablemente en remotísimos tiempos una verdadera población la- custre, no es aventurado buscar en la hidrografía el origen de su apela- ción náhoa, hoy corrompida, por la inñuencia de otros dialectos y otras lenguas, pero en cuya ortografía todavía se descubren ciertos elemen- tos fonéticos que vienen en apoyo de nuestra presunción.

De la radical a de atlj agua, y de tezcatl espejo, hicieron los náhoas el pintoresco y significativo nombre de atezcaü^ lago, espejo de agua; y combinado este vocablo con la posposición co, determinativa de lugar, suprimiendo la primera vocal a y sustituyendo la segunda por u, re- sulta Tezcuco, cuya acepción primitiva pudo ser: "ciudad del lago." Va- rios ejemplos pudiéramos citar de nombres geográficos mexicanos que han sufrido trasformaciones por elisión, por metátesis, por apócope y

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aun perdiendo la vocal ó toda una silaba inicial. PanchimalcOf pueblo que aún subsiste en el Estado, se halla representado en la Colección de Mendoza por un escudo, chimalliy que lleva en su centro una ban- dera, pantU, resultando silábicamente Chimalpan ó Panchimalco, y sin embargo, el intérprete del Códice tradujo abreviadamente Chimalco. De Acuitlaparij han salido sucesivamente: Cuitlapa^ Cuitlahuapan, Cui- tláhuac y por último, TIáhuac.

Veamos ahora las opiniones emitidas respecto de Chalco. El Sr. D. Eufemio Mendoza, en sus apuntamientos ya citados, dice:

"Chalco. Geóg. Muy difícil es la etimología de esta palabra. Da- mos la siguiente sin garantía. Lugar roto, en la rotura, donde se rom- pe, etc., de challa^ romper, co (v). Buschmann lo hace venir de chaüij cuyo significado confiesa que ignora. Acosta lo traduce "eíi las boeas;^^ no encuentro el por qué. Clavijero ^^campo color de esmeraldüf^^ tra- yéndolo probablemente de Chalchihuitly y por fin el Sr. Chimalpopoca asegura que Cltalli significa esmeralda bruta; pero Molina que conoció el mexicano en toda su pureza, dice que la esmeralda en bruto se lla- ma ehcdchihuitiy

El escritor anónimo del Códice Ramírez dice lo siguiente acerca de la tribu chalca: "El segundo linaje es el de los Choleas^ que quiere decir gente de las bocaSj porque Challi significa un hueco á manera de boca, y así, lo hueco de la boca llaman Camachalliy que se compone de camac que quiere decir, la boca, y de chaUij que es lo hueco, y de este nombre Challi, y de esta partícula ca^ se compone chalca, que sig- nifica loa poseedores de las bocas.''

Si ahora pasamos al examen de las pinturas geroglíficas, encontra- remos que el símbolo de Chalco es constantemente un círculo orna- mentado de figuras y colores, "carácter ideográfico, dice el Sr. Orozco y Berra, que así representa la ciudad como á la tribu chalca.'*

"La pintura, agrega el mismo autor, figura el chalchihuitl, cuya ra- dical primitiva chai sirve de mnemónico á la palabra.'*

A nuestro modo de ver, en el vocablo que venimos analizando hay una raíz sánscrita, perdida ó poco usada en el náhoa, que significa agua, lago, estanque, de manera que Chalco quiere decir sencillamen- te: "ciudad ó lugar del lago,'* enteramente de acuerdo con su situación topográfica; y el símbolo empleado en las pinturas no es el símbolo de la esmeralda sino un carácter ideográfico para representar el tiempo, el año, bastando para convencerse de esto último, estudiar y describir la

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figura menos superfícialmente de lo que se ha hecho por la generali- dad de los autores que han tratado de esta materia. El circulo interior pintado de verde, está rodeado por dos coronas circulares concéntrícaSi la menor colorida de rojo y blanca la exterior, estando ésta subdividi- da en trece trapecios ó glifos, y llevando toda la figura en las extremi- dades de dos diámetros perpendiculares, que forman una cruz de San Andrés, cuatro circulillos, como los empleados para denotar los nume- rales. Estos últimos hacen probablemente referencia al nahutr-oUin; los glifos de la corona exterior, por su cantidad, representan la trece- na del tonalamcUl y el producto de 13x4=52 expresa el número de afios del siclo azteca, de donde se infiere que el carácter simbólico es

m

un signo cronográfíco, empleado para designar el año, el tiempo, pu- diendo citarse en corroboración de esta opinión la circunstancia de que en el jeroglifico de Xiuhtepec (Códice Mendocino, lám. VI, fig. 12) la radical onuk^ de xihuitlf afio, cometa, turquesa ó yerba, se ex- presa también por un círculo ornamentado, con cuatro circulillos tan- gentes en los extremos de una cruz de San Andrés, teniendo el con- junto cierta semejanza con el carácter ideográfico de Chalco.

La palabra sánscrita que reconocemos como fuente de la mexicana ehalli, es gara^ que tiene las acepciones de agua, lago, estanque, y para hacer más perceptible su analogía fonética con la voz náhoa á que la hemos equiparado, baste recordar que la letra ga, 44* y 1* silbante del alfabeto sánscrito ocupa un lugar medio entre ka y sha, y la r se per- muta sin dificultad por su análoga la I en las lenguas que carecen de la primera letra.

QarUy significa el año, el tiempo; y gara tiene también las acepcio- nes de: color variado, abigarrado, mezcla de amarillo y azul, verde, caracteres cronológicos y cromáticos que encontramos reproducidos en el jeroglífico de Chalco, población lacustre cuya etimología topo- gráfica más plausible creemos que es: "ciudad del agua ó def lago."

Tenemos todavía la palabra sánscrita gavala^ agua, y la mexicana Chápala^ nombre de un lago del Estado de Jalisco.

XaÜocan es el nombre de una población situada cerca de una de las lagunas boreales del Valle; su jeroglífico (Cod. Mend. lám. III, fig. 7) se representa por un animalejo en el signo de arena, y en concepto del Sr. Orozco la palabra viene de Xaltozan, "cierta rata ó ratón," llamado tuza (orden roedores, familia cricetidas, "Geomix mexicanus,") signi- ficando: "lugar de tuzas."

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¿No será la verdadera etimología "lugar del pequeño lago," deri- vándose de ehalliy tonüi^ desinencia de diminutivo y la posposición canf

Por lo demás es curioso observar que la palabra tozan^ topo, animal ó rata, como traduce Molina en su vocabulario, es casi idéntica á la sánscrita ttUhuma, rata del campo, pronunciándose la t aspirada del sánscrito como la th inglesa.

No es gara convertida en chaUi la única palabra sánscrita de la que apenas se conservan buellas en el habla náhoa; citaremos también co- mo notable xam, tierra, que sólo aparece como radical en dos palabras del Vocabulario de Molina y unas cuantas derivadas y son: xamiU, adobe, especie de sillarejo hecho de tierra humedecida, lodo ó barro batido; y xamixealli, ladrillo de barro cocido, en cuya composición en- tran xam, tierra, en mexicano y en sánscrito yzca ó ¿rea, cocer loza, asar huevos, patatas ó cosa semejante, que proviene evidentemente de la raíz sánscrita shJcám ó shká, brillar, quemar, etc., de modo que xamixcalli significa tierra ó barro cocido; y la misma raíz verbal vol- vemos á encontrar en tlaxcaUif que literalmente quiere decir maíz co- cido, tortilla.

La misma radical que en la palabra Chalco, y acaso venga esto tam- bién á confirmar nuestra etimología, se reconoce en el nombre de la diosa del agua, cuya descripción nos da el P. Sahagún en el capítulo XI del libro 1" de su obra, en los siguientes- términos: ^

"Esta diosa, llamada ChalchitUliycue, diosa del agua, pintábanla co- mo á mujer, y decían que era hermana de los dioses de la lluvia que llaman TlatoqueSy honrábanla porque decían que ella tenía poder sobre el agua de la mar y de los ríos, para ahogar los que andaban en estas aguas, y hacer tempestades y torbellinos en ellas, y anegar los navios y barcos y otros vasos que caminaban por el agua. Hacían fiesta á esta diosa en la que se llama ElzalqtializUi, que se pone en el segundo li- bro capítulo 7, allí están á la larga las ceremonias y sacrificios con que la festejaban como allí se podrá ver. Los que eran devotos á esta diosa y la festejaban, eran todos aquellos que tienen sus grangerias en el agua, como son los que la venden en canoas, y los que la venden en tinajas en la plaza. Los atavíos con que pintaban á esta diosa, eran la cara con color amarillo, y la ponían un collar de piedras preciosas, de que

1 Sah. Tomo I, p6g. 9.

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colgaba una medalla de oro: en la cabeza tenia una corona hecha de papel) pintada de azul claro, con unos penachos de plumas verdes, y con unas bolas que colgaban hacia el colodrillo y otras hacia la frente de la misma corona, todo de color azul claro. Tenía sus orejas labra- das de turquesas de obra mosayca, estaba vestida de un vipil y de unas enaguas pintadas del mismo color azul claro, con unas franjas de que colgaban caracol itos mariscos. Tenia en la mano izquierda una rodela con una hoja ancha y redonda que se cría en el agua, y la llaman aüa- ctiecona: en la mano derecha tenia un brazo con una cruz hecha á ma- nera de la de la custodia en que se lleva el sacramento, cuando uno solo la lleva, y era como cetro de esta diosa; tenía sus colaras blancas: los señores y reyes veneraban mucho á esta diosa con otras dos, que era la diosa de los mantenimientos que se llama Chicumecoatlf y la diosa de la sal, que llamaban Vixtodratlj porque decían que estas tres diosas mantenían á la gente popular, para que pudiesen vivir y multi- plicar. Lo demás acerca de esta diosa, se verá en el capítulo que he citado del segundo libro, porque allí se trata copiosamente.^'

Por la descripción precedente se reconoce que el color dominante entre los arreos de Chalchiuhilicue era el azul, característico de las grandes masas de agua y con el cual en los jeroglíficos vemos ilumi- nados los signos de apanüi, Hueyapan, y el símbolo de atlf en ge- neral.

Torquemada dice, hablando de la misma deidad: '

''Estos indios tuvieron otra diosa llamada Chalchihuitlycue, y entre otros nombres de efectos que le daban era uno Apozonallotl ó Acuecue-

yotl, que quiere decir la onda y hinchazón de las aguas Otros

muchos nombres dieron estos indios á esta diosa; pero el de Chalchi- huitlycue, era el más común, y usado, que quiere decir náhoas ó fal- dellín de las aguas, entre verdes y azules, por los visos que hacen azu- les y verdes, los cuales visos parece que ciñen aquel movimiento y

tumbo que hace la ola A esta diosa tenían en gran reverencia

y la edificaban templos por el temor grande que le tenían, por razón de los muchos que morían ahogados y desastradamente en las aguas.... A estos lugares venían muchas gentes á ofrecer sacrificios al diós Tla- loc y á los demás dioses sus compañeros; como á los que creían que les hacían este bien y merced de dar las aguas, para el socorro y re- paro de sus necesidades."

1 Monarquía Indiana. Tomo II, pág. 46.

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Los jeroglíficos de Acolhuacán y de Colima son casi idénticos; en ambos se reconoce el símbolo de la tribu aeolhua, formado de un miembro torácico humano con el signo atl, agua, en el hombro, acoUu Los dos dibujos tienen también una pulsera, y el de Acolhuacán lleva además un adorno rojo ó cinta en el hombro. AcoUiuacán se ha tra- ducido por 'lugar que tiene ocolkuas,''' de cauy lugar, hua, posesivo del anterior y aeoly i-ecordativo de aeolhua; Coliman se ha interpretado así: "lugar conquistado por acolhuas," lo mismo que Acolmariy pero no debe perderse de vista que las tribus tomaron sus nombres de los lugares que fundaron ó en los que se establecieron, y el Dr. Peñafiel hace observar con mucho acierto que aunque la ciudad de Aculman fué conquistada efectivamente por Netzahualcóyotl, sin embargo ya tenia ese nombre cuando era gobernada por un hijo de Tezozomoctli, aquel señor tepaneca que había usurpado de sus legítimos duefíos el reino de Acolhuacán.

Fray Gerónimo de Mendieta, refiriendo la tradición tezcucana de la creación del hombre, dice* "que el primer hombre de quien ellos pro- cedían había nacido en tierra de Aculnia, que está en término de Tez- cuco dos leguas, y de México cinco, poco más, en esta manera. Dicen que estando el sol á la hora de las nueve, echó una flecha en el dicho término y hizo un hoyo, del cual salió un hombre que fué el primero, no teniendo más cuerpo que de los sobacos arriba, y que después sa« lió de allí la mujer entera.^' Y más scdelante: "que aquel hombre se decía Aculmaitl y que de aquí tomó nombre el pueblo que se dice Aculma, porque aculli quiere decir hombro y maitl, mano ó brazo, como cosa que no tenía más que hombros y brazos, ó que casi todo era hombros y brazos, porque (como dicho es) aquel hombre primero no tenía más que de los sobacos arriba, según esta ficción ó mentira.'*

Fray Toribio de Motolinía explica así el origen de la palabra Acol- huacán.^ "Un indio llamado Chichimecatl, ató una cinta de cuero ó correa al brazo de Quetzalcoatl, en lo alto cerca del hombro, y por aquel tiempo y acontecimiento de atarle el brazo aclamáronle Acol- huatl: y de este dicho que vinieron los de Culhua, antecesores de Mo- teuczoma, señores de México y de Colhuacán, y á dicho Quetzalcoatl

1 Historia Eclesiástica Indiana, pág. 81, pablicada por el Sr. García Icazbaloeta, 1870.

2 Colección de Documentos para la Historia de México, publicada por el Sr. D. Joaqoín García Icazbalceta.— 1868.

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man y susceptible de una traducción análoga. Autorizarían esta hipó- tesis tres circunstancias: la cuasi identidad de los jeroglíficos, el hecho ya mencionado de que otros nombres han perdido también la vocal ó sílaba inicial, y muy particularmente el estar situada la ciudad de Co- lima sobre el río de su nombre.

Los ejemplos citados creemos que tal vez son suficientes para de- mostrar como aun en los casos más refractarios á las indagaciones eti- mológicas, puede llegarse á resultados más satisfactorios buscando pre- ferentemente los elementos de los nombres en la fisiografía, porque de esa fuente sacaron los primeros pobladores ó descubridores las de- nominaciones que impusieron á los lugares en la mayor parte de los casos, y remontándose si es necesario á los orígenes de la lengua náhoa para rastrear aquellas radicales perdidas ó poco usadas en el lenguaje corriente que no es fácil hallar en los vocabularios usuales. Acerca de las relaciones en*re el mexicano y el sánscrito, que incidentalmente hemos venido señalando en el curso de este trabajo, daremos un es- tudio comparativo especial para el que tenemos aglomerados intere- santes y copiosos eleiiiontos texicográficos, después de concluir en el próximo artículo estos breves apuntamientos sobre la toponomatotéc- nia náhoa, es decir, el arte con que los antiguos habitadores de nues- tras comarcas impusieron nombres á los lugares según sus caracteres»

V. Reyes.

EL NEGRO FALUCHO.

Duerme el Callao. Ronco son Hace del mar la resaca, Y en la sombra se destaca Del Real Felipe el torreón. En él está de facción,

EL NEGRO FALUCHO.

Porque alejarle quisieron, Un negro, de los que fueron Con San Martín, de los grandes Que en las pampas y en los Andes Batallaron y yencieron.

Por la pequeña azotea. Falucho erguido y gentil, Echado al hombro el fusil, Lentamente se pasea; Piensa en la patria, en la aldea Donde dejó el hijo amado, Donde su duefío adorado Le aguarda, triste y llorosa;

Y en Buenos Aires la hermosa. Que es su pasión de soldado.

Llega del fuerte á su oído Rumor de voces no usadas, De bayonetas y espadas Agudo y áspero ruido: Un ¡viva España! seguido De un otro viva á Fernando;

Y está Falucho dudando

Si dan los gritos que escucha Sus compañeros de lucha, O si está loco ó soñando.

Desde los Andes, el día. Que ciñe en rosas la frente, Abierta el ala luciente Hacia los mares caía. Cuando Falucho, que ansia Dar un viva á su manera. Como protesta altanera Contra menguadas traiciones, Izó, nervioso, á tirones. La azul y blanca bandera.

REVISTA NACIONAL.

"¡Por mi cuenta te despliego, Dijo airado, y de esta suerte Si á tus pies está la muerte, A tu sombra muera luego!'' Nació el sol: besos de fuego Dióla en rayos de carmín; Rodó el mar desde el confín Un instante estremecido;

Y en la torre quedó erguido El negro de San Martin.

No bien asi desplegados Nuestros colores lucían, Por la escalera subían De tropel los sublevados. Ven á Falucho, y airados Hacia él se precipitan: "¡Baja ese trapo, le gritan,

Y nuestra enseña enarbola !''

¡Y es la bandera espafiola

La que los criollos agitan!

Dobló Falucho, entretanto, La oscura faz sin sonrojos,

Y ante aquel crimen, sus ojos Se humedecieron en llanto. Vencido al punto el quebranto, Con fiero arranque exclamó: "¡Enarbolar esa yo

Cuando está aquella en su puesto!''

Y un juramento era el gesto Con que el negro dijo: "¡No!"

Con un acento glacial En que la muerte predicen, "Presenta el arma, le dicen, Al estandarte real.'' Rotos por la orden fatal

:3L NEGRO FALUCHO. 86

De la obediencia los lazos, Alzó el fusil en sus brazos Con un rugido de fiera,

Y contra el asta bandera

Lo hizo de un golpe pedazos.

Ante la audacia insolente De esa acción inesperada. La infame turba, excitada. Gritó: "¡Muera el insurgente!"

Y asestados al valiente Cuatro fusiles brillaron

"iRíndete al Rey!" le intimaron; Mas como el negro exclamó: "¡Viva la patria, y no yo!" Los cuatro tiros sonaron!

Uno, el más vil, corre y baja El estandarte sagrado. Que cayó sobre el soldado Como gloriosa mortaja. Alegres dianas la caja De los traidores batía; El Pacifico gemía Melancólico y desierto;

Y en la bandera del muerto Nuestro sol resplandecía.

Rafael Obugado.*

Buenos AireSi 1889.

* £1 insigne poeta argentino, autor de la composición que hoy engalana la 12e- viita Nacional es, acaso, entre los de Sud América, el más conocido y admirado hoy en México. No necesitamos, por lo mismo, presentarle A nuestros lectores; pero decimos con legítima complacencia que El Negro Falucho es la primera poesíft Inéclita del egregio autor, publicada en esta capital.

La Disección.

91 REVISTA NACIONAI^

ABEJA.

CAPITULO I.

QUE TRATA DE LA FIGURA DE LA TIERRA Y SIRVE DE INTRODUCCIÓN.

El mar cubre hoy el suelo donde estuvo el ducado de los Clarides. No hay vestigio de la ciudad ni del castillo. Pero se dice que á lo an- cho de una legua mar afuera se ven, en los días de calma, enormes troncos de árboles, de pie en el fondo de las aguas. Un lugar que en la playa sirve de puerto á los aduaneros, se llama todavía TEchoppe- du-Tailleur. Es muy probable que este nombre sea un recuerdo de cierto maestro Juan, de quien se habla en nuestro relato. El mar, que avanza todos los años por esta costa, cubrirá pronto ese lugar que tan singular nombre lleva.

Tales cambios están en la naturaleza de las cosas. Las montañas se hunden con el curso de las edades; el fondo del mar al contrario, se le- vanta y lleva hasta la región de las nubes y de los hielos, las conchas y las madréporas.

Nada es estable. La forma de las tierras y de los mares cambia sin cesar. Sólo el recuerdo de los afectos y de las formas, atraviesa las edades y hace presente para nosotros aquello que dejó de existir hace mucho tiempo.

Al hablaros de los Clarides, a un pasado muy lejano quiero remon- taros. Comienzo:

Cuando la condesa de Qlanchelande se hubo puesto sobre sus cabe- llos de oro una caperuza negra bordada de perlas

Pero, antes de proseguir, suplico á las personas graves que no me lean. No está escrito esto para ellas. Tampoco lo está paro los espíritus razonables que menosprecian las bagatelas y quieren que se les ins- truya siempre. No me atrevo á ofrecer esta historia sino á los que desean que se les divierta, y cuyo carácter es á veces joven y regoci- jado. Sólo me leerán, hasta el fín, aquellos á quienes satisfacen las diversiones llenas de inocencia. A éstos les ruego hagan conocer mi

ABEJA. 95

Abeja á sus hijos si son niños todavía. Desearía que este relato agra- dara á los jóvenes y á las jóvenes, pero á decir verdad, no lo espero. Es muy frivolo para ellos y bueno solamente para los muchachos de antaño. Tengo una aventajada vecinita de nueve años, cuya biblioteca particular examiné el otro día. Encontré muchos libros sobre el mi- croscopio y los zoófitos, así como muchas novelas científicas. Abrí una de las últimas y tropecé con estas líneas: "La jibia, Sepia offieinalü, es un molusco cefalopoide, cuyo cuerpo contiene un órgano esponjoso con trama de quilina asociada á carbonato de cal.'' Mi linda vecinita encuentra esta novela muy interesante. Le suplico, si no quiere ma- tarme de vergüenza, que no lea jamás la historia de Abeja,

CAPITULO 11.

DONDE SE VE LO QUE LA ROSA BLANCA ANUNCIO A LA CONDESA

DE BLANCHELANDE.

Habiéndose puesto sobre sus cabellos de oro una caperuza negra bordada de perlas, y anudado á su talle los cordones de las viudas, la condesa de Blanchelande entró en el oratorio donde tenia la costum- bre de rezar todos los días por el alma de su marido, muerto en com- bate singular por un gigante de Irlanda.

Aquel día vio una rosa blanca sobre el cojín de su reclinatorio: á su vista, palideció; se veló su mirada; inclinó la cabeza y enclavijó las manos. Porque sabía que cuando una condesa de Blanchelande va á morir, encuentra una rosa blanca sobre su reclinatorio.

Conociendo por esto que había llegado la hora de abandonar este mundo, donde había sido en tan pocos días, esposa, madre y viuda, fué al aposento en que dormía su hijo, Jorge, bajo el cuidado de los criados. Tenía tres años; sus largas pestañas formaban una sombra en- cantadora sobre sus mejillas, y su boca semejaba una ñor. Ella al ver- lo tan pequeño y tan bello, se puso á llorar.

Hijito mío, le decía con voz apagada, tu no me conocerás y mi imagen va á borrarse de tus dulces ojos. Sin embargo, te he nutrido

96 RBVI8TA NACIONAL.

con mi leche, á fin de ser completamente tu madre, y he rehusado por tu amor la mano de los mejores caballeros.

Diciendo esto, besa un medallón en que estaba su retrato y un bu- cle de sus cabellos, y lo coloca en el cuello de su hijo. Entonces una lágrima de la madre cae sobre la mejilla del niño, que se agita en su cuna y se frota los párpados con sus manecitas. Pero la condesa vuel- ve el rostro y huye del aposento. ¿Cómo dos ojos que iban á apagarse podrían soportar el brillo de dos ojos adorados, en los que el espíritu comenzaba á despuntar?

Hizo ensillar un caballo, y seguida de su escudero Francoeur, se tras- ladó al castillo de los Clarides.

La duquesa de Clarides abrazó á la condesa de Blanchelande:

Querida mía, qué buena fortuna os trae?

La fortuna que me trae no es buena; escuchadme, amiga. Noso- tras fuimos casadas con pocos afios de diferencia, y llegamos á ser viu- das por un suceso semejante. Porque en estos tiempos de caballería los mejores perecen los primeros, y es preciso ser monje para vivir mucho tiempo. Fuisteis madre, dos años después lo fui yo. Vuestra hija Abeja es bella como el día y mi pequeño Jorge no es malo. Yo os amo y vos me amáis. Pues bien, sabed que he encontrado una rosa blanca sobre el cojín de mi reclinatorio. Voy á morir; os dejo á mi hijo.

La duquesa no ignoraba lo que la rosa blanca anuncia á las señoras de Blanchelande. Se puso á llorar y le prometió, en medio de las lá- grimas, educar á Abeja y á Jorge como hermanos, y no darle nada al uno sin que el otro tuviera la mitad.

Entonces teniéndose abrasadas, las dos mujeres se acercaron á la cuna, en la que, bajo cortinas azules como el cielo, dormía la pequeña Abeja, que sin abrir los ojos agitó sus bracitos. Y, como desviara los dedos, se vieron salir de cada manga cinco pequeños rayos de luz color de rosa.

Él la defenderá, dijo la madre de Jorge.

^Y ella lo amará, respondió la madre de Abeja.

Lo amará, repitió una vocesita clara, que la duquesa reconoció por la de un espíritu, que habitaba desde hacía mucho tiempo bajo una piedra de la chimenea.

Al regresar á su mansión, la dama de Blanchelande distribuyó sus joyas entre sus mujeres, y habiéndose hecho ungir con esencias per-

ABEJA. 97

fumadas y vestir con sus más bellos trajes, con el objeto de honrar este cuerpo que debe resucitar el día del juicio fínal, se acostó en su lecho y se durmió para no despertar más.

CAPITULO 111.

DONDE COMIENZAN LOS AMORES DE JORGE DE BLANCHELANDE Y DE ABEJA

DE LOS CLARmES.

Contrariamente á la suerte común, que es tener más bondad que belleza, ó más belleza que bondad, la duquesa de los Clarides era tan buena como bella, y tan bella que, sólo por haber visto su retrato, los principes la pedían en matrimonio. Pero á todos los pretendientes res- pondía:

No tendré más que un marido, porque no tengo más que una alma.

Sin embargo, después de cinco años de luto, se quitó su largo velo y sus negros vestidos, con el objeto de no araai-gar el gusto de aque- llos que la rodeaban, y para que pudieran sonreír y alegrarse libre- mente en su presencia. Su ducado comprendía una gran superficie de tierras, con eriales en los que el matorral cubría una extensión desier- ta; con lagos en que los pescadores aprisionaban peces, de los cuales algunos eran mágicos, y con montañas que se elevaban en soledades horribles, arriba de las regiones subterráneas habitadas por los Enanos.

Ella gobernaba á los Clarides por los consejos de un viejo monje, es- capado de Constantinopla, el cual, habiendo visto muchas violencias y perfidias, creía poco en la sabiduría de los hombres. Vivía encerrado en una torre con sus pájaros y sus libros, y, desde allí, llenaba su oficio de consejero conforme á un pequefio número de máximas. Eran sus reglas: "No poner nunca en vigor una ley que ha caído en desuso; ceder á los votos de los pueblos por temor á las sediciones, y ceder lo más lentamente posible, porque, cuando una reforma está acordada, el público reclama una nueva, y lo que es derribado por haber cedido muy pronto, lo es también por haber resistido mucho tiempo."

La duquesa lo dejaba en libertad, no entendiendo ella misma nada

R. N.-T.II-T

BEVI8TA NACIONAL.

de política. Era compasiva y, no pudiendo estimar todos los hom- bres, abogaba por aquellos que tenían la desgracia de ser malos. Ayu- daba á los desgraciados de todas maneras, visitando á los enfermos, consolando á las viudas y recogiendo á los pobres huérfanos.

Educaba á su hija Abeja con una sabiduría encantadora. Habiendo acostumbrado á esta niña á no tener otro gusto que hacer el bien, nin- gún placer le negaba.

Elsta mujer excelente cumplió la promesa que le había hecho á la pobre condesa de Blanchelande. Sirvió de madre á Jorge, y no esta- bleció ningún punto de diferencia entre Abeja y él. Crecieron juntos, y Jorge encontraba de su gusto á Abeja, aunque muy pequeñita. Un día, estando aún en los primeros años de su infancia, él se acercó á ella y le dijo:

¿Quieres jugar conmigo?

Quiero, dijo Abeja.

Haremos pasteles con la tierra, dijo Jorge.

Y los hicieron. Pero como Abeja no hiciera bien los suyos, Jorge le pegó en los dedos con su pala. Abeja gritó mucho, y el escudero Fran- coeur, que se paseaba en el jardín, dijo á su joven amo:

Pegar á las señoritas, no es propio de un conde de Blanchelande, monseñor.

Jorge tuvo ganas de cruzar su pala á través del cuerpo del escude- ro. Mas la empresa presentaba dificultades insuperables, y se resignó á ejecutar una cosa más fácil, que fué darse en la nariz contra un grue- so árbol y llorar abundantemente.

Mientras tanto, Abeja tenía cuidado de contener sus lágrimas me- tiéndose los puños en los ojos; y en su desesperación se frotaba la nariz contra el tronco del vecino árbol. Cuando la noche vino á cubrir la tierra. Abeja y Jorge lloraban todavía, cada uno frente á su árbol. Fué preciso que la duquesa de los Clarides tomara á su hija con una mano y á Jorge con la otra, para conducirlos al castillo. Tenían los ojos rojos, la nariz roja, las mejillas encendidas; suspiraban y lloriqueaban hasta partir el alma. Comieron con buen apetito; después, á cada uno, se les colocó en su cama. Pero salieron como pequeños fantasmas, ya que la vela se había apagado, y se abrazaron en camisa de noche, con grandes car- cajadas.

Así comenzaron los amores de Abeja de los Clarides y de Jorge de Blanchelande.

ABEJA.

CAPITULO IV.

QUE TRATA DE LA EDUCACIÓN EN GENERAL Y DE LA DE JORGE EN PARTICULAR.

Jorge creció en el castillo al lado de Abeja, á quien llamaba herma- na, por amistad, porque bien sabía que no lo era.

Tuvo maestros en esgrima, equitación, natación, gimnasia, baile, montería, cetrería, pelota, y en general en todas las artes. Tenía asimis- mo un maestro de escritura. Este era un viejo clérigo, de maneras hu- mildes pero de mal fondo, que le enseñaba diversas escrituras tanto menos legibles cuanto más bellas. A Jorge poco le agradaba ésto, y por consiguiente sacaba poco provecho de las lecciones del viejo clérigo, así como de las de un monje que profesaba la gramática en términos bárbaros. Jorge no podía concebir el que se tomara uno el trabajo de aprender una lengua, que se habla naturalmente y que se llama ma- terna.

Sólo se complacía con el escudero Francoeur, quien, habiendo ca- balgado mucho por el mundo, conocía las costumbres de los hombres y de los animales; describía toda clase de países y componía canciones que no sabía escribir. Francoeur fué de todos los maestros de Jorge el único que le enseñó algo, porque fué el único que lo quiso verdade- ramente, y no hay mejores lecciones que aquellas que se dan con amor. Pero los dos de los anteojos, el maestro de escritura y el maestro de gramática, que se odiaban mutuamente con todo su corazón, se unían sin embargo, en un odio común contra el viejo escudero á quien acu- saban de borrachera.

Es verdad que Francoeur frecuentaba un poco la taberna de Pot- d'Etain. Ahí olvidaba sus penas y componía sus canciones. Segura- mente obraba mal.

Homero componía versos todavía mejores que los de Francoeur, y Homero no bebía sino el agua de las fuentes. En cuanto á penas, todo el mundo las ha tenido, y el que logra hacerlas olvidar, no es por el vino que bebe, sino por la felicidad que ha comunicado á otros. Pero Francoeur era un viejo encanecido bajo los arneses, fiel, lleno de mé- ritos, y los dos maestros de escritura y de gramática, deberían disimu-

100 REVISTA NACIONAL.

lar sus debilidades en vez de hacer á la duquesa una relación exaje- rada.

Francoeur es un borracho, decía el maestro de escritura, y, cuando vuelve de la taberna de Pot-d'Etain hace al andar una S sobre el ca- mino. Es la única letra, entre todas las otras, que ha trazado; porque este borracho es un asno, señora duquesa. El maestro de gramática añadía:

Francoeur canta, y balbucea, canciones que pecan contra las reglas y no están hechas sobre ningún modelo. Ignora la sinécdoque, señora duquesa.

La duquesa sentía un disgusto natural por los pedantes y los dela- tores. Hizo que cada uno de los maestros estuviera en su lugap: no los escuchó más; pero, como commenzaron de nuevo con sus relaciones, concluyó por creerlos y resolvió alejar á Francceur. Sin embargo, para darle un destierro honroso, lo envió á Roma á buscar la bendición del papa. Este viaje era tanto más largo, para el escudero Francoeur, cuan- to que muchas tabernas, frecuentadas por músicos, separaban el duca- do de los Clarides de la sede apostólica.

Se verá, por el curso del relato, que la duquesa se arrepintió, muy pronto, de haber privado á los dos niños de su guardián más seguro.

Anatole Frange.

[Continuará.]

LETRAS Y CIENCIAS.

4 La biografía del Dante descaíiaa sohi^e hechos comprobados f Los estudios dantescos han tenido en Italia, durante los últimos años, con- siderable desenvolvimiento; la creación de dos cátedras nuevas para estudiar al Dante en Roma y Ñapóles, el año pasado, y que aún no es- tán provistas, va á dar nuevo impulso á los trabajos dantescos. * Hase

1 El gran poeta Italiano Carducci Ai6 nombrado por el rey Humberto para des- empeñar la cátedra de Roma.— Carducci no admitió, por razones políticas, según dicen, pues es un republicano exaltado; pero abrid el curso con una magníflca conferencia: no está designado aún su sucesor.

LETRAS Y C1ENCI4Í% 101

constituido en Florencia una sociedad dantófila. bajo* Jd. dirección del alcalde de la ciudad, y se anuncia la aparición próximardé ifna^evw- ta destinada exclusivamente al poeta de la Divina Comedia, ^o son coleccionadores ó maniáticos solamente quienes á este estudio á'láycz* apasionado y minucioso se consagran, sino los más conspicuos criti^ eos de la notable escuela contemporánea en Italia, los Bartoli, los del Lungo, los d'Ancona, los Villari, los Scartazzini, etc. Y es que no se trata de estudiar tan sólo tal ó cual detalle, ó comprobar tal ó cual he- cho dudoso, ó explicar este ó el otro pasaje difícil del Paraíso ó del Purgatorio. Aunque á propósito del Dante se han escrito bibliotecas enteras, parece que aun no es conocido: su biografía mil veces escrita, está por hacer todavía: su fígura se eclipsa detrás de la bruma de la incertidumbre; es el centro de una leyenda que casi no tiene otra base que la imaginación de quienes poco á poco la han formado. De mo- do que el trabajo de la crítica es ante todo destructivo: sus primeras hivestigaciones rematan en una negación. Indicaremos brevemente los resultados y el carácter de esta ardua labor.

No es difícil darse cuenta de por qué es casi imposible establecer la biografía de Dante: uno solo de sus contemporáneos, el cronista Juan ViUani, nos ha dejado algunas noticias sobre él, precisas, pero tan bre- ives, que más corto resulta trascribirlas que resumirlas:

''En el mes de Julio del afio de 1321, murió Dante, en la ciudad de

Havenna, en Romafia Gran literato era éste y sabedor de casi toda

<)iencia, aunque seglar: fué eximio poeta y filósofo, y perfecto retórico, •tanto en el arte de escribir y versificar, como en el de hablar en públi- co; muy noble decidor y perfecto en poesía, con un estilo pulcro y be- llo cual no lo hubo nunca en nuestra lengua, ni en su tiempo, ni des- pués É hizo la Comedia, en que en elegantes rimas y con gran- des y sutiles cuestiones morales, naturales, astrológicas, filosóficas y teológicas, y con hermosas inspiraciones y bella poesía, compuso y es- cribió, en cien capítulos ó cantos, sobre la existencia y el estado del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, con tanta grandeza como es deci- ble, y como pueden verlo y oirlo los que tengan sutil inteligencia. Este Dante fué, á causa del saber suyo, un poco presuntuoso, displicente y desdeñoso, y casi tan poco amable como un filósofo, no sabía conver- sar con las personas legas. Gracias con todo, á sus otras virtudes y á la ciencia y valor de tan gran ciudadano, nos parece que conviene darle perpetua memoria en esta crónica; además, las nobles obras que nos

,

102 . •..*. flÉVISTA NACIONAL.

-t.!_V ^iA_í

ha legado. dáA*d*e ¿1 testimonio cierto y prometen honrosa reputadÓD

á nurestra* patria."

...•yiHani era un adversario político del Dante; habla, sin embargo, con * t * *

; ' , e/^i)iad del proscrito muerto en Ravenna; pero la página que le consa-

, gra es antes juicio que biografía. Para hallar algunos detalles biográ- ficos preciso es descender hasta Bocaccio que, en 1373, más de medio siglo después de muerto el Dante, ocupó la primera cátedra creada por los florentinos para explicar á su poeta. Mas si Bocaccio era un erudi- to, también era un novelista y un moralista; como tal, más bien se ocupaba en la significación de los hechos, que en los hechos mismos» sobre todo, gustaba de adornar sus discursos, é introducía en ellos des- envolvimientos estéticos sobre temas creados evidentemente por su ima- ginación; asi, el pasaje en que habla de la seriedad del Dante desde su niflez, aquel en que describe su dolor al saber la muerte de Beatriz, y otros, son trozos de pura literatura cuyo carácter romancesco salta á la vista. En ellos es fácil reconocer sus procedimientos habituales en sus novelas ciceronianas; los efectos de estilo son los mismos y la facilidad con que el autor se refugia en las generalidades vagas mues- tra claramente que carecía de documentos serios.

Y esta biografía es la que ha servido de base á las demás, eso sí, au- mentada de generación en generación; los mismos que la critican, la imitan. Bruni, verbi gracia, reprocha á Bocaccio la poca solidez de sus informaciones; refiere varios hechos tomados, según él, de la corres- pondencia del poeta; pero esta correspondencia no ha llegado á noso- tros, y Bruni era muy capaz de inventarla. Filelfo, insoportable y vano como siempre, declara que Bocaccio y los demás han calumniado al varón ilustre, y que él, qui Dantem imhibi Utum, va á tratarlo como se debe. Y sin embargo, se muestra tan poco exacto y tan mal infor- mado como sus predecesores. En el siglo xvi Vellutello comienza á po- ner en duda algunos de los hechos que pasaban por ciertos y en el xviii Pelli trata, en fin, de compulsar algunos documentos y registrar algunos archivos. Esfuerzo que no impide á los biógrafos del siguien- te período el volver á las tradiciones de Bocaccio, amplificándolos con frecuencia, y en las numerosas obras que Dante ha inspirado en el cur- so del siglo, en las Vidas de Balbo, Misserini, Fratrielli, Kopischo, Fauriel, etc., los hechos dudosos, probables y ciertos se ven mezclados con una pintoresca inconsciencia. Bartoli en el V volumen de su ma- gistral Hütona de la literatura itaJianaf por entero consagrado al Dan-

LETRAS Y CIENCIA». 108

te, no ha tenido difícultad en señalar esta falta completa de critica, y si no llega á contamos lo que realmente fué Dante, ha reducido, cuando menos, á su justo valor, muchas hipótesis antes de él aceptadas como hechos ciertos, y para ello le ha bastado con descubrir sus fuentes. Si- guiéndolo en dos ó tres pormenores, veremos cómo se ha formado la leyenda del Dante y lo que ha bastado para destruirla.

Dante, todos los manuales lo dicen, fué discípulo de Brunetto Latini, estadista y filósofo, desterrado de Florencia con los Güelfos y que vol- vió á la ciudad cuando hubo triunfado su partido La aserción se funda en ciertos versos del Infierno. Al encontrar á Brunetto Latini en el circulo de los violentos, Dante le dice: "Tengo presente siempre en mi ánimo vuestra cara y bondadosa imagen paternal, tal como era cuan- do en el mundo me enseñasteis cómo el hombre se eterniza.''

Le parece á uno que sueña, cuando registra todo cuanto de este pa- saje han sacado los biógrafos desde el siglo xiv. Sin duda el sentido de esta frase "me enseñasteis cómo el hombre se eterniza," es muy vago. Se la puede interpretar de mil maneras, y eso e^ lo que ha su- cedido, en efecto. Para Bocaccio, Brunetto enseñó á Dante la filosofía; para el comentador conocido con el nombre de Ottino, se trata de la ciencia moral; para Benvenuto da Imola, Brunetto fué maestro del Dan- te en el sentido más literal de la palabra; debió haber regenteado una escuela frecuentada por Dante y otros jóvenes "entre ellos algunos que llegaron á ser célebres por su elocuencia." Esta interpretación, á pe- sar de ser la más distante del texto del Infierno, ha sido la más segui- da, y algunos modernos la han desarrollado convirtiendo á Latini en un pedagogo que acostumbró la razón del Dante á penetrar hasta el fondo de las cosas inspirándole, él, que escribió Tesoro en francés, por ser lengua que le deleitaba más que el italiano, el amor por la lengua nemácula. Pero lo poco que de la vida del personaje conocemos hasta parece hacernos dudar de los asertos de los biógrafos, que resultan ver- daderos fantaseos. En 1273, cuando el Dante tenía ocho años, cuando apenas habría podido comenzar el estudio de "cómo el hombre se eter- niza," Latini era secretario del consejo de la república florentina, y muy estimado de sus conciudadanos; tan directamente mezclado en la política, que fué de los primeros que en 1283 sirvieron el cargo nue- vamente creado, de Prior. Las funciones de maestro de escuela se com- padecen poco, hay que convenir en ello, con la vida agitada del autor del Tesoro, ¿Cómo podía encontrar tiempo en medio de sus ocupa-

lOi BEVIBTA NACIONAL.

Clones para enseñar al pequeño Dante degli Allighieri? La interpreta- ción de los primeros comentadores es, sin duda, la más cercana á la verdad: Dante aprendió mucho de Latini, frecuentándolo, ó más bien leyendo el libro del Tesoro ^ especie de enciclopedia de todos los cono- cimientos de la época, mezclado con fragmentos de todos los escritores antiguos, ó tal vez otro libro más pequeño, el Tesoretto, que algunos consideran como una de las fuentes de la Divina Comedia.

Otro punto de detalle nos muestra claramente por qué especie de cristalización continua la biografía del Dante, que apenas llena una página de Villani, llenaba cuarenta de Bocaccio y dos volúmenes de Balbo.

Hablando de la juventud del Dante, Bocaccio insinúa que encontra- ba placer en ocuparse "en los versos y el canto.'* Cierto, nada tiene esto de imposible; Manctti, alargando la aserción de B., agrega que fre- cuentaba á los maestros de música de su tiempo. Filelfo, amplificando más, agrega que cantaba agradablemente y que tocaba la cítara y el órgano, para atenuar el fastidio de la soledad en su vejez. Un biógrafo del siglo pasado se aventura á suponer que tuvo por maestro de mú- sica á su contemporáneo Casella: otros aprueban esta hipótesis; todos ellos escriben que no es imposible que Casella fuera, como se dice, el maestro del Dante. Por medio de este se dice, se pone al amparo de la tradición una hipótesis gratuita de un comentador desautorizado. Por supuesto los manuales y los diccionarios aceptan á porfía y sin re- serva que Dante amaba la música; que cantaba, tocaba el órgano, tuvo por maestro á Casella, todo para probar, como si para ello no bastara su obra, la universalidad de su genio.

allí dos ejemplos que muestran que basta remontar á las fuen- tes, para ver desmoronarse la leyenda del Dante. Este procedimiento puede aplicarse á muchos otros pormenores, á algunos de los más ge- neralmente aceptados, de los más populares: así podrá descubrirse que Dante no tomó parte en la batalla de Campaldin, á pesar de que la describe en su Purgatorio; que Beatrice Portinari no se llamaba ni Bea- trice ni Portinari, probablemente; que cuanto se refiere de la vida con- yugal del poeta, con excepción del hecho mismo de su matrimonio, es pura hipótesis; que no es posible saber cuántos hijos tuvo; que de ca- torce legaciones que le atribuye Filelfo cerca de los más poderosos magnates de su tiempo, sólo una es incontestable y la más modesta: la que desempeñó cerca de la municipalidad de San Gemignano adon-

LETRAS Y 0IBNC1A8. 106

de fué á vigilar el nombramiento de un nuevo capUano, y así lo demás.

Cada uno de estos pormenores, considerado en si mismo, tiene poca importancia: que la muy noble señora que descubrió á su amante los misterios del Paraíso, se haya llamado Beatriz ó de otro modo, poco importa; si vivió, si fué amada hasta después de su muerte con un su- blime y único amor; que Dante haya sido embajador una vez y no ca- torce, en nada disminuye su valor como uno de los mejores talentos políticos de su siglo: el tratado de Monarchia basta á comprobarlo; que haya ó no estudiado la música con Gasella, la pintura con Giotto, la astrología con d'Ascoli, que con Latini ú otro, ó solo, haya aprendido cómo el hombre se eterniza, eso no rebaja en nada el genio soberano que domina su época y, acaso, toda la era moderna. Sin duda. Y sin embargo, ¡qué interesante nos sería formarnos idea exacta de su per- sonalidad, por otro camino que no fuera su misterioso poema cuyo sen- tido nos huye á veces! El eterno problema de la relación entre la obra y el autor, que es, en suma, el problema esencial de la psicología lite- raria, tal como hoy la comprendemos, nunca se ha planteado en tér- minos más apasionantes, más inquietantes, que respecto de este gran desconocido, sobre el cual la historia nos ha engañado poco á poco» tan completamente, que estamos convencidos de podemos figurar lo que fué su vida, cuando la ignoramos por entero casi, así como su figu- ra reproducida por todos los grandes pintores, es probablemente con- vencional.

Algo es ya, sin embargo, como lo han hecho los críticos italianos cuyas investigaciones he tratado de caracterizar, haber marcado el lí- mite aproximativo entre lo falso, lo cierto y lo probable. Gracias á ellos el escritor que hoy intentase escribir una "Vida del Dante," podría acercarse á la verdad más de lo que hasta hoy ha sido posible y, ya que no establecer sobre inconcusos datos la biografía del poeta, expli- car en parte su inteligencia y su corazón, sin detenerse á cada instante por errores legendarios. Ed. Rod.

El conde de Charencez, que hace mucho tiempo se ocupa en resol- ver problemas de arqueología mexicana, y cuyas tentativas para demos- trar los orígenes asiáticos de las civilizaciones americanas son conside- rables, acaba de presentar en la Academia de Inscripciones de Paris,

103 REVISTA NACK>NAL.

un trabajo sobre el idioma mame de Soconusco. M. de Charencez pre- tende demostrar que esta lengua, que pertenece á la familia maya— quiche, sirve de intermediara entre los dos grupos de esta familia, el grupo occidental (quiche y potromé) y el oriental (maya y tzendal).

ItlBLIOGRAPIA.

Fort comme la morí por Guy de Maupassant. Logran los natura- listas de talento, que en su horror de todo lo subjetivo, se han ejerci- tado y perfeccionado en el arte de estar ausentes de sus obras, de no manifestar la menor emoción ni ante el dolor, ni ante la muerte, ni ante el amor, de concretarse despiadadamente á su papel no de pinto- reS; sino de fotógrafos de las humanas miserias, logran, decíamos^ cuando una nota, una apreciación, una palabra revelan súbitamente que detrás de la obra hay una pasión, un corazón, un hombre, en su- ma, un éxito extraordinario, una absolución presurosa de los antiguos pecados, un triunfo, casi la gratitud de sus contemporáneos. Algo por el estilo sucede con la novela de Maupassant que aqui anunciamos. No que haya en ella una gran dosis de emoción personal aparente, si- no que por un arte tan sencillo en sus procedimientos, como refinado en el fondo, la emoción se traduce simplemente por el modo con que cuenta el autor el drama simple y profundo de un alma luchando con el tiempo y por él á la postre vencida.

Un pintor, Olivier Bertin, el favorito del gran mundo por su consu- mado arte de retratar mujeres, concibe por una bella dama (esposa de un conde-diputado) una de esas pasiones hondas, duraderas, sin alas, que son como toda pasión de artista, sensualismos idealizados, pero nada más que sensualismos. La pasión es correspondida y el adulterio se establece, después de una lucha moral a posterioriy como un modo definitivo de vida, como un pacto sencillo, Íbamos á decir honrado.

Y pasaron los afíos, el crimen había adquirido el aspecto íntimo y sereno de un idilio conyugal; el artista sentía el corazón vigoroso aún;

bibliografía. 107

en ella el amor era inagotable y la belleza declinaba con esplendores de crepúsculo. Tenia una hija, que se educaba lejos del amparo ma- terno; mucho tiempo hacía que Olivier no la veía. Vuelve por fin á la casa de su madre la gentil chicuela, que es ya un botón á punto de desplegarse, una flor llena de promesas encantadoras; unas cuantas ma- ñanas tibias, un beso largo de la primavera próxima y la flor seria una

mujer, y Olivier se dice todo esto; se siente bien en la atmósfera

de germinal condcnsada en tomo de aquel capullo virgen, aspira con delicia infinita las primeras emanaciones de aquella alma que desper- taba á la vida de las pasiones; había en el odor difemina de la hija de Mad. Guilleroy (así se llamaba la querida de Olivier) el lánguido perfume de la gardenia entreabierta. Había mucho más que todo ésto; había un milagro de semejanza entre Mad. Guilleroy y su hija; era una Mad. Gui- lleroy joven y virgen, era un trasunto del tipo que el artista había infor- mado en su alma con la figura de su amante idealizada. Esta especie de resurrección turbó hondamente á los dos amantes; ella comprendió que el corazón de Olivier giraba hacia la estrella nueva, y empezó su mar- tirio. Al martirio de ella siguió el del artista; la ñifla no podía amarlo, él por eso precisamente empezó por querer luchar, luego no pudo, lue- go no quiso luchar y se entregó al destino. Ella invadida por la edad, hizo un esfuerzo por competir con su hija, pero no pudo tampoco; am- bos naufragaban en un dolor inmenso, cerca el uno del otro y, sin embargo, solos, horriblemente solos. El artista ha tocado en la repro- ducción de este drama que no se ve, que solo se siente, en esta repro- ducción sin frases, sin recursos teatrales, sin una sola trivialidad, sin un solo rebuscamiento, siguiendo la realidad de la vida palmo á pal- mo, á los límites más retirados del arte. Olivier muere, ella está muer- ta del corazón desde antes; la muerte de Olivier (un suicidio cualquie- ra) es el último capítulo, una muerte ordinaria, indeciblemente doloro- sa y triste; en las palabras que aquellos dos desgraciados se cambiaron en la agonía, se percibe como una tenue y lejana nota, el sollozo del autor.

Es una bella obra Fort comme la mort; no recomendamos su lectura, no recomendamos la lectura de ninguna obra pesimista, pero es muy bella ¿es inmoral? Es la inmoralidad genuina de la vida. ¿Es inmo- ral Mad. Bovary, la obra magna de Flaubert, de quien Maupassant es discípulo? Taine recetaba la lectura de Mad. Bovary á una directora pudibunda de un colegio de ñiflas en Inglaterra. La receta era mala;

108 REVISTA NACIONAL.

el drama que ahí surge del adulterio es espantable, cierto; y es na- tural y necesario, sin duda. Pero para llegar á las convulsiones asque- rosas de la infeliz suicida, hay que pasar por otras, de otro género,

igualmente inmorales, pero Basta de digresión. Los amantes del

arte delicado, sin dejar de ser robusto y sano (nótese que hablamos del arte nada más) leerán con deleite la novela del autor del obsceno Belr-ami, Y aquí no hay una sola obscenidad por cierto, ni un solo epi- sodio impuro; la impureza, la inmensa impureza latente está comple- tamente velada por el amor primero, por el dolor después; al fin se apaga en la muerte.

Lo singular es que el joven maestro naturalista, trata aquí, reno- vándolo con los procedimientos de su escuela, el eterno tema román- tico de la muerte por amor. Aquellas muertes declamatorias, teatrales, vestidas al estilo de la Edad Media eran ciertas; eran reales, como ésta que nos describe Maupassant. Entonces se moría con un puñal damas- quino, hoy bajo la rueda de un v^agón. Era el amor el que mataba, el amor mata desde los tiempos del Eclesiastés. Dichosos aquellos para quienes no es muerte, sino vida y tranquilidad y goce puro y superior que parece tener alas hasta para más allá de la tumba. Pero estos sentirán la amarga curiosidad de conocer el amor malo, el homicida, aunque sea en las descripciones de Maupassant. Lector, ¿no somos vd. y yo de estos curiosos?

Estadística del Hospital Juárez por el Dr. Manuel Soriano. Dos cuadernos se han publicado de esta obra importante, correspondientes á los meses de Julio, Agosto y Setiembre del pasado afio, uno de ellos está consagrado especialmente al movimiento de tifosos en el hospital, lo que nos parece perfectamente hecho, porque tratándose del tifo la gran plaza de la capital de la República y de casi toda la Mesa Central, todos los datos y condiciones del problema son de tomarse en cuenta si se quiere llegar á una acertada solución higiénica, que de s^uro ex- tinguirá ó atenuará este terrible mal aquí, cómo en otras partes ha su- cedido. La estadística hospitalaria ha sido perfectamente organizada por el modesto y concienzudo facultativo á quien se ha encomendado; puede servir la forma metódica que se le ha dado no sólo bajo el as-

bibliografía. loe

pecto médico, sino bajo el criminalista, pues sabido es que el Hospital Juárez es el destinado á recoger á todos los heridos y muertos en la gran batalla del crimen en México. Cuando en nuestras cárceles y pe- nitenciarias se organicen con tanto esmero Eetadísticas del género de las que publica el Sr. Soriano se habrán zanjado las bases de una cri- minología nacional.

Vera Nicole por C. Le Senne. Esta es una novela que no carece de interés, no por el asunto bastante trivial, sino por el estudio de los ca- racteres; es una pintura exacta de ciertos medios y de ciertas costumbres literarias muy de actualidad en Francia, y que entre nosotros existen en gérmenes, que se desenvolverían rápidamente si una vida literaria in- tensa sucediese á esta anémica que llevamos, en que, no decimos la producción original, sino la simple asimilación es todavía tan laboriosa ó tan desmayada. El clavo de la novela, como dicen los franceses, con- siste en las relaciones entre el inteligente y candidamente ambicioso profesor Gorbiére y la literata Vera Nicole, una de esas plantas malsa- nas que la trasformación de los métodos de educación, y sobre todo, su mala aplicación producirán forzosamente durante mucho tiempo, hasta que se hayan aclimatado y perfeccionado. Virtuosa por tempera- mento, bella é instruida, pero profundamente excéptica, esta Vera vive fabricando novelitas morales para una empresa de literatura para las familias. Gorbiére se enamora de ella; ella ve en Gorbiére un medio de dejar la monótona existencia que lleva; se casan, vienen los disgus- tos, ella se lanza á la literatura galante, acaba en el adulterio. El se suicida á la postre. Muchos de los personajes de esta novela, son, se- gún parece, retratos.

£on ami por Ad. Belot. Este autor tiene gran séquito entre las per- sonas, y abundan, aficionadas á la novela elegantemente pornográfíca y perniciosa, sin ser en realidad divertida. EH título recuerda la gra- ciosa y terrible obra de Maupassant, de escabrosísima lectura, pero de

lio REVISTA NACIONAL.

un realismo tan poderoso y de una observación tan profunda, tan iró- nica 7 tan dolorosa: Bel ami. Sólo por el titulo se parecen; el tema de la novela de Belot, desarrollado con menos libertinaje en la forma, es en el fondo tan inmoral como el que más: se trata de un niño que sir- ve de intermedio entre su madre, mujer incomprendida y abandonada, y un buen joven que, gracias al divorcio, acaba por regularizar una culpable unión.

Antonio Bezarez por L. Biarl. ^Tal es el título de una serie de no- velitas de costumbres mexicanas, del estimable M. Lucian Biart, anti- guo farmacéutico en Orizaba, muy perito en estudios botánicos y que al volver á Francia se convirtió en un literato naturalütu y no en el sentido soluno del vocablo, sino en el llano y ordinario de literato en- tendido en historia natural. El bandido, el hacendado, el guerrillero, el traficante mexicanos son un solo tipo, presentados en diferentes po- siciones como los ingleses de Caren d'Ache, en las amables é insigni- ficantes obritas del Sr. Biart. Lo mismo puede decirse de las mujeres, lánguidas, ardientes, enamoradas y fumadoras. Todo esto, mezclado con rasgos tomados de episodios reales, resulta en conjunto de un me xicanismo de convención y puramente literario como el indianismo de Chateaubriand y el hinduismo de Mery. Algunas veces, sin embargo, encontramos cuadros de costumbres nuestras bien observadas en la serie encabezada por Antonio Bezarez y paisajes de la Tierra Caliente muv bion descritos.

Le Señé de la Vie, novela autobiográfica por Ed. Rod. El autor es un joven sabio de estos que con un inmenso bagaje de instrucción» una curiosidad insaciable é inquieta, un amarguísimo dejo en los la- bios de los placeres de la vida intelectual (cosa que parece una para- doja y que es sin embargo una triste realidad), dueños de todos los re- cursos estéticos sorprendidos en sutiles é implacables análisis de todas las producciones literarias antiguas y modernas, se lanzan á las obras de imaginacién con el objeto de ejercitarse en la pintura objetiva de las almas de los otros, y nos dan al cabo una psicología dolorosa de las

bibliografía. lU

suyas, nos cuentan su alma. Siquiera Ed. Rod, el eminente profesor <le Historia de la literatura^ en Ginebra, lo hace francamente en su última novela. Como obra de observación interior es de las más nota- bles que nuestro tiempo ha producido; el talento del autor es inmen- so, con él corre parejas su sinceridad, esto se siente, se palpa. Se trata <iel curso ordinario de la vida reflejándose en un alma maravillosa- mente afínada por el heredismo intelectual y por la civilización. Re- sulta un libro pesimista. Al menos tal es nuestra impresión. ¿No es ésta, en resumen, la impresión dolorosa de la vida?

Waldeek-R<ya»8eau, Discursos políticos. Han llegado algunos ejem- plares de esta colección de notables producciones oratorias del joven abogado oportunista que fíguró por primera vez en el Ministerio de Gambetta en Francia y luego en el último gabinete presidido por el Sr. Ferry. Cuando ese admirable pueblo francés capaz de salir sano y sal- vo de todas las catástrofes y de todos los errores, hasta de este error cesarista que está á punto de volver á cometer, necesita hombres de carácter entero, de elocuencia superior y seria, de penetrante instinto político, volverá los ojos al grupo en que Waldtek-Rousseau figura en primera línea. Entonces reparará con su habitual generosidad una de las injusticias mayores que en la historia moderna se han cometido, ha- blamos del odio popular contra el eminente estadista á quien se achaca el horrible crimen de la expedición de Tonkin, que ni es un crimen, sino una empresa feliz como lo dirá lo porvenir, y que si lo fuera habría tenido por cómplice á la mayoría del pueblo francés. ¿Pero cómo qui- tar de la cabeza á un pueblo latino un odio que tiene por base una se- rie de frases altisonantes, y como impedirle que cuando se sienta des- contento busque un chivo expiatorio? La historia de Francia ha visto frecuentemente enormes impopularidades, pocas tan inexplicables co- mo la de uno de los pocos hombres capaces de realizar el gran ideal de Gambetta, la trasformación del partido republicano avanzado en un partido de gobierno, la del amigo del orador cuyos discursos anuncia- mos. Precisamente la lectura de estos discursos demuestra cuánto tie- ne la gran república europea que esperar de ciudadanos de tanto ta- lento, de tanta integridad, de un amor tan cuerdo y tan alto de la libertad y del orden.

ISTA JSAClOlífJLL,

Lt Z>£-rtp/< por P. Etc-uipeL ^Reservándonos para más tarde, por encajar perfectamenle en n::estrD propósito de hacer seguir á los lec- tores de la ia^ri^a el morimiento literario general, en sus más salien- tes manifestaciones, un estjdio sobre Bourget, que personifica en una de sus faces más interesantes las tendencias de la flamante escuela psicológica, aplicada al arte de hacer novelas, nos apresuramos á se- ñalar h Diítipl^. á cuantos siguen de cerca la evolución hacia un ideal superior v humano, del naturalismo en Francia. Un joven discípulo de un filósofo eminente y fundamentalmente descreído, se propone pa- ra hacer una gran ^s}:*enencja psicológica, seducir á una joven pura y buena. Lo consigue y pactan morir juntos: ella se propina un vene- no: él no: la experiencia esta consumada. Acusado de haber dado muer- te á su amante, guarda sik-ncio ante el jurado y ante la acusación del hermano de su victima, a quien ésta encargó su venganza.

El joven profesor es un profesor naturalmente) ha enviado su con- fesión completa á su maestro. Este se llena de tribulación y espanto. ¿Cómo han podido sus doctrinas, simples lucubraciones intelectuales, producir tanto mal? Es culpable el maestro. ¿Es culpable el inventor de la dinamita de tan horrendas aplicaciones que suelen hacerse de ella? aquí el problema.

Por fin el jurado conoce la verdad y absuelve al profesor; el herma- no de la pobre joven seducida lo mata de un pistoletazo. Elste es des- camado y des dudo de todas las delicadezas de observación y de estilo, suprimiendo los infinitos matices de este drama, la obra de Bourget, una de las más notables de la escuela contemporánea y que el inflexi- ble crítico de la Bevue (h^ deitx mnnde^^, califica de una excelente obra y de una buona acción.

MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS. 118

MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS.

[Cinco vüIh. in folio., edición ilustrada.^-Barcolona.— México.— Ballescá y CompJ

En el mes que corre se han distribuido los últimos cuadernos de esta obra monumental que hace honor, en toda la fuerza de la pala- bra, á la producción catalana de impresiones artísticas, al espíritu de empresa del Sr. Ballescá y á nuestros amigos é ilustrados colaborado- res los Sres. Riva Palacio, Ghavero, Zarate, Olavarría y Vigil, redac- tores de los sendos volúmenes que la componen. Bajo el aspecto ar- tístico es ciertamente una incomparable colección de vistas de ruinas, de monumentos, de paisajes, de tipos nacionales y de retratos de per- sonajes que de cerca ó de lejos se han mezclado á la historia de nues- tro país. En muchos años no podrá intentarse cosa igual, aun cuando hubiese elementos para modificar ó perfeccionar la preciosa galería formada por la parte ilustrada de los cinco enormes tomos en que nos ocupamos. No que todo sea irreprochable en la ilustración, casi siempre limpia y hermosa en la parte grabada en el texto mismo, mas bastante desigual en las láminas en color, sobre todo en las que tienen preten- siones de composición artística. En cambio, hay algunas planchas gra- badas que son la perfección misma como los retratos de los generales presidentes Arista y Porfirio Díaz; no se puede pedir al grabado en acero una reproducción más exacta, más viva, más fina del rostro liu- mano.

No conocemos las últimas oleografías tomadas de cuadros compues- tos con episodios de la conquista que constituyen el obsequio final á los suscritores de la obra; nada pues podemos decir de su mérito. Y ya que tratamos de lo que se refiere á los editores, que, en verdad, han realizado su empeño con un valor y una habilidad superior á todo en- comio, séanos permitido formular el deseo de que la misma obra, con toda la ilustración intercalada en el texto, se publique en una segun- da edición pequeña de forma, aun cuando quede distribuida en quin- ce ó veinte volúmenes, pero que sea fácil de manejar; las obras que necesitan para leerse de un atril ó una mesa, se leen poco; quienes no

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hayan tenido la precaución de leer por entregas estos inmensos libros de 800 páginas, cuando menos, renunciarán al gusto de hacerlo, una vez empastados, á menos de dedicar á tan trabajosa tarea tres ó cua- tro años. Lo que proponemos á los editores, es lo mismo que han he- cho con la gran edición de la Historia de JEspaña de Lafuente, los Sres. Montaner y Simón, alcanzando un buen éxito completo.

La Revista Nacional tratará de emprender el análisis de aquel vasto trabajo histórico, con todo el detenimiento que exigen sus proporciones y el indiscutido mérito de sus autores. Por ahora nos contentaremos con resumir rápidamente nuestra impresión general. A pesar de haber sido encomendada á escritores de marcada personalidad literaria, y, por consiguiente de estilo, tendencias y puntos de mira diversos, no hay duda que existe en toda la obra cierta unidad de espíritu, un con- 8en8U8 constituido por la identidad de opiniones patrióticas y liberales de sus autores y por la intención sana de aplicar á nuestra historia nacional un criterio desapasionado é imparcial.

Al Sr. Chavero cupo en suerte, por sus conocimientos arqueológicos, la primera parte de nuestra historia, la anterior á la conquista, la que se ocupa en la procedencia de los diversos grupos que se establecieron en la futura Nueva España, de los orígenes y desenvolvimiento, de los caracteres y diferencias, de las luchas y fusiones de las civilizaciones aclimatadas entre el mar CSaribe y el mar de Cortés. Dejando á un la- do los errores posibles é inevitables en obras de tamaño aliento, puede afirmarse que cuanto de sustancial é importante se conoce sobre estas épocas muertas, está ahí y está ahí relatado en un estilo superiormente literario y florido, elocuente con frecuencia, pocas veces retórico y de- clamatorio. £1 apasionado amor con que el eminente académico ha estudiado estas épocas que tanto cautivan por lo grandioso de sus ves- tigios artísticos, por el misterio de sus monumentos epigráficos; el eco lejanísimo de los dramas en que tomó forma el advenimiento, el apogeo y la muerte de los pueblos que en ellas se movieron, á la vivaz palabra del narrador tonos apocalípticos. Así planteado adquiere poderoso relieve el problema de los nebulosos orígenes americanos, y agigántanse en los términos más retirados de la perspectiva histórica los lineamientos de las civilizaciones ante-cristianas de este continente, lo que comunica á los lectores esa emoción singular que en presencia de las ruinas de la antigüedad mexicana se resiente. Taine afirma que un historiador completo, debe, en cierto modo, ser un poeta: lo es el

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Sr. Chavero, sin duda alguna. La intuición, el don de adivinar lo pa- sado, la contagiosa convicción con que nos lo presenta redivivo, fluyen de sus cualidades de poeta. Mas de allí vienen también, y este es el defecto de la cualidad, la facilidad de inferir en grande de premisas ó muy vagas ó muy pequeflas, de edificar hipótesis atrevidísimas sobre frágiles bases, y en suma la tendencia de imaginar la historia ahí don- de falta el dato concluyente, y la tentación de tomar las simples pro- babilidades por hechos ciertos. ;?•. Hemos de empeñamos en probar en estudios especiales que^algui na vez son justos estos reproches, de que ningún historiador poeta se ha zafado. Mas á pesar de ello, repetimos que en el primer toma de México á través de loa sigloSy queda coordinado cuanto de allen- de la conquista se sabe, y algo más, algo tal vez, discutible y pro- blemático. Llegando á tiempos más conocidos, el Sr. Chavero se mueve con perfecta facilidad y maneja el dato y el documento con ad- mirable destreza, aunque siempre inclinándose á hacerles decir algo nuevo, á encontrar en ellos lo que los otros no han encontrado. Después de la narración de la conquista de nuestro inolvidable Orozco y Berra (Historia Antigua y de la Conquista de México, tomo IV) para referimos á los contemporáneos solamente, era bastante diñcil hacer algo mejor ó más interesante; el Sr. Chavero lo ha hecho diversamente, se ha co- locado en otro punto de vista y ha salido muy airoso de un empeño en que ha apurado su talento y su arte. Y este es el caso de felicitarlo por haber dado á la conquista, considerada desde lo alto y en conjunto todo su valor, y de no haber rendido parias á la escuela que con un criterio que puede ser muy patriótico, pero que por apasionado es per- fectamente extraño á la ciencia, niega lo que hay de grande en la per- sonalidad de Cortés (mezcla de vicios y cualidades extraordinarios, co- mo tantas veces las hubo en el siglo XVI) y, lo que es más grave, pretende rebajar la importancia suprema de la obra de los conquistadores, punto de partida de la sociedad mexicana. Y para cerrar con una pequeña (Alcana éste, que no es por cierto un juicio critico sino un breve con- junto de reflexiones nacidas de la primera lectura, permítannos los historiadores de México á través de los siglos: (porque la crítica no va solamente enderezada al Sr. Chavero) que extrañemos el siste- ma de incorporar el aparejo eradito, la documentación solo propia de apéndices, los excursus ó disertaciones complementarias, en el texto mismo. Esto tras de fatigar al lector, es un grave defecto de composi-

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ción. Los resultados sustanciales en el texto, las referencias y las in- dicaciones indispensables en las notas, el material importante que ha servido para el trabajo, en los apéndices, este es el buen sistema, per- fectamente conocido de los autores á quienes nos dirigimos. Por no haberlo empleado, obligados quizás por exigencias editoriales, resulta que la obra parece un edificio al que se hubieran dejado los andamios. La parte encomendada al Sr. Riva Palacio era quizás la más impor- tante de todas, aunque la menos dramática y pintoresca. Los tres si- glos del gobierno colonial exceptuadas sus dos extremidades, la que se desprende de la conquista y la que se pierde en las convulsiones de la gran insurrección de 1810, son monótonos, áridos, la historia en ellos tiende á retrogradar hacia la crónica y la crónica á pulverizarse en efe- mérides; sólo un esfuerzo superior podía extraer del hacinamiento de materiales referentes á la vida superficial de la sociedad y al movimien- to uniforme del mecanismo administrativo armado aquí por España^ una buena narración explicada de los sucesos, una regular historia pragmática, en suma. Hombre capaz de ponerse á la altura de cuanto emprende, lleno de entusiasmo y de fe, cualidades que suelen negarse á la familia mestiza de la que el Sr. Riva Palacio es uno de los más conspicuos representantes, familiarizado con todas las disquisiciones de la ciencia, artista por instinto, filósofo por insaciable y desordenada cu- riosidad, como la de todos nosotros los hispano-americanos, no podía contentarse con un trabajo que en los límites que hemos apuntado, te- nía que ser de segunda mano. Otra era visiblemente su ambición; pe- netrar en las causas de los fenómenos históricos, analizar sus elementos, seguir en sentido inverso su evolución hasta llegar de una en otra capa social hasta la roca étnica primitiva, mostrar luego cómo y en qué do- sis se conjugaron estos elementos para producir sociedad actual, marcar las etapas laboriosas de esta evolución, trazando á grandes ras- gos al fin de cada período, el cuadro de nuestro estado intelectual, mo- ral y económico, relacionarlo todo con la historia de la metrópoli, tal era el plan de la obra. Entonces bajo la dormida superficie del lago, se descubre la vida intensa de los organismos inferiores, se ven flotar las raíces de la planta colonial, aspirando todos los jugos, asimilándose todos los gérmenes, y el drama humano se revela en la sombra con algunos de sus más conmovedores caracteres.

Nadie dudaba que el Sr. Riva Palacio fuese capaz de llevar á buen término tamaña empresa; á pocos entre nosotros les conocemos aptitu-

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des más propias para ello; tampoco diremos que su programa haya quedado plenamente realizado; hay, en verdad, aqui y allí capítulos magistrales, aquí y allí el historiador ha mostrado de lo que es capaz manipulando el documento, clasificando el hecho y haciendo hablar á entrambos el verbo de la verdad y la vida; los capítulos sobre la pro- pagación del cristianismo, sus consideraciones sobre la inquisición, al- gunos trozos de sus cuadros seculares pueden contarse entre lo mejor que la literatura histórica en América ha producido. La introduc- ción, que nosotros vimos escribir, no encierra por cierto gran novedad, sino bajo la pluma de un neo-mexicano, por la soberanamente justa apreciación que hace de la gran Isabel de Castilla y por lo bien que el siglo XVI parece sentido y comprendido por su autor.

En cambio todo el libro se resiente de cierta rapidez en la ejecución, de cierta facilidad improvisadora, que quita un poco de lastre á las teo- rías, hace inseguro el método empleado y suele inspirar desconfianza respecto de las conclusiones. No seremos nosotros quienes reproche- mos al autor cierto alarde de erudición científica; al contrario cuando esto se hace con sinceridad y sin pedantería, y nada menos pedante aun por temperamento, que el Sr. Riva Palacio, sirve para orientar al lec- tor poniendo de manifiesto los fundamentos del criterio del historiador. Nos atrevemos, sin embargo, á sentir que haya cierto sabor de asimi- lación incompleta en algunos capítulos de las digresiones étnicas y an- tropológicas del libro y alguna precipitación en las aplicaciones. Así y todo, esta parte de la obra, sobre la que procuraremos luego ser más explícitos, es, en conjunto*, enteramente superior á cuantas historias de la edad colonial conocemos.

Aun no hemos tenido vagar para leer el voluminoso tomo (3? de la colección) que consagra á la Independencia el Sr. Zarate. Jueces com- petentes nos aseguran que es lo más ordenado, lo más serio y correcto que ha producido su autor, cuya reputación, tiempo hace adquirida, de escritor de terso y elevado estilo, la Revista ha confirmado publicando un notable y concienzudo estudio sobre el admirable y batallador as- ceta que se llamó Gregorio VIL

El período que baja de la consumación de la Independencia al triun- fo de la revolución de Ayutla, está muy bien narrado en el IV volu- men. Al que esto escribe hizo el favor de pedirle el Sr. Riva Palacio, director general de la obra, la redacción de esta parte; la tarea nos pa- reció abrumadora para el corto tiempo de preparación que las necesi-

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dades de la empresa exigían y declinamos la honrosa proposición. El Sr. Arias, distinguido escritor y liberal meritísimo podía contar aque* Ha época con sólo apelar á sus recuerdos personales. Desgraciadamente murió cuando apenas había trazado los primeros capítulos del susodi- cho cuarto volumen. Un literato español, fraternalmente unido al gru- po de jóvenes que hace veinte afios empujó á la vida literaria el pode- roso aliento de Altamirano, y que llegó á la plenitud de sus facultades aquí en nuestra Patria, aclimatando para siempre en ella su espíritu y su corazón, D. Enrique de Olavarría fué el encargado de dar cima á la temerosa labor. Con el nombre de Eduardo Ramos, publica desde hace algunos afios en el género de los famosos Episodios de Pérez Galdós una serie de novelas históricas mexicanas bastante popula- res. Olavarría conoce nuestra historia y la sabe explicar porque la ha meditado y comprendido. Maravilla cómo en el breve tiempo de que podía disponer pudo allegar buena copia de datos importantes, algunos desconocidos y que tanto le han servido para dar variedad y dramático interés á su narración. El espíritu dominante en el libro es profunda- mente, íbamos á decir exajeradamente mexicano, este mexicanismo es eminentemente latino, como era natural, como era justo. De aquí un odio altivo, hacia todo cuanto á yankee trasciende desde los primeros afios de nuestra existencia nacional, de aquí la patética relación de las tristes campafias del 47 y 48.

El Sr. Olavarría no oculta sus simpatías por el partido reformista avanzado y aunque procura ser imparcial y mostrar sus errores, éstos, en su concepto, desaparecen ante los de las otras fracciones políticas. ¡Cosa singular! El verdadero objeto de las iras del autor es el partido moderado; lo persigue y zahiere sin descanso á través de su obra, des- de la ojeada retrospectiva del capítulo XVII en que rehace, en puridad, la parte escrita por el Sr. Arias, cosa que era indispensable, á nuestro entender, hasta las últimas páginas del libro: de ellas tomamos estas palabras que entrafian una apreciación eminentemente discutible, pero que pintan bien el espíritu que domina en el historiador: "No fué tan- to (en la revolución de Ayutla) el mérito de Comonfort, á quien nadie podrá jamás salvar de la nota de haber expuesto á un absoluto fracaso á la Revolución de Ayutla con sus tendencias é ideas moderadas y no las liberales democráticas ^'

La oposisión de ideas entre los moderados y los exaltados que indica el autor, no nos parece exacta; la diferencia solamente consistía en me-

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dios y procedimientos; hombres de teoría y de estudio, los moderados, se fijaban en la necesidad de retardar la marcha del progreso político para consolidarlo, mas no contaban con la actitud revolucionaría del partido reactor y tuvieron que ceder el puesto á los hombres de acción, á los radicales, cuyo programa tenía la ventaja de presentar una pron- ta solución económica y social á nuestro problema político. Por lo de- más, en nuestra tremenda revuelta de medio siglo, todo tendía á con- fundirse y no hay límite rigurosamente demarcable entre los credos políticos liberales, ni menos entre la acción de los caudillos y estadistas. Esta política que el Sr. Olavarría llama moderada j fué la de muchos hombres de todos los bandos cuando estuvieron en el gobierno, no fué la de ninguno en las horas de combate, en que se dejó la palabra á los cañones.

No importa; en el tomo IV de México á través de los siglos yacen organizados datos preciosos y abundantísimos sobre este período de transición, tan interesante, tan curioso, tan obscuro de nuestra histo- ría; ningún futuro historiador de México podrá eximirse de consultar- lo, ninguno, tampoco, escatimará sus homenajes al mérito de su inte- ligente y modesto autor.

El tomo V, al Sr. Vigil encomendado, es bajo todos aspectos el más considerable de la colección; el más considerable y el más interesante porque nos toca más de cerca, porque el autor narra una historia en la que vivimos todavía, puede decirse, y en la que existen las causas inmediatas y determinantes de los sucesos de hoy. En él ha desplega- do el Sr. Vigil todos los recursos de su talento, de su saber y de su estilo, y de hoy en adelante podrá decirse que el gran período de la Reforma ha encontrado un historiador digno de él.

Las dificultades eran magnas; dejando á un lado, las que provienen de la casi imposibilidad de depurar rigorosamente los hechos, porque aún no se conocen documentos importantes, que dormirán mucho tiem- po todavía en los archivos reservados de los gobiernos y los particula- res, las dificultades del orden psicológico son bastantes á exigir un es- fuerzo extraordinario en quien se proponga debelarlas; la falta de perspectiva histórica, que nos expone á confundir en el escenario con- temporáneo los términos de los acontecimientos y de las personalida- des de nuestro tiempo, dando el mismo valor á los que pertenecen á distintos órdenes de importancia es una de estas dificultades. El Sr. Vigil no la ha superado con igual felicidad siempre: así, por ejemplo,

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nos refiere minuciosamente los detalles de las campañas sostenidas en el Occidente de la República durante los Tres años y la Intervención, con excepción de su más glorioso episodio, la batalla de San Pedro, á la que consagra pocas lineas. Pues bien, estos detalles no por ser in- teresantes, merecían figurar más que en menciones rápidas, las nece- sarias para llegar á resultados generales propios de un libro del carác- ter de este en que nos ocupamos, que por lo vasto de su plan estaba obligado á sacrificar mucho. Su ilustrado autor suele olvidar que, co- mo Montesquieu dijo, qui voü totU abrége tout Otra, la mayor de es- tas dificultades y del mismo género que las que Spencer analiza por superior manera en su Introducción á la ciencia social (cap.VIáXII) es la que vulgarmente se designa con el nombre, muy adecuado por cier- to, de espíritu de partido. Si el historiador trata de buscar la verdad, si quiere hacer obra de ciencia, necesita despojarse de toda pasión extraña á la de la verdad, que ésta la necesita y en grado heroico, precisamente para eliminar las otras. Tratándose de los hechos que hemos visto y vivido como los franceses dicen, en los que hemos re- presentado un papel, que han dejado en nuestros recuerdos huellas de entusiasmo los unos y de dolor y lágrimas los otros ¿es esto hacedero, no es casi sobrehumano?

El tomo V de México á través de los siglos es el tipo de la historia política. Esto lo dice todo. Pedir á los hombres que se agitan en la complicada maraña de las sociedades modernas, que ven comprome- tidos todos sus ideales en las luchas civiles, la serenidad marmórea de un Tucidides, es injusto y es inútil. Quien busque esto en un libro de historia contemporánea, prescinda de leer el del Sr. Vigil. Es na- tural que al presentarnos redivivos los hombres y los sucesos en me- dio de los que pasó su juventud, que lo hicieron ó sufrir ó regocijarse intensamente, como pasa en las épocas críticas, como sucedió en la de la Reforma y la Intervención, es natural, decimos, que al esfuerzo de evocación se asocie involuntariamente la resurrección de las pasio- nes, y que las brasas escondidas en el rescoldo de la memoria, tornen á encenderse y á llamear. No quién ha dicho que el estilo del Sr. Vigil es frío; esto no es cierto, es correcto, atildado nunca, pero á me- nudo caliente, suele llegar al rqjo~alainbradOi en este V tomo. Este es el modo adoptado por muchos historiadores de la Revolución Francesa, por ejemplo, que tiene el don de caldear todo corazón y fundir todo hielo; y esto no sólo sucede á los escritores que pertenecen á la escuela

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racionalista y espiritualista como el Sr. Vigil, sino aun á los que están afiliados y llevan la bandera de la escuela científica* é histórica; así Taine, en su afán de desprenderse de todo prejuicio respecto de la Re- volución y de analizarla á fondo hasta llegar á la verdad en los cimien- tos de aquel edificio, en donde junto con tanto error, hubo tanto de verdad humana, acaba por volver de la realidad á la pasión en contra del movimiento revolucionario, descuidando, al rehacer la síntesis de la obra descompuesta en sus elementos primordiales, algunos de los más trascendentales, como la situación exterior de Francia; de donde resulta algo de verdadero, de definitivo en partes, y un todo radicalmente de- ficiente y frustráneo.

La obra nacional de que hablamos es el proceso implacable, bajo una forma cortés, del partido reaccionario é imperialista en Méxi- co. El autor no es un juez, es un acusador, un representante de la vindicta pública, como se decía en el añejo idioma criminalista, y su conclusión breve y despiadada se infiere rectamente de premisas en que no figura una sola circunstancia atenuante.

¿Es esto justo? Ai posteri V ardua sentenza, que dijo Manzoni, Ante esta formidable imputación, quisiéramos ver producirse en la facción vencida una obra en que el mismo período en que el Sr. Vigil se ocupa, fuese tratado muy en grande; no un folleto polé- mico, sino una historia orgánica y formal, que saliera de las filas del grupo que cuenta entre los suyos hombres de erudición, de inteligencia y de conciencia, como los García Icazbalceta y los Roa Barcena, muy capaces de dar cima á tamafía empresa; á ellos vendrían documentos y notas de que difícilmente podemos disponer los escritores liberales; de todo ello nunca podría resultar que de parte de los reaccionarios estuvo la razón y la justicia, pero muchas rectificaciones y muchos motivos de meditación, entre ellos, el de que todos los partidos han cometido terribles errores, y que en el amor á la patria, todos podemos encontrar no la conciliación de las ideas, irrealizable utopía,pero si la paz entre los sentimientos; sería una desgracia inmensa que esto fuera imposible.

Nuestra impresión, en resumen, respecto de México ó travos de las siglos es, en dos palabras, la siguiente: la obra representa el estado ac- tual de nuestros conocimientos respecto de la historia de nuestro país; marca el fin de un periodo de trabajos; en muchos afios, lo repetimos» nada igual podrá intentarse siquiera. Después de un cuarto de siglo de

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analizar las épocas y los hombres que viven en nuestra historia, apli- cando los modéhios métodos de investigación y examen, después de un cuarto de siglo de monografías y biografías fundadas en documentos li- bre y profundamente estudiados, pudiera rehacerse una obra que resul- taría no mejor, tal vez, pero de seguro diferente.

Ojalá para empresas de este género, los futuros historiadores mexi- canos, encontrasen editores tan inteligentes y tan valientes como los de México á través de los siglos.

Justo Sierra.

UN pontífice MÁXIMO-

(GREGORIO Vil.)

[^Ckmcluye.l

Nunca, en efecto, se habia elevado á tanta altura como entonces la autoridad del pontifíce romano: Gregorio VII, después de la célebre en- trevista de Canossa, revela en sus palabras y sus hechos la ambición de sujetar todos los poderes de la tierra al dominio de la Santa Sede. " La Iglesia dice en sus epístolas debe ser libre ó llegar á serlo por " medio de su jefe, por el sol de la fe, el papa. Este ocupa el lugar de

"Dios, cuyo reino gobierna desde la tierra Conviene, pues, que

" el pontífice arranque á los ministros del altar de los lazos con que el

"poder temporal los tiene encadenados Hállase el mundo alum-

" brado por dos luminares, el sol, que es el mayor, y la luna, más pe- " quena. La autoridad apostólica se asemeja al sol, el poder real á la " luna. Como la luna no alumbra sino por infíujo del sol, así los em- " peradores, los reyes, los príncipes no subsisten sino por el papa, que " emana de Dios. Por consiguiente, el poder de la cátedra de Roma es " mucho mayor que el de los príncipes, y el rey está sometido al papa,

" y le debe obediencia Emanando el papa de Dios, todo le está

'' subordinado: ante su tribunal deben ser llevados todos los asuntos

UN pontífice máximo. 128

" espirituales y temporales La Iglesia romana como madre manda

" á todas las iglesias y á todos los miembros que les pertenecen, y ta- " les son los emperadores, reyes, príncipes, arzobispos, obispos, abades " y demás fieles. En virtud de su autoridad puede instituirlos ó depo- " nerlos, y les confiere el mando, no para que les sirva de título de

"gloria, sino para la salvación del mayor número Del jefe deben

" partir la regeneración y la reforma; es deber suyo declarar la guerra " al vicio, extirparlo, echar los cimientos de la paz del mundo, y pres- " tar fuerte ayuda á los que son perseguidos por la justicia y la verdad."

Estas máximas, difundidas en los escritos del famoso pontífice, re- sumen su arrogante sistema de dominación, ampliamente desarrollado en las veintisiete declaraciones de su Didatxis papcCy^ las cualesi deben considerarse como la base teórica de la autocracia por él concebida. Sus actos, á partir de la humillación que sufrió el emperador de Ale- mania, se ajustan á tales principios, y se le ve empeñado en la tarea de constituir á la Santa Sede arbitra de los destinos del universo y de transformar al mundo en una gran monarquía, cuya cabeza fuese el mismo romano pontífice. Sostuvo que la Sajonia había sido dada á la Iglesia por el emperador Garlo-Magno; invocó un diploma de este mo- narca, que decía poseer en los archivos de San Pedro, para exigir tri- butos á Felipe I de Francia; interpúsose entre los dos aspirantes á la corona de Hungría intimándoles que sometiesen sus sendas pretensio- nes al juicio y decisión de la curia romana; amenazó á los sobera- nos de Cerdeña con dar su isla á los conquistadores que se la pidiesen, si persistían en negarle el denario de San Pedro; alegó derechos de soberanía sobre la Dalmacia; hizo que el heredero del trono de Rusia, llevado á Roma por el deseo de visitar los sepulcros de los dos apóstoles, recibiese la corona de sus manos como don de la Iglesia; y envió sus legados á Polonia, Inglaterra, Dinamarca y hasta la apartada Noruega con la instrucción de convocar concilios y de afirmar en aquellas re- motas naciones la autoridad de Roma.

Extraflo hubiera sido que este inmenso esfuerzo de expansión do- minadora y autocrática no alcanzase al pueblo de Occidente que más

1 Algunofi escritores eclesiásticos han negado la autenticidad del Dictatua papce; el Jesaita Felipe Labbe, autor de la obra Oonciliorum coUcctio inaxUna lo compren- de en las páginas 110 y 111 del tomo X, edición do lGr2. Contú, al publicar las de- claraciones del DictiUiu papce dice lo siguiente: "Acaso no sean auténticas^ pero encierran el espíritu do los actos de Gregorio Vil y de los de sus predecesores.'' (No- ta en la página 688, tomo III de la Historia Universal, edición de París, 1881).

I^ REVISTA XAaONAI^

se distinguía por acendrada fe religiosa, puesta á prueba j ya al- zándose trianíante. después de cuatro siglos de rudo batallar contra el islamismo. Gregorio extendió, pues, sus pretensiones á los reinos cris- tianos de España, cjvos monarcas, aun los que fueron tenidos por más piadosos, nrjnca sii-metieran ni subordinaran su autoridad al poder pon- tificio. En la caria que aquel papa dirigió á los Prtneipes eristianos decíales lo siguiente: " Creo no ignoraréis que desde lo antiguo era el " reino de España propio del patrimonio de San Pedro, y aunque le ten- *' gan ocupado los paganos, como no faltó el derecho, pertenece al mis- " mo dueño. Por tanto, el conde Ebolo de Boceyo. cuya fama cono- " céis. va á conquistar esa tierra en nombre de San Pedro, bajo las *^ condiciones que hemos estipulado. Y si alguno de vosotros empren- " diese lo mismo, obsenrará el trato igual de pagar á San Pedro el de- " recho de lo adquirido; y no de otra manera.'' * Pero los monarcas y los pueblos cristianos de la península ibérica, sin dejar de reconocer la suprema jurisdicción espiritual de los pontífices romanos, y tan ar- dorosos defensores de su independencia, cualesquiera que fuesen los enemigos de ésta, rechazaron la pretensióif del señorío y dominio tem- poral, y el papa Gregorio, quizás convencido de la ninguna validez del derecho por él invocado, ó sintiéndose impotente para extremar sus intentos, no insistió más sobre aquel punto y convirtió sus esfuerzos á dominar directamente la iglesia española.

Entre todas las naciones cristianas E^spaña distinguíase hasta enton- ces por la independencia con que se venía gobernando su iglesia, no obstante el acatamiento allí rendido á la jurisdicción espiritual de la Santa Sede como ya lo hemos dicho. El clero y el pueblo español, bien hallados con la lituiigia mozárabe ó toledana, fundaban en la con- servación del antiguo rito nacional un sentimiento de legitimo orgullo, y una valiosa salvaguardia de su propia autonomía. Esta especial cons- titución interior de la iglesia española, aprobada en Roma desde 923, atrajo la atención de los papas en la segunda mitad del siglo onceno y Alejandro II, inmediato antecesor del gran pontífice Gregorio, envió á Aragón al cardenal legado Hugo Cándido (1064) con las instruccio- nes de impetrar del rey Don Sancho Ramírez la abolición del rito y

1 Florez en la página 132 tomo XXV de la España Sagrada copia la carta ante- rior y ge extiende probando lo infundado y absurdo del pretendido derecho. Véa- se Historia General de Etpaña por Don Modesto Laítiente. Tomo I, pflgina29i, edi- ción de Barcelona, 1883.

UN pontífice máximo. 125

breviario gótico ú mozárabe, reemplazándoles con el ritual y breviario romano. Alarmadas Castilla y Navarra con lo que se pretendía del Es- tado vecino, enviaron sus representantes al concilio de Mantua (1067) para defender la legitimidad del rito nacional, y lograron que el papa y el sínodo así lo reconocieran y aprobaran. "A pesar de tedo dice " el autor de la Historia General de Éípaña, fué tal el empeño que " en aquel negocio mostró Alejandro II, que habiendo vuelto el legado " Hugo Cándido á Aragón, quedó abrogado el rito gótico en ese reino " y reemplazado por el romano (mayo de 1071), comenzando á usarse " éste en el monasterio de San Juan de la Pefía; primera brecha que " se abrió en España á la preponderancia de la Corte pontificia; pre- " ponderancia que había de ir acreciendo, y que monarcas y pueblos

" inútilmente se habían de esforzar después por atajar A su paso

" por Barcelona, el cardenal legado que regresaba á Roma, logró que " el conde Ramón Berenguer decretase la abolición del rito mozárabe " en sus Estados y su reemplazo por el romano, al modo de lo que aca- "baba de ejecutarse en Aragón."*

No pudiera tener Alejandro II un continuador más perseverante y vigoroso que Gregorio VII: así fué que un año después de haber subido este último á la Sede apostólica escribió á Alfonso VI de León y de Castilla, para que plantease en sus reinos la reforma ya introducida en el de Aragón y el condado de Barcelona. Favorable el monarca al cambio que solicitaba la corte de Roma, y dócil su ánimo desde mucho tiem- po antes á la inñuencia cluniacense, no hubiera tardado en acceder á los deseos del Sumo pontífice, á no ser por la enérgica resistencia que halló en el pueblo y el clero para dejar su antiguo y respetado rito. Hubo de consentir Alfonso en que se remitiese la decisión á la prueba del duelo, y el campeón del oficio mozárabe, que fué un castellano llama- do Juan Ruiz de Matanzas, venció al defensor del rito romano. Pero las premiosas exigencias de Gregorio continuaron estrechando al rey de Castilla; éste á su vez desplegaba toda su autoridad para que se aca- tase en sus Estados la del altivo pontíñce, y después de otra prueba en que volvió á triunfar el breviario toledano, y tras una porfiada reyerta entre el soberano y su pueblo, el ofício gótico quedó abolido en los do- minios de León y de Castilla (1085). Con la pérdida de su venerado

1 Lafaente, Historia General de Eap<xna, Tomo I, pAg. 280, cúlcidn de Barcelona, 1883.

126 REVISTA NACIONAL

rito la Iglesia de España pronto debía lamentar también la de su vieja independencia.

La tregua que siguió á la dramática escena de Canossa fué brevísi- ma, y sólo duró el tiempo que necesitara Enrique IV para traspasar los Alpes y volver á tierras alemanas. Era otra vez dueño de la corona, porque la absolución papal le devolvía al menos en principio la obe- diencia de su pueblo; pero ¡cuan caro era el precio de esa recobrada diadema! Herido en su orgullo de soberano, ajada su dignidad de hom- bre, fresco el recuerdo de aquella dura penitencia á que se vio sujeto en un helado picacho del Apenino, el joven emperador revolvía en su mente proyectos de venganza, y su airado y rudo sentimiento se acre- centaba al compás de las manifestaciones de indignación que no le esca- searon los lombardos, al saber el resultado de su entrevista con el papa. Furioso y descontento de mismo, pero ya aleccionado en la amarga escuela del infortunio, comprendió que en la lucha abierta que estaba obligado á sostener le era indispensable apoyarse en la lealtad de aque- llos sus subditos que en la primera sublevación de los sajones le fue- ron adictos, y forzando su carácter altivo y despegado supo ganarse de nuevo, merced á repetidas concesiones y suavísimo trato, á los habi- tantes del Alto Rhin y de las ciudades del Danubio; atrajo en su de- rredor á la baja nobleza, siempre recelosa de las pretensiones y miras absorbentes de los grandes señores; y sin penosos esfuerzos de su par- te pudo contar entre sus sostenedores á muchos miembros del clero que no se avenían con las reformas decretadas por la corte de Roma. Por el lado contrario, los príncipes alemanes, al tener noticia de que la ex- comunión había sido levantada por Gregorio Vil comprendieron á su vez que Enrique entraba de derecho en la plena posesión del poder real, y en consecuencia, ellos debían prestarle obediencia, como jefe del im- perio, en todo aquello que no se rozase con las causas de la antigua lucha, cuya sentencia se había remitido á la decisión arbitral del pon- tífíce. Enemigos encarnizados del emperador, y más de la monarquía hereditaria, resolvieron frustrar los resultados del perdón papal, aun- que para esto les fuese preciso violar el tratado, por ellos mismos con- venido é impuesto en la ruidosa junta de Tribur.

Congregados en Forchheim los poderosos jefes de la oposición (13 de marzo de 1077), allí decidieron desposeer á Enrique de la corona, y en efecto, nombraron en su lugar á Rodolfo de Rheinfeld, duque de Suabia, quien juró el mantenimiento del principio electoral en la suce-

UN pontífice máximo. 127

sión del trono de Alemania, y se obligó á respetar la elección canónica en cuanto á provisión de obispados y dignidades eclesiásticas, renun- ciando á la ceremonia de entregar el báculo y el anillo á los electos. El nombramiento del duque de Suabia fué obra de trece príncipes y obispos alemanes, pero á nadie podía ocultarse la intervención que la Corte romana, por medio de los legados pontificios, había ejercido en aquel acto que cambiaba no sólo la persona del monarca, sino tam- bién la constitución misma del imperio. Enrique solicitó de Gregorio VII una declaración contra Rodolfo de Suabia y los que le habían ele- gido, y únicamente obtuvo la respuesta de que no se podía condenar- les sin oírles. Duele ver en esta ocasión empequeñecido el carácter del altivo pontífice, gastando su alto prestigio en atizar la hoguera de in- testinas discordias y pretendiendo, aunque en vano, que se le conside- rase como arbitro sereno en las querellas y perturbaciones que favorecía ocultamente.

Mientras que Gregorio VII asumía una actitud expectante y en apa- riencia, neutral, la guerra civil estallaba de nuevo en Alemania, más que nunca encarnizada y violentísima. Sajonia abrazó naturalmente la causa del usurpador Rodolfo, y del lado de Enrique se filiaron las po- blaciones todas del centro y del occidente del imperio. *^En Baviera " Franconia y Suabia, lucharon los partidos con suerte varia y con fu- ** ría cada vez mayor, devastando de un modo horrible estas comar-

'^ cas Enmedio de los estragos de esta lucha civil y religiosa, que

" en algunas comarcas llegó á tomar el carácter de guerra salvaje de " todos contra todos, los partidos beligerantes, aprovechando los largos " intervalos de tregua, pudieron concentrar sus fuerzas para una gran " batalla y hacer una tentativa á fin de destruir completamente á sus " adversarios. En las comarcas del Neckar y del Mein ocurrieron repe- " tidos combates, en los cuales procuró Rodolfo, auxiliado por sus alia- " dos los sajones, arrojar á Enrique de la fuerte posición que ocupaba " en el Alto Rhin y en el Rhin central " * La suerte se mostró con- traria á Enrique durante el primer periodo de aquella embravecida contienda, y en Wurzburgo, Melrichstad y otros lugares quedaron hu- milladas sus armas, y sin vida muchos de sus principales partidarios (1077-1080). Pero la adversidad, lejos de quebrantar templó su áni-

1 Historia de l08 Estados de Ocdden/e durante la Edad Media^ desde Oarlomagmo ?MSta MaximlHomo, por el Dr. J. FratK. (Libro III, Cap. IV).

REVISTA NAdONAJL.

mo y le infundió un vigor indomable que asombró á parciales y ene- migos. Más osado mientras menos feliz, intentó someter la Sajonia con un ejército formado en pocos días, y á fines de enero de 1080 fueíon otra vez derrotadas sus tropas cerca de Flarcheim por su viejo contra- rio Otón de Xordheim.

Este desastre indicó á Gregorio Vil que era llegada la hora de aban- donar la aparente neutralidad que había observado durante tres aflos, y en un sínodo celebrado el 7 de marzo de 1080 reiteró su excomu- nión contra Enrique, haciéndola extensiva á los partidarios de éste, y absolviendo á los vasallos alemanes del juramento de fidelidad. £1 nue- vo anatema fué anunciado al mundo en una forma inusitada y terrible: después de invocar el auxilio de San Pedro, príncipe de los Apóstoles, el pontífice romano enumeró ante el sínodo los crímenes y atentados de que en su concepto era reo el emperador de Alemania, y á conti- nuación de la sentencia afirmó una vez más su principio de domina- ción absoluta sobre todas las potestades de la tierra. * 'Haced saber á " todo el mundo dijo á los miembros del concilio que vosotros, que " podéis atar y desatar en el cielo, tenéis en la tierra autoridad para " dar y quitar á cada uno, según lo que merezca, imperios y reinos, " principados y ducados, marquesados y condados y toda clase de bie- " nes. Pues si habéis sentenciado en lo espiritual despojando á los in- *^ dignos de patriarcados, primados, arzobispados y obispados, dándo- ** los á los dignos, más autorizados estáis, indudablemente, para dispo- " ner en los asuntos terrenales. Sepan, pues, todos los reyes y príncipes " del mundo lo que sois y lo que podéis, y guárdense en lo sucesivo de

"desobedecer vuestros mandatos " Gregorio, además, confirmó el

nombramiento de Rodolfo de Rheinfeld, hecho por los principes alema- nes congregados tres años antes en Forchheim, invirtiendo el orden has- ta entonces establecido: el emperador confirmaba antes la elección del pontífice, y á la sazón el papa confirmaba la del jefe del imperio, de acuerdo con los principios y doctrinas en que se pretendía fundar la omnipotente autocracia del pontificado.

Asombroso pudiera llamarse el cambio que se efectuó en Alemania durante el cuatrienio comprendido entre 1076 y 1080. En el primero de esos años, al difundirse la noticia de la excomunión lanzada contra tra Enrique todos se apartaron de su lado; unos le negaron su obe- diencia, y otros corrieron á las armas engrosando las compactas filas de sus poderosos enemigos; y el monarca sin corona, el soberano sin

UN pontífice máximo. 129

pueblo fué á recobrar uno y otra en la absolución humillante de Ca- nossa. El nuevo anatema, fulminado en la primavera de 1080, lejos de disminuir su partido lo fortaleció, moralmente, con las simpatías de la opinión que ya no se equivocaba respecto de los verdaderos móvi- les de la Corte romana, y en el orden material, con la obtención de nu- merosos é importantes defensores, entre los que se contaban casi todos los grandes dignatarios de la iglesia alemana. Las exhorbitantes preten- siones de Gregorio VII le habían separado de sus antiguos partidarios los reformistas que volvían á girar en torno del monarca, y estos, uni- dos con los demás altos prelados de Alemania y en inteligencia con los descontentos obispos italianos, cuyo número se aumentaba día por día, resolvieron sustraerse por completo á la obediencia del pontífíce. Un cisma era, pues, inevitable, y reunidos en Brixen veintisiete obispos alemanes é italianos eligieron papa á Guiberto, arzobispo de Rávena, quien se había distinguido por su oposición á la política de la Corte romana (junio de 1080). La elección del anti-papa fué presidida por el mismo emperador Enrique, quien la hizo preceder del juicio y sen- tencia de destitución de Gregorio. Vengábase el soberano alemán con las mismas armas que le habían herido, y á las decisiones injustas de que fué víctima oponía resoluciones apasionadas, violentas é ilegales.

Un sangriento y porfiado combate que se empeñó cerca de Merse- burgo (octubre de 1080) entre el ejército de Enrique y el del usurpa- dor Rodolfo de Rheinfeld, preparó la terminación de la guerra que hacía cuatro aflos destrozaba al anchuroso imperio. Las tropas del pri- mero, después de muchas horas de ruda pelea cedieron el campo á sus briosos contrarios los sajones, y huyeron en espantosa confusión, ahogándose al cruzar el Elster ó cayendo al filo de la espada; pero en medio de la refriega y en los momentos de cejar los hombres de ar- mas de Enrique, sucumbió el mismo Rodolfo á manos de Godofredo de Bullón, destinado á gloria más alta. Desorganizados los rebeldes con la muerte de su jefe, escaso ó casi nulo fué el provecho que recogieron de la brillante victoria de Merseburgo; en cambio, el emperador pudo marchar con un ejército á Italia esperando que la deposición violenta de Gregorio, y su propia coronación en Roma por el anti-papa Gui- berto produjeran en Alemania el ansiado término de la guerra civil.

Pomposo fué el recibimiento que hicieron los lombardos á Enrique, quien después de las fastuosas ceremonias de su proclamación en Mi- lán se dirigió á Roma acompañado de Guiberto y seguido de sus tropas

180 REVISTA NACIONAL.

que sometieron fácilmente las ciudades toscanas, sin que la marquesa Matilde pudiera defenderlas de la invasión teutónica (mayo de 1081). Gregorio VII con su ingénita intrepidez se había aprestado á la resis- tencia, de suerte que el ejército imperial, después de algunos meses de asedio, se alejó de la ciudad eterna retirándose hacia el Norte. Esta fué la señal de un vigoroso levantamiento de toda la Toscana contra Enrique, el cual, fuerte con los auxilios que le dieron los lombardos, redujo nuevamente los Estados de Matilde y tornó una y otra vez á si- tiar la vieja Roma. Larga fuera la tarea de describir con todos sus ac- cidentes y detalles la campaña que durante tres años mantuvo en Ita- lia el emperador de Alemania, y baste á nuestro propósito indicar que en marzo de 1084 se presentó por cuarta vez ante Roma, cuyos habi- tantes ganados de antemano por sus larguezas y cansados ya de tan prolongada resistencia le entregaron la mayor parte de la ciudad, obli- gando á Gregorio á encerrarse en el fortifícado castillo de San Angelo. Enrique convocó un sínodo que decretó la destitución del pontífice y confirmó solemnemente el nombramiento de Guiberto, quien fué con- sagrado papa con el nombre de Clemente III. Ocho días más tarde (31 de marzo) el emperador y su esposa Berta recibían de manos del anti- papa la corona imperial. Gregorio VII lanzó nuevos y terribles anate- mas contra Enrique y Guiberto instalado ya en la iglesia de San Pe- dro;— anatemas que no estorbaron al primero en su tarea de apretar el cerco que tenía establecido en tomo de la fortaleza de San Angelo. Más premiosa que las excomuniones fué para el emperador la noticia de haberse puesto en marcha un poderoso ejército normando en au- xilio del asediado pontífice, por lo que emprendió la retirada hacia el norte de Italia, prometiendo ricas mercedes á los romanos sus aliados si continuaban estrechando el sitio del castillo papal.

Movido por las repetidas instancias de Gregorio acudía, en efecto, Roberto Guiscardo á socorrerle seguido de treinta mil hombres, y con ellos entró en Roma como impetuoso torrente (27 de mayo de 1084), desbaratando á los que mantenían el asedio, y conduciendo triunfal- mente al pontífice hasta su palacio de Letrán. Eran los normandos te- rribles y peligrosos amigos: Roma apuró entonces todas las amarguras de la conquista como si la hubiesen expugnado los libertadores de Gregorio: la muerte de algunos de estos á manos del populacho roma- no dio rienda suelta á las feroces huestes de Guiscardo que incendia- ron gran parte de la ciudad, asesinaron á muchos de sus moradores, y

UN pontífice máximo. 181

<[mzás excedieron en barbarie y crueldad á las brutales hordas de Alarico que siete siglos antes hablan pasado por la ciudad de los Césares como un ciclón devastador: *'E1 odio de los desesperados romanos estalló en " terribles aunque impotentes maldiciones contra el causante de todos " esos desastres, cuya indomable tenacidad había hecho fracasar la paz " con el emperador, dando con ello á los feroces normandos tiempo y

" ocasión de cometer tamañas crueldades Gregorio no podía per-

" manecer por más tiempo en Roma, así fué que siguió á sus liberta- " dores cuando estos sometieron los cercanos lugares pertenecientes á " la marquesa de Toscana; y al palpar el furor de las poblaciones mar- " chó en pos de Guiscardo, al regreso de éste á la Pulla, después de " haber intentado en vano arrojar de Tívoli al anti-papa Guiberto. De ** este modo, mientras Clemente III fijaba su residencia en Roma, Gre- "gorio caminaba al merecido destierro."'

Quebrantado no al peso de los aflos, sino por la ruda lucha que sos- tuvo y por la inmensa amargura que debió producirle el hundimiento de sus vastos proyectos, Gregorio VII murió en Salemo el 25 de mayo de 1085, un año después de haber sido libertado por los normandos. En sus postreros momentos mostró la misma intrepidez que le distin- guió durante su vida azarosa, y designó á tres de los hombres más adictos á sus ideas para que de entre ellos se eligiese su sucesor en la Silla apostólica. Sus últimas palabras revelan una profunda fe en la bon- dad de su causa: *^He anuido la justicia y he odiado la iniquidad: por *^ eso mv^o en el destierro '* Un cronista contemporáneo del fa- moso pontífíce, Sigeberto de Gembloux, consignó el rumor do que aquel, ya en sus postrimerías, había dudado de la obra de toda su vida, declarando que cedió á la inspiración del genio del mal en su tarea de atizar el odio y el rencor entre el género humano, aunque su intento, no fué más que el de mirar por la mayor gloría de la religión, y que antes de morir facultó á un cardenal para levantar el anatema que con- tra Enrique había fulminado. La sana crítica ha refutado el relato del cronista de Lieja, y queda en pie la inflexible figura del gran pontífice, sin vacilaciones ni debilidades que la mengüen.'*

1 Dr. Prutz, Opus. cit,

2 Mr. Oiraud en su estudio sobre Oregmio VII y «u tietnpo (artículo III pubUca- do en el número de la ReiHtta de ambot mundo» correspondiente al 1? de Mayo de 1873) prueba con grande erudlolOn lo infundado del rumor que consignó en sn cró- nica Sigeberto de Gtombloux.

182 REVISTA NACIONAL.

Aun después de los ocho siglos que nos separan de la época de su muerte, difícil es hacer de Gregorio Vil un juicio crítico exacto. Mayor dificultad tuvieron para ello sus contemporáneos y los que inmediata- mente le siguieron, y por eso nos legaron su nombre y su recuerdo, execrados por el odio ú enaltecidos por interesada lisonja. La misión y la obra de aquel gran pontífice fueron complexas, y de ahí los dife- rentes puntos de vista desde los cuales deben ser examinadas. £1 aus- tero monje, el hombre de Estado, el reformador inflexible, el orador, el pontífice máximo, el autor de aquel inmenso principio de domina- ción universal, el fanático defensor de la autocracia papal concurren á formar esa gigantesca figura que surge de entre las brumas de los siglos medios, ofuscando con su vivido fulgor á los más grandes personajes de su época. La justicia histórica exige, además, que se le contemple con relación á los tiempos en que vivió; "tiempos de hierro dice Heeren " en que la degeneración del sistema feudal había roto casi todos los " vínculos de la sociedad civil, compuesta de príncipes sin poder, de " señores independientes, y de esclavos; en que las violencias y los " atentados eran acontecimientos de todos los días, y los ministros de " la religión se veían acusados, no sólo como cómplices, sino también " como principales autores de semejantes hechos. Gregorio VII conci- " bió la idea de reformar el mundo cristiano, sometiéndole á su domi- " nación, y se sintió con la fuerza y los talentos necesarios para sos- " tener su papel. Era del número de los pocos hombres á quienes la '^ naturaleza concede bastante penetración para juzgar el siglo en todos " sus aspectos, conocer sus debilidades y sus fuerzas, y fundar en tal " conocimiento vastos designios."

Su obra de reforma, considerada en misma, fué necesaria y alta- mente moralizadora, pues que tendía á devolver á la Iglesia su perdido prestigio para convertirla en centro de virtud enmedio del general des- quiciamiento que produjo la lucha entre el feudalismo y el poder ab- soluto. Fué una obra de libertad en cuanto al principio de contrastar el imperio de la violencia y de la fuerza. Juzgada en sus relaciones con el acrecentamiento de la soberanía de los pontífices, debemos, por el contrario, ver en ella la base del vasto plan de dominación univer- sal, ejercida por el vicario de Cristo, y que tiene de ser considerado como una de las grandiosas concepciones del famoso Hildebrando.

Y más grandiosa por cuanto á la imponderable energía con que pre- tendió realizarla, apoyado tan sólo en su fuerza moral, por más que

LA TRADICIÓN DEL HIMNO NACIONAL. 188

ésta fuese de inmensa valía en el seno de la creyente y tétrica Edad Media. Pero no era la causa de la libertad y de la justicia; y por eso, al pretender combinar la revolución por él concebida con el orden so- cial existente; al tratar, luego, de erigir al pontificado en una entidad omnipotente y soberana, arbitra de los pueblos y de los reyes; al vio- lar el derecho moral y el derecho político, las leyes de la naturaleza misma, y las que pudiéramos llamar inherentes á la constitución fisio- lógica del hombre, volviéronse contra él terribles los pueblos y los re- yes: éstos empujados por su interés, aquellos movidos por ese senti- miento de emancipación que se difunde al comenzar la decadencia del feudalismo, que se ve dominar en las grandes épocas de la historia, y y que no es más que el soplo irresistible del progreso. Murió desespe- rado, sin amigos, detestado por los romanos y por la Italia entera, vícti- ma inmediata de sus pasmosos é irrealizables proyectos; pero fírme en sus convicciones, sin arrepentirse de su obra, creyéndose y llamándose mártir de la injusticia humana. En Gregorio VII el hombre aparece ofus- cado por el pontífíce: como sucesor de Pedro en la Silla apostólica es el más grande entre los trescientos papas que en ella se han sentado, uno en pos de otro, durante diez y ocho siglos, del mismo modo que el Hí- malaya se alza dominante sobre las otras cordilleras que serpean por el suelo tibetano. El hombre fué orgulloso, infíexible, sin afectos, recti- líneo, y su misma virtud era una escarpadura que de todos le separa- ba, así en la prosperidad como en la desgracia.

Su fanatismo fué un bien para la libertad, que pudo desde entonces apercibirse contra las tendencias de la autocracia papal. No inspira amor la memoria del gran pontífice del siglo onceno, pero nadie puede dejar de admirarle.

Julio Zarate.

LA TRADICIÓN DEL HIMNO NACIONAL.

I

Por los años de 1810 existía en el convento de los dominicos de Lima (y también en el de los agustinos) una Academia de música di- rigida por fray Pascual Nieves, buen tenor y mejor organista. El padre

184 REVISTA NACIONAL.

Nieves era, en su época, la gran reputación artística que los peruleros nos sentíamos orgullosos de poseer.

El primer pasante de la Academia era un muchacho de doce años de edad, como que nació en Lima en 1798. Llamábase José Bernardo Alcedo y vestía el hábito de donado, que lo humilde de su sangre le cerraba las puertas para aspirar á ejercicio de sacerdotales funciones.

A los diez y ocho años, los motetes compuestos por Alcedo, que era entusiasta apasionado de Haydn y Mozai-t, y una misa en re Tuayor, sirvieron de base á su reputación como músico.

Jurada en 1821 la independencia del Perú, el Protector Don José de San Martín expidió decreto convocando concurso ó certamen musical del que resultaría premiada la composición que se declarase digna de ser adoptada por Himno Nacional de la República.

Seis fueron los autores que entraron en el concurso, dice el galano escritor á quien extractamos para zurcir este artículo.

El día prefijado fueron examinadas todas las composiciones, y ejecu- tadas en el orden siguiente:

1* La del músico mayor del batallón Numancia,

2^ La del maestro Huapaza.

3* La del maestro Tena.

4* La del maestro Filomeno.

5^ La del padre fray Cipriano Aguilar, maestro de Ci4)illa de los agustinianos.

6^ La del maestro Alcedo.

Apenas terminaba la ejecución de la última, cuando el general San Martín, poniéndose de pie, exclamó:

He aquí el Himno Nacional del Perú!

Al día siguiente un decreto confirmaba esta opinión expresada por el gobernante en un arranque de entusiasmo.

El Himno fué estrenado, en el teatro, la noche del 24 de Septiembre de 1821, en que se celebró la capitulación de las fortalezas del Callao ajustada por el general La Mar el 19. Rosa Merino, la bella y simpá- tica cantatriz á la moda, cantó las estrofas enmedio de interminables aplausos.

La ovación de que en esa noche fué objeto el humilde maestro Al- cedo, es indescriptible para nuestra pluma.

Mejores versos que los de Don José de Latorre Ugarte mereda el magistral y solemne himno de Alcedo. Las estrofas inspiradas en el pa-

LA TRADICIÓN DEL HIMNO NACIONAL. 135

trioterismo que por esos días dominaba, son pobres como pensamien- to y desdichados en cuanto á corrección de forma. Hay en éstas mu- cho de fanfarronería portuguesa y poco de la verdadera altivez repu- blicana. Pero con todos sus defectos, no debemos consentir jamás que la letra de la Canción Nacional se altere ó cambie. Debemos acatarla como sagrada reliquia que nos legaron nuestros padres; los que con su sangre fecundaron la libertad y la república. No tenemos derecho, que sería sacrilega profanación, ni á corregir una sílaba en esas es- trofas, en las que se siente palpitar el varonil espíritu de nuestros ma- yores.

II

Concluyamos compendiando en breves líneas la biograña del maes- tro Alcedo.

Todos los cuerpos del ejército solicitaron del Protector que le' des- tinase al autor del Himno como músico mayor, y en la clase de sub- teniente; pero Alcedo optó por el batallón número 4 de Chile, en el que concurrió á las batallas de Torata y Moquegua y á otras acciones de guerra.

Cuando se dispuso en 1823, que el batallón regresase á Chile, Al- cedo pasó con él á Santiago separándose, á poco, del servicio.

El canto llano era casi ignorado entre los monjes de Chile; y fran- ciscanos, dominicos y agustinos comprometieron á nuestro músico pa- ra que les diese lecciones, á la vez que el gobierno lo contrataba como director de las bandas militares.

Cuarenta afíos pasó en la capital chilena nuestro compatriota, sien- do en los veinte últimos maestro de Capilla de la Catedral, hasta 1864 en que el gobierno del Perú lo hizo venir para conñarle la dirección y organización en Lima de un Conservatorio de Música, que no llegó á establecerse por la instabilidad de nuestros hombres públicos. Sin em- bargo, Alcedo, como director general de las bandas militares, disfrutó hasta su muerte, acaecida en 1879, el sueldo de doscientos soles al mes.

Muchos pasos dobles, boleros, valses y canciones forman el reper- torio del maestro Alcedo, sobresaliendo entre todo lo que compuso su música sagrada.

Alcedo fué también escritor, y testimonio de ello da su notable libro Füoeojia de la música, impreso en Lima en 1869.

Ricardo Palma.

186 REVISTA NACIONAL.

ABEJA.

CAPITULO V.

QUE DICE COMO LA DUQUESA LLEVO Á ABEJA Y k JORGE k LA ERMITA, Y EL ENCUENTRO QUE TUVIERON CON UNA VIEJA HORRIBLE.

Aquella mafiana, que fué la del primer domingo después de Pascua, la duquesa salió del caslillo sobre su gran alazán, llevando á su izquier- da á Jorge de Blanchelande, caballero sobre un corcel de cabeza ne- gra (ion una estrella en la frente, y, á su derecha á Abeja, que gober- naba con bridas color de rosa á su yegua baya. Iban á oir la misa de la Ermita. Soldados con sendas lanzas les formaban escolta, y la mul- titud se empujaba á su paso para admirarlos. Y en verdad que los tres iban muy hermosos. Bajo su velo con flores de plata, y con su manto flotante, la duquesa tenia un aire de majestad encantadora; y las per- las que bordaban su tocado despedían un brillo lleno de dulzura que sentaba muy bien al continente y al alma de tan bella persona. Cerca, al viento los cabellos y chispeante la mirada, Jorge tenía una simpática figura. Abeja, que cabalgaba del otro lado, dejaba ver un rostro, cuyos colores tiernos y puros, eran para los ojos una caricia deliciosa; pero nada más admirable que su blonda cabellera, que ceñida con una cin- ta de tres florones de oro, se esparcía sobre sus espaldas como el bri- llante manto de su juventud y su hermosura. Al verla decían las bue- nas gentes: "Ved una gentil seflorital"

El maestro sastre, el viejo Juan, tomó en sus brazos á su nieto Pe- dro, para enseñarle á Abeja, y Pedro, preguntó: ¿está viva ó es una imagen de cera? No concebía que pudiera ser tan blanca y tan bonita perteneciendo á la misma especie que él, el pequeño Pedro, con sus buenos mofletes tostados y su pardo camisolín sujetado rústicamente á la espalda.

Mientras que la duquesa recibía los homenajes con benevolencia, los dos niños descubrían la satisfacción de su orgullo, Jorge por su co- lor encendido. Abeja por sus sonrisas. Por eso les dijo la duquesa:

ABEJA. 187

Estas buenas gentes nos saludan con afecto. Jorge ¿qué pensáis de ello? Y vos, Abeja?

Que hacen bien, respondió Abeja.

Y que es su deber, añadió Jorge.

¿Y por qué creéis que es su deber? preguntó la duquesa.

Viendo que no le respondían, continuó:

Os lo voy á decir. De padres á hijos, hace más de trescientos aflos, los duques de los Clarides defienden, lanza en mano, á estas pobres gentes, que les deben poder segar las mieses que han sembrado. Hace más de trescientos años, todas las duquesas de los Clarides hilan la lana para los pobres, visitan á los enfermos, y tienen á los recién na- cidos sobre las fuentes del bautismo. aquí por qué os han saluda- do, niños míos.

Jorge pensó: *'Será necesario proteger á los labradores." Y Abeja: "Será necesario hilar la lana para los pobres."

Así platicando y pensando, caminaban entre praderas esmaltadas de flores. Montañas azuladas se destacaban en el horizonte. Jorge exten- dió la mano hacia el Oriente:

¿No es, preguntó, un gran escudo de acero el que veo allá abajo?

Es más bien un broche de plata, grande como la luna, dijo Abeja.

No es un escudo de acero ni un broche de plata, niños míos, res- pondió la duquesa, sino un lago que brilla con el sol. La superficie de las aguas, que os parecen de lejos unidas como un espejo, están agita- das por innumerables oleadas. Los bordes de este lago, que creéis tan tersos como si estuviesen tallados en metal, están en realidad cu- biertos de cañas coronadas de ligeros penachos, y de iris cuya ñor es como una mirada humana entre espadas. Todas las mañanas un blan- co vapor cubre el lago, que bajo el sol de medio día brilla como una armadura. Pero es preciso no acercarse; porque está habitado por las Ondinas, que atraen á los caminantes á su mansión de cristal.

En este momento oyeron la campana de la Ermita.

Bajemos, dijo la duquesa, y vamos á pie á la capilla. Los reyes magos no se acercaron al pesebre ni sobre elefantes ni sobre camellos.

Oyeron la misa de la Ermita. Una vieja, horrorosa y cubierta con harapos, se había arrodillado al lado de la duquesa, quien al salir de la capilla le ofreció agua bendita, y le dijo:

Tomad, madre mía.

Jorge se sorprendió.

188 REVISTA NACIONAL.

¿No sabéis, dijo la duquesa, que es preciso honrar en los pobres á los preferidos de Jesucristo? Una mendiga semejante á ésta os tuvo con el buen duque de Rochesnoires sobre las fuentes del bautismo; y vuestra hermanita Abeja tuvo igualmente á un pobre por padrino.

La vieja, que había adivinado los sentimientos del muchacho, se in- clinó hacia él, riendo irónicamente y dijo:

Os deseo, bello príncipe, que conquistéis tantos reinos cuantos he perdido. Fui reina de la Isla de las Perlas y de las Montañas del Oro; tenía todos los días catorce clases de pescados en mi mesa, y un ne- grito llevaba la cola de mi manto.

¿Por cuál desgracia perdisteis vuestras islas y vuestras montañas, buena mujer? preguntó la duquesa.

Me disgusté con los Enanos, que me llevaron lejos de mis Estados.

¿Los Enanos tienen tanto poder? preguntó Jorge.

Viven bajo la tierra, respondió la vieja, conocen las virtudes de las piedras, trabajan los metales y descubren las fuentes.

La duquesa:

¿Y qué les hicisteis que los disgustasteis, madre?

La vieja:

Vino uno de ellos, en una noche de Diciembre, á pedirme per- miso para preparar una gran cena en las cocinas del castillo, que más vastas que una sala capitular, estaban amuebladas de cacerolas, sarte- nes, cazos, calderos, vasijas para calentar agua, hornos de campaña^ parrillas, graceros, cocineras, pescaderas, fuentes, moldes para paste- lería, cántaros de cobre, vasijas de oro y plata y de diferentes colores^ sin contar el azador de fierro artísticamente forjado, y la marmita amplia y negra, suspendida á la cremallera. Me prometió no perder ni deteriorar nada. Le rehusé, sin embargo, lo que me pedía, y se re* tiró murmurando siniestras amenazas. Tres noches después (era No- che Buena), el mismo enano volvió al aposento en que yo dormía; venia acompañado de una infinidad de otros que, arrancándome de mi lecho, me llevaron en camisa á una tierra desconocida.

Ved, dijeron dejándome, ved el castigo de los ricos que no quie- ren compartir sus tesoros con el pueblo laborioso y dulce de los Ena- nos, que trabajan el oro y hacen brotar las fuentes.

Asi habló la desmolada vieja, y la duquesa, habiéndola consolada con palabras y dinero, volvió á tomar, con los dos niños, el camino del castillo.

ABEJA. 139

CAPITULO VI.

QUE TRATA DE LO QUE SE VE DESDE LA TORRECILLA DE LOS CLARIDES.

Poco tiempo después, un día, subieron Abeja y Jorge, sin que los vieran, por la escalera de la torrecilla que se levanta en medio del cas- tillo de los Glarides. Guando estuvieron en la azotea gritaron muy re- cio y palmotearon las manos.

Su vista se extendía sobre las planicies cortadas en cuadros peque- ños, amarillentos ó verdes, de los campos cultivados. Los bosques y las montañas azuleaban en el lejano horizonte.

Hermanita, exclamó Jorge, hermanita, mirad la tierra entera!

Es muy grande, dijo Abeja.

Mis profesores, repuso Jorge, me habían enseñado que era gran- de; pero como dice Gertnidis, nuestra aya, hay que verlo para creerlo.

Dieron la vuelta á la azotea.

Ved una cosa maravillosa, hcrraanito, exclamó Abeja. El castillo está situado en medio de la tierra, y nosotros, que estamos sobre la torrecilla que se halla en medio del castillo, nos encontramos en me- dio del mundo. Ja! ja! ja!

En efecto, el horizonte formaba al rededor de los niños un circulo, del cual la torrecilla era el centro.

Nosotros estamos en medio del mundo, ja! ja! ja! repitió Jorge.

Después, los dos se miraron y se quedaron pensativos.

¡Que desgracia que el mundo sea tan grande! dijo Abeja. ¡Se pue- de uno perder y estar separado de sus amigos!

Jorge alzó los hombros.

¡Que dicha que el mundo sea tan grande! se pueden buscar aven- turas. Abeja, yo quiero, cuando sea grande, conquistar esas montañas que están hasta el fin de la tierra. Ahí donde se levanta la hma; le saldré al paso y te la daré, mi Ab^a.

Eso es, dijo Abeja, me la darás y me la pondré en mis cabellos.

Después se ocuparon de buscar, oomo sobre una caita, los puntos que les eran familiares.

Los reconozco muy bien, dijo Abeja, (que no los reoonoda del todo), pero no adivino qué puedan ser esas pequeñas piedras cuadra- das, esparcidas sobre la jdanicie.

140 REVISTA NACIONAL.

¡Las casas! le respondió Jorge; son las casas. ¿No reconoces, her- manita, á la capital del ducado de los Glarides? Sin embargo, es una gran ciudad: tiene tres calles, de las cuales una es para coches. Las atravesamos la semana pasada para ir á la Ermita. ¿Te acuerdas?

¿Y ese arroyo que serpentea*?

Es el río. Ved, allá abajo, el viejo puente de piedra.

¿El puente bajo el cual pescamos cangrejos?

El mismo, y que tiene en un nicho la estatua de la "Mujer sin cabeza." Pero no se le ve desde aquí, porque es muy pequeña.

Me acuerdo. ¿Por qué no tiene cabeza?

Pues probablemente porque la ha perdido.

Sin decir si la satisfacía esta explicación, Abeja contemplaba el ho- rizonte.

Hermanito, hermanito, ¿ves lo que brilla del lado de las mon- tañas azuladas? ;Es el lago!

¡Es el lago!

Se acordaron entonces de lo que la duquesa les había dicho de sus aguas peligrosas y bellas, donde las Ondinas tienen su mansión.

¡Vamos allá! dijo Abeja.

Esta resolución desconcertó á Jorge, quien, abriendo mucho la bo- ca, exclamó:

La duquesa nos ha prohibido salir solos ¿y cómo iríamos á este lago, que está hasta el fm del mundo?

Como iríamos, no lo se yo. Pero debes saberlo, que eres hombre y que tienes maestro de gramática.

Jorge, picado, respondió que se podía ser hombre y al mismo tiem- po un hombre instruido, sin saber todos los caminos del mundo. Abeja tomó un airecillo desdeñoso, que lo hizo enrojecer hasta las orejas, y dijo en tono seco:

No he prometido conquistar las montañas azuladas y descolgar á la luna. No se el camino de los lagos, pero lo encontraré.

Ja! ja! ja! exclamó Jorge esforzándose por reir.

Os reís como un tonto, señor.

Abeja, los tontos no ríen, ni lloran.

Si ríen, han de reir como vos, señor. Iré sola al lago. Y mien- tras descubro las bellas aguas que habitan las Ondinas, os queda- réis solo en el castillo como una jovencita. Os dejaré mi telar y mi muñeca. Cuidaréis mucho, Jorge: cuidaréis mucho de ella.

ABEJA. Hl

Jorge tenía amor propio. Fué sensible á la burla que le hacía Abe- ja. Bajó la cabeza, muy sombrío, y exclamó con voz sorda: ¡Pues bien! ¡iremos al lago!

CAPITULO VIL

DONDE SE DICE COMO ABEJA Y JORGE FUERON AL LAGO.

Al día siguiente, después de la comida, cuando la duquesa se hubo retirado á su aposento, Jorge tomó de la mano á Abeja.

¡Vamos! le dijo.

¿Adonde?

¡Ghist!

Bajaron la escalera y atravesaron los patios. Cuando hubieron pa- sado la poterna, Abeja preguntó por segunda vez adonde iban.

¡Al lago! respondió resueltamente Jorge.

La señorita Abeja abrió mucho la boca y permaneció callada. ¡Ir tan lejos y sin permiso, y con zapatos de raso! Porque sus zapatos eran de raso. ¿Sería esto razonable?

Es preciso ir y no es necesario que sea razonable.

Tal fué la sublime respuesta de Jorge á Abeja. Ella le había hecho

burla y sin embargo ahora se asombraba En esta vez él fué quien

la envió desdeñosamente á sus muñecas.

Las jóvenes impulsan á las aventuras y luego se arrepienten. ¡Vaya! ¡el ruin carácter! ¡Quédese si gusta la señorita! Iría solo.

Abeja tomó el brazo de Jorge, que la rechazó.

Echóle los brazos al cuello:

¡Hermanito! dijo sollozando, te seguiré.

Tanto arrepentimiento, lo conmovió.

Ven, repuso, pero no pasemos por la ciudad, porque nos pueden ver. Vale más seguir las murallas y ganar el camino real por las ve- redas.

Iban cogidos de la mano. Jorge explicaba el plan que había for- mado.

^Seguiremos, decía, el camino que tomamos para ir á la Ermita; no dejaremos de percibir el lago, como lo hemos percibido otras veces, y entonces nos volveremos á través de los campos, en línea de abeja.

En linea de abeja, es una agreste y hermosa manera de decir en

142 REVISTA NACIONAL.

línea recta; pero se pusieron á reír á causa del nombre de la joven, que seguía ürme en su propósito.

Abeja cortó flores á la orilla del foso; eran flores de malva, car- dos blancos, estrellas de mar y navidades, con las que formó un ra- mo; en sus manecitas las flores se marchitaban á la simple vista, y cuando Abeja pasó por el viejo puente de piedra, languidecían al mi- rarla. Como no sabia que hacer con su ramo, tuvo la idea de arrojarlo al agua para refrescarlo; pero preñrió darlo á la "Mujer sin cabeza."

Rogó á Jorge la levantara en sus brazos para estar más grande, y depositó su ramo de flores agrestes, entre las manos juntas de la vieja estatua de piedra.

Cuando estuvo lejos, volvió el rostro y vio una paloma sobre los hom- bros de la estatua.

Después de andar algún tiempo, Abeja dijo:

Tengo sed.

Yo también dijo Jorge, pero el río está lejos, atrás de nosotros, y no veo ni fuentes ni arroyos.

El sol, que quema, los habrá secado. ¿Qué vamos á hacer?

Así hablaban y se lamentaban, cuando vieron venir á una campesi- na, que llevaba frutas en un canasto.

¡Cerezas! exclamó Jorge. Que desgracia que no tenga dinero para comprar.

¡Yo tengo dinero! dijo Abeja.

Sacó de su faltriquera una bolsa conteniendo cinco monedes de oro, y se dirigió á la campesina:

Buena mujer, le dijo, ¿querríais darme tantas cerezas cuantas pue- da contener mi vestido?

Al decir esto, levantó con las dos manos la orilla de su enagua. La campesina arrojó dos ó tres puñados de cerezas. Abeja tomó con una mano su enagua recogida, con la otra dio una moneda de oro á la mu- jer, y le dijo:

¿Basta con esto?

La campesina tomó la moneda de oro, que hubiera pagado con ven- taja todas las cerezas del canasto, con el árbol que las había producido y el terreno donde el árbol estaba plantado. Y la rústica contestó:

No pido más por complaceros, princesita mía.

Entonces, continuó Abeja, poned más cerezas en el sombrero de mi hermano y tendréis otra moneda de oro.

ABEJA. 143

Asi lo hizo. La campesina continuó su camino, preguntándose en qué media de lana, ó en el fondo de qué jergón, ocultaría sus dos mo- nedas de oro. Y los niños siguieron su camino; comían cerezas y arro- jaban los huesos á diestra y siniestra. Jorge buscaba las cerezas que estaban unidas de dos en dos, por el rabito, para colgarlas en las ore- jas de su hermana, y reía al ver estas bonitas frutas gemelas, de ber- meja carne, balancearse sobre las mejillas de Abeja.

Un guijarro detuvo su camino alegre. Se le metió en el zapato á Abeja que se puso á cojear. A cada salto que daba, sus blondos bucles se agitaban sobre sus mejillas, fué así cogeando y se sentó en el de- clive del camino. Ahí,, su hermano, se arrodilló á sus pies, le quitó el zapato de raso; lo sacudió y salió un pequeño guijarro blanco.

Entonces, mirando sus pies, ella dijo:

Hermanito, cuando volvamos al lago, nos pondremos botas.

El sol inclinábase ya en el radioso firmamenlo; un soplo de brisa acariciaba las mejillas y el cuello de los jóvenes viajeros, quienes, re- frescados y reanimados prosiguieron con ahinco su viaje. Para cami- nar mejor, cantaban cogidos de la mano, y reían al ver, frente á ellos, agitarse sus dos sombras juntas.

Pero Abeja se detuvo, y gritó:

¡He perdido mi zapato, mi zapato de raso!

Y esto había sucedido. El zapatito, cuyos cordones de seda se ha- bían aflojado en el viaje, yacía todo podrido en la ruta.

Entonces miró hacia atrás, y viendo las torres del castillo de los Gla- ndes envueltas en la lejana bruma, sintió estrecharse su corazón y las lágrimas se agolparon en sus ojos.

Lo& lobos nos comerán, dijo; y no nos verá más nuestra madre, y morirá de pena.

Pero Joi-ge le puso su zapato y le dijo:

Guando la campana del castillo llame á comer, estaremos de re- greso en los Glarides. ¡Adelante!

Y continuaron cantando.

;E1 lago! Abeja, ve: ¡el lago, el lago, el lago!

Sí, Jorge, el lago!

Jorge gritó: ¡hurta! y arrojó al aire su sombrero. Abeja vacilaba pa- ra arrojar igualmente su cofia; pero el zapato que no hacía mucho se había quitado; lo arrojó encima de su cabeza en señal de regocijo. Allí estaba el lago en el fondo del valle, cuyas pendientes circulares for*

144 REVISTA NACIONAL.

maban con las argentadas ondas, una gran corte de follaje y de flores. Ahí estaba, tranquilo y puro, y se veía pasar un arroyuelo sobre la ver- dura, todavía confuso en sus riberas. Pero los dos niños no descubrían en la arboleda ningún camino que los llevara á sus bellas aguas.

Mientras buscaban uno, fueron mordidos en las pantorrillas por los gansos, que seguía una nifía, vestida con piel de camero, y con una vara en la mano. Jorge le preguntó cómo se llamaba.

Gilberta.

Y bien, Gilberta, ¿cómo se va al lago?

No se va.

¿Por qué?

Porque

¿Pero si se fuera?

Si se fuera habría un camino, y se tomaría ese camino.

Nada había que responder á la cuidadora de gansos.

Vamos, dijo Jorge, encontraremos, sin duda, más lejos, un sen- dero por el bosque.

Ahí cortaremos nueces, dijo Abeja, y las comeremos porque ten- go hambre. Será preciso cuando volvamos al lago, traer una maleta llena de buenas cosas de comer.

Jorge:

Haremos lo que dices, hermanita; ahora apruebo al escudero Francoeur, quien, cuando partió para Roma, llevó un jamón para el hambre y una jarra para la sed. Pero apresurémonos, porque me pa- rece que el día avanza, aunque no la hora.

Los pastores la saben mirando al sol, dijo Abeja; pero yo no soy pastora. Me parece no obstante, que el sol, que cuando salimos, estaba sobre nuestras cabezas, está ahora allá abajo, muy atrás de la ciudad y del castillo de los Clarides. Es necesario saber si así sucede todos los días y qué significa esto.

Mientras que observaban el sol, una nube de polvo se levantó so- bre el camino, y percibieron unos caballeros que avanzaban á toda rienda y cuyas armaduras brillaban. Los niños tuvieron mucho miedo y se fueron á ocultar en las malezas. Serán ladrones ó más bien mons- truos, pensaron. En realidad eran guardas, que la duquesa de los Cla- rides había enviado, para buscar á los dos pequeños aventureros.

Los dos pequeños aventureros encontraron en la maleza un sendero estrecho, que de ningún modo era un sendero de enamorados, porque

ABEJA. 145

por ahí no podian caminar de dos en fondo, tenidos de la mano á la manera de novios. Tampoco se encontraban las huellas de pasos hu- manos. Se veía solamente el hueco dejado por una infmidad de pe- quefios pies hendidos.

Estos son pies de diablillos, dijo Abeja.

O de ciervos, dijo Jorge.

La cosa no estaba esclarecida. Pero lo que había de cierto era, que el sendero descendía en suave pendiente hasta la orilla del lago, que se presentó á los dos niños, con su lánguida y silenciosa belleza. Las cañas balanceaban sobre las aguas, sus espigas flexibles y sus delica- dos penachos, y formaban tembladoras islas, al rededor de las cuales, los nenúfares brillaban con sus hojas en forma de corazón, y con sus flores de blancos 'pétalos. Sobre estas floridas islas, las señoritas con corsé de esmeralda ó de zafír y con alas de fuego, trazaban con su vuelo estridente, curvas bruscamente quebradas.

Y los dos niños mojaban con delicia sus ardientes pies en la húme- da arena ó cortaban el espeso follaje y los cardos espinosos. La caña aromática les enviaba sus perfumes desde su tallo humilde y á su de- rredor, el plátano desenrrollaba sus hojas dentelladas, en la orilla de las aguas dormidas, que esmaltaba el laurel con sus flores violáceas.

CAPITULO VIII.

DONDE SE VE LO QUE SUCEDIÓ k JORGE DE BLANCHELANDE POR HABERSE APROXIMADO AL LAGO QUE HABITABAN LAS ONDINAS.

Abeja avanzó sobre la arena entre dos bosques de sauces, y delante de ella el pequeño Genio del lugar, saltó en el agua, dejando en la su- perficie círculos que crecieron y que se borraron. Este genio era una pequeña rana verde, con vientre blanco. Todo callaba: un viento fres- co soplaba sobre el lago cristalino, del que cada onda tenía el pliegue gracioso de una sonrisa.

¡Qué lindo es el lago! dijo Abeja; pero mis pies sangran en mis zapatitos desgarrados, y tengo mucha hambre. Quisiera mejor estar en el castillo.

Hermanita, dijo Jorge, siéntate sobre la hierba. Voy, para refres- carlos, á envolver tus pies en hojas; después iré á buscar que comer.

R. 3Í.-T. 11-10

146 REVISTA NACIONAL.

Vi allá arriba, cerca del camino, zarzales todos cuajados de moras. Te traeré en mi sombrero las mejores y las más azucaradas. Dame tu pa- ñuelo; pondré en él fresas, porque hay fresales aquí cerca, á la orilla del sendero y á la sombra de los árboles. Y llenaré mis bolsillos de nueces.

Arregló al borde del lago, bajo un sauz, un lecho de musgo para Abeja, y partió.

Abeja, tendida sobre su lecho de musgo, con las manos juntas YÍó las estrellas que alumbraban temblando en el cielo pálido; después sus ojos se medio cerraron; sin embargo, le parecía ver en el aire á un pequeño Enano montado sobre un cuervo. No era esto una ilusión. Habiendo estirado las riendas que mordía el pájaro negro, el Enano se detuvo arriba de la joven y fijó en ella sus ojos redondos! En segui- da partió con gran vuelo. Abeja vio confusamente estas cosas y se durmió.

Dormía cuando volvió Jorge con su provisión, que depositó cerca de ella. Descendió á la orilla del lago temiendo despertarla. El lago dor- mía bajo su delicada corona de follaje. Un ligero vapor se arrastraba muellemente sobre las aguas. De repente, la luna apareció entre las ramas; luego, las ondas fueron salpicadas de chispas.

Jorge vio bien que estas luces que alumbraban las aguas, no todas eran el reflejo quebrado de la luna, porque notó que las llamas azula- das, avanzaban dando vueltas con ondulaciones y balanceos, como si danzaran en rondas. Reconoció muy pronto que estas llamas tembla- ban sobre frentes blancas, sobre frentes de mujeres. Poco tiempo des- pués, bellas cabezas coronadas de algas y de petonclos, de espaldas so- bre las cuales se esparcían verdes cabelleras, de pechos brillantes de perlas, y donde se deslizaban los velos, se levantaron arriba de las on- das. El niño reconoció á las Ondinas y quizo huir. Pero ya las de los brazos pálidos y fríos lo habían asido y fué llevado, á pesar de sus es- fuerzos y de sus gritos, á través de las aguas, á las galerías de cristal y de pórfido.

Anatole Frange.

[Continuará.]

ROMEO Y JULIETA. 117

ROMEO Y JULIETA.

(DE 8HiUSPIiR&)

FRA.C3-MENTO DE LA ESCKN-A. V DEL ACTO III. Huerto en la casa de Cápuleto. Borneo y Julieta en el bcUebn,

JUUETA.

¡Cómo! ¿Ya quieres irte? Aun tarda el día. Fué el ruisefíor; no fué, no fué la alondra Quien alarmó tu receloso oído: Todas las noches en aquel granado Su canto ensaya: él era ¡oh dueño amado! Crédito dame: el ruiseñor ha sido.

Romeo.

Fué la alondra, del alba mensajera; No el ruiseñor. ¿No ves hacia el Oriente Cuál de las rotas nubes orla el borde Ya la envidiosa claridad? Enfría De la estrella las pálidas vislumbres: De la montaña en las brumosas cumbres Raya risueño y se levanta el día. Si parto, vivo; si le aguardo, muero.

Julieta.

Bien que matutina luz no es esa: Ha de ser meteoro que el ausente Sol esta noche á que te alumbre envía El camino de Mantua. No te vayas: Quédate aquí conmigo todavía.

Romeo.

¡Préndanme, pues, y mátenme! Lo quiero, Ya que lo quieres tú. Que no es del día La luz diré, sino fulgor de luna;

148 REVISTA NACIONAL.

Ni alondra el ave que exhaló sus trinos Hacia el cóncavo cielo. He de quedarme. ¡Venga la muerte, y bien venida sea! Julia lo quiere asi. ¿Qué dices? ¡Ea! Hablemos largo. De partir no es hora: Lo que brilla en el ciclo no es la aurora.

JUUETA.

¡Es el día! ¡Es el día! ¡Vete al punto! La alondra es la que canta ásperamente. ¿Cómo podrán decir que dulcifica Despedidas de amor, si nos separa? Cuentan que con el sapo aborrecible

Los ojos trueca ¡Oh si trocado hubiese

También la voz que aparta nuestros brazos

Y te alejó con anunciar el dia! Vete, Romeo, ya. La luz se aumenta.

Romeo.

Se aclaran los albores matutinos,

Y se oscurecen más nuestros destinos!

La Nodriza [adentro.'] ¡Nifía! ¡Señora! Vuestra madre viene;

Y amaneciendo está Cuidarse importa.

Julieta.

Deja, pues, ¡oh ventana! entrar el día, Ya que por se sale el alma mía.

Romeo [poniejido el pie en la escaJa."] ¡Adiós! Un beso, y parto.

Julieta.

¿Asi te has ido,

Y te llevas mi dicha y mi reposo?

¡Oh mi señor y bien! ¡Oh amado esposo!

José M. Roa Barcena.

PA1.SAJK.S. 119

PAISAJES.

X MANUEL GUTIÉRREZ NXJERA.

MEHIDIES.

Rojo, desde el zenit, el sol caldea. La torcaz cuenta al rio sus congojas, Medio escondida entre las verdes hojas Que el viento apenas susurrando orea.

La milpa, ya en sazón, amarillea Cargada de racimos y panojas,

Y reverberan las techumbres rojas En las vecinas casas de la aldea.

No se oye extremecerse el cocotero Ni en la ribera sollozar los sauces; Solos están la vega y el otero,

Desierto el robledat, secos los cauces;

Y tendido á la orilla de un estero Abre el lagarto sus enormes fauces.

II

NOCTIFER.

Todo es cantos, suspiros y rumores. Agitanse los vientos tropicales Zumbando entre los verdes carrizales. Gárrulos y traviesos en las flores.

150 REVISTA NACIONAL.

Bala el ganado, silvan los pastores, Las vacas van mugiendo á los corrales; Canta la codorniz en los maizales Y grita el guacamayo en los alcores.

El día va á morir; la tarde avanza. Toca de pronto á la oración la esquila De la rústica ermita, en lontananza;

Y Venus, melancólica y tranquila, Desde el perfil del horizonte Icgiza La luz primera de su azul pupila.

Manuel José Othón.

^^nta Bdrbara de TamauUpos, 1889.

lUBLIOGRAFIA.

MírtoSy por Enrique Fernández Granados. Asienta Vapereau que tanto mayor debe ser el esfuerzo de un poeta en ajustarse á las reglas de la versificación y del buen gusto, cuanto más lo inciten sus con- temporán(?os á desligarse de ellas. Le poete doit se montrer d'autant plus respectueux envera les regles de la verdfieation, que ses contempo- rains VinvUent davantage á les ábandoner.

Fernández Granados autor de Mirtos, libro que hoy vamos á ana- lizar ligeramente sin conocer quizá las palabras del crítico francés, las ha seguido con tal puntualidad y religioso celo, que bastaría su conducta, por sola, para probar cuan profunda verdad encerró el fa- moso autor del Dictionnaire XJniversel des Contemporaim y deX'-án- ncc lAttéraire et Dramaiique en su consejo tan oportuno y tan exacto.

Que surja entre el inmenso número de producciones poéticas, abor- tadas por las inteligencias insipientes de escritores sin inspiración y sin talento, un libro delicioso, no solamente escrito, por lo general, en buen

bibliografía. 151

castellano, sino también con reminiscencias horacianas y con sabor ana- creóntico, es una muestra gallarda y prueba irrefutable que no admite contestación, de que la docta máxima de Vapereau, si cunde, regenera entendimientos extraviados, presta vigor y brillo á las imaginaciones atrevidas y triunfa de los enemigos que la ataquen, afianzará entre nos- otros— no se puede dudar el eterno reinado de la belleza poética y de la inspiración bien dirigida.

Bástele, pues, este único mérito al libro de Fernández Granados, si otros no contase: hallarse escrito de acuerdo con las leyes del idioma, déla versificación y del buen gusto, para que el público sólo tenga para él, los aplausos que con sobrada justicia les escatima á muchos.

Conquistar este triunfo, no ha sido por lo demás el móvil del poeta: más noble, más desinteresado también es el que debemos concederle. Nace al mundo de la publicidad henchido de los más generosos senti- mientos: joven, poeta, amante de la literatura y de la patria, discípulo de eminentes escritores, compañero de progresistas, de jóvenes ena- morados de las letras, aspira en sus ensayos literarios á alcanzar ese ideal que perseguimos todos, y que quizá nunca veremos realizado: la regeneración completa de nuestra poesía.

Nada hay por cierto más desconsolador ni más amargo; nada que in- funda en nuestro espíritu desaliento más grande, más profundo, que el triste estado á que la musa mexicana se encuentra reducida hace ya tiempo: los suyos la han olvidado por completo; aquellos á quienes niega sus favores, la escarnecen, la vilipendian públicamente, y mien- tras tanto, todos ignoran si las señales de vida que suele presentar son las postreras convulsiones de una agonía, ya larga por desgracia, ó los primeros augurios de una nueva existencia, feliz, deslumbradora y vi- gorosa.

A los poetas de buena voluntad é inspiración lozana, corresponde acelerar esos días venturosos que todos anhelamos: los días de verda- dero esplendor para las letras; de gloria y de grandeza para las musas. Por fortuna sobran caminos que recorrer; abundantes veneros que ex- plotar, y fuentes limpísimas en cuyas claras linfas mitiguen su sed de inspiración nuestros poetas; cultiven estos con fe, con entusiasmo, con ardor, seguros del éxito, que será feliz sin duda alguna, esa hermosa poesía, virgen aún, que canta á nuestros héroes, que fustiga á los tira- nos, que subyuga y enloquece á las muchedumbres tumultuosas, y que refleja en si la historia, las grandezas, las tribulaciones, el cielo, las

152 RE\'iaTA NACIONAL.

costumbres y ]os paisajes de la patria: la poesía nacional, fuente inago- table de exuberante inspiración. Si para el cultivo de este género el poeta no contase con las dotes necesarias, conságrese en tal caso no á la imitación servil, trillada y degradante de los poetas españoles y fran- ceses, quizá menos elegantes é inspirados; entregúese sí, al estudio, al examen, á la meditación prolija de los eternos maestros de la belleza, de los poseedores de la inspiración más levantada: de los antiguos; es- coja á estos poetas por modelos, y los bienes que de ello les resulten serán innumerables. Cierto es que esta índole de estudios peca contra las inclinaciones literarias de nuestra época; pero no lo es menos que la influencia de la lectura de las obras clásicas, para cincelar la forma y depurar el gusto, es de una trascendencia indiscutible.

Macaulay dice refutando á Mr. Mitford: "Si recordamos que aquella fué la inspiración que directa ó indirectamente produjo las más nobles creaciones del ingenio humano, que allí tienen su origen la inmensa- ilustración de Marco Tulio y sus imágenes brillantes, el íiiego devora dor de Ju venal, la imaginación plástica del Dante, la gracia incompa- rable del manco de Lepanto, del inmortal Cervantes, la profundidad de Bacon, el ingenio de Butler y la perfección suprema y universal de Shakespeare, ¿qué diremos entonces?''

Fernangrana ha comprendido la profunda verdad de estas aprecia- ciones literarias, y su inmensa veneración, su apasionado afecto á los clásicos griegos y latinos, se adivinan al leer las páginas de Mirtos: Ho- racio y Anacreonte aparecen allí como maestros consumados, como modelos irreprochables del joven autor.

Horacio, el poeta, el preceptista, el Proteo de la literatura, como le llama un traductor, por la asombrosa variedad de aspectos literarios que presenta; Anacreonte, el dulce, el apasionado cantor de Theos que desde Simónides hasta Víctor Hugo, ha arrancado á los genios excelsos de la humanidad, á los príncipes de la literatura, las frases de admi- ración más entusiastas por "el arte sin arte y la ciencia sin ciencia de sus obras,'' como dice el eruditísimo Baraibar: he aquí las linfas tras- parentes y puras en que ha bebido Fernangrana la inspiración espar- cida en sus poesías. No exageramos al escribir este .artículo: basten .E^ Vino de Lesboa y El Brindis para comprender la exactitud de nues- tros juicios. En otra parte hemos hablado ya de la primera de estas composiciones: fresca, galana, inspiradísima, su lectura deja el sabor de la poesía antigua. Por lo que mira á El Brindis, anacreóntica que

BIBLIOGUAFIA. 153

reviste la forma, la elegancia, si se quiere hasta la desnudez distintivas, encontramos verdadero placer en copiarla íntegjra. Dice así:

Cí^ronadas las frentes De mirto y rosas, Descubiertos los senos

Y altas las copas,

Por el cantor de Laura Brindan las mozas;

Y á los brindis suceden * Bisas sonoras.

Él entanto, beodo.

El vino toma;

Y, olvidando á su amada.

Brinda por todas.

Y al apurar del néctar La última gota,

Ay! ... la imagen do Laura Mira en la copa!

En qué versos tan breves ha encerrado Femangrana pensamientos tan hermosos, y cómo abunda su libro en composiciones eróticas, pe- queñas y sencillas, que expresan las ansias, los sufrimientos, los de- seos del poeta, herido á veces, sin que Amor lo pueda defender, por la^misma Laura á quien adora;

Mas desdeñosa mientras más la adoro;

felices otras, porque ella es la que le hace sufrir grandes tormentos; y cómo ansia también ser le dice á Laura

La crucesita de oro Que llevas en tu seno; Que entonces mo darías En vez de pena y celos. Cuántas dulces miradas,

Y cuántos, cuántos besos!

ó bien la golondrina que cuelga su nido en la ventana de Laura, pues

al acercarse la noche

Y al brillar la luz del alba. Cuántas cosas cantaría Porque las escucharas!

154 REVISTA NACIONAL.

Brillan, según se ve en todas estas producciones de Fernández Gra- nados, cierta delicadeza de sentimientos poéticos, que explotada por él muy hábilmente, conmueve á los lectores sin parecerles afectada. En otras, |)or lo contrario, aparecen algunas descripciones que no me ex- plico cómo pudieron escapársele al autor, enemigo de ciertas liberta- des usadas muy comunmente por la escuela naturalista, aun cuando, por otra parte, goza en extremo con las escenas nada pudorosas por cierto de DaJnU y Che, y de otros monumentos semejantes de la li- teratura antigua. Verdad es que según Ticknor el amor puro es extre- madamente raro en la poesía castellana. Una nueva prueba de ello es el siguiente fragmento del delicioso romance de Fernández Granados, intitulado El Baño:

Apenas despunta el alba, Llega la virgen al río, (¿ue se estremece de gozo Al presentir sus hechizos. Sonriendo se desnuda. Deja en la grama el vestido. Desprende i^u cabellera Que baja á su espalda en rizos.

Y dejando descubiertos Sus hombros alabastrinos. Con sus dedos sonrosados Conteniendo los latidos D«:* .su delicado seno, Doabrtk'hase el corpino

Y saltan ¡ayl pud«>rusos Sus lácteos senos virgíneos. Las ondas al recibirla Exhalan dulce gemido,

Y como lluvia de perias Baña su cuerpo divino.

Y se quedan cintilando Aquellos senos tan lindos Como botones do rosa Salpicados de rocío!

EIn otra producción intitulada Ven ! abundan versos semejantes:

más aún, consejos que tocan ya los límites de la inmoralidad, pues á tales extremos llega quien dice lo siguiente:

bibliografía. 155

Abre á mi amor ardiente Tu delicado seno, Hoy que Amor nos convida A que con él juguemos.

Mira, tal vez mañana, Ya blancos tus cabellos, Eccordará que fuiste Rebelde á sus preceptos;

Y entonce, aunque llorando Le ofrezcas mirtos bellos, Volara por no verte, Sin escuchar tus ruegos

Ven, pues, y ú los acordes Del agua y de los céfiros Que entre las ro«as cantan Su dicha prisioneros;

Al suspirar de amores Y al ruido do mis besos, Entonarán las aves El canto de Himeneo!

Desnudeces son estas que se explican sin grande esfuerzo, en poetas que como Fernández Granados se encuentran en íntimo contacto con los griegos, y que poseen además el don de cultivar géneros diametral- mente diversos. En Mirtos hay, por ejemplo, una oda A Mariu, de tal sabor místico, que en ella la inspiración apacible del poeta y la san- ta ternura del creyente, forman la plegaria más dulce, la oración más expresiva de un corazón piadoso. Elegancia en la versificación; senci- llez y propiedad en las imágenes y en los pensamientos, suavidad en toda ella, son las cualidades de esta oda, que tiene por primeras estro- fas las siguientes:

Eeina del cielo en donde el Sol fulgura;

Dulce y divina Aurora;

Única Virgen pura,

A quien la corte celestial adora:

Hoy que en tu amor mi corazón so inspira

Acoge el canto de mi tosca lira!

del cansado y triste peregrino Eres madre amorosa En el Edén divino;

156 REVISTA XACIONAL.

Y en í;l desierto palma runiorosu A cuya .sombra del calor ?c abriga,

Y fuente clara en que su sed mitiga.

Fernández Granados ha reunido también en el libro de que habla- mos, dos imitaciones que ha hecho: una de la oda A'Neera^ de Hora- cio, y otra de La Cigarra^ de Longo, autor de DafnU y Cloe, novela que ha inmortalizado á estos pastores.

Dafnis, velando el sueílo de la zagala, aparece entregado á las me- ditaciones más voluptuosas del amor: una cigaiTa en tanto, se introduce en el seno de la pastora y comienza á gorjear. Gloe se asusta, y Dafnis entonces

Aprovechando la ocasión, la mano

Mete en el seno virginal de Cloe,

Y cuidadoso agarra

Y saca á la cigarra,

Que ni en la mano d^ él enmudecía.

Cloe la miró gozosa,

Tomóla, dióle un beso cariñosa,

Y otra vez la llevó á su seno blando

Y la cigarra allí siguió cantando!

Sirvan estos versos tan deliciosos y sencillos, para probar la facili- dad con que imita Fernangrana. Como poeta original descariamos, tuviéramos las dotes necesarias, analizar sus tercetos á Laura; su le- trilla A Isabel, sus Cantares, su anacreóntica La fuente Castalia, sus sonetos A Heberto, La Gardenia, Carlota y algunas otras poesías pu- blicadas en este tomito, que por su lujosa y artística impresión honra á las prensas mexicanas. Ligeros defectos acortan sin embargo el mé- rito de las composiciones poéticas contenidas en él: el autor propende en los tercetos y en los sonetos á enlazar versos que son independien- tes; se toma también con alguna frecuencia puede verse su soneto A Heberto libertades que aun cuando usadas con mesura son permi- tidas, del abuso de ellas resultan en el estilo afectación y anfibología en el sentido; con algún esfuerzo se hallarían también frases incorrec- tas, como esta en Las Violetas: Decidla mis dolores, por Decidle mis dolores; La fuente cristalina = Al fin se vio liberta, en la poesía La Primavera, por al fin se vio libre que hubiera sido lo propio; no me- nor trabajo costaría hallar algunas asonancias muy próximas, como en

bibliografía. 137

el soneto A Heberto: "Este afán, este amor, esto que aiento;^^ en el ro- mance El Baño: "Que baja á su espalda en rizos;" "Aquellos senos tan lindos;" encontrar también algunos versos prosaicos, como en la pequeña producción A Laura:

Si yofua'd golondrina Volaría á iit ventana;

en los Cantares este otro, disculpable solo por el género de composi- ción en que se encuentra:

Va no me gustan las rubias;

y por último, en el fragmento de La Cigarra que hemos citado, se no- tarán estos dos, duros y desagradables:

Y cuidadoso agarra

Y saca ii la cigarra;

en los cuales, por otra parte, abundan las aes.

Por fortuna le sobran á Fernangrana ilustración y juicio para corre- gir los defectos de sus obras: él no dice, como muchos, lo que Bion de Smirna en los hermosos versos siguientes de su idilio V, traducido por el egregio Ipandro Acaico:

Si de mis versos place la armonía. Basten los que hasta ahora Me concedió la Musa bienhechora A hacer eterna la memoria mía.

Lejos de ello, Fernández Granados corregirá sus producciones poé- ticas, y quizá muy en breve un nuevo volumen suyo demostrará los progresos alcanzados por el poeta. Aliéntelo, pues, el público, y él co- rresponderá con creces á la indulgencia del lector.

"Los aficionados á libros, dice D. Juan Valera, suelen cegarse con frecuencia y prestar á muchas obras literarias un mérito que no tie- nen, ^ esperar que logren una popularidad que al cabo no alcanzan." Vivamente deseamos que las palabras del insigne autor de las Cartas Americanas fallen en el presente caso, y que Mirtos alcance la popu- laridad que se merece. Cuenta para ello con una circunstancia espe- cialísima: es libro dictado por el Amor, y escrito á impulsos de una

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pasión dominadora: en sus páginas no brillarán los destellos de inspi- ración propios tan sólo de los genios eróticos, pero siempre se encon- trará en cambio un afecto tierno y sencillo.

Que el público conozca, pues, el valer de Enrique Fernández Gra- nados, y que los MiHos que hoy son el título de la primera colección de poesias de este inspirado joven, más tarde sean las simbólicas flo- res que adornen la frente del poeta! Antonio de la PeSa y Reyes.

Opúsculos imditos, D. Joaquin García Icazbalceta, el insigne bió- grafo de Zumárraga, acaba de enriquecer la bibliograña mexicana con la publicación de un libro intitulado; Opúsculos inéditos^ latinos y cas- tellanos, del P. Francisco Javier Alegre, veracruzano, c?€ la Compañía de Jesús.

La obra que anunciamos ha sido impresa por Díaz de León. Dicho queda con esto que corresponde la parte tipográfica á los méritos lite- rarios del libro.

Los Opúsculos de Alegre que por vez primera se dan hoy á la luz pública, son: el Arte Poética de Boileau puesta en verso castellano con notas eruditísimas; la traducción, también en verso castellano, de las Sátiras 1*, 3*, 6* y 9* del libro primero de Horacio; la Epístola 6* del libro primero del mismo autor, y los siguientes trabajos en latín: Ho- merii Batrachoinymnachia, latinis canninibxis expressa, nonnuUis addi- tisy liber dngularis, In obitu Adolescentis. Epicedium, Horti dedica- tio Diance, Écloga. Nisus, In Obitum Francisci Plata, In Obiiwn ejusdem, Ad Joann. Berchmans Iconein, Ad B. Aloysii A Koskm Ico- nertí, Natalia Muñera, Prolusio Grammatica De Syntaxi. Precede á los Opúsculos un prólogo en el que da el Sr. García Icazbalceta noticia exacta de las obras de Alegre impresas hasta hoy, y de las inéditas, y refiere á seguida cómo adquirió la Poética y cómo la preparó para la prensa. También va al frente una excelente biografía de Alegre, tra- ducida del latín por el Sr. García Icazbalceta.

Cuan diligente, cuan perseverante y cuan entendido sea el Sr. Gar- cía Icazbalceta para llevar á feliz término empresas de este género, co- sa es que sabe todo el mundo. Su fama de primer bibliógrafo mexi- cano, descansa en las ya numerosas obras que ha salvado del olvido

bibliografía. 150

y cuyo mérito ha acrecentado con notas que revelan su pasmosa eru- dición en punto á historia patria. Pero en el lihro de que hoy trata- mos, muéstrase no menos erudito en materia de bella literatura, y así el prólogo como las notas á él debidas y la Bibliografía sucinta de los autores citados en la traducción del Arte Poética, son testimonio elo- cuentísimo de que es magistral cuanto á su pluma se debe.

Para comprender la importancia del servicio prestado á las letras con la publicación de los Opúsculos inéditos del P, Alegre y es preciso recordar que el ilustre veracruzano es uno de los escritores de que puede con justicia enorgullecerse nuestra patria.

Seanos permitido al encomiar, cual lo merece, el nuevo libro del Sr. García Icazbalceta, hacer notar á este eminente escritor que si bien es cierto que Alegre no es vvuy canocido entre nosotros vmmoSj no han faltado quienes le tributen los homenajes á que es acreedor. Entre otros, el autor de estas líneas ha dicho en la biografía del humanista veracruzano, lo que sigue:

'^Entre las muchas crónicas que de las órdenes religiosas nos que- dan, la del P. Alegre ocupa un lugar eminente y es de un valor ines- timable. El gran acopio de noticias históricas y biográficas que en ella se contiene; el buen método con que está escrita; la sencillez, sin de- generar en bajeza, del estilo; la suma claridad; la modestia que el au- tor revela; la verdad que respladece en todas sus páginas, hacen que la lectura de la obra de Alegre sea grata y provechosa aun para los que sin profesar sus mismas creencias, aun prevenidos en contra de la célebre Compañía, buscan en el estudio de su historia algo más que el pane- gírico de una orden ó la propagación de sus doctrinas. Estrechamente enlazada la historia de los trabajos apostólicos de los jesuítas con la historia civil de muchos pueblos que forman parte de la confederación mexicana, para saber los orígenes de Sonora, de Sinaloa, de Durango, de Chihuahua y de California, es indispensable acudir á Alegre, que con dotes no comunes narra el descubrimiento, la conquista y la civi- lización de aquellas y de otras regiones. Dos siglos abraza la ^'Historia'' del padre Alegre, siglos fecundos en acontecimientos, que dan mate- ria para extensísimos libros, y sin embargo, él, con excelente método, in omitir nada sustancial, nada que sea verdaderamente importante y digno de recordación, condensa en algunos centenares de páginas lo que otro habría referido en abultados volúmenes de cansada lectura y de difícilísima consulta.

leO REVISTA NACIONAL.

Cuando se escriba la historia critica de las letras de México y se ha- ga un estudio detenido, profundo, razonado, de nuestros historiadores y cronistas, el nombre de Alegre tomará mayores proporciones que las que hasta hoy ha alcanzado, y cuenta que no es de los menos esclare- cidos el que ya tiene. Tan correcto y castizo es, que al leer á Alegre nos parece que puso, en punto á la forma, el escrupuloso empeño del escritor académico que es capaz de sacrifícar por ella el fondo. Pasa- jes podríamos citar en los que con elocuencia y sencillez encantadoras se describen, ora los desoladores estragos de una peste, ora los desór- denes y crímenes de los filibusteros, ó bien el martirio de un apóstol del Cristianismo, ó el tránsito del misionero por entre bosques vírgenes y pueblos salvajes.

Si alguna vez, obedeciendo á los dictados de una fe sencilla, cuenta Alegre prodigios obrados por la religión, milagrosos hechos que la mo- derna crítica rechaza, para no condenarle es bastante recordar su ca- carácter religioso, su educación, sus hábitos y el ñn que se propuso al escribir su historia, historia que, como él mismo dice en su prólogo, emprendió escribir en fuerza de orden superior, ^^ F. S.

Narraciones y Confidencias. Con este título acaba de publicar en un volumen muy bien impreso, el joven é ilustrado escritor D. Alber- to Michel, una preciosa colección de artículos científico-literarios so- bre zoología, escritos en esa forma, tan galana como encantadora, que han hecho popular en Francia Julio Veme y Camilo Flammarión.

Contiene el tomo, quince artículos, y una interesantísima monogra- fía, que trata de las preocupaciones que existen sobre algunos anima- les, y que el autor, además de enumerarlas las desmiente con razones tan convincentes como sencillas.

Alberto Michel ha escrito un buen libro, y debe proseguir en el es- tudio de las ciencias naturales, tanto más, cuanto que en México son contados los jóvenes que las cultivan, y más contados aún los que las divulgan en un estilo tan bello y tan sencillo, como el que empleó en sus Narraciones y Confidencias,

EL MAESTRO ALTAMIRANO. 181

EL MAESTRO ALTAMIRAIÍO.'

Sres. D. Enrique Fernández Granados, D. Alberto Michel, D. Luis González Obregón y D. Antonio de la Peña y Reyes.

Agosto 4 de 1889. Queridos amigos:

Bastante pena hubiera sentido, quizas hubiera tildado de olvido in- justo, que á una manifestación en honor de Altamirano, sus jóvenes discípulos de hoy no hubiesen pensado en asociar á un discípulo de to- da la vida. Agradezco á vdes., agradezco al Liceo su amable invitación. Por supuesto que á este agradecimiento va aparejada la firme resolu- ción, tomada apriori, lo confieso, de no concurrir personalmente á es- ta expresiva fíesta, que es ] ay I una despedida, de la familia literaria del Maestro. ¿Cómo conciliar estos sentimientos? Voy haciéndolo, como vdes. ven. Empezaré por explicarlos.

Bajo esta mi montañosa apariencia, escondo una cantidad enorme de nervios en mal estado, en estado patológico ; quiero decir, aunque pa- rezca broma, que soy un nervioso, un neurópata probablemente. Por eso soy de los que no puedo decir adiós. Es para un sufrimiento no sólo moral, sino ñsico.

Soy además un supersticioso. El Sr. Altamirano lo es también, aun- que creo que no lo confíesa. Más aún ; él, entre otras cosas buenas, que por supuesto no aprendí, me enseñó esta mala : ser supersticioso, la que aprendí inmediatamente por la sencilla razón de que ya la sabía; fui supersticioso porque ya lo era. Y esta, me lo temo, es incurable enfer- medad. La ignorancia, madre tenebrosa de la superstición, según el gran cliché puesto en moda por los filósofos del siglo pasado y sus hi- jos los revolucionarios franceses y sus nietos los revolucionarios mexi- canos, la ignorancia llega á ser una especie de odio intelectual para el espíritu que percibe su contraste con la luz ; pero la superstición de que hablo, hija más ó menos natural del sentimiento, no huye de la luz, si- no que la limita en la reconditez misteriosa del corazón, allí donde se siente el incontestable y angustioso anhelo de que, por no se cual pro-

1 Carta leída en la velada literaria que celebró el Liceo Mexiccmo.

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digio, resulte que lo que se nos propina como única verdad, sea menti- ra, y de que al fín sólo sean ciertas ( ¡ ay ! este fin no llega nunca) algu- nas caras é intangibles quimeras, sedimento hereditario de veinte gene- raciones de creyentes y alucinados que se deposita en lo más irreductible de nuestro ser, haciéndonos adorar secretamente todo lo que es ilusión y ensueño. | Ensueño, ilusión ! Una vibración que viene de la profun- didad de la noche y que articula en nuestro oído un nombre con una voz que creímos no volver á escuchar nunca, es una alucinación sin du- da, ¿ la creencia en el destino, que nos figuramos como una pupila de sombra que nos atisba desde la inmensidad, en la buena estrella que es la luz de esa mirada, en la mala suerte que es su noche, son otra cosa que insanias? ¿Por qué nos encariñamos con ellas tan tenaz y tan si- lenciosamente? Porque detrás de esas microscópicas creencias que per- sisten, tiemblan como llamas batidas por el viento, otras, las grandes, que proclamamos perdidas ; detrás de la voz nocturna está el deseo de la supervivencia del alma y detrás de la sombra del destino está la ne- cesidad inextinguible de algo que sea eternamente cierto y eternamente

bueno no le buscaré sinónimos, le llamaré Dios. ¡ Ilusión, ensueño!

¿No es la realidad pura ilusión según enseña la fílosoña? ¿Por qué la ilusión pura no habría de ser una realidad?

Escribo esto de noche, una noche sin estrellas, no es estrafío que me haya expuesto á perder mi centro de gravedad en las agrias cuestas de la metafísica, y todo ello no es más que un largo circunloquio para pa- liar mi inímita cobardía ante un adiós.

¡Y luego los recuerdos que esta triste palabra evoca, las innumera- bles moléculas de amargura que componen una sola lágrima de despe- dida! No si para vdes., pero para todo recuerdo es triste, no hay mayor dolor que el recuerdo, no sólo el del lempo felice nella miseria, sino todo recuerdo, en toda hora. El del tiempo feliz amarga, por pa- sado, y el del infortunio, porque si el tiempo hace al sufrimiento in- cierto, difundiéndolo en la corriente de la vida, en cambio lo hace más basto, hasta enlutarlo todo con él, hasta asombrarlo todo : yo creo que de aquí el pesimismo filosófico y literario de nuestra época.

I Que si tendría para recuerdos un odios á Altamirano ! A tal pun- to, que no me atrevo á llamarlos sino sobrecogido de emoción ; todos entreduermen hacinados en mi memoria; podría hacerlos desfilará vues- tra vista, dulces y tristes, alegres y trágicos, gloriosos y lúgubres, pero melancólicos todos la procesión se os figuraría un entierro. Bus-

EL MAESTRO ALTAMIRANO. 163

coré entre mis reliquias algunas que sólo á mi me entristezcan. Y per- donad el yo; notad que es el único pincel con que puedo esbozar ante vosotros una figura querida.

No cumplía catorce años cuando por primera vez vi á Altamirano en la tribuna de la Cámara. Mediaba el año de 61, y ; oh ! fortuna singu- lio", pronunciaba su discurso 'pro corona, digo, contra la ley de am- nistía. La pequeña estatura agigantada por el ademán y el acento, la altivez de la frente bajo la negra melena lacia, el crispamiento irónico de la gran boca suriana, la inaudita expresión de odio, de desprecio, de soberbia que se condensaba en relámpagos en la mirada y en sonorida- des vibrantes, calientes, extrañas en la voz, sin llegar al grito jamás, y, sobre todo, la palabra, la imagen, la idea, todo mesurado en medio de la pasión desbordante, todo artístico, correcto, rítmico, todo eso lo vi, lo oí, lo sentí por instinto ; ahora es cuando me doy cuenta de ello, pe- ro no lo olvido ; semejantes espectáculos no se olvidan jamás.

Devoraba yo por aquellos días de fiebre en la sociedad y de fiebre en el alma Los Girondinos de Lamartine, la Biblia de los revoluciona- rios de quince años (aún el divino forjador no concluía de martillar en su fragua Los Miserables') y al oír aquel discurso y al ver á aquel hom- bre, el gran drama de la Convención vivió para mí, con la vida inten- sa de la sangre y del espíritu ; Camilo Desmoulins sin el balbuceo, por el arrebato y el sarcasmo, Vei^iaud por el clacísismo del método ora- torio, por la sobriedad y la seguridad de la cita histórica, por la esplén- dida vestidura de la metáfora, resucitaban á mis ojos en aquel orador de veintisiete años

Vino después el gran paréntesis de la Intervención. Asi en su con* junto ese período aparece en mi memoria como un cuadro de Rem- brandt. Una masa densa de sombra surcada por un rayo de luz que to- ca y hace resaltar, aqui mitras, palios y coronas maravillosas, allá placas de diamantes, tísús bordados de perlas, mantos de seda, espaldas des- nudas, flores, músicas, uniformes de todos los matices, plumas de to- dos los colores, y detrás mieses ondulantes de sables y bayonetas, y en el fondo entre la luz y la sombra el vertiginoso ir y venir de los airo- nes rojos de las guerrillas por las vertientes de las sierras, y más allá, en plena sombra, la patria en agonía. Nosotros asistimos conmovidos, enardecidos y encantados á aquella espléndida mise en seene de la tra- gedia imperial ; lo que nosvenia de allende aquella muralla de oro, de fierro y de sangre, producía en los colegios un efecto de aerolito lento

161 I REVISTA NACIONAL.

trazando un surco de fuego en la negrura del espacio : un apotegma de Juárez, una carta de Lerdo, un estudio de Iglesias, un artículo de Ra- mírez, una oda de Prieto, un discurso de Altamirano, una canción de Riva Palacio, una proclama de Porfirio Díaz, eran acontecimientos in- mensos en nuestra vida literaria. Novias, fiestas, novelas, códigos, todo se eclipsaba, para nosotros ; la novia, la fiesta, el poema, la ley, estaba más allá del horizonte, allá donde despuntaba vaga y blanca la aurora de la resurrección.

¡Con que emoción leíamos los versos de los poetas patriotas ! Todos sabíamos de coro aquellos de Altamirano escritos en un álbum al par- tir en 63 :

Señora, adiós : en los oscuros días En que huyó de la Patria la victoria Una canción á mi laúd pedías Aquí dejo mi adiós

Pero nada penetraba tanto en las fuentes mismas de nuestra emoción juvenil, nada hizo vibrar más en la fibra poética que comenzaba á esteriorizar en preludios apenas melodiosos, los anhelos del corazón, nada, digo, como la bellísima elejia Á Carinen. La María hecha des- pués y que todos hemos querido imitar, es admirable por su grave me- lancolía, pero el canto á Carmen arranca de una más íntima palpitación de la vida y de la juventud heridos por un gran dolor, es más expon- tánea, más gallarda en medio de la tristeza y de la muerte; es la mú- sica de un grito de sufrimiento humano, tierno, sensual y apasionado como pocos. Carmen es la poesía más genuina, más expresivamente romántica que ha producido la literatura patria.

Cuando después del triunfo de la República, conocí á Altamirano es- taba convaleciendo de una penosa enfermedad y de una campaña opo- sicionista contra las tendencias anticonstitucionales del gobierno de en- tonces ; raras veces se han nutrido pasiones más vehementes con ideas más pensadas, ni en frases mejor armadas de todos los recursos del es- tilo se ha condensado más electricidad de ira y de desdén. Nosotros admirábamos los escritos, amábamos á los escritores, y un poco sorpren- didos y desconcertados procurábamos en vano caldear nuestra sangre con aquella implacable censura. Precisamente en los momentos en que dejaba Altamirano la pluma política y volvía todo su poderoso esfuer- zo hacia el renacimiento literario que apuntaba, tuve el honor de serle presentado.

EL MAESTRO ALTAMIRANO. 166

Ya saben vdes. cómo acoge á los muchachos, con qué alentadora ca- ricia en la frase y en el consejo rápido y seguro, y en la paciencia, en la milagrosa paciencia con que sabe escuchar, sin desmentirse, los dis- parates, el Mississipi de disparates que durante treinta aftos ha corrido ante él. Gomo tiene el don de abrir horizontes y de encender vocacio- nes, yo quedé pasmado, al salir de aquella entrevista, de la confianza que en mi mismo había adquirido. Esto si lo he perdido después, ba- jo mi palabra de honor ; pero entonces tenía veinte años, hacía los ver- sos que se hacen á esa temperatura y tenía un miedo horroroso de rom- per el círculo estudiantil que me los aplaudía. Llamar sobre mis com- posiciones la atención de los maestros, era un sueño. Aquel tiempo era mucho más respetuoso que éste, y aquellos maestros eran nuestros nú- menes literarios.

Cuando venciendo mi timidez que hacía sonreír á Altamirano, hablé con él, me sentí otro, y me detengo un momento en recordar este es- tado de mi ánimo porque ha sido el de muchos de vosotros, amigos míos, en circunstancias análogas ; estoy seguro de ello. Mi nombre tra- jo á su prodigiosa memoria el de mi padre, me habló de él, me entu- siasmó, me cautivó, me hizo suyo lo soy todavía. Al día siguiente

me llevó á una velada literaria en la casa del Sr. Payno. ¿ Qué hom- bres había allí ? La nobleza, la alta nobleza de las letras patrias : Prie- to me llamó su hijo con olímpica ternura; Ramírez me dio un consejo 6 una broma ; Payno brindó conmigo ; Riva Palacio me habló de por- venir ; Gonzaga Ortíz se informó de mis aficiones literarias en un tono un poco marqaés es cierto, y Portilla, nuestro siempre llorado D. An- selmo de la Portilla, me comunicó instantáneamente su fervor por el ideal y por el arte. Y Altamirano que era allí el nifio mimado, me to- maba con tanto ardor bajo sus auspicios, que cuando conté todo esto, exagerándolo un poco, á mis compañeros de colegio, les pareció que ha- bía yo crecido, y algunos me dijeron adiós como si nos fuéramos á se- parar para siempre. Era verdad ; el claustro de la Encamación me aho« gaba, las columnas del Yinio me parecían una montaña sobre mi pecho y huí rumbo á los versos, rumbo á la gloria, me decía confidencialmen- te á mismo ; ¡ ay ! era yo muy niño. Dos días después leí á Altami- rano por primera vez, unos versos. (La Playera). Me dijo lo que sen- tía, y para animarme me leyó su Maria, y me pidió mi opinión ; pasa- mos juntos muchas horas. Y aquella visita se repitió cuatro ó cinco años -día por día.

166 REVISTA NACIONAL.

Larga, lenta comunión de ideas y de sentimientos que imprime ca- rácter á la vida entera. Allí pude aquilatar lo que valía el hombre ; des- de antes sabia lo que el orador, el novelista y el poeta valían. No qué imbécil ha dicho que Altamírano solía aplastar á los polluelos que abrigaba bajo sus alas de Águila. Yo bien, todos sabemos bien, que le contrario es lo cierto. Por eso su influencia en la moderna literatura vernácula, es superior á la de cualquiera otra personalidad ; por eso ha penetrado tanto, por eso jamás se olvidará. £1 cariño, el entusiasmo,, la adhesión que inspiraba, despertaban en él los mismos sentimientos. ¡Oh! cuánto, cuánto podría yo contar en este punto; cuánto nosotros todos !

Su afán supremo consistía en buscar, en desentrafiar, en hacer venir á luz desde el fondo del espíritu del discípulo, una personalidad litera- ria más ó menos poderosa ; era un partero de almas como Sócrates.

Su enseñanza prodigada á manos llenas, (oro regado; pero quizás no desperdiciado) ha sido colosal ; nunca reglas, siempre ejemplos ; los clásicos griegos, los latinos, los españoles, conocidos, comprendidos á fondo, eran la quilla, las velas y el timón de la nave en que nos ha con- ducido en un viaje perpetuo hacia lo ideal. La nave, ya lo veis, estaba hecha como la de los Argonautas, con madera de las sagradas encinas de Zeus. Una curiosidad infinita, una sed inagotable de emoción lite- raria, lo empujaba hacia todos los horizontes, á abordar á todas las pla- yas en que el verbo humano había sido informado por lo grande y lo bello.

Así han pasado veinte años de un diálogo asombroso. Viajar es su método, no hay región del Pensamiento en donde no haya amarrado su barca, la flora ideal de las literaturas antiguas y modernas le han da- do todos sus perfumes, le han mostrado todos sus colores, lo han vis- to pasar sobre sus cálices llenos de miel, seguido de un enjambre de almas zumbadoras, y si no ha tenido tiempo para analizar y disecar, lo ha visto, lo ha sentido y lo ha aspirado todo.

Un hombre así es un tipo único en nuestra historia literaria ; un hom- bre que sabe mostrar el modelo y puede crearlo, que con la palabra da el ejemplo, que dice cómo se hacen los versos y los compone admira- bles, que enseña la elocuencia y es un gran orador, que deslinda las condiciones de la novela nacional y hace Clemencia y el Zarco, no pro- yecta sobre un espíritu la luz y la sombra, sin dejar en él huella inde- leble, y el espíritu de que aquí se trata es el de dos generaciones de es-

EL MAESTRO ALTAMIBANO. 167

critores mexicanos. No es cierto, amigos mios, que cada uno de nos- otros al componer algo, verso ó prosa, nos hemos preguntado siempre ¿qué pensará Altamirano de esto?

Exhibir aqui los recuerdos íntimos de aquellos años de nuestra vi- da, contar sus peripecias, sus alegrías, sus dolores ; hablar de aquel hon- rado hogar donde al derredor de un ardiente emancipado intelectual, de un apóstol de todas las independencias exceptuando la del corazón, crecía una buena y sencilla familia de adopción por tantos de nosotros fraternalmente amada ; hablar de Margarita, la serenidad inmaculada de un rincón de aquel cielo tempestuoso, de su devoción conyugal, de su entusiasmo risueño y sano por nuestras producciones juveniles, de su piedad por nuestras desventuras, de Margarita, fígura dulce que pssa velada y pura por nuestra memoria y que lleva en pos todas nuestras bendiciones ; hablar de todo esto sería imposible ; sería tropezar con de- masiadas tumbas, sería evocar demasiadas sombras afligidas, abrir to- das nuestras heridas, reconstruir el pasado lágrima por lágrima.

¡ Maestro ! Hacéis bien en usar de esta palabra, cuando de Altamira- no se trata, porque ella encierra un concepto filial. Hacéis bien en apre- taros aquí en su derredor como una sola familia, para decirle buen via- jcj haciendo votos secretos porque la nostalgia nos lo devuelva pron- to ; y todo con profunda emoción ; pero sin presentimientos ; el cariño que nos circunda en la vida, cuando es sincero y bueno como el vues- tro es el mejor de los presagios.

Y no concluiré sin apiovechar la forzosa solemnidad de esta entre- vista para dar ante nuestros contemporáneos, en vuestro nombre y en el mío, testimonio do que merece haber sido nuestro maestro el Sr. Al- tamirano, porque jamás hemos oído de sus labios una enseñanza que no haya sido de dignidad y de honor ; porque jamás por culpa suya he- mos abrigado una intención dañada en nuestro corazón, porque jamás por culpa suya hemos profanado el amor, ni desesperado de la justicia, de la libertad y de la patria, triple forma de una sola religión, la reli- gión del deber.

Y al calce de estas palabras, puedo despedirme de él como solemos después de largos meses de no vemos, separamos al fin de largas plá- ticas noctumas por las calles desiertas :

Buenas noches, hijo mío.

Hasta luego, maestro.

Justo Sierra.

168 REVISTA NACIONAL.

DON JULIÁN VELLAGRAN. '

El pueblo español ha sido siempre celoso de sus glorias, y ha sabi- do, por lo mismo, honrar á sus héroes. Leed su historia, y veréis enal- tecidos en ella á sus campeones más esforzados, hasta el extremo de que reviste el carácter de una epopeya, y es más bien un canto que una na- rración concisa y severa.

Nosotros, aunque descendientes de ese pueblo, parece que no hemos heredado de él la gran virtud que inspira esos homenajes que se tribu- iiú. á los que dieron su sangre y aun su vida misma por la patria, y has- ta hace muy poco tiempo, carecimos de una historia que narrase en to- do su esplendor y en toda su grandeza tantos y tan heroicos hechos co- mo fueron los consumados en la guerra de Independencia y en las in- vasiones extranjeras que la nación ha resistido.

Episodios brillantes, de los que se enorgullecería el pueblo más va- leroso del mundo ; acciones levantadas que cualquiera pregonaría con noble entusiasmo ; sacrificios cruentos que merecen eterna recordación, apenas si se conocen, apenas si el historiador los juzga dignos de su plu- ma, y apenas si algún poeta ilustre los ha cantado.

Tamaña injusticia no reconoce otro origen que el que en otros es- critos de la Índole del presente le hemos asignado : la obra de Alamán. Obedeciendo á móviles que cualquiera calificará duramente, el funda- dor de la moderna historia de México opacó hasta donde le fué dado las glorias de nuestros proceres ; tergiversó maliciosamente sus hechos ; falseó la verdad ; manchó muchos nombres ilustres, y hasta revolvió sus cenizas para esparcirlas, para que ni rastro quedase de los que habían amado la libertad y muerto por ella. Alamán escribió con ira en con- tra de los independientes más conspicuos, les atribuyó crímenes y ba- jezas, puso todo su conato en hacerlos aparecer como foragidos y ban- doleros, y cuanto á los de menor talla los relegó al desprecio, es decir,

1 Ck)n datos por extremo deficientes, formé hace algunos afios unos breves apun- tamientos biográficos del Sr. vmagr&n, que son los que figuran en las páginas 1,078 & 1,063, de mi obra: BiografUu de Mexicanos Distinguido*. Hoy, merced á las noti- cias publicadas por El Erploradar de Pacbuca, en su numero de 8 del corriente mes de Agosto, me es dado rcftindir aquellos apuntamientos y subsanar los errores y omisioneB en que incurrí al tratar por primera vez del héroe mexicano.

DON JULIÁN VILLAGRAN.

al olvido. Y como Alamán era personaje en un partido que imperó lar- gos años, sin contradicción fueron arraigándose sus calumniosas rela- ciones, y su criterio fué durante mucho tiempo el criterio de una gran parte de la sociedad mexicana, y su obra fuente envenenada en que be- bían los extraños que querían conocer nuestra historia.

Alamán llevó su saña contra los que le dieron patria, al extremo de turbar la común alegría en las fiestas del 16 de Septiembre, invocando la historia por él mismo trazada, con el fin de que no se honrase á los primeros caudillos de la Independencia. Fué más lejos todavía: abu- sando de su influencia política, de su poder diremos mejor, violó el se- pulcro del conquistador de Anáhuac y mandó al extranjero sus cenizas que descansaban por su propia voluntad en nuestra tierra, atribuyendo á los mexicanos la idea indigna de querer violar la tumba de Cortés. I Cómo si un pueblo valiente pudiera nunca dejar de ver con admira- ción y con respeto al esforzado capitán que con inaudito valor consu- mó una de las más grandiosas epopeyas del mundo 1

Nueva corriente de ideas va, por fortuna,, en nuestros días disipando los errores por Alamán inculcados, y vemos asi que, como si se levan- taran de sus sepulcros, van apareciendo las nobles figuras de nuestros héroes, como evocadas por la mágica voz de la nueva generación que ansiosa de conocer la verdad, inquiere, revuelve antiguos manuscritos y coloca en un pedestal de gloria los nombres de los caudillos de la li- bertad mexicana.

Hay uno, entre esos caudillos, acreedor como el que más, á los loo- res de la fama y á la corona de la inmortalidad: D. Julián Villagrán á quien con justicia puso el ¡lustre Quintana Roo en parangón con el de- fensor de Tarifa, Alfonso Pérez de Guzmán, conocido en la Historia por Chiznián el Bueno,

Nació D. Julián Villagrán en Huichapan, del Estado de Hidalgo, el día 9 de Enero de 1756, y fué hijo de D. Miguel Villagrán y de Ger- trudis Callejas. ^

1 He aquí, con su propia ortografía, la fS de bautismo de ViUagrán :

Mabimo

JULIAH ESPAftOIi

En diez do hcncro de mil. aetesicntos, y sinquenta y seis afios, Y?» P, Baptisé, solemne, mente; Amacsimo,Julan,c8i>afioly hijo legítimo de Miguel, de VUlográn, 7 de Gertrudis CaUeJas, nieron, sus padrinos, Manuel Josephc, de Villagrán, 7 María; Josepha, mejía, les advertí, su

obUgaciOn, 7 lo íirmé. ^ ^ . . ^ ^^,

B. Morales, Ber.lAíU AtUñ Zuñiga.

j^

170 REVISTA NACIONAL.

De cómo corrieron los afios de su vida hasta el de 1810 de eterna recordación en los fastos de la libertad americana, imposible es dar no- ticia exacta; ni importa en verdad averiguarlo, puesto que la gloria de Villagrán está fíncada en la participación que tomó en la guerra de In- dependencia.

Breve, más no por eso menos heroica, fué su carrera militar, como vamos á ver en seguida.

Huichapan fué uno de los pueblos que primero secundaron el grito de libertad dado en Dolores el 16 de Septiembre de 1810, puesto que ya en Octubre del mismo afio Villagrán y otros muchos vecinos se al- zaron en armas. Desde esa fecha, el intrépido Villagrán mantuvo en constante agitación un inmenso territorio, dando por donde quiera pro- digiosas muestras de valor.

El 28 de Noviembre del mismo año, unido á D. Miguel Sánchez ata- có y tomó á San Juan del Rio, y dos días después emprendió el asalto de Querétaro, aunque sin éxito feliz. No desmayó por esto ; antes bien, en unión de su hijo José María, continuó peleando por la causa de la Independencia hasta el 3 de Mayo de 1813 en que el jefe realista Mon- salve con numerosas fuerzas atacó á Huichapan, tomándolo en la ma- fiana del 4, haciendo prisionero á José María Villagrán y á otros mu- chos.

D. Julián defendía á la sazón la plaza de Zimapán. Intimóle el ven- cedor rendición bajo la promesa de dar libertad á su hijo José María y de indultarle á él. Villagrán sacrifícando en aras de la patria el entra- ñable amor paternal, rechazó heroicamente aquella proposición y los de- fensores del rey inmolaron á José María Villagrán el día 5 de Mayo de 1813 en el repetido pueblo de Huichapan, escogiendo para la ejecución la esquina de la propia casa de la víctima, en la cual esquina quedaron estampados los sesos del joven y bizarro insurgente.

Las gacetas del Gobierno virreinal queriendo oscurecer la gloria de D. Julián Villagrán, le llamaron padre desnaturalizado y dijeron que había sido en él un acto de barbarie no salvar la vida de su hijo acep- tando las condiciones de Monsalve. No faltó empero, quien echase en cara á los dominadores su inconsecuencia al vituperar en un america- no un hecho que tanto ensalzaban en su paisano Pérez de Guzmán.

A este episodio de nuestra historia aludió el venerable Quintana Roo, cuando dijo en uno de sus elocuentísimos discursos : *^ Conducido por la traición al glorioso altar del martirio, unió su sangre á la de su

DON JULIÁN VILLAGRAN. 171

propio hijo que rehusó redimir al vil precio de un vergonzoso rendi- miento, dejando eclipsada con tan generoso sacrifício la hazafía justa- mente celebrada del defensor de Tarifa, que en el héroe mexicano, do- blemente meritoria, se vituperó como un acto de barbarie, por una de aquellas inconsecuencias que no puede disculpar ni el desconcertado aturdimiento del espíritu de partido." ,

Con efecto : después de inmolar en Huichapan á más de cincuenta de los vencidos, se dirigió Monsalve á la plaza de Zimapán, y la ocupó sin esfuerzo alguno, pues sus defensores, capitaneados por D. Julián Vi- Uagrán, la habían abandonado antes, por no contar con elementos pa- ra oponer fructuosa resistencia.

Refugióse D. Julián en San Juan Amajac, en donde, por traición de algunos de sus mismos soldados, fué aprehendido por los realistas. Con- ducido á Huichapan, fué allí pasado por las armas el día 6 de Julio de 1813, y separada su cabeza del tronco y puesta en un garfio y una vi- ga, fué colocada frente á la de su hijo que ya estaba en un costado de la capilla de San Mateo. ^

Fué D. Julián Villagrán, al decir del autor de los apuntamientos que nos sirven de guía, " de estatura alta, fornido, de ima fuerza desmedi- da pues que de un golpe de mano tiraba una muta, y á los hombres, por vía de chanza y cuando le ganaban en el juego, los tomaba de los dos pies, y, cabeza abajo, los sacudía para vaciarles los bolsillos. Por esa fuerza, sin duda le pusieron el sobrenombre de "El Encino." Su color era rosado y de rostro encendido ; cara larga y pómulos huesosos ; frente regular, ojos pardos, cejas excesivamente pobladas, y tan recias que sobre ellas paraba una moneda de plata, de á peso, y la mantenía sin que cayera ; nariz algo aguileña y abultada sin ser deforme ; boca re- gular; barba castaña obscura y poblada, dejándose patillas. Vestía dor- mán, chaleco derecho y pantalón de paño al uso de su época, y algunas veces calzoneras y botas de campana, con su respectivo puñal. "

Cupo á Villagrán la gloria de haber sido uno de los primeros que se- cundaron el grito de libertad dado en Dolores, y si bien su carrera mi-

1 El acta do Inhumación dice así:

" En el campo santo nuevo, en seis de Julio de mil ochocientos trece so dló sepul- tura Ecca. al cadaber de Julián VUlagrán Espafiol do esto Pueblo de Huichapan, casado que íUé con Dofia María Anastacia Mejía, dojó dos hijos y seis hijas, reci 1)16 los Santos Sacramentos, fué pasado por las armas, por primer cabecUla de la Insurrección en esta Jurisdicción, 7 por que consto lo flrmé.— «7(M¿ Julián Teodoro Ooiualet,"

172 REVISTA NACIONAL.

litar fué corta, no por eso fué menos heroica ; llegando á la sublimidad al tocar á su término. Justiciera la posteridad ha convertido el nombre de Villagrán en título de honra para el suelo en que se meció su cuna, frustrando así los pérfidos designios de los que como Alamán, quisie- ron presentarle como á uno de tantos bandidos que so capa de luchar por una causa noble y s^ta siembran á su paso el robo y el extermi- nio. Del propio modo irán, á medida que las investigaciones históricas adquieran mayor ensanche, desvaneciéndose tantos y tan groseros erro- res como divulgaron los partidarios del antiguo régimen, respecto á las más excelsas fíguras de la revolución de 1810.

Villagrán, á quien sus coetáneos llamaron el Encino por su fortale- za insuperable, cayó derribado por el rayo de la traición ; pero resurge hoy para recibir el homenaje de las nuevas generaciones que rinden cul- to á la Patria, á la Libertad y á los héroes.

Francisco Sosa.

México, Agosto 12 de 1889.

ABEJA.

[^Continúa.']

CAPITULO IX.

DONDE SE VE COMO ABEJA FCÉ CONDUCIDA ENTRE LOS ENANOS.

La luna se había elevado arriba del lago, y las aguas no reflejaban más que su disco. Abeja dormía aún. El Enano que la había visto vol- vió hacia ella montado en su cuervo. En esta vez venía seguido de una multitud de pequeños hombres. Eran hombres muy pequeños. Una barba blanca les caía hasta las rodillas. Tenían el aspecto de ancianos con tallas de niños. Por sus delantales de cuero y sus martillos, que llevaban suspendidos á la cintura, se les reconocía por obreros que tra- bajan los metales. Extraño era su modo de andar ; saltaban á grandes alturas y hacían primorosas volteretas, mostrando una inconcebible agí-

AB£JA. 173

lidad, y en esto eran menos semejantes á los hombres que á los espí- ritus. Pero hacían sus más juguetonas cabriolas, guardando ima gra- vedad inalterable, de suerte que era imposible distinguir su verdadero carácter.

Se colocaron, en círculo, al rededor de la dormida.

Y bien! dijo, desde lo alto de su emplumada cabalgadura, el más pequefio de los Enanos; y bien! ¿os he engafíado, al advertiros que la más linda princesa dormía al borde del lago, y no me dais las gracias por habérosla mostrado?

Te las damos, Bob, respondió uno de los Enanos, que tenía la fa- cha de un viejo poeta ; en efecto, nada hay en el mundo tan lindo co- mo esta joven señorita. Su color es más rosado que la aurora que se eleva sobre la montaña, y el oro que nosotros forjamos no es tan bri- llante como el de esta cabellera.

Es verdad, Pie; Pie, ¡nada es más cierto! respondieron los Ena- nos; ¿pero qué haremos con esta linda señorita?

Pie, semejante á un poeta de mucha edad, no respondió nada á la pregunta de los Enanos, porque no sabía, mejor que ellos, lo que se de- bía de hacer con la linda señorita.

Un Enano, llamado Rug, les dijo :

Construyamos una gran jaula y la encerramos en ella.

Otro Enano, llamado Dig, combatió la proposición de Rug. Según el parecer de Dig, sólo se enjaulan á los animales salvajes, y hasta enton- ces nada podía hacer creer que la preciosa señorita perteneciese á aquellos.

Pero Rug sostenía su idea, no teniendo otra con que poderla subs- tituir. La defendió con sutileza:

Si esta persona, dijo, no es salvaje, no dejará de serlo por el efec- to de la jaula, que llegará á ser, en consecuencia, útil y asimismo in- dispensable.

Tal razonamiento desagradó á los Enanos, y uno de ellos, llamado Tad, lo condenó con indignación. Era un Enano lleno de virtud. Pro- puso que se condujera á la bella niña con sus padres, que pensaba se- rían poderosos señores.

El parecer del virtuoso Tad fué rechazado como contrario á las eos* tumbres de los Enanos.

Es la justicia, decía Tad, y no la costumbre la que se debe seguir.

No se le escuchó más, y la asamblea se ajitaba tumultuosamente.

174 REVISTA NACIONAL.

cuando un Enano, llamado Pau, que tenia el carácter sencillo, pero jus- to, dio su opinión en estos términos :

Es preciso que comencemos por despertar á esta señorita, puesto que por misma no despierta ; si pasa la noche de este modo, tendrá mañana las pupilas hinchadas y perderá su belleza ; porque es muy mal sano dormir en un bosque y á la orilla de un lago.

Fué generalmente aprobada esta opinión, porque no contrariaba á ninguna otra.

Pie, semejante á un viejo poeta, agobiado de males, se aproximó á la joven y la contempló gravemente, pensando que una sola de sus mira- das bastaría para sacar á la dormida, del fondo del más pesado sueño. Pero Pie abusaba del poder de sus ojos, y Abeja continuó dormida con las manos enclavijadas.

Viendo esto, el virtuoso Tad la estiró dulcemente por el vestido. En- tonces entreabrió los ojos y se levantó apoyándose en el codo. Cuando se víó en un lecho de musgo, rodeada de Enanos, creyó que lo que veía era un sueño ; se frotó los ojos para abrirlos, y á fm de recibir en lugar de la visión fantástica, la luz pura que todas las mañanas penetraba en su azul alcoba, donde creía estar. Porque su espíritu engolfado por el sueño, no la recordaba la aventura del lago. Pero apesar de restregarse los ojos, los Enanos no salían, y le fué preciso creer que eran verdade- ros. Entonces, paseando sus miradas inquietas por la floresta, juntó sus recuerdos y con angustia gritó :

¡Jorge! ¡mi hermano Jorge!

Los Enanos se acercaron á su rededor, y ella de miedo de verlos, se cubrió el rostro con las manos.

Jorge ! Jorge ! ¿ dónde está mi hermano Jorge? exclamó sollozando.

Los Enanos no se lo dijeron por la sencilla razón de que lo ignora- ban. Y ella derramaba vivas lágrimas llamando á su madre y á su her- mano.

Pau tuvo ganas de llorar como ella ; pero penetrado del deseo de con- solarla, le dirigió algunas palabras sin sentido.

No os atormentéis, le dijo ; sería una lástima que una señorita tan linda, se dañara los ojos por llorar. Mejor contadnos vuestra historia, que no dejará de ser divertida. Tendremos mucho gusto en oiría.

No lo escuchó. Se levantó y quiso huir. Pero sus pies inflamados y desnudos, le causaron un dolor tan vivo, que cayó sobre sus rodillas so- llozando. Tad la sostuvo en los brazos y Pau le besó dulcemente la ma-

ABEJA. 175

no. Fué por esto por lo que se atrevió á mirarlos y vio que tenían un aire lleno de piedad. Pie le pareció un ser inspirado, pero inocente, y, dándose cuenta de que todos estos pequeños hombres eran muy bené- volos, les dijo :

Pequeños hombres, es lástima que seáis tan feos; pero os amaré lo mismo, si me dais que comer, porque tengo hambre.

¡Bob! exclamaron á la vez todos los Enanos; id a buscar co- mida!

Y Bob partió sobre su cuer\'o. Todos los Enanos resintieron la in- justicia que cometía la niña con encontrarlos feos. Rug estaba muy colérico. Pie se decía : " Esta no es sino una niña, y no el fuego del genio que brilla en mis miradas, y que les da al mismo tiempo, la fuer- za que aterra y la gracia que encanta.'' Pau pensaba: ''Mejor hubiera sido no despertar á esta joven señorita que nos encuentra feos. " Pero Tad dijo sonriendo:

Señorita, nos encontraréis menos feos, cuando nos améis.mucho. A estas palabras, Bob reapareció sobre su cuervo. Llevaba sobre un

plato de oro, una perdiz asada, con un pan de harina flor y una botella de vino de Burdeos. Depositó la comida á los pies de Abeja, haciendo un número incalculable de volteretas.

Abeja comió y dijo :

Pequeños hombres, vuestra comida está muy buena. Me llamo Abeja; busquemos á mi hermano y vamos juntos á los Clarides, don- de mamá nos espera con mucha inquietud.

Pero Dig, que era un buen Enano, manifestó á Abeja que estaba in- capaz de andar; que su hermano era bastante grande para no estraviar- se ; que nada le podía haber sucedido en este país donde los animales feroces habían sido destruidos. Añadió:

Haremos una camilla, la cubriremos con un pabellón de hojas y de musgo, os acostaremos, os llevaremos asi acostada á la montaña, y os presentaremos al rey de los Enanos, como lo exige la costumbre de nues- tro pueblo.

Todos los Enanos aplaudieron. Abej» contempló sus pies adoloridos y guardó silencio.

Estaba contenta con saber que no había animales feroces en el país. Por lo demás, se atenía á la amistad de los Enanos.

Ya ellos construían la camilla. Aquellos que se habían comprome- tido, cortaban por su base, á grandes golpes, dos jóvenes sabinos.

176 REVISTA NACIONAL.

Rug, al ver esto, insistió en su idea. ¿Si en lugar de una camilla, dijo, construyéramos una jaula?

Pero se levantó una reprobación unánime. Tad lo miró con menos- precio, y exclamó:

Rug, te asemejas más á un hombre que á un Enano. Pero esto, al menos, tiene el honor de nuestra raza: que el más malvado de los Enanos es también el más bestia.

No obstante, el trabajo se proseguía. Los Enanos saltaban en el ai- re para alcanzar las ramas que cortaban al vuelo, y con las cuales for- maban hábilmente un asiento.

Habiéndolo cubierto de musgo y de hojas, hicieron sentar á Abeja; después lo tomaron á la vez dos cargadores ¡ I se lo pusieron sobre la espalda ¡hop! y siguieron el camino hada la montaña ¡hip!

CAPÍTULO X.

QUE RELATA FIELMENTE LA ACOOmA QUE EL RET LOG HIZO A ABEJA

DE LOS CLARIDES.

Subieron por un camino ruinoso el costado del bosque. En la verdura gris, los encinos enanos, los pedruzcos de granito, estériles y enmohe- cidos, se levantaban aquí y allá, y la montaña rojiza, con sus gargantas azuladas, cerraba el áspero paisaje.

El cortejo, que presidía Bob, sobre su montura alada, se perdía en la hendedura tapizada de zarzas. Abeja con sus cabellos de oro esparcidos sobre sus espaldas, semejábase á la aurora que se levanta en la mon- taña, si es que algunas veces la aurora se asusta, llama á su madre y trata de huir, porque la niña sintió estas tres cosas, cuando percibió confusamente á los Enanos, terriblemente armados y emboscados en todas las fragosidades de la roca. El arco blandido y la lanza en pre- vención, los tenía inmóbiles ; y los largos cuchillos que pendían de sus cinturas, les daban un aspecto terrible. La caza de pelo y de pluma ya- cía á sus pies. Pero estos cazadores, á no verles sino el rostro, no tenían el aire feroz ; al contrario, parecían dulces y graves como los Enanos de la floresta, á quienes se parecían mucho.

De pié, en medio de ellos, estaba un Enano lleno de migestad. Lle- vaba en la oreja una pluma de gallo, y en la frente una diadema, ador-

ABEJA. 177

nada con flores de enormes piedras preciosas. Su manto, levantado en la espalda, dejaba ver un brazo robusto, cargado de pulseras de oro. Un cuerno de marfil y de plata cincelada, pendía de su cintura. Apoyaba la mano izquierda sobre su lanza, en aptitud de la fuerza en reposo, y tenía la derecha arriba de los ojos, para mirar del lado de Abeja y de la luz.

Rey Loe, le dijeron los Enanos de la floresta, te traemos á la her- mosa niña que hemos encontrado : se llama Abeja.

Habéis hecho bien, dijo el rey Loe. Vivirá entre nosotros como lo exige la costumbre de los Enanos.

Después aproximándose á Abeja:

Abeja, le dijo, sed bienvenida.

Le habló con dulzura, porque ya sentía amistad por ella. Se alzó so- bre la punta de los pies para besar la mano que le abandonaba, y le ase- guró que no solamente no se le haría ningún mal, sino que se le cum- plirían todos sus deseos, cuando necesitase collares, espejos, lanas de Cachemira y sedas de la China.

Quisiera zapatos, respondió Abeja.

Entonces el rey Loe tocó con su lanza el disco de bronce, que esta- ba suspendido en la pared de roca, y al instante se vio venir, del fondo de la caverna, alguna cosa que rodaba como bola. Creció esta, y des- cubrió la figura de un Enano, que recordaba por el rostro, los rasgos que los pintores dan al ilustre Belisario ; pero cuyo mandil de cuero, revelaba que era un zapatero.

Era, en efecto, el jefe de los zapateros.

Truc, le dijo el rey, escoged en nuestros almacenes el cuero más flexible, tomad telas de oro y plata, pedid al guardián de mi tesoro mil perlas de la mejor agua, y componed con este cuero, estas telas y estas perlas, un par de zapatos para la joven Abeja.

Oídas estas palabras, Truc se arrojó á los pies de Abeja y le tomó me- dida con exactitud. Pero ella dijo :

Pequeño rey Loe, que me den inmediatamente los bellos zapatos que me habéis prometido, y cuando los tenga, volveré á los Clarides con mi madre.

Tendréis los zapatos. Abeja, respondió el rey Loe; los tendréis pa- ra permanecer en la montaña y no para volver á los Clarides, porque no saldréis más de este reino, donde aprenderéis bellos secretos que no han sido descubiertos sobre la tierra. Los Enanos son superiores á los

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180 REVISTA NACIONAL.

tretanto, esa gravedad augusta que la escultura ha dado á la faz de los grandes hombres de la antigüedad.

Nadie estaba ocioso y todos se entregaban á su trabajo. Cuarteles en- teros resonaban con el ruido de los martillos ; las voces desgarradoras de las máquinas se desvanecían en las bóvedas de las cavernas, y era un curioso espectáculo ver la multitud de mineros, herreros, batidores de oro, lapidarios, pulidores de diamantes, manejar con destreza el pi- co, el martillo, la tenaza y la lima. Pero había una región más tran- quila.

Ahí, molduras gruesas y fuertes, pilares informes, salían confusa- mente de la roca bruta, y parecían datar de una antigüedad venerable. Ahí, un palacio con puertas bajas extendía sus formas pesadas: era el palacio del rey Loe. La casa de Abeja era todo lo contrario, casa ó más bien casita que sólo contenía un aposento, el cual estaba tapizado de muselina blanca. Los muebles de sabino sentaban bien en aquella al- coba. Una hendedura de la roca dejaba penetrar la luz del cielo y, en las tranquilas noches, se veían las estrellas.

Abeja no tenía criados titulados ; pero todo el pueblo de los Enanos se disputaba, á porfía, el proveer á sus necesidades y el cumplir todos sus deseos, menos aquel de volverla á la tierra.

Los más sabios Enanos, que poseían grandes secretos, se complacían en instruirla, no con libros, porque los Enanos no escriben, pero en- señándole todas las plantas de los montes y de las llanuras, las espe- cies diversas de animales y las variadas piedras que extraían del seno de la tierra. Con ejemplos y con espectáculos era como le enseñaban, con una alegría inocente, las curiosidades de la naturaleza y los proce- dimientos de las artes.

Hacían tales juguetes, como nunca los han tenido los niños de los ricos de la tierra. Porque estos Enanos son industriosos é inventan máquinas admirables. Fué así como construyeron para ella, muñecas que sabían moverse con gracia y expresarse según las reglas de la poe- sía. Cuando se les juntaba sobre un pequeño teatro, cuya escena repre- sentaba la rivera de los mares, el cielo azul, los palacios y los templos, ejecutaban las más interesantes acciones. A pesar de que no median más que un brazo de altura, semejábanse exactamente unas á ancia- nos respetables, otras á hombres en la fuerza de la edad, ó á bellas jó- venes vestidas con blancos trajes. Había también, entre ellas, madres que estrechaban contra su seno á sus hijitos inocentes. Y estas elocuen-

i

EN EL jardín. 181

tes muñecas se expresaban y se movían en la escena, como si estuvie- ran agitadas por el odio, el amor ó la ambición. Pasaban hábilmente del gozo'al dolor, é imitaban átal grado la naturaleza, que provocaban la sonrisa ó arrancaban lágrimas de los ojos. Abeja aplaudía este espec- táculo. Las mufiecas propensas á la tiranía le causaban horror. Tenía, al contrario, tesoros de piedad, para la muñeca, que princesa ayer, hoy viuda y cautiva, la cabeza ceñida con ciprés, no contaba más recurso para salvar la vida de su hijo ¡ ay ! que casarse con el bárbaro que la había dejado viuda.

Abeja no se cansaba de este juego que las muñecas variaban hasta el infínito. Los Enanos le daban también conciertos y le enseñaban á tocar el laúd, la viola del amor, la lira y otros instrumentos diversos. De suerte, que llegó á saber bien la música, y las acciones representa- das en el teatro por las muñecas le comunicaron la experiencia de los hombres y de la vida. El Fey Loe asistía á las representaciones y á los conciertos ; pero sólo veía y escuchaba á Abeja, á quien había consa- grado todo su corazón.

Trascurrieron sin embargo los días y los meses ; cumplieron su cur- so los años, y Abeja permaneció entre los Enanos, sin cesar de diver- tirse; pero siempre llena de recuerdos por la tierra. Llegó á ser una joven muy hermosa. Su extraño destierro le dio algo de particular á su fisonomía, que la hizo más apacible.

Anatole Frange.

[Coniinuará,]

EN EL JABDIN.

CANTO PRIMERO.

28— Considérate mía agri

quomodd crescont : non laborant, ñeque nent.

Dico autem vobis, quonlam neo Sa- lomón In omnl glorlA 8U& coopeituB est slcut onom ex LbUs.

San Mateo, cap, VI,

Era en el mes de Mayo : el sol caía de colores y fuego haciendo alarde,

182 REVISTA NACIONAL.

y al morir tras la vasta serranía juntaba el esplendor del nuevo día á las hondas tristezas de la tarde.

Por las llanuras y en las verdes lomas blanqueaba el risuefio caserío como nivea bandada de palomas posadas en las márgenes del río.

La brisa de la noche, tibia y leda cruzaba el valle deshojando rosas, repitiendo en las cafias rumorosas el plácido gemir de la arboleda.

Seguida del pastor la grey balante bajaba en busca del redil vecino, y atrevida y tenaz el ave errante atajaba al viandante, revolando á la vera del camino.

El pueblo, de las sombras ya despierto, descendía del bosque centenario y el campanil del rdstico santuario con plañidera voz tocaba á muerto.

De la casa cural frente al sencillo y florido jardín, que perfumaban en grata unión jazmines y tomillo, un viejo y una nifía conversaban.

Él cariñoso, pensativo y grave ; ella con seductora ligereza ; ¡ ella empieza á vivir y nada sabe ! ¡ él sabe todo y á olvidarlo empieza !

Dulce y atento el bondadoso cura, olvidando la mística lectura, escuchaba el charlar de la chicuela gozando al ver en la mirada pura de aquellos ojos, que á la flor del lino robaron su color, el peregrino claro fulgor que la virtud revela. Procura ser amable le decía

dentro de poco vestirás de largo

¿ríes? pues haste cargo

^

EN EL jardín. 188

de que tienes trece afios, hija mía,

eres ya una mujer y es necesario

que aprendas pronto á gobernar la casa

y ya ves lo que pasa

¡ñifla I ¡que me deshojas el breviario! ¿Que vestiré de largo? ¡quién lo duda! y que me compraréis trajes mejores :

uno rosa, otro azul, de mil colores

¡ Negros ya ; porque parezco viudal ¿Y quién te ha dicho tal?

Clara y Lucia: y Carmela me dijo el otro día, porque no quise darle imas madejas, que me prestabais las sotanas viejas y con sotanas viejas me vestía. No te apenes, chiquilla, con ternura

y con cariflo su maldad corrige

¿qué respondiste tú?

Pues yo les dije: que tenéis una sola, seflor cura!

¿Qué no me apene? de dolor me lleno,

y sufro mucho, y mi tormento crece cuando veo á Carmela que parece

un figurín ¡pues vaya si me apeno!

No te aflijas, chiquilla: mira que me torturas con tu pena, y una muchacha como tú, tan buena, debe vestir así, siempre sencilla.

Yo, señor, me conformo pero veo

que me desprecian y me llaman viuda

¿No es nuevo este vestido? Sí, sin duda, es nuevo, si sefior, pero es muy feo. Con humildad y con paciencia mira la zafia de esas niñas imprudentes ; diles que vas de luto y que las gentes del pueblo saben bien que no es mentira. Me aborrecen, me tratan de tal modo que es mi vida una vida de amargura

18Í REVIbTA NACIONAL.

¡ ya no puedo sufrirlas, señor cura ! ¡ que me llaman urraca por apodo !

¡aquello es un suplicio continuado!

¡es imposible ya vivir tranquila!

El santo sacerdote acongojado abrazaba, llorando á su pupila. Con infantil pureza reclinó la chiquilla su cabeza del noble anciano sobre el pecho amigo ; en lágrimas bañada sonreía, y su rostro encendido parecía el ababol, presente de la aurora, que entre los surcos del dorado trigo deja caer la triste espigadora. Ven conmigo y no llores: Dios á todo pesar brinda consuelo, y como habla en los vividos fulgores que incendian ese cielo, suele también hablamos en las flores.

Estrellas mil en gigantesca gama pregonan su grandeza en el vacío, y en la brizna, en el nido, en cada rama canta una voz su eterno poderío.

Él sociega la furia de los mares, la blanca bruma del torrente irisa, y hace cantar á la nocturna brisa un idilio de amor en los palmares.

Él cuida de la endeble trepadora que al viejo tronco del sauz se agarra, da luz á la lucerna voladora, miel á la abeja y canto á la cigarra.

Grana la mies que en el feraz planío en alas de oro se revuelve inquieta, desata el arroyuelo para el río, y corona la tímida violeta con brillante diadema de rocío.

El pensativo anciano con noble majestad alzó la frente

EN EL jardín. 185

y como un lazarillOi de la mano llevó á la niña al borde de la fuente.

Junto al raudal que lo besaba al paso, soberbio con su agreste gallardía, un lirio de los valles entreabría su corona magnífíca de raso.

Haciendo corte al rey de la llanura, bajo el espido muro de la enea, columpiaba indolente la ninfea sus estrellas de nítida blancura.

Y bañada en la luz esplendorosa del sol occiduo que incendiaba el cielo ostentaba la flor de oro y de rosa cual regio manto suntuoso velo.

Acercóse á la fuente el buen anciano y apartando los juncos con la mano y mostrando la flor á la chiquilla exclamó con acento soberano : Mira ¡qué hermosa flor! ¡qué maravilla! ni el mismo Salomón en su realeza tuvo tan rica veste como esta flor de rústica belleza, que olvidada y oculta en la maleza luce en sus galas el fulgor celeste ; no labra randas en preciado lino, ni teje seda y oro, su manto real es un tesoro de las bondades del poder divino.

Oye á esas niñas con paciente calma, y otras galas más ricas ambiciona, que el Dios de las violetas á tu alma otorgará magnífíca corona.

Sí, mas tened en cuenta la chicuela

contestó contrariada

^¿Qué hija mía? Que la modesta flor no va á la escuela ni sufre los agravios de Carmela ni la burla implacable de Lucía.

186 REVISTA NACIONAL.

Decidme, señor cura:

¿porqué el Señor tan justo y providente

al decorar con nítida blancura

el lirio de la fuente,

dio al jilguero tan negra vestidura ?

padre mío, decid : ¿ porqué la vida

para Carmen es bella y venturosa

y ella es rica y dichosa

y yo soy pobre y vivo entristecida ?-n-

Quedó el cura aturdido.

con aquellos conceptos tan extraños

¡qué preguntar aquel tan atrevido! ¡si era una volteriana trece años!

El anciano con triste desconsuelo, como buscando á Dios, fijó los ojos en la cohorte de celajes rojos que esmaltaba los términos del cielo ; y como si al oído recibiera docto consejo de la errante brisa, con infantil sonrisa á la huérfana habló de esta manera : No lo sé; pero Dios es justo y sabio; reparte por igual bienes ó males

y da lo que conviene á los mortales

¡no hagamos nunca á su bondad agravio! olvida de esas niñas los rencores ;

que así te quiero yo, que así te quiero

tendrás trajes mejores,

y coronado de silvestres flores,

cesto de lirios, seductor sombrero.

¡Gracias I Clamó la niña con terneza, reclinando gozosa la cabeza en el amante pecho de su amigo ; el anciano lloraba de alegría y su frente inclinada parecía copo de nieve sobre rubio trigo.

EN EL JARDÍN. 187

En un rincón del estrellado cielo aun brillaba del sol la luz de grana, y á la oración llamaba la campana, brindando paz y bienhechor consuelo.

CANTO SEGUNDO.

Y por otra parte tampoco es po> sible satisíiftcer á todos.

Imit€i<Mn de Cristo.

Mirando la corriente fugitiva que gárrula cantaba en la espesura, pensaba gravemente el señor cura que la mayor virtud es relativa.

Que en verdad nada vale la riqueza; que el oro es cieno y despreciable escoria; y que no todos por ganar la gloria han de comer el pan de la pobreza. Que si el Señor no dio rico vestido del bosque á los nocturnos trovadores (que envidia son de célebres tenores) les dio cantar sabroso y no aprendido y en cambio de su estúpido graznido vistió al pavón de espléndidos colores.

Sabia compensación en todo advierto : vive el armiño en medio de la nieve, y la palmera del oasis bebe el abrasado soplo del desierto.

La pobre huerfanilla

con sus galas se tiene por dichosa

¿porqué la multitud se maravilla de verla tan alegre y tan hermosa? Ayer era la viuda,

y hoy pasmadas están de su belleza; más contra la maldad nada la escuda y dicen que parece una marquesa.

188 REVISTA NACIONAL.

Y dicen ¿quién da oído

á las murmuraciones de la gente ? ¡ es la murmuración como serpiente que acecha á los polluelos en el nido !

Así filosofaba el buen anciano, presa de singular melancolía, mientras con débil, distraída mano deshojaba un capullo que se abría ebrio de vida en el rosal cercano.

Era la siesta : en la enramada umbrosa de aquella larga y plácida arboleda la araña diligente y afanosa tramaba cautelosa su tenue malla de invisible seda.

El cura con mirada dolorida la miró y exclamó: jAsí es la vida! ¡ por doquiera maldad ! ¡ doquiera muerte ! ¡ siempre la eterna lucha aborrecida ! ¡ siempre el débil vencido por el fuerte !

De pronto oyó á su espalda, con rumores de brisa y de aleteo, doliente acongojado lloriqueo y el poético roce de una falda. Era la huerfanilla. i Cuan hermosa ! ¡qué deslumbrante en su infantil belleza! ¡qué elegante, qué llena de tristeza! mísera juventud i y cuan llorosa !

¿Quién turba tu alegría? abrazándola dijo: ¡Qué te apena! ¿porqué lloras así? Dime quién llena tu dicha de amarguras, hija mía!

La huérfana lloraba, y con el brazo trémulo ocultaba de sus tempranas lágrimas el brillo. Así en la débil rama en negra noche, cuando el viento brama, con el ala se cubre el pajarillo. ¿Qué tienes, pobre ñifla?

EN EL jardín. 1S9

acaso alguna riña

con esa Carmelita tan traviesa

dime, por Dios, qué pasa,

que tu llorar el corazón me abrasa ;

vamos á ver, ¿qué tiene la marquesa?

¿Y vos también, señor? ¡Eso no es justo! ¿qué falta he cometido?

¿es pecado llevar este vestido, para que asi me cause tal disgusto?

Si oyerais lo que dicen esa anciana

á quien dais vuestro pan cada mañana,

y con quien soy amable y cariñosa,

me dijo, entre irritada y quejumbrosa,

que soy una muchacha casquivana ;

que todo el mundo, y con razón, murmura

que dilapido yo vuestros dineros ;

que no cuadra en la huérfana de un cura

tanto lujo de trajes y sombreros ;

que cuanto yo, en un día,

malgastar en sedas y cintajos,

la salvaba de penas y trabajos

y á socorrer cien pobres bastaría ;

que esperaba que pronto, con dureza

severo el Arzobispo os castigara,

pues si en el pueblo la miseria es rara

no falta la pobreza ;

que fuera yo modesta desde niña,

pues la modestia es llave de la Gloria

que debíais recordar no qué historia

(que no entendí) de un bronce que retiña.

La pobre huerfanita sollozaba en brazos del anciano cariñoso, mientras éste, sombrío y silencioso, con paternal amor la acariciaba.

¡A traición y con dolo te han herido! el párroco exclamó con voz quejosa

¡ así logra la sierpe ponzoñosa sorprender á la tórtola en el nido!

190 REVISTA NACIONAL.

Recobra tu alegría ;

contra tanta maldad mi te escuda

Volveré á ser la viuda

volveré á ser la urraca

No hija mía: quien dio al brillante colibrí sus alas, y regio manto al lirio de la fuente, y blondos rizos á tu pura frente, á tu risueña juventud dio galas.

Tendrá pan la pobreza porque el Señor es justo y bondadoso.... y ese mundo envidioso que te siga llamando la marquesa; no es fácil en la vida transitoria

á todos agradar ¡tal es la suerte!

este es un mundo de combate y muerte y la felicidad está en la Gloria.

buena y compasiva; ampara al pobre y su dolor consuela ; y perdona las burlas de Carmela, y socorre á esa anciana mientras viva. Por igual á los míseros mortales con mano providente reparte Dios los bienes y los males : embelleció los lirios de la fuente, más los hizo crecer entre juncales.

Corona de brillante pedrería

rosa gentil y tímida violeta

¿has pensado, chiquilla, qué sería un gilguero vestido de etiqueta?

Por la voz de su amigo consolada rompió la niña en loca carcajada, el cura la miraba enternecido, y en sus cabellos niveos irradiaba el resplandor del cielo prometido.

Entretanto, á la orilla de la fuente, cuya rauda corriente

DOCUMENTO PARA LA HISTORIA DE TARASCO. 191

deshojaba nenúfares al paso, soberbio con su agreste gallardía, un nuevo lirio majestuoso abría su corola magnífica de raso.

Rafael Delgado.

Orlzaba, 18S9.

DOCUMENTO PARA LA HISTORIA DE TABASCO.

Información que mandó ha^er en el año de 1855 el Oobemador Tabas- cOf D, Manuel María Escobar ^ sobre la autenticidad de una imagen que se suponía era la misma que los primeros conquistadores dejaron á los indios de aquella comarca.

Un sello que dice: Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio de la República Mexicana. Sección El Gobierno de Tabasco participó á esta Secretaria liaber descubierto la misma Imagen que el conquistador Juan de Grijalva trajo á esta República, y ante cu- ya Imagen, venerada por los españoles bajo la advocación de nuestra Señora de la Victoria, se celebró la primera misa en el pueblo antes co- nocido con ese nombre, hoy Villa de Guadalupe de la Frontera ; poste- riormente remitió copia de la información recibida ante la jurisdicción eclesiástica, que acredita la identidad de la referida Imagen, y, como la introducción de ésta á Tabasco y la celebración ante ella de la prime- ra misa son hechos tan enlazados con la historia de aquel Estado y con el nacimiento de la religión y de la civilización en él, he creído que siendo asuntos tan interesantes son dignos de conservarse en el archi- vo de ese Museo para perpetuar la memoria de ellos y al efecto acom- paño á vd. copia del expediente recibido del Gobierno del referido Es- tado.— Dios y Libertad. México, Enero 21 de 1856. SUiceo. Su rúbrica. Al señor Director del Museo Nacional.

República Mexicana. Gobierno superior del Departamento de Ta- basco.— Núm. 52. E. S. Según tuve el honor de participar á V. E. en su oportunidad, había descubierto y encontrado la misma Imagen

192 REVISTA NACIONAL

que el conquistador Juan de Grijalva trajo á estos lugares al verificar- se su conquista, y ante cuya Imagen, venerada por los españoles bajo la advocación de Nuestra Señora de la Victoria, se celebró la primera misa en el pueblo antes conocido por este nombre, hoy Villa de Guada- lupe de la Frontera. Hoy, según entonces ofrecí, le acompaño, para co- nocimiento del Supremo Gobierno, el expediente de la información co- rrida por ante la jurisdicción eclesiástica, que consideró más á propósi- to y con mejores datos, luces y antecedentes para acreditar la identídad de la referida Imagen ; la que en efecto se encuentra comprobada, co- mo se verá por el examen del expediente. Gomo la introducción de la referida Imagen y la celebración ante ella de la primera misa, son he- chos tan enlazados en la historia de Tabasco, y con la introducción de la religión y de la civilización en él, he creído que este descubrimien- to podría ser interesante, así como la información, para los fines que S. A. S., á quien suplico á V. E. cuenta, se sirva disponer. Dios y Libertad. Santa Anita de Tabasco, Agosto 20 de 1855. Manuel Ma- ría Escobar. Exmo. Sr. Ministro de Estado y del Despacho de Fo- mento, Colonización, Industria y Comercio de la República. México. República Mexicana. Vicaría Incápite y Juzgado Eclesiástico del Departamento de Tabasco. E. S. Tengo el honor de acompañar á V. E. la información instruida en esta Vicaría á virtud de la muy esti- mada nota de V. E. de 14 de Abril anterior acerca de la antigüedad de la Santa Imagen de Nuestra Señora de la Victoria, que S. E. se dignó mandar recoger de poder del pintor D. Manuel Ramos, de Cunduacán ; y resultando del tenor de dicha información que la enunciada Imagen data su origen á no poderse dudar de la remota época de la conquista y es un monumento sumamente interesante de su historia, y del glo- rioso principio de la católica en nuestra América, me cabe la com- placencia de felicitar á V. E. que tanto deseaba esta aclaración de la pro- cedencia original de la citada Efigie, para que tenga la estimación y se le mire con la importancia que merece, y en cuya virtud no dudo que V. E. dispondrá lo más conveniente acerca de ella para la continuación de sus cultos, como de la pertenencia de este país y su parroquia, don- de ha sido venerada desde tiempo inmemorial, y que podrá serlo de nuevo con la poderosa cooperación de V. E. y la influencia de su auto- ridad superior, que constantemente se ha encaminado al aumento y me- jora de la religión y la moral desde el feliz principio de su digno Go- bierno en Tabasco. Con tal oportunidad tengo la honra de reiterar áV.

DOCUMENTO PARA LA HISTORIA DE TARASCO. 198

E. mi distinguida consideración y respeto. Dios y Libertad, San Juan Bautista, Agosto 10 de 1855. José Marta Sastre, E. S. Gobernador y Comandante general de este Departamento.

República Mexicana. Gobierno Superior del Departamento de Ta- basco. Ha llegado á conocimiento de este Gobierno que una imagen conocida bajo la advocación de Nuestra Señora de la Victoria, que an- tes existía en la Villa de Gunduacán en poder de D. Manuel Ramos, fué la primera que el conquistador Grijalva trajo á este Departamento y co- locó en San Fernando de la Victoria, que es hoy la Villa de Guadalu- pe de la Frontera. Como esta imagen, sentada la procedencia que se le atribuye, es un monumento histórico del país, de sumo interés é im- portancia, y como el venerable clero de este Departamento es el que debe estar más instruido de estos asuntos, suplico á V. S. se digne man- dar practicar la información corl-espondiente para acreditar debidamen- te el origen de la referida imagen, dignándose dar cuenta á este Gobier- no del resultado de la precitada información. No he menester excitar el celo de V. S. para el completo esclarecimiento de esta tradición, por- que estoy persuadido, de que conociendo su importancia, pondrá cuan- tos medios estén de su parte para la competente averiguación. Dios y Libertad. San Juan Bautista, Abril 14 de 1855. Manuel María Es- cobar.— Sr. Vicario in capite de este Departamento.

Sello quinto. Medio real. Aflos de mil ochocientos cincuenta y cuatro y mil ochocientos cincuenta y cinco. Vicaría in capite de Ta- basco. San Juan Bautista, Abril 16 de 1855. Vista la superior no- ta que antecede del E. S. Gobernador y Comandante general de este De- partamento, General D. Manuel María Escobar, contraída á que por es- ta Vicaría in capiie y Juzgado eclesiástico se instruya una información jurídica para que se compruebe la identidad de la Santa imagen de la Santísima Virgen que S. E. ha recogido, de ser la misma que los con- quistadores trajeron á este país : en su virtud hágase como S. E. desea y encarga, y al efecto pase éste á informe del M. R. P. F. Eduardo Mon- eada que, como eclesiástico que hace algunos afjos que vive en esta ciu- dad ocupado en el servicio de esta parroquia, exponga lo que sepa y le conste acerca de dicha imagen con lo demás en que se pueda fundar su antiguo origen ; y del mismo modo tome su declaración en forma á las demás personas de edad é inteligencia que conservan en ésta, memo- rias tradicionales que esclarezcan la verídica y positiva identidad de la expresada imagen de la Santísima Virgen con el nombre de Nuestra

B. «.— T. 11-13

IW REVISTA NACIONAL.

Señora de la Victoria. Y fecho que sea se proveerá en lo demás. Jó- se María Sastre, José Felipe Gómez, Notario eclesiástico. Nota que por haber tenido que salir de esta capital el señor Vicario á dili- gencias de su empleo á otros puntos del Departamento, y otras ocupa- ciones urgentes ocurridas en la Vicaría, se paralizó el curso de estas diligencias, y con esta fecha dispone S. S. se les curso, en cuya vir- tud las entrego al M. R. P. F. Eduardo Moneada para que evacúe el in- forme que se le pide. San Juan Bautista, Julio 14 de 1855. Oómez. Sr. Vicario In capite. Cumpliendo con lo que V. S. dispone en su superior auto precedente, de que informe sobre lo que sepa y me cons- te de la Santa imagen de Nuestra Señora de la Victoria, y en lo que se pueda fundar la verdad de su antiguo origen, paso á verificarlo con par- ticular complacencia, porque estoy satisfecho y convencido de que en es- to ha venido á revelarse muy oportunaihente y con la claridad que pu- diera desearse, un monumento tradicional é histórico, muy importan- te al recuerdo y comprobación de los acontecimientos del país, de gran- de interés á los amantes de la religión y de la devoción á la siempre Virgen y Madre de Dios : monumento preciosísimo que iba ya á pere- cer, y el que de su ruina, desprecio y olvido, lo ha librado y sacado nues- tro muy digno Exmo. Sr. Gobernador y Comandante general D. Manuel María Escobar, quien con su acostumbrada y profunda penetración, á la primera noticia que se le dio, concibió una clara idea de lo que de- bía ser, y es en efecto esta imagen ; la recogió con un amor religioso y un interés patriótico, y desea la segura comprobación de su apreciable origen, sin duda para que tenga en lo sucesivo, el rango, el decoro y aprecio que merece, y que á todos conste su como prodigiosa existen- cia, sobreviniendo á tantas vicisitudes, y al período de más de tres si- glos. Por lo tanto, á pesar de mi notoria insuficiencia, me esforzaré en este breve informe en exponer á V. S. el estado en que conocí dicha imagen ; la tradición que de ella había en ésta, y los rasgos históricos que igualmente se encuentran de ella, todo lo que en mi pobre concep- to exime de toda cuestión ó duda este monumento. El año de 1830 vi- ne á esta ciudad destinado al servicio de la parroquia en calidad de Te- niente de Cura, y luego que me encargué de mi destino, conocí la cita- da imagen, la cual me mostró un sacristán antiguo llamado Juan Se- govia, y estaba colocada sobre la mesa del altar del Santo Sepulcro, dieiéndome él mismo que era la patrona de la antigua Villa de la Vic- toria, y que anteriormente, ó sea antes de la independencia de España,

DOCUMENTO PARA LA HISTORIA DE TARASCO. 1»5

le hacían en ésta gran función los españoles ; igualmente me mostraba la corona de plata sobredorada de la propia imageni la cual no tenia puesta, sino que se mantenía guardada en la sacristía con otras alhajas de la parroquia, y cuya corona existe, consta en el inventario, y tengo en custodia. En el mismo sentido me conversaron diferentes veces los antiguos Presbíteros D. José María Cabral y D. Felipe Prado, y tengo presente que cuando dichas personas y otras varias me mostraban y ha- blaban de la Santa imagen, lo hacían de un modo reverencial, que prue- ba la mucha veneración que aquí se le había tenido, siendo ellos toda- vía herederos de aquellos piadosos sentimientos á la venerable Efigie, no obstante que la época había variado ó hecho cesar las circunstancias de su culto, pues de la Conquista, contra la que tanto se hablaba en ese tiempo, había caído en total desuso entre las nuevas gentes, contribu- yendo no poco á esa decadencia del común respeto y veneración, la de- molición que se hizo de la Iglesia parroquial y traslación de altares é imágenes á la corta ermita del Sefíor de Esquipulas, que es la que has- ta el presente sirve de parroquia é iglesia principal de ciudad. Aconte- ció después que habiendo venido á su santa visita el afío de 1835 nues- tro Exmo. é limo. Sr. Obispo Dr. D. José María Guerra, el día que con la solemnidad de costumbre visitó dicha iglesia parroquial, después de visitar el sagrario y dar la bendición al pueblo, recorrió la iglesia para ver el estado de los altares y sus imágenes, y al llegar al citado en que estaba la de la Virgen de la Victoria, como allí se hallaban otras dos de San Antonio Abad y San Francisco de Asís que estaban apolilladas y deterioradas, S. E.Ilma. dijo, aunque en general, que aquellas efigies se procurasen renovar ó se quemasen porque no estaban dignas de cul- to. Con tal motivo se entendió entre las muchas gentes que estaban presentes que la Señora de la Victoria se iba á quemar, y una piadosa mujer llamada Juana Evangelista Gurgutia, muy alarmada con seme- jante voz, pues, como vecina muy antigua, que había visto sus anterio- res cultos, le profesa particular amor y veneración, comenzó con gran- de instancia á pedirla al Sr. Cura propio D. José María Marein para mandarla renovar de su cuenta; y que cuando lo estuviese la devolve- ría á la parroquia para que fuese dignamente colocada. Efectivamente se le concedió, y ella, luego que se le presentó oportunidad, encomen- dó la obra á D. Manuel Ramos, de Cunduacán, de cuyo poder ahora se ha recogido ; habiendo habido la no poca felicidad de que dicho pin- tor á pesar de las instancias déla interesada, que por último falleció sin

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▼er cumplidos sus deseos, hubiese descuidado por tanto tiempo de ve- rificar la renovación, y que solamente en el ropaje le diese una prepa- ración de veso ; con lo que su hermoso aspecto, y tan bella actitud se conservan sin alteración, y por si misma está declarando su apreciable y glorioso origen ; ese tipo precioso que arrancó sentimientos de amor y veneración á los mismos indios infieles, y á todos los que la obser- van con atención, causa las más agradables impresiones, principalmen- te á nuestro £. S. Escobar que con entusiasmo la muestra y habla de ella, admirado de su conservación y con el encanto que le causan las ideas de su arribo y quedada en Tabasco. Esto es lo que me consta per- sonalmente y de la enunciada imagen. Que ella date su principio y admirable origen del memorable día en que Hernando Ck)rtés arribó á las playas de Tabasco y logró vencer á sus valerosos habitantes, está tan claro en todos los historiadores de la conquista de la nueva Espa- ña, que precisamente dan principio por estos sucesos, todos ellos ha- cen mención de esta imagen de la Santísima Virgen Nuestra Señora, que les fué demostrada á los indios, y declaran el motivo y el nombre que desde entonces se le dio de Santa María de la Victoria, lo mismo que al pueblo ó Villa donde se quedó. No será en vano citar aquí textual- mente alguno de dichos historiadores, porque su narración, sostenida con la constante tradición en el país, y la presencia misma de la ima- gen forman un conjunto de verdad que es imposible desconocer y atre- verse á negar. El R. P. Fr. Diego López Cogolludo en su historia de la conquista de Yucatán en el capítulo 11 del libro 1*?, dice lo siguiente: "No olvidó el General Cortés lo más importante y así les trató los Caciques y principales) algunas cosas de nuestra Santa fe, y adoración de un sólo Dios verdadero : Emeílóles una imagen de Nuestra Señora con su hijo Santísimo en los brazos y dedaróseles quién era y di- jeron que se la diesen para tenerla en su pueblo y reverenciarla. " En el párrafo siguiente dice el mismo historiador : " El día siguiente se co- locó la Santa imagen en el altar, en presencia de todos los Caciques y principales, y los españoles la adoraron juntamente con la Santa Cruz. Iba en compañía de los españoles un religioso de la orden de Nuestra Señora de la Merced llamado Fr. Bartolomé de Olmedo, y éste dijo mi- sa aquel día." En el párrafo 4" prosigue diciendo: "Por ser víspera del Domingo de Ramos quiso Cortés que se celebrase allí esta festivi- dad, para que los indios viesen el culto y reverencia divina y la proce- sión de los Ramos que ordenó se hiciese con la mayor solemnidad po-

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sible, y mandó á los Caciques que asistiesen á ella. Cantóse la misa y pasión con solemnidad, habiendo, como suele, precedido la procesión de los ramos y después adorado y besado la cruz, estando todos los indios muy atentos. Acabada la solemnidad se despidió el general, y todos los demás, de los indios : encargándoles mucho la Santa Imagen de Nuestra Sefíora, y cruces que liabían puesto, que tuviesen sus luga- res muy limpios y enramados, y las reverenciasen, y tendrían salud y buenas sementeras ; que estuviesen firmes en su buen propósito, y les enviaría quien les declarase nuestra santa fe. " Lo mismo refiere el his- toriador Bernal Diaz del Castillo, cuya obra está estimada por la mu- cha ingenuidad del autor y haber sido en todo esto testigo de vista. En su indicada historia capítulo 36 dice á mi intento lo que copio: "Y á lo otro que les mandó (Cortés), que dejasen sus ídolos y sacrificios, respondieron que así lo harían ; y les declaramos con Aguilar, lo me- jor que Cortés pudo, las cosas tocantes á nuestra Santa fe, y cómo éra- mos cristianos, y adorábamos á un sólo Dios verdadero ; y se les mos- tró una imagen de Nuestra Sefíora con 8u hijo precioso en los brazos, y se les declaró que aquella Santa imagen reverenciábamos porque así está en el cielo, y es madre de nuestro Sefior Dios. Y los Caciques di- jeron que les parece muy bien aquella gran Teclesiguata, y que se la diesen para tener en su pueblo, porque á las grandes Señoras en su len- gua llaman Teclesiguatas. Y dijo Cortés que si daría, y les mandó ha- cer un altar bien labrado, el cual luego le hicieron Y en esto ce- só la plática hasta otro día que se puso en el altar la Santa Imagen de Nuestra Señora y la cruz : la cual todos adoramos, y dijo misa el P. Fr. Bartolomé de Olmedo, y estaban todos los Caciques y principales delante ; y púsose nombre aquel pueblo Santa María de la Victoria, y así se llama agora la Villa de Tabasco." Luego refiere la celebración del Domingo de Ramos, la despedida de Cortés y los españoles de los indios, y su encargo de cuidar y venerar la sagrada imagen de la San- tísima Virgen, en los términos que queda referido, y lo que no copio literalmente para evitar repetición. Después de estos comprobantes his- tóricos, tan claros y expresivos sobre el origen de la preciosa Efigie, es preciso fundar del mismo modo su permanencia y conservación en el país, y el culto que desde aquella remota edad se siguió dándole sin in- termisión. Las palabras citadas del mismo Bernal Diaz del Castillo, lo prueban bastantemente, pues dice como por adición y así se Uama aho- ra la Villa de Tabasco : siendo asi que su historia la escribió en Gua-

198 REVISTA NACIONAL.

témala y la fecho el año de 1578 ; es decir más de cincuenta años des- pués de lo que refiere de Tabasco y de haber dejado la Santa imagen, y siendo también de advertir que después de la toma de México volvió á transitar por el territorio de Tabasco siguiendo á Cortés en el viaje que hicieron por tierra á Honduras, y por lo que debió tener conoci- miento de la Villa é imagen, conforme la habían establecido cuatro afíos antes. También el otro historiador ya citado, el P. López Cogolludo en su citada historia de la Conquista de Yucatán, la cual fué escrita por el afio de 1656, en el libro 4*, capítulo 16, habla expresamente de la exis- tencia de las dos Villas de Tabasco : la de Villa Hermosa, dice, en el centro de la comarca, y la de Santa María de la Victoria, en la Fronte- ra, expresando ser ésta de mayor población é importancia, y acerca de la cual dice lo siguiente : " Lo eclesiástico se gobierna por un eclesiás- tico presentado según el real patronato. La Iglesia es pobre su titular Sa7ita Marta de la Victoria, y hay en ella algunas capellanías que sir- ven de beneficiado. Están fundadas en ellas dos cofradías antiguas, una de nuestra Seflora, y otra de las almas del purgatorio. '' No se puede por lo tanto poner en duda la permanencia de la imagen en la prime- ra población donde la dejó el General Cortés y resta ahora explicar el motivo y el tiempo en que fué trasladada á ésta de San Juan Bautista, donde ha permanecido con igual tradición de su origen. Para exponer- lo más claramente y con fundamento seguro, ocurro á la ilustrada é inapreciable Memoria del Sr. Dr. D. José Eduardo de Cárdenas que pre- sentó alas Cortes españolas en Cádiz en 1811 como Diputado propie- tario por esta Provincia de Tabascft y fué impresa en aquella ciudad por acuerdo de las mismas Cortes. Este hombre ilustre, que tan inolvida- bles recuerdos ha dejado en su país, y otros de su gran saber y docti- tud, que era descendiente de los pacificadores y pobladores de la Pro- vincia, y estaba muy versado en su historia y antigüedades, en la cita- da Memoria, al número 4 " dice lo siguiente : " La Capital de Tabasco fué fundada cuando menos el afio de 1519, aunque yo conjeturo que sucedió un afio antes: fué fundada, digo, por Hernán Cortés á las ori- llas del mar, y con el título de la Villa de Santa 3faria de la Victoria en reconocimiento á la Madre de Dios, de la que alcanzó de los indios el día de la Encamación del Divino Verbo, victoria que fué como pren- da de la reducción del Imperio mexicano. Con motivo de las primeras invasiones de los ingleses, capitaneados por el astuto Drake, para me- jor defensa y seguridad se trasladó dicha Villa á las márgenes del fa-

DOCUMENTO PARA LA HISTORIA DE TARASCO. 199

moso Grijalva en el lugar que hoy se llama San Juan Bautista de Vi- llahermosa, sito á 24 leguas de la barra principal, y en dicho lugar se conserva una imagen de bulto de Nuestra Señora y hay tradición de que es la misma que veneraban los españoles en la antigua Villa, cele- brándole fiesta solemne el día 25 de Marzo desde las vísperas. Esta fes- tividad se ha restablecido ; y en ella, según nuestra costumbre, hay pa- seo de Pendón Real, que sirve de acto rememorativo á los tabasqueüos de la época feliz en que rayó en el nuevo mundo, bajo los auspicios de la Católica Espafía, la luz del Evangelio. '' Con esto y con lo demás que queda expuesto y relacionado, creo haber cumplido con lo que V. S. dispone en su citado superior auto : deseando en conclusión que igual- mente satisfaga á la intención y deseo de nUestro Exmo. señor Gober- nador, y sujetando como debo á la autoridad y sano criterio de V. S. cuanto contiene este Informe. San Juan Bautista de Tabasco, á 18 de Julio (le 1855. Fr. Eduardo Moneada.

Visto este informe dispuso el Señor Vicario in capite, se haga sitación suplicatoria á los Señores Don Alejandro Loreto, Don Josó Víctor Ji- ménez, Don Manuel Ponz y Ardil, Doña Pctrona Herrera y Doña Mar- cela González de Riveira, para que depongan y digan lo que sepan y les conste sobre la antigüedad de la Imagen de Nuestra Señora de la Victoria y su tradición en ésta, lo que yo el infrascrito notario verifiqué y siento por diligencia. San Juan Bautista, Julio 18 de 1855. Gómez.

En esta Ciudad de San Juan Bautista de Tabasco á los diez y nueve días del mes de Julio de mil ochocientos cincuenta y cinco años, ante el Señor Vicario in capite y Juez eclesiástico del Departamento, com- pareció, previa citación suplicatoria que se le hizo, el Sr. Don Alejan- dro Loreto, natural y vecino de ésta, mayor de cincuenta años de edad ; y presente le impuso el mismo Sr. Vicario del objeto y motivo de esta información, excitándole á que sobre el i)articular diga y exjionga lo quc'sepa y lo conste: y enterado de todo, y bajo la religión del juramen- to que hizo, dijo : Que le consta y es notorio en esta Ciudad, que la Ima- gen de la Santísima Virgen María conocida con el nombre de Nuestra Señora de la Victoria, es la misma que actualmente se halla en la ca- sa de Gobierno y Comandancia general : que dicha Imagen la conoció y vio, siendo muy pequeño, colocada en el altar mayor de la antigua parroquia que estaba en la plaza de esta Ciudad, y que anualmente la celebraba el Ayuntamiento con solemnidad por ser la primera que vi- no á la Nueva España, y la patrona de la primera Capital cristiana de

KEVtiflA yA.rvVAl.

;ado <irr: .a V:ila dr: li Vir-jorla c> li F::i::rri. lo que era aqu: oía ge- nerii tradlc.'ór:. j ¿ir. al prtset'.e ^-eniaiiect: qi^e Labiec-io dlspcesío el Gobernador E-j/ík/lol Don krAz^ Gíi'yL derribar :a p-arrc<juia ccn e'. objeto de reedificarla n:ej<ir. t eLS¿jr,chír ina¿ la plaza ¿e esta Ciudad, fué trasladada la referida Imagec, cor. las áetníts, á la Ermita del Seüor de Esquiprjias. donde penDaoecló basta qrje la ñnada Juana ETangelis- ta Guj^jtía soücitrí le concedieser: mandarla retocar de nuevo á su costa j para efecto se le entregó á Don Manuel Ramos, de Cundoacán, quien descuidó la renoTación, j Srí en su mismo estado se ha recogido de su poder de orden del Exmo. Sr. Gobernador j Comandante geno^ Don Manuel María Escobar por noticia que turo de este apreciable monu- mento, y concluyó diciendo que cuanto ha dicho j expuesto es la rer- dad, j que en ello se afirma j ratifica bajo su palabra de honor j por la graTedad del juramento que ha prestado, en virtud de lo cual firma esta con el Sr. Vicario por ante mí, de que doy fe. Jí. Sagtré. Ale- jandro Lf/reto, Ante mí. Joéé Felipe Gómez, Notario Eclesiástico. En dicha Ciudad, día, mes y afio expresados, ante el Sr. Vicario in capite f;ompareció del mismo modo el Sr. Don José Víctor Jiménez, de esta naturaleza y vecindad, de edad de cincuenta y dos afios, y á quien su Señoría le impuso del objeto y motivo de esta información, y de lo que suficientemente enterado y bajo la religión del juramento que en forma hizo, exfKine: que á la edad como de seis afjos concurría á una escuela de primeras letras que se daba en la pieza de la sacristía de la Iglcííia parroquial que estaba situada en la plaza de esta Ciudad, que desde dicho tiempo oía decir á su familia que en la misma Iglesia exis- tía y se veneraba la Santa Imagen de Nuestra Señora de la Victoria, y que esta era la misma que trajeron los Elspañoles Conquistadores, lo que aííí se creía y tenía en el país por general tradición : que después no ha habido motivo particular para que la citada efigie se destruyese, perdiese, ó se hiciese otra en su lugar; y por lo tanto se persuade ser la propia que se conserva, y ha recogido el Exmo. Sr. Gobernador, pu- diendo los que mejor la conocieron deponer sobre su identidad, pues él 86 circunscribe á afirmar que supo que existía, y que se creía y afir- maba había sido traída á Tabasco por los Españoles de la Conquista con el expresado nombre de Nuestra Señora de la Victoria. Y concluyó di-

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IH.>rrMKN"TO PARA LA HISTOUIA DK TARASCO. lOl

ciendo no tener ninguna otra noticia más que pueda declarar en el par- ticular, y que lo que ha expuesto es la verdad bajo su palabra de ho- nor y la religión del juramento que hizo, y en ello se afirma y ratifica, firmando con el Sr. Vicario por ante de que doy fe. J/. Sn^trv, J. V. Jimt'iicz. Ante mi Jo^r Felipe Gómez, Notario Eclesiástico.

En la propia fecha ante el Sr. Vicario in capite compareció el Sr. Don Manuel Ponz v Ardil de esta naturaleza v vecindad, de cuarenta años de edad, á quien su Señoría, imponiéndole del motivo y objeto de esta información, y pidiéndole que exponga lo que sepa y le conste, previo el juramento en forma de derecho, dice : que la Santa Imagen de Ma- ría Santísima con su niño en los brazos, que actualmente se halla en la casa de Gobierno, es la misma que existia aquí y era la conocida con el nombre de Nuestra Señora de la Victoria, faltándole únicamente un pequeño báculo, con un bmito ó calabacito que tenía en la mano, y cu- yo tipo particular que demuestra su remoto origen, no es posible des- conocer ó que se equivoque con otras : que dicha Imagen la conoció des- de su tierna edad, colocada en uno de los altares de la Iglesia de Esqui- quipula, y por la común tradición sabía que era de la época de los Con- quistadores que arribaron á Tabasco, y anteriormente la celebraba el Gobierno y Ayuntamiento de esta Ciudad nombrada en aquel tiempo Villa Hermosa, como trasladada de la antigua población de la Fronte- ra, que se llamaba, y todos lo saben. Nuestra Señora de la Victoria : que como apoderado y albacea de la finada Juana Evangelista Gurgu- tia, tuvo conocimiento de que ésta la entregó á D. Manuel Ramos de Cunduacán para que la renovara de su cuenta, adelantándole cierta can- tidad : y que no verificando en tanto tiempo su devolución, y compren- diendo al cabo, el que habla, la estimación que merece este monumen- to y el riesgo en que estaba de perderse, procuró llegase á noticia del Exmo. Sr. Gobernador, persuadido de que sucedería, lo que en efecto ha sucedido, de que S. E., concibiendo la importancia monumental de la efigie y con el interés patriótico que le caracteriza, la mandara reco- ger para mejor disposición. Esto expuso concluyendo que no tenía más que añadir, ni tampoco que quitar de lo expresado, y en todo lo que se afirmó y ratificó por palabra de honor y de haber jurado decir verdad, firmando con el Sr. Vicario por ante de que doy fe. Jf. Sadré, Manuel Pom y Ardil, Ante mf . Jobc Felipe Gómez^ Notario Ec le- siástico.

Seguidamente ante et Sr. Vicario in capite compareció Doña Petro-

202 REVISTA NACIONAL.

na Herrera de esta vecindad, mayor de cincuenta años de edad, y á quien presente su Señoría le instruyó del objeto á que se contrae esta jurídi- ca averiguación sobre la Santa Imagen de Nuestra Señora de la Victo- ria, y de lo que enterada expone : que á la edad de diez años se trasla- dó á vivir con sus padres á esta Ciudad, siendo antes vecinos del pueblo de Jalapa: que en dicho tiempo que seria como el año de 1808, cono- ció la Imagen de Nuestra Señora de que se trata, colocada en el altar mayor de la antigua parroquia, y le consta la mucha devoción y vene- ración que se le tenia en este vecindario, por ser la primera que puso sus sagradas plantas en el territorio del Nuevo Mundo y comenzó á ilu- minar en la fe católica á los miserables indios idólatras, y por lo que los Caballeros y el Ayuntamiento la celebraban todos los años el día 25 de Marzo con paseo de Pendón Real, y muchas demostraciones de regocijo, y era sabido que se trasladó á esta Ciudad de la antigua Villa de la Victoria con motivo de haberse venido á lo interior sus vecinos temerosos de la guerra de los ingleses : que cuando se trató de reedi- ficar dicha iglesia parroquial se trasladó la referida Imagen á la del Señor de Esquipulas donde permaneció en uno de sus altares, hasta que latina- da Juana Evangelista Gurgutia, pidió al Sr. Cura propio le concediese mandarla retocar, lo que le consta haber tratado con Don Manuel Ra- mos de Cunduacán, y que este se hizo cargo de ella y la llevó : que aho- ra sabe que del poder del citado Ramos la ha recogido el Exmo. Sr. Go- bernador, y se halla en la casa de Gobierno, lo que ha causado no poco contento entre las gentes piadosas, pues sentían grandemente el descui- do y abandono de aquel pintor con una Imagen tan apacible. E^to ex- puso y dijo que en todo se afírma y ratifica, no firmando porque expresó no saber escribir, haciéndolo su Señoría por ante de que doy fe. 3/. Sastre, Ante mi. José FelÍ2)e Gómez^ Notario Eclesiástico.

Igualmente en la citada fecha se sirvió comparecer ante el Sr. Vica- rio in capite la Sra. Doña Marcela González de Riveiro, de sesenta años de edad, quien impuesta del mismo modo que las personas anteriores del motivo y objeto de su citación, bien enterada de todo, dice : que des- de sus tiernos años, conoce la Imagen de Nuestra Señora de la Victo- ria, la que es constante que estaba dignamente colocada en el altar ma- yor de la antigua parroquia en la plaza principal de esta Ciudad ; y que como su casa habitación estaba en la plaza, con mucha frecuencia veía dicha Imagen, la devoción y solemnes cultos que se le tributaban co- mo de la conquista, y porque fué traída é ésta en tiempos remotos de

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DOCUMENTO PARA LA HISTORIA DE TARASCO. 208

la primera población cristiana en la Frontera que por la misma divina Imagen se llamaba la Villa de la Victoria: que tiene presente que mu- chos patrones de buques de esta carrera se encomendaban á la Virgen de la Victoria al emprender sus viajes para afuera, y que cuando regre- saban le hacían piadosos obsequios y limosnas que se destinaban para los gastos de su función principal : que habiéndose demolido la expre- sada parroquia, todos sus enseres, altares é imágenes, se repartieron aun en casas particulares y en las otras Ermitas de esta población, sien- do llevada dicha Imagen con las principales de la parroquia á la del Señor de Esquipulas que ha continuado haciendo de parroquia: que ha sabido últimamente que el Exmo. Sr. Gobernador ha recogido la re- ferida Imagen de poder del pintor á quien se había confiado su reno- vación, y que debe ser la misma antigua que se veneraba y de la que ha hablado, pues no había otra del mismo nombre y figura ni es posi- ble se confunda ó equivoque con ninguna otra, Y manifestó no saber más, ni tener otra cosa qne afladir ni quitar de lo que lleva declarado, afirmándose y ratificándose por conclusión en todo lo que ha dicho, quien no firma porque dijo no saber escribir haciéndolo su Señoría por ante de que doy fé. M, Sastre, Ante mí. José Felipe GmneZy Notario Eclesiástico.

En la Ciudad de San Juan Bautista de Tabasco á los veinte días del mes de Julio de mil ochocientos cincuenta y cinco años el Sr. Presbí- tero Don José María Sastre, Caballero de la Nacional y Distinguida Or- den de Guadalupe, Vicario in capite, Juez Eclesiástico del Departamen- to y Cura propio de esta Capital : habiendo visto esta información jurí- dica instruida en esta Vicaría para esclarecer y comprobar la antigüe- dad, origen é identidad de la Santa Imagen de Nuestra Señora de la Victoria que se veneraba en esta parroquia, y ha mandado recoger de poder del escultor Don Manuel Ramos, de Cunduacán, el Exmo. Sr. Gobernador y Comandante general Don Manuel María Escobar, excitado del interés que le movió tan apreciable monumento : y habiendo decla- rado uniformemente las personas de honor, crédito y veracidad que en el particular han sido interrogadas de ser la misma que aquí se vene- raba como de la remota época de la Conquista, y fué trasladada de la antigua Villa de la Victoria que existió en la Frontera : su Señoría di- jo: que debía de aprobar y aprobó dicha información, y que para su mayor validación y fuerza, interponía é interpuso su autoridad y judi- cial decreto mandando en su consecuencia que con atenta nota se re-

201 REVISTA NACIONAL.

mita al mismo Exmo. Sr. Gobernador y Comandante general de este Departamento. Así lo proveyó, mandó y firma su Señoría, de que doy fe. José Marta Sastre, José Felipe Gómezj Notario Eclesiástico.

Manuel María Escobar, General de Brigada, Caballero de la Nacio- nal y Distinguida Orden de Guadalupe, condecorado con la primera cruz de la independencia y otras de distinción por acciones en guerra ex- tranjera, subinspector de estas tropas, Gobernador y Comandante ge- neral del Departamento de Tabasco. Certifico : que las firmas de los Se- flores Vicarios in capite del Departamento, Don José María Sastre, la de su Notario Eclesiástico, D. José Felipe Gómez, y la del M. R. P. Fr. Eduardo Moneada, que aquí constan, son las mismas'que usan y acos- tumbran el primero como Vicario in capite, y Juez Eclesiástico del De- partamento ; el segundo, como su Notario, y el tercero en su profesión y ejercicio de ella, y á quien se da entera fe y crédito. ^Santa Anita de Tabasco, Agosto 20 de 1855. Manuel María Escobar, JoseD. Cas- tro, Secretario. Un sello. T,

Es copia. México, Enero 10 de 1856. M, Lerdo de T^ada, Rú- brica.

LA PRIMERA CAMPANA DE LIMA.

(TRADICIÓN.)

En cierta tarde de Septiembre del afío 1535, hallábanse, en un huer- to situado en el terreno que hoy se llama el Martinete, y que fué el lu- gar donde Pizarro estableció el primer molino de trigo y la primera pa- nadería, empeflados en una partida de bochas y palitroques, cuatro ca- balleros, flor y nata de los hombres de la conquista.

Eran éstos el marqués Don Francisco Pizarro, gobernador del Perú por su Majestad Don Carlos V ; el capitán de arcabuceros y falconetes Don Pedro de Candía, caballero de espuela dorada ; el alcalde de la ciu- dad Don Nicolás de Rivera, el Viejo ; y Don Blas de Atienza, compadre

LA PRIMERA CAMPANA DE LIMA. 205

de SU Señoría el marqués, cumplido hidalgo, y que fué uno de los on- ce que, en Cajamarca, se opusieron al suplicio de Atahualpa.

Truco y retruco, dijo Don Francisco, lanzando la bola ó bocha que en la mano tenia.

I Buen golpe, seflor gobernador! exclamó Pedro de Candía. Mingo, Monigote y palos, retrucar es! afladió Rivera, aplaudien- do la destreza de Pizarro.

La oración, caballeros! interrumpió Blas de Atienza.

Y todos se quitaron los chambergos, se persignaron y rezaron entre dientes, á la vez que, en la calle, se oía un recio toque de corneta y atambor.

Ocho meses de fundada llevaba la ciudad de los Reyes ; y para con- gregar á misa al vecindario, así como para designar la hora del Ánge- lus y demás actos de religiosa práctica, empleábanse los instrumentos bélicos.

Terminada la plegaria y vuéltose á cubrir los caballeros, dijo Blas de Atienza, que era hombre por quien Pizarro tenía gran respeto, á la par que mucho cariño :

Paréceme, Don Francisco, que más que vida de ciudad hacemos vida militante, y ; pardiobre ! que las verdaderas cornetas del Señor son los bronces sagrados, que no bocinas y parches.

Tiene razón que le sobra vuesa merced contestó Pizarro, y holgárame de hallar, entre nuestros compañeros, artífice que de fundir campanas entendiera.

Pues poco han de valer mis trazas é ingenio, dijo Pedro de Gan- día,— si en no tiene su Señoría al hombre que ha menester para el empeño.

Vengan esos cinco, capitán, que palabra le tomo, repuso el mar- qués, estrechando la mano del hidalgo.

Y yo, en nombre del Cabildo, agregó Rivera el Viejo me obli- go á suministrar los metales y cuanto el homo demande.

Pues á la obra desde mañana, caballeros; y volvámonos á casa, que ya la noche se nos viene encima á todo venir.

Y en efecto. Al día siguiente se principió el acopio de materiales y, en breve, estuvo funcionando el homo, cuyos fuelles manejó constan- temente el mismo Don Francisco Pizarro.

La campana, que pesaba mil trescientas libras, y que resultó muy sonora, se dejó oir por primera vez en la Noche Buena de Diciembre,

206 REVISTA NACIONAL.

con gran contentamiento del vecindario limeño. El pueblo la bautizó con el nombre de la Marquesita,

Fatalmente, esta campana apenas funcionó por menos de nueve años ; pues en 1544, antojóse de ella el virrey Blasco Núfiez de Vela para fa- bricar arcabuces. Verdad es que ya no hacía gran falta; porque domi- nicos, mercenarios y franciscanos, habían fabricado campanas, siendo una de ellas del peso de veinte quintales.

En cuanto á reloj público, el primero que poseyó Lima fué uno que, en 1555, compró el Cabildo, y que costó dos mil doscientos pesos de oro, según lo afírma el padre Cobo en su interesante libro.

Ricardo Palma.

Lima, 1889.

bibliografía.

Crónica de la Áraucania. Hemos recibido el primer tomo de la importante obra que con el título de Crónica de la Áraucania está pu- blicando en Cliile el distinguido escritor D. Horacio Lara.

Por extremo complacidos nos ha dejado la lectura de ese libro que, como se propuso el autor, reconstruye el pasado histórico de una na- cionalidad que, aunque pequefia, ha dejado profundas huellas en la vi- da de la culta y opulenta República chilena.

Frescos están en nuestra memoria los recuerdos que en ella dejara el poema de Ercilla que, desde que éramos niños despertó en nuestro corazón una viva simpatía por el heroico pueblo araucano, cuya histo- ria, como ha dicho muy bien el mismo Sr. Lara, no es verdaderamen- te una historia ; porque por los raros y originales acontecimientos que en ella se han desarrollado en el transcurso de los siglos, es más bien un drama ó una epopeya.

El Sr. Lara, á quien se deben trabajos históricos tan bien acabados como "La Revolución Moderna," "El Hijo del Pueblo," "La Ciudad

bibliografía. 307

Mártir" y otros; que ha obtenido premios honrosísimos, y que es un periodista que goza en su patria de merecida fama, es acreedor por su Crónica de la Araucania á los más justos elogios de nuestra parte, co- mo los que le ha prodigado la prensa de su país.

Entre los documentos que podríamos citar en apoyo de la opinión que nos hemos formado una vez leída la obra del Sr. Lara, figura uno que no podemos prescindir de copiar, y es la carta que le dirigió el Ca- cique general de la Araucania. Dice así :

Ghochol, 19 de Febrero de 1889. Sr. Horacio Lara.

Santiago. Muy señor mió :

Aunque no tengo el honor de conocerte, me he tomado la libertad de escribirte, á lo que me ha obligado la gran abnegación que has de- dicado en honra á nuestra Araucania con la ilustrada publicación de tu libro.

En esta virtud, a nombre de las tribus araucanas, tengo el honor de presentarte la más afectuosa consideración de nuestra gratitud.

No tengo expresiones suficientes para poder explicar la valía del tri- buto á que desde hoy se halla deudora á vos nuestra vieja Araucania que, encontrándose ya relegada al sepulcro del olvido, la has hecho re- vivir con tu libro en la memoria de los pueblos civilizados.

Gran justicia es la que has hecho al emplear tu noble pensamiento en la memoria de tantos mártires de mi patria de Arauco, que derra- maron su sangre para mostrar cómo se debía defender la libertad, y cu- yo recuerdo de sus vidas estará desde hoy hasta los más remotos tiem- pos venideros estampado á la vista de todos.

Mil y mil veces serás bendecido, y tu nombre será pronunciado con júbilo en nuestros días de invierno ; y en nuestra hermosa prima- mavera serás embalsamado con laureles y ñores de nuestro suelo de Arauco.

Deseándote un feliz porvenir, te saludo Á nombre de mi nación.

Tu amigo,

Domingo CoSuepan,

Caclqae g«ntnl.

208 REVISTA NACIONAL.

No será por demás decir que Domingo Cofiuepan es descendiente de una antiquísima estirpe de caciques de importancia, tanto por la in- fluencia de que han gozado en la Araucania, como por sus riquezas. Es, según el testimonio de un autor chileno, indígena de gran inteligencia, que no ha olvidado sus tradiciones y que es bastante instruido.

Con vivo interés aguardamos la continuación de la obra cuyo primer tomo anunciamos en estas breves líneas, porque, como afirma nuestro estimado colaborador y amigo D. Pedro Pablo Figueroa, la Orónica de la Araucanm es un libro que por sus nobles propósitos y sus patrióti- cas páginas está destinado á figurar entre los que se denominan popu- lares, porque sus capítulos son la expresión verdadera de las leyendas heroicas de una época memorable cantada por la epopeya y trasfigura- da por la tradición y las costumbres. F, S,

Geografía y Estadística de la República Mexicana. Se acaba de publicar el segundo tomo de esta importante obra, la primera en su gé- nero, debida á la pluma del entendido y laborioso escritor, el joven D. Alfonso Luis Velasco.

El volumen que anunciamos, comprende la Geografía y Estadística del Estado de Sinaloa, y contiene interesantes noticias sobre población, producciones minerales, vegetales, agrícolas y animales, y sobre ferro- carriles, telégrafos y correos. Datos sobre beneficencia é instrucción pú- blica, y una curiosa estadística minera antigua.

A reserva de ocuparnos en otra ocasión, y con la extensión que me- rece, de la obra que ha emprendido el Sr. Velasco, creemos oportuno decir aquí, en honor de la verdad y de la justicia, que hasta ahora to- das las geografías de nuestra República, habían tenido un carácter ele- mental, y ninguna había comprendido tantos y tan copiosos datos co- mo la presente.

Sabemos que la Geografía y Estadística de la República Mexicana^ escrita por el Sr. Velasco, constará de 31 volúmenes en 4q, de los que 27 están consagrados, uno respectivamente á cada una de nuestras En- tidades federativas, dos á los Territorios, uno al Distrito Federal, y el úl- timo al índice de toda la obra.

LITERATURA MEXICANA. 209

LITERATURA MEXICANA.

CAPÍTULO PRIMERO.»

Elementos de qae se form6 la Dación llamada Nueva Espafia.^ Introducción en ella de la poesía europea, y estado de ésta durante el siglo XVI.— Poetas que allí flf^uraron en el mismo período de quienes quedan noticias.— Motivos i>or qué se conocen pocos poetas mexicanos del siglo decimosexto. Po^ía indo- hispana. —Notas.

Osados aventureros que penetran en una tierra desconocida poblada de enemigos, colonos avaros de riqueza, santos misioneros poseídos de abnegación cristiana, indígenas semi- civilizados ó completamente bár- baros, estos fueron los elementos heterogéneos con que empezó la na- ción llamada Nueva España. Y sin embargo, esos elementos contenían un germen de civilización que se desenvolvió y creció más adelante, conforme á las leyes del orden social. La terrible espada del conquis- tador impuso de tal modo á los vencidos que preparó nna paz inalte- rable de tres siglos, rara en la historia ; la actividad del colono llevó del antiguo al Nuevo Mundo las mejoras materiales aquí desconocidas ; el humilde fraile ilustró con la ciencia europea la mente del america- no, y sustituyó con la moral generosa del Evangelio los sangrientos ri- tos de los númenes aborígenes ; el indio, abyecto esclavo bajo el domi- nio de sus reyes y seflores naturales, fué transitoriamente siervo de los encomenderos, pasó luego á pupilo previlegiado por el Código protec- tor de Indias, y ascendió después de la independencia, al puesto de hom- bre libre.

*** La poesía europea fué uno de los conocimientos que introdujeron en México los españoles, tan luego como le conquistaron, siglo XVI, y des-

I Este capítulo i>ertenece & la segunda edición, corregida |y aumentada, que el Sr. D. Francisco Pimentel prepara de su obra: Histohia CbItica de la litera- tura Y DE liAS Ciencias en México.

La Hevista Nacional tributa al eminente literato y fllélogo mexicano Sr. Pimen- telf los mAs sinceros agradecimientos por la señalada honra que le dispensa al far cilitarle este capítulo que puede considerarse como inédito, puesto que contiene noticias do gran importancia, y apreciaciones que sa autor no pudo consignar en la primera edición de su obra.

No será esta la única vez, nos complacemos en anunciarlo A nuestros lectores, que la Revista Nacional engalane sos páginas con los escritos del Sr. Pimentel. La Dirección.

B.K.— T.n— u

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de entonces se cuIüyó allí con mucho empefio. El Illmo. Balbuena decía: "que la facultad poética era como una inñuencia y particular cons- telación de México, según la generalidad con que en su noble juven- tud se ejercita. '' De la multitud de poetas ó por lo menos aficionados á la poesía, que existían en Nueva España, en la época que nos ocupa, nos también testimonio González de Eslava, pues en su coloquio El Bosque Divino dice, con tono burlesco, por boca de Do^ Murmura- ción : " Hay más poetas que estiércol. " Adelante veremos que á un so- lo certamen poético del siglo XVI concurrieron trescientos conten- dientes.

El movimiento poético que se observa en nuestro país, desde que fué ocupado por los europeos, no debe causar estrañeza si atendemos á las siguientes razones. La poesía no tuvo infancia en México, se presentó ya formada, precisamente en el siglo de oro de la literatura española, cuando España era la maestra de las letras, así como la señora de las armas. Los españoles apenas ocuparon el país de Anáhuac fundaron en él establecimientos de educación, no sólo de primeras letras y artes útiles sino de ciencias, literatura y bellas artes. Véase sobre este parti- cular el Discurso acerca de la instrucción pública en México durante d nglo XVIf por D. Joaquín García Icazbalceta. (Memorias de la Aca- demia mexicana correspondiente de la Real Española. Tomo 2?) Se- gún observa Beristain, " España envió á la América no frailes ignoran- tes, sino maestros de las órdenes religiosas, doctores de Alcalá, de Sa- lamanca y de París : fundó universidades, colegios y academias : erigió cátedras de jurisprudencia, de medicina, de matemáticas, 'de teología, de retórica, de poesía y de lenguas; y ha fomentado activamente las le- tras y premiado á los sabios con generosidad. " Fernández Guerra en su obra Juan Ruíz de Alarcón y Mendoza observa lo siguiente : "Nun- ca hubo como entonces, siglo XVI, en la Nueva España tan pasmosa multitud de varones doctísimos en cuantos ramos abarca el humano sa- ber, nacidos allá ó avecindados, españoles ó procedentes de Alemania, Italia y Flandes que hacían de México la Atenas del Nuevo Mundo." El ingenio de los mexicanos ha sido y es á propósito para el ejercicio de las bellas letras, punto que trataremos más extensamente en el capítulo úl- timo de la presente obra. Por otra parte, la poca oportunidad de lucir en otro terreno los inclinaba al cultivo de las musas.

El entusiasmo de los neo-hispanos por la literatura, en el siglo XVI^ se manifestaba con reuniones literarias que tenían lugar en los monas-

LITERATURA MEXICANA. 211

terios y colegios, así como por medio de certamen^ poéticos y repre- sentaciones dramáticas que se verifícaban con motivo de alguna solem- nidad civil ó religiosa, de lo cual iremos hablando en algunos de los párrafos que siguen al tratar de los poetas que figuraron en México (épo- ca que nos ocupa) de quienes quedan noticias. Esos poetas son los si- guientes :

***

Cristóbal Cabrera. En lo poco que nos queda de la poesía me- xicana del siglo XVI, debemos considerar las composiciones poéticas dedicadas á los autores de libros, puestas al frente de sus obras : entre esas composiciones hay varias medianas y aun buenas. Seria, pues, in- teresante que alguna persona curiosa hiciera y publicara una colección de dichas poesías. Nosotros, como un ejemplo de ellas, vamos á copiar ahora una composición latina, y más adelante copiaremos una castella- na. El autor de aquella es Cristóbal Cabrera, con la circunstancia de aparecer sus versos como los más antiguamente impresos en Nueva Es- paña: lo fueron al principio de la obra intitulada Manual de Adultos, {México, Juan Cromberger^ 1540.) Nuestro escritor dio á sus versos el nombre de Dicolon Icastichon, palabras griegas que en sustancia sig- nifican "composición de veinte versos alternados," pues la de Cabrera consta de diez hexámetros y diez pentámetros en esa forma.

Si paucis prcenosse cupis, venerando Sacerdos,

üt baptizan quilibet Indus habet; Queque príus debent, ccu parva elementa docerí ;

Quicquid adultus iners scire tenetur ítem ; Quoeque sient priscis patríbus sancíta per orbem,

Ut foret ad ritum tinctus adultos aqua, Ut nc despíciat, fon, tam sublime Charisma

Indulos ignauros, terque quaterque miser: Hunc manibus versa, tere, perlege,dilíge librum.

Nil minus obscurum, nil magis est nitidum, Simpliciter dorteque dedit modo Yascus acutus

Addo Quiroga meus pnasul abunde piu«. Singula perpendes, nil inde requirere poesis.

Si placet, omne legas ordine dispositum, Ne videare, cave, sacrís ignavus abuti.

Sis dccet advigilans, mittito desidiam, Nempe bonum nihil unquam fecerit oscitabundus.

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Difficile est pulchium, dictitac Antíquitas. Sed satis est : quid me remoraris pluñbus? inquis. Sit satis, et facias quod precor, atque vale.

Hemos copiado estos versos de la Bibliografía Mexicana del siglo XVI por García Icazbalceta, quien da las siguientes noticias de Cabre- ra: "Cristóbal Cabrera, autor de los versos latinos, era natural de Bur- gos y vecino de Medina de Rioseco. Vino muy joven á México, y en 1535 figura ya como notario apostólico, certificando un testimonio de la erección de la Iglesia de México. Después de recidir aquí unos doce afíos, volvió á Europa, y basta su muerte permaneció en Roma, donde dejó memoria suya con la fundación de un hospital para mujeres, en especial españolas peregrinas. D. Nicolás Antonio trae un largo catá- logo de las obras manuscritas de Cabrera, que se conservaban en el Va- ticano. Impresas hay, entre otras, las siguientes :

MeditatiuTiculce, Valladolid 1548, en 4 ^ Habla en ella de su residen- cia en México.

Flores de consolaeióiif dirigidas á la viuy iltistre y muy generosa Se- ñora, la Señora Dofla Juana de Zúñiga, Marquesa del Valle, Valla- dolid, 1550, en 8*^ En la dedicatoria se ve que el libro, escrito en latín y sin nombre de autor, fué enviado por el obispo de México á la Seño- ra Marquesa, segunda miyer de Hernán Cortés, y que ella le mandó traducir á un individuo residente en la Nueva España, quien fechó la dedicatoria en Cuernavaca á 25 de Mayo. Parece que este libro es tra- ducción de las Meditaiíunculaij con aumentos.

Beristain no hace mención de Cabrera. Es digno de leerse el ar- tículo que le dedica D. Nicolás Antonio, Bibl. Hisp, Nova^ tomo I, pág. 233. Véase además BiblAmer Feíiwí, Add., págs. 110, 129, 163, 171 ; Gallardo, Ensayo de una Bibl. de libros raros, tomo 11, col. 164."

La mención aquí de Cabrera, nacido fuera de Nueva España, y la in- serción de su poesía latina requiere algunas explicaciones.

Hemos considerado en esta obra á Cabrera y consideraremos á otros escritores nacidos fuera de México, porque nuestro objeto es tratar más bien de las ideas que de las personas : el desenvolvimiento y progreso de aquellas poco importa se haya practicado por un nacional, ó por un extranjero, con tal que sea en México, y por esto hemos llamado al pre- sente libro " Historia Crítica de la literatura y de las ciencias en Mé- adco. " De la misma manera, pertenecen á la literatura latina algunos

LITERATURA MEXICANA. 218

escritores españoles, á la española varios portugueses, á la italiana al- gunos franceses, etc. Lo dicho se entiende de cualquier escritor que ha- ya figurado entre nosotros sea cual fuere su origen ; pero en lo particu- lar respecto á los españoles debe tenerse presente, que durante tres si- glos México y España formaron una sola nación.

Relativamente á haber insertado una poesía en latín y no en caste- llano nos remhimos á lo explicado en el capitulo décimo ; pero desde ahora observaremos que apenas se hizo la conquista fué muy usado en Nueva España el idioma latino, y se perpetuó ese uso durante toda la época del gobierno colonial. Véase también sobre el asunto la parte de nuestro libro relativa á los lingüistas.

P. Las Casas, quien no debe confundirse con su homónimo el cé- lebre obispo de Chiapas. Nada se sabe respecto al P. Las Casas, ob- jeto del presente artículo, y sólo le conocemos por el titulo de una obra, citada abreviadamente por los traductores de Ticknor (^Historia de la Literatura Española) ^ el cual titulo copió, por completo, García Icaz- balceta, en su Bibliografía Mexicana del siglo XVI: este Señor no vio el libro á que nos referimos ; pero una co^m fotolitográfica de la por- tada. El mismo García Icazbalceta duda de la existencia de la obra, aunque sin negarla redondamente, y concluye con estas palabras: '' Bien que en bibliografía lo inverosímil suele resultar cierto. Por lo mismo me limito á presentar la cuestión, para que la ilustre quien tenga mejores datos, ó el entendido lector la resuelva conforme á su criterio, pues yo no me atrevo á tanto. "

El título de la obra que nos ocupa es el siguiente: " Caneioiiero Es* piritual: en que se contienen obras muy provechosas y edificantes: en particular unas coplas muy devotas en loor de Nuestro Señor Jesucris- to y de la Sacratísima Virgen Marta su madre : con una farsa intitu- lada]: el Juicio Final: compuesto por el R. P. Las Casas indigno reli- gioso de esta Nueva España : y dedicado al Illmo. y Rmo. Sr. D, Fr, Juan de Zumárraga primer obispo meritísimo Arzobispo de la gran ciu- dad de Tenoxtitlán, México de la Nueva España. Año de 1546." Al ñnal dice así : " Fué impresa la presente obra por Juan Pablos Lom- bardo primer impresor en esta insigne y leal ciudad de México de la Nueva España á 20 días de Diciembre, año de la Encamación de Nues- tro Señor Jesucristo, de 1646. "

Desde luego percibirá el lector que el cancionero citado es del mayor interés para nuestra literatura, pues contiene la primer pieza dramáti-

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ca y la primer colección de poesias líricas que merecieron en Nueva Es> pafia el honor de la imprenta. Es de notar que las poesias líricas, y la dramática del P. Las Casas pertenecen al género religioso, el cual pri- en México durante todo el tiempo de la dominación española. Es sabido que el carácter dominante de la literatura castellana fué la ca- tólica, como un reflejo de las creencias de la nación, de las cuales par- ticiparon sus colonias. «

Relativamente á la introducción del Teatro en el mismo país véase el capítulo que*sigue, y aquí sólo diremos que las representaciones drama* tico -religiosas se dieron en México apenas fué hecha la conquista, no faltando en Nueva Espafla personas que escribieran obras apropiadas al carácter y á las costumbres del nuevo pueblo, probando esto la cir- cunstancia de que ambos cabildos ofrecían premiar la mejor compo« sición que se presentase. De la afición que había en México por las re- presentaciones dramáticas desde el siglo XVI, da testimonio Balbuena cuando dice que se representaban aüi comedias nuevas cada dia. [ Oran'^ deta Mexicana.']

Dr. D. Bartolomé Meloarejo. Natural de Toledo. Pasó á Nueva Es- pafla á mediados del siglo XVI, y en 1553 fué nombrado primer cate* drático de cánones en la Universidad de México. Tradujo al castella- no, con notas, la Sátira de Pernio, M. S. que menciona D. Nicolás An- tonio. De Melgarejo habla Plaza en su Orániea, Beristain cita á nues- tro traductor siguiendo á los dos escritores citados. La Crónica de la Universidad de México, por Cristóbal Plaza, aún existe manuscrita en la Biblioteca Nacional de la misma ciudad.

Siguiendo nosotros cl ejemplo de Beristain, en su Biblioteca His- pano Americana Septentrional^ hemos citado aquí á Melgarejo por ha- ber residido en México, aunque no sabemos si fué precisamente en es- ta ciudad donde hizo la traducción de Persio, cosa nada estrafia, aten- diendo á ciertas consideraciones, las cuales prueban el gusto que había en Nueva España por los autores latinos, época que nos ocupa.

Los jesuítas de México, en el siglo XVI, introdujeron, en sus cole- gios, el estudio de los clásicos latinos, y aun hicieron reimprimir algu- nos, como varias poesías de Ovidio impresas por Antonio Ricardo (Mé- xico 1577). Vicente Lanuchi, jesuíta italiano, y el primero que enseñó las letras humanas en el Colegio Máximo de la compañía de Jesús de México, pretendió que no se leyesen á la juventud los autores gentiles; pero jsu pretensión fué desechada en dicha ciudad por el P. Provincial

LITERATURA MEXICANA. 21&

Sánchez y en Roma por el P. Mercuriano, General de la Orden jesuítica, quien dijo, en carta, Abril 8 de 1577 : " No conviene que se dejen de leer los libros profanos, siendo de buenos autores, como se leen en to- das las otras partes de la compafiia ; y los inconvenientes que Y. R. sig- nifica, los maestros los podrán quitar del todo, con el cuidado que ten- drán en las ocasiones que se ofrecieren." Más adelante, 1596, el sevi- llano Diego Megía, tradujo en Nueva España las HerUdas de OvidtOf según manifestaremos en uno de los siguientes artículos El P. Llanos, como veremos en el capitulo lY, publicó, muy á principios del siglo XYII, una Poética fundada especialmente en poetas latinos.

P. Juan de Gaona. El Sr. Garda Icazbalceta, en su Bibliografía Mexicana del siglo X VI, hablando de las obras del P. Gaona, dice : "Por último, hallamos mención de unas Poeéiaa (en castellano?) en alabanza de la Purísima Concepción, impresas, según dice el P. Fr. Pe- dro de Alva en su Milüia Immaculaia Conceptionia Virginia Marice^ obra que no he visto, y hallo citada á este propósito en la Biblioteca Franciscana y en Beristain."

Como se vé, el Sr. García Icazbalceta duda si las poesías del P. Gao- na están en castellano. Observaremos nosotros que Beristain así lo -asegura, y que este bibliógrafo parece haber visto la Müitia del P. Al- va. He aquí lo que textualmente manifiesta Beristain, al enumerar las obras de Gaona : " Poesías castellanas en alabanza de la Concepción Inmaculada de la Yirgen María. Las cita el P. Alva en su Müitia. *'

Daremos noticias de Gaona al tratar de los prosistas.

Don Francisco Cervantes Salazar. Hablaremos de Cervantes Sa- lazar al tratar de los historiadores, y aquí mencionaremos únicamen- te un opúsculo que publicó con el título de *' Túmulo Imperial, á las exequias del invectísimo César Carlos V. Hecho en la insigne y muy leal ciudad de México, por mandado del Illmo. Yirrey de la Nueva Es- paña.** (México, 1560). Es una descripción de las magníficas honras fúnebres que celebró México al emperador Carlos Y, en la cual descrip- ción se incluyen las inscripciones y poesías latinas y castellanas con que se adornó el túmulo levantado en honra del emperador difunto: en esas inscripciones y poesías hay mucho malo y aun pésimo; pero tam- bién algo regular. Pueden verse fácilmente en la reimpresión del opús- culo de Cervantes Salazar, hecha fpor García Icazbalceta, Bibliografia Mexicana del siglo XVL

Fr. Andrís de Olmos. Tradigo del latin, en verso castellano, la

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obra intitulada [de HcBresihus, por Alfonso de Castro. Según Mendie- ta, á quien debemos esta noticia, la traducción de Olmos estaba hecha, *' con mucha curiosidad y artificio, erudición y doctrina. ^* Torquema- da, citado por Beristain, copió, en parte, la noticia de Mendieta. El mis- mo Beristain menciona un drama de Olmos que tenia por argumen- to el Juicio Final, sin decir en qué idioma se escribió ; pero como lo fué en mexicano, según el referido Mendieta, hablaremos de esa pieza dramática al fin del presente capitulo, cuando tratemos de lapoesia in- do-hispana.

Del P. Olmos daremos noticias al hablar de los lingüistas.

Presbítero Juan Pérez Ramírez. Existe una pieza dramática suya manuscrita, en Madrid, la cual fué compuesta en 1574, con motivo de la consagración del Arzobispo Moya de Contreras. El título de la pieza es " Desposorio espiritual entre el Pastor Pedro y la Iglesia Mexica- na, '' Pérez y Ramírez recibía cada afio cincuenta pesos de minas por hacer las listas de las representaciones sagradas. Véase la obra intitu- lada Cartas de Indias pág. 660. (Madrid 1877 .)

Últimamente el Sr. García Icazbalceta ha recibido una copia de la pieza dramática de Pérez Ramírez, la cual hemos leido. Es un auto que no carece de mérito, pues aunque tiene algunos versos mal medidos y algunas locuciones prosaicas su alegoría es propia, los puntos teológi- cos pocos y sin obscuridad, el bobo ó gracioso tolerable. Véase nuestro juicio sobe los autos en el capítulo siguiente.

P. Pedro Morales. He aquí las noticias que sobre este escritor y sus obras nos da Beristain, en su Biblioteca. "Natural de Valdepe- ñas en el arzobispado de Toledo, doctor en ambos derechos por la uni- versidad de Salamanca, y célebre abogado en Madrid y Granada. Sien- do de 33 aílos dejó el bullicio de los tribunales, y se alistó en la com- pañía de Jesús el año 1570. En el de 1576, fué destinado á México, donde enseñó la teología moral y el derecho canónico, y fué rector de varios colegios, especialmente del de el Espíritu Santo déla Puebla de los Angeles, que engrandeció sobremanera. Asistió como consultor cano- nista al célebre Concilio III mexicano ; y lleno de méritos falleció en México á 6 de Septiembre de 1614. Escribió :

"Relación de las fiestas, que hizo México para recibir las Santas Re- liquias, que envió de Roma el Papa Gregorio XIII, el año 1570. " Im- preso en México por Antonio Ricardo, 1579, 4. Estas reliquias las con- dujeron los padres jesuítas, y la mayor parte se conserva en la capilla

LITERATURA MEXICANA. 217

de San Pedro de la Iglesia metropolitana. " Expositio in Cap. I. Evan- gélii S. Mathcei, ubi de Christo DominOy de Sanctissima Virgine Dei- para ac de vero ejus dulciasimo el virginale Spofiao Josepho, LiAri F." Editi Lugduni apud Horatium Cordón, 1614 fol. "Vida del Illmo. P. Dr. Pedro Sánchez, primer Prelado de los Jesuitas de México. " M. S. La vio y leyó y hace mención de ella en su Historia el P. Florencia"

Vamos ahora nosotros á dar cuenta de la obra del P. Morales que corresponde al objeto del presente libro. Esa obra tiene el siguiente ti- tulo : " Carta del P. Pedro Morales de la compañía de Jesús. Para el M. R. P. Everardo Mercuriano, General déla misma compaflía, en que se da relación de la Festividad que en esta insigne ciudad de México se hizo este afío de 78 en la colocación de las santas reliquias que nues- tro muy Santo Padre Gregorio XIII les envió." (México 1579.)

Para tener idea de las festividades religioso -literarias de México, en el siglo XVI, vamos á copiar la descripción que hace el P. Morales del paseo con que se anunció la fiesta deque él trata: " Se hizo un solem- ne paseo de los estudiantes de nuestras escuelas y colegios, y luego se ofreció con mucho amor y liberalidad un padre de un colegial del co- legio de San Pedro y San Pablo, á querer tomar este asunto y que su hijo fuese el principe y asi lo sacó el día del paseo que fué á 2 de Oc- tubre próximo pasado, vestido todo rigurosamente de seda y oro, en un muy hermoso caballo blanco costosisí mamen te enjaezado, acompaña- do de cuatro lacayos de librea y dos españoles reyes de armas que con dos cordones de seda le guiaban el caballo 7 de esta suerte, vino con mucho ocompañamiento y música, desde su cesa, hasta el patio de nues- tras escuelas, adonde se juntaron en breve más de doscientos estudian- tes todos á caballo con muy ricas libreas de seda y oro en diferentes cuadrillas de españoles, ingleses y turcos. Desde allí salieron todos en ordenanza de dos en dos por las mismas calles que había de ser la pro- cesión de las Santas Reliquias. En la delantera iba la librea de la ciu- dad de colorado con su música de atabales y trompetas: en seguimien- to las dichas cuadrillas muy concertadas y detrás de ellas delante del príncipe, iba un rey de armas en un gracioso caballo, el cual armado muy ricamente de punta en blanco llevaba en una lanza dorada y ban- da de azul. El cartel y pista literaria, en que se contenían siete certá- menes sobre las Santas Reliquias. Tenía este cartel tres varas en alto y dos en ancho, en el cual iban las armas de la ciudad que son una plan- ta de tuna campestre en medio de una laguna, y encima de ella una

^ ftCViaiA HACÍOl^AL.

áifuíia </^ uca celebra eo d pico. Iba también el cartel puesto en el ccKTpo áéi áfíúia qoe eíia misma lo abrazaba y sustentaba oon las ollas. Por nmsáfc de todo iba el prínópe en la forma dicha aoompafiado de des ci&IffiaJts de cada colefio hombres graduados oon sus becas y há- bito» cokfíales tn sos muías honestamente aderezadas que daban mu* cbo ler 7 graredad á iodo lo que se hada. Y con este concierto yendo á tredios algunos dérigos y gente principal dudadana que los guiaban y accMDpafiaban prosiguiere» su paseo hasta haber pasado lapladta que dken del marqués y asomar á la plaza mayor adonde los salieron á re- cÜHr los alcaldes ordinarios y personas del regimiento que allí se halla- ron y otros muchos caballeros, hasta llegar á las casas de Ayuntamien- to en las cuales á una rentana estaba ya puesto un rico dosel donde se fijó el cartel oon mucho ruido de atabales y trompetas y regodjo deto^ dos, que oon mucho contento llegaron luego á ver y leer los certáme- nes y premios que con liberal mano, como acostumbra, había dado el muy ilustre Ayuntamiento. **

EPl. Morales describe minuciosamente los relicarios donde iban las Santas Reliquias, y los arcos triunfales que se levantaron en la ciudad, "cosa, dice, dP., nunca vista en esta tierra/' También da cuenta de las danzas, diálogos y monólogos dramáticos, cantos y procesión con que se solemnizó la fiesta.

En la carta de que vamos hablando copia su autor las inscripciones en prosa y verso que se pusieron en los arcos triunfales, así como al- gunos ejemplos de las composiciones en latín y castellano que se pre- sentaron para los certámenes literarios habidos, valiéndose el P. Mo- rales de las siguientes palabras : " Las composiciones de latín y romance á todos los certámenes fueron muchas y muy buenas par ser tales las habilidades de esta tierra,. Pero por evitar fastidio y proligidad no pon- dré más que una de las de verso latino en cada certamen. Y algunas más de romance porque será más universal entretenimiento. "

De las composiciones poéticas conservadas por el escritor de que se trata vamos á copiar como ejemplo una Canción á las Santas Relir quiaSf advirtiendo que entre esas composiciones hay varias en italiano y una en azteca: la mayor parte de ellas son prosaicas y aun vulgares, siendo la Canción que copiamos de lo menos malo.

¡ Qué amor ! ] qué providencia I

¡ Y qué dulces entrañas La suma piedad de Dios nos muestra I

LITEaA,TUBA MEXICANA. 21»

Pues nos da su clemencia Mercedes tan extrañas, Obra es de su ternura y de su diestra; Que ya la tierra nuestra En cielo se convierte Con tantos celestiales : Celébrase i oh mortales I Vuestra dichosa suerte, T no en México solo; Mas resuene del uno al otro polo* Quien nos ha concedido Su protección y amparo El consuelo, la luz, la medicina, El don esclarecido Que le costó tan caro De su preciosa Cruz y Sacra Espina, Sin duda determina Que vaya en sumo aumento Esta tierra dichosa, Y no so niegue cesa Delante del divino acatamiento A quien pide favores Con tantos y con tales valedores.

Lo más notable que contiene la carta que nos ocupa, es una tragedia representada en México con motivo de la festividad de que tanto he- mos hablado. Esa tragedia se intitula: "Triunfo de los Santos en que se representa la persecución de Diocleciano y la prosperidad que se siguió con el Imperio de los Constantinos." Los personajes que figu- ran en la tragedia son los siguientes: Silvestre Papa, Magno Constan- tino, Diocleciano Emperador, Daciano Adelantado, Cromacio Presiden- te, San Pedro mártir, San Doroteo mártir, San Juan mártir, Albinio Caballero, Olimpio Caballero, San Gorgonio mártir. Nuncio Secretario, dos Alguaciles, Iglesia, Fe, Esperanza, Caridad, Gentilidad, Idolatría, Crueldad. La pieza consta de cinco actos. El juicio que acerca de ella nos hemos formado, vamos á manifestarle en pocas palabras.

La obra dramática relativa á Diocleciano y Constantino no es una tragedia porque carece de las circunstancias de tal, bastando observar que el desenlace es feliz, el triunfo de Constantino. Debe, pues, consi- derarse esa pieza literaria más bien como una especie de auto históri- co, pues en ella hay personiges alegóricos y reales: adelante (cap. 2)

220 REVISTA NACIONAL.

daremos nuestra opinión respecto á los autos, según hemos manifesta- do al hablar de Pedro Ramirez.

En tal concepto diremos que la supuesta tragedia no carece de valor artístico, pues si bien tiene defectos, se recomienda por buenas cuali- dades. El estilo es desigual, lo que hace creer que fué obra de varios autores; la versificación es frecuentemente mala; hay el anacronismo de dos alguaciles modernos, aunque es sabido que los anacronismos fue- ron defecto común entre los antiguos dramaturgos, aun de mayor im- portancia, como Calderón de la Barca y Shakespeare. Buen lenguaje generalmente, trozos de versifícación armoniosa; pasajes de estilo con- venientemente elevado; rasgos y situaciones dramáticas; la casi caren- cia de gracioso impertinente, que rara vez asoma. Pueden verse trozos escogidos de la pieza que nos ocupa y el argumento de ella, en la obra del Sr. García Icazbalceta Bibliografía Mexicana del siglo XVL

Fernando Córdoba Bocanegra. Nació en México, Junio de 1565. Por espíritu religioso renunció su pingüe mayorazgo y el título de mar- qués de Villamayor, en su menor hermano. Iba á recibir el subdiaco- nado cuando murió en Puebla, Diciembre de 1589, á consecuencia de la maceración y del ayuno. El cronista Fr. Alonso Ramos escribió su Vida y la publicó en Madrid, aflo de 1617, con varios opúsculos de nuestro D. Femando, y son: "Canción al amor divino." "Canción al Santísimo nombre de Jesús." "Doctrina espiritual." "Varias cartas." Antes se había dado á luz un tratado suyo de mística. (Madrid, 1616.)

Fr. Juan Adriano. Del cual dice Beristain lo siguiente: "Natural de la antigua Espafia; del orden de San Agustín, de cuyo colegio de Alcalá pasó á esta América. Aprendió la lengua llamada tarasca en la provincia de Michoacán, de donde fué llamado á México para leerla cá- tedra de Sagrada Escritura en la Universidad, después de haber doc- trinado á aquellos indios, y cogido abundantes frutos espirituales. Fué tres veces prior del convento de la Puebla, otras tantas del de México, y dos provincial: la primera en 1572 y la segunda en 1590. Obsequió en su convento de la capital, con fraternidad generosa, á los primeros jesuítas que vinieron á fundar. Instituyó un certamen poético en culto y elogio de Santa Cecilia, de quien era singularmente devoto, y de quien era voz común se le había aparecido en una enfermedad. Murió con sentimiento general por sus religiosas virtudes y por su doctrina y elocuencia, en 1593. El maestro Grijalva en su Oóntca, y el Illmo. Eguiara en sus borradores, aseguran que dejó manuscritos "varios

LITERATURA MEXICANA. 221

opúsculos teológicos concionatorios y poétieoSj^^ cuyos títulos no expre- san. Ni debe pasarse en silencio que el maestro Adriano fué fundador de los conventos de su orden de San Agustín en Jalisco, Tonalán, Oca- tlán, Zacatecas, Oaxaca y Atlixco.^^

Juan Arista. Nació en la Nueva España y fué sacerdote de la Com- pañía de Jesús. Siendo ministro del colegio de San Ildefonso escribió, según Beristain, unas octavas reales en elogio de San Jacinto (impre- sas en México, 1597). £1 motivo de esas octavas fué la canonización del santo referido, la cual se celebró en la capital de Nueva España en 1594, por los dominicos y los jesuítas. Según dice el P. Alegre "hubo adornos en las calles con tarjas, carteles, pinturas de diversas invenciones, emblemas, empresas, enigmas, epigramas, himnos y gran diversidad de ruedas, laberintos, acrósticos y otros géneros de versos exquisitos, los más en lengua latina, italiana y castellana, y algunos en griego y en hebreo. Sobre un majestuoso teatro erigido en la iglesia catedral representaron los colegiales del Seminario, en loor del nuevo santo, una pieza panegírica repartida en tres cantos de poesía española, cuyos intervalos ocupaba la música."

García Icazbalceta [^Bibliografía Mexicana del siglo XVI^ cree que las octavas del P. Arista forman parte de un libro publicado por Fr. Antonio Hinojosa con el siguiente título: "Vida y milagros del glorio- so San Jacinto, del orden de Predicadores, Bula de su canonización, y noticia de las fiestas con que se celebró ésta en México." (Imp. allí por P. Balli, 1597.)

Es digno de notar que también en España la canonización de los santos, así como otros acontecimientos religiosos ó civiles, se celebra- ban con justas literarias, según sucedió cuando la canonización de San Jacinto: entonces obtuvo premio en Madrid, por una poesía, el famoso D. Miguel de Cervantes.

Fernán González Eslava. Véase el capítulo que sigue al presente.

DoSa Catalina de Eslava. Según ofrecimos en el artículo relativo á Cristóbal Cabrera, vamos á copiar ahora una composición poética en castellano, como muestra de las que se escribieron en el siglo XVI de- dicadas á los autores de libros. Escogemos para ello un soneto de Doña Catalina de Eslava, dedicado á su tío Fernán González de Eslava, el cual soneto precede á los Coloquios Espirituales y Sacramentales de aquel poeta. Nos hemos fijado en Doña Catalina, para hacer notar que desde el siglo XVI el bello sexo cultivaba las Musas en México.

222 BEVIBTA NACIONAL.

El sagrado laurel ciña tu frente, La yedra, el anabian, trébol y oliva, Porque (aunque muerto estás) tu fama viva T se pueda extender de gente en gente.

El tiempo la conserve, pues consiente Que el levantado verso suba arriba, T en láminas de oro el nombre escriba Del que no tiene igual de Ocaso á Oriente.

En el carro de Apolo te den gloria. Digo de aquel Apolo soberano A quien con tanto amor tan bien serviste:

T pues él hace eterna la memoria, Con que muevas mi pluma con tu mano La gloria alcanzarás que acá nos diste.

D. Antoi«io de Saatedra Guzmán. Véase el capitulo III de la pre- sente obra. Hemos destinado capitulo especial á González Eslava y á Saavedra Guzmán porque aquel es nuestro mejor escritor de piezas sa- gradas, y éste fué el primero que escribió en Nueva España una his- toria completa rimada sobre el interesantísimo asunto de la conquista de México por los españoles.

Francisgo Terrazas. Lo único que sobre este poeta manifiesta el bibliógrafo Beristain, es que fué natural de Nueva España, y en segui- da copia lo que respecto á él dijo Cervantes en su Galatea.

De la región antartica podría Eternizar ingenios soberanos. Que si riqueza, hoy sustenta y cría También entendimientos sobrehumanos: Mostrarlo puedo en muchos este día, T en dos os quiero dar llenas las manos, Uno de Nueva España, y nuevo Apolo, Del Perú el otro, un sol único y solo.

Francisco el uno de Terrazas tiene El nombre acá y allá tan conocido. Cuya vena caudal nueva Hipocrene Ha dado al patrio venturoso nido: La mcsma gloria igual al otro viene Pues su divino ingenio ha producido En Arequipa eterna primavera, T éste es Diego Martínez de Ribera.

LITERATURA MEXICANA. 223

En el "Apéndice á la Biblioteca de Beristain/* manuscrito pertene- •ciente al Sr. García Icazbalceta, se encuentran las siguientes noticias sobre Terrazas, escritas por D. José Femando Ramírez, que copiamos literalmente.

"Fué Francisco de Terrazas hijo primogénito del conquistador del mismo nombre, del cual dice Bernal Diaz haber sido mayordomo de Cortés y persona preeminente. Mayor es el elogio que Baltasar Doran- tes hace de su descendiente con estas palabras: "El hijo mayor del con- quistador fué un excelentísimo poeta toscano, latino y castellano, aun- que desdichado, pues no acabó su Nuevo Mundo y Conquista^ j así dijo de él en su túmulo Alonso Pérez.

Cortés con sus maravillas, Con su valor sin segundo, Terrazas en escríbillas Y en propio lugar subillas Son dos extremos del mundo. Tan extremados los dos, En su suerte y su prudencia, Que se queda la sentencia Besorvada para Dios Que sabe la diferencia.

Arrázola dijo de nuestro Terrazas, lo siguiente:

Los vivos rasgos, los matices finos La brava hazaña al vivo retratada Con visos más que Apolo cristalinos Como del mesmo Apeles dibujada. Ya con misterios la dejó divinos En el octavo ciclo colocada Francisco de Terrazas, fénix solo, Único desde el uno al otro polo.

Terrazas fué probablemente mexicano, pues su padre se quedó esta- l)lecido en México, donde tuvo varios descendientes legítimos é ilegíti- mos. Dorantes menciona algunos; y expresando que escribió en 1604 la obra en que habla do Terrazas, se viene en conocimiento de que éste habia muerto ya en esa fecha. En la foja 491 repite que el poema in- titulado Nuevo Mundo f "era obra no sacada en molde, ni aun á los ojos de nadie,'' presintiendo que el manuscrito correría la suerte de per- derse como tantos otros.''

224 REVISTA NACIONAL

Hasta aqui el Sr. Ramirez. Por nuestra parte agregaremos que co- nocemos tres sonetos de Terrazas y algunos fragmentos de su poema El Níievo Mundo. Los sonetos se hallan en la obra intitulada: "Ensayo de una Biblioteca Española de Libros Raros y Curiosos^' (Madrid, 1863. Tom. 2): esos sonetos pertenecen á una compilación de Flores de va- ri(í8 poesías, hecha en México, 1577. Los fragmentos del poema han sido publicados por el Sr. García Icazbalceta en las "Memorias de la Academia Mexicana correspondiente de la Española'^ (Tom. 2)

De los tres sonetos omitimos uno por ser de argumento impúdico, y en seguida copiamos los otros dos.

Dejad las hebras de oro ensortijado Que el ánima me tienen enlazada,

Y volved á la nieve no pisada Lo blanco de esas rosas matizado.

Dejad las perlas y el coral preciado De que esa boca está tan adornada;

Y al cielo, de quien sois tan envidiada, Volved los soles que le habéis robado.

La gracia y discreción que muestra ha sido Del gran saber del celestial maestro Volvédselo á la angélica natura;

Y todo aquesto así restituido, Veréis que lo que os queda es propio vuestro: Ser áspera, cruel, ingrata y dura.

Á UNA DAMA QUB DESPABILÓ UNA VELA CON LOS DEDOS.

El que es de algún peligro escarmentado Suele tcmelle más que quien lo ignora; Por eso temí el fuego en vos, señora, Cuando de vuestros dedos fué tocado.

Mas ¿vistes qué temor tan excusado Del daño que os hará la vela agora? Sino os ofende el vivo que en mora, ¿Cómo os podrá ofender í\iego pintado?

Prodigio es de mi daño. Dios me guarde. Ver el pábilo en fuego consumido,

Y acudirle al remedio vos tan tarde: Señal de no esperar ser socorrido

£1 mísero que en niego por vos arde, Hasta que esté en ceniza convertido.

LITERATURA MEXICANA. 225

El estilo algo afectado de los sonetos anteriores descubre el gusto de la escuela oriental, sevillana ó de Herrera; pero muy especialmente el primer soneto, donde hay algunos rasgos tomados de las elegías del poe- ta español, como cuando dice: "Quedé sujeto y sin sentido en las

trenzas de oro ensortijado." En otro pasaje compara el color de su que- rida, con "la nieve no tocada," que convirtió Terrazas en "nieve no pi- sada." El escritor mexicano pudo conocer bien las poesías de Herrenii pues en 1582 se había publicado en Sevillla un tomo de ellas, y desde 1580 sus Anotaciones á Oarcüaso, Relativamente al juicio que hace- mos del estilo de Herrera, no creemos necesario presentar pruebas, por ser punto generalmente reconocido, y sin embargo vamos á transcri- bir lo que dice sobre el particular uno de los mejores historiadores de la literatura española, Ticknor: "Herrera dio á sus versos una en- tonación tan grave y estirada, que á veces pasan de ser imitaciones del latín é italiano, y anuncian ya, aunque obscura y confusamente, el gongorismo que después se hizo tan de moda."

Entre los fragmentos del poema de Terrazas se encuentran algunos de estilo sencillo, y otros en que se descubre, como en los sonetos, el gusto de Herrera.

Por lo demás, aquí sumariamente los defectos y las buenas cua- lidades que encontramos en esos fragmentos. Episodios sin enlace con la acción principal, versos mal medidos, consonantes triviales, caldas prosaicas; por otra parte, lenguaje castizo, tono poético, trozos agrada- bles y aun interesantes, y, en el conjunto, un término medio conve- niente entre el prosaísmo y el gongorismo: en el primer defecto incurrió Saavedra Guzmán al escribir el Peregrino IndianOj y en el segundo, Ruiz de León, autor de la Hernandiaf poemas de autores mexicanos con el mismo argumento que el Nuevo Mundo, preferible éste, por lo tanto, á los otros dos. Es, pues, muy de sentirse, que Terrazas no hu- biera concluido su obra y que ni siquiera lo que escribió tengamos completo.

De los fragmentos publicados, el que nos parece de más mérito lite- rario es un tierno ó ingenuo episodio referente al saqueo del pueblo de Naucol, donde residían tranquilamente dos jóvenes amantes, Huit- zel, hijo del rey de Campeche, y Quetzal, hija del rey de Tabasco.

No debemos concluir lo relativo á Francisco de Terrazas sin agre?

gar una noticia tomada del Sr. García Icazbalceta, lugar mencionado.

"Diego Mufioz Camargo en su Hütoria de Tlaxcala, cita un Tratado

B. V.-T. 11-16

226 BEVIBTA NACIONAL.

dd Aire y Tierra escrito por Francüco de Terrazas, en que se conta« ban los inauditos trabajos que Cortés y sus compañeros pasaron en la expedición de las Hibueras. No si se refiere al padre ó al hijo: la pre- sunción está en favor del segundo, por cuanto sabemos que era hom- bre de pluma, lo cual no nos consta del padre, pues no tiene funda- mento la opinión de los que le atribuyen la célebre relación conocida con el nombre de El Conquistador Anónimo y

Arrizóla. Hemos copiado anteriormente unos versos de este poe- ta, dedicados á Francisco Terrazas. Entre los fragmentos del Nuevo Mundo, publicados por el Sr. García Icazbalceta, de que hemos habla- do, hay algunas octavas de Arrázola. Del mismo poeta es el siguiente soneto, inédito, que nos ha facilitado el referido Sr. Garcia Icazbalceta.

SONETO

Hecho al M, R, P. Maestro Fr, Andrés de übilla, que á la sazón era confesor del Virrey D. Luis de Velaaco, que fué por cuya mano se mandó hacer esta Memoria, author Joseph de Arrázola.

«

Con cinco panes Dios la muchedumbre Hartó en el monte suficientemente,

Y el Santo Apóstol que tendió la gente Desde los llanos hasta la alta cumbre.

Sacro Maestro, vos que sois la lumbre -Que alumbra el paso al Príncipe excelente, Felipe sois, mediando sabiamente

Y antorcha ha de ser que nos alumbre. Si el pan es poco, el dulce padre caro

De mi dichosa patria condolido,* Ponga el intento en Dios por imitalle. Y siendo el celo tal cual vemos claro, BI Pan por su largueza repartido Harto el hambriento, pan ha de sobralle.

Sacado de un ^'Memorial de Hijos de Conquistadores de Nueva Es- pafia que vivían el aflo de 1590, en el primer gobierno de D. Luis de Velasco, hecho por Luis de Tovar Godínez, secretario de la goberna- ción de este reino. Aflo de 1622."

Salvador Cuenca. Poeta del siglo XVI, mexicano ó residente en México. Entre los fragmentos del Nuevo Mundo, poema de que ya te- nemos conocimiento, se encuentra la siguiente octava de Cuenca.

LITERATURA MEXICANA. 227

Altísimo saber, sumo, sagrado. Cuan grandes son tus trazas y rodeos, Que llevas al siguro apostolado De aquel incierto cambio á San Mateo,

Y al tartamudo sacas del ganado

Para lengua y caudillo al pueblo hebreo,

Y de Cuba, ieleta pobre y chica, Quien tu supremo reino multiplica.

Poetas Satíricos del siglo xvi. Lo que el Sr. García Icazbalceta ha publicado de Terrazas, Arrázola y Cuenca está tomado de una Be- lación manuscrita que posee, escrita por Baltasar Dorantes. Aquel se- ñor ha publicado también, sacados de la misma i^e^oci^M, tres sonetos de poetas desconocidos, los cuales sonetos creemos conveniente repro- ducir aquí porque son de autores mexicanos ó residentes en México; porque pertenecen á un mismo género de poesía, el satírico; y porque se refieren á vicios locales, propios de la Nueva España.

Minas sin plata, sin verdad mineros. Mercaderes por ella cudiciosos, Caballeros do serlo deseosos. Con mucha presunción bodegoneros:

Mujeres que se venden por dineros Dejando á los mejores más quejosos; Calles, casas, caballos muy hermosos. Muchos amigos, pocos verdaderos:

Negros que no obedecen sus señores, Señores que no mandan en su casa, .Jugando sus mujeres noche y día:

Colgados del virey mil pretensores, Tiánguez, almoneda, behetría, Aquesto, en suma en esta ciudad pasa.

Kiños soldados, mozos capitanes. Sargentos que en su vida han visto guerra, Generales en cosas de la tierra, Almirantes con damas muy galanes:

Alféreces de bravos ademanes, Kueva milicia que la antigua encierra, Hablar extraño, parecer que atierra ' Turcos rapados, crespos alemanes.

280 REVISTA NACIONAL.

del Lie. Diego García de Palacios, oidor de Guatemala y México, dada á luz con esta obra en México, año de 1583) en 4", que le sirve de ar- gumento. La tercera parte se subdivide en otras tres. En la primera se observan varios metros bucólicos al Nacimiento y Encamación del Hijo de Dios. En la segunda, diferentes asuntos de devoción y peni- tencia, con las tres lecciones del Ofício de Difuntos que canta la Igle- sia. En la tercera, obras líricas á varios santos, en Sonetos, Canciones^ Estancias, Cantos, Salmos de loores, y una versión del primer trena del Profeta Jeremías. La cuarta parte de la obra contiene cinco Cartas en prosa.'' A lo dicho conviene agregar que la Silva de Poesía fué puesta en limpio y arreglada para la prensa en México.

Las cartas en prosa á que se refiere la obra descrita, son de mérito literario generalmente reconocido, y se han publicado en Madrid, 1866, por la Sociedad de bibliófílos españoles, con una biografía de Salazar por D. Pascual Gayangos. De esas cartas, una relativa á los Cataribe- ras ó pretendientes de empleos, se había impreso en el Semanario eru- dito, y más adelante lo fué en El Criticón; pero en el Semanario trun- ca, reformada y atribuida erróneamente á D. Diego de Mendoza, punto que puso en claro Alvarez Baena en la obra citada Hijos de Madrid^ asi como después D. Bartolomé José Gallardo en el referido periódico JK Criticón, En La mar descrita por loe mareados, de Fernández Du- ro, se ha reimpreso la Carta de Salazar que lleva el siguiente título: "Carta escrita al Lie. Miranda de Ron, particular amigo del autor, en que se pinta un navio, y la vida y ejercicios de los oficiales y marine- ros de él, y cómo lo pasan los que hacen viajes por la mar.'' Respecto á las otras tres obras de Salazar, que hemos mencionado, únicamente observaremos que sólo la primera se escribió fuera de México.

Considerando á nuestro D. Eugenio como escritor en verso comenza- remos por decir que Alvarez Baena le califica de excelente poeta, y Ga- llardo como autor de poesías cultísimas. Por nuestra parte, no podemos juzgar, en su conjunto, las composiciones poéticas del escritor que nos ocupa, porque sólo conocemos algunas publicadas por Baena y tres por Gallardo, en las obras citadas anteriormente. Tenemos, pues, que re- ducirnos á dar nuestra opinión sobre esas poesías.

Las composiciones poéticas de Salazar, publicadas por Baena, son tres trozos de églogas y dos sonetos, uno del género bucólico y otro en estilo cortesano, y las que dio á luz Gallardo son: "Epístola al insigne Hernando de Herrera, en que se refiere el estado de la ilustre ciudad

LITERATURA MEXICANA. 229

de Guatemala, empleo que desempeñaba por 1580. Se trasladó á Mé- xico, 1581, y en su Universidad se graduó de Doctor, Agosto de 1591. En 98, á la muerte de Felipe 11, era oidor de la misma ciudad, donde permaneció hasta que Felipe III le llevó á su corte en clase de Conse- jero de Indias, plaza que ocupaba en 1601.

Salazar escribió lo siguiente: Jeroglíficos y letras con que se adornó en Guatemala (1580) el túmulo de Doña Ana de Austria. Emblemaá y poesías para las honras de Felipe II, en México. Octavas reales re- comendando la obra Diálogoa Militares por García del Palacio (Méxi- co, 1583) al frente de la misma obra. Un gran volumen en verso y prosa con el título de Silva de Poesía, Un poema intitulado Navega^ ei6n del alma por el discurso de las edades del hombre. Tratado de los negocios incidentes en las Audiencias de Indias.

La última obra ha sido mencionada por León Pinelo. Salazar la lla- ma en otro de sus escritos Puntos de Derecho: es un manuscrito en folio, latín y castellano.

El poema Navegaeián del Almu existe inédito en la Biblioteca Na- cional de Madrid, según Fernández Duro, en su obra La Mar descrita por los mareados, Tom. 2, pág. 260. Salazar explica que el navegante es el alma; navio el cuerpo del hombre; piloto^ la mente ó entendi- miento; timón, la prudencia; calafate, la prevención; maestre, el libre . albedrío; condestable, el aborrecimiento del pecado, y así va compa- rando y explicando todas las partes del navio. Lope de Vega escribió una comedia sagrada con el título de Viaje del Alma, la cual no tiene analogía con el poema Navegación del Alma de nuestro Salazar.

El volumen SUva de Poesía se encuentra manuscrito en la bibliote- ca de la Academia de la Historia de Madrid, y de él hallamos la si- guiente descripción en la obra intitulada Hijos de Madrid, por Alvarez Baena: "Está dividida en cuatro partes: La primera se subdivide en dos: La primera de éstas, son obras bucólicas, compuesta de Sonetos, Églo- gas, Canciones y Mandriales ó Madrigales; y la segunda de Canciones, Epístolas en tercetos, y Coplas, Sestinas y Sonetos. La segunda parte de toda la obra contiene, á diferentes asuntos y personas, Églogas, Can- tos, Canciones, Epístolas, Sonetos, una Elegía, una Sátira, Jeroglíficos y Canciones en metro castellano é italiano, entre las cuales poesías se comprende un Canto que hizo en loor de la traducción de los libros de JRc müitari, del Secretario Diego Gracián, que se imprimió con ella en Barcelona afio de 1567, y otro en alabanza de los Diálogos mHUarei^

232 REVISTA NACIONAL.

Y en el divino altar los presentando:

Aquí, do la lealtad y la excelencia El gran Cortés mostró de su persona, Su fe supliendo de su Bey la ausencia;

Juntando un orbe nuevo ú la corona Beal de España, de caudal inmenso; Hecho quo mar y tierra le pregona:

Aquí, que como en la gentil floresta La linda primavera da mil flores. De beldad llenas, con su mano presta;

Van descubriéndose otras muy mejores, lie artes y de ciencias levantadas. Que ilustren estos nuevos moradores

Las poesías de Eugenio Salazar dan lugar á las siguientes observa- ciones.

Nuestro poeta imitó á otros, especialmente españoles é italianos. aqui un ejemplo. Garcilaso dice:

Por el silencio de la selva umbrosa. Por la esquividad y apartamiento Del solitario monte me agradaba: Por la verde yerba, el fresco viento. El blanco lirio y colorada rosa: Y dulce primavera deseaba: ¡Ay cuánto me engañaba!

Salazar dice:

Por me desagrada la ribera, El más florido valle, y verde llano. El abrigado monte, y la frescura De la alta sierra, y el suave viento. Por no me da gusto de las flores El varío olor en fresca primavera; Ni aplace á zzús oídos el ruido De la alta baya, ni del verda fresno Del Euro mansamente sacudido; Ni de las aguas claras el murmullo. Por sabor no hallo en la cuajada, Ni en fresca leche, ni sabrosa nata; La dulce miel como la hiél me amarga.

LITERATURA MEXICANA. 233

La tendencia á la imitación se nota en los poetas mexicanos, ó resi- dentes en México, desde que se hizo la conquista hasta nuestros días, según veremos en el curso de esta obra.

A Salazar, lo mismo que á Terrazas y á otros poetas de la Nueva España, durante toda la época del gobierno español, les fué muy fami- liar el uso del italiano, y no sólo como traductores, sino como escrito- res originales en ese idioma.

En las poesías de Salazar se encuentran rasgos descriptivos agrada- bles, y versos eróticos que no carecen de sentimiento. Uno y otro gé- nero fueron poco cultivados en la Nueva España, donde los asuntos que dominaron fueron el religioso y los que pueden llamarse de ciV- cujistandaSy como cuando nacía un príncipe ó moría un rey, cuando se canonizaba un santo, se estrenaba una iglesia, etc. Ya hemos indi- cado algo de esto, y lo veremos confirmado más adelante.

Lo que el escritor que nos ocupa dice respecto á nuestro país en su Imputóla á Herrera^ es un nuevo testimonio del adelantamiento que en el siglo XVI alcanzó México en ciencias y letras. (Véase nota 1* al fin del capítulo).

Dr. Dionisio de Ribera Florez, del cual dice Beristain lo siguien- te: ''N'atural de la antigua España, alumno de la Universidad de Sala- manc^i, presbítero, doctor en cánones. Pasó á México el año 1560, y por espacio de 45 mereció mucho aplauso en el ejercicio del pulpito. Era cura de la catedral de México cuando el Sr. Arzobispo Moya le nombró promotor fiscal del Concilio tercero Mexicano, cuyo oficio des- empeñó con acierto y alabanza. Fué consultor de la Inquisición, y mu- rió canónigo de la metropolitana. Escribió: "Aparato con que el tribunal de la Inquisición de México celebró las exequias del Rey D. Felipe II. Imp. en México, 1600."

D. Jerónimo Herrera, en el prólogo que puso á este libro insinúa otros Opúsculos de nuestro D. Dionisio.

El verdadero título del libro de Ribera, citado por Beristain, es el siguiente: "Relación historiada de las exequias funerales de la Majestad del Rey D. Felipe II Nuestro Señor, hechas por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de esta Nueva España y sus provincias, y estas Filipinas: asistiendo sólo el licenciado D. Alonso de Peralta, Inquisi- dor Apostólico, y dirigida á su persona por el Dr. Dionisio de Ribera Florez, Canónigo de la Metropolitana de esta ciudad, y consultor del Santo Oficio de Inquisición de México, donde trata de las virtudes es-

23i REVISTA NACIONAL.

clarecidas de su Majestad (sic) y tránsito felicisimo: declarando las fi- guras, letras, jeroglíficos, empresas y divisas, que en el túmulo se pu- sieron, como persona que lo adornó y compuso, con la invención y traza del aparato suntuoso con que se vistió desde su planta hasta su fenecimiento. (En México, en casa de Pedro Balli. Año de 1600.)"

Las exequias de Felipe II, á que se refíere la relación de Ribera, se verificaron en la Iglesia de Santo Domingo de México el 1" de Abril a£ío 1599. En esa relación se encuentran varias poesías latinas y cas- tellanas, algunas de Ribera, y otras de diversas personas residentes en la capital de Nueva España: todas esas composiciones carecen de mé- rito literario y, por lo tanto, no nos detenemos en examinarías.

Diego Megía. Natural de Sevilla y estudiante de su Universidad. De Sevilla pasó al Perú y de aquí á Nueva España en 1 596. Caminan- do por tierra de Sonsonate á México, y con el objeto de divertir los ocios del camino, tradujo en verso castellano algunas Heroidas de Ovi- dio, las cuales acabó de traducir en México, así como la invectiva In Ibin que, con otras poesías y el siguiente título, publicó en Sevilla (1608): "Primera parte del Parnaso Antartico de Obras amatorias, y las 21 Epístolas de Ovidio y el Li Ibin en tercetos." En la edición de Sevilla se incluyó una carta poética escrita por una señora á Megía, la cual contiene noticias de varios poetas de la América del Sur. Esta carta se suprimió en la edición de Fernández. (Colección Tom. 19). Sólo la traducción de las Heroidas se ha incluido últimamente en la obra intitulada Biblioteca Clásica^ Tom. 76. (Madrid, 1884.)

Megía, en la introducción de su obra, explica el plan de ella, mani- festando en sustancia lo siguiente: Que hizo la traducción en tercetos por parecerle que esas rimas correspondían con el verso elegiaco lati- no; que limó su traducción lo mejor que pudo, adornándola con argu- mentos en prosa y algunas moralidades; que siguió en la interpretación de los conceptos más difíciles á diversos comentadores, como Huber- tino, Ascensio, etc.; que en algunas cosas imitó á Remigio Florentino, traductor de Ovidio al italiano; que añadió algunos conceptos y sen- tencias suyas para aclarar más las del poeta latino y rematar con dul- zura algunos tercetos; que aunque se tomó algunas licencias, de suerte que puede ser mejor llamado imitador que traductor, siempre procuró conformarse al texto latino; que quitó todo lo que en algún modo podía ofender los oídos castos, dejando de traducir algunos versos poco ho- nestos.

LITERATURA MEXICANA. 285

Por otra parte, Megía se disculpa de lo imperfecto de su traducción, en virtud de haberla hecho para entretenimiento de tiempo y recrea- ción de espíritu y no con presunción de ingenio, asi como porque era hombre dedicado á asuntos pecuniarios, ocupado en ganar la vida, tra- tando con negociantes y no con hombres de letras.

Si bien Megía creyó que los tercetos eran lo más á propósito para traducir el verso elegiaco latino, Villegas fué de opinión contraria cuan- do pensó en traducir á Dante. De todas maneras, la traducción del poe- ta que nos ocupa nos parece digna de elogio por su lenguaje correcto y estilo elegante, aunque contiene versos poco Huidos y aun ásperos.

Al hablar de Ochoa, veremos que este poeta mexicano tradujo tam- bién las Heroidas de Ovidio: en nuestro concepto, la traducción de Ochoa es superior á la de Megía. Véase el cap. XI de la presente obra.

Illmo. Dr. Bernardo de Balbuena. Es tanto lo que se ha escrito acerca de este poeta y de sus obras, que nada nuevo podemos decir nos- otros, y, por lo tanto, nos reduciremos á manifestsr las razones por que le mencionamos en el presente capítulo.'

Balbuena nació en Valdepeñas de Espafia, 1568, y murió en Puerto Rico, 1627. Empero, Balbuena pasó á México desde su más tierna in- fancia, allí hizo sus estudios literarios, se graduó de bachiller en teo- logía, obtuvo premio en algunos certámenes poéticos, y escribió sus co- nocidas obras en verso, no sólo la intitulada Grandeza Mexicana^ sino también El Siglo de Oro y El Bernardo, según explica Beristain en su Biblioteca. Creemos [conducente al objeto de nuestra obra, copiar las siguientes palabras de aquel bibliógrafo, cuando trata de El Bernardo: " Y el autor del Semunario Patriótico, después de una moderada crí- tica de este poema dice : '' De cualquier modo, y á pesar de sus defec- tos, esta obra es la mejor de cuantas tenemos de su clase en castellano : digna de los curiosos de nuestras cosas, y necesaria á cuantos se dedi- can á cultivar la lengua y la poesía españolas '' Lo que yo no he podi- do entender muy bien es que dicho periodista diga " que la parte más sobresaliente del Bernardo es la del lenguaje, versifícación y estilo en que no consiente comparación con ninguno de los otros poemas caste- llanos :" y que después añada, " que tiene muchos modos de decir trivia- les y bajos, que desdicen del tono elegante, que corresponde á la poe- sía. " Y lo más gracioso es que atribuye este defecto á que " Balbuena escribió en México, donde serían (dice) cultas y elegantes las frases que no se hubieran sufrido en Madrid. " Pues y Isl parte más sobreea-

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lienta de este poema, el lenguaje en que no consiente comparación con otro alguno ¿dónde lo aprendió Balbuena? ¿en México ó en Madrid? " Y lo rico y abundante en las descripciones, lo patético y tierno en los afectos : lo fiero y fogoso en los combates : lo inagotable en símiles y alu- siones ? aquella espontánea facilidad y soltura con que camina, sin que la lengua ni el metro, ni la rima le pongan embarazo," ¿lo bebió Bal- buena en el rio Manzanares ó en la laguna de Tenoxtitlán? ¿Por qué pues se nombra á México únicamente cuando se trata de los defectos del Bernardo : y no se hace mención de esta ciudad, cuando se descri- ben los primores del poema? En México; : en México aprendió Bal- buena la poesía, y en México escribió su Bernardo : en México, donde si se usan frases bajas es en los barrios, como en Avapies y el Barqui- llo ; no empero en las aulas de la Universidad, en las academias ni en los colegios donde aprendió las bellas letras, ni entre los literatos co- mo el autor del Semanario Patriótico, de los cuales hay en México un número copiosísimo, como en toda la América española, donde acaso se conserva el idioma castellano del siglo XVI con más pureza que en álgunas"provincias de la Península; y de donde salieron, entre otros muchos sujetos ¡dignos de ocupar el puesto de secretario de la acade- mia de la lengua Española y de ganar el premio de elocuencia caste- llana; y por último donde el gran Balbuena aprendió á decir:

«A llegar con mi pluma á donde quiero Fuera Homero el segundo, yo el primero. »

Bernardo lib. 3.

La composición de Balbuena más interesante para nosotros es la Grandeza Mexicana porque además de haberse escrito en nuestro país é impreso aquí por primera vez, su argumento es nacional, la descrip- ción de la capital de Nueva Espafla. En la Grandeza Mexicana inclu- yó su autor varios escritos en prosa, uno de ellos intitulado '," Compen- dio apologético de la Poesía." Balbuena resume] el argumento de la obra principal en la siguiente octava :

<<Do la famosa México el asiento. Origen y grandeza do edificios ; Caballos, calles, trato, cumplimiento Letras, virtudes, variedad de oficios. EegaloB, ocasiones de contento :

LirERATURA MEXICANA. 287

Frimayera inmortal y sus indicios : Gobierno ilustre, religión y estado: Todo en este discurso está cifrado, »

En lo que Balbuena refiere respecto á México nos parece interesante copiar aquí lo relativo á ciencias y literatura.

Si quiere recreación, si gusto tierno

Be entendimiento, ciencia y letras graves,

Trato divino, don del cielo eterno ; Si en espíritu heroico á las suaves

Musas se aplica y con estilo agudo

De sus tesoros les ganzúa las llaves ; Si desea vivir y no ser mudo,

Tratar con sabios, que es tratar con gentes,

Fuera del campo torpe y pueblo rudo;" Aquí hallará más hombres eminentes

En toda ciencia y todas facultades

Que arenas lleva el Qanje en sus corrientes ; Monstruos en perfección de habilidades

Y en las letras humanas y divinas Eternos rastreadores de verdades.

Fréciense las escuelas Salmantinas,

Las de Alcalá, Lobaina y las de Atenas

De sus letras y ciencias peregrinas ; Fréciense de tener las aulas llenas

De más borlas, que bien será posible,

Mas no en letras mejores ni tan buenas ; Que cuanto llega á ser inteligible,

Cuanto en un entendimiento humano encierra,

Y con su luz se puede hacer visible. Los gallardos ingenios desta tierra]

Lo alcanzan, sutilizan y perciben

En dulce paz; ó en amigable guerra

Fiesta y comedias nuevas cada día. De varios entremeses y primores Gusto, entretenimiento y alegria

No debemos concluir este articulo sin insertar en él lo que Balbue- na dijo respecto á certámenes poéticos en uno de sus apéndices de la Orandeza Mexicana,

*' Fué Delfos un museo y academia de Apolo, donde tenia el más fa- moso oráculo de sus adivinanzas y la conversación ordinaria con las

240 BEVIBTA NACIONAL.

logHico de la poesía^ impresa á principios del siglo XVII, le llama: d discreto Rodrigo Vivero, Escribió :

"Noticias del Nuevo México." M. S. En el archivo de la provin- cia del Santo Evangelio de México. " Elogio fúnebre de la lUma. Sra. Dofia Inés Pacheco de la Cueva, hija del Exmo. Sr. Marqués de Cerral- vo, Virrey de la Nueva España. " Imp. en México por Ruiz, 1631. 4."

Lorenzo de los Ríos Ugarte, fué alguacil mayor de la Inquisición en la capital de Nueva España. El Dr. Balbuena llamó á Ríos Ugarte, El estudioso j en su Compendio apologético de la poesía^ donde asegura que "con heroica y feliz vena, va describiendo Las maravillosas hazañas del Oíd Campeador, " De Ríos Ugarte se conserva un soneto en la ci- tada obra de Balbuena, el cual soneto copió Beristain en su Biblioteca^ artículo referente al mismo Balbuena. Se halla también ese soneto en las Memorias de la Academia Mexicana, t. 3, pág. 95.

Carlos Sámano y^Carlos Arellano, poetas mexicanos de quienes no hay más noticia que la dada por Balbuena, en su Elogio de la poeda, tantas veces citado, calificándolos de acabados ingenios.

Juan Ruíz de Alarcón y Mendoza.' Este célebre dramaturgo se con- sidera más bien como perteneciente á la literatura española que á la nuestra, por haber dado sus frutos en España. Sin embargo, también pertenece á México, porque aquí nació, hizo sus principales estudios, se recibió de licenciado 'en leyes y tuvo sus primeras inspiraciones dramáticas, según opina uno de los mejores biógrafos de nuestro poe- ta, Fernandez Guerra, quien concluye de tratar este asunto con las si- guientes palabras : " Baste por ahora creer, como harto verosímil, que á la patria nativa, y en los años de 1609 á 1611, debió rendir las primi- cias de su numen dramático el autor de La Verdad sospechosa, ^' Por otra parte, Alarcón ha sido tan estudiado en México como en España.

Lo dicho es suficiente respecto al escritor que nos ocupa, porque acer- ca de él y de sus obras se ha escrito todo lo necesario en tratados ge- nerales de literatura y en monografías : la más completa que conocemos es la del citado Fernández Guerra, si bien contiene errores topográfi- cos que fácilmente percibe cualquiera que conozca á México.

Alarcón, por el tiempo en que vivió, pertenece al siglo XVI y al XVII ; pero por su escuela literaria á la buena de la primera época, y no á la degeherada de la segunda.

Don Fernando Alva Pimentel IxiLaxocHrrL, murió en 1649 á los setenta y nueve años de edad, así es que pertenece á los siglos XVI y

LITERATURA MEXICANA. 211

XVII. Nosotros le ponemos entre los poetas del siglo XVI por su es- cuela, por su buen gusto literario, por no haberse contaminado de gon- gorismo, según lo demuestran tres poesías suyas que nos quedan, una de ellas original. Las otras dos son á las que se refíere Boturini en su CWáZof/o cuando dice: "Un manuscrito contiene dos cantares de Net- zahualcóyotl traducidos de la lengua Náhuatl en la castellana, que re- dujo á poesía D. Femando de Alva. " La autenticidad de las poesías de Netzahualcóyotl ha sido negada modernamente por personas de buen criterio, pero siendo punto que no nos toca examinar, sólo hablaremos de las tres composiciones de Ixtlilxochitl. (Véase nota 2* al fin del ca- pítulo. )

La original es una feliz imitación de los romances españoles sobre el cerco de Zamora. Fué publicada en España por Fernández Duro en las Memorias históricas de Zamora, tom. IV, y en nuestro país en la colec- ción de documentos para la historia de México impresa por García To- rres, 1856, tercera serie tom. 1? pág. 292. Comienza el jomancecon estos versos.

A los muros de Zamora herido estÁ el rey Don Sancho que del castigo de Dios no hay seguro rey humano.

Este romance estuvo y aún está casi desconocido, no citándole ni Be- ristain en su copiosa Biblioteca, ni D. Fernando Ramírez en su exce- lente artículo sobre Ixtlilxochitl inserto en el Diccionario de historia publicado en México, (tom. 4"), ni Sosa en sus recientes Biografías de niexícanos distinguidos, (México, 1884).

De las dos poesías atribuidas á Netzahualcóyotl la primera es una oda que comienza asi :

Un rato cantar quiero,

Pues la ocasión y el tiempo se me ofrece,

Ser admitido espero.

Si intento lo merece;

Y comienzo mi canto,

Aunque fuera mejor llamarlo llanto

El objeto de la oda es lamentar la vanidad é instabilidad de las co- sas humanas, asunto que, como de observación común, ha ocupado á

B.K.-T.U-1«

218 SEVISTA NACIONAL

otros muchos poetas antiguos y modernos, por ejemplo Hacine en el ac- to segundo de la Atalia. La oda de Ixtlilxochitl tiene en la forma algo de oriental por lo rico y ñorido de la dicción, aunque sin llegar á todo su lujo de tropos y figuras, y en el fondo, algo de epicureista por algu- na máxima en que se aconseja gozar de lo presente y desechar el te- mor de lo futuro. Esa oda ha sido impresa varias veces en México, Es- tados Unidos y Europa.

La otra composición del poeta que nos ocupa es un buen romance, cuyos primeros versos son estos :

Tiene el florido verano BU casa, corte y alcázar, adornado do riquezas, con bienes en abundancia, con disposición discreta están puestas y grabadas ricas plumas, piedras ricas que al mismo sol se aventajan.

Este romance se halla en la citada colección de García Torres pág 289, y en la Hustración Española año 29 núm. 1.

Al hablar de los historiadores haremos la biografía de Ixtlilxochitl.

***

En la segunda sección del presente capitulo hemos hablado del en- tusiasmo que hubo en Nueva Espafía por la poesía, durante el siglo XVI, lo cual no parece confirmado más adelante, pues son pocos los es- critores en verso, mexicanos ó residentes en México, de quienes hemos dado noticia, y raro de ellos con mérito literario. Conviene, por lo tan- to, explicar en qué consiste esa aparente contradicción.

En primer lugar, lo que abundó en Nueva España, durante el siglo XVI, fueron los aficionados á la poesía ; pero no los verdaderos poetas. En segundo lugar, la mayor parte de las obras que se escribieron en el país y tiempos referidos, quedaron manuscritas ; en tal estado fácilmen- te se perdieron, y con ellas la memoria de sus autores.

El gusto por la poesía que hubo en México, supone muchos aficiona- dos á ella ; pero cualquiera comprende que aficionado á un arte no es sinónimo de maestro. Efectivamente, la mayor parte de los escritores en verso neo -hispanos, de la época que nos ocupa, lo eran de meras

LITERATURA MEXICANA. 213

circunstancias, autores de un soneto al frente de un libro, de una octava para un arco triunfal, ó de un distico para un túmulo, y de esta clase de escritores nadie se ocupa en dar noticias. Por otra parte, los verda- deros poetas en todo tiempo y lugar son escasos ; á rara persona :

Grato el cielo

Otorgara la ardicnto fantasía, El genio creador, digno tan solo Del sacro lauro del divino Apolo.

Mucho menos puede abundar el numen poético en una naciente co- lonia á donde se iba con el objeto de hacer fortuna, ó desempeñar al- gún cargo civil ó eclesiástico, todo lo cual no dejaba mucho tiempo li- bre para hacer versos, cuya formación no producía un solo maravedí, cosa que generalmente ha sucedido en todas partes. Véase lo que so- bre este particular observamos al tratar de Rodríguez Galván. Consi- derado el ejercicio de poeta en México, por el lado de la honra, puede observarse que los poetas fueron apreciados allí y agraciados con pre- mio los que sobresalían, no sólo en el siglo XVI, sino durante todo el tiempo del gobierno colonial. Empero, esa honra estaba reducida á los estrechos límites de un país, y para lucir en campo más vasto, era ne- cesario traspasar los mares como hizo Alarcón y Mendoza.

£1 hecho de que la mayor parte de las obras mexicanas del siglo XVI quedaran manuscritas dio lugar á su fácil destrucción, por las ra- zones que vamos á indicar.

Según observa García Icazbalceta, en su Bibliografía Mexicana del siglo XVI, "el clima de México favorece la polilla y la humedad, con frecuencia se encuentran libros podridos que al tocarlos se deshacen, especialmente en la parte inferior. Se conoce que como las librerías de los conventos solían estar en los pisos bajos, lo mismo que todas las bodegas, llegaba muchas veces el agua á los primeros plúteos de los es- tantes, y permanecía estancada el tiempo suficiente para podrir los li- bros. Pero quizá no hubo causa más eficiente de destrucción que la carestía del papel, llegada al extremo cuando alguna guerra interrum- pía las comunicaciones con España. Entonces se echaba mano de cuan- to había, y los libros viejos contribuían grandemente al consumo del público. Robles en su diario, refiriéndose al año de 1677, dice : '^Este año se ha encarecido el papel de suerte que vale la resma treinta pe- sos, la mano dos pesos y el pliego un real ; el quebrado á peso la ma-

2M REVISTA NACIONAL.

no, el de marca mayor, á real y medio el pliego, el escrito á dos reales y medio la mauo, la resma á seis pesos y dos reales. Se han desbara- tado muchos libros para vender por papel escrito : se han de¡ado de im- primir muchas obras y han estado paradas las imprentas y lo han pa- decido los ofíciales. '' En 1739 " cortó la afílada tijera de la carestía del papel el hilo de las noticias antiguas y modernas, " es decir, que se sus- pendió la publicación de las Gacetas de Sahagún. Por el mismo tiem- po se quejaba el historiador Mota Padilla de que para sacar una copia de su obra había tenido que pagar '^á real y dos reales'' el pliego de papel. Aun sin esa causa, la ignorancia y la codicia continuaron des- truyendo las librerías ó haciendo salir del país lo mejor de ellas. "

Para comprobar la indicación de García Icazbalceta, respecto á des- trucción de libros por la ignorancia y la codicia, vamos á copiar lo que sobre esto dice Beristain en su Biblioteca^ artículo relativo á Fr. José Gabaldá. " Existían los manuscritos de Gabaldá en la biblioteca del con- vento de Guatemala, hasta que la indiscreción de un R. P. comisario hizo sacarlos de los estantes paro acomodar libros impresos, y vender- los, (dice el cronista Vázquez) á los boticarios y pulperos. Lo mismo ha sucedido en casi todas las bibliotecas de esta América ; y en mis días, más sin yo saberlo, en la antigua y famosa del real colegio de San Pa- blo de PP. Agustinos de la capital de México, de donde se extrajeron cuatro ó seis carros de manuscritos y libros impresos para venderlos á los coheteros de orden del Rector Mtro. y Dr. Melero, sin anuencia y con harto dolor del venerable definitorio, que llegó á saberlo muy tarde. "

Es de advertir que la destrucción de obras mexicanas del siglo XVI no paró en las manuscritas, sino que se extendió á muchas ediciones de las impresas, según explica García Icazbalceta en la obra citada an- teriormente.

^%

No entra en el plan de la presente obra hablar de la civilización de los antiguos mexicanos, de influjo nulo en la nuestra; pero si es conve- niente manifestar que con la conquista de Anáhuac por los españoles apareció en el país un género de litenatura mixta que llamaremos in- do-hispana.

Reduciéndonos ahora á tratar de la poesía indo-hispana, diremos que se compuso de dos elementos: generalmente un idioma indígena

LITERATURA MEXICANA. 245

y arte poético europeo; pero algunas veces sólo las ideas, el asunto, pertenecían á la nación conquistadora, mientras que el idioma y el arte métrico eran americanos.

La literatura de México propiamente dicha, desde que se hizo la conquista, es la que consta de arte europeo é idioma castellano, porque éste es el dominante en nuestro país, en todas materias, en lo oficial, lo cientifíco, lo literario y el trato común, mientras que los idiomas in- dígenas se han convertido ó se van convirtiendo en lenguas muertas, con la circunstancia de carecer de literatura, lo que no sucede con otros idiomas muertos, como el sánscrito, el griego y el latín. Esto supues- to, lo que nos queda de la literatura indo-hispana más bien debe con- siderarse como una parte de la lingüística, y en tal concepto no hare- mos aquí otra cosa, respecto de aquella, sino citar, por vía de ejemplo, algunas obras. La persona que desee tener noticia de todas puede ocu- rrir á los bibliógrafos, especialmente al libro intitulado: ProofSheet of a Bihliography of the Languajea of the Norih American Indiana hy James Conatantíne PíUíng, [^ Washington- Ooveríiment Prínting Of- fice,— 1885.] En la Biblioteca Nacional de México existen manuscritas algunas obras de la clase á que nos referimos, entre ellas una colec- ción de "Cantares mexicanos,'' de los cuales algunos han sido tradu- cidos al inglés y publicados por Brinton (Filadelfia, 1887). Dos de los Cantares ha trasladado del inglés al español D. J. M. Vigil, y se hallan en la "Revista Nacional de Ciencias y Letras," tom. I, pág. 361. Según Brinton, esas poesías fueron hechas antes de la conquista, punto que nos parece dudoso y necesita un examen especial. Lo que nosotros tenemos qúc citar es lo siguiente: Cánticos de las Apariciones de la Virgen Marta al indio Juan Dic' gOj por el príncipe tepaneca Don Francisco Plácido, quien los recitó por el año de 1535, cuando se colocó la imagen de Guadalupe en su primera ermita. A este propósito el P. Florencia en su obra "Estrella del Norte" (México 1785), página 375 dice: "que los indios por me- dio de ciertos metros que cantaban en sus bailes conservaban los su- cesos memorables, y que uno de esos cantares compuso D. Francisco Plácido, señor de Atzcapotzalco, y se cantó el mismo día que de las casas del Sr. Zumárraga se llevó á la ermita de Guadalupe la sagrada imagen." Agrega Florencia que ese cántico se lo dio D. Carlos de Si- gúenza y Góngora, quien le halló entre los escritos de D. Domingo Ghimalpain. Es notable que el más antiguo poeta lírico de Nueva Es-

316 REVISTA NACIONAL.

pafía fuera un indio de sangre real, y que dedicase su lira á la deidad indígena, la Virgen de Guadalupe, tan celebrada en todos tiempos por los poetas mexicanos, según observaremos en el curso de la presente obra. Véase por otra parte, lo que indicamos en el Epílogo sobre la noble ascendencia de la poesía española, y véase también la nota 3* al fínal de este capitulo.

Diálogos ó coloquios en lengua mexicana entre la Virgen María y d Arcángel Saii Gabriel^ por el Illmo. D. Fr. Luis Fuensalida. Este religioso fué uno de los doce primeros franciscanos que pasaron de España á México con el objeto de predicar el cristianismo, y sucedió como prelado á Fr. Martín de Valencia. Murió en Puerto Rico el afío 1545. De sus Diálogos, que hemos citado, dice Beristain: "Son un ma- nuscrito muy original y curioso: el Arcángel presenta á la Santísima Virgen varias cartas de los padres del Limbo, en que le ruegan admi- ta la embajada, y su consentimiento para la Encarnación del Verbo Divino."

Varías canciones en verso zapoteco sobre los misterios de la Religión para uso de los neófitos de la Vera^PaZy (manuscrito), por el Ven.Fr. Luis Cáncer. Fué uno de los primeros dominicos que pasaron á Amé- rica, y el que con más ardor defendió la libertad de los indios en la junta do obispos y teólogos verificada en México, 1546. Murió asesi- nado por los bárbaros en la costa de Veracruz, 1549.

Poesías sagradas de la Pasión de Jesiicrísfo y de los hechos de los Apóstoles, en idioma kachiqíiel, por el Illmo. D. Fr. Domingo Vico, do- minico. Esas poesías quedaron manuscritas, y las cita Remesal, entre otras muchas obras de nuestro Vico, quien escribió tanto, que, según el mismo Remesal, "sus libros pueden apostar con los de Santo Tomás de Aquino.'^ El escritor que nos ocupa vino de España á México con el Illmo. Las Gasas, á quien acompañó en todas sus peregrinaciones apos- tólicas por las provincias de Ghiapas y Vera-Paz. Fué prior de los con- ventos de Guatemala, Ghiapas y Gobán. Fundó, entre otros pueblos, el de San Andrés, y sin dejar sus trabajos apostólicos murió septuagena- rio, electo obispo.

El Juicio Finaly auto (manuscrito) en lengua m^xicana^ por Fr. An- drés de Olmos, á quien hemos mencionado anteriormente. Esa pieza se representó en la capilla de Sr. S. José de México., á presencia del Virrey Mendoza y del Obispo Zumárraga. Según Mendieta, el auto Juicio Final "causó grande edificación á todos, indios y españoles, pa-

LITERATURA MEXICANA. 217

ra darse á la virtud y dejar el malvivir, y á muchas mujeres erradas para, movidas de terror y compungidas, convertirse á Dios."

Varim cuntarea aag^radoB para uso de loa indios de Chilapa, (ma- nuscrito), compuesto por el Illmo. D. Fr. Agustín Coruña, del orden de San Agustín. Habiendo pasado Corufía de España á México, aquí aprendió el idioma azteca, y con este conocimiento se dedicó á la con- versión de los indios, extendiendo sus conquistas espirituales por las costas del mar Pacífico, cuyos habitantes civilizó. Entre diversas villas que fundó nuestro religioso, sobresalen Chilapa y Chilpancingo. Más adelante fué catedrático de Teología en la capital de Nueva EspafU, y luego provincial de su orden. En 1562 se le nombró obispo de Popo- yán. Falleció en el pueblo de Tamaña, afío 1590. Corufia escribió ade- más de los Cantares citados: ^'Relación histórica de la conquista espi- ritual de Chilapa y Tlapa." ^'Doctrinal fácil para enseflar á los indios." "Constitución para los Agustinos de Popoyan," (Genova, 1693).

Tres libros de comedias, en mexicano, por Fr. Juan Bautista, los cua- les tenía prontos para la prensa: el primero de la penitencia y sus par- tes; el segundo, de los principales artículos de la fe y parábolas del Evangelio, y el tercero, vidas de Santos. Esta obra se halla citada en el catálogo de las de Fr. Juan Bautista, incluso en el Sermonario del mismo autor. La vio Torquemada, quien asegura ser de mucha erudi- ción y elegancia, [Monarquía Indiana, Lib. XX, cap. 79.] El mismo P. Bautista, Prólogo á su Confesonario en lengua mexicana y castella- na (Tlaltelolco lo99), dice: *Tengo larga experiencia que con las co- medias que de estos y de otros ejemplos he hecho representar las cua- resmas ha sacado Nuestro Sefíor, por su misericordia, gran fruto, lim- piando y renovando conciencias envejecidas en muchos años en ofensa suya, y por esto tengo hecho un libro de ellas en esta lengua mexicana, que mediante el divino favor saldrá presto á luz." Daremos razón de Fr. Juan Bautista al hablar de los predicadores.

En la carta del P. Morales, citada anteriormente, hay unos versos aztecas, los cuales pueden servir como ejemplo de los formados de idioma indígena y metro castellano.

A todo lo dicho relativamente á la poesía mexicana, durante el si- glo XVI, sólo resta añadir que despues]de estudiar en los capítulos si- guientes á González Eslava y Saavedra Guzmán, explicaremos el carao* ter general de dicha poesía, época referida. FRANasco FimafreL.

248 REVIBTA NACIONAL.

1* Por lo expuesto, respecto á Eugenio Salazar, consta que desde el siglo XVI hubo, entre nosotros, quien cultivara la poesía bucólica, y lo mismo ha sucedido posteriormente, segán se ve en el resto de la presente obra. Por lo tanto, nos llama la atención que persona tan ilus- trada como D. Rafael A. de la Peña, Prólogo á [las poesías de Pagaza (México 1887), no mencione más poetas bucólicos mexicanos que á Pa- ga^ y á Montes de Oca. Acaso Pefla debió haber ocupado su Prólogo más bien en hacer una resefía histórica de la poesía bucólico-mexica- na, que en defender una causa difícil, y querer resucitar un sistema antiguo y antiestético, á saber: ''que el género de poesía mencionado es propio de nuestro tiempo, y que la mitología puede usarse conve- nientemente en las composiciones poéticas." Cierto que la poesía bu- cólica, bien desempeñada, es agradable; pero de aquí no se infiere que sus imágenes tranquilas sean propias de una época moralmentc anár- quica y turbulenta, en que tanto se lucha por la diversidad de creen- cias y opiniones. Según manifiesta un buen preceptista de la escuela moderna. Revilla [PrincípioB de literatura], "el género bucólico puede hoy considerarse como muerto y Sobre el uso de la mitología en las obras poéticas, véase el cap, 9 de esta obra, y aquí sólo haremos una observación. Peña cita en favor suyo unos versos de Menéndez Pelayo, quien puede ser refutado con él mismo, pues varias veces reprueba el uso de que se trata, en su Historia de l<is ideas estéticua en España, Re- comendamos el juicio de las poesías de Pagaza, publicado en El Tiem- po, México, Mayo 31 de 1888.

2* De los escritores contemporáneos que han negado la autenticidad de las poesías de Netzahualcóyotl, bastará citar dos, uno mexicano y otro español, García Icazbalceta \_Memorias de la Academia Mexicana] y Menéndez Pelayo [Horacio en Esparta, 1885],

3' A propósito del príncipe-poeta Plácido, haremos una observa- ción á D. José Cuellar, en su artículo Literatura Nacional, Según Cue- Uar, '^en Nueva España el poeta era considerado como un saltimban- qui, ajeno á toda gravedad, incompatible con toda posición social, ente ridículo, despreciado de los nobles y de los ricos.'' Consta en el curso de la presente obra, que si bien México independiente ha producido más número de buenos poetas que México colonial, no es menos cier-

A LIDIA. 249

to que durante el tiempo del gobierno espafíol la poesía fué estimada y protegida en nuestro país, y que entonces hubo aquí multitud de es- critores en verso, americanos y españoles, nobles y plebeyos, ricos y pobres, eclesiásticos y seculares.

A LIDIA.

(IMITACIÓN" 33E HORACIO.)

Me tuo longas'pereunta noctes, Lydia, dormís !

I

En muelle lecho que á soñar convida, de tu palacio en el recinto mudo, mientras al pie de tu ventana gimo,

Lidia, duermes!

Duermes, y el viento que girando azota la dura puerta, por mi mal cerrada, los moribundos, de mi voz se lleva

trémulos ecos!

II

Ya en el silencio de la noche exhale mi voz inútil en amante ruego ; ya con acentos que el dolor inspire

yo te maldiga

Sorda á mi voz y á mi clamor ajena, ni á compasión mis lágrimas te mueven, ni concitar con simulado enojo

logro tus iras!

250 REVISTA NACIONAL.

III

i Goza, que aun ñores para ti la vida tiene, y aromas y dorados frutos ; y el rayo ardiente del placer corona

de oro tu frente!

Púrpura y nieve tus mejillas bailan,

vivida lumbre tu mirada vierte

de ti se escapan, vaporosas ondas

de luz y vida!

IV

Mas ay! el tiempo presuroso vuela,

siempre llevando en agitado curso, de amor, riqueza, juventud y gloria

yertos despojos!

¡ Ay si despiertas del tranquilo sueflo

cuando la flor de tu belleza muera !

nada valdrá que suplicante lleves

dones al ara!

nadie al compás de flaula melodiosa vendrá á turbar tu sueño, ni á decirte : mientras al pie de tu ventana gimo,

Lidia, duermes!

Voyme vagando cual errante sombra que en la ribera desolada gime ; mientras sacude el aquilón violento

la dura puerta !

¡ Quieran los Dioses preservar ¡ oh Lidia I tu frágil nave de huracán sañudo, y tienda rumbo á saludable puerto

rápidas velas!

MlLK.

ABEJA. asi

ABEJA.

[Continúa.'}

CAPITULO XII.

EN EL CUAL SE DESCRIBE EL TESORO DEL REY LOG TAN BIEN CUANTO

ES POSIBLE.

Seis afíos, día con día, habían transcurrido desde que Abeja estuviera entre los Enanos. El rey Loe llamó á su tesorero á palacio, y delante de ella le ordenó que quitase una gran piedra, que parecia estar escul- pida en la muralla ; pero que en realidod no se hallaba sino sobrepues- ta. Pasaron los tres por el hueco que dejó la gruesa piedra, y se en- contraron en una hendedura de la roca, por donde no cabían dos per- sonas de frente. El rey Loe avanzó primero, por este obscuro camino, y Abeja lo siguió agarrada á una punta del manto real. Caminaron mu- cho tiempo. Por intervalos, las paredes de la roca se juntaban de tal modo, que la joven creía estar presa ; sin poder avanzar ni retroceder, pensaba que allí iba á morir. El manto del rey sin cesar desaparecía por el sendero negro y estrecho. Por último, el rey Loe encontró una puerta de bronce, que abrió, y apareció una gran claridad :

Pequeño rey Loe, exclamó Abeja, no sabía hasta ahora, que la luz fuese tan hermosa.

Pero el rey Loe la tomó por la mano, la introdujo en la sala de don- de procedía la luz, y le dijo :

Mirad !

Abeja, deslumbrada, de pronto, nada vio, porque aquella sala inmen- sa, sostenida por altas columnas de mármol, desde el piso hasta el te- cho, era toda de brillante oro.

En el fondo, sobre un estrado formado por piedras preciosas, engas- tadas en oro y plata, y cuyas gradas estaban cubiertas con un tapiz ma* ravillosamente bordado, se elevaba un trono de marfil y oro, con un dosel de trasparentes telas, á los lados del cual dos palmeras, de tres mil años de edad, surgían de dos vasos gigantescos, cincelados en otro

262 REVISTA NACIONAL.

tiempo por el mejor artista de los Enanos. Subió á este trono el rey Loe y colocó á su derecha á la joven, quien permaneció en pie.

—^ Abeja, le dijo, este es tesoro; escoged todo lo que os agrade.

Pendían de las columnas, inmensos escudos de oro que recibían los rayos del sol y los reflejaban en brillantes chispas ; las espadas y las lanzas se cruzaban entre si, brillando una llama en sus extremidades. Las mesas que había alrededor de las murallas estaban cargadas de ca- chorros, vasos, cálices, copones, patenas, cubiletes y vinajeras de oro > de cuernos para beber, de marfil con anillos de plata ; de enormes bo- tellas de cristal de roca ; de platos de oro cincelados, de cofres, de reli- carios en forma de iglesia, de pebeteros, espejos, candelabros ; de lám- paras tan admirables por el trabajo como por la materia, y de incensa- rios en forma de monstruos. Se distinguía sobre una de las mesas, un juego de ajedrez de pedernal.

Escoged, Abeja, repitió el rey Loe.

Pero elevando los ojos arriba de estas riquezas, Abeja vio el cielo azul por la abertura del techo, y como si hubiera comprendido que la luz del cielo, era la única que daba á estas cosas todo su brillo, solamen- te dijo :

Pequeflo rey Loe, desearía volver á la tierra.

Entonces el rey hizo una señal á su tesorero, quien levantando espe- sas cortinas, descubrió un cofre enorme de calados herrajes y armado todo con láminas de fierro. Abierto este cofre, brotaron rayos de mil diversos y encantadores matices. Cada uno de estos rayos brotaba de una piedra preciosa artísticamente tallada. El rey Loe introdujo las ma- nos, y entonces se vio rodar en una confusión luminosa: la amatista violada y la piedra de las vírgenes, la esmeralda de tres especies : una verde oscura, otra llamada mielada, porque tiene el color de la miel ; la tercera de un verde azulado que se llama berilo y que produce bellos sueños; -el topacio oriental, el rubí, tan bello como la sangre délos va- lientes, el safiro de un azul sombrío, que se llama safiro machOf y el sa- firo de un azul pálido, que se nombra safiro hembra; el jacinto ; el ópa- lo, cuyos tintes son más dulces que la aurora ; la agua marina y el gra- nate siriano. Todas estas piedras de la agua más límpida y del más lu- minoso oriente. Y gruesos diamantes, en medio de estos juegos de co- lores, arrojaban deslumbrantes y blancas chispas.

Abeja, escoged, dijo el rey Loe. Pero Abeja movió la cabeza y dijo :

ABEJA. 258

Pequeño rey Loe, á todas estas piedras, prefiero yo uno solo de los rayos de sol, que se quiebran sobre el techo de pizarra del castillo de los Clarides.

Entonces el rey Loe hizo abrir un segundo cofre que no contenía más que perlas. Pero estas perlas eran redondas y puras ; sus cambiantes reflejos tomaban todos los tintes del cielo y del mar, y su brillo era tan dulce, que parecía expresar un pensamiento de amor.

Tomad, dijo el rey Loe.

Pero Abeja le respondió:

Pequeflo rey Loe, esas perlas me recuerdan la mirada de Jorge de Blanchelande; amo estas perlas, pero amo más los ojos de Jorge.

Al oir estas palabras, el rey Loe volteó la cabeza. Sin embargo, abrió un tercer cofre, y mostró á la joven un cristal en el que una gota de agua estaba aprisionada, desde los primeros tiempos del mundo; y cuando se agitaba el cristal se veía moverse la gota de agua. Le mos- tró también pedazos de ámbar amarillo, en los cuales, insectos más brillantes que las pedrerías, estaban presos desde hacia millares de años. Se distinguían sus patas delicadas y sus finas antenas, y se hu- bieran lanzado á volar, si algo poderoso fundiera, como al hielo, su perfumada prisión.

Estas son preciosas curiosidades naturales; os las regalo. Abeja.

Pero Abeja respondió:

Pequeño rey Loe, guardad el ámbar y el cristal, porque no podría darles libertad, ni á la mosca ni á la gota de agua.

El rey Loe la observó algún tiempo y dijo:

Abeja, los mejores tesoros estarán bien colocados en vuestras ma- nos. Vos los poseeréis y no os poseerán. El avaro es presa de su oro; sólo aquellos que menosprecian la riqueza pueden ser ricos sin peli- gro: su alma será siempre más grande que su fortuna.

Habiéndose expresado así, hizo una señal á su tesorero, que presen- tó á la joven, sobre un cojín, una corona de oro.

Recibid esta joya como una prueba de la estimación en que os tenemos, Abeja, dijo el rey Loe. Se os llamai*á en lo de adelante la princesa de los Enanos.

Y él mismo colocó la corona sobre la frente de Abeja.

254 BEVIST^ l^^CIONAL.

CAPITULO XIII.

EN EL QUE EL REY LOC SE DECLARA.

Los Enanos celebraron con alegres fíestas la coronación de su pri- mera princesa. Juegos llenos de inocencia, se sucedieron sin orden en el inmenso anfíteatro; y los pequeños hombres, teniendo una hebra de helécho ó dos hojas de encino, coquetamente atadas á sus capuchones, saltaban de gusto á través de las calles subterráneas. Los regocijos du- raron treinta días. Pie guardó en la embriaguez la apariencia de un mortal inspirado; el virtuoso Tad se aturdió con el entusiasmo públi- co; el tierno Dig permitióse el placer de derramar lágrimas; Rug, en su gozo, pedia de nuevo que Abeja fuera encerrada en una jaula, á fín de que los Enanos no tuvieran el cuidado de perder princesa tan en- cantadora; Bob, montado en su cuervo, llenó el aire de gritos tan ale- gres, que el pájaro negro, participando de la alegría, hacía oir peque- ños y retozones graznidos.

Sólo el rey Loe estaba triste.

Luego, al trigésimo dia, habiendo ofrecido á la princesa y á todo el pueblo de los Enanos un festín magnífico, subió de pié en su sillón, y, estando así su buena figura á la altura del oído de Abeja:

Mi princesa Abeja, le dijo, os voy á hacer una pr^unta, que po- dréis acojer ó rechazar con toda libertad. Abeja de los Clarides, prin- cesa de los Enanos, ¿queréis ser mi mujer?

Y al decir esto, el rey Loe, tierno y grave, tenía la belleza llena de dulzura de un augusto perro de aguas. Abeja le respondió, estirándo- le la barba:

Pequeño rey Loe, quiero ser tu mujer de chanza; pero nunca seré tu mujer de veras. En el momento en que me pedías en matrimonio, me recordastes á Francoeur, que en la tierra me contaba para divertir- me las cosas más extravagantes.

A estas palabras, el rey Loe volvió la cabeza; pero no tan pronto que no permitiera á Abeja ver una lágrima detenida en las pestañas del Enano. Entonces Abeja se afligió de haberlo hecho sufrir.

Pequeño rey Loe, le dijo; te amo como á un pequeño rey Loe co- mo eres tú; y si me haces reir como me hacía Francoeur, no hay mo- tivo para que te molestes, porque Francoeur cantaba bien, y hubiera sido hermoso sin sus cabellos canos y su nariz roja.

BIBLIOOBAFIA. 255

£1 rey Loe le respondió:

Abeja de los Clarides, princesa de los Enanos, os amo con la es- peranza de que algún día me amaréis. Pero no tendría esta esperanza si no os amara tanto. No os pido, en cambio de mi amistad, más que seáis sincera conmigo.

Pequeño rey Loe, te lo prometo.

Y bien, Abeja, decidme si amáis á alguno con quien penséis ca- saros.

Pequeño rey Loe, no amo hasta ahora á nadie.

Entonces el rey Loe, sonriéndose y tomando su copa de oro, brindó con Toz retumbante por la princesa de los Enanos, y un rumor inmen- so se levantó de todas las profundidades de la tierra, porque la mesa del festín se extendía de un extremo al otro del imperio de los Enanos*

Anatole Frange.

[Continuará,]

1

BIltLIOGBAFU.

Romancero Colombiano El Sr. General D. Lázaro María Pérez, que ha prestado a su patria Colombia tan grandes servicios con su es- pada como con su pluma, acaba de publicar la segunda edición de la hermosa obra intitulada: Romancero Colombiano.

Fué en el año de 1S83 cuando, para celebrar el centenario de Bolí- var, inició la formación del Romaiicero Colombiano el inspirado poeta D. J. A. Soffia. En treinta y nueve días fué ideado, escrito é impreso el libro; ¡que tantos prodigios obran el amor á los héroes, á la liber- tad y á las letras!

Hízose reducidísima edición en 1883, y el patriota General Pérez al verla agotada se propuso no solamente hacer otra más numerosa, sino también brindar una oportunidad á los poetas colombianos para corre- gir las composiciones escritas con tanta festinación, y dar lugar á las obras de aquellos que no pudieron por diversas causas cantar las glo- rias del ilustre procer.

25« REVISTA NACIONAL.

Cumplidamente ha realizado el Sr. Pérez tan noble propósito, pues la segunda edición del Romancero Colombiano es por todo extremo digna de elc^os.

Cuarenta y nueve poesías, muchas de ellas de grande extensión, es- tán contenidas en las 446 páginas del Romancero. De esas poesías son autores: Rafael Núñez, Teodoro Yalenzuela, Ricardo Carrasquilla, M. M. Madiedo, Carlos Sáenz E., J. M. Quijano Otero, J. M. Pinzón Rico, Roberto Mao-Doual, Lázaro M. Pérez, J. M. Samper, Rafael Venegas N., J. David Guarín, Adolfo Sicard y Pérez, José Joaquín Ortiz, Enri- que Alvarez, Agripina Montes del Valle, Ricardo de Francisco, Rafael Pombo, J. Casas Rojas, Ruperto S. Gómez, Diego Fallón, Próspero Pe- reirá, J. Manuel Marroquín, Rafael Tamayo, Juan I. de Armas, José Caicedo Rojas, Eduardo Gaicano, J. A. Soffia, Jorge Roa, Rafael Pom- bo, Manuel M. Fernández, J. M. Quijano Wallis, Rafael M. Merchan, J. Argáez, Enrique Restrepo G., Alirio Díaz G., M. A. Caro y José Ri- vas Groot.

De intento hemos dado á conocer los nombres que preceden. Entre ellos figuran varios que son muy conocidos y estimados en nuestro país, y todos revelan cuan extendido está en Colombia el amor á las letras.

Tarea fácil pero impropia de una noticia bibliográfíca, sería la de se- ñalar las bellezas que abundan en el Romancero Colombiano, No la acometemos por falta de tiempo, y nos reducimos á recomendar á los amantes de lo bello la adquisición del libro, y á felicitar muy sincera- mente al Sr. General D. Lázaro María Pérez, antiguo amigo nuestro, por haber llevado á feliz término la publicación de un libro que es al propio tiempo que un homenaje al más ilustre de los héroes Colom- bianos, un nuevo titulo de gloria para la literatura hispano-americana.

F. S.

UNA CARTA INÉDITA DEL CCJRA HIDALGO. 267

UNA CAETA INÉDITA DEL CUBA HIDALGO.

"InmediatamJ* 7.* F. reciba este se me vendrá á presentar al lugar donde Iioy liaga aÜo el ExércitOj y de lo contrario mandaré dos compa- fitas q.^ traigan á F. amarrado. Qiiart}gralde Ttgini y %re 4/810 Mig}Hidalgo rúbrioa Generalisimo de América Sor Ourade Jocotülany

£1 original de esta carta lo tuvo un apreciable amigo nuestro, quien sacó traslado y nos lo remitió con la siguiente noticia:

Parece ser auténtica; de Hidalgo sólo son la fírma y la expresión de su dignidad: la letra de la carta es muy semejante á la del amanuense que escribió el documento publicado en facsímile por la Sociedad de Geografía, en el tomo 3?, 2* época de su Boletin.

La carta está escrita en un plieguito de 4*^: ofrece señales de ser muy antigua, estando el papel enteramente amarillo y roto en los dobleces y en el lugar correspondiente á la oblea. El plieguito viene doblado en 3, y la dirección de la carta está escrita, como entonces se acostum- braba, en uno de los 3 dobleces y corriendo los renglones paralelamen- te al lado más corto del rectángulo que forma el doblez. Dice así la di- rección, de letra del mismo amanuense de la carta:

"-4¿ Sor Cura de Jocotitlan, He pedido un Mozo en esta Hac.^ pj q.' no pase F. el sonrrojo de </.* lo traigan los soldados Fa/e."

B. W^T.II-lT

258 fUCVISTA NACIONAL.

CABLYLE.

Figuraos una región fuertemente montañosa, de accesos duros, de grandes paisajes agrios ; poco frondosa, todavía menos florida, ingrata acaso ; nunca trivial. Una Escocia de las tierras altas, amplificada y retocada: tal me figuro á Carlyle.

Si la religión como él mismo dice, es lo principal que existe en el hombre " entendiéndose por religión lo que prácticamente cree cada quien, lo que prácticamente le llega á lo intimo de su ser y tiene por inconcuso, " ocurre desde luego preguntar cuál es la religión de Carly- le. Problema de resolución ardua como el que más. Si por una serie de aproximaciones sucesivas ( que diría un matemático ) fuese posible aquilatar lo que hay de mahometano, de protestante, de católico en el fondo de una de esas conciencias que ampara ante sus respectivos al- tísimos una especie de ex-ergo oficial ¿qué quedaría? Considerad aho- ra el punto respecto de imo de los pensadores más complexos que co- nocemos.

Por de pronto, el Dios de Carlyle es muy diligente, muy imbuido en las cosas de este mundo, muy personal y, como es de suponer, esen- <;ialmente ejecutivo (sin dejar por eso de ser parlamentario). Un buen

1 La Dirección de esta Bevista aproveclm la publicación del estudio del Sr. D. Leopoldo Zamora sobre Carlyle, la últlraa prcKliiottión de nuestro malogrado amigo y que estaba destinada & este pcrlAillco, \mr.\ tributar & su memoria un homenaje: Éntrelos escritores muertos jóvenes, Leopoldo Zamora tiene un lu- gar muy alto. Cuando hace tres ó cuatro afios tratábamos varios amigos de fun- dar un diario de inmensas proporciones en que se retratasen día A día el movi- miento industrial, mercantil é intelectual de México, empresa que & pesar de con- tar con elementos poderosos no pudo realizarse al fin, por unanimidad conferimos la dirección de aquel trabajo colosal & Zamora. Porque teníamos la más absoluta confianza en la fertilidad de su talento, en la solidez sustancial de su instrucción , en su admirable buen sentido, en su aptitud sorprendente para el trabajo. Le- yendo sus producción :>4 en la Libertad y en algunos i>eriódicos que en medio de sus complicadísimas h; endones como ingeniero, encontraba tiempo para re- dactar casi solo, se vt' lo que valían sus doctrinas, muy firmes, muy medita- das, extraordinariamenlc exentas de toda preocupación, nutridas por ideas muy exactas, por observaciones muy justas. Cuando se recojan esas páginas sueltas, se comprenderá hnsta qué írnido>ió bien y vio lejos el Joven sabio arrebatado repen- tinamente A la ramilla, A la patria, A la ciencia. Como no habla territorios del I>ensamiento humnno que no pretendiese explorar, A pesar de sus especiales estu- dios económicos ^- matemáticos, era aficionadísimo A la literatura. £1 artículo que publicamos dlrA A nuestros lectores con cuanto acierto y con cuanto buen éxi- to se ocupó en esta forma elevada de la vida Intelectual. La Dirección.

CARLYLE. 260

Dios inglés, hasta aquí. Pero la tendencia de nuestro autor á explicar- se el mecanismo del Universo por virtud de influencias psiquieaSy es ya un aspecto menos británico de su credo : algo de ese panteismo trascen- dente de Juan Pablo Richter (uno de sus favoritos) una especie de yo ansioso al extremo de hacer suyo3 los negocios de su vecino, en esta inmensa casa de huéspedes que llamamos la naturaleza. Se trata, pues, de una máquina que carece de unidad : que no es genuinamente ingle- sa. Desde este punto de vista religioso, diría yo que es de fuerte cons- trucción inglesa la caldera y alemanes los órganos de trasmisión. De- bió trabajar mal, en concepto de los hijos de Albión.

Richter es sobre todo un soñador, mientras que Garlyle, místico y asceta, es también un puritano de los buenos tiempos, dispuesto á en- cauzar la humana corriente á la manera de Gromwel ( el héroe de sus predilecciones ) teniendo al alcance de la diestra una biblia, y sobre esa biblia, la espada. Se revela en él una impetuosidad terca y fría, por de- cir así, y la resolución deliberada, genial, de arrojar pesadamente so- bre la balanza su frase^ sin restricciones, sin vacilaciones en la idea, asi como sin primores fastuosos, ni impertinencias floridas del estilo. Este no es alemán, el alemán clásico de Mme. Staél, sino acaso desde Bismark acá.

Concibiendo un consejo superior de administración de los negocios humanos, el laisser-faire le indigna, el utilitarismo formulado por Bentham es objeto de sus más desdeñosos sarcasmos. A la verdad, sea cual fuere su importancia en la actual evolución, esta manera de ver, <»rresponde á la constitución más fecunda de los pueblos. Suprimida la intuición ó si queréis, la fuerza, que repugna el utilitarismo, los móviles humanos resultan estrechamente limitados, anulados frecuen- temente : la moral que se funde en una mutilación semejante tiene que ser el privilegio de los hombres para quienes no puede existir huma- namente ninguna gran coordenada, ó de aquellos que se resignan á no qué sacrificio de Abelardo de los tiempos, en el sentido de los gran- des hechos. El utilitarismo estrecho es arrollado, tan pronto como por cualquier parte se desborde la humana personalidad, alterándose las leyes de esa especie de equilibro contemporáneo en lo mediocre.

Es honroso para todos, pues, que Carlyle al juzgar á sus héroes ha- ga siempre flotar la religiosidad del móvil humano. Lo demás es una parsimonia de tendero que formula un correcto, vulgar balance de fín de afio, sin necesitar un solo átomo de heroismo. Acaso esa incansa-

200 BEVIBTA NACIONAL.

ble tendencia á ílajelar el individjalismo que hiere el genio inglés, con- servador y práctico, explica la falta de simpatía que respecto de él se nota entre los suyos.

Los agentes del Dios bíblico de Carlyle son los hombres superiores, y de su alto concepto del género humano deriva su moral y su fíloso- fia de la historia. Oigámosla:

"Todo verdadero trabajo es religioso. Admirable divisa la de los an- tiguos monjes : Laborare est orare. Hay algo de divino en cualquier trabajo manual, con tal que sea ingenuo. El trabajo, ancho como el mundo, remata en el cielo. Sudor de la frente, y más arriba sudor de la mente y del corazón, en donde se contienen los cálculos de Kepler, las meditaciones de Newton, todas las epopeyas, todos los heroísmos, todos los martirios, hasta aquella agonía, aquel sudar sangre que los hombres todos han llamado divina! Si esto no fiíese orar, peor enton- ces para la oración por cuanto á que es lo más noble que existe sobre la tierra. ¡ Oh, tú, que te quejas de una vida de dura faena, convierte tus miradas á lo alto, y contempla ahí á tus hermanos los obreros, sobre- viviendo, ellos nada más, en la eternidad de Dios, como una legión sa- grada de inmortales, como una celeste vanguardia del imperio de la humanidad! Aun la débil memoria humana los recuerda como á san- tos, héroes y dioses, y pueblan, ellos nada más, las incomensurables soledades del tiempo. Jamás deja para ellos de ser bondadoso el cielo, aunque severo, semejante á la madre Espartana que al entregar á su hijo el escudo, le dice : " vuelve hijo mío con él, ó sobre de él." Asi vol- verás tú, obrero, á tu remoto hogar, siempre que hayas logrado con- servar tu escudo después de la batalla. no eres un extranjero, sino un ciudadano en los profundos reinos de la muerte. No te quejes, que los verdaderos hijos de Esparta no saben quejarse. El grande hom- bre á quien diviniza aquel trabajo que hace sudar sangre, el hombre providencial, el héroe, ved aquí el arbitro de los destinos del mundo, antítesis del rumiado apotegma: "no hay hombres necesarios", frase cara, entre paréntesis, á toda nulidad desde que habiendo echado á ma- la parte el principio de igualdad no hay quien dude que hubiese sido César, Miguel Ángel ó Hugo, á no haber quedado huérfano desde muy niflo, etc. ; por poco en fin que la fortuna le hubiese sonreído. "

Ese hombre providencial, el héroe, á quien va convirtiendo sucesi- vamente en semi-dios, en dios, la perspectiva cada vez más lejana de los siglos, es Napoleón, Shakespeare, Cromwel, Dante, Mahoma, Odin

CARLYLB. 261

(el Júpiter escandinavo) adviértese en estagalerfa cierto aire de fami- lia que ayuda á revelarnos la personalidad del mismo Carlyle. Todo su odio al mercantilismo, su antipatía hacia la máquina relegaría acaso á un segundo término vago en su gran cuadro heroico á un Adam Smith, un Arktwrighty ó un Stephenson: lo que repugna decididamente son las nulidades pretensiosas, las medianías que logran hacerse volumi« nosas á fuerza de hojarasca, esas elegancias de importación francesa, dice, que convierten á un escritor en un oficial de modas y adornos mu- jeriles (the oíd strait-laced microscopic sect of Belles Lettres men).

Concediendo la parte de exageración que en esto corresponde en ge- neral al genio inglés y en particular á Carlyle, lo cierto es que, cuando á falta de cosas de más meollo, nos da por ensalzar hasta las nubes, sin criterio,la forma, lo trasparente é irreprochablemente 'equilibrado, el genio latino (en lo que tiene de frase de cajón, por supuesto) con otras pequeñas fórmulas empalagosas que sólo revelan, en tesis gene- ral, deficiencia de enérgica é independiente personalidad; paréceme que Carlyle llega á tiempo, y sus golpes de vista repentinos sorprendiendo una faz escondida de las cosas, su frase sin desperdicio, y como troque- lada sobre durísimo metal, la misma lengua inglesa de tan preciosos recursos para el hondo pensar, nos hacen descansar intensamente de lo mediano como uno de nuestros grandes paisajes andinos de los parterres muy recortados, muy finamente enarenados y muy correctos. Se ha abu- sado de las águilas como símil, y ¿de qué no?, pero hay que contemplar un águila cortando majestuosa el vacío azulado de una gran cañada, en cuyo fondo rebulle el torrente, mientras se nutre arriba, calladamente la tormenta, para sentir el contraste que ofrece un ciudadano cualquie- ra, buen padre de familia acaso, que atraviesa azorado la calle de ado- quines en día de lluvia, moviéndose según ángulos bruscos bajo un paraguas desvencijado.

Insisto sobre esa actitud siempre bélica de Carlyle frente á lo media- no, porque es uno de sus rasgos más característicos que " no hay gran- de hombre para su ayuda de cámara, exclama ; pues peor para el ayu- da de cámara del grande hombre ; quiere decir que el tal tiene alma de lacayo, '' Cuando por haber rebajado el concepto del grande hombre, como se acortaría el traje de un gigante á fín de que pudiese servir á todo el mundo, resulta que todo el mundo se cree grande, no me dis- gusta, por ruda que sea, esta manera de decir de Carlyle: ella nos re- cuerda que el módulo del grande hombre es una cosa y el de Don cual-

282 REVISTA NACIONAL.

quiera, otra. Las democracias dando á todos acceso en todas partes ( co- sa de que debemos regocijamos) imprimiendo su espíritu por do quie- ra, en las modas del día, merced á las cuales viste lo mismo el agente de inhumaciones que el hijo del finado, tiende á suprimir ó, mejor, ha- ce fácil y aun cómoda la supresión del grande hombre, sustituyendo á este una cosa en mi concepto más grande, bien que anónima: el cuer- po social. Entonces ha podido dar á luz, procedentes, se ignora de don- de, á un numeroso cuerpo de insignificantes, que son como los factores comunes de levita negra y sombrero de copa, de los grandes apriscos de nulidades.

Por lo demás, los desdenes olímpicos de Carlyle están en su lugar: son el aire de familia de los grandes críticos que en todos los tiempos y países han constituido una serenísima república, desenfadadamente arístocrátioa, Y luego, no queriendo reverenciar á los grandes hombres ¿nos dispensamos de admirar á un saltarín? ¿no admitimos la nece- sidad de un buen portero? Quien es grande hombre y, sobre todo, por qué es grande ; quién y por qué es mediano ó nulo, parece una recordación útil en momentos en que estamos perdiendo, no la cos- tumbre de alabar, sino la noción de lo que merece alabanza. Nosotros, y cuando digo nosotros, quiero decir una época, como en el convencio- nalismo decorativo de los teatros chinos, admitiendo en la escena hu- mana la necesidad de una puerta ó un árbol, colocamos ahí una silla en la cual escribimos : esta es puerta, ó árbol ; de la misma manera, tan luego como necesitamos una eminencia dada, salimos bruscamen- te á la calle y al primer individuo que se nos presenta le decimos : eh! buen hombre, vd. va por ahora á servirnos de esto : Demóstenes, Bur- ke, Mirabeau, ó de esto otro : Platón, Descartes, Kant, etc., etc.

Ya se comprende cuál debe ser el concepto de Carlyle sobre la liber- tad humana, desde el punto de vista social : exprésala con su acostum- brada resolución y perentoriedad de estilo:

"Dícenme que la libertad es cosa divina; mas no encuentro yo tan divina la libertad de morirse de hambre.

¡La libertad! La verdadera libertad de un hombre consiste en en- contrar de grado ó por fuerza su camino legítimo, conveniente, y en se- guida en aprender, ó en obligarle á que aprenda de qué trabajo es actualmente capaz, y poner entonces manos á la obra, ya sea por vía de permiso, persuasión ó á fuerza. Tal es, verdadera y bendita liber- tad, su máximo bienestar: si esto no es la libertad, Tale un comino.

CABLYLE. 263

Vosotros los que tenéis juicio, no permitiréis que un loco se arroje á un precipicio, sino que atentaréis contra su libertad apartándolo del precipicio, aunque sea apelando á la camisa de fuerza. Ahora bien, cualquier necio, cualquier ignorante, cualquier tímido, es más ó me- nos un loco. ¡Oh! que eres mi Sénior, mi Eider, señor, sacerdote, jefe, conquístame, mándame, puesto que sabes mejor que yo lo que es bueno y justo. Si mi peregrinación en la tierra termina en un si- niestro, en mortal caída, ¿qué me importa que los periodistas me lla- men hombre libre? Llámenme esclavo, cobarde, tonto ó empleen cual- quier otro dulce califícativo, con tal que yo sea salvado"

La libertad de Carlyle es algo superior á la libertad democrática científica. La libertad democrática científíca es una fatalidad, y los fe- nómenos en lo humano se anegan en el cosmos. Para concebirlo co- mo algo extrahumano, hay que seguir la dramaturgia de Carlyle.

El elegido, el jefe, de aspecto terrible, benéfico siempre en el fondo, brota del cerebro de Carlyle, de una pieza, como tallado en roca pri- mitiva por ciclópeo cincel: es más ó menos un Guillermo el Conquis- tador, uno de esos cirujanos de cabecera de las niidanes (home sur- geons), que como aquel, no obstante sus tremebundas hazañas en el Yorkshire, en el Norte reducido á cenizas, y á causa de eso, pudo lograr "que un niño pudiese atravesar la Inglaterra de extremo á extremo con una bolsa de oro." Dios, luego el jefe, semidiós, héroe, regulador, pon- tífice, un cuerpo altamente dotado que ejecuta, una aristocracia delito, aquí el gobierno de Carlyle.

"Aristocracia y sacerdocio, una clase que gobierna y otra que enseña: separadas en ocasiones, procurando armonizar, á veces unidas. Un rey pontíGce: no existió ni existirá jamás sociedad alguna sin estos dos ele- mentos vitales. Ellos residen en lo íntimo de la naturaleza humana: virtual ó actualmente, encontraréis esos dos poderes en ejercicio aun en el más remoto villorio del más republicano país del mundo. £1 hom- bre necesita obedecer á un superior: es un ser sociable en virtud de esta necesidad; y obedece á aquellos á quien estima mejores que él, más valerosos, más sabios; los obedecerá siempre, y aun constituye pa- ra él un deleite esta obediencia."

¿Cuál es la contrapartida de este sistema? Roberto Bums lo ha di-

284 REVISTA NACIONAL.

cho: todas las cartas, constituciones, luchas intestinas, se reducen á esto: encontrar una docena de hombres capaces de gobernar un país, aquí el quid (Here is the rub, que dijo Hamlet). Así lo entiende Carlyle: ''Una mala aristocracia; los males que acarrea á un país; su progresión acumulada, conducen fatalmente al cataclismo: llégase asi de escalón en escalón á un Guillermo el Conquistador, que arrasando esa aristocracia, acaba con los males que aquejan al país/'

Por momentos se cree adivinar en nuestro escritor no qué tre- menda lucha interior, que se traduce en sus palabras por una recru- descencia de asperezas, á veces brutales, y sin embargo ni aun enton- ces deja de ser profundamente humano, reverencioso ante lo que es de veras grande, fuerte.

Como crítico, se anticipa á la escuela contemporánea, y raya tan alto como cualquiera de los que conocemos, sin exceptuar á Taine, á quien en mi humilde concepto supera en ocasiones, porque la exactitud y la comprobación rigurosa del documento, encarna en él, le compenetra hasta la inspiración, y es entonces intenso y amplio como nadie; el vo- luminoso expediente desaparece dejando en su lugar unas cuantas fra- ses buriladas de inimitable manera. Recorred su galería de héroes (Héroes and Hero worship). Dante es allí el más hermoso, el más Dantesco, si se permite la expresión, de cuantos ha* resucitado el cris- tianismo histórico y literario: es más, por ser la Italia y los italianos en el último siglo de la edad media. Su Oliverio Gromwell es su obra maestra. Su Shakespeare supera con mucho al de Johnson. Su Na- poleón es bajo muchos aspectos el de Taine: no es un tipo religioso, es esencialmente moderno, utilitarista, egoísta y excéptico; gran poeta á veces, que es cuando Carlyle se siente inclinado á admirarle. No sin esfuerzo dejo de copiar aquí algunas páginas de tan interesante y cu- rioso libro.

Nada es más original que su estilo, y es sabido que llegó en Ingla- terra á designarse de un modo especial: carlilismoy máquina formida- ble de guerra, casi siempre en movimiento, amenazadora aun cuando en reposo, como un elemento de paz armada; capaz, no obstante, de contener como molde peregrino los más altos, hondamente humanos y nobles sentimientos, con esto de una matemática precisión, de una nitidez admirable para las cosas profundas: nada artificioso, brutal an- tes que oscuro. Más que de un historiador, de un crítico de arte, su es- tilo es el de un publicista, de un polemista de gran aliento, y no es lo

CARLYLE. 265

menos curioso de Cariyle ver al propio tiempo ese ardor del hom- bre de combate, y el juicio sereno del crítico sagaz, amplio y en cierta manera impersonal.

Humorista penetrante, mejor diré, flajelante á ratos, sin serlo en la genuina acepción de la palabra. Si el humorismo se funda, como dice otro crítico inglés, no en el desprecio sino en el amor; si no es una dislocación, una exageración de las formas de la naturaleza, sino una especie de simpatía profunda, bien que juguetona (playful) con esas formas, el humorista por excelencia no es entonces ni Swift, ni Steme, ni Thackeray, sino Cervantes. Cariyle no tiene ese temperamento, esa facultad excepcional de vivir al propio tiempo que en lo más íntimo de las ansias humanas, en una región serena superior á ellas. Antes bien, se cree adivinar en él no qué tremenda lucha interior que se trasluce en sus palabras por una recrudescencia de asperezas á veces brutales. Ensalzando siempre, eso sí, la humana personalidad, reve- renciando lo que según él es de veras grande, amando la abnegación y el sacrificio, sediento de verdades, fuerte con la creencia de su Dios, dispuesto cada vez á cortar por lo sano, por la mano de algún grande hombre, cada vez que es necesario. A pesar de su cefto y sus aspere- zas no haria mal papel en aquel lugar preferente del paraíso pagano, destinado según Virgilio á los poetas piadosos.

Es, en suma, un escritor de gran talento, de genio á veces, y del cual este mal surcido articulo dará acaso una ligera noción. En su Vida de Sterling, el mismo Cariyle dice: "Un contomo verdadero del hombre más pequeño, de las escenas de su peregrinación en esta vida, es bas- tante á interesar al más eminente. Un retrato humano dibujado con fidelidad es, de todas las obras, la que mejor parece sobre un muro humano.^* La dificultad reside en hacer ese Dibujo fiel, sea quien fue- re el original. Tratándose de Cariyle, para el que esto escribe seme- jante tarea es una absoluta imposibilidad.

Leopoldo Zamora.

REVIsTA SACIOS JLL,

CA5TABES.

Yo soy qijíen iin amparo erizó la TÍda en £ij n:;blada aorora, nlLo doliente con mi alma heñday el lutrj j la miseria sobre la frente y en mi hogar solitarío y agonizante mi madre amante.

Yo soy quien Tagabundo cuentos fingía, y los ecos del pueblo que recogía tomé cantares;

porque era el pueblo humilde toda mi ciencia, y era escudo, en mis luchas con la indigencia, de mis pesares.

La soledad austera y el libre viento le dieron á mi pecho robusto aliento, fiera entereza;

y sáíí tuvo mi lira cantos sentidos, en lo intimo de mi alma sordos gemidos de mi ¡lobrcza.

La nube que volaba con alas de oro, la tórtola amorosa que se quejaba como con lloro;

el murmullo del aura que remedaba las voces expresivas del sentimiento copió mi acento.

CANTARES. 207

Y el bandolón que un barrio locuaz conmueve, y el placer tempestuoso con que la plebe muestra contento;

sus bailes, sus cantares y sus amores, fueron luz y arroyuelos, aves y flores de mi talento.

Cantando, ni yo mismo me sospechaba que en mi la patria hermosa con voz nada,, que en mi brotaba

con sus penas, sus glorias y su alegría, sus montes y sus lagos, su lindo cielo, y su alma que en perfumes se desparcia..

Entonces á la choza del jornalero, al campo tumultuoso del guerrillero llevé mis sones;

y no á regias beldades ni peregrinas, sino á obreras modestas, á alegres chinas di mis canciones.

¡Oh patria idolatrada, yo en tus quebrantos, ensalcé con ternura tus fueros santos, sin arredrarme;

tu tierra era mi carne, tu amor mi vida, hiél acerba en tus duelos fué mi bebida para embriagarme!

Yo tuve himnos triunfales para tus muertos,, mi voz sembró esperanzas en tus desiertos; y complaciente,

á la tropa cansada la consolaba, y oyendo mis leyendas se reanimaba riendo valiente.

208 REVISTA NACIONAL.

Hoy merezco recuerdo de ese pasado de luz y de tinieblas, de llanto y gloria; soy un despojo, un resto casi borrado de la memoria

Pero esta pobre lira que está en mis manos, guarda para mi pueblo sentidos sones; y acentos vengadores y maldiciones á sus tiranos!

Septiembre de 1888.

Guillermo Prieto.

IMPBESGBIPTIBILIDÁD DEL DOMINIO NACIONAL.

La propiedad en nuestro país puede referirse á épocas distintas, cu- yo encadenamiento nos ofrece la filiación lógica de este derecho, que en el espacio de trescientos afios ha sufrido las modifícaciones que en él han introducido los tiempos y sus ideas imperantes.

El hecho cronológico que nos servirá de punto de partida para ini- ciar nuestros razonamientos, será aquel en que destruida la autonomía de las naciones^^americanas, vinieron á implantarse las instituciones advenedizas del pueblo dominador y echar los cimientos de la nueva civilización que preparó paia más tarde la entidad nacional de la mo- derna patria.

La absorción de aquellas soberanías por la acción de las armas, en la soberanía monárquica del pueblo conquistador, se traslucía enton- ces por la idea que debe regir nuestra argumentación en cuanto á la época se refiera, y que consistía en considerar el reino de Espafia como una Herencia real, y todo su contenido como cosa propia del Monar- ca, á quien se atribuía una Regalía sobre las cosas adquiridas en jus- ta guerra.

IMPRESCBIPTIBILIDAD DEL DOMINIO NACIONAL. 260

Por esta razón, sabemos que aunque por derecho de gentes pudie- ron fundarse poblaciones sin licencia de ninguna potestad, esto no obs- tante, no fué permitido, al menos desde el siglo XIII en que se forma- ron las Siete Partidas y el Ordemamiento real^ proceder á la formación de ciudades sin la respectiva Carta-puebla que debía expedir el So- berano.

Vigentes estas disposiciones al consumarse la conquista, gravitaron de una manera directa sobre los países conquistados, pudiendo en con- secuencia decirse, que desde el momento en que Cortés penetró á la ciudad indefensa, cesaron los antiguos derechos públicos y privados, y nacieron los de dominio de la Corona Católica.

En esta situación, á las más urgentes necesidades de organización política siguieron inmediatamente, y con la misma calidad, los relati- vas á creación de la propiedad individual, y cuando apenas Mendoza ha tomado posesión de su encargo, empieza á fundarse la legislación agra- ria colonial; procediendo por un sistema de repartimientos privilegia- dos en favor de los pueblos, de los indígenas, y por fin, de aquellos que contribuyeron á la empresa de la conquista.

Después de estas primeras limitaciones al dominio real, quedaron sin embargo muchos terrenos libres^ que á diferencia de los ya ocupa- dos, se llamaron baldíos, tierras comunes, por la razón de que el rea\ Señor de ellas concedió gratuito y reducido usufructo al común de los vasallos.

De estas tierras también conocidas con el nombre de realengas: se hicieron después mercedaciones sucesivas, que rindiendo al Fisco arbi- trios y rentas considerables, merecieron ser sistemadas especialmente y con tal motivóse expidieron reglamentos alusivos \_ Recopilación de Indias;— art, 5", lib, S''.— título 27, libro 7 'í,— títulos 23 y 24 de Novísima Recopilación de leyes de CastUla'],

Hasta estos momentos, la legislación existente es la que ha propor- cionado casi todos los elementos, para la reglamentación de las nuevas tierras ; pero la altísima importancia que venía ofreciendo de día en día, exigió la formación de otros estatutos que se reunieron á las escasas hasta entonces confeccionadas. I Ley J, título 12, libro A** déla Re- copilación de Indias. Ordenanzas de 9 de Marzoy4:\de Julio de 1536].

Lo que hasta aquí se había establecido no fué suficiente para definir eficazmente las confusiones que había traído consigo la precipitación con que tuvieron que satisfacerse las exigencias de aquel período de

270 BEVI8TA NACIONAL.

formación social, y hubo necesidad de proceder á una reglamentación posterior más formal y complementaria de las primeras.

Aquí encontramos por primera vez, que los poseedores deben hacer mérüo de los títulos en que fundan su posesión, exhibirlos á los encar- gados de las composiciones, y recavar los nuevos títulos que confirmasen su propiedad, restituyéndose al dominio real todo aquello que no fuere poseído legalmente. RecU Cédula delude Noviembre de 1591.

Desde esta focha, tanto los primitivos poseedores, como los que en lo de adelante pidieran y quisieran algo, debían tener sus títulos, y la constancia de la confirmación real de acuerdo con su Concejo, con el fin de hacer más segura la propiedad y evitar las incertidumbres de aquel estado.

Aquellos que cumplidos estos requisitos, justificasen con buenos tí- tulos y recaudos su posesión, debían ser amparados en ella, debiendo disponerse á voluntad del rey de aquellas que no estuviesen en tales condiciones, sin que pheda suscitarse pleito alguno, más que la deela- ción que acerca de ello hicieren los que tuvieren comisión y poder. Dos reales cédulas de 1** de Noviembre de 1591.

Luego, con motivo de haberse presentado la gravísima dificultad de acudir al Rey para solicitar sus confirmaciones, expidióse, con el fin de evitar los dispendiosos gastos que originaban, otra real cédula en la misma fecha, en cuya virtud quedaban los virreyes investidos de aque- llas facultades, por mismos ó por medio de los funcionarios en quie- nes delegase la autorización*

Así las cosas, y con la mira de cortar desde un principio toda cos- tumbre viciosa en la adquisición de tierras, se nos ofrecen otras dispo- siciones, insistiendo de significativo modo, en que se acuda á manifes- tar los títulos y despachos en cuya virtud se posean, con apercibimien- to de ser lanzados y despojados en caso de contravención.

También se manifiesta en otra de sus prevenciones la voluntad de mantener en la propiedad á los poseedores, aun sin haber ocurrido á las confirmaciones de ordenanza, siempre que en los títulos que debían exhibir constase haber cumplido con la obligación antes mencionada, y que si no tienen títulos les bastará la justificación que hicieren de aque- lla larga posesión como título de justa prescripción.

En otro lugar dice que los poseedores de tierras, vendidas ó compues- tas por los subdelegados desde el alio de 1700, no pueden ser moles- tados, etc., confitándoles tenerlas confirmadas por mi real persona ó por

IMPRESCRIFTIBILIDAD DEL DOMINIO NACIONAL. 271

los virreyes, etc., y los que poseyeren sin esa precisa calidad deberán acudir á impetrar la confirmación de ellas ante los comisionados al efecto.

Por último, previniendo los abusos que son consecuencia de situa- ciones mal definidas, resolvióse que se acuda á componer precisamente las excedencias, para que previa medida y avalúo se les despache titulo y confirmación, con apercibimiento de que se adjudicarán los terrenos asi ocupados en una moderada cantidad, á los que las denuncien, ó al real patrimonio para venderlos á otros, si pasado el término de la ley no cumplen sus mandamientos, sin que obste las circunstancias de es- tar labrados, cultivados ó fabricados. \^Instrucción de ^0 de Octubre de 1754].

Para completar esta enumaración citaremos el art, SI de la Orde- nanza de Intendentes, que concede cierta jurisdicción judicial á los In- tendentes. La Real cidula de 23 de Marzo de 1798, que corrige algu- nas disposiciones anteriores limitando las confirmaciones á los nego- cios importantes, y suprimiéndolas para las menudas, enterando cierto servicio en las contadurías respectivas.

Desde entonces, basta la emancipación del país, se publicaron otras disposiciones de menos interés, y para ilustración, recordamos la ley de 4 cíe Enero de 1813, reduciendo los baldíos y otros terrenos públi- cos á dominio particular, concediendo suertes de dichosbaldíos dios de- fensores de España y á los no propietarios.

Consumada la independencia nacional, la primera ley que se ofrece á nuestra consideración es la de

27 de Marzo de 1821,

permitiendo premiar á los defensores de ta patria con lotes de terrenos nacionales.

11 de Abril de 1823,

expedida por el Congreso, con motivo de la colonización de Texas que se proponía bacer Esteban Austin con el establecimiento de 300 fami- lias. Los decretos de

4 de Junio y 18 de Septiembre de 1823,

que mandaron repartir baldíos á los individuos del ejército inde|)en- diente, el.de

272 REViarrA NACIONAIí.

14 de Octubre de 1823

sobre formación de la provincia del Istmo de Tehuantepec, con los te- rrenos de las jurisdicciones de Acayucan y Tehuantepec; la ley de

1 ^ de Agosto de 1824

que no se colonizaran con extranjeros los terrenos comprendidos den- tro de las veinte leguas limítrofes ó en las diez litorales de la Repúbli- ca sin permiso del Gobierno general, y prohibió que en una sola mano se reunieran como propiedad más de una legua cuadrada de tierra de regadío y seis de abrevadero, que pudiesen pasarse á manos muertas y que pudiesen conservarlas los que residieran fuera del país ; las de 6 de Abrilf SO y 2d de Noviembre de SS^ y 4 de Abril de 1837, que man- daron hacer efectiva la colonización de terrenos que fuesen de propie- dad de la Nación, por medio de ventas, enfíteusis, é hipotecas, para apli- car su valor á la amortización de la deuda nacional ; el decreto de

1? de Junio da 1839

que hipotecó al pago de la deuda extranjera cien millones de acres de baldíos en California, Chihuahua, Nuevo México, Sonora y Texas, El contrato celebrado en

3 de Octubre de 1843

sobre colonización de Tamaulipas que debería establecerse á veinte le- guas de la frontera, y asignó á los colonos la fracción determinada por la ley de 18 de Agosto de 1824. Los decretos de

9 3/ 29 de Diciembre de 1843

sobre pago de créditos causados por la moneda de cobre, con el valor de los terrenos baldíos, aclarándose que la porción de éstos, debía ser igual al importe de la referida deuda.

El de ^ de Junio de 1849

que previno, se impidiese á mexicanos y extranjeros, establecer colo- nias en las fronteras y sobre la línea divisoria señalada por los tratados de Guadalupe, sin permiso del Gobierno general.

IMPRESCRIFTIBILIDAl) DEL DOMINIO NACIONAL. 278

Diversas disposiciones se dictaron en otras épocas y entre otras las siguientes :

14 de Mayo de 1857, 25 de Julio de 1851,

11 de Febrero de 1852,

12 de Marzo de 1853,

previniendo ésta, se pagaran á la familia de I tu rbide $200,000 con tie- rras baldías en Baja California, Sonora ó Sinaloa, por no habérsele en- tregado el millón de pesos con que se mandó premiar sus servicios por los decretos de 12 de Febrero de 1822 y 18 de Abril de 1835. El de- creto de

25 de Agosta de 1853, sobre extinción de colonias militares en la frontera: el de

25 de Noviembre de 1853,

que declaró que los terrenos baldíos nunca habían podido enajenarse por las Legislaturas, Gobiernos y autoridades militares de los Estados, que siendo nulas, debía reivindicarse la enajenación. La disposición de

16 de Febrero de 1854,

que remitió á revisión del Gobierno la disposición del Congreso para promover en Europa la colonización y dio reglas para la conducción y auxilio de los inmigrantes, enagenación de baldíos, etc. El decreto de

11 de Julio de 1864,

sobre revisión de títulos de enajenación de terrenos baldíos, hechos desde 1821 por el Gobierno general ó por las autoridades de los Esta- dos y Departamentos, nulificando las enajenaciones verificadas por és- tos sin conocimiento de aquel y las efectuadas, con el fm de colonizar, sin que éste se hubiere cumplido, sujetó las dichas enajenaciones, á in- demnizaciones para su validez, lo mismo que á las porciones de tierra sin titulo, prohibió á los extranjeros no naturalizados la adquisición de propiedades rurales fueren ó baldíos, situados en una zona de vein- te leguas limítrofes de la República, y declaró que todos los negocios

274 REVISTA XAaOXAL.

relativos á baldíos eran del resorte exclusivo del Ministerio de Fomen- to : y por último otras mochas disposiciones hasta la de

« 22 de Julio de 1863,

dada por el Sr. Juárez en San Luis Potosí, sobre ocupación y enajena- ción de terrenos baldíos, y en

31 de Marzo de 1875 sobre colonización, exploración y deslinde de terrenos nacionales, y en

15 de Diciembre de 1883,

la ley del Congreso de la Unión, promulgada por Don Manuel Gonzá- lez, fijando la regla para el deslinde de baldíos y colonización de ellos, cuyas disposiciones son las vigentes sobre la materia.

El texto solo de las cédulas, instrucciones y leyes hasta aquí consig- nadas basta para demostrar, que independientemente de las modalida- des ocasionales de los diversos tiempos en que se expidieron, hay en todas ellas algo constante y uniforme, cierto carácter esencial, que de un modo siempre invariable, se viene revelando como un fondo de ver- dad científica, y es el hecho de que en todo caso se deja á salvo la so- beranía que la Nación tiene en los terrenos baldíos y que impide la ad- quisición de su propiedad, y si no es por expresa manifestación de quien posee y ejerce su dominio.

Pero como esta verdad, se ha desconocido por los defensores de la prescriptibilidad del dominio público, como resulta de sus doctrinas, vamos á emitir los principios filosóficos que han presidido á las legisla- ciones respectivas, examinándolas con la atención debida para demos- trar la imprescriptibilidad del dominio nacional.

La propiedad consiste en el conjunto de derechos que las leyes reco- nocen en los que encontrándose en las condiciones que ellas estable- cen, pueden ejercitar los actos de dominio que la constituyen.

Este derecho está lejos de consistir en ese poder absoluto ó de liber- tad, que excluye todo límite y por el contrario está restringido, á cier- ta esfera de acción determinada por el derecho de los demás. Este con- junto de limitaciones que el hombre tiene sobre la cosa, objeto de su dominio, se encuentra establecido por la ley con relación á los demás

IMPRESCRIPTIBILIDAD DEL DOMINIO NACIONAL. 275

hombres y con mayor razón cuando se les considera en sus relaciones con el Estado, el cual exige en virtud de sus necesidades conocidas con la denominación de utilidad pública mayores restricciones y aun el sa- crificio del derecho de propiedad, pues le es permitido proceder á la ex- propiación, que no es otra cosa que la privación del objeto material del derecho.

Por estas consideraciones el estado recobra el dominio sobre las mi- nas cuya explotación se abandona, asi como sobre los terrenos vendi- dos por él, cuando dejan de satisfacerse las condiciones de colonización y cultivo, que es aquí lo que constituye el interés público en la enaje- nación.

La expropiación se entiende siempre, mediante las indemnizaciones que la misma ley constitucional establece, y aunque parezca una ofen- sa al derecho de propiedad, no lo es, porque los bienes raices están ligados con un vínculo superior á la soberanía del país en que se en- cuentran ubicados, soberanía que no puede ser nunca objeto de pro- piedad particular.

El territorio nacional, como lo han repetido nuestras constituciones, forma la propiedad pública que por ser de una naturaleza especial se descompone en "dominio útil" y dominio "eminente."

Pero como el mejor medio de realizar el primero es vincularlo al interés particular, procede á hacer un repartimiento proporcional de los terrenos que le pertenecen, mediante ese sistema de divisiones, que consiente el dominio útil quedando siempre ileso el dominio emi- nente que en ningún caso puede ser materia de estas operaciones.

¿Cuáles son los medios con que la Nación puede enajenar su pro- piedad? La historia del derecho nos dice que son: la venta, la dona- ción, ó mercedaciones de tierra, y en fin, todos aquellos en que inter- viene la voluntad de enajenar de una manera positiva.

La tierra conquistada sin más soberano que el que la había adquirido por medio de las armas, fué dividida por éste entre los que le habían ayudado en la empresa, y aquí vemos manifestada la voluntad de ena- jenar; quiso que los naturales participasen de los mismos bienes y aquí volvemos á encontrar la misma voluntad; y esto que al principio no reconocía otro móvil que la gratitud real para con los conquistadores y la necesidad de crear la propiedad particular en los nuevos dominios, tuvo después razones de estudio cuyos intereses exigían de las enaje- naciones un aprovechamiento fiscal, destinado á instituciones de de-

2W REVISTA NACIONAL.

fensa pública, como la creación de la flota de Barlovento, para proteger los intereses coloniales. Real cédula^ 1" de Noviembre de 1591.

La propaganda de la fe católica y el reconocimiento de la domina- ción de la Corona, constituían otros de los grandes fínes de la monar- quía, que acompafüaban á las mercedaciones gratuitas ú onerosas, á más de la conveniencia de que aquellas distribuciones se practicaran en cierta proporción equitativa, propósitos que no se suponen sin actos positivos de gobierno, ni menos encomendados al cuidado individual, siempre dispuesto á eludir todo aquello que limita su provecho parti- cular.

Con este motivo, bien justificado, las reales cédulas que reglamen- taron aquellas disposiciones y las denuncias que en lo sucesivo se hi- cieron, tendían constantemente á generalizar la práctica de acompañar al hecho de la posesión el documento justificativo del derecho, enca- reciendo incesantemente la confirmación de los títulos legítimamente adquiridos.

Consecuente con estos deseos, vemos repetida esa disposición, y con el fin de allanar las dificultades que á tal práctica se opusiesen, se su- primieron primero, las confirmaciones reales, disponiendo que los Vi- rreyes podían hacerlas, los presidentes de audiencia y demás agentes más próximos á los interesados, hasta quedar totalmente suprimidas en los negocios menudos, manteniendo sin embargo las otras solemni- dades que llamando la atención del Soberano, traían consigo la actua- lización de su voluntad.

Verdad que en una ocasión se permitió para la justificación, que á falta de títulos, bastara aquella larga posesión como título de justa prescripción; pero debemos tener en cuenta las siguientes considera- ciones:

Hasta la fecha de la ley encontramos las cosas en este estado: tie- rras concedidas á pueblos, indios y encomenderos, según las primiti- vas reparticiones, y tierras concedidas por los subdelegados á los par- ticulares, según la Cédula de 91.

Para que tales propiedades fueran perfectas, había necesidad de que en ellas concurrieran los requisitos de la última disposición sobre la materia; pero como resultaba que muchos habían desairado las relati- vas á confirmaciones por las dificultades de solicitarlas del Rey mismo, ó por negligencia de las obligaciones, la nueva instrución, en lugar de obrar de una manera absoluta, y colocándose en las circunstancias de la

IMPRESCRIPTIBILIDAD DEL DOMINIO NACIONAL. 277

situación, buscó un paliativo, una especie de transacción entre los de- rechos de los interesados, aún imperfectos, y la necesidad de hacer obedecer los mandamientos de la autoridad.

De aquí resulta:

1" Que esta instrucción tenía en parte un carácter casuista de un efecto transitorio, como un acto de violencia real.

2" Que se refería á indios, es decir á aquellos que eran los verda- deros sefiores de la tierra, que encontrándose frente á frente de insti- tuciones completamente nuevas, debían obsequiar exigencias de un orden ajeno á sus costumbres, para asegurar aquella especie de dere- cho adquirido en virtud de sus decaídas prácticas, que si bien no te- nían autoridad en aquellas circunstancias, fueron sin embargo prote- gidos, como un resto de respeto compasivo á instituciones destruidas por la conquista.

3"? Aquella concesión debía entenderse sin perjuicio de ka confirma- dones ulteriores^ que como un acto positivo debía emanar de la volun- tad real para ser considerados como verdaderos señores de la tierra.

4" Las demasías y excedentes en que entraran ilegalmente los po- seedores, debían ser compuestas^ adjudicándose al real patrimonio en caso contrario, aunque estuviesen labradas, cultivadas ó fabricadas.

Por estas consideraciones, fundadas en los datos positivos de las le- yes anteriores, podemos observar ese fenómeno constante que consiste en la traslación del dominio nacional al del particular, mediante hechos positivos, pudiendo asentar en consecuencia, que nunca se ve lo con- trario, es decir la enagenación por hecho negativo.

Y no podía ser de otro modo: siendo la propiedad pública la rela- ción necesaria entre el Soberano y los objetos en que aquella se realiza, sólo á él compete la facultad de concederla. Esta cesión no se presume, sino que se deduce de las leyes que él dicta. Cuando esto tiene lu- gar, se reúnen las condiciones que quitando á la propiedad nacional la naturaleza especial que la caracteriza, la hace entrar en la categoría de propiedad vulgar.

De otro modo, la voluntad personal prevalecería sobre la voluntad general, atribuyéndose la adquisición de la propiedad en su favor, que despreciando lo que las leyes ordenan, no ha tenido más títulos que la intención de poseer por tal cual tiempo con el fin de adquirirla en me- noscabo de la soberanía nacional. ^

Si reconocemos el derecho de la Nación, y si la enajenación es un

278 REVISTA NACIONAL.

atributo de su soberanía, ¿cómo puede ejercitarse por quien no es sobe- rano? Si el solo lapso de tiempo fuera la única razón para transferir la propiedad, hasta los extranjeros hubiesen podido adquirirla en cual- quier lugar de la República mediante aquel requisito; y sin embargo, es sabido que muchas leyes se opusieron expresamente á ello, porque así lo exigían consideraciones de gran utilidad.

Si las leyes españolas hubiesen querido hacer prescriptibles las tie- rras públicas, no las hubiesen denominado "comunes," es decir, esta- blecidas en benefício de la comunidad, ni menos hubieran declarado, que atendida esta calidad no debían romperse, venderse, empeñarse ni ^ercitarae sobre ellas dominio alguno sin previa licencia del rey.

La prescripción tiene por objeto evitar la incertidumbre de la pro- piedad; iy bien! ¿en dónde se puede presentar tal incertidumbre res- pecto á la Nación? ¿Cuándo ha dejado de pertenecerle? Si se dice que tiene ese objeto, sólo debe entenderse entre particulares, pues como dice Bentham al tratar de la posesión como título de propiedad, "siem- pre será válido contra todo otro hombre que no tenga otro titulo que oponerle!''^

Aquí, es procedente la prescripción, por esa indeterminación, en contra de la cual se estableció este medio; pero la Nación que no ne- cesita de él, tiene otros más expresivos para evitarla, como son los que establecen que sólo aquellos que tengan títulos sean reputados como propietarios, no debiendo considerarse como tales aquellos que no es- ten dentro de estas condiciones; y ¿no es lógico que mientras no se pruebe lo contrario se presuma la propiedad en favor de la Nación, que nunca ha tenido necesidad de títulos para justificarla?

No pudiendo ofrecerse incertidumbre alguna, desaparece la necesi- dad de la precaución, y por consiguiente de la prescripción de los te- rrenos baldíos.

Y no se crea oponer una razón poderosa en la analogía que se in- tentase establecer con los bienes nacionalizados, porque si bien estos pueden adquirirse por el uso, también lo es que esta clase de bienes conservaron, al verifícarse la traslación, su condición adquirida^ esto es, la naturaleza civil que las corporaciones les habían dado, y que no podía quitarles la Nación, porque no podía tener más derechos que los que aquellas les había dado.

La prescripción como se ve, pierde su significación jurídica cuando traspasa el límite de las relaciones privadas. Entre dos personas que

IMPRE8CRIPTIBILIDAD DEL DOMINIO NACIONAL. 279

se encuentran en condiciones idénticas, como los particulares, procede esa disposición, porque ella tiene por sujetos de su acción á persona- lidades semejantes, y por tal razón, acatando los principios de equidad, las leyes que por una parte consideran á un propietario que menos- preciando su derecho abandona la cosa, y por otra, á un poseedor la- borioso que aplica su industria, su trabajo y su constancia en un objeto que sin ser suyo no encuentra, sin embargo, resistencia de aquel á quien pertenece, otorgan su preferencia en favor de este último, que ha evi- tado con su actividad la esterilidad de la cosa por el abandono.

Adviértase que aquí, como en todas las cosas, la adquisición se rea- liza contra un particular, contra aquel desde cuyas manos traía la cosa naturaleza civil, y por consiguiente susceptibilidad de todos los atribu- tos del derecho privado.

Sobre estos dos sujetos hay un interés superior, y este interés su- perior es el bien general que exige se determine en favor de aquel que ha sabido merecer con sus obras esa propiedad, que á mantenerla siem- pre en favor de aquel á quien perteneció desde un principio, sería ha- cer á unos de mejor condición que los otros.

No sucede así con la Nación, porque procediendo de ella todo poder, y en consecuencia todo derecho, los individuos que la componen, sólo gozan de aquellas que la misma les concede, y jamás la Nación ha querido ni puede querer que sobre su interés, que es el colectivo, pre- valezca al interés particular.

Y no vayamos á creer que esto entraña un privilegio, palabra que repugna á nuestras convicciones y principios liberales, porque el pri- vilegio sólo se comprende entre seres de igual condición; ¿pero acaso pueden compararse las proporciones jurídicas del particular con las de la Nación? Evidentemente que no, y en consecuencia á una persona- lidad superior deben corresponder derechos superiores, y no se puede considerar privilegiado aquel que emplea su derecho.

Privilegio seria en efecto negar la prescriptibilidad de aquellas tie- rras que habiendo entrado al dominio del comercio, entran por cual- quier motivo al de la Nación, y nuestras leyes que no admiten ese es- tado de las cosas en ningún poder, lo dispone terminantemente, por temor de que la imprescriptibilidad de la propiedad que está en la con- ciencia pública, se generalizara de una manera irreflexiva á toda clase de bienes nacionales.

Con estas aclaraciones se alcanzará cómodamente el espíritu del ar-

280 REVISTA NACIONAL.

tículo 1184 del Código Civil del Distrito Federal y Territorio de la Ba- ja California, que dice:

"La Unión, el Distrito y la California en sus casos, así corao los Ayuntamientos y todos los establecimientos públicos, se considerarán como particulares para la prescripción de sus bienes, derechos y accio- nes que sean susceptibles de propiedad privada,'''

Esta disposición viene á damos evidentes pruebas de la distinción en que descansa gran parte de nuestra argumentación, pero condes- cendiendo con la pretensión de quererla erigir en doctrina subsidiaria, lo que equivaldría á olvidar que dicho Código es local, ni aun así po- drían aprovecharse nuestros opositores, porque tenemos un cuerpo com- pleto de legislación especial para la materia de que nos ocupamos.

Pero si no nos hiciera pensar así la lógica de nuestra organización federal, el mismo Código en su artículo 806 nos obligaría á separar- nos de sus preceptos, diciéndonos:

"Todo lo relativo á la ocupación y enajenación de terrenos baldíos, se arreglará á lo que disponga la ley orgánica de la fracción XXIV del art. 72 de la Constitución."

Se quiere saber, en fin, por qué se encuentra aquella disposición en en el art. 1184 del Código Civil, pues ya hemos dicho que sólo tiene explicación respecto de aquellas relaciones en que el Estado, el Distri- to, etc., se equiparan á los particulares, aunque reconocemos que para legislar de un modo más conforme con nuestra organización política, debieron los autores del referido Código haberse separado un poco del texto del art. 2227 del Código Civil francés, que fué de donde se trasla- dó literalmente al nuestro.

Pero supongamos prescriptible el dominio nacional, como contra toda razón se intenta, ni aun así procedería en el caso que examina- mos, porque exigiéndose en el espacio en que se consuma el conoci- miento de aquel contra quien corre, mientras ningún acto del Gobier- no revela dicho conocimiento, no tendría verificativo la enajenación, y aunque sabemos que basta que se presuma la referida condición, tam- bién sabemos que respecto á la Nación no es comprensible esa especie de coliciones indirectas muy corriente entre particulares, y manifes- tándose aquella por actos reales y decisivos, vendríamos en última ex- tremidad á caer en una declaración de la soberanía nacional.

Si por cualquiera sutileza de ingenio se ofreciera una situación pare- cida á un conocimiento tácito de aquella voluntad, nosotros diríamos

IMPRESCRIPTIBILIDAD DEL DOMINIO NACIONAL. i 31

que dejaría de existir desde el momento en que á intervalos poco con- siderables desde la dominación espafiola á nuestros días, se han ex- pedido leyes en que se dispone de la propiedad en cuestión^ y que por tal motivo, interrumpiendo constantemente la posesión, faltaría ese uso continuado que se necesita para la prescripción.

Estas ideas no constituyen una novedad, donde quiera las encontra- mos confirmadas, y en prueba de ello nos permitiremos evocar la au- toridad del pasado, remontándonos á Roma, cuna de las legislaciones modernas.

Estamos en pleno período clásico; Roma defendida por sus institu- ciones inflexibles, sólo supone capacidad jurídica á sus ciudadanos, y fulmina contra todo aquello que no esté en el límite de su exclusivis- mo característico, el "adversus hostem externa auctoritas," único prin- cipio de sus relaciones internacionales. Para 16s romanos creó nada más la umcapión; aquel modo civil de adquirir la propiedad que defi- nían así: Usucapió est, axdein dominti adeptio per continuatíonempoS' sessionia amni vet bienniif rerum movilium anni, inmovüium biennii.

Lanzada luego á sus espediciones de conquista, adquirió un número considerable de países agregados á su poderío y dominación, en cali- dad de propiedad del pueblo romano ó del César, y en tal virtud pri- vada de las condiciones del derecho civil.

Pero había necesidad de decretar un impuesto sobre ellas, y para realizarlo era indispensable otorgar garantías á los poseedores, y el Pre- tor, desnaturalizando aquel sistema Tigaroso del jiLequiritiurrif recurre á una ficción y da nacimiento á la quasipropiedad, en cuya virtud se amparaba á aquellos que habían poseído por largo tiempo, {^preaerip- tío long temporis] contra ciialquiera persona que quisiere perturbarles en ella.

Hasta aquí la prescripción se ha mantenido en el carácter que le he- mos asignado, es decir, reglamentaria de relaciones privadas.

Vino Justiniano, y llamó usucapión á la adquisición por el uso de los muebles, y prescripción á la de los inmuebles.

Sin embargo añadió las cosas de nuestro Fisco no pueden ser ad- quiridas por el uso, y aunque Papiniano decía que las que se conocían con el nombre de vacantes estaban comprendidas entre las sujetas á prescripción, debe observarse que esto tenía lugar antes que los denun- ciador hicieran conocer su naturaleza fiscal.

Esta disposición está robustecida por otro pasaje de las institutas, en

282 REVISTA NACIONAL.

que califícando de viciosa la adquisición, considera imprescriptibles las cosas robadas y las cosas del Fisco.

El derecho francés previene lo mismo en sus disposiciones vigentes, ofreciéndonos nuevos elementos de convicción, pues aunque su Código Civil en su art. 2227 habla de prescripción contra el Estado, ya hemos insistido en otra ocasión, al comentar el 1184 del nuestro, cómo debe entenderse; y con el fin de hacer sensible la distinción, recordaremos el art. 8" de la ley de 2 de Marzo de 1832, que dice que los bienes na- cionales son imprescriptibles é inalienables.

El Edicto de

30 de Junio de 1539.

que en términos enérgicos establece la misma prohibición.

El de 1566 y el de

22 de Noviembre de 1790,

que determinan los casos en que puede enajenarse el dominio nacio- nal, en los que, como se puede observar, siempre se requiere disposi- ción expresa.

Todo lo que hasta aquí hemos acreditado es suficiente para asentar, como una consecuencia, que el dominio de que nos ocupamos no está sujeto á las mismas consideraciones qne normalizan las relaciones in- dividuales, y que por lo mismo queda perfectamente demostrada la imprescriptibilidad del dominio nacional.

Demetrio S alazar.

ABEJA. 288

ABEJA.

l^Chntínúa.']

CAPITULO XIV.

DONDE SE DICE c5mO ABEJA VOLVIÓ Á VER Á SU MADRE

y NO PUDO ABRAZARLA.

Abeja, con la frente ceñida por una corona, estaba más pensativa aún y más triste, que cuando sus cabellos se esparcían en libertad so- bre sus espaldas, y que en aquellos días en que iba riendo á la fragua de los Enanos, para estiraries la barba á sus buenos amigos Pie, Tad y Dig, cuyo rostro coloreado por el reflejo de las llamas, tomaba á su llegada cierto aire de alegría. Los buenos Enanos, que no ha mucho la hacían bailar sobre sus rodillas, llamándola su Abeja, se inclinaban sin embargo á su paso y guardaban un silencio respetuoso. Ella echa- ba de menos el no ser ya una ñifla, y sufría con ser la princesa de los Enanos.

No tenía más placer que ver al rey Loe después que lo había hecho llorar por su causa. Pero lo amaba porque era bueno y desgraciado.

Un día (si es que puede decirse que hay días en el imperio de los Enanos), tomó al rey Loe por la mano y lo condujo bajo aquella hen- dedura de la roca, que dejaba atravesar un rayo de sol en el que se agitaba un polvo luminoso.

Pequeño rey Loe, le dijo; yo sufro. Vos sois rey, me amáis, y sin embargo, sufro.

Al escuchar estas palabras de la linda señorita, el rey Loe respondió:

Yo os amo. Abeja de los Clarides, princesa de los Enanos; y es por esto por lo que os guardo en este mundo, á fin de enseñaros nues- tros secretos, que son más grandes y más curiosos que todos los que podríais aprender en la tierra y entre los hombres, porque los hombres son menos hábiles y menos sabios que los Enanos.

Sí, dijo Abeja; pero son mas semejantes ámí que los Enanos, por lo cual los quiero más. Pequefio rey Loe, dejadme volver con mi ma- dre, si no queréis que me muera.

El rey Loe se alejó sin responder.

2M REVISTA NACIONAL.

Abeja, sola y desolada, contemplaba el rayo de aquella luz, que bafia toda la faz de la tierra, y que envuelve con sus ondas resplandecientes o mismo á los hombres opulentos que á los mendigos que van por los caminos. Lentamente aquel rayo palideció y cambió su dorada clari- dad en una luz de un azul pálido. La noche había extendido su man- to sobre la tierra. Cintilaba una estrella á través de la hendedura de la roca.

Entonces, siutió que alguien tocaba con suavidad su espalda, y vio al rey Loe envuelto en un negro manto. Tenía en el brazo otro, con el que cubrió á la joven.

Venid, le dijo:

Y la condujo fuera del subterráneo. Cuando ella volvió á ver los ár- boles agitados por el viento, las nubes que pasaban sobre la luna y to- da la grandeza de la noche fresca y azul; cuando sintió el olor de las hierbas, cuando el aire que había respirado en su infancia entró á rau- dales en su pecho, lanzó un prolongado suspiro y le pareció morir de gozo.

El rey Loe la tomó en sus brazos; pequeño como era, la llevaba con la misma facilidad que á una pluma, y los dos se deslizaban por el sue- lo, como la sombra de dos pájaros.

Abeja, volveréis á ver á vuestra madre. Pero escuchadme. Todas las noches, lo sabéis, envío vuestra imagen á vuestra madre. Todas las noches mira vuestro querido fantasma; le sonríe, le habla, le abraza. Le mostraré esta noche á vos misma, en lugar de vuestro simulacro. La veréis; pero no la toquéis, ni le habléis, porque entonces el encan- to será desvanecido, y no volverá nunca á ver ni á vos ni á vuestra imagen, que ella no distingue de vos misma.

Seré, pues, prudente, jay de mí! pequeflo rey Loe iMiradla!

¡Miradla!

En efecto, la torrecilla de los Clarides se elevaba muy negra sobre el monte.

Abeja apenas tuvo tiempo para enviar un beso á las viejas y bien amadas piedras, y ya veía desaparecer á su lado las murallas florecien- tes de alelíes de la ciudad de los Clarides, ó ya subía por una rampa, donde las mismas flores lucían y brillaban en la hierba, hasta la puer- ta del Castillo, que el rey Loe abrió sin dificultad, porque los Enanos, dominadores de los metales, no se detienen ni ante las cerraduras, los candados, las aldabas, las cadenas y las rejas.

AB£JA. 385

Subió el caracol que conducía al aposento de su madre, y se detuvo para contener con las dos manos su corazón que latía. La puerta se abrió suavemente, y, á la luz de una lamparilla suspensa en el techo del aposento, Abeja vio, en el silencio religioso que reinaba, á su ma- dre, á su madre enflaquecida y pálida, con los cabellos canos; pero más bella así para su hija, que en aquellos días en que se adornaba con magníficos atavíos y con elegantes peinados. Como entonces aquella madre viera á su hija en sueflos, le abrió los brazos para estrecharla. Y la niña, riendo y sollozando, quiso arrojarse en sus abiertos brazos; pero el rey Loe la arrancó de este abrazo y la llevó como una paja por los campos azules, al reino de los Enanos.

CAPITULO XV.

EN EL QUE SE VERA L.V GRAN PENA QUE TUVO EL REY LOC.

Abeja, sentada sobre las gradas de granito del palacio subterráneo, contemplaba aún el cielo azul á través de la hendedura de la roca. Des- de ahí se veían los sauces que elevaban sus copas hacia el sol. Abeja se puso á llorar. El rey Loe la tomó de la mano y le dijo :

¿Abeja, por qué lloráis y qué deseáis?

Y como estuviera triste desde hacía muchos días, los Enanos, senta- dos á sus pies, le tocaban aires nativos, con la nauta, el rabel y los tim- bales. Otros Enanos para divertirla, daban tales saltos, que clavaban en el suelo, uno después de otro, la punta de su capuchón adornado con escarapelas de follaje, y nada era más agradable, que ver los jue- gos de estos pequeños hombres de barbas de ermitaño. El virtuoso Tad, el sensible Dig, que la amaba desde el día en que la vio dormida á la orilla del lago, y Pie, el viejo poeta, la tomaban dulcemente del brazo y le suplicaban les confíase el secreto de su pesar. Pau, cuyo espíritu era sencillo, pero justo, le presentaba uvas en un canastillo ; y todos le estiraban su traje, repitiendo con el rey Loe :

Abeja, princesa de los Enanos ¿por qué lloráis?

Abeja respondió :

Pequeño rey Loe y vosotros todos, pequeños hombres, mi pesar ha aumentado vuestra amistad^ porque sois buenos ; lloráis cuando llo- ro. Dejad qne llore pensando en Jorge de Blanchelande, que debe ser

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ahora un valiente caballero, y á quien no volveré á ver. Yo lo amo y quisiera ser su esposa.

El rey Loe retiró su mano de la de Abeja que estrechaba, y le dijo:

Abeja ¿por qué me habéis engañado, diciéndome, en la mesa del festín, que no amabais á nadie ?

Abeja respondió :

Yo no te he engañado en la mesa del festín. No pensaba enton- ces casarme con Jorge de Blanchelande, y hasta hoy es mi deseo más querido, que me pidiese en matrimonio. Pero no me pedirá, porque no donde se encuentra, y él no sabe donde me hallo. Por esto es por lo que lloro.

A est^ palabras, los músicos dejaron de tocar sus instrumentos ; los acróbatas interrumpieron sus saltos y permanecieron inmóviles de ca- beza ó sobre sus espaldas ; Tad y Dig derramaron lágrimas silenciosas en el vestido de Abeja ; el sencillo Pau dejó caer la canastilla con los racimos de uvas, y todos los pequeños hombres lanzaron desgarrado- res gemidos.

Pero el rey de los Enanos, más añigido que todos ellos bajó su coro- na de flores brillantes, se alejó sin decir nada, dejando arrastrar tras s¿ su manto como un torrente de púrpura.

CAPITULO XVL

DONDE SE REFIEREN LAS PALABRAS DEL SABIO NUR QUE CAUSARON UN GOZO

EXTRAORDINARIO AL PEQÜEÍlO REY LOC.

El rey Loe no había dejado traslucir su debilidad á la joven ; pero cuando estuvo solo, se sentó en el suelo y, teniéndose los pies con las manos, se abandonó á su dolor.

Estaba celoso y se decía:

Ella ama y no es á á quien ama! Sin embargo, yo soy rey y estoy lleno de ciencia ; poseo tesoros ; secretos maravillosos; soy mejor que todos los Enanos, que valen más que los hombres. No me ama, y ama á un joven que no tiene la ciencia de los Enanos y que nadie ha podido poseer. Cierto, no estima el mérito y es poco sensata. Debería reir de su poco juicio ; pero la amo, y no encuentro ningún placer en el mundo, porque no me ama.

Durante largos días, el rey Loe vagó por las más salvajes gargantas

ABEJA. 287

de la montaña, agitado su espíritu por pensamientos tristes y algunas veces malévolos. Pensaba obligar á Abeja, por medio de la prisión y del hambre, á que fuese su esposa. Pero desechando esta idea tan pronto como la había concebido, se proponía ir á encontrar á la joven y arrojarse á sus pies. No se detenía mucho en esta resolución y no sa- bía que hacer. En efecto, no dependía de él, que Abeja llegara á amar- lo. Su cólera se dirigía, de repente, contra Jorge de Blanchelande ; de- seaba que este joven hubiese sido llevado muy lejos por un encanta- dor, ó por lo menos, que si llegara á conocer el amor de Abeja, lo me- nospreciase.

Y el rey pensaba :

Sin ser viejo, he vivido ya mucho tiempo para no tener penas. Pe- ro mis sufrimientos por más profundos que fuesen, serían menos des- apacibles que los que ahora experimento. La ternura ó la piedad que los causaran les mezclarían algo de su celeste dulzura. Por el contrario, siento ahora mi pesar nutrido y acrecentado por un mal deseo. Está árida mi alma, y mis ojos nadan en sus lágrimas, como en un ácido que los incendia.

Así pensaba el rey Loe. Y creyendo que los celos lo hacían injusto y perverso, evitaba encontrar á la joven, temiendo descubrir, sin pen- sarlo, el lenguaje de un hombre débil ó violento.

Un día, en que estaba más atormentado que de ordinario, por el pen- samiento de que Abeja amaba á Jorge, tomó la resolución de consultar á Nur, que era el más sabio de los Enanos y que habitaba en el fondo de un pozo cavado en las entrañas de la tierra.

Este pozo tenía la ventaja de una temperatura igual y templada. No estaba oscuro, porque dos pequeños astros, un sol pálido y una luna ro- ja, alumbraban alternativamente todas sus partes. Descendió á este po- zo el rey Loe y encontró á Nur en su laboratorio. Nur tenia el rostro de un buen viejecito, y llevaba una borlita en su capuchón. A pesar de su ciencia, participaba de la inocencia y del candor de su raza.

Nur, le dijo el rey abrazándolo, te vengo á consultar porque tu sa- bes muchas cosas.

Rey Loe, respondió Nur, podría saber muchas cosas y no ser sino un imbécil. Pero conozco el medio de aprender alguna de las inumc- rabies que ignoro, y por esto soy justamente renombrado como sabio.

Pues bien, replicó el rey Loe, ¿sabes donde se encuentra actual- mente, un muchacho llamado Jorge de Blanchelande?

288 REVISTA NACIONAL

No lo y nunca he tenido la curiosidad de averiguarlo, respon- dió Nur. Sabiendo cuan ignorantes, tontos y perversos son los hom- bres, me cuido poco de lo que piensan y de lo que hacen. Poco más ó menos, para conceder algún mérito á la vida de esta raza orgullosa y miserable, los hombres tienen el valor, las mujeres la belleza y los ni- ños pequeños la inocencia. ¡ Oh rey Loe ! la humanidad entera es de- plorable ó ridicula. Sometidos como los Enanos á la necesidad de tra- bajar para vivir, los hombres se han revelado contra esta ley divina, y lejos de estar como nuestros obreros llenos de júbilo, prefieren la gue- rra al trabajo, y quieren mejor matarse que ayudarse entre sí. Pero es . preciso reconocer, para ser justos, que la brevedad de su vida es la cau- sa principal de su ignorancia y de su ferocidad. Viven muy poco tiem- po para aprender á vivir. La raza de los Enanos que habita bajo la tie- rra es más feliz y mejor. Si nosotros no somos inmortales, por lo me- nos, cada uno de nosotros durará tanto tiempo como la tierra que nos lleva en su seno, y que nos comunica su calor intimo y fecundo ; mien- tras que ella no tiene para las razas que nacen sobre su ruda corteza sino un hálito, unas veces abrasador, otras helado ; soplando la muer- te al mismo tiempo que la vida. Los hombres deben al exceso de su miseria y de su terquedad una virtud, que hace el alma de algunos más bella que las de los Enanos. Esta virtud, cuyo esplendor es para el pen- samiento, lo que para el ojo el doble brillo de las perlas ¡ oh rey Loe ! es la piedad. La enseña el sufrimiento y los Enanos la conocen mal, porque más sabios que los hombres, tienen menos penas. También los Enanos salen algunas veces de sus profundas cavernas, y van, sobre la inclemente corteza de la tierra, á mezclarse con los hombres, á sufrir con ellos y para ellos, y á gustar asi de la piedad, que refresca las almas co- mo un celeste rocío. Tal es la verdad sobre los hombres, i oh rey Loe! pero ¿no me has preguntado el destino particular de alguno de ellos ?

Habiendo repetido su pregunta el rey Loe, el viejo Nur miró en uno de los anteojos que llenaban el cuarto. Porque los Enanos no tienen li- bros ; los que entre ellos se encuentran, provienen de los hombres y les sirven de juguetes. Para instruirse, no consultan como nosotros signos sobre el papel ; miran en sus anteojos y ven el mismo objeto de su cu- riosidad. La dificultad solamente está en escoger bien el anteojo y en saberlo dirigir.

Los hay de cristal, de topacio y de ópalo ; pero aquellos cuyo lente

ABEJA.

está formado por un brillante pulido, tienen más potencia y sirven pa- ra ver las cosas más lejanas.

Los Enanos poseen también lentes de una substancia muy diáfana, desconocida para los hombres. Esta permite ver á través de las mura- llas y de las rocas, como si fuesen de vidrio. Otros, más admirables to- davía, reproducen tan fíelmente, como un espejo, todo lo que el tiem- po ha llevado en su trascurso; porque los Enanos saben volver á traer, desde el seno infmito del éter hasta sus cavernas, la luz de los antiguos •días con las formas y los colores de los tiempos pasados. Presentan d espectáculo del pasado y recobran las gavillas luminosas que, habién- dose un día quebrado contra la forma de los hombres, rebotan á través de los siglos en el éter insondable.

El viejo Nur, era excelente para descubrir los seres de la antigüe- dad y asimismo aquellos, imposibles hoy de concebir, que vivieron an- tes que la tierra tuviese el aspecto con que ahora la conocemos. Asi pues, no fué para él sino un entretenimiento, encontrar á Jorge de Blan- chelande.

Habiendo visto, durante menos de un minuto, en un anteojo muy sencillo, le dijo al rey Loe:

Rey Loe, el que buscas está entre las Ondinas, en la mansión de cristal de la que no se vuelve, y cuyos irizados muros confínan con tu reino.

¿Está ahi? ; Pues que ahí se quede! exclamó el rey Loe, frotán- dose las manos. Le deseo muchas felicidades.

Y, habiendo abrazado al viejo Nur, salió del pozo riendo á carcajadas.

En todo el trayecto del camino, se tenía el vientre para reir á su gus- to ; se balanceaba su cabeza ; su barba subía y bajaba sobre su estóma- go. — Ja ! ja ! ja ! ja! Los pequeños hombres que lo encontraban se po- nían á reir como él, por simpatía. Al verlos reir otros reían también ; y esta risa iba aumentando progresivamente, de suerte que todo el in- terior de la tierra fué sacudido con un hipo extremadamente jovial. Jal ja! ja! ja! ja! ja! ja! ja! ja! ja!

CAPITULO XVII.

DONDE SE CUENTA LA MARAVILLOSA AVENTURA DE JORGE DE BLANCHELANDE.

No rió el rey Loe mucho tiempo; al contrario, descubrió bajo las col- chas de su lecho, el rostro de un pequeño hombre muy desgraciado.

B.V.~T.n-19

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Pensando en Jorge de Blanchelande, cautivo de las Ondinas, no pudo dormir en toda la noche. También á la hora en que los Enanos ; que tienen una criada constante por amiga, van á traer las yacas á su plaza, mientras que ella duerme con los puños cerrados, en su lecho blanco ; fué el rey Loe á ver de nuevo al sabio Nur, á su profundo pozo.

Nur, le dijo, no me has dicho qué hace entre las Ondinas.

El viejo Nur creyó que el rey Loe había perdido la razón, y no se asustó mucho, porque estaba cierto de que si estuviese loco no dejaría de ser un loco gracioso, espiritual, amable y benévolo. La locura de los Enanos es tranquila como su razón y llena de una fantasía encanta- dora. Pero el rey Loe no estaba loco, por lo menos no estaba más de lo que lo están de ordinario los enamorados.

Quiero hablarte de Jorge de Blanchelande, dijo al anciano, que ha- bía olvidado por completo á este joven.

Entonces el sabio Nur dispuso en un orden exacto, pero tan com- plicado que tenía la apariencia del desorden, los lentes y los espejos, é hizo ver en una luna, al rey Loe, la figura propia de Jorge de Blan- chelande, tal como estaba cuando lo arrebataron las Ondinas. Poruña buena elección y una hábil dirección de los aparatos, el Enano mos- tró al enamorado rey, las imágenes de toda la aventura del hijo de aquella condesa á quien una rosa blanca anunció su fín. Y aquí, expresado en palabras, lo que los dos pequeños hombres vieron en la realidad de las formas y de los colores:

Cuando Jorge fué llevado en los brazos fríos de las hijas del lago, sintió que el agua le oprimía los ojos y el pecho, y creyó morir. No obstante, escuchó canciones semejantes á las caricias, y sintió que le penetraba una deliciosa frescura. Cuando abrió los ojos, se encontró en una gruta cuyos pilares de cristal reflejaban los tintes delicados del arco iris. En el fondo de la gruta, una gran concha nácar, irizada de los colores más delicados, servía de dosel al trono de coral y de algas de la reina de las Ondinas. Pero el rostro de la soberana de las aguas, tenía resplandores más tiernos que el nácar y que el cristal. Sonrió al niño que las mujeres le llevaron, y descansó mucho tiempo en él sus ojos verdes.

Amigo, le dijo por último, sed bien venido á nuestro mundo don- de toda pena te será evitada. Para tí, ni lecturas áridas, ni rudos ejer- cicios; nada de grosero que recuerde la tierra y sus trabajos, sino so- lamente las canciones, los bailes y la amistad de las Ondinas.

ABEJA. 2BI

En efecto, las mujeres de los verdes cabellos enseñaron al niño la música, el wals y miles de entretenimientos. Se complacían en anudar sobre su frente los petonclos que adornaban sus cabelleras. Pero él pensaba en su patria y se mordía los puños con impaciencia.

Trascurrían los años y Jorge deseaba con constante ardor volver á la tierra, á la ruda tierra que el sol quema, que la nieve endurece, donde se ama; á la tierra en que había vivido y donde volvería á ver á Abeja. Sin embargo llegó á ser un muchacho grande, y un fíno bozo le doraba el labio. Con la barba le vino el valor; un dia, se presentó á la reina de las Ondinas, é inclinándose, le dijo:

Señora, vengo, si me dais permiso, á tomar autorización de vos para retirarme: retomo á los Clarides.

Hermoso amigo, respondió la reina sonriendo, no puedo acordar el permiso que pedís, porque os guardo en mi mansión de cristal para haceros mi esposo. Señora, repuso Jorge, me siento indigno de un honor tan grande. Es efecto de vuestra cortesía. Todo buen caballero nunca cree ha- ber obtenido el amor de su dama. Por lo demás, sois todavía muy jo- ven para conocer vuestros méritos. Sabed, hermoso amigo, que se os quiere mucho. Obedeced solamente á vuestra dama.

Señora, amo á Abeja de los Clarides y no quiero á otra dama más que á ella.

La reina, muy pálida, pero más hermosa, exclamó: Una joven mortal, una grosera hija de los hombres, Abeja, ¿cómo podéis amarla?

No lo sé, pero la amo. Está bien, se os pasará este amor. Y retuvo al joven en las delicias de la mansión de cristal. No sabía lo que es una mujer, y se parecía más á Aquiles entre las mujeres de Licómedes, que á Tannhauser en el lugar encantado. Por esto vagaba triste á lo largo de los muros del inmenso palacio, bus- cando una salida para huir; pero veía por todas partes el imperio mag- nífico, y mudas las ondas que formaban su prisión luminosa. A través de los muros transparentes, miraba abrirse las anémonas del mar y el coral el ñor, mientras que arriba de las madréporas delicadas y de las brillantes conchas, los pescados rojos, azules y dorados, hacían saltan chispas al golpe de sus colas. Estas maravillas no dejaban de conmo- verle; pero entretenido por los cantos deliciosos de las Ondinas, sen-

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tía poco á poco que se ablandaba su voluntad, y que todo su corazón se conmovía.

Estaba entregado al abandono y á la indiferencia, cuando encontró por casualidad, en una galería del palacio, un libro viejo, muy usado en su pasta de cuero y con tachuelas de cobre. Este IíInk), recogido de un náufrago en medio de los mares, trataba de la caballería y de las damas, y en él se contaban muy pormenorízadamente, las aventuras de los héroes que iban por el mundo combatiendo gigantes, endere- zando entuertos, protegiendo viudas y recogiendo huérfanos por amor á la justicia, al honor y á la belleza. Jorge enrojecía y palidecía alter- nativamente, de admiración, de vergüenza y de cólera, con el relato de estas bellas aventuras. No se pudo contener:

También yo seré un buen caballero; también yo iré por el mun- do castigando á los perversos y socorriendo á los desgraciados, por el bien de los hombres y en nombre de mi dama Abeja.

Entonces, henchido el corazón de audacia, se lanzó espada en mano á través de las moradas de cristal. Las blancas mujeres huían y se desvanecían á su paso, como las ondas argentadas de un lago. Su rei- na le vio venir, sola, sin temblar, y detuvo en él la mirada fría desús verdes pupilas.

Jorge corrió hacia ella y exclamó:

Rompe el encanto que me envuelve. Ábreme el camino de la tie- rra. Quiero combatir al sol como un caballero. Quiero encontrarme donde se ama, se sufre y se lucha. Vuélveme la verdadera vida y la verdadera luz. Vuélveme la virtud si no quieres que te mate, perversa mujer!

Movió, sonriendo, la cabeza para decirle que no. Estaba hermosa y tranquila. Jorge intentó herirla con todas sus fuerzas; pero su espada se rompió contra el pecho brillante de la reina de las Ondinas.

¡Niño! dijo ella.

Lo hizo encerrar en un calabozo, que formaba abajo de la mansión una especie de embudo de cristal, á cuyo rededor los tiburones abrían sus monstruosas mandíbulas, armadas de una triple fíla de agudos dien- tes. Parecíale que á cada esfuerzo romperían la delgada pared de vi- drio, de modo que no le fué posible dormir en el calabozo.

La punta del embudo submarino reposaba sobre un fondo rocalloso, que servía de bóveda á la caverna más lejana y menos explorada del imperio de los Enanos.

k

16 DE SEPTIEMBRE DE 1810. 298

aquí lo que los dos pequeños hombres vieron en una hora, tan exactamente como si hubieran seguido á Jorge en los días todos de su vida. El viejo Nur^ después de haber presentado la escena del calabo- zo con toda su tristeza, habló al rey Loe, casi como hablan los Savo- yards, cuando han mostrado á los niños la linterna mágica.

Rey Loe, le dijo, te he enseñado todo lo que querías ver, y sien- do perfecto tu conocimiento nada puedo añadir. No me inquieta saber si lo que has visto te agrada; me basta con que sea la verdad. La cien- cia no se cuida de agradar ni de desagradar. Es inhumana. No es ella, es la poesía la que encanta y la que consuela. Por esto la poesía es más necesaria que la ciencia. Rey Loe, vete á entonar una canción.

El rey Loe salió del pozo sin pronunciar una palabra.

Anatole Frange.

[QnUinuará,]

16 DE SEPTIEMBRE DE 1810.

La noche en tomo; la luz de la aurora no lejana y la voz de la campana llamando al pié de la cruz. Entre el espeso capuz de las sombras que se van, voces extrañas que dan sus ecos vagos al viento, que grita, á veces, violento con ímpetus de huracán.

En el espacio dormido aun cintilan las estrellas; deja sus pálidas huellas la exhalación que ha partido en el zafir. Encendido fulgor argentado inflama

294 RBVI8TA NACIONAL.

á Venus que dulce clama al Amor en el espacio; y es el Ether un palacio, y el alma mística llama!

Flamea en el infinito de Tauro el ojo sangriento; en las regiones del viento ígneo estalla el aerolito. A veces agudo grito, que rompe el silencio augusto, voces de duelo, de susto, levanta en ecos lejanos, y sombras y espectros vanos giran en concierto adusto.

Medrosos pasos, rumores que en la calle se confunden, un vago pavor difunden por la villa de Dolores. Luego son sus moradores, despertados á deshora por la campana sonora, que con lengua férrea canta y de los duendes espanta la turba desveladora.

Cae el viento; estremecidos quedan los árboles dando arrullo amoroso y blando á los pájaros dormidos. Por entre el musgo escondidos murmuran los arroyuclos, y de la niebla los velos rompen al correr sonoros, diciendo en risas y lloros su monólogo á los cielos.

Se apagan las nebulosas, brumas con ansias de astros,

16 DE 8EPTIEMBRB DE 1810. 205

y dejan enormes rastros de polvo de blancas rosas en sus rutas prodigiosas; y entre la noche la Tierra, del llano á la última sierra copia de génesis mudo, con extraño ímpetu rudo elaborando la guerra.

En fulgor de ópalo y grana, al Oriente el horizonte, se enciende, y reviste el monte su púrpura soberana. Alborea la mañana, y entre la iglesia ya abierta y el pueblo que se despierta, se yergue un severo anciano con fuerte espada en la mano como guardando la puerta.

¡Libertad! grita su boca ante la atónita gente que alza la humillada frente y á la libertad invoca. La campana herida toca con desusada alegría y al viento sus notas fía de libertad y esperanza; la luz presurosa avanza surge el sol, y nace el día!

El pueblo con hondo afán armado de extraña suerte, clama libertad ó muerte con alientos de volcán. Desde el procer al jayán, de noble entusiasmo rojos, se postran todos de hinojos proclamando empresas locas.

RBVI8TA NACIONAL.

y rezan todas las bocas, y lloran todos los ojos.

Y se viene á recordar

que aquel símbolo cristiano que trajo el soldado hispano

cuando vino á conquistar,

es para el que va á luchar

el más glorioso pendón :

más temible que el cañón

para los déspotas viles

y presentan sus fusiles

al signo de redención !

Hidalgo, el anciano noble de heroica virtud ejemplo, penetra seguido al templo del pueblo con ansia doble. En tanto el marcial redoble del tambor al resonar, anuncia t[ue va á empezar el sacerdote patricio el divino sacriñcio de la patria en el altar.

El, con majestad sencilla, ante la turba inclinada, alza el hostia consagrada y la gente se arrodilla. Blande después la cuchilla aquel oscuro adalid : abierta queda la lid, y á Dios resonante implora la música triunfadora de los salmos de David.

Ah ! muy pronto entre el fragor de la lucha desigual que ríflen el bien y el mal con homérico valor ;

16 DE SEPTIEMBRE DE 1810. Vt

al oirse el estertor del infeliz moribundo, alzarán eco profundo esos cantos sobrehumanos, que anuncian á los tiranos ia libertad de este mundo.

Y con ansias infinitas rugirá el león safiudo, porque un castel de su escudo ha perdido en Granaditas. Ante sus glorias marchitas yerá los nuevos pendones ; bajo ellas los corazones heroicos á todas luces que han de servir en las Gnioes para apagar los caftonei.

Ah ! la yictoría á sus pies que mueve á los insurgentes el hálito de valientes de Cuauhtemoc y Cortés. El triste virrey después, oye en su mansión sin gloria los clamores de victoria <;onque libres y arrogantes, aquellos nuevos gigantes van escalando la historia.

Luego á Hidalgo, al Redentor, 'el vilipendio, la muerte ; •qne se guisan de esa suerte la grandeza y el dolor! Jtf as creación de su amor y sus heroicos anhelos, de nuestra patria en los cielos •deja aquel sol que perece, un astro que resplandece •^in ocaso: el gran MorelosI

298 REVISTA NACIONAL.

En el Ether su ideal flotando alado y triunfante, bajo él su sangre humeante de la patria agua lustral. Bailo de luz inmortal que Chihuahua recibió, y en ánforas recogió de gratitud y heroismo, y el ángel del patriotismo de eterno lauro ciñó.

Hidalgo, Padre, del mar que resuena en Veracruz, al Pacifico que en luz bafía el sol al declinar. Desde donde vio pasar el Maya siglos de historia, hasta la linea ilusoria que linde impone al estraño, creces, Padre, cada afío con nuestro amor y tu gloria !

Alza de la tumba! El vuelo ven á mirar un instante de nuestra águila arrogante por las regiones del cielo. ¡ Cómo ha escrito en hondo anhelo con la sangre de sus venas tu pueblo, ya sin cadenas, páginas dignas de Roma, dictadas en tu idioma por hombres dignos de Atenas !

Septiembre 1889.

J. E. Valenzuela.

TOMA DE CAMPECHE POR LOS HOLANDESES EN 1088. 299

TOMA DE CAMPECHE POR LOS HOLANDESES EN 1633.

Amoldo Van Bergen ó Van den Berg, quien, siguiendo la costumbre de su tiempo, latinizó su nombre, y es más conocido por el de Monta- nus, pertenece á esa pléyade de laboriosos holandeses que durante el. siglo décimo séptimo dio activo movimiento á las prensas de Amster- dam, publicando eruditísimos trabajos de geografía y vastas compila- ciones de noticias sobre países entonces poco conocidos, principalmen- te las Américas. ^

Entre las numerosas obras que Montan us hizo imprimir en su ciu- dad natal, figura la muy importante " Descripción del mundo nuevo é ignorado '', que con notable lujo de tipografía y grabados estampó Ja- cobo Meurs el aflo 1671, dedicándola al ¡lustre conde Juan Mauricio,, príncipe de Nassau, conquistador del Brasil. Para dar idea de su ex- tensión y grandes detalles, reproducimos integro el contenido de la ca- rátula. ** El Mundo nuevo y desconocido, ó sea descripción de Ameri- ca y de la Tierra del Sur, comprendiendo el origen de los Americanos. y naturales de la Tierra del Sur ; los viajes dignos de memoria hechos á aquellos países ; la situación de las costas firmes, islas, villas, lugares, fortalezas, pueblos, templos, montes, fuentes, rios, casas ; la naturaleza de los animales, árboles, plantas y vegetales exóticos, religión y cos- tumbres, sucesos extraños ; guerras pasadas y modernas, ilustrada con dibujos hechos en América del natural, y escrita por Amoldo Montano. En Amsterdam. (impresa) Por Jacobo Meurs, mercader de libros y gra- bador al buril, en el Kaisarsgraft, contraesquina del Wester-markt, en la ciudad Meurs. Afio de 1671. Con privilegio. ^

Escrita en holandés, y hasta ahora traducida solamente al alemán ^,

. 1 £1 que deseare conocer particularmente la vida de Montanus puede consultar & Van der Aa: Biographisch Woordenboek der Nederlanden, (Haarlem, 1869.)

. 2 De Nleuween onbekende Weereld: of Bescbrljving van America en 't Zuid- Land, vorvaetende d'oorsprong dor Americaenen en Zuidlanders, gendenkwaer- dige togten derwacrds, gelegenheid der vaste kusten, eilanden, steden, sterkten, dorpcn, tcmpel8,bergen,fonteinen, stroomen, huisen, de[natunr;van beesten^boo- men, planten en vreemdc, gewasscben, Qods-dients en zeden, wonderlijke voor- vallen, vereeuwdeen nieuwe corloogen. Verciertmet af-beeldsels na 't leven in Amerika gemaekt, en beschreeven door Amoldus Montanus. 't Amsterdam. By Jacob Meurs, Boek-vcrkooper en Plaet-«iyder, opde Kaisarsgraft, scbuin over de Wester-markt, in de stad Meurs. Anno 1671. Met privilegie. 3 Publicada en Amsterdam el afio 1978. Van der Aa, op, cü.

800 RKVISTA NACIO^AL.

esa interesante colección de noticias americanas es enteramente desco- nocida en México, no obstante que ella encierra datos curiosísimos so- bre la historia y la ciudad capital de nuestro país. Por esta razón, pen- sando que algunos extractos pueden ser de utilidad á los estudiantes que no entiendan el idioma de los Países Bajos, hemos vertido al cas- tellano la narrativa de la toma de Campeche por los holandeses el mes de Agosto de 1633, acompaflando nuestra versión de varias observacio- nes y notas explicativas, ^

Campeche, situado en un puerto de poco fondo, toma su nombre del conocido palo de tinta así llamado. ^ El capitán inglés William Parker, con cincuenta y seis hombres, desembarcó en ese lugar junto al con- vento de San Francisco : sorprendió á quinientos españoles y ocho mil

1 MontanuB no l^a el día del asalto de Campeche, pero CogoUado dice fué el 9éi* bado 12 de Agosto, día de Santa Clara. Lo9 tres sliflot de la dominacUm española en YueatdH, (Mérida, 1846), t. II, p. 419.

2 La etimología de Campeche, aunque mny discutida por las mejores autorida- des en la lengua de Yucatán, no ha sido hasta ahora definitivamente l^ada. Don Pío Pérez consideraba la voz como formada de las palabras can » cuatro y peoh» garrapata. Traducía Campeche => cuatro garrapatas. Don Pablo Ancona, cura de Mazoantk, admite la exactitud de esa traducción ; pero no estA seguro de las voces componentes. Opina que pudieran ser kin = tiempo + pech» garrapata; por lo mismo kinpech=igarrapata de tiempo, 6 tiempo de garrapata. Don Julián Tron- coeo y Don Manuel María Castellanos tienen por más exacta la formación canl- pech, nombre especial de una garrapata venenosa.

Campeche taé descubierto en 22 de Marzo de 1517 por Francisco Hernández de Córdoba. A Juzgar por la descripción que de sus templos hizo el testigo de vistft Bernal Díaz, era una población de cierta importancia. £1 mismo autor asegura que Córdoba llegó allí un domingo de Lázaro y & esta causa le dio este nombre, aunque después supo que ** por otro nombre propio de Indios se dice Campeche." <Cap. III}. En nuestro concepto, los españoles, por su absoluta ignorancia de la lengua maya, creyeron que. el nombre Campeche era el del lugar, en tanto que, probablemente, no era sino el del Kalchunuinic que allí mandaba. Este fué quien recibió el nombre de Lázaro, según consta en la carta del Justicia de la ViUa Ri- ca; y por eso su pueblo íüé llamado en lo sucesivo el puerto del cacique Lázaro. Admitida esta hipótesis, es decir, cambiando en personal el que hasta ahora ha sido considerado como nombre de lugar, se presentan como admisibles las si- guientes versiones. 1 ? Campectzll =hablador, chismoso, bullicioso. La desecha- mos como impropia de un hombre que ejerce autoridad. 2li Can + Pech = culebra + garrapata. Uno y otro vocablo figuran todavía, separadamente, comoapeUidos en la península yucateca. Hay de advertir que la palabra can, en su significado de culebra, equivale á príncipe ó Jefe distinguido; por tanto Can Pech puede tradu- cirse, el cacique Pech ; el cacique Garrapata. Este nombre nos parece igualmente impropio de una autoridad ó de una íkmllia aristocrática. 8? Can + Pieh = cule- bra + tordo, el cacique Tordo, es más aceptable que la anterior. El sonido de la 1 maya se conteniendo el aliento tan pronto como se ha proferido esa vocal'; por lo mismo es fácil conítindirla con la e y creer que suena pech. Loe nontibres de pá- jaros y otros animales eran frecuentes en las personas. Esta es la versión que pre- ferimos. Cogolludo ( lib. I, cap. 2) asegura que loe Indios dicen Kimpech (kin -(- pech ) y Don Pablo Ancona propone esos componentes, pero su traducción kin» tiempo (kinpech=garrapata de tiempo) corresponde mal á una localidad lo mis- mo que á una persona. Kin equivale también á sacerdote: Klnpieh tendría un jiigniflcado análogo al que presentamos.

TOMA DE CAMPBGHS POR LOB HOLANDESES EN 1638. 801

indios que YÍYÍaii en dos pullos; pero los españoles que pudieron fu- garse juntaron prontamente fuerzas y marcharon contra los ingleses. El combate fué vivo, y Parker habida sucumbido si no hubiera emplea- do el curioso ardid de atar á los prisioneros brazo con brazo y ex- ponerlos á las balas. Parapetado de esa manera pudo volver á bordo.^

Mejor suerte tuvo el almirante holandés Joan Joans-zoon van Hoom.' Zarpó de Pemambuco el mes de Mayo del afio 1633 con los navios La Fama (de Faem), Middelburg, El León de oro (de Goude Leeuv^) y Zutfen. Los yates La Nutria (d'Otter), El Braco (Brak) y El Ruisefior (Nachtegael), y la chalupa Gysseling, reforzaron la flota. La Nutria, El Braco y el Gysseling fueron á Marañan para apresar los buques es- pañoles que había en aquella rada. El Zutfen se extravió. '

La flota holandesa ancló cuatro leguas (meilen) distante de las mu- rallas de Campeche. La gente de guerra, en número de cuatrocientos hombres, * se embarcó, de noche en los yates y barcas; las lanchas con- dujeron, cada una, doce hombres.

Distribuida la gente en dos pelotones, desembarcó una hora después de la salida del sol en un risueño valle. Dos compañías españolas, sin contar la caballería, ocupaban la ribera. Esto no obstante, las dos lan- chas, cada cual provista de un pedrero, así como El Ruisefior y el Gys- seling, hicieron una limpia tal con su artillería que los españoles tu- vieron que refugiarse tras la primera trinchera, de donde fueron lan- zados á viva fuerza, ^ y con el mismo empuje también de la segunda. Ante el tercer baluarte los holandeses encontraron más diflcultad. El enemigo descargó tres piezas de fíerro y continuó bizarramente el fuego de mosquetería. Sin embargo, poco después abandonó sus cañones á

1 Ck)goUudo [t. II, p. 97] hace una relación de lo ocurrido en Campeche durante el asalto de 1507, pero nada dice sobre el emel y deshonroflo comportamiento de Parker con los prisioneros. La noticia de Montanus íüé probablemente tomada de De Laet. Este autor trascribe las propias palabras de un informe escrito por William Parker. Nieuwe Wereldt, lib. V, cap. XXII.

2 No debe ser confundido con el pirata Nicolás van Horn que en oompafiía de Lorencillo saqueó la Nueva Vera-Cruz el afio 1666. El historiador de Yucatán [t. II, páK* ^10] asienta erradamente que Pié de Palo era el Jefe de los asaltantes de Cam- peche. Ese apodo fué dado por los espafioles á Komelis Jols y no á van Hoom. Véase Alcedo. PircUeria» en la América española [Madrid, 1883], p. 50.

8 Cogolludo [loe. cU.^ corrobora estas noticias diciendo que en 11 de Agosto (de 1633) parecieron á la vista de Campeche diez navios, siete de mediano porte y tres grandes.

4 "Más do 500 infantes de diversas naciones,*' dice Cogolludo.

5 Cogolludo asegura que estaba abandonada.

at2 REVISTA NA€IONAL.

4os vencedoros: éstos les rompieron las curefías y, ya victoriosos, mar- charon á ocupar la plaza. Seis calles que conducían á ella estaban de- fendidas por un parapeto de cinco pies de alto, con muchas troneras. Dos piezas de á 48 y diez piezas de á 14, cargadas de metralla, apun- •taban contra los asaltantes: todas hicieron fuego de súbito, é inmedia- tamente, llenos de coraje, penetraron los holandeses combatiendo pica contra pica y espada contra espada. Por ambos lados cayó mucha gen- te, la mayor parte herida. Por último, huyeron los españoles subiendo á las azoteas de las casas y de la iglesia, en que había parapetos de piedra, y no fué posible dominar á los fugitivos sino con mucho trabajo. Si éstos hubieran tenido bastante valor habrían podido matará los ho- landeses á pedradas. El gobernador de la ciudad Juan de Barros * re- husó dar rescate por los prisioneros y pagar una contribución de guerra para evitar el saqueo.' Las casas de Campeche, construidas de cante- ría, no podían sufrir mucho daño de un incendio. Por los prisioneros se supo que cuando los holandeses atacaron, había trescientos cincuen- ta españoles, cincuenta negros y más de mil indios sobre las armas. ' El botín llevado á bordo fué cuantioso: apresaron veintidós barcos que «había anclados en el puerto, la mayor parte cargados de palo de Cam- peche y de cacao. Algunos fueron rescatados por los españoles; los de- más fueron quemados. Campeche es una ciudad bien construida; tiene hermosos edificios y tres Iglesias; la de San Román y la de Los Re- medios son las más notables. Extramuros hay un magnífico convento «de Franciscanos. *

Ángel NúFIez Ortega.

1 CogoUudo, que registra los nombres de varios capitanes, no menciona el de Barros. Dice solamente que el alcalde de primer voto era el Jefe de la mUioia.

2 Van Hoom exigía 40,000 pesos, según CogoUudo.

8 Ck)golludo calcula en 850 hombres el número de defensores de la plaza. Tenínn •tres piezas de artillerfa.

4 £1 convento de San Francisco, hecho de cal y canto, con claustro alto y bajo, iglesia, dormitorios y celdas, estaba & la orilla del mar. Junto al convento había un pueblo de indios que hablaban el campechano, dialecto maya. Un cuarto de legua distante estaba ia villa de los españoles: de ésta formaba parte el barrio de 8an Román poblado de indios mexicanos descendientes de los que tomaron parte en la conquista de Yucatán. Véase el Vi€0e de Fray Aloruo Ponce, t. II, p. 4fi0sgtes.

bibliografía. sos

BUtLIOGBAFIA.

Ensayo de Oeografia médica y dimatológiea de la República Meon- cana por el Dr, Domingo Orvañanos, dos vols. en 4 ^ mayor, texto y Atlas, Imp. de la Secretaria de Fomento.

No nos atreveremos á emitir un juicio sobre el mérito intrínseco de esta, que es á no dudarlo una de las obras más trascendentales y me- jor desempeñadas de cuantas el incansable é inteligente celo del Secre- tario de Fomento, ha encomendado á nuestros hombres de ciencia. Es- to exige un estudio tan concienzudo como lo es el trabajo llevado á ca- bo por el laborioso y modesto sabio autor del libro que aqui anuncia- mos. Daremos una idea somera de su composición é importancia.

Nos ahorraríamos este trabajo si tuviésemos aquí espacio para repro- ducir el sustancial y elegante prólogo, en que el eminente profesor Li- céaga expone el método empleado por el Sr. Orvafíanos. Nos bastaría indicar, que hace tres afios que vienen aglomerándose en el ministerio de Fomento, una serie de datos que de conformidad con un cuestiona- rio excelente han ido enviando los municipios todos de la República. Con los primeros datos así reunidos, el malogrado Dr. Gustavo Ruíz San- doval y nuestro querido amigo el Dr. Rodríguez Rivera, que en estos momentos libra suprema batalla contra una enfermedad horrible, que lo ha herido en los momentos más prometedores de la vida, compusie- ron y publicaron un volumen, primero de una vasta colección. Los municipios han seguido correspondiendo con suma lentitud á las ex- citativas de la Secretaría de Fomento, y apenas 1625, de los 2,863 que hay en la República, han mandado sus respuestas. Sobre ellas, sobre noticias médicas de otras procedencias, ha trazado su trabajo el Sr. Or- vafíanos, base sólida de la futura geografía médica de la República.

El Ensayo, ya lo dijimos, se compone de un texto y un Atlas. El tex- to de cerca de 200 páginas comprende dos partes, propiamente dichas, la mesología y la geografía pathológica. La mesología ó estudio del me- dio está distribuido en varios capítulos en que con mucha sobriedad, pero con mucha precisión, se han reunido una serie de noticias sustan- ciales sobre la geografía, la etnografía y la climatología de México. El autor muestra su especial competencia en esta última parte, objeto de

8M REVISTA NACIONAL.

SUS estudios desde hace yarios afios. Lo que propiamente puede llamar- se geografía médica está dividid^i en tres libros. 1 ^ Enfermedades fimá- ticasy constitucionales. 2? Enfermedades del aparato respiratorio. 3? Afecciones intestinales.

Pero lo que más llamará la atención del trabajo del Sr. Orvafíanos es el Atlas, compuesto de 43 cartas, las primeras once son mesológicas y contienen preciosas indicaciones, Jas restantes son patológicas y da- dos los incompletos datos que se han podido recoger nada podía ha- cerse más concienzudo ni mejor. Según el sencillo é ingenioso sistema adoptado por el autor, cada una de las cartas contiene todas las indica- ciones necesarias para hacerse cargo de la distribución y de la mayor ó menor intensidad de la enfermedad reinante. El Atlas del Sr. Orva- ñanos es la clave de nuestra geografía médica, podrá rectificarse, mo- dificarse y completarse, pero eix composición general es definitivo, y hon- ra á un tiempo al alto funcionario que ordenó esa formación y al inte- ligente facultativo que lo ha llevado á cabo.

Pronto volveremos á examinar la obra del Sr. Orvafíanos, para tra- tar de estraer de ella y clasificar los datos sociológicos de primera im- portancia y que no contiene La France prehütorique por E. Cartailhac. La antropología prehistórica es una ciencia en mantillas puede decir- se ; sin embargo, los datos se aglomeran sin cesar y son de superior uti- lidad los libros que como el que aquí anunciamos, son un inventario de los conocimientos en este ramo del saber humano y contienen in- dicaciones magistrales sobre los puntos aún no resueltos. El libro se refiere á la prehistoria francesa, pero fuera de qqe en Francia es en donde se han reunido quizás mayores elementos para el estudio del Prehistórico, muchas de las conclusiones que en el libro se consignan pueden generalizarse. En los sepulcros es en donde el autor, que es un eminente paleontologista, ha ¡do á buscar principalmente sus noti- cias, y las que ha logrado comprueban una vez más los recursos ines- timables que esta clase de relicarios ofrecen al investigador.

LITERATURA MEXICANA. M6

LITERATURA MEXICANA. '

El eclectiolsmo poético.— Poesías de D. José Joaquín Pesado.

Noticias de este autor.

Ni el arte clásico ni el arte romántico, ni el idealismo gentílico de Sófocles, ni el rudo realismo de Shakespeare pueden satisfacer ya el espíritu contemporáneo, según hemos visto en los dos capítulos ante- riores, y por lo tanto, es preciso que el genio del poeta busque un nue- vo ambiente donde mover sus alas. Dos sistemas se presentan para es- coger: el llamado libertad filosófica y el eclecticismo.

Si por libertad fílosófica se entiende un sistema sin principios fijos y sin reglas determinadas, vamos á caer en todos los vicios del falso ro- manticismo, que hemos impugnado al tratar de Rodríguez Galván: lo arbitrario, lo falso, lo feo, lo repugnante, lo inmoral ; el sistema aconse^ jado por V. Hugo en el prólogo á Ororntoeü, donde ensefla la apoteo- sis de lo grotesco, de lo horrible, de lo bufón. Si la libertad filosófica respeta algunos principios y admite algunas reglas, la cuestión queda por resolver, porque es preciso convenir antes en esos principios y en esas reglas. Aunque nuestro guía, en Estética, es generalmente Hegel, nos separamos de él cuando nos parece oportuno, según sucede respec- to al principio de la libertad iilosófi^ca^ considerada como criterio del gusto literario. Tal principio viene á parar en la inadmisible igualdad de las proposiciones contradictorias, en que es lo mismo la afirmación que la negación, sistema lógico propuesto por Hegel, y que el buen sen- tido de muchos escritores ha refutado victoriosamente. Véase, por ejem- plo, laobrade Gratry intitulada: " Los sofistas y la crítica. " Al sistema de Hegel viene á reducirse el de Taine, cuando sostiene en su Filoso- fia del Artey "que todas las escuelas son igualmente aceptables.'* En Estética, como en cualquiera otra materia, no puede admitirse igual- mente al que dice si y al que dice no: alguno de los dos se equivocan. En Metafísica, Taine ha querido también amalgamar sistemas opues-

1 Este artículo corresponde al capítulo XV de la Historia CrItica de i«a Li- teratura Y DE LAS Ciencias en Mixico, por el Sr. D. Fiandsco Pimentc-l, se- gunda edición corregida y notablemeute aumentada, que próximamente verA la luz pública. La Dirección.

R. K.— T. II-XO

IM REVISTA NACIONAL

t08| el idealismo alemán y el positivismo inglés. Consúltese la refuta- ción del sistema filosófico de Taine hecha por Janet {^Orísia filosófica'}. Para nosotros, el único sistema racional y posible es el eclecticismo poé- tico, esto es, la combinación de lo que tienen de bello el clasicismo y el romanticismo, con exclusión de todo lo defectuoso.

Para hacer comprender nuestra idea nos remitimos á lo explicado anteriormente sobre las escuelas clásica y romántica, y además, repro- duciremos aquí lo que dijimos al tratar el punto que nos ocupa en nues- tro opúsculo sobre la poesía erótica de los griegos, publicado en 1872.

"Aunque la palabra romanticismo no está aún bien definida, y no puedo ahora detenerme á analizarla, podré manifestar que, por parte, no soy dáaico ni romántico, según generalmente se comprenden estas escuelas. En literatura, como en otras materias, propendo al eclec- ticismo; esto es, al sistema que tiene por principio adoptar lo que pa- rece bueno de los demás. En la literatura clásica lo que encuentro bien es la perfección en la forma, y esto me agrada de ella, pero la literatu- tSL romántica excede á la clásica en la expresión del sentimiento, y es- to me cautiva del romanticismo. Lo expuesto no significa que toda la Cteratura antigua sea perfecta en la forma, ni toda la moderna sea ra- cionalmente sentimental. Entre los antiguos hubo, por ejemplo, verda- deros gongoristas, y entonces los autores antiguos no son perfectos, ni por la forma ni por el fondo. Lo mismo sucede respectivamente con algunos modernos llamados ultra- románticos, que exageran el senti- miento, al grado de desfigurar la naturaleza, de violentarla, escritores frenéticos que caracterizó bien nuestro Carpió en aquel epigrama:

Este drama está bueno, Hay en él monjas, soldados, Locos, ánimas, ahorcados. Bebedores de veneno T unos cuantos degollados.

''Siendo todavía mucho más explícito, añadiré que para la poe- sía perfecta consiste en la armonía de ella con nuestro sistema sicoló- gico, ó en otros términos: "Poesía perfecta, es aquella que satisface á la razón, la imaginación, el sentimiento, (sensibilidad moral) y los sentidos. ^^ Esta es la definición que yo adopto. Veamos ahora de qué manera se verifica, expresándome con la mayor concisión posible.

LITBBATURA MEXIOAVA. 807

" La perfección de k palabra, esto es, de la forma halaga los senti- dos, y el bello ideal eleva la imaginación. Pero lo ideal no es lo /abo sino lo posibldf esto es, la naturaleza hermoseada, perfeccionada por la imaginación, como una virgen de Rafael donde cada parte está tomada de la naturaleza ; pero armonizadas, embellecidas, perfeccionadas, com- binadas por el artista, al grado de que en el mundo no encontramos un conjunto tan bello, tan perfecto. De esta manera el bello ideal no re- pugna á la razón porque es veroaímü, ( Véase lo que acerca de lo feo < y de lo verdadero, en literatura, hemos dicho en la Introducción ). El acuerdo de la razón, la imaginación y los sentidos reunido á la expre- sión profunda del afecto, elevan los sentimientos, y aqui todas nues- tras facultades sicológicas obrando puestas en armonía. En una pala- bra : ** Poesf a perfecta es aquella que armoniza la idea y la forma, '* con- forme á nuestra doble naturaleza espiritual y corporal.

'* En lo general hablando, el defecto de la literatura antigfua era ser demasiado sensual ; el defecto de la moderna es exagerar lo ideal, to- cando en la vaguedad, en la indeterminación.

" Corríjanse y reúnanse ambos elementos, y tendremos la literatura ecléctica. La greco -latina es, pues, la literatura del pasado, la román- tica del presente, la ecléctica del porvenir, (Véase nota If al fin del <»pítulo.)

" Llamar á la literatura ecléctica literatura del porvenir, no supone que en las literaturas existentes no haya algunas composiciones reco- mendables, al mismo tiempo por el fondo que por la forma; lo que su- cede es que no se ha llegado á la perfección del sistema. Gomo ejem- plo de escritor que se acerca á realizar las aspiraciones del eclecticismo, citaré á Hacine. aquí las cualidades que le distinguen.

*^ En todo lo correspondiente al lenguaje y á la versificación excede tanto Hacine, que un homl^re de exquisito gusto, Voltaire, quería que se escribiesen en cada una de sus páginas estas palabras : i Bello, subli- me, armonioso! Otro crítico, de escuela distinta á Voltaire, y superior á éste, por su época y su profundidad, Federico Schlegel, llega á opi- nar que Hacine es superior por la forma, aún á Virgilio. aquí las palabras de Schlegel: "Entre los poetas, Hacine alcanzó en la lengua y en la versificación, una perfección armónica cual no se encuentra, á entender, en Millón y en Virgilio, y á la que más tarde no se ha vuelto á llegar en la lengua francesa. '* En nuestros días otro crítico, Timoni, ha dicho: "La líi^enia, la Fedra y la Atalía de Hacine, son

80B REVISTA NACIONAL.

obras maestras que se pueden considerar superiores á todo lo que en su género nos ha dejado la antigüedad. *'

" Otros escritores menos entusiastas por Racine, suponen que es al- go inferior á Virgilio. Por mi parte, creo que si aquel no supera á és- te, por lo menos le iguala, y que la superioridad del idioma latino respecto al francés, es lo que puede hacer, en ocasiones, á Racine in- ferior al poeta romano.

''Por lo que toca á la representación del bello ideal, el estilo de Ra- cine contribuyó á rodear sus héroes de un idealismo que suele llegar á la magnificencia, é ideales son las pasiones que expresa, los caracte- res que ha creado, sin llegar á la extravagancia, á la inverosimilitud á la exageración del falso romanticismo. Sin embargo, no puede ne- garse que en algunos caracteres de Racine, sólo hay medias tintas, lo cual puede atribuirse á que él mismo cortaba las alas de su ingenio cuando imitaba á los antiguos, porque entonces le faltaba el propio y natural aliento, único que produce obras maestras. Cuando Racine pen- saba y sentía por solo, creaba obras como Atalía, tragedia llena de sencilla grandeza, de afecto, de interés creciente, de caracteres atrevi- dos é imágenes sublimes. (Véase nota 2^ al fin del capítulo.)

"Tocante á la expresión de los afectos, el carácter distintivo de Ra- cine es la más profunda sensibilidad y la más exquisita ternura ; siem- pre en los límites de lo natural embellecido por el arte. Racine expre- sa la inímidad suave de la pasión ; pero sin perderse en lo vago, en lo indeterminado que se observa en el sentimentalismo exagerado de al- gunos modernos. '*

En España, puede señalarse como ecléctico á Rioja, pues reúne la sen- cillez, la naturalidad y la verdad de los clásicos con la ternura, la deli- cadeza, la melancolía de los románticos.

Entre los contemporáneos se encuentran algunos poetas eclécticos, bastando citar al famoso Tennison, de quien se ha dicho : " es el poe- ta má8 dáeico de los románticos ingleses. '' Es clásico en la forma, y ro- mántico en las ideas y sentimientos, es decir, ecléctico, según compren- demos el eclecticismo poético. En teoria, son varios los autores que han indicado el eclecticismo literario, bastando recordar aquí á Chenier y á Revilla. El primero dice : Sur des pensées nouvelleSf faisons de vers antiqaes. Revilla, en su ^' Discurso sobre el naturalismo, '* enseña esto : "la nueva escuela conciliando lo que hay de razonable en la doctrina clásica y en la romántica podrá encontrar la fórmula de lo porvenir. "

LITERATURA MEXICANA. a09

Agregaremos ahora á todo lo dicho que el eclecticismo, como todos los sistemas humanos, ha sido impugnado por los que no le compren- den bien : el eclecticismo no es la fusión de sistemas contradictorio8f lo cual sería absurdo, sino un método que consiste en buscar la verdad donde quiera que se halle, lo cual es el dictamen de la razón y el buen sentido. San Clemente de Alejandría dijo : " Por filosofía no entiendo la estoica, la platónica, la epicúrea ó la aristotélica ; lo que estas escue- las hayan enseñado conforme á la verdad, á la justicia, á la piedad, á todo esto llamo yo selecta fílosofía.'' A tal principióse reduce el eclec- ticismo: á admitir y combinar lo que hay de bueno en cada sis- tema.

Entre los poetas mexicanos se encuentran varios que han escrito al- guna ó algunas poesías eclécticas; pero el que más generalmente se in- clina al sistema ecléctico es D. José Joaquín Pesado, aunque sin llegar á la perfección, como lo demuestra la análisis que vamos á hacer de sus composiciones en el mismo orden que fueron publicadas (2* edi- ción) á saber: eróticas, morales, religiosas y nacionales.

La mayor parte de las poesías eróticas de Pesado son defectuosas, y sus defectos consisten en alguna de las circunstancias que vamos á ma- nifestar y á comprobar por medio de ejemplos.

En las poesías eróticas de Pesado no hay nada indecente, y aun con- tienen rasgos de esplritualismo ; pero no es éste el que domina, sino á veces el color sensual de la escuela clásica. Véase lo que hemos dicho sobre el clasicismo al hablar de Tagle, y recuérdese lo que dijo Hermo- silla hablando de "El consejo de amor'' por Meléndez: "Quisiera yo que se hubiese omitido la palabra besOj porque tratándose de amantes presenta con excesiva desnudez una idea voluptuosa. A los eróticos griegos y latinos se les perdona que llamasen pan al pan y vino al vi- no ; pero nuestros oídos son más quisquillosos que los suyos. '' Lo ma- nifestado por Hermosilla va de acuerdo con el precepto deBoileau:

" Le latin dans ses mots brave Thonnétete :

Mais le lecteur franqais veut étre respecté.

Du moindre sens impur la liberté Toutrage ''

(Véase nota 3? del capítulo 13).

" Elisa en la fuente" es un soneto que tiene por asunto presentar i Elisa desnuda dentro del agua excitando esperanzas vivas. Pesado, en la segunda edición de sus poesías, corrigió el soneto del modo siguien- te. En la primera edición se encuentran estos dos versos :

810 REVISTA NACIONAL.

En medio dQ la fuente bulliciosa Los delicados miembros sumergías.

En la segunda edición se lee:

Y á orillas de la fuente bulliciosa Ocultos pensamientos divertías.

Lo que ganó el soneto en espiritualismo lo perdió en naturalidad^ pues no es probable que una persona cuando va á bailarse, en lugar de entrar al agua, se entretenga en meditar. Por otra parte, quedó sin co- rregir la circunstancia de que el recuerdo de Elisa produjese esperan^ gas vivas, lo cual podría interpretarse deshonestamente, interpretacio- nes que el poeta debe evitar, según ya hemos explicado.

En la composición Adiós, la amada estrecha á su amante con exce- sivo empeño, y le acaricia con demasiada viveza.

No me negarás que un día Ligada con firmes lazos Quisiste llamarte mía, Estrechándome en tus brazos Con amorosa porfía.

Tu corazón palpitaba Sn tu seno con presura. Tu vista me contemplaba Y con pasión y ternura Tu mano me acariciaba.

Si alguna vez desdeñosa He heriste con tus desvíos, ¡ Qué sensible, qué piadosa Con esos labios de rosa Sellaste después los míos!

Algún poeta liviano de Grecia ó Roma parece haber dictado los sí' guientes versos del " Amor malogrado, *' donde el poeta, después de re- tozar con su querida, se siente excitado de alma y cuerpo.

Caricias que otro tiempo te he debido

Me encienden en amores, Y tú, ingrata, me entregas al olvido. En despego trocando tus favores.

LITBRA.T URA MEXICANA. tU

] Cuántas veces sentí tras blando juego

Insólitos ardores I Mi pecho se abrasaba en vivo fuego

Y sin saber de amor, ardí de amores.

Más valiera, mi bien, no haberte visto,

Que no sentir ahora Ese fuego voraz que no resisto T el alma y las entrañas me devora.

El autor, en la segunda edición de sus poesías, cambió la 2! estrofii por otra menos sensual ; pero siempre sensual, y no corrigió las demáp estrofas.

El mismo tinte que en los versos anteriores se percibe en las com* posiciones "A Silvia,'' "Valle de mi infancia" y otras varias.

Ven I adorada I arrójate en mis brasoe, Estrecha al mío tu corazón amante,

Y cíñeme constante

Entro tus dulces lazos. Debajo de este plátano que mece Sus hojps en el aire blandamente:

Orillas de esa ñiente

Que vaga se adormece: A la luz de la luna que menguada Con turbia claridad nos ilumina,

Junto á te reclina

¡ Oh Silvia enamorada t

Y unidos siempre en lazo delicioco, Volar dejemos la fugace vida

por siempre querida, Yo por venturoso.

Estos versos recuerdan algunos de Quevedo en la canción Llamth miento á mi amadaj quitándoles el gusto gongorino.

^^ Ay, si llegases ya I qué tiernamente Al ruido de esta fuente Gastáramos las horas y los vientos En suspiros y músicos acentos.

til BEVIHTA NACIONAL.

Fuéramos cada instante

Nueva amada y amante

Y ansí tendría en firmeza tan crecida

La muerte estorbo y suspensión la vida... ''

Otro defecto de la escuela neoclásica, que se suele encontrar en las poesías que nos ocupan, es la trivialidad, como en la letrilla intitula- da: ''La primera impresión de amor.*' Los recursos poéticos que usa el autor están ya muy gastados, como comparar el semblante de la da- ma á la rosa y al jazmín ; profetizar la muerte del amante si no es co- rrespondido; asegurar que lleva grabado en el pecho con duro burüla, imagen de la bella. Composiciones como : " La primera impresión de amor, ** cuando mucho, pueden halagar al oído ; pero ni interesan, ni conmueven.

De la escuela moderna se encuentra algunas veces en las poesías eró- ticas de Pesado el defecto de las continuas y repetidas quejas y lamen- tos del enamorado, alambicamiento empalagoso de penas, dolores y martirios imitados de Petrarca ó Herrera. Pueden servir de ejemplo el soneto intitutado: "Recuerdos inútiles,** y las siguientes octavas:

I Oh qué lentas y amargas son las horas Del que no mira más su dueño amado, Y entregado á pasiones destructoras Cuenta el tiempo lloroso y desvelado ! Ni tus palabras |ay I consoladoras Escucho, ni tu rostro sosegado Me vuelve con su vista la alegría : ] Triste paso la noche, triste el día I

De esperanza fugaz favorecido Otro tiempo seguí tus luces bellas. Ora gimu en ausencia desvalido Exhalando en las sombras mis querellas. Ta no gozo del sol esclarecido, Ni me alumbran de noche las estrellas: If i hermana es la letal melancolía I Triste paso la noche, triste el día I

Este rudo tormento que quebranta Mis fuerzas, ya carece de remedio: £1 cáliz de la vida en pena tanta Causa á mi labio ya lánguido tedio : Ta para separamos se levanta La eternidad inmensa de por medio

LITERATURA MEXICANA. 818

qued&s á gozar placeres ciertos, Yo bajo á la morada de los muertos.

Escucha, pues, las quejas que te envía Mi voz desfallecida y dolorosa: Un suspiro te pido, amada mía, Que no me negarás, si eres piadosa. Mira á tu triste amante en su agonfa. Concédele una lágrima preciosa. Única recompensa que ha pedido Por premio del amor más encendido.

También adolecen las poesías que examinamos de varios defectos en la forma, según lo aclararán los siguientes ejemplos, siendo de adver- tir que nos valemos de la segunda edición que es la más auténtica á es- te respecto, porque la vigiló el autor mismo, cosa que no ha sucedido con la tercera : todos saben con qué facilidad se deslizan variantes en- tre escribientes, impresores y editores.

En tu seno bellísimo suspira

Y con ardientes lágrimas lo moja: Con mano cariñosa le consuelas

Y á su lado le asistes y le velas.

En el segundo verso se usa fo y en los últimos le. En nuestro con- cepto debe siempre decirse le; pero Pesado unas veces es loida y otras leiHa, no sólo en los versos anteriores, sino en otros varios, de mane- ra que no sigue sistema fijo.

Su esquiveza la da nuevos arreos,

Y heridos corazones de amadores A sus plantas la sirven de trofeos.

Está mal dicho la en lugar de fe, pues según la gramática de la Aca- demia, otras autorizadas y el uso de buenos escritores, debe usarse le, en dativo, aun refíriéndose al género femenino. Véase la Diaertadón que publicó en México D. José María Bassoco sobre el uso del pronom- bre en caso objetivo, donde se trata el asunto magistralmente.

Cómo te vi, te di I ay I el alma mía.

El verso anterior es cacofónico por tener seis monosílabos seguidos y por la concurrencia áevij di.

Resplandece á las puertas del OrienU,

816 REVISTA NACIONAL.

Vamos á presentar como ejemplo de las poesías erótico-eclécticas del poeta que estudiamos, una parte de ''Mi amada en la misa del al- baf * de esta manera el lector percibirá más fácilmente el sistema eró- tico-ecléctico, que pudiera formularse con estas palabras: "Poesía eróti- cas-ecléctica es la que tiene forma clásica, y por argumento el amor romántico, espiritual.''

Cuando en el templo postrada Estás ante el Ser inmenso, Entre una nube de incienso Símbolo de la oración.

Me parece que eres ángel Que al trono de Dios asiste,

Y que por el hombre triste Intercedes con fervor.

La candida vestidura Ciñes de la inocencia,

Y brilla la inteligencia En tu frente virginal.

Sn tu corazón se ocultan De amor los puros afectos,

Y en tu mente los conceptos De la ciencia celestial

¡Oh I cuánto respeto imprimes: Eres bella, ingenua, pura,

Y reinas en una altura Harto superior á mí!

Moradora del Empíreo, (No yo cómo te nombre) ¿Quién es el hijo del hombre Digno de llegar á tí?

Con esas formas divinas. Que acá en la tierra demuestras. Das al que te mira, muestras De la hermosura etcrnal.

Ya lo que vale el alma Que mis sentidos anima. Pues que conoce y estima £1 precio de tu beldad.

Si gentil hubiera sido. Altares te levantara. La rodilla te doblara,

Y fueras mi diosa tú:

LITERATURA MEXICANA. 817

Incienso y flores rendido Tributara á tu belleza, Emblemas de tu pureza,

Y tu fragante virtud. Hoy eres á estos mis ojos

Imagen por excelencia, I>e la suma inteligencia, Pues que cristiano nací: Espíritu que me guía En los caminos del mundo,

Y en el piélago profundo Norte fijo para mí.

¿Qué fuera del globo triste. De espanto y de sombras lleno, Si no brillara en su seno Tu rayo consolador?

disipas los temores. Todo el universo alegras,

Y baces sus moradas negras Pensil donde reina amor.

En esta composición .(total de ella) hay variedad de metros á uso de los románticos; pero esto no impide que su forma sea esencialmente clásica por la corrección, sencillez, etc., según hemos explicado del sis« tema ecléctico en poesía.

A lo dicho sobre las rimas amorosas de Pesado, sólo debemos afia- dir que nuestro autor hizo, en el mismo género, varias traducciones é imitaciones, unas medianas y otras buenas: entre éstas, merecen citarse especialmente tres odas de Horacio, un soneto imitado de Zappi, con el titulo de "Cariño anticipado," y la barcarola "Paseo del mar," to- mada del italiano.

Pesado se extravió en algunas de sus poesías eróticas imitando la sensualidad y la trivialidad de los clásicos, fué más original en las mo- rales, de tal modo que ni siquiera pretendió WwoíSíñsiS filosóficas^ para que no se le creyese discípulo de Zenón, Demócrito ni aun Sócrates: Pesado era cristiano puro, y su filosofia la del Evangelio. De este mo- do resulta que las poesías morales del escritor mexicano, mejor que algunas eróticas, llevan marcado el carácter ecléctico, esto es, forma clásica ó acercándose á ella, y fondo romántico, moderno ó cristiano. Vamos á demostrarlo, examinando las composiciones morales á que nos referimos.

818 AKVI8TA HAOIONAU

'^La visión." El poeta iSupone que se le aparece el alma de su pro- pia madre para exhortarle á la virtud. Si los consejos de una madre pueden en cualquier circunstancia, presentarse no sólo como tiernos y consoladores, sino poéticamente, mucho más cuando el poeta ideali- za hasta suponer que mira el espiritu de la persona que le dio el ser, y viniendo de esas regiones misteriosas que el pensamiento apenas abarca con el nombre de eternidad. La poesía intitulada "La visión** no carece de mérito en la forma, aunque tiene tal cual locución pro- saica y algún verso mal medido.

"El sepulcro.** El argumento de esta composición es recordar la va- nidad de las cosas humanas, consolándose el poeta con la esperanza en la vida futura. Ese argumento no es nuevo, y bastaría ocurrir á ^'La igualdad de la tumba,** del patético San Efrén, para encontrar la mayor parte de los pensamientos de Pesado. En la forma de "El se- pulcro** hay algunos descuidos, y sin embargo, esa poesía se recomien- da especialmente por las siguientes cualidades: verso suelto, general- mente bien manejado y propio para la seriedad del asunto; imágenes vivas; novedad en el incidente de localizar el poeta su idea, presentan- do á la imaginación los restos de Cortés y Moctezuma.

conseguiste Batallador feliz unir dos mundos Con vínculos funestos, y arrogante De lo alto derrocar al trono azteca, £n duelo convirtiendo el rudo brillo De su agreste poder. De sus victorias Sólo recuerdos funerales viven. También mezclados cabe reposan Los carcomidos huesos del monarca, Que arrancaste falaz del solio regio. Así el sepulcro despiadado absorbe Al guerrero triunfante y al vencido, Al señor poderoso y al colono. Allá en sus antros con olvido eterno....

"El hombre," recomendable por su argumento filosófico y, como la anterior, por lo bien formado del verso suelto. Esta composición nos parece inspirada en pensamientos de Lamartine, tomados de varias de sus poesías.

UTERATUBA MEXICANA. tlf

^'A un nifio.^' Bella y sentida poesía á la muerte de un hijo, apenas deslucida por algunos rasgos prosaicos y raro descuido de otro género.

''El sepulcro de mi madre/' Ternísimos acentos de un hijo que llo- ra á su madre y la llama en auxilio para sostenerle en la virtud. Es im precioso romance con rarísimo defecto.

"Una tarde de otoño.'' Composición llena de dulce melancolía; el adiós lastimero del hombre que sabe sentir los encantos de la natura- leza, á los últimos días del buen tiempo.

"Pensamientos fílosóficos y religiosos." La parte primera de esta composición, se intitula "El ser," la segunda "El dolor," y la tercera ^'La esperanza." En la parte primera hay algo de prosaísmo, debido á la argumentación escolástica que usa el autor. En la parte segunda y tercera se marcan mejor que en otras poesías de Pesado la diferen- <AeL entre el mundo antiguo y el moderno, entre la poesía clásica y la romántica. Las aspiraciones de los poetas clásicos están resumidas en estos versos de Horacio:

De lo presente goza Y el porvenir olvida.

Pesado es un representante de la poesía que no se fija en lo presen- te, sino que espera en el porvenir: expresa, pues, en la parte intitulada "El dolor," las miserias de la vida terrestre, y en la intitulada "La es- peranza," los goces del espíritu en la mansión divina.

A las poesías morales de Pesado, pertenecen varios sonetos de ca- rácter espiritualista y á veces místico, en gusto del Dante ó Petrarca, de los cuales sonetos dará idea el siguiente, que es como la antítesis de "Elisa en la fuente," del que ya hemos hablado. Esos sonetos apare- cen en la 3" edición de las poesías que nos ocupan entre las fúnebres^ como otras de las morales. El soneto que vamos á copiar tiene el iftulo ''Apoteosis de Elisa."

Era la aurora ya, cuando dormido Una hermosa mujer vi en el Oriente: Blancas rosas ornábanle la frente £n rizos su cabello desprendido.

Sujetaba su candido vestido De oro fino y zafir zona luciente, T de color de llama refulgente Deslumhraba su manto descogido.

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Verde palma llevaba por divisa: Su rostro, lleno de inmortal decoro, ¿i volvió con plácida sonrisa:

Víla y reconocí, bañado en lloro, Entre puros espíritus á Elisa, Volando al inmortal, celeste coro.

Este soneto es una imitación de las apariciones de Beatriz, después de muerta, al Dante.

A las poesias morales referidas, hay que abnegar otras traducidas ó imitadas, siendo censurable que no se expKque asi, por resultar caso de plagio, respecto á algunas de estas últimas, como la del Dante co- piada, una de Lamartine y una de Garcilaso, cuyos títulos son: "La inmortalidad,'^ "Prendas de amor.'' Esta es de tercera mano, pues Gar- cilaso imitó á Virgilio cuando dice en la Eneida: ^'Dulces exuvim dum

faia deusgue sinebant " Todos los que han escrito sobre Pesado

consideran erróneamente suyas, en la idea y en ia forma, esas compo- siciones.

Purificado nuestro autor en las poesias morales del materialismo pa- gano que se había infiltrado en sus rimas amorosas, le fué fácil ele- varse al más puro idealismo en ei género religioso, y por este motivo las poesías religiosas de Pesado son las más apreciadas, como que ellas están de acuerdo con las creencias comunes, con el sistema de moral generalmente recibido, con las aspiraciones de la mayoría de hombres que viven á la sombra de la civilización cristiana. El poeta que no sa- be expresar las ideas de su época no puede tener popularidad, y Pe- sado la tuvo al grado de que todavía muchas personas saben de memo- ria trozos de la Jerusalem, ó de su versión de los salmos.

Las composiciones religiosas de Pesado que, en todo ó en parte, pue- den pasar por originales, son: Fragmentos de un poema que lleva el titulo de "Moisés:" estos fragmentos fueron inspirados en la poesía de lo sublime^ como califica Hegel á la poesía de los Hebreos. El "Moi- sés" está en versos libres, por lo general buenos, y se recomienda es- pecialmente por algunas pinturas bien coloridas. Principio de un poe- ma intitulado "La Revelación," reminiscencias del Dante, en octavas, la mayor parte armoniosas, con algunos rasgos de inspiración, y bellas descripciones. "María," poema en silva, rara vez defectuosa. "La Je- rusalem." Algunas plegarias y varios sonetos. Como ejemplo de estas

LITERATURA MEXICANA. 8ZI

poesías vamos á examinar La Jerusalem^ precioso poema, que desgra- ciadamente tiene el defecto de contener trozos traducidos de Evasio Leone, sin que Pesado lo explicara, resultando plagio en las ideas.

La parte primera es una bella apostrofe á la ciudad donde floreció Jesucristo y donde fundó su religión.

En la parte segunda se lamenta el autor de no haber visto con sus propios ojos á Jerusalem; pero esto da lugar á que poéticamente la idealice su imaginación.

No haj para el amor distancia, Ni tampoco inconveniente, Lo pasado y lo presente Sabe en un punto juntar.

Paréceme que salvando Selvas y montañas densas. Las soledades extensas T la inmensidad del mar,

Se presentan á mis ojos El monte de las Olivas, Los estanques de aguas vivas, £1 torrente de Cedrón;

Los sepulcros de los reyes, Los escombros del santuario. El santo monte Calvario, Y la colina de Sión.

El primer verso es casi el de Meléndez, en La Ausencia:

Para el gusto no hay distancias.

En la segunda parte de la poesía que examinamos, se nota el defec- to de que los versos cuarto y octavo suelen, á veces, ser asonantes de- biendo ser consonantes.

La tercera parte es un magnífico trozo lírico dirigido á Jesús como salvador del mundo, é inspirado en los salmos, con alguna reminis- cencia de ellos, según puede verse de las siguientes estrofas:

Yaces ¡ay! enclavado A una cruz, sobre el Gólgota pendiente:

Del pecho lastimado

Lanzando tristemente Suspiro profundísimo y doliente.

S24 REVISTA NACIONAL.

Tres puertas manifiesta á cada yiento, Cada una por un Ángel custodiada : Sus muros son crisólitos brillantes, Zafiros, amatistas y diamantes.

Terminaremos la noticia de la Jerusalem, haciendo notar su carác- ter ecléctico. Del clasicismo tiene la Jerusalem : verdad esencial en los pensamientos ; corrección del lenguaje ; sencillez, claridad y naturali- dad del estilo ; buena versificación ; el orden del plan. Del romanticis- mo se encuentra en la misma poesia el argumento moderno ó cristia- no ; alguna más profusión de adornos que los que se permiten los clá- sicos, sin incurrir por eso en el gongorismo; concepciones ideales; variedad de metros que no usan los clásicos ; arranques líricos más abundantes de los que admite la escuela clásica en los poemas. En lo general hablando, relativamente al lirismo y á la libertad de forma que se nota en La Jeruaaleniy haremos una observación. Ese poema pertenece á los llamados menores, donde se permiten las circunstancias dichas, según buenos preceptistas, como Revilla. [^Prineipios de litera- tura. ]

Se cree generalmente que las mejores traducciones de Pesado se ha- llan entre las del género religioso, y que de éstas las más perfectas ( aunque sin ser traducción directa del hebreo ) son el Casuar de can- tares y algunos Salmos, tanto por la fidelidad de la versión como por la belleza de la forma en castellano. No nos detenemos en hacer obser- vaciones sobre la belleza de la poesia hebrea considerándolo superñuo, cuando tanto se ha dicho sobre ella por autores competentes como Lowth, Herder, Hegel, Genoude, ete. Basle añadir que Pesado fué en México uno de los propagadores más entusiastas de ese género de be- lla literatura, si bien no el introductor, como observamos en el capítu- lo 10" al tratar de Villerías Roelas.

Después de haber engalanado nuestro autor el Parnaso mexicano con todas las producciones que hemos ido estudiando ó citando, todavía quiso enriquecer nuestra literatura con una joya de gran valía, más ca- racterística del país, indígena, nacional, en una palabra. Tal es el ca- rácter de la preciosa colección de poesías intitulada: '* Las Aztecas, " to- madas de los antiguos cantares mexicanos. El mérito de " Las azte- cas ^* consiste en tres circunstancias : 1 * El idioma español, en que es- cribe el poeta, generalmente bien manejado. 2^ La forma poética,

LITERATURA MEXICANA. 325

acercándose á la clásica, según lo que hemos explicado ya varias veces. 3 ? Conservado, hasta donde es posible en una versión, el espíritu de la poesía azteca, de la cual daremos una ligera idea.

Los antiguos mexicanos median sus versos para que tuviesen rotun- didad y armonía. Con el fín de ajustarse al metro, usaban ciertas in- terjecciones ó sílabas de las que en algunos idiomas se llaman vacíaSf esto es, que no tienen sentido, y servían á los mexicanos para comple- tar el verso, el cual otras veces constaba de una sola palabra compues- ta formada de muchas sílabas : esa clase de palabras abundan en el idio- ma mexicano, y son propias de su mecanismo polisintético. El estilo poético era vivo, brillante y figurado, al modo oriental, con personifi- caciones ó símiles de los objetos naturales. Poemas históricos, himnos sagrados, odas morales ó eróticas, descripciones, todo esto comprendía la poesía antigua de los Aztecas. Debe advertirse respecto á los canta- res del antiguo México, publicados por Pesado, que la traducción no es suya ; lo que hizo fué poner libre y felizmente en magnifica poesía lo que á prosa castellana trasladaron otros. (Véase nota 3? al fín del ca- pítulo).

Como poesías nacionales de Pesado, y de gran mérito, de lo mejor que escribió en el fondo y la forma deben considerarse también los so- netos descriptivos intitulados : " Sitios y escenas de Drizaba y Córdo- ba," así como las "Escenas del campo y de la aldea," donde vemos pintadas con gracia y viveza " La lid de toros, " '* La carrera de caba- llos" etc. Todas estas poesías objetivas son de más importancia artís- tica que " Las Aztecas, " porque no sólo la forma sino la idea pertene- cen al escritor mexicano, salvo alguna reminiscencia de otro poeta, co- mo rasgos de Tibulo que se notan en la Imitación con que comienzan las EsceTias del campo.

Epilogando lo que hemos dicho respecto á Pesado manifestaremos, «que para caracterizarle bien conviene remontarse á las literaturas don- de se inspiró, con cuya mala ó buena combinación se presenta defec- tuoso, á veces; pero otras verdadero ecléctico. De la literatnra greco - latina tomó Pesado, en ocasiones, el amor algo sensual que hemos cen- surado'; pero en mayor compensación la belleza de la forma que hemos aplaudido. En la escuela italiana estudió el amor puro, el amor plató- nico : alguna vez Pesado, como los demás poetas platónicos, degeneró en una especie de metafísica amorosa. De la Biblia sacó nuestro poeta el estilo oriental de sus composiciones religiosas. Los sentimentalistas

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Como trozado lirio, Que sufre del Agosto los rigores,

Yaces con el martirio:

Cargaste mis errores, Y eres varón de penas y dolores.

La parte cuarta es la profecía sobre la destrucción de Jerusalem, ex- (n^ada por medio de armoniosos versos de diez silabas.

En esa parte se usa defectuosamente, á veces, en los versos 4" y 9", ya asonante, ya consonante, y se hallan algunas faltas de gradación^ como cuando se dice que "los levitas tuvieron pavor y susto. "

La parte quinta es una elegia que entona el poeta al contemplar las ruinas de la ciudad santa, elegia notable por lo sentido del tono y por la viveza de las imágenes.

Su grandeza y beldad están perdidas, Sus calles enlutadas y desiertas, Sus torres y murallas derruidas,

Destrozadas sus puertas. Asentados en tierra sus ancianos Sobre ceniza vil, gimen dolientes; Sus vírgenes también con lloros vanos

Humillaron sus frentes.

La parte sexta es un correcto romance donde sólo una vez incurre el autor en el defecto de asonantar los versos impares. Tiene por ar- gumento pintar, á grandes rasgos, y con acento lírico de pena, los su- cesos desgraciados de Jerusalem en la época de los Mahometanos, de las Cruzadas, etc.

La parte séptima contiene la visión del juicio final, en gusto bíblico, y por medio de tercetos generalmente eufónicos y bien trabados, notán- dose pocas veces el abuso de la sinéresis ú otro defecto de forma. La falta más notable de la parte séptima consiste en una idea mezquina, ^ suponer el poeta que al volver de un éxtasis vio se encontraba en un árido desierto á la luz de un fósforo. Concluye la parte séptima con un bello contraste, la descripción de Jerusalem después del juicio final.

Los montes no estorbaban el camino.

Saltaban de contento los collados, «

Brillaba en lo alto el cielo cristalino.

LITERATURA MEXICANA. 323

Claras fuentes y lagos sosegados, Vergeles, huertos, frescas alamedas Hallaba á su descanso preparados, T frutos en las grandes arboledas : La mano del Eterno le cubría, Dando sombra á sus sendas y veredas. Jerusalem, Jerusalem, decía La turba innumerable, y sus acentos La bóveda celeste repetía. Entonces resonaron en los vientos Mil himnos de alabanza y de victoria, A que unieron alegres sus concentos Los espíritus puros do la gloria.

En el verso segundo puede observarse una figura atrevida, propia de la poesia hebrea, las cuales usa el autor frecuentemente en sus compo- siciones religiosas.

La parte octava es el himno á que se refieren los últímos versos de la parte séptima. En ese himno se observan dos defectos: algún verso asonante en lugar de consonante, y una locución no sólo prosaica sino vulgar, y que choca más aplicada á Jehovah.

Viva, viva Jehova, que on la guerra.

Ningún defecto notable se encuentra en la novena y última parte del poema, siendo, por el contrario, una magnifica y elevada descrip- ción apocalíptica, en cadenciosas octavas, de la celestialJerúsalem, con lodo el lujo de la poesia oriental.

Los ciclos y los astros de repente En pavesas y en humo se deshacen.;

Y otro cielo, otro sol más refulgente,

Y estrellas más espléndidas renacen. El alto empíreo muéstrase patente,

Y entre luces sin fin, que de allí nacen, Al suelo baja una ciudad divina, Como esposa que al tálamo camina.

Y llega y se establece en el cimiento Do la antigua Solima fué labrada: Tiene de oro macizo el fundamento

Más pura es que «1 -cristal, más acendrada:

828 REVISTA NACIONAL

cine, mientras que Demaugeot en su Historia de la literatura francesa prefiere Hacine á Shakespeare. Amor pairix ratio valentior omnia. Es natural que el critico inglés defienda á su compatriota, y el francés al suyo. Nosotros, respecto á los dos dramaturgos en paralelo, repeti- mos aquello de: Magni surUf homines tamen. Cada uno tiene sus pe- culiares bellezas y defectos. Racine suele pecar por estudiado, y Shakes- peare por demasiado llano. César Cantú, haciendo el parangón de es- tos dos poetas, dice que Shakespeare arrastra al espectador á través de rocas y precipicios, mientras Racine nos lleva suavemente por los senderos de un jardín. El mismo Cantú elogia las medias tirUas del poeta francés que otros críticos han censurado calificándole de pálido, entre ellos los españoles Menéndez Pelayo y Giner. Por el contrario' el famoso humanista espafiol. Burgos, llama á Racine "el más ilustre de los trágicos modernos.** (Nota á la traducción de Horacio.) Cha- teaubriand y Madame Stael preferían la Fedra de Racine á la de Eurí- pides. Nos extenderíamos demasiado si hubiéramos de repetir todo lo que se ha escrito en justo elogio del dramaturgo francés.

3? Como, según dijimos en el capítulo I, no entra en el plan de nues- tra obra remontamos á la civilización de los antiguos mexicanos, de influencia nula para nosotros, sólo tocamos ese punto incidentalmente cuando viene al caso, como al tratar de Pesado. Agregaremos ahora, que los aztecas tenían algunos rudimentos del arte dramático. Repre- sentaban escenas burlescas, en las cuales los actores se fingían cojos, sordos, tullidos, etc., ó bien se vestían de sapos, lagartijas ú otra clase de animales. Estas representaciones facilitaron la representación de los dramas religiosos que se verificaron recién hecha la conquista. El poe- ta más célebre de la raza indígena fué el rey de Texcoco, Netzahual- cóyotl; pero hubo otros muchos, los cuales, por lo común, pertenecían á la clase sacerdotal. Ixtlilxochitl, en su Historia Chichimecüy habla de una famosa poetisa que hubo en Tula. En la Gramática mexicana de Carochi, se hallan insertos algunos versos de los antiguos mexica- nos; y de su Teatro da razón el padre Duran, á quien copió Acosta, y á éste otros muchos. Respecto á lo que hemos llamado poesía indo- hispana, véase el citado capítulo I.

4* Precedida de un prólogo del Obispo D. Ignacio Montes de Oca se ha publicado una tercera edición de las poesías de Pesado, que con- tiene las incluidas en la segunda edición, las impresas separadamente y algunas inéditas. Nos hemos aprovechado de esa tercera edición

LITERATURA MEXICANA. 829

para hacer á nuestra obra varios aumentos y correcciones. Con el pró- logo de Montes de Oca varaos de acuerdo en parte; pero no en los pun- tos que brevemente pasamos á examinar, citando las páginas respec- tivas.

Página VIL Montes de Oca cree que las poesías eróticas de Pesado (pertenecientes á la primera parte) más admiradas son: ''La primera impresión de amor/' ''Mi amada en la misa del alba'^ y "Rendimien- to enamorado.'' A nosotros nos parece de poco mérito la primera, por las razones dadas en el capitulo anterior.

Página VIIL Según Montes de Oca, "Petrarca y Herrera estaban presentes en la memoria de Pesado al escribir sus rimas amorosas.^* Falta advertir que Pesado no sólo imitó á esos poetas en sus bellezas, sino á veces en sus defectos, en la metañsica amorosa.

Página VIIL Hablando Montes de Oca de la pureza de sentimientos de Pesado, asienta "que el que osare interpretar torcidamente versos que la niña más casta puede leer, daría pruebas de refinada malicia y poquísimo criterio." Dejando á un lado el tono de regaño que tiene este pasaje de Montes de Oca, así como otros de su Prólogo, observa- remos que dijo bien respecto á que Pesado no fué, en sus poesías, obs- ceno ni deshonesto; pero es ir muy lejos suponer que nuestro poeta no tomó, en ocasiones, el color sensual de la escuela clásica. Pesado mis- mo corrígió sus poesías, en ese sentido, de la primera á la segunda edi- ción, y dejando todavía algo que desear, según hemos observado nos- otros. Ahora bien, por mucha que sea la penetración de Montes de Oca, no ha de conocer el espíritu de las obras de Pesado mejor que és- te. Aquí Montes de Oca, como vulgarmente se dice, se mostró más católico que el Papa.

Página VIIL Declara Montes de Oca "que le encantan varias poe- sías eróticas de Pesado, entre ellas la intitulada VcUle de mi infanciay Precisamente esta es una de las que tienen el color sensual de la lite- ratura greco-latina á que nos hemos referido antes.

Página X. Asegura Montes de Oca que en materia de faltas prosódi- cas "se acomodó Pesado al gusto reinante entre los literatos en las di- versas épocas en que escribió." No es exacto, pues al hablar de Ortega (capítulo XII), hemos explicado que éste dio á conocer en México la buena prosodia castellana, la cual Pesado tuvo bastante oportunidad de aprender con sólo la doctrina y la práctica de su compatriota.

Página XI. Montes de Oca hace suyo un pasaje de Menéndez Pela-

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yo, donde califíca á Pesado de eximio poeta cMsico, y donde ensalza el verso suelto de las poesías de nuestro poeta intituladas "El Hombre/^ "El Sepulcro" y "La Inmortalidad." Refutando nosotros á Menéndez Pelayo, hemos explicado en el Prólogo de la presente obra, que Pesado no es clásico puro, y que La Inmortalidad es un plagio de Lamartine. Véase dicho Prólogo.

Página XL Considera Montes de Oca que la poesía de Pesado inti- tulada La Visión^ es una hermosa muestra "de lo que han dado en lla- mar subjetivo." Creemos qtie los que han dado en clasifícar la poesía en subjetiva y objetiva, han dado en hacer una cosa bien hecha, por ser una clasificación lógica, á saber, lo perteneciente al poeta, al sujeto, y lo que es extemo, el objeto, Menéndez Pelayo, una de las autoridades de Montes de Oca, llama á Hegel "el Aristóteles moderno," en su Hte- taria de la8 ideas estéticas en España, Pues bien, Hegel, en su exce- lente Curso de estética^ ha sido uno de los principales propagadores de la clasifícación dicha, adoptada hoy por los mejores preceptistas. En el capítulo 20 de la presente obra, nota segunda, tratamos de la vicio- sa clasifícación que se hace en México, de la poesía, por los que toda- vía no han dado en adoptar el sistema moderno.

Pág. Xn. Dice Montes de Oca "que sería de desearse hubiera allía- dido Pesado una sección intitulada Imitación de diversos, para imponer silencio á los que le han acusado de aprovecharse de trabajos de los poetas extranjeros." Pero como esa sección no se puso, resulta que Pesado hizo mal en ello, y bien los críticos en acusarle de plagiario, cuando entre sus versos encuentran algunos ajenos sin aclaración so- bre el particular.

Página XIII. Confiesa Montes de Oca que, si bien el nombre de Eva- sio Leone se halla en la advertencia que precede al Cantar de Carda- res, traducción de Pesado, no se hizo lo mismo en el poema La Jeru' salem "donde hay versos, estrofas y aun cantos enteros traducidos de Leone." Disculpa esto Montes de Oca diciendo "que el plan del poe- ma de Pesado no es idéntico, y que no podemos gwirdar rencor á éste porque nos hizo saborear en castellano las bellezas del carmelita tos- cano." En crítica no hay rencor ni amor, sino imparcialidad y, por lo tanto, el crítico tiene que declarar plagio en las ideas, lo que hizo Pe- sado con algunos trozos de Leone, respecto á LaJerusálem, Del Can- tar de Cantares observaremos que al citar Pesado á Leone, lo hace como uno de tantos traductores del poema, pero sin confesar haberse

LITERATURA MEXICANA. 881

servido de la versión de aquel, nuevo pecadillo literario de D. José Joa- quín que, en vano, quiere ocultar Montes de Oca.

Página XIV y siguientes. Explica Montes de Oca que Pesado, en algunos salmos, acomodó al castellano los metros toscanos, lo cual, decimos nosotros, ser permitido; pero el mismo Montes de Oca decla- ra que la bella expresión ludibrio del viento del ImraelUa en Bahüo' nia es de Mattei. aquí, pues, otro caso de plagio, aunque breve, kr los plagios de Pesado disfrazados por Montes de Oca, con más ó me- nos sutilezas, y á los que hemos indicado en el capítulo anterior, pu- diéramos añadir otros casos; pero para no ser prolijos baste, por ahora, el siguiente ejemplo. Los famosos versos de '*Mi amada en la misa del alba,'' que comienzan diciendo. Si gentil hubiera sido, son toma- dos sustancialmente del '^Judas Macabeo'' de Calderón de la Barca, hablando Lisias con Cloriquea. Véase Biblioteca de Rivadeneira, tom. 7, pág. 320.

Página XVIII. Montes de Oca hace suyo un pasaje de Menéndez Pe- layo donde declara "que Pesado va al frente de todos los poetas me- xicanos.'' Pesado, no obstante sus plagios y demás defectos, es un buen poeta; pero no el mejor de México, según explicamos en el Pró- logo de esta obra, refutando los errores, más ó menos crasos, en que ha incurrido Menéndez Pe] ayo al escribir sobre autores mexicanos.

Resumiendo: el Prólogo de Montes de Oca no es un juicio impar- cial, sino una defensa apasionada y, en consecuencia, errónea, como son casi siempre esa clase de escritos, especie de alegatos forzados, de- dicados á ocultar defectos y abultar buenas cualidades, que se forman para dar gusto á un amigo, y que debían desterrarse como plaga lite- raria. Si no se cree en los prólogos, resultan perjudicados el elogiado y su panegirista; y si se cree, entonces el juicio público se extravía. También en España existe la plaga de los prólogos: según la obrita intitulada Ripios aridocrátieoa, "en aquel país no hay libro malo que* no vaya precedido de un prólogo de Menéndez Pelayo." En lugar dé- los tales escritos se usaban antes elogios ridículos en prosa y verso,, de los cuales se burló Cervantes, en el Quijote, así como el sabio co- mentador de esa novela, Clemencín.

El caso es que, en México, las alabanzas exajeradas de Montes de Oca y de Menéndez Pelayo á Pesado no han producido entusiasmo á favor de éste: Roa Barcena, Acopio de sonetee (página 146), se queja, en sustantancia, del poco oaio que se ha hecho de la tercera edicióD

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de las poesías que nos ocupan, mientras que recientemente, en el pe- riódico La Juventud Literaria se llama á Pesado, con toda claridad, plagiario. Nosotros creemos habernos puesto en el in medio virtus, entre panegiristas y detractores.

En último análisis, propondríamos, entre los amigos y enemigos de Pesado, esta transacción literaria. ^ 'Hacer á un lado lo relativo á pla- gios de Pesado, dando por supuesto que los confesó, y declararle exce- lente traductor, á veces, hábil imitador en otras, y buen poeta original algunas ocasiones, siempre inclinado al eclecticismo, á la combina- ción de la forma clásica con el fondo romántico.^*

FRANaSGO PlMENTEL.

LAS BOCAS DEL LAGO.

(TRADICIÓN MEXICANA.)

JLXj SXiCZliTSliT'X'X: JPO^lTJi^ Q-JJXIjXj^TÍ,1^0 FTi,XJS¡TO,

EL TECOLOTE.

DeMto mi TOS en Mllosot, me aflijo al recordar que debemos abandonar las be- llas florea

CantartM Mexieanoi. Trad. de loe Srei. BrÍDton 7 YigU. (Oa&tar XI.)

Duerme, lago de Texcoco, reposa, bendito lago, que ya muy pronto la luna en quebrará sus rayos.

Ya el crepúsculo se esconde tras de los montes lejanos.

LAS ROCAS DEL LAGO.

y deja tras si una cauda de celajes encamados que flotan como las plumas de algún sangriento penacho.

Duerme, lago cristalino; y mientras duermes, ufanos, arrojarán á tus ondas los jardines solitarios, yoloxóchiles fragantes, floripondios de alabastro, cempoalxóchiles de oro, cacomites atigrados.

Duerme, lago de los indios, reposa, bendito lago: TenochtiUán y Texcoco están tu suefio velando!

Ya la noche con un beso cerró á la tarde los párpados, y la luna melancólica lentamente se ha elevado. Las apipizcas se fueron; las gallaretas callaron; huyen, volando en parvadas, las garcetas y los patos. . . . ¡Tenochtitlán y Texcoco están tu suefio velando! Deja que adornen tu frente los jardines perfumados; deja, lago, que en tus ondas la luna empape sus rayos!

*** Pasan las horas.... la nube, que el horizonte azulado manchó un instante, subiendo oculta la faz del astro. Se oscurece....! Cruza un ave por los tulares cercanos,

m AKVIBTA NACIOHAL.

y el canto del tecolote resuena, triste, en los campos! Llega.... sus ojos de lumbre se reflejan en el lago; llega. ... y el vuelo detiene entre las frondas de un árbol, y se ven allí sus ojos pavorosos.... flameando, como topados fuego

en la tiniebla engarzados

¡Eh! ¿quién viene...? se oye el ruido de algunos remos, lejano; y, en las chinampas, los ecos están prestos esperando. ¿Quién se aproxima...? Más cerca se oye el rumor temerario, y sus alas impalpables •despliegan los ecos raudos. ¡Ea! ¿quién pasa...? De la luna se rasga el tenue sudario, y su luz tiñendo el aire

cae sobre el agua jugando

¡Ah, mirad! ¡una canoa! ¡Parece un ánade blanco, que va tejiendo una cinta de diamantes sobre el lagol Dos indios bogan en ella, dos indios enamorados, •que á Texcoco se dirigen

lentamente, conversando

T se aleja la canoa

:¡Parece un ánade blanco!

*** ¡Qué pequeüa es la cabafía y qué humilde! Su cercado es una malla de tules •donde canta* el aire patrio;

liAS ROCAS DEL LAQO. 886

con otates de la Sierra

sus paredes se formaron;

y su techo está tejido

con las pencas que en el campo

los magueyes abandonan,

de dar su néctar cansados.

Y desembarcan los indios, y avanzan con lento paso hacia la pobre cabafia que es de su amor el palacio.... Oh! llorosa Tepazula! Oh! palomita del lago! iQué linda es tu faz! tienes más sangre en los gruesos labios, que la que ofrece en sus fiestas á Dios, el Teocali santo; tu tez el pifión envidia; y tus ojos desmayados son negros como los frutos del capulin.... Y tu amado, ese guerrero que esconde la tempestad de su cráneo bajo el plumaje del águila que ñnge su rudo casco, ése también es hermoso: moreno, esbelto y bizarro.... Oh! Nopaltzín.... Tepazula, ya oyó vuestro beso el lago....!

Los dos indios se contemplan; avanzan con lento paso, en el umbral se detienen, se besan más, sollozando, y ella penetra en la choza, y él se aleja cabizbajo.

*** Duerme el lago de Texcoco ; reposa el bendito lago,

886 REVISTA NACIONAL.

y el indio, de su canoa desata los rudos lazos ; nervioso empufia los remos, se va alejando, alejando, y derrama su tristeza en la soledad del lago ! I Canta ! que á veces el hombre, de llorar avergonzado, forma notas con las lágrimas y eleva, entonces, un canto !

¡Canta! y su voz se deshace,

como el humo, en el espacio:

''Tepazula Tepazula

oh! tortolita del lago!

mi voz desato en sollozos,

y me aflijo, recordando

que abandonar es preciso

las flores de nuestros prados.

Aguarda, vc^ á la guerra.

¡Nuestro amor no será esclavo!".

Desparece la canoa

en el confin azulado

y pasa el tiempo! La nube,

que su bandera de raso prendió en el cielo, la extiende cubriendo la faz del astro.

Atended! En los tulares

se oye un rumor funerario : palidecen las estrellas, de terror, en el espacio ; se ven dos dardos de fuego en la tiniebla clavados, y el canto del tecolote solemne inunda los campos!

LAS KOCAS DEL LAGO. 8S7

II

LAS DOS ROCAS.

" Que mi alma m enmelTa ea Tarlaa floral ; que M cmbrlafiM oon ellas, porque pronto debo ausentarme, llorando ante la ftw de nncetra madre....

... .70 Í07 miserable oomo la última flor

Oamtarm Mexicano* (Cantares XI 7 XYin.)

No es verdad ! no fué derrota el final de esa batalla : no se rindieron los indios, se deshicieron sus armas ! No es verdad ! no fué valiente la conquistadora raza, que despertando los odios de los pueblos del Anáhuac, los unió para arrojarlos, como leones con rabia, sobre el grupo de gigantes que á Tenochtitlán guardaban. No es verdad ! El honor pide que haya igualdad en las armas, y alli la flecha era débil, y alli eran fuertes las balas ; * jamás se partió el acero al golpe de la obsidiana, y el heroísmo fué inútil ante la traición armada! Vencer así no es victoria ! i Hundir de un golpe una raza que al encontrarse sin fuerzas,

y débil y desarmada,

aún se defiende y, sublime, de su existencia hace un arma !

i ah, no es victoria ! Por eso

aún vives, tribu bizarra ; por eso en las tibias noches

R. K.— T. II-M

ttS REVISTA NACIONAL.

de la tierra americana, los que nos hemos dormido en el seno de tu patria, solemos oirtus pasos allá en el fondo del alma!

¡Salud! Ya puedes altiva,

vivir la vida sagrada

que llaman gloria los hombres,

¡Salud! ¡Levántate, y anda!

**♦

Duerme, lago de Texcoco ; duerme, serena tus aguas, que ya tendió la tormenta, rendida, sus fuertes alas !

Se va! Mírala: recoge

su clámide ensangrentada; aún quiere lanzar su fuego sobre las frentes de nácar

de los volcanes y en vano!

que ya las fuerzas le faltan,

y se aleja y palidece

y silenciosa se apaga ;

¡ ay ! sabedlo : ¡ no la alientan

de Cuauhtemoc las miradas !

Ya el rey cayó ; ya su cetro le quitaron, y ya España recibe, alegre, en sus brazos

el cadáver del Anáhuac!

1 Tal vez por eso anochece ! ¡ Tal vez por eso en bandadas se alejan del triste lago fúnebremente las garzas ! ¡ Tal vez por eso la luna se ha levantado tan pálida!

¡ Quién sabe ! Los chupam irtos

arco -iris de la enramada , los pájaros zumbadores

LAS KOCAS DEL LAQO.

que trémulas esmeraldas daban reflejos al aire y al nido rumor de alas; los gorriones que en los fresnos alegremente charlaban, cuando á la aurora despierten

¿no llorarán por la patria?

Duerme, lago de Texcoco ; que no contemplen tus aguas de Tenochtitlán las ruinas húmedas y ensangrentadas : allí agitan las hogueras sus desinfectantes llamas, alli las hambrientas turbas, enflaquecidas y pálidas, avanzan sobre cadáveres

y sobre escombros, calladas

Flores, aves, lagos, montes, sollozad por el Anáhuac!

***

Ya es media noche ; es la hora en que Tláloo— dios del agua visita del triste lago las cristalinas comarcas. Al reflejo de la luna brillan las hierbas mojadas, y doblan lánguidamente las entumecidas ramas que desfloró el aguacero con el choque de sus alas ; y allá en los inmensos llanos, y allá en las tristes calzadas, como escuadrones de muertos se ven las turbas que pasan :

son los indios ¡los vencidos!

7 avanzan lentos, con calma.

340 REVISTA NACIONAL.

sin llorar, porque en sus ojos el valor secó las lágrimas ! Ay ! el rumor que se escucha de sollozos y plegarias, no es la expresión de sus duelos ni la expresión de sus ansias, es el rumor funerario de las cadenas que arrastran. En Texcoco, en la ribera, está esperando una barca ; en ella una joven india, inmóvil, también aguarda:

es la pobre Tepazula

Amapola del Anáhuac,

¿ qué piensas ?. . . ¿ á* quién esperas ?

¿á quién sollozando llamas?

¿á tu patria vencedora? ¡ infeliz ! murió tu patria !

¿á tu amor? ése no ha muerto,

y viene á como el águila, que triste retoma al nido después de romper sus garras !

Por eso lejos muy lejos

se escuoha una voz que canta : "Tepazula, Tepazula, si pereció nuestra patria, nuestro amor no será esclavo : espera, tórtola, aguarda!^*

***

Ved : se aleja la canoa sacando astillas de plata! ¡Con qué ternura sonríe la pareja enamorada I La Madre Naturaleza al silencio entregó su arpa, y solo á turbar se atreven

LAS ROCAS DEL LAGO. 811

la majestad de su calma, el temblor de algunas hojas ó el roce de algunas alas.

Y el indio suelta los remos, crispa las manos, se para, golpea su frente, del casco

las corvas plumas arranca, y grita con voz de trueno que hasta el conñn se dilata:

"i Sí, morir! Yo no soporto

la esclavitud del Anáhuac !

i Que el alma se envuelva en flores,

que se embriague al aspirarlas,

porque pronto he de ausentarme

de ti, mi madre, mi patria ! '*

Y los ecos huyen raudos,

y tornan de las montañas,

y emprenden de nuevo el vuelo

llevando en sus tenues alas

las frases sollozadoras

de una voz apasionada:

" Ay ! yo soy más miserable

que la última flor exclama

yo también te quiero mucho,

tierra, mi linda garza.

Nopal tzin, muero contigo

¿Adonde irán nuestras almas?"

Y los amantes, serenos, tienden, mudos, sus miradas por los campos, por los montes, por el cielo y por el agua ;

se contemplan ; por sus labios discurre sonrisa amarga ; sus manos trémulas unen ;

nerviosamente se abrazan

¡un suspiro! luego un beso!....,

¡ y ai triste lago se lanzan !

Ma REVISTA NACIONAL.

¿Qué VOZ grita entre las olas? ¿Por qué los pájaros cantan? ¡Ea! ¿quién viene por los campos rompiendo todas las ramas?

El lago agita convulso su manto de plumas blancas ; y dos rocas, que la luna envuelve con luz de nácar, dos rocas que no existían, enlazándose, abrazadas, con solemne y hondo estruendo

surgen del fondo del agua!

Obi Nopaltzin Tepazula,

os manda un beso la patria!

III

EL ÁGUILA.

Al pMMu* oigo como Terdaderamente laf rocas rcupondlenuí á lo^ daloe* canto* lat flores ; responden las laclen tes j murmuradoras aguas ; la fuente axnlada canta, se estrella y Toelre á cantar. . . .

Cmmímrt» MexieanM (Cantar I.)

Dejadla! que tienda el vuelo, que altiva las nubes rasgue, y que en la luz de la aurora sus fuertes alas empape! Tiene derecho: es la reina magnifica de los aires ;

es el águila! ¡Qué hermosa I

Corvo el pico ; flameante, la amarillenta pupila; la pluma morena y suave ; chata la frente, la garra siempre dispuesta al combate,

LAS ROCAS DEL LAGO.

y el ademán victorioso^ á la vez dulce y salvaje I

Y en el espacio la aurora su rojo cofre entreabre, y da al cielo flecos de oro , y da á la tierra diamantes. A lo lejos, pensativos, se yerguen los dos volcanes ; México eleva su» torres que fresco acaricia el aire ; el aroma de los campos corre despertando el valle, y el otoflo sóndente sacude, alegre, los árboles para que inunden las huertas» ya picados por las av«s, duraznos de terciopelo, madroños color de sangre.

El sol asciende ; y el lago de Texcoco, iluminándose, sus rocas al sol ensefla, sus rocas, donde el ramaje ofrece sombra y reposo á las palomas del valle

Labriegos que vuestro arado gastáis en la triste margen, ¿porqué miráis esas rocas con terror? ¡Dios nos ampare! Porque en las noches de luna, cuando el sueño al mundo invade, se besan allí dos muertos; ¡dos muertos que son amantes I*—

*** Un instante, y después otro, y después miles de instantes indiferentes formaron trescientos afios cabales.

BEVUrrA XACIONAL.

Oh! Nopaltzin Tqmziila,

^acasomeob? ¡Quién sabe!

¡Los muertos ¡ay! aunque escuchen

jamás contestan á nadie!

Cuando, tristes, vuestras almas

llegan en alas del aire,

y en las rocas de Texcoco

se besan dulces y amantes,

¿vienen acaso buscando

á sus dioses tutelares?

¿Buscan, acaso, anhelosas

el ignorado paraje

donde reposan los huesos

de Cuauhtemotzin el grande ?

¿Buscan, acaso, el arrojo

de aquel pueblo de gigantes

para llevarlo á las nubes

y formar mil tempestades?

i Ah ! no vengáis, pobres almas ;

no vengáis, muertos errantes !

La noche guarda á la tierra en su cofre de azabache ; brillan dos ojos de lumbre

en el fondo del paisaje

lEl tecolote! ¿Quién viene?

''¡Virgen santal ¡Los amantes!**

dicen las gentes del pueblo, rezan algo santiguándose, y después, en la alta noche, cuando el sueño al mundo invade, se escucha el rumor de un beso que inunda, lánguido, el valle!

***

¿Será verdad lo que cuentan?

¿Quién fué testigo? ¡Dios sabe!

Pero dicen que al reflejo

LAS ROCAS DEL LaGO. dl5

de una alborada radiante^ á mediados de Septiembre del año de diez, de sangre se tifió un momento el lago, y un momento tembló el valle. Y dicen que por el cielo vino un águila salvaje ; que en las rocas de Texcoco, detuvo el vuelo un instante; que en ellas dejó una rama de laurel, j que en los árboles de la ribera sonaron desconocidos cantares

¡ Pueblo ! entonces ¿qué sentiste? ¿qué cantaste en tus romances? ¡ La libertad te dio un beso, y también la besaste!

El terror huyó vencido. Los cercanos habitantes no hablaron de almas en pena, sino de honor y combate ; y ya no volvieron nunca, en la alta noche, á besarse sobre las rocas del lago, las almas de los amantes.

¡Oh libertad! Bendecidla,

campos, montes, flores, aves ! !

***

Habla el lago de Texcoco en voz baja á los tulares, y lo que dice indiscreto, escucha, al pasar, el aire.

1

W6 REVISTA NAOlONAl .

Tras de la sierra de Ajusco desciende, lenta, la tarde ; y prendiendo una guirnalda de luz á los dos volcanes, el iris finge en el éter un pabellón trígarante

¡Ehl ¿Quién viene allá á lo lejos? ¿Qué rumor inunda el valle? ¿Quién pone un arpa en mis manos?

¡Es la Tradición! esa ave

que llega buscando el nido donde duermen mis cantares!

¡ Oh Anáhuac ! ¡ nave incendiada sobre un océano de sangre I I Oh ! pueblo de héroes sublimes ! I Oh ! Cuauhtemoc admirable !

¡ Oh ! Nopal tzin Tepazula

melancólicos amantes!

¡Despertad! venid! un beso

poned en mi arpa anhelante,

y vivid, siquiera un día,

en brazos de m is romances !

Mas ya la noche callada cerró tus párpados, Tarde!

¡Qué obscuridad! ¿Quién se agita

entre los mustios tulares?

¡El tecolote! Miradlo:

lánguido y roto el plumaje;

los anchos ojos sin brillo ;

triste mudo ¡ agonizante !

México, Septiembre 19 de 1889.

José M. BUSTILLOS.

ABEJA. 817

ABEJA.

l^Conñnúa,']

CAPITULO XVIII.

EN EL CUAL EL REY LOG EMPRENDE ÜN TERRIBLE VIAJV.

Al salir del pozo de la ciencia, el rey Loe se dirigió á su tesoro, to- mó un anillo de un cofre, del cual sólo él tenía la llave, y se lo puso en el dedo. El engarce de este anillo despedía una luz viva, porque es- taba form^o de una piedra mágica, cuya virtud hará conocer el curso de nuestro relato. El rey Loe fué en seguida á su palacio ; se vistió con un manto de viaje ; i^e calzó con fuertes botas y tomó su bastón ; des- pués comenzó á viajar á través de calles populosas, de grandes cami- nos, de pueblos, de galerías de pórfido, de cascadas de petróleo y de grutas de cristal, que se comunicaban entre si por estrechas aberturas.

Parecía pensar, y pronunciaba palabras que no tenían sentido. Pero caminaba obstinadamente. Las montafias interrumpían su camino y es- calaba las montañas; los precipicios se abrían á sus pies y bajaba por los precipicios ; cruzaba los vados; y atravesaba espantosas regiones obs- curecidas por vapores de azufre. Caminaba por ardientes lavas donde los pies dejaban sus huellas, y tenía el aire de un viajero extremada- mente testarudo. Se perdía en cavernas sombrías, donde el agua, fil- trándose gota á gota, corría como lágrimas, á lo largo de las algas, y for- maba sobre el suelo desigual, lagunas, en las que innumerables crus- táceos cruzaban como monstruos. Las tortugas enormes, las langostas, los cangrejos gigantescos, las arafías de mar, luchaban á los pies del Enano ; después se iban abandonando alguna de sus patas, y desper- tando en su fuga á horrorosos pez-espadas, á pulpos seculares, que de repente agitaban sus cien brazos, y vomitaban por su pico de pájaro al- gún fétido pescado. No obstante esto, el rey avanzaba. Llegó hasta el fondo de las cavernas, donde había un amontonamiento de caparazo- nes provistos de puntas, de pinzas con dobles sierras, de patas que les subían hasta el cuello y de ojos mohines, armados, por último, con lar- gos brazos. Trepó por el flanco de la caverna agarrándose á las aspe-

Mi REVISTA 3ÍACIOXAL

rezas de la roca : los mónstraos acorazados subían con él, t no se de- tOYO sino hasta reconocer y tocar una piedra que sobresalía en medio de b bófeda natura]. Tocó con su mágico anillo la piedra, que estalló de repente con gran estrépito, y á la Tez una oleada de luz esparció sos bellas ondas en la cat ema, y poso en fuga á las bestias que habitaban en las tinieblas.

El rey Loe introdujo la cabeza por la abertura desde donde se perci- bía el dia, y tío á Jorge de Blanchelande que se lamentaba en su pri- sión de TÍdrio, pensando en Abeja y en la tierra. Porque el rey Loe había emprendido su TÍaje para libertar al cautÍTO de las Ondinas. Pe- ro al Ter aquella tosca cabeza llena de pelo, de cejas arqueadas, y bar- buda, que lo miraba desde el fondo del embudo de crista), Jorge creyó qoe le amenazaba un gran peligro, y buscó su espada, sin recordar que la había roto en el pecho de la mujer de los ojos Terdes. Sin embar- go, el rey Loe le contempló con curiosidad.

¡ Psit ! se dijo, ¡ si es un niflo !

Era en efecto un niño muy sencillo, y debía á su gran sencillez el haber escapado de los besos, deliciosos y mortales, de la reina de las Ondinas. Aristóteles con toda su ciencia, no se hubiera salvado con tanta facilidad.

Jorge, viéndose sin defensa, preguntó :

¿Qué me quieres tosca cabeza? ¿Porqué hacerme mal, si yo nun- ca te lo he hecho ?

El rey Loe respondió con un tono entre jovial y áspero :

Bonito mío, no sabéis si me habéis hecho dafío, porque ignoráis las causas y los efectos, las acciones reflejas, y en general toda la fílo- sofía. Pero no hablemos más de esto. Si no os repugna salir de vues- tro embudo, venid por aquí.

Jorge,se metió al instante en la caverna, deslizándose á lo largo de la pared, y, cuando estuvo en salvo :

Sois un valiente, pequefio hombre, le dijo á su libertador; os ama- ré toda mi vida ¿pero sabéis en donde está Abeja de los Clarides?

muchas cosas, respondió el Enano, y principalmente que no me gustan las preguntas.

Jorge, al escuchar estas palabras, permaneció muy confuso, y siguió en silencio á su guía, aspirando el aire pesado y negro donde se agita- ban los pulpos y los crustáceos. Entonces el rey Loe le dijo con burla:

¡ El camino no es para carruajes, mi joven príncipe !

ABEJA. S48

Seflor, le respondió Jorge, el camino de la libertad es siempre her- moso, y no temo extraviarme siguiendo á mi bienhechor.

El pequeño rey Loe se mordió los labios.

Cuando llegaron á las galerías de pórfido, le mostró el joven una es- calera, practicada en la roca por los Enanos, para subir á la tierra.

He aquí vuestro camino, le dijo, adiós.

No me digáis adiós, respondió Jorge; decidme que os volveré á ver. Mi vida os pertenece después de lo que habéis hecho por mí. El rey Loe respondió :

Lo que he hecho, no ha sido por vos, sino por otra. Mejor será que no nos volvamos á ver, porque no podríamos queremos.

Jorge repuso con tono grave y sencillo :

No creía que mi libertad me causara un disgusto. Pero asi ha su- cedido. Adiós, señor.

¡Buen viaje! exclamó el rey Loe con voz ruda.

La escalera de los Enanos confinaba con una cantera abandonada, que se hallaba situada á menos de una legua del castillo de los Gla- ndes.

El rey Loe prosiguió su camino murmurando :

Este muchacho no tiene ni la ciencia ni la riqueza de los Enanos. Verdaderamente no por qué es querido por Abeja, á menos que lo sea, porque es joven, hermoso, fiel y valiente.

Entró á la ciudad riéndose en sus barbas, como un hombre que ha jugado una mala pasada á alguno. Cuando atravesó delante de la casa de Abeja, introdujo su tosca cabeza por la ventana, como había hecho en el embudo de vidrio, y vio á la joven que bordaba, sobre un velo, ño- res de plata.

Sed feliz, Abeja, le dijo.

Y tú, respondió ella, pequeño rey Loe, ojalá que nunca tengas que desear algo, ó por lo menos que sentir.

Tenía algo que desear, pero en verdad nada que sentir. . Este pensa- miento lo hizo comer con buen apetito. Después de haber tomado un gran número de faisanes trufados, llamo á Bob.

Bob, le dijo, monta sobre tu cuervo; ve á encontrar á la princesa de los Enanos y dile que Jorge de Blanchel ande, que fué mucho tiem- po prisionero de las Ondinas, está ahora de regreso en los Clarides.

Dijo, y Bob voló sobre su cuervo.

KO REVISTA NACIONAL.

CAPITULO XIX.

QUE TRATA DEL MARAVILLOSO ENCUENTRO QUE TUVO JUAN, EL MAESTRO SASTRE, T DE LA BUENA CANCIÓN QUE LOS PÁJAROS

DEL SOTO CANTARON Á LA DUQUESA

Guando Jorge se halló sobre la tierra en que había nacido, la prime- ra persona que encontró fué á Juan, el viejo maestro sastre, llevando en el brazo un manto rojo del mayordomo del castillo. £1 buen hom- bre lanzó un grito á la vista del joven señor.

i San Jacobo ! dijo, si no sois monseñor Jorge de Blanchelande, que se ahogó en el lago hará veinte años, sois su alma ó el diablo en persona.

No soy ni alma ni diablo, mi buen Juan, sino Jorge de Blanche- lande, que iba á vuestra tienda y os pedia pedacitos de pafio para ha- cer vestidos á las muñecas de mi hermana Abeja.

Pero el buen hombre exclamó :

¿No os habéis ahogado, monseñor? Que contento estoy. Estáis muy buen mozo. Mi nieto Pedro, que se subió en mis brazos para ve- ros pasar aquel domingo en la mañana, á caballo y al lado de la du- quesa, es ahora un buen obrero y un hermoso muchacho. Es, gracias á Dios, como os lo digo, monseñor. Se va á poner contentísimo al sa- ber que no estáis en el fondo del agua, y que no os han comido los pescados, como él creía. Con este motivo tiene la costumbre de decir las cosas más chistosas del mundo ; porque está lleno de gracia, mon- señor. Es un hecho que se os sintió en todos los Glarides. Prometíais mucho en vuestra infancia. Hasta que me muera me acordaTé, que un día me pedisteis mi aguja de coser, y como os la negué porque no esta- bais en edad de usarla sin peligro, me respondisteis que iríais al bos- que á cortar bellas agujas verdes de los sabinos. Dijisteis esto, y toda- vía me río. ¡Por mi alma! lo dijisteis. Nuestro pequeño Pedro tiene también excelentes respuestas. Es ahora tonelero, á vuestro servicio, monseñor.

No quiero á otro más que á él. Pero dame, maestro Juan, noti- cias de Abeja y déla duquesa.

{Oh! ¿de dónde venís, monseñor, si no sabéis que la princesa Abeja fué robada, hace siete años, por los Elnanos de la montaña ? Des- apareció el mismo día en que fuisteis ahogado, y se puede decir que

ABEJA. 851

aquel día los Clarides perdieron sus dos más bellas flores. La duquesa tuvo un gran pesar. Por esto digo yo que los poderosos de este mundo tienen también sus penas como los más humildes artesanos, y que es- ta es una prueba de que todos somos hijos de Adán. En consecuencia, lo mismo se debe ver á un perro que á un obispo, como vulgarmente se dice. Con tales enseñanzas es como la duquesa ha visto encanecer sus cabellos y ha perdido toda su alegría. Y cuando' con traje negro se pa- sea en la Primavera, por el huertecillo donde cantan los pájaros, el más pequeño de ellos es más digno de envidia que la soberana de los Cla- rides. Algunas veces su pena no está sin una poca de esperanza, mon- señor ; porque si no tiene noticias de vos, sabe á lo menos por sueños que vive su hija Abeja.

El buen hombre, Juan, decía estas cosas y otras muchas; pero Jorge no le escuchó más, desde que le oyó que Abeja era prisionera de los Enanos.

Pensaba :

Los Enanos retienen á Abeja bajo la tierra ; un Enano me sacó de mi prisión de cristal; no todos estos pequeños hombres tienen las mis- mas costumbres; mi libertador no es ciertamente de la raza de aque- llos que robaron á mi hermana.

No sabia qué pensar, sino que debía librar á Abeja.

Sin embargo, atravesaron la ciudad, y á su paso, las comadres que estaban en el umbral de las puertas, se preguntaban entre si, quién era este joven extranjero y convenían en que tenía buena presencia. Las más avisados, habiendo reconocido al Sr. de Blanchelande, creyeron ver una alma en pena y se metían poniéndole la cruz.

Es preciso, dijo una vieja, echarle agua bendita y desaparecerá de- jando un desagradable olor á azufre. Se llevará al maestro Juan, el sas- tre, y lo sumergirá vivo, sin remedio, en las llamas del infíemo.

Pocoá poquito, vieja! respondió un vecino, el joven señor está muy vivo y más vivo que vos y que yo. Fresco como una rosa parece más bien venir de una corte galante que del otro mundo. Viene de le- jos, buena señora; testigo, el escudero Francoeur que vino de Roma en el San Juan pasado.

Y Margarita, la segadora, habiendo admirado á Jorge, subió á su apo- sento de doncella, y arrodillándose delante de una imagen de la Vir- gen Santa: ''Santa Virgen decía, has que encuentre un marido pareci- do á este joven señor. **

882 REVISTA NACIONAL.

Cada uno hablaba á su modo del regreso de Jorge, tanto y tan bien, que la noticia voló de boca en boca hasta los oídos de la duquesa, que á la sazón se paseaba en el huerto. Su corazón latió muy fuerte y es- cuchó que todos los pájaros del huertecillo cantaban, anunciando la lle- gada de Jorge.

Francoeur se aproximó á ella respetuosamente y le dijo: Señora duquesa, Jorge de Blanchelande á quien creíais muerto, ha regresado ; haré una canción. Sin embargo, los pájaros cantaban :

Cui, cui, cui, cui, cui, cui, Sí, sí, sí, sí, sí, Está aquí, aquí, aquí, aquí, aquí aquí. Y cuando ella vio venir al nifio, que había educado comoá un hijo, abrió los brazos y cayó desmayada.

Anatole Frange.

[Coniinuard.]

BUtLIOGBAFIÁ.

lAra de la niñez.-^Asi se intitula un librito publicado últimamente en Mérida de Yucatán por el fecundo escritor y poeta D. Rodolfo Me- néndez, quien lo ha dedicado á las escuelas latino-americanas.

Un periódico yucateco, al anunciar la aparición de la lAra de la ni- .nez, dice lo siguiente, que hacemos nuestro porque, como el colega conocemos y estimamos el librito de que se trata:

'*E1 sólo titulo de la obrita, que contiene ciento quince pequeflas composiciones poéticas manifiesta su carácter y su objeto, siendo á nuestro juicio el más provechoso libro de lectura que pudiera ponerse en las manos de la niñez. Las ciencias, las artes, las industrias, con todas sus múltiples y grandiosas invenciones; los más grandes y más nobles sentimientos del corazón humano; la familia, la patria, el ho- nor, la virtud; las aspiraciones más honrosas, la gloria, la inmortali- dad, todo lo que hay de levantado y de ennoblecedor, está en ese libro delineado en preciosos y sencilfós versos de fácil comprensión para las inteligencias incipientes.

/'Creemos un deber de los padres proporcionar uno de esos precio- sos libritos para hacer el más saludable obsequio á sus pequeñuelos.^*

LA NOCHE TRISTE. 868

LA NOCHE TRISTE.

Era el Sr. Don Francisco de Hevia, Coronel del Regimiento de Cas- tilla, un militar por extremo pundonoroso» valiente y ameritado, y tan quisquilloso en punto á cosas del servicio, que pasaba por el jefe más exigente y terrible de cuantos sostenían en la Nueva Espafia los dere- chos de la corona de Carlos V.

Nunca placentera risa alegró aquel su rostro moreno, donde pare- cían unirse, en simpático maridaje, la viveza fogosa del morisco y la energía férrea del castellano.

Distinguíale, por desgracia, un carácter fatalmente impetuoso y colé- rico, del cual se contaban horrores tamafios, y tales, que á ellos atri- buían muchos el que no hubiera alcanzado mayores grados en los rea- les ejércitos. Ni en formación ceñía la espada, según fama por ex- presa prohibición del Rey, á causa de haber dado muerte á un recluta^ cierto día de parada, cegado por la ira.

Era tan aseado que, al decir de sus asistentes, tenía tantas camisas cuantos días el afio, y nunca se dio caso, ni aun estando de guerra, que llevara en los vestidos la más leve mancha.

Cristiano viejo, como buen castellano, aunque un si es no es malea- do por aquel liberalismo regalista y declamador de la Junta de Aran- juez, que por boca de Quintana y en proclamas escritas, á juicio de Cap- many, en estilo anfibio con voecAtUario francés, desahogó sus opiniones histórico -políticas; nuestro coronel andaba muy extraviado en lo que toca á fueros eclesiásticos, no embargante lo cual, cumplía casi de dia- rio con sus deberes religiosos, como si los tuviera prescritos y amplia- mente precisados en la Ordenanza.

No gustaba de compañeros, ni de ñestas, ni de holganzas, huía de aventuras galantes, aunque no era insensible á recatadas femeniles be- llezas, y tenía por fruto vedado las alegrías ruidosas de la trashuman- te vida militar. Galante y cortés con las damas, cuyo trato no buscaba^ pero tampoco veía con desdén, mostrábase carifioso con los niños y leal y franco con sus amigos, que eran pocos, y entre los cuales se conta-

R. H.— T. II— tS

«I REVISTA NACIONAL.

1)an uno muy docto y discreto, el Sr. Dr. Don Miguel Valentín y Tama- jo, honor y gloría del pulpito mexicano, y otro muy probo y benéfíco, el acaudalado peninsular Don Juan Antonio Gómez, de grata memoria, introductor de los mangos de Manila y del café en las comarcas cordo- bei^as.

j^lacíale el juego, pero de un modo singular: todos los días pasaba largo tiempo, en su casa ó en la fonda, jugando al solitario, entreteni- miento infantil que le ponía á salvo de incidentes y lances, asaz peli- grosos para un hombre como él de ímpetus tan fíeros.

Bastaba el nombre de Hevia para alejar las guerrillas insurgentes al- gunas leguas en contomo, y á tan activo, perito y afamado jefe debió muchos triunfos el poder virreinal y la pacificación de las Villas de Orí- zaba y Córdoba, allá por el afio de gracia de 1820.

IL

Corría tranquilo el de 19 y los habitantes de la Muy leal Villa de Dri- zaba, por herencia pacíficos y laboríosos, gozaban de los beneficios de la paz, sin temor de que americanos ó realistas entraran á saco su prós- pera ciudad.

El comercio y la agricultura iban recobrando, aunque poco á poco, la actividad perdida; la arrierada del Interior bajaba hacia la Costa, y el vecindario comenzaba á reponerse de los perjuicios y dafíos que la guerra le causara ; más otras calamidades lo tenían conturbado y en aflicción : un terremoto había echado por tierra el tercer cuerpo de la torre de la Concordia, suntuoso templo de los PP. Felipenses; el sa- rampión arrebataba chiquillos á docenas, y fueríe sequía malogró la cosecha de tabaco en la cual cifraban los orizabeflos risueñas esperan- zas de pingües, necesitados medros.

Afligidos y apenados los piadosos moradores de la pluviosa Villa ce- lebraron, como de costumbre en tales casos, solemnísima novena á ho- nor de la milagrosa imagen del Sr. del Cal varío, don precioso del Ilustrísimo Sr. Obispo de la Puebla Don Juan de Palafox y Mendoza, para pedir misericordia y remedio de males.

Llenábase de gente, día con día, la modesta y vetusta capilla del ve- nerado Crucifijo, á las horas del ejercicio expiatorio, durante el cual se rezaba la Vla-sacra, se cantaba la Letania de loé Santos, el Alabado ó

UL NO(^E TBI8TB. «65

el Je9Ú8 Amoroso^ ^^ematando como dicen- los apuntamientos de un curioso de entonces con una fuerte dimplina 6 astotaina.^^

Era costumbre en Drizaba, en aquellos tiempos de severa piedad y liéroico amor patrio, cuando alguna calamidad afligía á los vednos y muy grande fué para ellos la pérdida de las cosechas que el Cabil- do dirigiera atento ofício al M. R. P. Guardián del Colegio Apostélico de San José de Gracia, pidiendo misión publicad la benemérita Comu- nidad. Esta accedía gustosa, y á los pocos días se daba comienzo al cristiano ejercicio.

Pidió misión esa vez el Muy Ilustre Ayuntamiento, presidido á lasa» zón por uno de sus más conspicuos vecinos, y, con asistencia del Ca- bildo, principiaron los buenos frailes franciscos su evangélica tarea en la primera quincena del mes de Octubre, á tiempo que una oompafila de volatines y faranduleros, capitaneada por un payaso de fama llama- do Félix Cancela, tendía maromas, alzaba tablado y sacudía sus aram- beles en la casa de la Ronca Llanos, dueña de un corral ó palenque de gallos situado á espalda de la capilla en que se celebraban los cultos expiatorios.

Ya verás, lector mío, como la farándula provocó un ooíw belU, po- niendo frente á frente la espada y la Cogulla.

III

Viernes 15 de Octubre, día de Santa Teresa^ tercero ó cuarto demi- sión, después de las preces reglamentarias salieron los Padres del tem- plo parroquial.

Tocaban rogativa las campanas, y los buenos frailes franciscanos, se- guidos de sus legos y crucifijo en mano, al frente de diversos numero- sos grupos, tomaron por distintos barrios de la Villa, cantando el him- no de los Corazones^ llamando á penitencia y dirigiendo á los tibios é indiferentes con quienes se topaban al paso puuzadoras saetillas. . .

Así llamaban á ciertas coplillas ó versos sueltos, de artemíniípa, con que daban descanso al rezar y oportuno alivio al fatigado predicador.

En la calle más amplia, en la encrucijada más cómoda se cumplían los actos principales del ejercicio. Allí proporcionaban los vecinos una mesa monumental, de aquellas de pesado cedro y ga):ras de león, in- destructibles y casi eternas, que pronto quedaba convertida en pulpito,

866 REVISTA KAOIONAL.

á las veces sustentador de notables predicadores en quienes rebosaban, y justo es decirlo, sólida elocuencia y efícaz unción.

Terminado, entre lágrimas, el vehemente discurso, seguía adelante la procesión para detenerse en la plazuela próxima donde el acto era repetido.

Asi el numeroso concurso podía escuchar, y escuchaba, conmovido y lloroso, tres ó cuatro sermones que le movían á penitencia y á vivo dolor de sus pecados.

Al caer la tarde, cuando la noche bajaba á todo correr de los cerros cercanos, uno de los grupos, presidido por Joaquín Ferrando, y que ve- nía del no distante monasterio del Carmen, acertó á detenerse, no se sabe si casual ó intencionalmente, junto al palenque de la Llanos, don- de volatines y faranduleros se daban á Satanás, lamentando la fsdta de concurrentes que no llegaban á admirar los chistes y glosas de Cance- la, el salto mortal de su más hábil volteador y el saínete incomparable que daría término á la fíesta.

Predicaban frente al palenque los franciscos, y, cosa rara en frailes españoles, tronaban contra el teatro al igual del mismísimo Juan Jaco- bo Rousseau.

Desesperados los volatines y temerosos de un quebranto, que no evi- taron, no sabían qué hacer, hasta que al fin Cancela, enharinado, pin- tarrajeado de mil colores y vestido ya con su grotesco traje sembrado de oropeles, se decidió á jugar el todo por el todo.

Algunas personas tertuliaban al pié del tablado, y eran, el Subdele- gado Don Pedro María Fernández; algunos oficiales del Batallón de Castilla; mi abuelo paterno, cuyo nombre llevo y que había salido de Córdoba con su familia, huyendo del vómito que aquel afio hacía de las suyas en la Villa de los Treinta Caballeros y con ellos el mis- mísimo Hevia, que, por caso raro, había dejado aquella tarde su par- tida de solitario.

Dirigióse Cancela al Coronel, acaso porque de sus pocas pulgas y de su enérgico carácter esperaba eficaz remedio, y quejóse del mal éxito del espectáculo anunciado, por culpa de los PP. que á la puerta echa- ban rayos y centellas contra la diversión, con perjuicio de la compañía.

Oyóle paciente el irascible Coronel y cambiando, en voz baja, bre- ves y terminantes palabras con el Subdelegado le ordenó que prestara aCensióñ á los quejosos. Don Pedro María Fernández salió al punto, y suplicó á loa misioneros que fueran á continuar sus sermones á sitio

Ik

ul noche triste. asr

más apropiado, y obedientes los frailes tomaron calle arriba hasta la plaza del Cura y casa de Don José Bermúdez, hoy esquina de la 4* ca- lle det Calvario y 3* de San Rafael.

Pero ni por esas venía la gente al espectáculo, y Hevia, que tal vez deseaba dar en él esparcimiento á su ánimo, comenzó á impacientarse, y hablando con uno de la farándula supo que los franciscos seguían predicando no lejos del improvisado coliseo. Montó en ira al oírlo y haciendo á los oficiales presentes imperioso ademán para que le siguie- ran, salió rumbo al lugar indicado.

A poco andar se encontró con la multitud que arrodillada escucha- ba el sermón, y pasando entre ella con no poco trabajo, que duplicaba lo violento de su ánimo, emprendió acercarse al orador; más no había llegado aún, cuando blandiendo el bastón por lo alto principió á gritar en tono de mal reprimida cólera:

Padre, ya le mandé decir que fuera á predicar al Convento!

£1 misionero seguía su discurso sin darse cuenta de lo que sucedíai cuando el pueblo, que había comprendido ya la actitud amenazante de Hevia, prorrumpió en gritos tremendos de " / Viva Jetús / " " / Muera d Demonio r^ que por tal tuvieron las mujeres y muchos hombres al impío que así iba en camino de arremeter contra el que predicaba el Evangelio.

Un joven llamado Ángulo, lechuguino de baja clase é hijo de una viuda que, al decir de los contemporáneos, no era de malos bigotes, ni de santa vida, logró arrebatar á Hevia el bastoncillo, yendo, en pocos segundos, la valiosa caña hasta las manos del orador.

Esto fué como la señal de ataque: todas las mugeres se precipitaron contra el irritado militar, dando sobre él á golpes y pellizcos.

A duras penas logró salir del paso, y retrocediendo tomó por las ca- lles hoy nombradas de San Miguel, de la Bóveda y de la Factoría, has- ta las casas del Marqués de la Colina, frente á la plaza del mercado, donde estaba el cuartel. Entró echando espuma y desde la puerta del cuarto de banderas gritó con voz tronante: i Granaderos,'arriba! ¡Car- guen!

A poco salió al frente de los granaderos, que mandaba el Capitán Pasaron, y protegido por la obscuridad formó á sus soldados al costa- do de la Parroquia cuyo cementerio estaba entonces rodeado de altos muros, como los que ahora vemos en la iglesia del Carmen.

Las mujeres saboreaban su triunfo, el sermón había concluido y frai-

858 BEVJBTA NACIONAL.

les y devotos cantaban el Alabado, cuando de pronto una voz terrífica loshizo callar.

I Apunten ! ¡ Fuego !

Y sonó una descarga. Por fortuna Pasaron había ordenado por lo ba- jo á sus soldados que dispararan al aire^ . - . >

.Hevia naandó cargar de nuevo, pero no había sobre quienes tirai*. La multitud se había dispersado, buscando refugio en las casas vecinas y por las calles próximas. El belicoso jefe refrenó sus iras y dispuso qu^ los granaderos volvieran al Cuartel. . « . .

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Esto es to que en nuestras tradiciones locales se conoce con el nóm- bre de noche triste de Qrizaba y derrota de Hevia por las viejas. Noche triste fué aquélla para todos, noche de zozobras y de susto.

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Sq cuenta que al día siguiente la plaza del Cura estaba cubierta de som- brero6« rebqsfqs, chanclas y sarapes, que sus dueños no se habían atre- vido á recoger. .

. El. 16.de Octubre, antes del medio día, la Comunidad del Colegio Apostólico de San José de Gracia, representado por sus miembros más distinguidos, y presidida por su guardián, que lo era un santo varón trasunto de los Gante y Motolinia, fray Lorenzo Socíes, dio á Hevia en su alojamiento, humildísima satisfacción por los sucesos de la víspera, pidiéndole que olvidara todo, y rogándole por Jesucristo crudjusado que viera con ojos de piedad á los devotos y pacíficos habitantes de la " Muy leal Villa de Orizaba, "

Drizaba, Septiembre de 1889.

Rafael Delgado.

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 8»*

DATOS

PARA LA biografía BE B. MARIANO ARISTA.

Sin tiempo ni pretensiones, no daré, en este humildísimo tral>ajo más de lo que ofrece su titulo, que es á la vez su argumento ; logrará mi labor valiosa recompensa, si utilizándola alguien que disponga de lo primero y merezca tener las segundas, puede y quiere escribir la his^* toria de uño de los más probos y menos afortunados gobernantes de México: si tal hace, estará seguro de haberla emprendido sobre docu- mentos fehacientes, que originales tengo en mi poder y he presentado á la Dirección y Secretaría de la '^Revista Nacional de Letras y Cien- cias. " Por mi parte, pongo punto aquí á esta introducción ó, mejor di- cho, advertencia, y paso á coordinar los datos á que me refiero, dando principio por la Fe de Bautismo que, á la letra dice :

" En el afio del Señor de mil ochocientos dos, en diez y nueve di& Julio, en la Iglesia Parroquial de esta ciudad de San Luis Potosí : Yo el Bachiller Don José Mateo Braceras, Sacristán Mayor Substituto de es- ta dicha Parroquia de licencia que me confirió el Licenciado Don José Anastasio Sámano, Cura por S. M. de esta dicha Ciudad y su Partido» etc., bauticé solemnemente, puse óleo y crisma á un infante español de tres días de nacido, al cual puse por nombre José Mariano Martín Bue- naventura Ignacio Nepomuceno, hijo legitimo de Don Pedro García de Arista, Ayudante Mayor del Regimiento Provincial de Dragones de San Carlos, natural de la ciudad de Lorca, Reino de Murcia en Castilla, y de Doña Juana Nuez y Arruti, natural de la ciudad de Puebla. Abue* los paternos Don Juan Francisco García de Arista, y Doña María Sán- chez Tejedor, de los Reinos de Castilla ; Abuelos matemos Don Félix Nuez, Teniente veterano del Regimiento Provincial de Dragones de la Reina, natural de Aragón, y Doña María Gertrudis Arruti, natural de Puebla: fueron sus padrinos, Don José Isidro Beltrán, Ayudante de di- cho Regimiento de San Carlos, y Doña Josefa Ladrón de Guevara, ve- cinos de esta nominada ciudad, á quienes advertí su obligación. Y pa-

880 REVI8TA NACIONAL.

ra que cofiste lo firmé con el Sr. Cura. Lie. José Anastasio de Sá- mano. José Mateo Braceras, ^Al margen dice; José Mariano Martin Buenaventura Ignacio Nepomuceno, Español. '^

Cuáles fueron sus primeros pasos en erejército y á qué edad entró á servir en él, nos lo dice el siguiente importante documento que tam- bién nos su retrato :

''Regimiento de Dragones provinciales de la Puebla de los Angeles. Compañía del Teniente Coronel. Filiación Don José Mariano Arista, hijo del Sargento Mayor Don Pedro y de Doña Juana Nuez, na- tural de San Luis Potosí, dependiente del corregimiento del mismo y avecindado en Puebla: su edad Q. S. P. doce años : su Religión C. A. R.: sus señales éstas: pelo rubio dorado; ojos negros: color blanco: cejas rubias doradas: nariz regular: con diferentes pecas en el rostro. Fué admitido de cadete en virtud de superior orden de 18 de Mayo de mil ochocientos trece, en la ciudad de Puebla, el día primero de Junio de 1813, y se le leyeron las penas que previene la Ordenanza en pun- to á deserción, obediencia y falta de subordinación, y lo firmó, quedan- do advertido de que es la justificación, y no le servirá disculpa alguna : siendo testigos el Teniente Don José Manuel Frías, y el Alférez Don Juan de Arista, ambos del mismo cuerpo. Mariano Arista. Notas: Apruebo á este individuo hoy día de la fecha. De Llano. Presen- tado en esta caja general de Puebla en primero de Junio de mil ocho- cientos trece. Saavedra. Pasó en su clase al cuerpo de Lanceros con su Padre, en primero de Septiembre de mil ochocientos trece. Mora. Campañas: En Julio de 1814 se halló en el ataque del Puen- te del Rey, dado por los Insurgentes ; pasó á nado un río con la Divi- sión del capitán de Dragones de España Don Francisco Arleguí, que conducía un carro de Veracruz á Jalapa, en el que perdió todo su equi- paje. En Noviembre de 1815 en el de Vergara, á una legua de Vera- cruz, al mando del Alférez Don Bernardo Alvarez, con treinta lanceros, en el que se mataron tres insurgentes é hirieron dos, cogiéndoles va- rias muías y caballos: y en la toma del pueblo de la Boca del Río en 5 de Enero de 1815. Volvió al Regimiento con dicho su Padreen 1? de Febrero de 1816. Qalebras. Pasa al Regimiento de Dragones de México de orden del Sr. Subinspector, y va satisfecho de sus haberes, hasta el día de la fecha. Puebla 31 de Diciembre de 1816. Anto- nio Culebras. Fué promovido á Portaguión por despacho provisio- nal del Exmo. Sr. Virrey, Don Juan Ruiz de Apodaca, el 8 de Octubre

DATOS PARA LA BIOORAFIA DE D. MARIANO ARISTA. 861

de 1818. Martd, Regimiento de Dragones de México. El Porta Guión Don José Mariano Arista, su edad diez y ocho afios, su país San Luis Potosí, su calidad noble, su salud robusta, sus servicios y circuns- tancias los que se expresan : cadete en Provinciales, cinco aftos, cuatro meses, siete días : Porta Guión, dos meses, veintitrés días : total de tiem- po que sirve hasta fin de Diciembre de 1818, cinco afios, siete meses. Regimientos donde ha servido y clasificación de sus servicios con arreglo á las Reales Ordenes de 26 de Noviembre de 1814, 20 de Abril de 1815, aclaración de 11 de Junio del mismo afio, y Superior Decre- to del Exmo. Sr. Virrey, Don Félix María Calleja de 22 de Marzo de 1816: en Provinciales de Puebla un afio, un mes, cuatro días: en lan- ceros de Veracruz, dos afios, cuatro meses, veintisiete días : en Drago- nes de México, dos afios veintinueve días: abono de campafia desde 1* de Junio de 1813 hasta fin de 1818, según Superior Decreto del Exmo. Sr. Virrey, Don Félix María Calleja, de 22 de Marzo de 1816, cinco afios siete meses.— Total de servicios deducido el Pasivo, once afios, dos meses. En Julio de 1814 se halló en el ataque delPuente del Rey : en Noviembre de 1815 en el de Vergara: y en la toma del pueblo de Boca del Rio en 5 de Enero de 1815. De Ayudante de órdenes del Sr. Brigadier Don Ciríaco del Llano, Comandante General de las Pro- vincias de Puebla y Veracruz, el tiempo de diez meses en el afio de 1818, saliendo con dicho Jefe en los rigurosos meses de lluvias de Ju- lio y parte de Agosto, á recorrer y expedicionar todo el camino militar desde Jalapa á Veracruz y sus inmediaciones. En Noviembre de dicho afio de Ayudante del Sr. Coronel Don José Barradas en el numeroso convoy de platas que este Jefe condujo á Veracruz, desdé cuya plaza sa- lió con toda la División de dicho convoy á sorprender á los rebeldes de Venta de Arriba y Nuhuistla, lográndose recoger algunas familias y porción de caballos. Regresó con el propio convoy de efectos de Jala- pa, sin haberse perdido lo más mínimo. En 20 de Diciembre del pro- pio afio, salió con la División expedicionaria del mismo Sr. Coronel Don José Barradas, y de su Ayudante de órdenes, al Barejonal, contra las gavillas del cabecilla Guadalupe Victoria, en cuya acción logró dis- tinguirse y mereció particular recomendación de dicho Jefe. Sucesiva- mente en 28 del referido Diciembre se halló en la sorpresa que el 30 del propio mes, dio en la Barranca de Palmas á la reunión de Victoria el Sargento Mayor de caballería de Veracruz Don José Ignacio Iberri (procedente de la División del Sr. Barradas), con cuyo Jefe fué Ayu-

ACVJUrTA VACIONAU

dante, habiéndolo pedido con mucha instancia antes de nombrarle. En dicha sorpresa fué derrotada toda la infantería rebelde del traidor Vic- toria, y de sus resultas se indultaron los cabecillas y tropa enemiga que le seguía j quedó tranquila toda la banda derecha del camino de Vera- cruz, mereciendo este oficial particular recomendación de los expresa- dos Jefes, j del Sr. Comandante General de las provincias de Puebla y Veraeruz. Por Tacante del Sargento Mayor: Pedro María Oü, capi- tán.— V? B", El Marqués de Vivanco, Valor, acreditado: aplicación, tiene: capacidad, regular: conducta, buena: estado, soltero. De Ft- varuio,'^

Su Hoja de Servicios formada en 30 de Enero de 1851, los siguien- tes detalles de los servicios de Don Mariano Arista, posteriores á la fe- cha de los precedentes documentos:

** En la Independencia se presentó al Jefe del Ejército Trígarante en la sección de San Juan Bautista Miota en 11 de Junio de 1821, con un clarín, cinco cabos y veinte dragones del Regimiento de esta arma de México, bien vestidos, armados y montados, y á más cincuenta solda- dos y paisanos de varios cuerpos, que fueron en el acto incorporados en el Batallón de la Libertad. Asistió al sitio de Puebla en el que el día 15 de Julio de 1821 fué destacado con veinte dragones de avanza- da á la garita de Cholula, y toda la maflana se estuvo tiroteando, has- ta que á las cinco y media de la tarde se empeñó el enemigo en quitar- le el punto que guarnecía, y no sólo lo defendió con el mayor entusias- mo, sino que los rechazó hasta sus parapetos, teniendo las desgracias de un dragón muerto, dos dragones y dos caballos heridos ; no pudien- do saber la partida del enemigo por haber sido lo más reñido de la ac- ción, debajo de los fuegos de San Javier, que era punto contrario. Hi- so varias expediciones al mando del Sr. Brigadier Don Pedro Zarzosa. Estuvo en el sitio de México, con la circunstancia que fué de la prime- ra División que se apostó en el frente de la Villa de Guadalupe, cons- tando ésta de cuatrocientos hombres. Estuvo en el ataque de dicha Vi- lla de Guadalupe, y desempeñó á satisfacción de Don Pedro Zarzosa todas las comisiones que en tiempo de la Independencia se le confía- ron. Fué de los militares que levantaron el estandarte de la Libertad en Cosa Mata el 2 de Febrero de 1823, mostrando el mayor entusias- mo por este sistema, y convenciendo á los soldados que querian mar- charse á seguir á Iturbide, y últimamente en el sitio de México, hasta que sucumbieron los imperiales y se expulsó al tirano. El 17 de Junio

DATOS PARA LA BI06HAFIA J>B J>, MARIANO ARISTA. 888

de 1824 asistió á la acción de la Hacienda de Coamacingo y logró en* centrarse en el alcance con un individuo de la gavilla de Góm^z, nom- brado el Charro, al que le dio la muerte, después de haber lidiado eon un alférez, un sargento y cuatro granaderos de este cuerpo, que salie- ron heridos por aquel. Marchó con el Regimiento en el Ejército de ReQerva al mando del Sr. General Bustamante el 2 de Septiembre de 1829. Se pronunció por el plan de Jalapa, aprobado por la ley de 14 de Eneróle 1880, en 5 de Diciembre del afío de 1829, hallándose en t^das las operaciones del Ejército. Marchó en 11 del mismo, man- dimdo una sección de quinientos caballos, en auxilio de Jos que se ha* bian pronunciado por el propio Plan de Puebla, y entró en dicha cru* dad el 12 en la tarde, á pesar de cuatro mil cívicos que no admüieroii el' plan. De «sta ciudad salió con una sección de infantería y caballcT ría sobre México, situándose en San Martin y después agregándose al. Ejército. Estuvo en el mando del cuerpo «n todas sus operaciones; presentado de esta expedición oficios en que los Generales Busta* mante y Múzquiz le dan las gracias por su actividad y tino en auxiliar á Puebla en menos de dos días, partiendo desde Perote. El 27 de Abril de 1832 marchó con noventa infantes y ciento cincuenta caballoB, sobre [Lerma, donde el General Inclán se había pronunciado ; logró apaciguar el expresado pronunciamiento ; mas sublevándose de nuevo el General González se hizo fuerte con más de setecientos hombres en Santa María del Monte, punto militar defendible con poca fuerza; le; presentó acción Arista, llamándole antes á avenimiento, de lo' que re- sultó que González fué convencido y puesto á las órdenes del Supremo Gobierno con toda su tropa, la que el expresado coronel Arista condu*. jo á México sin la menor deserción, quedando en quince días tranqui- lo todo el Valle de Toluca por sus providencias, y en consecuencia me- reció que el Supremo Gobierno le diese las gracias por su infatigable activid&d, acierto y aptitud. El 16 de Agosto marchó con la División del Interior, mandada en persona por el Exmo. Sr. Presidente Gene- neral D. Anastasio Bustamante, llevando á su cargo una sección de ar- tillería, infantería y caballería, hasta Querétaro ; apenas llegó á este punto se le destinó con sólo ciento cuarenta hombres en auxilio de Mo- relia, amenazada por Quijano con más de ochocientos hombres ; la maro- cha se ejecutó en tres días y una noche y salvó á este Estado. Luego que llegó organizó la guarnición en menos de vemticuatro horas, y sa-. lió con pocos má»dvicos eli persecu<ción de las fuerzas disidentes, que

M4 RBVIErrA NACIONAL.

huyeron evacuando el Estado, el cual quedando libre y organizado lo entregó al General García y se reunió Arista á la División del Interior. El Supremo Gobierno General, el particular del Estado, y el General en Jefe le dieron por escrito las gracias por tan importante servicio por la increíble actividad con que lo practicó. Constantemente mandó la sec- ción de la izquierda en la División del Interior, y habiéndose distingui- do esta en la acción del Gallinero, sujetando al enemigo, que constaba de siete mil hombres, con sólo cuatrocientos; mar de dos horas, á dis- tancia de una legua de las fuerzas restantes del Supremo Gobierno; y por los decisivos ataques que recibió de la fuerza enemiga, que siempre fué rechazada, logró Arista particular recomendación. Siguió la sec- ción de aquel jefe ocupando los puntos más riesgosos en la marcha á Zacatecas, en la que su sección llegó sola hasta dos jomadas de esta ciudad. Después en el auxilio á la capital, la sección del Sr. Arista estuvo en Gasa Blanca, siendo la primera en formar la linea de batalla, arrollando á los cien caballos que escaramuceaban. Se halló en todos los encuentros que tuvo la División del Jnterior, y fué comisionado para celebrar la suspensión de armas, y posteriormente el convenio de Zavaleta. En Diciembre de 1832 fué nombrado por el Supremo Gobierno para conducir á Veracruz una conducta de millón y medio de pesos, y la <K)ndujo sin la menor novedad. En Marzo de 1833, fué nombrado comandante general de México por el Supremo Gobierno, y siéndolo fué nombrado en Junio de dicho afio segundo en Jefe de la División de Operaciones que á las órdenes del General Pre- sidente D. Antonio López de Santa Anna salió de esta capital en prin- cipios de dicho mes, y birlándose en el pueblo de Tenango del Aire con una sección respetable, se pronunció por el plan que en Huexot- zingo se redactó, y en sustancia se reducia á proclamar el sistema cen- tral ; por el cual fué dado de baja en el ejército, y perseguido hasta que sucumbió su pronunciamiento en Guanajuato, en donde fué hecho pri- sionero en Octubre de aquel afio ; y aunque se le garantizó por el Go- bierno su vida y libertad, sin embargo fué reducido á prisión estrecha, y conducido á México, de donde salió desterrado de la República por orden del Supremo Gobierno, y se embarcó en Veracruz en Noviembre del mismo afio para los Estados Unidos del Norte.*'

Los empleos que obtuvo á partir de 1821 fueron según la hoja de servicios, los siguientes: En 2 de Marzo de 1821, el de Teniente: en 26 de Septiembre del mismo, el de Segundo Ayudante : en 12 de Di-

k

DATOS PARA LA, BIOGRAFÍA DS D. MARIANO ARISTA. 865

ciembre del mismo, el grado de Capitán y el de Teniente Coronel : en 29 de Julio de 1824, el de Capitán efectivo: en 8 de Abril de 1829, el de Teniente Coronel: en 12 de Febrero de 1831, el de Coronel: en 9 de Agosto del mismo, el grado de General de Brigada; y en 11 de Abril de 1833, el empleo de General de Brigada efectivo; su despacho de Te- niente lo firmó Don Nicolás Bravo ; los de grado de capitán y de co- mandante de escuadrón, Don Vicente Guerrero; el de capitán efectivo, Don Guadalupe Victoria; el de Teniente Coronel, Don Vicente Guerre- ro; el de Coronel y el del grado 'de General de Brigada, Don Anasta- sio Bustamante, y el de General de Brigada efectivo, Don Valentín Gó- mez Parias.

Se desprende de esta enumeración de ascensos que en nada perjudi- caron al General de Brigada los antecedentes del Alférez que hablada- do sus primeros pasos en la carrera militar aeosando á los patriotas. Las glorias sobre ellos ad(iuirídas por Don Mariano estaban olvidadas: su hoja de servicios formada en 1851 pasa sobre ellas como sobre as- cuas, y cautamente se limita á decir: '^En lo pasado tuvo varias accio- nes, y en algunas se distinguió, por lo que logró particular recomenda- ción de distintos Jefes ; obtuvo comisiones de Ayudante de campo, y otras que desempeñó con particularidad y buena disposición. '* Tam- bién es verdad que la conversión fué absoluta; entre los más violentos escritos contra los españoles, los de Don Mariano Arista pueden pre- tender lugar principal. Su Rejuresentación dirigida al Soberano Con- greso Nacional en 16 de Agosto de 1831 pidiendo la expulsión de es- pañoles es muestra suficiente; dice en ella entre otras cosas: " La ex- periencia de lo pasado, el temor de ver nuevamente mi infelice país conmovido por nuevas disensiones, y la intima convicción en que es- toy de que mis compañeros odian como yo en el fondo de sus corazo- nes á sus antiguos dominadores, me ha estimulado á este paso. Juzgo que algunos ilusos me criticarán; pero la exhibición de mis ideas será recibida benignamente por los que aman el sosiego público y la nacio- nalidad en su pureza; el juicio de los otros poco me importa. Tengo un anciano y respetable padre que ha nacido en la península españo- la; pero yo no confundo ni confundiré nunca el amor filial con los de- beres de patriota; él mismo sabe esta verdad: mis amigos lo cono- cen Tal es el horror que profesa á una nación que ha sacrifica- do más de veinte millones de infelices indígenas á su sed de oro y do- minación No hay que alucinamos, Señor; los mexicanos no

806 BEVI8TA NACIONAL.

querem6<r á los espafiálesr, y desoir la voz pública es querer sumir en nuevos males á la patria. ¿Se piensa acaso en exasperará los mejica- nos, humanos por temperamento? Se Terá que sólo en este particular no lo son, y que cansando su paciencia se les precipitará á hacer correr la sangre de tantos españoles indefensos. Seria una barbaridad horri- ble pero inevitable, porque ¿quién se atreverá á defender los derechos de unos hombres que condena la opinión pública y que tantos títulos tienen para el aborrecimiento nacional? ¿Quién querría llevar consigo el título de espafiolista? ¿Se atrevería alguno á derramar la sangre me- xicana en defensa de sus opresores, de los dominadores más bárbaros que se han conocido en el Universo? MuUitud de razones ale- garía para probar que si se anunciase siquiera esta medida, (la no ex- pulsión,) se vería, que dejando el labrador su arado y los pacíficos ciu- dadanos sus ocupaciones domésticas, correrían á las armas para de- mostrar con hechos, tal vez espantosos, que no quieren jamás la paz con los españoles, y que no pueden tolerar á su vista los objetos que les recuerdan la degradación á que los condenaron por tres centurias de afios. Desde que por desgracia de México volvieron á aparecer en- tre nosotros esos hombres del siglo XV, hemos observado que por vías indecorosas han comenzado á introducir rivalidades contra los extran- jeros, teniendo ellos la osadía de no llamarse tales El bien de

la Patria es superior á todo, y obra en el que representa de tal modo, que arrancando de su corazón sentimientos los más tiernos, sólo le acuerda que nació mexicano, y se presenta á hablar la verdad á un Congreso de Republicanos, á quien se le puede decir sin temor, para pedirle con el mayor respeto impida una sangrienta revolución dese- chando el proyecto de ley de que se trata, no tomando en consideración ninguna proposición que pida la vuelta de nuestros antiguos domina- dores; y atendiendo á los clamores de la opinión pública y á la econo- mía de sangre mexicana, Vuestra Soberanía un Decreto para que sal- gan de la República todos los españoles que no exceptuó la ley de 1829; los que se encuentran entre nosotros á virtud de multitud de infrac- ciones vergonzosas para los mexicanos que las han hecho, vendiendo la tranquilidad de su Patria. " Esta Representación de Don Mariano Arista hecha como Coronel del segundo Regimiento permanente, corre impresa en la oficina de Alejandro Valdés, y el Congreso la recibió mal, como siempre es recibido aquello que á la capa de la virtud y del pa- triotismo pugna contra los sentimientos nobles y naturales. Dos días

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 807

después, el 18 de Agosto, Don Mariano Arista se yíó obligado á impri- mir en la oficina de Martin Rivera, una nueva Representación protes- tando que en la del 16 no había sido su propósito coartar la libertad del Cuerpo Legislativo en sus deliberaciones. ^'Estuve muy lejos, dice en ella, de figurarme que la franqueza de un soldado pudiera interpre- tarse de un modo que sin duda no me era dado preveer. Hablo, Señor, de revoluciones en mi papel; pero hablo para que se evite, no para que se fomente. En mi modo de ver, la vuelta de los españoles daría una arma terrible á los descontentos, que nunca faltan en las naciones nue- vas, para calificar á los altos funcionarios de españolizados; y como tal fibra no se ha tocado nunca sin suceso entre nosotros, la Patria se ve- ria expuesta de nuevo á las convulsiones á que por una fatalidad la he- mos visto sujeta un lustro entero Lo expuesto satisfará á vues- tra Soberanía, que nunca ha sido mi objeto imponer reglas á sus libres y augustas deliberaciones.''

Golpe bien rudo fué aquel para el pobre padre de Don Mariano, que padre al fin le adoraba con toda su corazón: poseo las cartas relativas: en una de ellas, fechada el veinte de Agosto, le dice: " Mi amado hijo Marianito: Hace mucho tiempo que con mucho gusto he hecho la ab- negación de mi voluntad en la tuya; y en tal concepto nada (engo que consultar á la fílosofia en el asunto de la Representación de que me hablas, para contener la resolución de las Cámaras. Cuando lo has he- cho, estarás bien seguro de la opinión general en tu sentido. La ley suprema es la salud de la Patria, y para ello basta que entienda, aun- que así no sea, que tal cosa le es contraria. '' Más adelante y cuando estaba ya para tomarse la impolítica medida, volvió á escribirle así : "Estoy malo y sabiendo que se vaá sancionar la expulsión absoluta de españoles, bajo pena de la vida; me he puesto peor: ¿qué hemos hecho de malo nuevamente? Estoy resuelto, si eso fuere cierto, ir antes al pa- tíbulo que moverme de aquí. Al cabo mi muerte sería cierUsima em- barcándome, conque quitándomela por inobediente ahorraré otros pa- deceres. Adiós, y manda á tu Papá, que detesta la existencia.'* Afligi- do por esta queja. Arista escribió á su padre algo á que el padre con- testó así: "Amadísimo hijo Marianito: Tu preciosa y consolatoria car- ta de ayer, ha sido un bálsamo que ha calmado todas mis inquietudes; pero de un modo tan completo y satisfactorio como no puedo explicar. Ningún peligro ni contratiempo me pone miedo ni perturba, sino cuan- do se trata de la posibilidad de abandonar á mis hijos y á esta Patria

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adoptiva que habito y amo cuarenta y cinco afios hace. Esto explica el enigma de cómo estoy tranquilo en los mayores peligros, y anonadado

$n sólo éste Yo estoy mucho mejor desde anoche, gracias á tu

preciosa carta: sólo el apetito lo he perdido, de modo que nada apetez- co.'' Y no era que el pesar de abandonar riquezas lo que hacia al pa- dre de Don Mariano temer la expulsión: el buen anciano, de quien su hijo aprendió la probidad que nadie se ha atrevido á negarle, era po- bre, pobririmo. Su hijo le auxiliaba con cuanto le era dable, y en la misma carta de que acabo de tomar el párrafo que precede, se lee és- te: ^'Vino el dinero, y como hace mucho tiempo que no veo junta tan- ta cantidad, por poco me vuelvo loco como Rosas el Poblano

Hemos estado muy pobres porque los señores Ministros no quisieron ó no pudieron darme mi paga de este mes pasado, y si no hubiera si- do por G quién sabe qué habría sido de nosotros.''

Sabedor en los Estados Unidos del Norte, de que por el Plan de Cuer- navaca se había permitido volver á la República á todos los expatria- dos, vino á Veracruz en principios de Junio de 1835, y aunque por lo pronto fué reducido á prisión en aquel puerto, después se le permitió subir á la capital, y estando en Jalapa se le acusó de tener parte en la revuelta del Castillo de Ulúa cuya guarnición se pronunció por el cen- tralismo: por ello filé conducido á Veracruz donde se le tuvo cuarenta días incomunicado. Reclamó Arista el fuero civil como paisano, y el tribunal competente le declaró inculpable; confírroada esta declaración por el Juez respectivo en Jalapa, obtuvo permiso para pasar á la capi- tal. Estando en ella, en V de Agosto de 1836, se le comunicó su res- titución al empleo de General efectivo de Brigada, á virtud del decreto de amnistía de 2 de Mayo de 1835, concediéndole cuartel en México, y el 29 del mismo Agosto se le nombró ministro del Supremo Tribu- nal de Guerra, en la vacante que dejó el General Don José Ignacio Or- maechea que pasaba al Congreso como diputado. Cesó de ser ministro del Tribunal en 20 de Abril de 1837, fecha en que se instaló la Supre- ma Corte de Justicia Marcial. Por orden Suprema de 12 de Junio de 1837 se le nombró miembro de la Junta de redacción del Código Mi- litar en lugar del General Don Lino J. Alcorta, y en 19 de Julio vocal de la Junta Consultiva de Guerra con los Generales Don Gabriel Va- lencia, Don Francisco de Paula Toro, y Don Martín Martínez de Nava- rrete. En 23 de Octubre fué nombrado Inspector de la Milicia Activa en sustitución del General Ormaechea que desempefiaba interinamen-

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te ese empleo de que era propietario el General Don Manuel Rincón: en el desempeño de ese puesto Arista logró que los cuerpos fiel arma se organizaran, instruyeran y presentaran en público de un modo bri- llante, por lo cual el Supremo Gobierno mandó darle las gracias más expresivas.

A la vez se dedicó á mejorar los procedimientos usados en la agri- cultura, y en 2 de Abril de 1838 el Presidente Don Anastasio Busta- mante le otorgó un privilegio asi concebido: '* Habiendo declarado el General de Brigada Don Mariano Arista ser el primer introductor de unas máquinas de segar, trillar y aventar, y calificadas de grande im- portancia para el beneficio económico del campo, en vista de los dibu- jos y descripción que ha presentado, le aseguro por el presente, de acuerdo con el Consejo de Gobierno, el derecho de construirlas dentro de la República por diez años, sirviéndole de titulo este Decreto/* La empresa no dio, sin duda, resultado, pues hallo en una carta que el 27 de Noviembre le dirigió Don Juan Togno, lo siguiente: " Hasta la fe- cha no hay novedad alguna en su obrador, y no saldremos de los apu- ros en que nos encontramos á cada rato, mientras no se venda alguna máquina. Su amigo González prometió mucho, mas cuando le ocupé para que nos prestara tres muías para hacer el experimento de la má- quina de trillar, nos salió con disculpas y no cumplió su promesa: de ahí resulta que no hicimos nada."

Dispuesta en Septiembre de 1838 la formación de una brigada, para marchar á Veracruz á contener la guerra que declaró la Francia, se le dio el mando de ella, y á marchas forzadas salió de la capital á poner- se á las órdenes del General Don Manuel Rincón: al llegar á Paso de Ovejas recibió la noticia de la toma del Castillo de San Juan de Ulúa, ordenándosele por Rincón se detuviese en aquel punto. Después se le mandó por el General Santa Anna que avanzase sobre Veracruz, y ha- biendo dejado la Brigada en Santa Fe, marchó al puerto, donde llegó el día 4 de Diciembre á las nueve de la noche.

Los sucesos importantísimos que se siguieron serán asunto de un nuevo capítulo, en el que insertaré documentos muy notables.

Enrique de Olavarr/a y Ferrari.

B. N.-T. 11-24

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"¿QUIEN FUE GBEGOmO LÓPEZ?"

C!on motivo de haberse encontrado el conocido literato peruano Don Ricardo Palma, en uno de los tomos de MSS. curiosos de la Bibliote- ca de Lima, un códice intitulado Declaración del Apocálipeü por Gre- gorio López, el escritor que se cita, con el mismo titulo que nos ha ser- vido para encabezar estas lineas, escribió otras acerca del célebre ere- mita de Santa Fe, lineas que aparecieron dadas á la estampa en las páginas de 109 á 113 del tomo I de^Ia Bevista Nacional de Letras y Ciencias^ que se publica en esta ciudad periódicamente.

Dice el Sr. Palma, que ^'no son el sabio ni las producciones de su ingenio las que le ocupan. Es el hombre agrega quien despierta nuestra curiosidad."

"¿Quién fué ese Gregorio López colombrofio del afamado jurista co- mentador de las Partidas?" "¿Fué realmente, como muchos opinan un hombre nacido para ser monarca legítimo de Espafla y de las Indias, y que, prefirió á tan humana grandeza la existencia del sabio y del eremita, alcanzando morir en América en olor de santidad?"

"Tal es el tema que ponemos sobre el tapete de la discusión, prin- cipiando por dar rapidísima idea del personaje "

En seguida se ocupa el Sr. Palma en Gregorio López, haciendo bre- ve su biografia, é inserta lo que el Sr. Riva Palacio ha dicho ya acerca del misterioso Siervo de Dios, en la página 588 del tomo II de México á través de los Siglos; es decir, dudando quién sea Gregorio López ; y concluye el Sr. Palma poniendo todavía el asunto á discusión.

Aun cuando el mismo escritor opina como el Sr. Riva Palacio, la- mentamos profundamente que el distinguido literato sudamericano no nos haya proporcionado el gusto de conocer ni uno de los fundamen- tos que tenga para acrecentar ó echar por tierra la leyenda.

Más atrevidos nosotros, meteremos nuestra hoz humilde en la mies histórica inclinándonos al lado de los que opinan que tanto el infante español Don Carlos, como Gregorio López, fueron dos personajes ab- solutamente distintos el uno del otro. Columbramos ya lo débiles que serán nuestras fuerzas, sin pretender arrancar lauros Tnunfo; pero válganos, al menos, la más buena fe y las mejores intenciones.

i QUIEN FUE GREGORIO LÓPEZ? 871

Comencemos, para el mejor orden de estos apuntes, por sentar los siguientes principales puntos que iremos desarrollando, aun cuando corramos el riesgo de que se nos tilde de difusos:

1? Antecedentes históricos del principe Don Carlos.

Antecedentes históricos de Gregorio López.

3*^ Puntos de comparación entre las vidas de ambos personajes.

4*^ Argumentos principales en pro y en contra de la aserción de ser el ermitaño de Santa Fe el mismo primogénito de Felipe 11.

5? Conclusiones que se infieren de todo lo anterior.

I

Las mil invenciones y hechos inverosímiles que en tomo de la figu- ra del principe Don Carlos, heredero del poderoso trono de Felipe II, se han levantado, harían por cierto, dificil y oscura la biografía del in- fante, si la historia imparcial, severa y sensata no se abriera paso en- tre las vulgaridades para presentar iluminados con la luz de la verdad los acontecimientos que narra. Nos hemos cuidado, por lo tanto, de no guiamos por medio de alguna idea predominante, y entre las mu- chas obras que á nuestro alcance estaban para consultarlas, hubimos de escoger las que nos han parecido descansar sobre el criterio de la verdad, y las que nos servirán de norma para la formación de estas no- ticias.

El 8 de Junio del afio 1545, el príncipe de Asturias, que después rei- nó con el nombre de Felipe II, y su augusta esposa la infanta Dofia María de Portugal, celebraban en Valladolid el nacimiento de su hijo primogénito el infante Don Carlos; alegría turbada en breve por el fa- llecimiento de la princesa.

El nifio se crió bajo la tutela de los archiduques Maximiliano y Ma- ria, y de su tía patema Dofia Juana .de Portugal; regentes y goberna- dores de España en las ausencias del emperador Carlos V y de Don Felipe.

"Desde sus primeros años dice Don Modesto Lafuente en su His- toria Oeneral de España, ed. de 1879, tomo III, págs. 56 y sigs. co- menzó el príncipe á descubrir sus malas inclinaciones, su índole avie- sa, su genio impetuoso y violento, su tendencia á la crueldad, citándo- se entre otras señales de su natural feroz la complacencia y fruición que tenía en degollar por su mano los gazapillos que le traían vivos de

872 IIK VISTA NACIONAL.

la caza, gustando de verlos palpitar y morir. De lo cual auguró mal el embajador de Venecia, trayendo á la memoria el juicio que en otro tiempo hicieron los miembros del Areópago de Atenas de aquel nifio que sacaba los ojos á las codornices. La blandura y las consideracio- nes que acaso guardaron con él, asi los reyes de Bohemia Maximilia- no y María, como la princesa viuda de Portugal, no atreviéndose á tra- tarle y corregirle con la severidad que hubiera podido hacerlo un pa- dre, fué tal vez una de las causas de que se viciara más, en vez de mo- dificarse y mejorar."

No valió al príncipe la enseñanza que quisieron darle sus virtuosos é ilustres maestros Honorato Juan, más tarde Obispo de Osma, Don García de Toledo y Fr. Juan de Matienzo, antes bien Don Carlos era muy desaplicado é indócil.

"Incontrastable verdad histórica nos ha dicho el Sr. Don Ricardo Palma por ser la única en que están uniformes todos los historiado- res que de Felipe II y del infante Don Carlos se ocupan, es que el prín- cipe era un muchacho sin seso y enemigo de leer é instruirse.*'

Celebramos que el Sr. Palma camine en este punto con nosotros, pues sabrá bien que especialmente los novelistas extranjeros pintan á Don Carlos adornado de las más grandes virtudes, acomodándole lal fin novelistas! ^una instrucción que estuvo bien lejos de tener; y esto, de tal manera que sus maestros se hallaron en la necesidad de infor- mar á Don Felipe de la pereza de su hijo. "Avisos de esta especie agrega el Sr. Lafuente ^ningún preceptor prudente se resuelve darlos á un padre, y á un padre que es rey, y á un rey como Felipe II, sino cuando la necesidad los fuerza á ello y cuando adquieren el convenci- miento de que los medios de persuasión y de corrección que un maes- tro puede emplear no alcanzan á evitar á un padre la amargura de de- nunciarle un hijo como incorregible."

Vuelve en seguida la novela á tomar asiento : á la muerte de María de Inglaterra, segunda esposa de Felipe II, se enlazó éste con Isabel de Valois hija del rey de Francia Enrique II. Pero la circunstancia de ha- berse convenido primero el casamiento de los dos infantes Garlos é Isa- bel, forjó mil decires que la gente desocupada supo explotar á maravi- lla. Contestada está ya la circunstancia de supuesta rivalidad entre el padre y el hijo, si se atiende á que con esfuerzo puede creerse que exis- tiera una pasión vehemente en un joven de trece años y una tierna ni- ña que apenas contaba doce. El matrimonio del rey Felipe se verificó

¿QUIEN FUE GREGORIO LÓPEZ? 878

éi 2 de Febrero de 1560, siendo padrino el mismo príncipe Don Car- los; quien, por ser su padre desde la abdicación de Carlos V en 1558, rey de España, fué jurado el 22 del propio Febrero de 1560, solemne- mente heredero y sucedor de Felipe II, en las Cortes de Toledo : no asistió á la ceremonia la reina por haber enfermado de viruelas; y á duras penas Carlos tuvo necesidad de estar en la fiesta, pues las cuar- tanas invadieron su débil y enfermizo organismo, al grado de tener que diferir su casamiento con la princesa Ana, hija de sus tíos los reyes de Bohemia.

Un hecho, ligero al parecer, hizo resaltar el carácter de Don Carlos. Durante la jura de éste como sucesor del trono, el duque de Alva se distrajo, olvidándose de besar la mano al infante; y cuando el duque se excusó, le trató Carlos con tal aspereza, que desde ese momento no volvió á reconciliarse con el de Alva, teniéndole por su enemigo.

Felipe II se vio obligado á despachar al principe lejos de la Corte, haciendo que se distrajera, y por conseguir también que estudiara algo de latín y estuviese en contacto con los hombres eminentes que se ha- llaban en la Universidad de Alcalá de Henares: partió Carlos para es- te punto, acompañado de su tío Don Juan de Austria y del príncipe de Parma, Alejandro Farnesio, ambos jóvenes como él.

El 19 de Abril de 1562, cayó Carlos rodando la escalera de su pala- cio, lesionándose gravemente la cabeza, sufriendo dolorosas operacio- nes quirúrgicas en el cráneo y en los párpados. El diagnóstico fué un día desesperado; y Felipe se apresuró entonces á trasladarse á Alcalá : mandó hacer rogaciones por el principe y conducir hasta la cámara del moribundo famosas reliquias de santos. Muy verosímil es creer, como se ha asegurado, que el príncipe quedó á consecuencia de la fatal caida con el cerebro trastornado. Nueva enfermedad postró en cama al in- fante en 19 de Mayo de 1564, otorgando su testamento ante el escriba- no Domingo de Zavala. Con este motivo observa el discreto historia- dor de España, quien vio el testamento autógrafo, que cada página del original lleva la firma del príncipe, quien escribía muy malj y las letras son como garbanzos, Claro es que no pueden hacer fuerza como argu- mento en pro de las virtudes del infante, los sentimientos católicos y piadosos que aparecen en el testamento, que están en contradicción con la vida del príncipe ; además de que es difícil que él hubiera redacta- do la minuta; pues no le dejó en esos momentos su confesor Fr. Die- go de Chávez, varón piadoso y distínguido.

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No sirvieron los males del cuerpo para disminuir los desmanes de Don Carlos, antes bien, se acrecentaron sus excesos y su vida liberti- na: era un colérico sin freno, y no tuvo respetos ni siquiera para su ilustre ayo Don García de Toledo á quien una vez quiso golpear.

Vuelto á Madrid el principe supo que el presidente del Consejo de Castilla Don Diego de Espinosa, había desterrado á un cómico llama- do Cisneros, el cual iba á representar en el cuarto del infante. Monta- do éste en cólera se echó en busca de Don Diego, con un pufíal en la mano, y habiéndole encontrado le llenó de insultos y le dijo: Ouri- Ua, ¿á mi os atrevéis vaSy no dejando á Oisneros que venga á servirmef Por vida de mi padre que os he de matar, Y lo hubiera hecho, á no intervenir algunos grandes de Espafla.

En 1565 intentó huir disfrazado á Flandes, instigado por dos genti- les hombres, y so pretexto de ir en socorro de Malta; pero con el fín de librarse de la presencia de su padre. £1 príncipe de Eboli á quien quiso llevar en su compafiía, le disuadió de la locura de la empresa; y sabedor Don Carlos más tarde de que Felipe II había nombrado al du- que de Alva general en jefe del ejército destinado á los Países Bajos (1567), trató el rencoroso príncipe de vengarse del duque: al ir éste á besarle la mano, para despedirse, Carlos le dijo que aquel empleo, el de general en jefe, sólo le correspondió á él como heredero del trono. El duque le replicó que sin duda el monarca no quería exponer á su hijo á los peligros que allí podía correr, y á los horrores de la guerra; pero el infante sacó entonces un puñal y se abalanzó al duque dicién- dole: Antes os atravesaré el corazón que consentir en que hayáis de ir á Flandes. A duras penas pudo libertarse el de Alva, abrazando fuer- temente al príncipe para dejarle sin acción. Tal escándalo llegó á co- nocimiento del rey. (Lafuente. Obra citada).

Exacerbado el infante por el mucho tiempo que tardaban en reali- zarse sus bodas con la princesa Doña Ana atribuyendo la causa á ma- la intención de su padre y á malquerer del presidente Espinosa, pro- yectó sin licencia del rey, escaparse á Alemania ; pero joven arrebata- do y »in seso, como se le llama, tuvo la imprudencia de dar publicidad á sus designios, escribiendo á varios altos personajes para que le ayu- daran. No tardó Felipe en saber los proyectos de su hijo, y, alarmado reunió en consulta á varios teólogos y juristas entre los que se halla- ban el maestro Gallo, el confesor Fr. Diego de Ghávez y el célebre ju- risconsulto Martin de Azpilcueta ó el doctor Navarro, nombre con el

¿QUIEN FUE GREGORIO LÓPEZ? 375

cual más se le conoce. Preguntó el monarca si podia seguir disimulaH- do y aparentando ignorancia con el principe hasta que éste partiera ; pero él doctor Navarro, con acopio de fundadas razones, hizo ver lo perjudicial del disimulo.

Por su parte, el principe creyó realizar su empresa con la llegada de su guarda-joyas Garci Alvarez Osorio, que traía de Andalucía 150,000 escudos. El 17 de Enero de 1568, escribió el infante al correo mayor de postas Raimundo de Tassis, con el objeto de que le dispusiese ca- ballos para la noche próxima; pero Tassis comprendiendo que el prín- cipe los quería para hacer de ellos mal uso, le contestó que en ese mo- mento los caballos estaban ocupados en las carreras ; dando parte al rey del caso. Don Felipe se fué inmediatamente del Pardo á Madrid para impedir cualquier movimiento de Don Carlos. Al siguiente día domingo 18 salió el rey á Misa, en público, en compañía de Carlos y de los príncipes de Hungría y Bohemia que allí se encontraban de visita.

El monarca quizá después de una lucha consigo mismo, al fín se re- solvió á dar un paso enérgico para cortar la libertad á su hijo. El mis- mo día 18, poco antes de la media noche, don Felipe junto con el du- que de Alva y otros elevados personajes de la corte, se llegó al aposen- to del príncipe para prenderle : le despojaron de las armas y clavaron las puertas y ventanas. No pudo oponer resistencia Don Carlos, porque le era imposible, y tuvo, primero, que resignarse á su suerte, y al en- cierro, que él se imaginó sería corto.

Empero el rey quiso prolongar la prisión por más tiempo: determi- nó que custodiaran al príncipe, bajo solemnes juramentos, de seis en seis horas dos caballeros, que lo fueron, alternándose, el duque de Fe- ria, el de Lerma, Rui Gómez, el prior Don Antonio de Toledo, Luis Quintanar y Don Juan Velasco. La comida del infante era registrada con escrúpulo y se le servía trinchada para evitar se quedara en la pie- za todo instrumento cortante.

El día 19 mandó reunir Felipe II á todos los consejos en su cáma- ra, dando cuenta á sus respectivos presidentes del grave asunto de la prisión de Don Carlos; al siguiente día nombró una comisión para ins- truir un proceso al príncipe, siendo secretario Pedro del Hoyo, quien recibía las declaraciones de los testigos; y sirviendo de pauta al proce- so que Don Juan II de Aragón hizo formar á su hijo también Carlos, príncipe de Viana; proceso que se llevó á Madrid, de Barcelona.

Don Felipe creyó conveniente dar cuenta á España y á Europa de lo

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acaecido, noticia que dejó á todos suspensos y asombrados. El rey es- cribió con fecha 20 de Enero de 1568 al Pontífice Pió Vyá la reina de Portugal; haciendo luego y en otros días nuevas cartas para todas las ciudades del reino, para los prelados, cabildos, consejos, gobernadores y corregidores ; para los emperadores de Alemania, duque de Alva y algunos soberanos europeos. Al decir de los más sensatos cronistas que han visto los originales de muchas de estas cartas, en todas ellas cui- dó el rey de no decir cuál era la verdadera causa de la prisión de Don Carlos, y la envuelve en un misterio del que bien han sabido aprove- charse los novelistas; trasluciéndose, sin embargo, un asunto que de- bió ser bastante grave. "Esta mi resolución decía don Felipe en una de esas misivas no depende de culpa, ni inobediencia, ni desacato, ni es enderezada á castigo, que aunque para esto había sufíciente materia, pudiera tener su tiempo y su término."

Conjetúrase que una doble causa, política y religiosa determinó és- te acontecimiento; probablemente por la inteligencia que creyó encon- trar Felipe entre su hijo y los herejes de Flandes. Tal hecho dio pá- bulo á multitud de versiones que hizo volar el vulgo, según su costum- bre, por todas partes.

Esta prisión tan repentina dio margen á asegurar que el príncipe Don Carlos había desaparecido misteriosamente y no faltó quien atribuyera á Don Felipe la muerte de su hijo, mandado asesinar á causa de las fabulosas relaciones entre la reina que era todo un modelo de virtu- des, dicho sea de paso y el infante heredero del trono. Otros creye- ron que como el príncipe atentara contra la vida del rey, éste le man- dó dar muerte; aplicándose al caso, dice el Sr. Lafuente lo de la Metamorfosis de Ovidio :

f ILIVs ante DIeM patrios InqVIrlt annos ; y. en la que sumando el valor numérico de las mayúsculas dieron el afio 1568 en el cual el príncipe atentaría contra la vida de su padre ; come- tiendo un doble crimen, un parricidio y un regicidio. Todo es perfecta- mente posible en el mundo ; pero no debemos acoger la falsedad de la muerte misteriosa del príncipe, ni mucho menos que viniera á Amé- rica, como un autor, por desgracia mexicano, inventó en una dispara- tada novela. El Misterioso ^ publicada en Guadalajara en 1836, suponien- do á D. Carlos en Yucatán. Así es como se han formado muchos absur- dos históricos, y que lamentablemente hasta personas ilustradas los acogen : así se han inventado entre otras muchas, la fábula de la Pa-

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pisa Juana, y se han puesto en boca de Gal íleo las célebres frases del epur muove que jamás sofiara en pronunciar. ¿Qué de eslraflo tie- ne, por lo tanto, que los hombres inventen una nueva fábula? ¿No aca- so son meras mitologías las historias referidas en versos y en novelas? ; Cuántas veces por ajustar la rima á las reglas de literatura se falta impunemente á la verdad histórica!

Volvamos á nuestro interrumpido relato, y sigamos al Sr. Lafuente, á quien venimos extractando. El principe siguió en su prisión vigilado con el más grande escrúpulo ; Felipe II en todo este tiempo no salió de Madrid como acostumbraba hacerlo, yendo á Aranjuez, al Escorial y al Pardo. El proceso siguió su camino, resultando de él terrible con- denación para el delincuente : pero el monarca luchaba, y en la lucha, se puso en el dilema ó de emplear todo el rigor de la justicia ó la cle- mencia : no se ha encontrado huella de si Felipe sentenció ó no ; y mien- tras éste pensaba qué giro darle al asunto, el principe se desesperaba entre las paredes de su cárcel, desordenándose más y más, debido tam- bién, sin quizá, al mal estado de sus facultades mentales ; sólo á un hombre cuyo cerebro se trastorna, se le ocurre hacer lo que el prínci- pe hacía : dio en beber con exageración agua helada ; pasaba las noches enteras paseándose á lo largo de la cámara desnudo y descalzo ; y en muchos días se empeñó en no comer. Visitándole una vez el rey, su padre, le exhortó á que se alimentase, y entonces el infante cometió la extravagancia de comer con tal exceso y destemplanza que contrajo una fiebre periódica y maligna que en breve le agravó. El médico Ontive- ros le comenzó á disuadir de que la muerte vendría pronto, y procura- se por lo mismo, arreglar sus asuntos espirituales : recibió en efecto, los Santos Sacramentos de mano de su confesor Fr. Diego de Chávez, en 21 de Julio ; se convenció al rey de lo preciso que era darle á su hi- jo la bendición antes de morir éste, y así lo hizo Felipe ; aunque por prudencia, sin verle. El príncipe murió á las cuatro de la mañana del día 24 de Julio de 1568, víspera de Santiago Apóstol, patrón de Espa- ña. El rey, tan luego como hubieron pasado las primeras sensaciones, pues al fin quien había muerto era su hijo, se apresuró á comunicar la noticia al Marqués de Villafranca y á las grandes personas con quienes el monarca estaba en relación. £1 príncipe fué enterrado con toda pom- pa en el convento de religiosas de Santo Domingo el Real, de Madrid; y en 8 de Junio de 1573, viviendo aún Felipe II i, se trasladaron los

1 Este rey murió en el Escorial el 18 de Septiembre de 1508.

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restos de la reina Doña Isabel, tercera mujer de Don Felipe, al mismo tiempo que los del principe Don Carlos, al Escorial, donde descansan en la bóveda destinada al Panteón de los Infantes. (El Escorial, des- cripción de este Monasterio. Un vol. 8" impreso en la casa de Es- calante—México — 1873. )

En 3 de Octubre del propio año de 1568, la joven reina Doña Isa- bel, que apenas contaba 22 años, exbaló el postrimer suspiro. Por su- puesto que la proximidad de la muerte del infante Don CSarlos, tam- bién preparó material abundante para una escena novelesca, narrada con fantasía por algunos poetas que andan siempre á caza de singula- res y bien notables coincidencias.

II

Pasemos abora á ocupar nuestra atención en el misterioso Gregorio López.

Nació en la villa de Madrid el día 4 de Julio de 1542 ignorándose hasta ahora quiénes fueron sus padres ; asegurando muchos que tuvie- ron noble y elevada alcurnia.

A los ocho años de su edad, dicese que huyó de la casa paterna, en- cendido en amor de servir á Dios, viviendo seis años en los montes de Navarra. De alli se le quitó para llevarlo á la Corte de Valladolid don- de sirvió de page á Felipe II. Pero desde luego comenzó á revelar, se- gún sus más verídicos biógrafos, una vida austera y contemplativa. Se instruyó en las ciencias y el latín, siendo un hábil calígrafo cuya letra parecía de imprenta. A los veinte años visitó los más célebres isantua- rios de España, oyendo en el de Guadalupe de Extremadura una voz interior que le llamaba á América. Sus deseos se vieron cumplidos, embarcándose en Cádiz y llegando á Veracruz el año 1562 ; repartió su equipage entre los pobres al venir á México, y ya en la capital de la Colonia sentó plaza de escribiente con los escribanos de gobierno San Román y Turcios. El carácter de Gregorio, que harto gustaba del ais- lamiento, le hizo abandonar á los escribanos ; y en la casa de Don Luis Zapata donde se hospedó, ayunó la cuaresma entera á pan y agua.

Más tarde, vestido de una túnica grosera se fué á la provincia de Za- catecas; y luego descalzo, sin sombrero, pasó á Atemajac viviendo en- tre los indios Chichimecas, quienes le recibieron con bondad, y le ayu- daron á hacer una ermita. Su única comida era maíz tostado, y los

¿QUIEN FUE GREGORIO LÓPEZ? S79

soldados que solían perseguir á los indios trataron á Gregorio de loco y además de herege, porque no oía misa; pero se afirma que cada mes confesaba y comulgaba devoto, en la capilla de la hacienda de Don Pe- dro Carrillo de Avila, á cuyos hijos les daba Gregorio López clase de primeras letras y de excelente moral. Fr. Domingo Salazar, religioso dominico, y más tarde Obispo de Manila, aconsejó á nuestro Gregorio que abandonase aquellos lugares y que volviese á México, y le ofreció refugio en su convento. Aceptó Gregorio, pero instándole á que toma- ra el hábito de los Predicadores ; y no encontrándose sin duda con vo- cación ó ánimo para ello, prefirió su vida solitaria y eremítica á la de un claustro.

Partió Gregorio para la Huasteca, y allí siguió sus prácticas de ora- ción y penitencia, estudiando las Sagradas Escrituras, al grado de ha- berlas aprendido todas de memoria (Berístain, Biblioteca Hispano Americana Septentrional), Nuestro anacoreta enfermó gravemente, llevándole á su casa el párroco Juan de Mesa ; y éste, alarmado por la extrema reserva de Gregorio en ocultar ásus padres, pensó delatarlo al gobierno ó á la Inquisición, desistiendo luego de su propósito.

Pronto cundió la fama de las virtudes del misterioso eremita, siendo visitado por clérigos de valia y muc!ios personages.

Oigamos ahora cómo conoció á Gregorio López su célebre compañe- ro el Presbítero Francisco de Losa, que escribió la biografía de aquel:

" aunque la vida de Gregorio era inculpable dice en su Vida

dd Venerable Siervo de Dios Gregorio López, págs. 27 y siguientes ; ed. de 1727 no faltaron algunos que miraban esto con diferentes ojos, y assi formaban diversos conceptos del modo de proceder del santo Va- rón. Porque como á su parecer no tenía algún oficio, ó exercicio en que ocuparse, juzgábanle por holgazán, ó hombre sin provecho, y aun pas- saba más adelante la sospecha, porque algunos le tenían por herege, no obstante que le veían en aquel tiempo acudir á oir misa, y á las de- más obligaciones exteriores de Christiano como los demás.

'* Y porque yo en esta ocasión tuve la primera- noticia de su mane- ra de vivir, contaré la relación que del me dieron. Vino entonces un sacerdote de aquellas partes á la Ciudad de México, y entre otros ne- gocios que traía por memoria que tratar, era uno : Que vivía por allá un hombre, de quien se recelaba mucho no fuese un herege luterano, porque no traía Rosario en que rezar, ni hazla otras demostraciones con que los buenos Christiaiios suelen manifestar su devoción, y pe-

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cho sano. Yo le pregunté si hablaba bien de las cosas de la Fe, y qué tales eran sus costumbres. Respondióme que en la doctrina de la Fe parecía estar muy bien, y que sabia toda la Biblia de memoria, y que en las costumbres era un hombre inculpable, y casi siempre estaba so- lo, como si tuviera grandes negocios, aunque con ninguno los comu- nicaba. Estése, dize, mucho tiempo en la Iglesia, y no podemos sacar de él qual sea su tierra, sus padres, sus deudos, ni otra cosa del mun- do, más que sino hubiera vivido en él. Yo le repliqué familiarmente, que no quisiera fuesse éste sacerdote como otro Hely, que juzgaba por efecto de embriaguez, la mudanza que Ana hazla de su rostro, cuando amargamente oraba delante de Dios. Si á un ladrón viéssedes sin Ro- sario, no por eso le tendriades por herege: pues quánto menos á un hombre de tan buenas costumbres y que tanto sabe de las Escrituras, y cuyo trato debe ser sólo con Dios? Convencido el Clérigo con ésta razón, me respondió, que le parecía bien lo que yo le dezía, y que de- bía de ser boníssimo hombre. Y añadió : yo le quiero llevar un som- brero, que no le trae (quizá porque no le tiene) y dexar de denunciar de él á la Santa Inquisición, como tenía pensado.

'^ Esto me pasó con el dicho Clérigo, acerca de Gregorio López, á quien yo hasta entonces no conocía, ni aun entonces supe su nombre, aunque según la relación dicha, hize buen concepto de su modo de vi- da, dando Dios Nuestro Señor principio tan sin saberlo yo, á las gran- des mercedes, j misericordias, que por medio de éste su Siervo me haría de ^hazer su Divina Magestad. '^

Las multiplicadas visitas que Gregorio recibía como hemos dicho, le hicieron huir á Atlixco, lejos de todo bullicio y sociedad ; allí le acu- saron como un hombre sospechoso, ante el Obispo de Tlaxcala, quien le declaró inocente y por mil títulos digno de veneración. Dp Atlixco pasó nuestro eremita al Santuario de los Remedios distante tres leguas al oeste de la Ciudad de México. Las gentes que veian á Gregorio co- mentaban su vida de diversos modos ; quién le suponía verdaderamen- te un hipócrita y herege; quién los más cuerdos un gran varón. Entonces el Sr. Arzobispo de México Don Pedro Moya de Contreras, comisionó al R. P. Alonso Sánchez, de la Compañía de Jesús y al P. Francisco de Losa, cura de la Metropolitana, para examinar y conocer á Gregorio López, rindiendo un informe acerca de su vida y costum- bres. El P. Sánchez le examinó con preguntas muy sutiles, respondien- do Gregorio á todas fundadamente ; refiriendo las heregías contra la fe.

¿QUIEN FUE GREGORIO LÓPEZ? 881

señalando tiempos y principales cabezas de Heresiarcas, juntamente con los Santos y Escritores Eclesiásticos y Doctores que impugnaron tales heregías y escribieron contra ellas. "Fué ésto agrega el P. Lo- sa— con tan gran peso de sentencias y gravedad de palabras, que el Padre quedó admirado. Pero mucho más se admiró de la buena sali- da que le daba á todas las dudas y objeciones que acerca de su espíri- tu y manera de vivir le proponía, reconociendo en él gran caudal de prudencia divina y humana. De aquí resultó quedar el dicho Padre, no solamente satisfecho del buen Gregorio López, sino también muy afí- cionado y devoto suyo." (Pág. 33, ed. de 1727.)

Como puede inferirse de lo anterior, el informe rendido no pudo ser mejor para el anacoreta ; declarándose el Padre Losa, su amigo íntimo y discípulo.

Gregorio enfermó una vez, y el cura de la Metropolitana se apresuró á llevárselo al Hospital de Huaxtepec, fundado recientemente por el venerable Bernardino Alvarez, el mismo que fundó el Hospital de San Hipólito. El Sr. Arzobispo envió sus criados para que con esmero asis- tieran á nuestro Gregorio el cual, restablecido de sus males, ayudó á los solícitos sacerdotes á curar á los enfermos de aquella Santa casa ; escribiendo entonces su Tesoro de Medicinaj opúsculo muy curioso arreglado por orden alfabético.

No obstante la vida ejemplar de Gregorio López acrecentáronse en su rededor las murmuracioQes, siendo preciso que el Padre Maestro Fr. Pedro de Právia, de la Orden de Predicadores, y gobernador del Arzo- bispado, fuera á conocerle, aunque con disimulo, y á sondear su es- píritu. Así lo hizo, y con razón dijo de Gregorio : Eee hombre ea supe- rior á la fama que tiene de santo.

A resultas de una fíebre grave, se trajo al eremita de Huaxtepec á San Agustín de las Cuevas, viniendo después á México. Tanto cariño y devoción inspiró Gregorio al Padre Losa, que éste renunció el Cura- to y se fué á hacerle compañía á Santa Fe. Allí se levantó una ermita y Gregorio pudo entrar á ella el 22 de Marzo de 1589, habitándola has- ta su muerte. *

La ermita fué el palacio donde nuestro anacoreta recibió las visitas de innumerables varones, doctos y sabios: allí fueron á verle canóni- gos y doctores eminentes ; catedráticos y oidores y prelados religiosos, hasta el mismo virrey Don Luis de Velasco el segundo, más tarde mar- qués de Salinas, y quien estaba con Gregorio hasta dos y tres horas tra-

882 AEVIBTA NACIONAL.

tando de los asuntos más espinosos del gobierno de la Nueva Es- paña.

Al cabo del tiempo, vino de Manila ya obispo de aquella Iglesia, Fr. Domingo Salazar) fué á rer ¿ Gregorio, y quedó el primero agradable- mente sorprendido al oir después de veinticiBca afios, idéntica res- puesta en los labios del eremita cuando el sefior Obispo le interrogó en qué pensaba nuestro Gregorio: En el amor de Dios y en el del pró- jimo, replicó éste.

Absorto Gregorio en las meditaciones supo aprovecharlas, sirviéndo- se de la oradán teológica como dice el P&dre Losa para escribir su Exposicióndel Apoealipsia de San Juan. Aprendió asimismo la historia sagrada y profana, matemáticas, anatomía, medicina, botánica y agricul- tura, como lo demostró.

Al fin, después de 54 años de una vida ejemplar y 33 de eremítica, Gregorio López abandonó el mundo en 20 de Julio de 1596. México entero asistió á sus funerales, depositándose el cadáver de orden del Vicario general del Arzobispado, en el presbiterio de la iglesia de Santa Fe. En 1 ? de Marzo de 1616, el Sr. Arzobispo Pérez de la Sema tras- ladó los restos al Convento de San José de Carmelitas Descalzas, de México (Santa Teresa la Antigua), y en 28 de Marzo de 1636 el lllmo. Sr. Don Francisco Manso y Zúfiiga, igualmente Arzobispo de México, proveyó en auto para pasar los restos á la Capilla del Santo Cristo de la Catedral de México, donde hasta hoy descansan al pié del altar ma- yor, del lado del Evangelio.

Pasaron los afios, pero no por eso se extinguió la fama gloriosa del ermitaño de Santa Fe. El rey Felipe III pidió con instancias á Roma la beatificación del Siervo de Dios, y otro tanto hicieron Felipe IV, Car- los 11 y Fernando VI ; intercediendo con éstos monarcas los Obispos y muchas personas de México. Volvieron á hacerse nuevas gestiones en 1752 y entonces el P. Maestro Fr. Bemardino Membrive, de la Orden de Predicadores, Consultor de la Congregación de Ritos y postulador de la Causa, presentó á la Santidad del Pontifíce Benedicto XIV varios opúsculos relativos á las doctrinas y vida de nuestro Gregorio, y que conocemos, respectivamente, unos con el título de Compendium opería de Studioso Bibliorum ad opportunitatem cuiisce venerahüis serví Deí Gregorio López (En Roma, por Antonio deRubeis 1751), y otros con el de Colledío opusculorum de venerabilí Servo Deí Gjregorío Lo- pesio (En Roma, en la misma casa 1752).

¿QUIEN FUE GREGORIO LOPEZf 883

La beatificación quedó en tal estado, sin que hasta ahora nadie ha- ya vuelto á gestionarla.

Gregorio López dejó escritas algunas obras, entre ellas las que he- mos citado de la Exposición dd ApoecUipsiSf que tuvo tres ediciones; respectivamente en 1727, 1787 y 1804. El Tesoro (fe Jfedieína, publi- cado en 1672 y 1727; un KoUendario perpetuo MS. y una Oronología de Adán hasta el reinado de Felipe Ily también MS. ( Véanse León Pinelo, Nicolás Antonio y Beristain, en sus Bibliotecas,)

Ck)mo se vé, Gregorio López fué un notable personaje que tuvo pane- geristas distinguidos como los Illmos. Señores Don Pedro Moya de Ck)n- treras, Arzobispo de México ; Fr. Domingo de Salazar, Obispo de Ma- nila, Don Juan Diez de Arce, que lo era de Santo Domingo; y los Pre- lados de Tlaxcala y Guadalajara, Oaxaca y Guatemala; de Michoacán, de Yucatán y de Cebú, asi cómo otros sabios y conocidos personajes , elogiando á nuestro Gregorio también el Emmo. Sr. Cardenal Aguirre en su Colección de Concilios.

El recuerdo de este hombre venerable y santo, nos ha quedado en su ermita de Santa Fe, la cual está arruinándose y tiene ésta inscrip- ción que por fortuna el Sr. Don José María de Agreda copió una vez, y nos la comunicó :

" O mi Dios quien tuviera el corazón tan encendidoy que de puro amor quedara abrasado y consumido. Escuela del amor de Dios y desprecio del mundo. Redificose el año de 1695. ^*

III

No tendríamos tal vez necesidad de hacer una sucinta comparación entre la vida del principe Don Carlos y la de Gregorio López, puesto que hemos procurado conocer ambas lo mejor que nos ha sido posible, y lo permite el espacio de que podemos disponer; si nuestro afán por ver realzada la verdad no nos instigara á hacerlo, consecuentes también con nuestro propósito.

Poco es por cierto lo que tienen de común las biografias de los dos personajes consabidos, y, yendo un poco más allá, diremos de una vez, que por más esfuerzos que hacemos, no encontramos ninguna rela- ción.

La proximidad de los años de los respectivos nacimientos, quizá pu-

384 REVISTA NACIONAL.

diera ser un punto de contacto ; sin embargo de que el principe nació en Valladolid el año 1545 y Gregorio López en Madrid el año 1542, es decir, tres años antes que el infante.

Otro punto, es el haberse hallado en Valladolid nuestro Gregorio al lado de Felipe II. Hemos dicho que sirvió de page al monarca ; pero esto nada tiene que ver con el fondo de la cuestión objeto de este bre- ve artículo.

Respecto de la educación de Don Carlos ¡qué distinta de la de Gre- gorio ! Mientras uno era un holgazán incorregible, un perezoso de cuen- ta, el otro sabia latin y era aplicado : el príncipe tenia una letra que parecía como garbamoSy según la expresión de Lafuente : el eremita es- cribía con admirable primor, era un pendolista consumado. El uno te- nía un genio impetuoso, violento, irascible, un fondo malo, cruel, co- mo se ha dicho, genio que reveló desde sus más tiernos años ; el otro llevaba una vida austera, penitente, y á los 20 afios de edad prefirió abandonar la opulencia de la Corte, para venir á la ardiente América y habitar sus soledades.

Cuando ya nuestro Gregorio se hallaba en la Nueva-Espafla, es de- cir en 1564, el príncipe cayó enfermo de gravedad, teniendo que ha- cer su testamento. En 1565 intentó huir á Flandes, y cuando á los dos afios escasos se lanzaba puñal en mano sobre el duque de Alva, causan- do escándalo conducta semejante, Gregorio López, edifícaba con su vi- da en México, á cuantos le trataban y conocían de cerca. ¡ Singular contraste entre el heredero del trono de España y el humilde ermitaño de la América I

Don Carlos trató de huir nuevamente á Alemania en 1568, y en ese mismo año 18 de Enero, el rey su padre tuvo necesidad de aprehenderle en el mismo aposento del infante. Conocemos algunos pormenores y sabemos también que el principe dejó de existir en 24 de Julio de 1568, trasladándose sus restos mortales al Escorial en 8 de Junio de 1573.

En tanto, Gregorio López quizá ignoraba lo que en España hacía el

primogénito del más poderoso monarca de aquel entonces ; entraba á

u ermita de Santa Fe en Mayo de 1589 y moría al cabo de treinta y

sres años de una vida penitente en 1596, bendecido por un pueblo que

tle lloró con lágrimas sinceras.

Por otra parte, los restos del príncipe yacen en el soberbio monaste- rio edificado por Felipe II, en el lugar correspondiente; y los de Gre- gorio López en la Catedral de México.

¿QÜIBN FUE QREOORIO LÓPEZ? 885

No sabemos si el lector habrá deducido alguna semejanza, por lo que antecede, entre nuestros dos personajes ; pero confesamos no haber ha- llado nosotros ninguna, antes bien, bastante se separan el uno del otro.

IV

Parece que bastaria con lo que hasta ahora llevamos apuntado, pa- ra formular una conclusión general ; pero no queremos que el curioso lector desconozca los principales argumentos que asientan los que su- ponen que fueron uno mismo dos personas distintas.

Bien podemos dividir los argumentos en pro del aserto, en]cinco prin- cipales, que son :

1 "^ El misterio que envuelve el origen de Gregorio López, y la ab- soluta reserva de éste en descubrir quiénes fueron sus padres. 2? Semejanza de la vida del principe con la de Gregorio. 3? La desaparición misteriosa del príncipe. 4? Parecido entre Felipe II y Gregorio López, que se deduce por loe retratos de ambos.

5? Admitamos la equivocación de fechas para la llegada á Veracruz de Gregorio, y que propone como verosímil el Sr. Palma. Los argumentos en contra, serán la contestación de los anteriores. Veamos el primer punto.

Muy cierto es que Gregorio procuró constantemente callar su origCDi no pudiéndose saber quiénes fueron sus padres; pero esto no implica absoluto misterio, pues si, como asientan algunos, nuestro Gregorio tu- vo elevada cuna, dado su carácter humilde, quizá nunca quiso revelar lo egregio de su estirpe. El Padre Losa llega á decir que Gregorio tuvo dos hermanos y varias hermanas ; quien sabe que se fundó, para asegurarlo, el benemérito biógrafo.

Concedamos para Gregorio noble cuna, pero no por esto asentemos de plano que fué hijo de un rey, y el primogénito, y nada menos que principe de Asturias. A ser hijo legítimo, quizá no se hubiera conierr.; mado enteramente con andar vagando por los desiertos de la Nueva España; cierto es que San Luis Gonzaga trocó la púrpura de príncipe por la sotana de hijo de San Ignacio; pero ¿lo hubiera hecho el infan- te Don Carlos? ¿No es creible que en vez de venir á hacer vida eremí- tica habría provocado perturbaciones en la colonia, para levantarse con ella y proclamarse rey? Otros ambicionaban para el título sin tener

W. B.-T. !I-16

886 REVISTA NACIONAL.

los derechos que aquel pretendido Don Carlos ni ser hijos de mo- narcas.

Podemos sin emhargo, establecer una conciliación que puede ser po- sible : Tal vez nuestro Gregorio fué hijo natural de algún noble espa- ñol: no lo dudamos ni tampoco lo afirmamos, por carecer de pruebas. No lo dudamos, puesto que, por una parte se halla la reserva misterio- sa dql anacoreta respecto de su origen, y por otra lo que acerca de su noble cuna se nos ha dicho, asentándolo el mismo Padre Losa. No sostenemos nuestro aserto, por el riesgo que correríamos de ligeros, quitando la legitimidad de hijo á quien de hecho la había tenido.

Por lo que hace á la semejanza de vidas de nuestros personajes, cree- mos haber demostrado en breve comparación que no hay entre el prín- cipe y Gregorio nada de común, como se afirma falsamente.

Quede asi contestado el punto segundo.

Respecto de la singular desaparición del infante Don Carlos, la his- toria ya ha dicho lo bastante, y el lector puede juzgar por nuestro re- lato en la parte correspondiente á las notas biográficas del príncipe. Buen cuidado tuvimos en recoger y rectificar fechas ; reuniendo por su parte el más verídico de los historiadores espafioles, los docu- mentos que justifican su narración, que hemos seguido. Y aun supo- niendo que el príncipe hubiera muerto (uedinado ¿es posible que se hi- cieran solemnes funerales á un cadáver distinto al del infante? ¿Cabe ea lo posible que la superchería, si así puede llamarse, se hubiera lle- vado al extremo de trasladar unos restos, que no eran los de Don Car- los, para el panteón del Escorial ante España entera, y ésto viviendo todavía Felipe II? Claro es que á la luz de estas y otras no menos gra- ves razones, no cabe duda de que el príncipe murió en Madrid y no en América, muy lejos del santo varón que confundía con sus virtudes ejemplares y extraordinarias.

No hemos querido tomar en consideración el argumento del Sr. Palma, que en la página 112 de la Remta queda impreso: "Si acep- tamos— dice-— que el Espíritu Santo ilumina á quien iluminar le pla- ce, y que en un guiñar de ojos toma en pozo de sabiduría al más estú- pido pelgar, bien pudo el hijo del rey Felipe, adquirir ciencia infusa al pisar la tierra de América.^* Tal cosa nos parece absurda, causándonos extrafieza la acepte un literato tan cuerdo y distinguido como el bardo peruano. Somos nosotros creyentes como el que más; pero creemos en lo que la Santa Iglesia admite y define; por eso admitimos los mila-

¿QUIEN FUE GREGORIO LÓPEZ? 887

gros cuando la Autoridad Suprema de la Iglesia Católica, en sus deci- siones los aprueba: creemos sin vacilar que los Apóstoles, hombres ad- mirables, extraordinarios y privilegiados, tuvieron ciencia infusa con sólo un soplo del Increado Espíritu, y asi pudieron derramarse por la tierra; fecundizándola con su saber y con la voz del Evangelio ; pero hasta ahora nunca habíamos sabido la metamorfosis bien singular ope- rada en el infante heredero de Felipe II, transformado de súbito en un hombre que no solamente era ilustrado, sino merecedor de la beatifi- cación. Hasta ahora no se sabe ni que el príncipe Don Carlos tendie- ra á ser santo ni á ser un hombre docto poseedor de bellísima forma de letra; del idioma latino, de las Santas Escrituras al grado de saber- las casi todas de memoria, de las matemáticas y de la astronomía; que conocía las propiedades medicinales de las plantas y que su saber y discreción le condujeron al extr&no de ser el consultor del mismo vi- rrey de Nueva Espafia; y uno délos virreyes más ilustres que envió la corona ibera para gobernar la entonces más poderosa y rica colonia del continente americano.

Destinamos nuestro punto cuarto, al argumento que se funda en la semejanza que se nota en loa retratos que representan á Felipe II y á Gregorio López.

Desde luego ocurre preguntar si es suficiente razón para creer que •una persona sea pariente de otra, el que amba» se parezcan; puede ser que lo sean, pero entre tantos millones de seres que pueblan la supera ficie de la tierra ¿acaso no se han de parecer dos y tres y más? Hemos procurado fajamos bien en esos caracteres de semejanza entre el mo- narca descendiente de Carlos V y Gregorio López; tal vez tengan pare- cido, á no dudarlo, pero en realidad es poco. Entre los retratos que conocemos de Felipe II, hemos visto varios grabados y entre otros &i lienzo, uno de cuerpo entero en nuestro Museo Nacional. De Grego- rio López, conocemos muchos también grabados y al óleo: uno de cuer- po entero, quizá el mejor, que existe en la Capilla de la extinguida Ai> chicofradía del Santísimo Sacramento, en la Catedral de México: en la parte superior se lee este mote: Quari magna eogüans. Job. 15; otros dos retratos existentes en Santa Fe; uno de medio cuerpo pertenecien* te al Sr. Don José M. de Agreda; otro igualmente en lienzo, en el Mu- seo Nacional y en el cual lienzo se halla también el retrato del P. Losa; y otros varios. Del que se intercala grabado en México á través de los Siglos f no conocemos su original que estuvo últimamente en po»

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der del Lie. Don Juan José Baz. En la mayor parte de los retratos que hemos visto, aparece el mote Secretum meum mihi; pero en ninguno lleva el eremita el índice de su mano sobre los labios, como dijo el Sr. Riva Palacio, quien probablemente asi vio alguna pintura que nos es desconocida.

Si nuestro Gregorio tiene algún parecido con el rey Felipe II, no es por cierto, porque el primero fuera el príncipe heredero hijo del mo- narca que se cita; y ya hemos admitido a priori ser probable que Gre- gorio López haya sido hijo natural del soberano español.

Poco es, en consecuencia, lo que pueden probamos los retratos.

Para que el Sr. Palma no nos tache de inconsecuentes, hemos que- rido admitir sin conceder una equivocación de fechas para la llega- da á México del venerable Siervo de Dios. El apreciable escritor sud- americano, supone que bien pueden haberse adelantado seis afios en las crónicas, es decir, supone un anacronismo, y esto porque repugna que el príncipe Don Carlos haya muerto el afio 1568 y Gregorio López estuviera ya en México el año 1562.

No creemos en tal equivocación. La historia ó biografía más verídi- ca que de Gregorio López tenemos es la del P. Losa, amigo íntimo y compañero del eremita. La primera edición de la obra se hizo en Mé- xico el afio 1613, y suponiendo que hubiera salido equivocada, en la segunda edición aparecería corregida la falta : ésta obra se imprimió en Madrid el año de 1648. (Nótase con extrañeza que hay en esta edi- ción documentos de 1657. ¿Seria 1684 la fecha de la impresión?) Pe- ro todavía se hizo nueva edición, que conocemos también, y con la misma fecha de la libada á México de nuestro Gregorio ; dándose á la estampa el libro en 1674. La cuarta edición contiene lo mismo que las otras, mas el Tesoro de Medieina y el ApocaJipm; apareciendo en Madrid el año 1727; de suerte que desde 1613 hasta 1727, es decir, en derdo catorce años no hubo quien conociera la equivocación de las fe- chad ni quién tampoco las i^ctificara, como debieron hacerlo todos los que posteriormente han copiado al P. Losa; luego debemos suponer que dicha fecha e?tá bien asentada. Nicolás Antonio en su Biblioteca (nú- mero 15, pág. 39), nos habla de una edición del P. Losa, del año 1645 y que no ha llegado á nuestras manos; pero debemos inferir que esté en fechas lo mismo que las anteriores, por haber aparecido después que la de 1613 y antes que las de 1648 ú 84, la de 1674fy la última de 1727.

¿QUIEN FUE GREGORIO LÓPEZ? 880

Desearíamos saber algún fundamento, si es que lo hay, y que se sir- viera exponérnoslo el apreciable Sr. Palma, para creer yerosimil la su- puesta equivocación, que nosotros desde luego, y vistas algunas prue- bas, rechazamos como falsa, no existiendo anacronismo ninguno, ni equívoco en los panegiristas de Gregorio López.

Quédanos algo todavía en el tintero y que no escribimos por haber fatigado ya al bondadoso lector; pero podemos, con lo que antecede, sentar las conclusiones siguientes:

V El príncipe de Asturias Don Carlos hijo de Felipe II, y Gregorio López ermitaño de Santa Fe, fueron dos personajes absolutamente dis- tintos el uno del otro ; separados por la diferencia de educaciones, de carácter y tendencias.

2* Gregorio López, dada su misteriosa reserva acerca de su origen, bien pudo haber sido hijo natural de algún gran personaje ó noble es- pañol; y quizá hasta del mismo rey ; pero nunca haber sido el infante Don Carlos, heredero del trono.

Ambas conclusiones reasumen cuanto hemos dicho anteriormente.

***

Basta leer con suma detención la biografia del infante Don Carlos así como la de Gregorio López, para que al momento se deduzca si hu- bo ó no entre ambos personajes algún parecido, alguna concordancia en sus vidas.

Tal es lo que hemos pretendido hacer; mas como quiera que cree- mos no haber acertado enteramente en nuestras conclusiones, desea- ríamos nuevamente conocer la opinión respetable del Sr. Don Ricardo Palma, acerca de nuestras observaciones.

Queda todavía por averiguar el verdadero origen de Gregorio López, pero no se confunda ya lamentablemente con el príncipe Don Carlos. Quédese esta confusión para novelistas y dramaturgos; quienes forman la historia á su capricho. Por eso Felipe II se halla rodeado de miste- ríos y de intrigas; porque asi ha querido pintarlo la novela; por eso los que no tienen empacho en poner y quitar honras i su antojo, foijan célebres amoríos entre el descendiente de Garlos V 7 la princesa de

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Eboli, á la par que Antonio Pérez, privado del rey, cortejaba á aquella dama distinguida. Asi es como han aparecido muchas, muchísimas le- yendas que con sólo ir enunciando una á una, bastantes cuartillas de papel habríamos de llenar.

Concedamos un tanto de exageración á los biógrafos del infante Don Carlos; concedámosla también, respecto á los elogios, á los panegiristas de Gr^orio López; pero no por esto el primero, ante los ojos de la His- toria más imparcial y sensata, dejará de ser un hombre abominable é incorr^ible, y el s^undo un varón santo y virtuoso.

México; Octubre 4 de 1889.

Jesús Galindo t Villa.

SANTOS VEGA. '

IZi ZZZadllJrO X>S3Zi X>A.7A.X>OZt.

En pos del alba azulada, ya por los campos rutila del sol la grande, tranquila y victoriosa mirada. Sobre la curva lomada que asalta el cardo bravio, y allá en el bajo sombrío donde el arroyo serpea, de cada hierba gotea la viva luz del rocío.

1 EBtft bellfBima oompo«lel6n , perteneoe, eomolaqne imblidMncM etk la pági- na 90 del presente tomo, al libro qne lu ilustre autor prepara para UCprensa, y que nevara el título Ae lktbii das t t&adicionxs. Batamos ciertos de que El himno del layador, Ber& reproducido por la prensa de la Capital j de ;ios Bstados como sucedió con la anterior, aunque sin dignarse decir que ÍUé en viada original A la JtetUia yackmal, ^ La Dmsooióir.

SANTOS VEGA. «^

De los opuestos confínes de la Pampa, uno tras otro, sobre el indómito potro que vuelca y bate las crines, abandonando fortines estancia, rancho, mujer, vienen mil gauchos á ver si en otro pago distante hay quien se ponga delante cuando se grita á vencer !

Sobre el inmenso escenario vanse formando en dos alas, y el sol reluce en las galas de cada bando contrario ; puéblase el aire del vario rumor que en tomo desata la brillante cabalgata que hace sonar, de luz llenas, las espuelas nazarenas y las virolas de plata.

De entre ellos el más anciano divide el campo después, señalando de través larga huella por el llano ; y alzando luego en su mano una pelota de cuero con dos manijas, certero la arroja al aire, gritando

** Vuela el pato ¡Va buscando

un valiente verdadero I ^'

Y cada bando, á correr suelta el potro vigoroso, y aquel sale victorioso que logra asirlo al caer. Puesto el que supo vencer

REVISTA NACIONAL.

en medio, la turba calla, y á ambos lados de la valla de nuevo parten el llano, esperando del anciano la alta sefial de batalla.

Dala al fín. Hondo clamor ronco truena en el circuito, y el caballo salta al grito de su impávido sefíor ; y vencido y vencedor, del noble triunfo sedientos, se atrepellan turbulentos en largas filas cerradas, cual dos olas encrespadas que azotan contrarios vientos.

Alza en alto la presea su feliz conquistador, y su bando en derredor le defiende y clamorea. Uno y otro aguijonea el ágil bruto, y chocando entre sí, corren, dejando por los inciertos caminos polvorosos remolinos sobre las pampas rodando.

Uno al fín, tras la pechada del caballo, recia y fija, logra asir de la manija la presea codiciada ; cae su dueño, atropellada su horda sufre mil azares, y, la espuela en los hijares, la triunfante abate, huella, revolviendo por sobre ella cual la tromba de los mares.

SANTOS VEGA. 888

Vuela el símbolo del juego por el campo arrebatado, de los unos conquistado, de los otros presa luego ; yense, entre hálitos de fuego varios ginetes rodar, otros súbito avanzar pisoteando los caídos, y, en el aire sacudidos, rojos ponchos ondear.

Huyen en tanto, azoradas, de las lagunas vecinas, como vivientes neblinas, estrepitosas bandadas ; las grandes plumas cansadas tiende el chajá corpulento, y con veloz movimiento y como silban las balas, bate el carancho las alas hiriendo á hachazos el viento.

Con fuerte brazo les quita robusto joven la prenda, y, tendido, á toda rienda: ¡"Yo sólo me basto!" grita. En pos de él se precipita y tierra y cielos asorda, lanzada á escape la horda tras el audaz desafio, con la pujanza de un río que anchuroso se desborda.

Y allá van, todos unidos, y él los azuza y provoca, golpeándose la boca, con salvajes alaridos. Dánle caza, y confundidos,

8»4 REVISTA MACIOMAL.

todos el cu6rpo indinado sobre el arzóti del recado, temen que el triunfo les roben, cuando, volviéndose, el joven echa al tropel su tostado

El sol ya la hermosa frente abatía, y, silencioso, su abanico luminoso desplegaba en occidente, cuando un grito de repente llenó el campo, y al clamor cesó la lucha, en honor de un sólo nombre bendito; que aquel grito era este grito: "¡Santos Vega, el. payador!"

Mudos ante él se volvieron, y, ya la rienda sujeta, en derredor del poeta un vasto círculo hicieron. Todos el alma pusieron en los atentos oídos, porque los labios queridos de Santos Vega, cantaban, y en su guitarra sonaban estos vibrantes sonidos:

"Los que tengan corazón, los que el alma libre tengan, los valientes, esos vengan á escuchar esta canción: nuestro dueño es la nación que en el mtír vence la ola, que en los montes reina sola, que en los campos nos domina y que en la tierra argentina nos da su patria espaflola.

8ANT06 VEGA. 806

"Hoy mi guitarra, en los llanos, cuerda por cuerda, asi vibre: hasta el chimango es más libre en nuestra tierra, paisanos! Mujeres, niños, ancianos, el rancho aquel que primero llenó con sólo un ite quiero! la dulce prenda querida; todo, ¡el amor y la vida, es de un monarca extranjero!

**Ya Buenos Aires, que encierra, como las nubes, el rayo, el veinticinco de Mayo clamó de súbito: guerra! Hijos del llano y la sierra, pueblo argentino, ¿qué haremos? ¿menos valientes seremos que los que libres se aclaman?.... De Buenos Aires nos llaman, á Buenos Aires volemos!

"¡Ah, si es mi voz impotente para arrojar, con vosotros, nuestra lanza y nuestros potros por el vasto continente; si jamás independiente veo el suelo en que he cantado, no me entierren en sagrado donde una cruz me recuerde, entiérrenme en campo verde donde me pise el ganado!^'

Cuando cesó esta armenia que los conmueve y asombra, era ya Vega una sombra que allá en la noche se hundía. fPátrial á 0U8 almas decía

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el cielo, de astros cubierto, ¡Patria! el sonoro concierto de las lagunas de plata, ¡Patria! la trémula mata del pajonal del desierto.

Y á Buenos Aires volaron, y el himno audaz repitieron, cuando á Belgrano siguieron, cuando con Güemes lucharon, cuando por fin se lanzaron tras el Andes colosal, hasta aquel día inmortal en que el héroe americano batió al sol ecuatoriano nuestra ensefia nacional.

Rafael Obligado.

ABEJA.

IConünúa.']

CAPITULO XX.

QUE TRATA DE ÜN ZAPATITO DE RASO.

Apenas se dudaba en los Clarides que Abeja hubiera sido robada por los Enanos. Era ésta también la creencia de la duquesa; pero sus sue- ños no se lo revelaban precisamente.

La encontraremos, decía Jorge.

La encontraremos, respondía Francoeur.

^Y se la traeremos á su madre, decía Joi^e.

Y se la traeremos á su madre, respondía Francoeur.

ABEJA. 397

Y la casaremos, decía Jorge.

^Y la casaremos, respondía Francceur.

Inquirían con los habitantes las costumbres de los Enanos y las cir- cunstancias maravillosas del robo de Abeja.

Fué así como interrogaron á la nodriza Maurícia, que había nutrido con su leche á la duquesa de los Clarides; pero ahora Mauricia no te- nía ya leche para los niños y sólo alimentaba á las gallinas de su co- rral.

Así la encontraron el amo y el escudero. Ella gritó: Psit! psit! psit! pequeñitos! ¿Sois vos monseñor? psit! psit! psit! ¿Es posible que estéis tan grande ípsit! ¿y tan hermoso? Psit! psit! chu! chu! chul ¡Mi- rad á esta glotona que se come toda la ración de los chiquitos! Chu! chu! chu! Es el retrato del mundo, monseñor. Todo lo bueno está con los ricos. Los flacos enflaquecen, mientras que los gordos engordan. Porque no hay justicia en la tierra. ¿En qué puedo serviros, monse- ñor? ¿Aceptaríais, cada uno, un vaso de cerveza?

^Lo aceptamos, Mauricia, y os abrazaré porque habéis nutrido con vuestra leche á la madre de aquella á quien amo más en el mundo.

Es la verdad monseñor; mi criatura tuvo el primer diente á los seis meses y catorce días. Con este motivo la difunta duquesa me hi- zo un regalo. Es la verdad.

Pues bien, Mauricia, decidnos lo que sepáis de los Enanos que ro- baron á Abeja.

^Ay! monseñor, no nada de los Enanos que la robaron. ¿Y có- mo queréis que una vieja como yo sepa alguna cosa? Hace mucho tiempo que olvidé lo poco que había aprendido, y ahora mismo no ten- go memoria para recordar dónde he puesto mis anteojos. ¡Me cansaba de buscarlos y los tengo en la nariz ! Tomad esta bebida, está fresca.

A vuestra salud, Mauricia; pero me han contado que vuestro ma- rido sabía algo del robo de Abeja.

Es la verdad, monseñor. Aunque no recibió instrucción, sabía muchas cosas que aprendía en las ventas y en las tabernas. No olvi- daba nada. Si todavía estuviera en el mundo, y sentado con nosotros delante de esta mesa, os contada historias hasta mañana. Me contó tantas y tan diferentes que se me han revuelto en mi cabeza, y no sa- bría, ahora, distinguir la cola de una y el principio de otra. Es la ver- dad, monseñor.

Sí, era la verdad, y la cabeza de la nodriza podía compararse á una

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vieja y rajada mannita. Jorge j Francoeur tuvieron todos los trabajos del mundo para que dijera algo de provecho. No obstante, le sacaron, á fuerza de circunloquios, un relato que comenzaba de este modo:

Hace siete años, monsefior, el mismo día en que huísteis con Abeja, y que no volvisteis ni el uno ni el otro, mi difunto marido fué á la montaña á vender un caballo. Es la verdad. Dio al animal un buen pienso de avena mojada con cidra, á fin de que tuviera la corva cerrada y el ojo brillante, y lo llevó al mercado próximo de la montaña. No tuvo que sentir la avena y la cidra, porque el caballo fué muy bien vendido. Los animales son como los hombres ; se les estima por las apariencias. Mi difunto marido se regocijó con el buen negocio que aca- baba de hacer, y ofreció de beber á sus amigos, persuadiéndolos con el vaso en la mano. Sabed ahora, monseñor, que no había un sólo hom- bre en todos los Clarides, que estimando á mi difunto marido, lo de- sairara con el vaso en la mano. Pues bien, aquel día, después de haber hecho muchos cumplimientos, volvió solo, ya de noche y tomó un mal camino, pues no pudo reconocer el bueno. Encontróse cerca de una ca- verna, y percibió, tan distintamente cuanto era posible, en su estado y á tal hora, una multitud de Enanos que llevaban sobre una camilla á una joven. Huyó temiendo un desastre, porque el vino no le quitaba la prudencia. Pero á alguna distancia, habiéndosele caído su pipa, se inclinó para recogerla y alzó en vez de ésta un zapatito de raso. Dijo á propósito de esto una cosa que le agradaba repetir cuando estaba de buen humor: '^Es la primera vez, decía, que una pipa se cambia en zapato." Ahora bien, como este zapato parecía ser de una muchachi- ta, pensó que aquella que lo había perdido en el campo había sido ro- bada por los Enanos, y que su rapto era el que había presenciado. Iba á poner el zapato en su bolsillo, cuando los Enanos cubiertos de capu- chones, se arrojaron sobre él y le dieron tal número de bofetadas que quedó aturdido en aquel sitio.

¡ Mauricial ¡Mauricial exclamó Jorge, íes el zapato de Abeja ! ¡Dád- melo para besarlo mil vecesl Estará todos los días sobre mi corazón, en un saquito perfumado, y cuando me muera, lo pondré en mi ataúd.

¡Con gusto lo haría, monseñor! ¿pero á dónde iríais á buscarlo? Como los Enanos castigaron á mi pobre esposo él mismo pensaba que había sido tan concienzudamente abofeteado, por haber tratado de echár- selo á la bolsa, para mostrarlo á los magistrados. Con este motivo te- nía la costumbre de decir, cuando estaba de buen humor

BIBLIOQBAFJÜt. 889

Basta! basta! Decidme solamente el nombre de la caverna.

^Monseñor, se llama la caverna de los Enanos, y le conviene bien este nombre. Mi difunto marido

Maurícial ni una palabra más! ¿Pero Francoeur, sabes adonde está la caverna?

Monseñor, respondió FrancoBur acabando de vaciar el tarro de cer- veza, no lo dudaríais si conocierais mejor mis canciones. Una docena he hecho sobre esta caverna y la he descrito sin olvidar ni una^sola brizna de musgo. Me atrevo á decir, monseñor, que de las doce can- ciones, seis son de verdadero mérito. Pero las otras seis no son del to- do despreciables. Os voy á cantar una ó dos

Francoeur, exclamó Joi^e, nos apoderaremos de la caverna délos Enanos y libertaremos á Abeja!

¡Es la verdad! respondió Francceur.

Anatole Framce.

[Omeluirá,]

BUaiOGBAFU.

Apuntes histórico^eográficos, Nos es muy grato tributar merecido elogio al Sr. Presbítero D. Manuel Portillo, por la publicación del libro intitulado Apuntes histórico-geográficos del Departamento de Zapcpan. El Sr. Portillo, que es cura beneficiado de la parroquia de Zapopan del Estado de Jalisco, ha prestado no sólo á los habitantes de ese dq)arta* mentó ó cantón, sino á cuantos se interesan en loa estudios históricos, un servicio digno de reconocimiento.

Para comprender hasta dónde el Sr. Portillo se aparta de los sacer- dotes que no creen cumplir su misión si no es predicando en contra de las leyes y de las autoridades constituidas, basta leer al final de la De- dicatoria de su libro las siguientes palabras: "Sólo deseo que esa Ilus- tre Corporación, el Ayuntamiento de la villa de Zapopan, acepte es- te trabajo como una prueba de mi adhesión y respeto á las autoridades constituidas/^

Mn REVISTA NACIONAL.

Ahora, para que nuestros lectores tengan idea de la importancia y de la utilidad del libro que anunciamos, diremos que en él se trata de la situación geográfica del departamento, asi como de su aspecto gene- ral, clima, producciones vegetales, maderas de construcción, plantas, flora, zoología, primeros habitantes, idioma, teogonia, fundaciones, es- tado actual, comercio, agricultura, industria, gobiernos civil y eclesiás- tico, biografías y notas cronológicas.

Desde luego despierta la lectura de los Apuntes del Sr. Portillo, la idea de los grandes beneficios que produciría á la República el que en cada una de las fracciones en que se divide, se emprendieran estudios de esta índole, no solamente para reunir datos completos para la his- toria general de México y para la geografía, sino también para revelar las riquezas inexplotadas de todos y cada uño de los Estados de la Con- federación.

No será una obra perfecta la del Sr. Portillo; pero aun asi, debemos reconocer que puede servir de ejemplo para trabajos análogos.

Jxi Prüión de HMcUgq, e^dios criticas de historia patria. El Dr. D. Jesús Diaz de León, acaba de publicar con este titulo, en Aguasca- lientes, una interesante y bien perita monografía histórica, en la que el Padre de la Patria está juzgado desde un punto de vista filosófico é imparcial. El héroe está estudiado como caudillo y como mártir, en to- da su grandeza y magnitud. Notables son las reflexiones que hace el autor, con motivo de la retirada de Hidalgo, después de la derrota de los realistas en las Cruces, y muy juiciosas las observaciones acerca de su último Jfani/íeíto, que de no ser apócrifo, como creen muchos, no tiene **ante la historia," sino "poca significación, puesto que sólo con- cierne á la conciencia del héroe. "

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 401

DATOS

PIBA LA biografía DE D. MABIANO ABISTA.

II

Dije en mi primer artículo que ni hago historia ni escribo la biogra- fia de Don Mariano Arista: en consecuencia, no se busque en mi tra- bajo humilde, relación desucesos]de aquella memorable época, pues só- lo cabe en él la inserción de documentos á que dio algún valor, con- servándolos el General Arista, cuya hoja de servicios dice, después de dar noticia de su llegada á Yeracruz en la noche del 4 de Diciembre de 1838: ^* El día 5, á la madrugada, fué asaltada la casa en que se alo- jaba con el E. S. General Santa Anna, y en ella fué hecho prisionero por los franceses, agoviado por el número, después de haber hecho la resistencia posible, y no se rindió á más de cuatrocientos que ocupa- ron la casa sino en su última pieza, defendiéndose con sólo dos solda- dos que lo acompañaban y que ambos perecieron.]'*

He aquí como él mismo describe su libada á Yeracruz, en un Dia- rio que por desgracia interrumpió su captura por los franceses. " Diario que empieza desde el dia 4 de Diciembre Dia 4 A las dos de la ma- ñana recibi en Paso de Ovejas orden para marchar en el acto con mi sección á Santa Fe. Se me noticiaba el relevo de Rincón por Santa Anna. Gran conmoción de mi espíritu. Llamo á todos los jefes y dispongo la marcha en el acto, resueltos á obedecer i Santa Auna á pesar de nuestros íntimos sentimientos. Salió la sección á la salida del sol, y llegó á Santa Fe á las dos de la tarde. En el camino recibí orden de Santa Anna para marchar sobre Yeracruz á recibir órdenes. Salí de Santa Fe á las cinco de la tarde en una volanta de retomo: á una legua se cansaron las muías de la volanta y tuvimos Iturría y yo que continuar á pié hasta Yergara. Mucha fatiga por la arena. Un negro nos ofrece sus caballos, y con ellos llegamos á Yergara, donde hallamos los nuestros y la escolta. Terrible emoción del pueblo amon- tonado en las pequeñas casas, y tiradas las mujeres y niños en los la- dos de la playa. Llegamos á la Puerta de México como á las diez. Se nos abrió y fuimos á la casa de Santa Anna que se estaba bañando.

R. N.— T. II— í6

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Salió después, me recibió con agrado empachoso, me ofreció café y des- pués de él hablamos largo, explayó sus ideas, sus proyectos. Se halla- ban presentes Hernández é Iturria. La conversación acabó á la una de la noche, despidiéndonos, pues debía marcharme temprano. Nos acos- tamos á la una y media en la sala de la casa. '' Desde la mañana de^ ese dia 4, Arista había escrito á Santa Anna reconciliándose con él, lo siguiente: "Esta inacción ó derrota en que parecía [tíos hallábamos, me tenía desesperado : vamos á obrar y mi alma se mueve fijando su objeto que no puede vd. dudar es otro que hacer triunfar la patria ó pe- recer en sus escombros. Ciertamente que esta época nos impone el deber de damos el abrazo fraternal, olvidando todo resentimiento de cualquiera esfera qne haya sido. Yo me reconcilio con vd. y mis que- jas las sepulto para siempre en el olvido, recordando sólo que hemos sido amigos, que estuvimos unidos y que hicimos uno por el otro sa- crificios que nos ligan estrechamente por la naturaleza de que fueron. Lo mismo que yo se expresan los señores jefes de esta sección, que gustamos de ver actividad y vida, ansian por el momento de pelear con su enemigo que sólo en la desigualdad de poder ha podido triunfar por un momento en Ulúa. ^'

Volvió á referirse á esto en la siguiente interesante carta escrita sien- do ya prisionero: "Exmo. Sr. Presidente Don Anastasio Bustamante. —A bordo de la Fragata "La Gloria."— Diciembre 18 de 1838.— Mi es- timado general y amigo de todo mi respeto:^ No había escrito á vd. mi general porque temía que no me permitieran hacerlo sino á mi fa- milia; mas se me ha concedido el permiso de hacerlo á vd. y me ocu- po con el mayor placer. Ya estará vd. por menor impuesto de mi des- gracia el día que fui prisionero. Obedecí la orden de ponerme á las de Santa Anna ; mas fué necesario hacerme bastante fuerza, pues que no imaginaba que una providencia fuerte fuera dada por vd. sin indicar- me algo en amistad. Yo no recibí carta de vd. y el cambio era terri- ble; no obstante, la patria era primero; sacrificando todo fui á obede- cer y abriéndome los brazos el general Santa Anna, sinceramente lo estreché entre los míos. Poco duró esto; tres horas después yo era pri- sionero y el Sr. Santa Anna estaba herido. La suerte ju^a con los hom- bres y así ^lo dispuso. He sido trasladado por el Sr. Baudin y jefes franceses con el mayor decoro : se me atiende, se respeta mi desgracia: en fin, estoy altamente reconocido á este proceder noble y caballero. El Sr. Almirante tuvo la bondad de visitarme el día 14 de éste, y en

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA.

SU conversación me aseguró los mejores deseos de adquirir la paz, y las seguridades de que jamás se ha pensado atacar el honor y la indepen- dencia de México. Me expresó algunos pormenores de las conferencias, y quedé admirado de ver la diferencia con que me lo habia dicho to- do el Sr. Cuevas. En fín, me dijo que la guerra sehaciapor una baga- tela. También se expresó quejoso de no haber recibido respuesta auna carta escrita á vd. el día 3. Yo le dije que quizás la habría vd. recibi- do con la noticia del ataque de la plaza, y no entendiendo el sentido de una cosa con otra, no habría contestado. Con motivo de pedir al- gunas cosas de mi equipaje, escribí á mis ayudantes, saludando á to- dos los jefes mis amigos ; recibí contestación de ellos y entre otras la que original adjunto de nuestro amigo Garda Conde. Esta la ensefié al Sr. Lainé que manda esta Fragata y á quien debo el trato más fino, y él se la mandó al Sr. Baudin. Este al devolvérmela le escribe la ad- junta carta, escrita del mismo pufio del Sr. Baudin y que le pedí al Sr. Lainé con el mayor encarecimiento, así como la licencia de escribir á vd. y mandársela como lo hago. Yo juzgo es demasiado interesante su contenido, y por esto me dirijo sólo á mi amigo el general Bustaman- te, sin otro título, sin otro objeto que la amistad que le profeso: por ella le ruego que salve á la Nación, que si es positivo que no se ataca el honor ni la independencia, que se salve la patria y mi buen amigo sea su libertador, oyendo á la filosofía, consultando la razón, y miran- do el porvenir. Deseo que reciba como un servicio estas noticias, y que seguro de mi patriotismo y leal amistad, mande cuanto guste á su des- graciado y apasionado amigo que lo respeta y atento B. S. M. Maria- no Árida. "

Deplorable fué el efecto que esta carta hizo, y amargos los disgustos que á su autor produjo : del cómo y por qué, nos entera la que Arista es- cribió al general Don Felipe Codallos, el seudo-espartano que en sus su- blimados odios políticos no tiene piedad ni para los individuos de su misma sangre. Arista había enviado copias de su carta y de la de Bau- din á Codallos, jefe de las fuerzas estacionadas en los Pocitos: Coda- llos se las devolvió permitiéndose afearle su proceder en el asunto. He aquí la respuesta del prisionero. "Exmo. Sr.: Sorprendido he queda- do al leer el oficio de V. E., que he recibido hoy. Ni el grado de V. E. ni el empleo que ejerce han podido jamás autorizarle para insultar, pa- ra robar su honor á su General que se ha conducido siempre bien y go- za en el Ejército mexicano de una reputación que ganó por sus servi-

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cios. Ligeramente me pega Y. E. y atropellando el estilo confidencial, sagrado entre hcmibres de honor, califica de mala una acción que en si es un servicio á mi pais. ¿Quién pudo imaginar que mi franqueza en el seno de la amistad para con vd. fuese tomada por un crimen? ¿Asi se hiere el honor, más sagrado que la vida para un oficial ? ¿Qué fundamento tiene V. E. para insultar á un desgraciado prisionero, di- ciéndole que es un miserable conducto de que se sirven los enemigos para insultar á las autoridades mexicanas ? Lo imaginó sólo V. E. por- que no puede sin duda concebir que jo sea tratado de un modo tan franco como á mi se me trata. No he necesitado de bajeza alguna para que esto sea asi. Ni á presencia de la misma muerte se me arrancaría á mi la menor cosa indigna de mi decoro que sabré guardar como me lo demanda mi rango. A presencia del teniente coronel Arzamendi y de los otros dos señores oficiales, que fueron prisioneros conmigo, se comenzó á tratarme en unión de ellos, con la mayor delicadeza y de- coro. Ni la presencia de los oficiales franceses heridos, ni el inmedia- to calor del combate hizo que se variase esta conducta. En ese mismo día se me permitía escribir y cerrar mis cartas sin[ser vistas por nadie* Llame V. E, á esos sefiores oficiales y satisfágase de esto, por lo que podrá comprender que no ha sido posible que estos jefes hiciesen la barbarie que imaginó V. E. de obligarme á escribir lo que les ha agradado, y el General Arista preferiría cien muertes á la degrada- ción. V. E. ha faltado conmigo á la buena amistad, á la justicia, y á to- do lo que los hombres y más los compañeros se deben en la desgracia. Desgarra el honor de un prisionero, única cosa que le hace llevadera su desgracia, toma un carácter oficial abusando de una confianza amis- tosa, y en lugar de consuelos á un añigido se le el golpe más atroz que pudo recibir hombre. Afligido digo porque estoy mirando á mi país empeñado en una lucha en que yo hice voto de derramar toda mi sangre, y me veo condenado por la suerte que no pude evitar, á ser prisionero en el primer encuentro de las tropas mexicanas. Me pesa la vida, que soporto porque no la puedo sacrificar por mi patria. Quedo por todo entendido que estoy sentenciado por V. E. á ignorar de mis deudos y amigos y á no esperar auxilio ninguno del Ejército mexica- no á que tengo el honor de pertenecer. Dirigía una carta'primero al Supremo Magistrado que es mi amigo, y si bien las copias que acom- pañaba tenian palabras malas, de su contenido estoy seguro podía sa- car el mismo Magistrado cosas importantes para el Gobierno. ¿Qué

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 406

mal hacia esto ? Depositaba en el seno del Jefe supremo cosas que mi cabeza juzgó necesarias supiese, aunque fuera otra la intención de los que me dieron las copias. Por consideración y amistad al general Co- dallos mando abierta esta carta, prueba de mi buena intención, ¿y se toma el estilo ofícial para devolverla con la nota más terrible que ha podido escribirse á un General mexicano en la desgracia? Todo lo podía hacer Y. E. quebrantando lo que los hombres tienen por más sa- grado, pero no me arrancará un honor que sabré conservar á costa de mi vida. Pruebas he dado ante la nación que no temo á la muerte, y ningún poder podfa empelerme á bajezas que V. E. ha probado al- gunas veces que son lejos de mif alma, que con orgullo puedo llamar noble y fuerte. Reñexione V. E. si su empleo, si la amistad que nos unia, si la consideración de mi clase y situación le han podido autori- zar para tal insano proceder, y hágame en consecuencia la justicia que merezco. "

En la carta que sobre el mismo asunto dirigió al Presidente Busta- mante, el Sr. Arista se queja así : ''Abusa el general Codallos de todo lo más sagrado y decide con rapidez, lanzándome la infamia en un pá- rrafo venenoso que jamás podré olvidar. Creerme capaz de ser un mi* serable conducto de que se insulte á las autoridades mexicanas; loh! Dios ! No se ha ofendido á hombre en tan alto grado como á mí, por- que aunque pese al Sr. Codallos yo amo á mi patria más que él porque no es mexicano, y juro ante Dios que hice voto de perecer en esta glo- riosa lucha Le admira al Sr. Codallos que se me trate con tanta

franqueza á bordo, porque no sabe que los franceses tienen vanidad en tratar bien á sus prisioneros, y sin más examen me el golpe más te- rrible El Sr. Baudin me ha detenido aquí en esperanzas de que

la paz se haga pronto, y tengo entendido que si esto se alarga, debe man- dárseme á Francia: yo dirijo al Gobierno la adjunta instancia para que se sirva determinar lo que crea justo, para que un General que en defen- sa de la República se halla prisionero no perezca de necesidad ni su familia. "

. El oficio de Codallos decía : " Comandancia general del Departamen- to de Veracruz.. Devuelvo á V. S. los papeles que solicita pasen al E. S. Presidente de la República, por considerar que no debe ser V. S. el conducto por donde el Sr. Baudin y sus subditos insulten á personas respetables de nuestra Nación, no menos que al primer magistrado de ella. La situación de V. S. de prisionero de guerra lo pone fuera de to*

REVISTA NACIONAL.

da intervención en la contienda actual entre México y Francia, y aun cuando por compromisos V. S. se vea estrechado, debe preferir en tal caso cualquiera consecuencia antes que dar lugar á esos señores á juz- gar desventajosamente la conducta de V. S. en su desgraciada prisión, que bien sabrá considerar toda la Nación. Cuando esos señores ten- gan que dirigirse á alguna autoridad de esta Nación, que lo verifiquen debidamente, corriendo al efecto el parlamento acostumbrado entre los Ejércitos beligerantes, según uso de la guerra. Siento que me haya cabido tener que dirigir á Y. S. esta nota, por la consideración personal que V. S. me merece, particularmente en su actual situación ; pero el decoro dice en todas circunstancias debemos contener con los que quie- ran tratamos como hotentotes, me pone en este caso. Reciba Y. S. sin embargo las consideraciones de mi particular aprecio. Dios y Li- bertad. Cuartel general en los Pocitos. Diciembre 24 de 1838. Feli- pe Codallos, Sr. General de Brigada, Don Mariano Arista."

No obstante, la carta de Arista y las copias de las de Baudin y Lai- né, llegaron á manos del Presidente, quien con fecha 31 de Diciembre escribió al prisionero: ''Me he impuesto del contenido de la carta del Sr. Baudin al Sr. Lainé, así como de las reflexiones que vd. me hace en la suya, de cuya contestación me ocupo ; pero no creyendo conve- niente ni propio de los estrechos limites de una carta entrar en discu- sión sobre los delicados puntos que se versan en la cuestión, me con- traigo solamente á satisfacer á la queja del Sr. Baudin, asegurando á vd. haber dado contestación por el Ministerio de la Guerra á la nota que me dirigió S. E. con fecha del 3, según vd. verá en el adjunto Dia- rio, no debiéndolo hacer por mi ciertamente en razón de que como vd. sabe, nuestra Constitución prohibe que el Presidente de la República pueda seguir comunicación alguna ofícial sino es por el conducto de al- gunos de los Secretarios de su despacho, que son los órganos legales."

Otra carta del Sr. Iturria ayudante del General, da sobre él asunto las siguientes noticias : " El General Santa Anna me manifestó su senti- miento por no poder mandarle lo que pedía, me habló de que vd. no debía escribir nada que pasase de asuntos de familia, y me advirtió que

sentia que hubiese vd. sido un conducto para que esos señores se des- ahogasen contra el Gobierno En estos momentos de que yo forma- ba mis razones para defender las que vd. pudo tener en su carta al Pre- sidente, llegó un papel impreso en que se atacaba la reputación de vd. y la del general Bustamante, suponiendo su perverso autor á ambos en

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 407

combinación para entregar á Santa Anna y permitir una gloria á las

fuerzas francesas Me apersoné al Presidente quien me recibió bien,

y preguntándome por vd. me dijo : " Yo he recibido una carta del Sr. Arista en que me habla de algunas cosas relativas á asuntos políticos, y le he contestado sin hablar de esos asuntos porque me compromete- ría mucho si lo hiciera. Vd. debe aconsejarle que no escriba nada de esas cosas. '' Yo me esforcé en persuadirle que si vd. se había ocupa- do del asuuto habría sido porque amaba al país y deseaba contribuirá su bien como fuera acequible. Vi después al Sr. Torne! que me habló del asunto aunque más seriamente, y entre sus palabras tengo presen- tes estas : '^ El general Arista se ha ocupado de escribir asuntos que merecían hacerle cargos cuando volviese al país." Siguió la conversa- ción y lo vi más indulgente. "

A los sinsabores que su carta al Presidente le produjo, uniéronse los que le atrajo la forma en que le fué devuelta la libertad por el Almi- rante Baudin. Véase el ofício de Arista al Jefe de la escuadra francesa: "Exmo. Sr. El Sr. Comandante Lainé me ha hecho conocer que V. E. ha tenido la consideración de darme la libertad á condición de pro- testar bajo mi palabra de honor, no tomar las armas contra la Francia en la presenta guerra. Adjunta es mi protesta: al indicarla á V. E. la gratitud me impone el deber de darle las gracias más expresivas por el honroso y distinguido trato que ha mandado se me dé, y por las constantes consideraciones que ha tenido V. E. para hacerme llevade- ra mi situación. Deseo que V. E. se penetre de mi reconocimiento así como de mi particular aprecio que en persona me merece. Dios y Libertad. Antón Lizardo, á bordo de la Fragata ''Gloria.'* Enero 26 de 1839. Mariano Arista, Exmo. Sr. Almirante de las fuerzas na- vales francesas en el Golfo de México. Protesta. El General de Bri- gada del Ejército mexicano que suscribe, prisionero de guerra en las tropas francesas, protesta bajo su palabra de honor no tomar las armas en la presente guerra de mi Nación con la -Francia. Antón Lizardo, A bordo de la Fragata "Gloria." Enero 26 de 1839.— ifariano Arista.''

Véase ahora el ofício en que el general comunicó á Santa Anna su vuelta á la patria: "Exmo. Sr.: El Sr. Contraalmirante francés me pro- puso el día 25 del presente, por medio del Comandante de la Fragata "Gloria," donde me hallaba prisionero, que si prometía bajo mi palabra de honor no tomar las armas contra la Francia en la presente guerra, sería puesto en libertad. Yo, seguro de que en aquel estado no podía

40S BEVI8TA NA.CIONAL.

ser Otil á mi patria, y que otorgando la promesa era posible ser em- pleado en otras comisiones, acepté la oferta y otorgué mi protesta. En tal virtud he sido puesto en libertad, y trasladado hoy en un bote francés á esta plaza, donde he llegado á las cinco de la tarde. Maña- na me dirijo á tomar en persona las órdenes de V.E. y mientras tanto le ruego admita las protestas de mi respeto y alta consideración. Dios y Libertad. Veracruz, Enero 27 de 1S39 á las ocho de la noche. Ma- riano Arista. E. S. General en Jefe Don Antonio L. de Santa Anna.^*

Igual ofício dirigió al Ministro de la Guerra, cambiando únicamente así el último párrafo: "Mañana marcho á Manga de Clavo á tomar las órdenes del E. S. General Santa Anna, y á pedirle mi pasaporte para pasar á esa capital á que disponga de mi el Supremo Gobierno. Rue- go á V.E. cuenta al E. S. Presidente, y admita las seguridades de mi respeto y particular aprecio/*

Después de conferenciar con Santa Anna, el Sr. Arista ñrmó el si- guiente oficio: ''Exmo. Sr. El 27 del presente he venido á las playas de Veracruz disfrutando mi libertad á virtud de habérmela propuesto el Sr. Almirante de las fuerzas francesas, con la condición de empeñar mi palabra para no tomar las armas contra aquella Nación durante la guerra que existe con la nuestra. Mi estado de prisionero me hacía inútil á patria, y yo aunque vacilé en lo que deberia hacer cuando me fué propuesta la libertad, determiné por fín tomarla, porque la pa- labra que he ofrecido es una costumbre admitida generalmente entre todas las naciones. Luego que salté en tierra di aviso al E. S. Gene- ral en Jefe Don Antonio López de Santa Anna, poniéndome á sus ór- denes, y desde luego he venido á recibir verbalmente la de marcha á esa capital para tomar las de V.E. á quien me reservaba hacer esta co- municación, para que se sirva imponer de ella al E. S. Presidente, te- niendo la bondad de manifestarle que si el volver á mi patria me es satisfactorio, es únicamente por ofrecer mis servicios al Supremo (xo- bierno. Mañana saldré de este punto y tendré el honor en apersonar- me á V.E. á quien reitero las protestas de mi respeto. Manga de Cla- vo. Enero 28 de 1839.— E. S. Ministro de la Guerra."

El Ministerio contestó asi: "Por el oficio de V. S. de 28 del próximo pasado queda enterado el E. S. Presidente de que habiendo sido pues- to en libertad, se ha presentado al E. S. General en Jefe de la División de Vanguardia, y que continúa su camino para esta capital, disponien- do así lo diga á V. S. en respuesta.

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 409

*^Con tal motivo reproduzco á V. S. las seguridades de mi aprecio y particular consideración. Dios y Libertad. México, Febrero 2 de 1839. Por indisposición del E. S. Ministro. Joaquín Velázguez de Lean,''

Don Mariano Arista que ese día 2 había llegado á la capital, sintió el golpe en plena alma y respondió asi: ^^Exmo. Sr. El oficio de V. E. de 2 del corriente en que se sirve contestar de enterado á mi nota de 28 del pasado, en que doy parte al Supremo Gobierno de haber sido puesto en libertad de la prisión que sufría en la Escuadra francesa, me ha causado un profundo sentimiento. Estoy seguro de que he cum- plido con mi deber, que he dado el decoro y honor que me demanda mi rango en las circunstancias difíciles en que me hallé, que he pade- cido infinito, que he perdido mis intereses, y que he hecho, en fin, los sacrificios que la patria exige de sus hijos. En este convencimiento ¿podía imaginar que recibiría por recompensa de mi Gobierno una con- testación de enterado? Satisfecho de que he obrado meritoriamente no puedo menos que patentizar á V. E. el agravio que he recibido por una tal remuneración á mis servicios, y le ruego que si duda el Gobier* no de mi excelente porte, se sirva mandarme enjuiciar para que la ver- dad sea aclarada y mi mérito reconocido justamente. Tales drcuns* tancias me hacen pedir al Supremo Gobierno el que se sirva acordar- me un cuartel para el pueblo de Tacubaya, con el objeto de restablecer mi salud que tanto lo necesita. Sírvase Y. E. dar cuenta con todo lo expuesto al E. S. Presidente, para que S. E. resuelva lo que crea con- veniente, recibiendo las protestas de mi respeto y debida consideración, Dios y Libertad. México, Febrero 7 de 1839. Mariano Arista. E. S. Ministro de la Guerra."

Pero todo terminó del mejor modo posible: dos días después Arista recibió la siguiente comunicación: "Ministerio de Guerra y Marina. Sección y Mesa de Operaciones. Se contestó á V. S. simplemente de enterado á su comunicación de 28 del mes próximo pasado en que par- ticipó haber sido puesto en libertad y presentádose al E. S. General en Jefe del Ejército de Vanguardia, porque habiendo venido á esta capital, se esperaba recibir los informes que había acordado el E. S. Presiden* te que se le pidieren, para manifestarle entonces la viva y cordial sa- tisfacción que le había producido el término de sus padecimientos; lo gratos que le fueron los servicios que prestó hasta el momento de su infausta prisión, y la dignidad con que ha sabido sostener el rango de un General mexicano prisionero. La delicadeza de V. S., á que hace

410 REVISTA NACIONAL.

justicia el E. S. Presidente, lo ha obligado á manifestarse impaciente por una declaración que cubra enteramente su honor, y S. E. me man- da hacerla tan favorable como pueda apetecer, y que no le conceda el cuartel que pide, porque el Gobierno y la Nación esperan de V. S. pron- tos, nuevos y eficaces servicios á la Patria. Yo por mi parte, que siem- pre he dado á los servicios de V. S. el valor que merecen, me congra- tulo porque se halle en disposición de continuarlos, al tiempo mismo que le reitero las protestas de mi justa consideración y afecto. Dios y Libertad. México, Febrero 9 de 1839. Tomel. Sr. General Don Mariano Arista."

De los sucesos de aquella época, su hoja de servicios dice solamen- te: ^'Estuvo prisionero á bordo de un buque de guerra de la Escuadra Francesa, hasta el 28 de Enero de 1839 en que fué puesto en libertad, se presentó al E. S. General en Jefe de la División de Vanguardia, re- cibiendo el 9 de Febrero un oficio del Supremo Gobierno muy satis- factorio, por la dignidad que mostró en su prisión entre los enemigos y por sus servicios prestados antes de ella. En Octubre de aquel año se aprobó por la superioridad el modelo de la cruz que se le concedió en 10 de Marzo, en recompensa del particular mérito que contrajo en la guerra contra los franceses en el memorable 5 de Diciembre del año anterior. En aquel tiempo se le mandó por el E. S. General en Jefe á desempeñar una comisión cerca del E. S. Presidente, y la cumplió con exactitud y eficacia." Cuál fuese esa comisión lo dice la siguiente car- ta de Arista á Santa Anna: "Exmo. Sr. Don Antonio López de Santa Anna. México, Febrero 5 de 1839. Mi amado General y amigo: Llegué á esta capital el día 2 del presente y en el momento impuse al Sr. Presidente y al Sr. Tornel de todos los puntos á que se contrajo la comisión que tuvo la bondad de darme. Se dieron al siguiente día los pasos más activos para la consecución del dinero, principal obstáculo á los deseos de V. El Sr. Cortina coincidiendo con el mayor empeño en el plan de V., no ha descansado ni un momento para obtener los doscientos mil pesos, base de todo el proyecto. Hay esperanzas de reunir todo el dinero de parte del Clero, porque éste ha hecho un em- préstito de quinientos mil pesos, á entregar cincuenta mil cada mes, y el empeño es que de un golpe doscientos mil pesos. Se creyó más seguro esto que la Junta, por la dificultad que se ha pulsttdo de recabar por la fuerza las cantidades que se asignen, y según el estado de alar- ma en que se hallan los que tienen dinero, se estimó por más eficaz

DATOS PAKA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 411

lo del Clero. Yo, para activar las cosas y según las instrucciones de V. he visitado en su nombre al Sr. Posadas, y he visto al Padre Don Pedro Fernández, patentizándoles lo urgente que es atacar la revolu- ción con la mayor violencia, pues de otro modo ellos serán los sacrifi- cados en todos sentidos. Estos sefiores los vi tan animados que debe esperarse bueno y pronto resultado, aunque no den el todo de la can- tidad, que se repartirá ó agenciará entre otras de las medidas que se han dictado y que están para realizarse. El plan de operaciones les ha parecido el mejor al Sr. Presidente, el Sr. Cortina y el Sr. Tomel: di- fiere el primero en el abandono de Matamoros, pero el Sr. Tomel, se- gún los últimos datos que han venido, cree indispensable que se efec- túe lo que V. indica. La división de México está para completarse: el Sr. Tomel dice que tiene mil quinientos hombres, y le parece indis- pensable que vengan del Ejército de Vanguardia los batallones de Tlax- cala y Toluca para el completo de la fuerza de dos mil doscientos hom- bres.— Los batallones nombrados para marchar, primero y segundo de aquí, están divididos en tal grado que casi es de reclutas la fuerza que existe en la capital: si se reunieran estos cuerpos de algo servirían por- que los veteranos harían buenos los reclutas. En fin, el Sr. Tomel, enterado muy por menor del todo, se halla entusiasmado por compla- cer á V., y todo se ha puesto en movimiento á pesar de mis males. El Sr. Presidente Bustamante no cesa de activar la salida de las tro- pas, y me ha dicho que no le ha escrito á Y. por tener el gusto de dar- le positivas noticias de adelantos en todos los deseos de Y. En fin, mi General, todos los encargos de Y. están desempeñados del modo más eficaz en todo lo que ha consistido en mí. Celebraré que siga Y. ali- viado y que el camino no sea causa de que se atrase su curación, que por otra parte en esta capital será más esmerada por la multitud de auxilios que aquí se encuentran. Mientras tengo el gusto de ver á Y. le deseo continuos alivios y me ofrezco su más afmo. amigo y atento servidor que lo respeta y B. S. M. Mariano Arteta.^^

Yarios de los documentos que he incluido en esta segunda parte de mi trabajo humildísimo, se publicaron en el Manifiesto que el General Arista hizo imprimir en la casa de Galván á cargo de Mariano Aréva- lo, en número de trescientos ejemplares de dos pliegos de entredós, con gasto de cincuenta y tres pesos dos reales, importe que fué pagado en 2 de Mayo de 1839. Yo los he tomado de los originales, de pufio y le- tra del Sr. Arista.

412 REVISTA NACIONAL.

En mi próximo y tercer articulo sobre este asunto continuaremos este trabajo de compilación que á plumas hábiles podrá servir para re- formar ó completar la interesante biografía de aquel distinguidísimo personaje tan digno de ser estudiado.

Enrique de Olavarría t Ferrari.

ENRICO MARTÍNEZ.

Enrico Martin, calificado en su tiempo de extranjero, fué tenido por tal hasta que alguno, tal vez fundándose en que sus contemporáneos le llamaban Martínez, introdujo la duda sobre si era natural de Espafia ó descendiente de español. No era por cierto raro en el siglo décimo sex- to y el siguiente que muchos extranjeros tradujesen y españolizasen sus nombres y apellidos, con el objeto de introducirse en las Indias. De es- te subterfugio usaron frecuentemente los genízaros, á quienes, no obs* tante la declaración hecha por Felipe III en 22 de Agosto de 1620, ^ es- taba prohibido emigrar con destino á América. En este caso puede ha- berse encontrado Enrico Martin. Tal vez naciera en la villa de Aya- monte, como "dicen los más enterados," ^ ¿e madre española; pero que era de linage extranjero nos parece fuera de duda por la gran au- toridad que reconocemos en Torquemada. Con efecto, este prolijo his- toriador, aun cuando le nombre Martínez, patronímico castellano, di- ce, con marcada intención, á fm de que nadie le tenga por español : "Enrique Martínez, extranjero." ^ Y aunque esto ocurra una sola vez en la Monarchía Indiana, obra de una manera muy parecida la adver- tencia hecha con anterioridad ^ de que Enrique Martínez imprimió su Reportorio en lengua vulgar castellana ; aviso innecesario, explicación que sólo convenía hacer si siendo español hubiera escrito en otra len-

1 *' Declaramos que cualquiera hijo de extranjero nacido en Espafia es verda deramente originarlo y natural de ella. Y mandamos que cuanto & esto se guar- den en las Indias las Leyes sin hacer novedad. "

2 F. Guerra y Orbe : Don Juan Huix de AlarcOn y Mendoza [BCadrld, 18711, p. 90. 8 Monarchía Indiana^ lib. 5?. cap. LXX.

4 JWíf. Ub. 1°, cap. X.

ENRICO MARTÍNEZ. 413

gua. Pero como Enrico era extranjero y Torquemada lo sabía, éste juz- gó prudente informar que el Reportorio estaba en castellano. Por de- cisivo tenemos el testimonio de quien, escribiendo en Enero de 1612, ^ debe haber conocido personalmente al maestro Enrico, encargado en 1608 de las obras proyectadas por el P. Juan Sánchez.

Aunque no corresponda á un contemporáneo, pues elfamoso maes- tro de obras habia muerto sesenta y cinco años antes de la llegada de Gemelli Careri á México, ^ como este viajero tuvo amistad y conversó largamente con Don Carlos de Sigüenza y Góngora, gran conocedor de todo lo relativo al Desagüe del Valle, la calificación de "europeo" que da á Enrico Martin, corrobora lo que Torquemada con más claridad asienta, siendo notable que no dice " espafSol de Europa, " como fuera natural si únicamente hubiera querido establecer la distinción de no ser criollo. ^

Humboldt fué quien propagó la especie de que Enrico Martínez era generalmente tenido en México por holandés ó alemán. Opina que su nombre indudablemente indica descendencia de familia extranjera, aun- que parecía haber sido criado en España. ^ No encontramos indicio al- guno de extranjería ni en el nombre, ni en el patronímico de Enrique Martínez. Tanto el primero como el segundo son muy castellanos, si bien es cierto que también pueden ser holandeses (Hendrik Maartensz). Heinrich (Enrique) es asimismo nombre alemán, y en Bohemia exis- te el patronímico Martinitz, de terminación eslava. Mineros alemanes hubo en México enviados por Carlos Quinto para instruir á los espa- floles. Con anterioridad al afio 1542, ellos ó sus descendientes ya ex- plotaban algunos criaderos en la jurisdicción de Zultepec, ' llamada en- tonces Provincia de la Plata ; ^ pero no conocemos datos que liguen á Enrico con esos mineros.

Reforzando, sin intención, á los que le suponen natural de Ayamon- te, villa situada en la embocadura del Guadiana, frontera de Portugal, un escritor mexicano dice que Enrico puede haber sido portugués. ' Por

1 J&id, Ub. 1?, cap. IV.

2 Voy<Hf^ <iw '¡^our du Monden t. VJ, p. 7 y p. 129.

3 " Henrl Martínez Européen. " Ibid., t. VI, p. 123.

4 Euaipolüique sur la NouveUe-Efpagne, lib. 8, cap. VIII. Van Kampen, en su obra De Nederlanders butíen Europcít 1. 1, p. 321, se incUna naturalmente á tener & Enrico por holandés.

5 Icazbalceta: Bibliografía mexicana del siglo XF7, fol. XXVI.

6 VlUaseflor: TTiecrfro americano (México, 174«), lib. 1?, cap. XLV.

7 Berganzo en el Diccionario de Historia y OeografUn [México, 185é], t. V., p. 888.

411 BEVIHXA NACIONAL.

Último, no ha faltado en estos últimos tiempos quien haya sobresalido concluyendo que no hallándose en los escritos de Martínez anteceden- te alguno relatÍTO á su nacionalidad extranjera, debe haber sido criollo de México, aunque educado en Flandes. ' En su Rqwrtorío de los Tiempos, libro rarísimo, por el mismo autor impreso en 1606, se lee que estuvo en el ducado de Curlandia, y también que residió algún tiempo en Elspafta; ' pero no sabemos mencione estancia alguna en los Paises Bajos.

Sumando lo que antecede resulta siempre como única noticia auto- rizada por un historiador fidedigno, contemporáneo suyo, que Enrico era extranjero. A esto nos es dado agregar que Amoldo Montano en su importante descripción del Nuevo Mundo, cuenta de la inundación de México reproduciendo una carta de Bernabé Cabo dirigida al P. Hernando de León, de la CSompafiia de Jesús, en la que se lee lo si- guiente: "El Francés Enrique Martin emprendió ahondar el rio de Cuautitlán, que desagua en la Laguna, y hacer mediante esa excava- ción, una balsa ó dársena donde el lago derramase el exceso de sus aguas. El jesuíta Juan Sánchez se opuso al proyecto, formulando mu- chas objeciones ; esto no obstante continuaron los trabajos y el agua bajó de tal modo que podía irse á pie enjuto hasta el Pefiol, que es una roca situada á una legua de distancia de la ciudad.'* '

Este testimonio de otro contemporáneo, bien instruido de la contro- versia de Martínez con el P. Sánchez y miembro de la Sociedad á que el mismo pertenecía, calificando de "francés'* al extranjero Enrico, re- suelve en nuestro concepto la duda sobre el origen del célebre maes- tro de obras del Desagüe.

Ángel NúSez Ortega.

1 Diccioncario anual de Estadíttiea de la RepOblica Mexicana (México, 1886), t. III p.62.

2 En la villa de Ofia, cerca de Frías y de Panoorvo, provincia de Sargos. Repor- torio de lo» Tiempo» y Historia natural deUa Nueva E»paña (México, 1006), p. 127.

8 De Nieuwe en Onbekende Weereld {V Amsterdam, 1671). p. 283-281.

TORRES CAICEDO. 415

TORRES CAICEDO.

No es únicamente la República de Colombia la que debe deplorar la muerte del eminente publicista D. José M. Torres Caicedo, ocurrida hace pocos días en Pads ; es toda la América de habla espaflola y de instituciones democráticas la que ha sufrido, con esa muerte, dolorosa pérdida, pues si bien el suelo colombiano se enorgullece de haber sido cuna del fecundo escritor, éste puso al servicio de todos los pueblos la- tino-americanos su inteligencia clarísima y su pluma infatigable, con noble desinterés, dejando obligada para siempre la gratitud de cuantos de reconocidos se precian.

Fué Torres Caicedo una de esas excepciones, bien raras por cierto entre los centenares de híspano-americanos que llegan á residir en el Viejo Mundo. Conservó en su corazón vivo y puro el amor á la tierra natal, y al propio tiempo el entusiasmo y la admiración por las glorias literarias de las Repúblicas hermanas de la de Colombia* Honores, preeminencias, cuanto puede llenar de orgullo á un hombre que vive accidentalmente en los grandes centros de la civilización europea, na- da bastó á desviarle de la senda que se trazó, y merced á él fueron co- nocidos muchos nombres de las más conspicuas personalidades de las naciones por el esfuerzo de España conquistadas y por el valor de sus hijos inscritas entre los pueblos libres y soberanos.

Torres Caicedo ejerció en Francia el apostolado de las letras hispano americanas. Apresurábase á dar á conocer en sus escritos, los libros así argentinos como colombianos, chilenos, peruanos ó mexicanos ; re- feria la vida de los autores de esos libros, los circuía de una aureola de gloria, los enaltecía, los hacía amar y despertaba el interés por conocer- los personalmente y por leer todas sus producciones. Benévolo de con- tinuo, disimuló, ó cuando menos, atenuó defectos que no podían pasar inadvertidos para quien, como él, se había nutrido con la lectura de los más eximios autores ; y ponderó bellezas, muchas veces de segundo or- den, porque sabía muy bien que esa ponderación había de servir para atraer hacia aquellas bellezas las miradas de los inteligentes.

A desempeñar tarea tan laboriosa no le impulsó móvil alguno que no fuese puro y legítimo ; su pluma pudo ser tachada de lisongera, ja- más de venal.

418 REVISTA NACIONAL.

Juan C. Lañnur, Esteban Echeverría, Luis L. Domínguez, Vicente G. Quesada'y Juana Manuela Gorriti.

Chile está representado por Guillermo Matta, Antonio Blest Gana, Eusebio Lillo, Miguel L. Amunátegui, Vallejo, Irrisarri, Salvador San- ftientes, y José V. Lastarria.

Venezuela, por Rafael María Baralt, Andrés Bello, José Antonio Mai- tín, Abigail Lozano y J. Ramón Yepes.

El Perú, por Ricardo Palma y Manuel Nicolás Corpancho.

México, por Fray Manuel Navarrete, José Joaquín Pesado, Rodrí- guez Galván y Guillermo Prieto.

Colombia, por J. A. Calcafto, José Fernández Madrid, Lázaro María Pérez, Julián Torres y Peña, J. M. Rivas Groot, Florentino González, J'ulio Arboleda, José Eusebio Caro, Silveria Espinosa de Rendón, y Ma- diedo.

Cuba por Plácido y José María Heredia.

El Ecuador, por José Joaquín de Olmedo, Antonio Flores y J. León Mera.

El Uruguay, por Juan Garlos Gómez, Heraclio Fajardo, Magariños dervantes y Francisco Acuña de Figueroa.

Guatemala, por Antonio J. de Irisarri.

Si Torres Caicedo en los estudios sobre autores hispano-americanos no se ostentó crítico de la talla de Saint Beuve ó de Janin, en cambio puede asegurarse que se mostró erudito sin hacerse indigesto, llano en ^u estilo sin descender á la vulgaridad, y profundo conocedor del arte literario; logrando por tales merecimientos, ocupar distinguidísimo puesto entre los publicistas de la más culta de las capitales europeas, de lo que dan elocuentes testimonios los elogios que le tributaron ver- daderas eminencias que á seguida vamos á citar.

Lamartine decía á Torres Caicedo con fecha 7 de Agosto de 1861 : '^ Después de haber leído las primeras obras de vd. he tenido el gusto ele saber que vd. se prepara á publicar, animado del mismo espíritu, un nuevo volumen más importante aún. Yo aseguro para vd. nueva glo- ria, encanto para sus lectores, utilidad para sus nobles compatriotas del Nuevo Mundo.

"Vd. sabe que yo tengo una predilección marcada por el genio so- cial y poético de sus conciudadanos. Los Americanos del Norte no han llevado al Nuevo Mundo sino la civilización materialista, fría como el «goismo, ávida como el lucro, prosaica como el mercantilismo anglo-

TORRES CAICEDO. 419

sajón: Vdes. han llevado las virtudes y los gustos elevados de la raza latina.

'Ulago muy frecuentes votos porque cesen las divisiones de esas Re- públicas, para que vdes. lleguen á ser lo que merecen : la gran colo- nia europea de la civilización espiritualista, bajo el bello sol que les alumbra y les inspira. ^'

Bouchery, refiriéndose en el Echo de la Presse de 8 de Noviembre de 1862 á los Ensayos, dice : " En los estudios biográficos, obra eminen- temente americana, se da á conocer á los hombres más notables de las Repúblicas del Nuevo Mundo, y se analizan y critican sus obras en pro- sa y en verso, con suma imparcialidad y aquilado gusto literario. Ca- da artículo contiene una disertación literaria, un esbozo biográfico, y un análisis detallado. Esta obra faltaba á los americanos. '^

Castelar, hablando en 1867 de los libros de Torres Caicedo, se ex- presa asi : " Leídos en España ávidamente, dan á conocer la literatura americana ; aproximan dos pueblos que el despotismo y el recuerdo de la guerra habían separado. Y no solamente realiza el Sr. Caicedo una gran obra social, sino que realiza una grande obra estética. La litera- tura española de estos últimos tiempos se distingue por la perfección admirable de la forma, por la belleza del lenguaje, por la sonoridad del verso. Selgas indudablemente es un gran poeta lírico, Ayala induda- blemente un gran poeta dramático. Pero la literatura española se dis- tingue también hoy por su divorcio sacrilego con el espíritu del siglo, con la causa de la libertad. Ya no puede escribir Quintana que repre- sentaba con tanta fidelidad la fe política y filosófica del siglo pasado ; ya no puede escribir Espronceda que representaba con tanta fidelidad, la duda religiosa y moral de nuestro siglo. Zorrilla á pesar de su ins- piración siempre joven y de su vena inagotable, Zorrilla dotado de un genio poético sin rival, parece con sus viejas y candidas leyendas un espectro que vaga sobre las ruinas de nuestros monasterios. Su poesía es tan extranjera á nuestro tiempo, como extranjero á la democrática América el imperio de que Zorrilla se creyó poeta, resucitando tristes prácticas de pasados tiempos.

" En medio de esta parálisis del espíritu español, vienen los libros del Sr. Torres Caicedo á traerle muy oportunamente la electricidad que hay en las tempestades americanas, la exuberancia que hay en la vida del Nuevo Mundo. Estos poetas de América se distinguen esencialmen- te por cualidades opuestas á las cualidades de los poetas españoles. Son

áaO REVISTA NACIONAL.

por regla general incorrectos en su forma, descuidados en su lenguaje pero en cambio tienen un hervor de inspiración, una grandeza de ideas un acento de libertad, unas tan sublimes aspiraciones á lo porvepir que acusan bien á primera vista cómo han sido educados en la Repú blica, y cómo son hijos de su siglo. Unir á las ideas de los americanos al arrebato de sus gigantescas inspiraciones la perfecta forma de los es pañoles, seria casi una revolución estética. A esta grande idea puede con tribuir el Sr. Torres Caicedo con el profundo estudio de la literatura americana que hay en sus obras, y los fragmentos que nos ofrece con tan elevado criterio. "

Sin temor de exagerar, puede asegurarse que no ha habido una so- la Revista ni un sólo diario de crédito en Francia, Inglaterra, España, Bélgica, Alemania y América que no haya consagrado brillantes artícu- los para analizar y encomiar las obras de Torres Caicedo. La Edinhurg ReveWf la JReviie des Deux Mondes, el Journal des Debats, le Suele, la Presse, y centenares de publicaciones que no citamos por no pare- cer nimios, han saludado con júbilo la aparición de todos y cada uno de los libros del fecundo escritor colombiano.

El gran Julio Janin hizo en el Journal des Debáis de 19 de Febrero de 1862 largo y por todo extremo cumplido elogio de las obras poéti- cas y literarias del ilustre revelador en Europa de los tesoros literarios de la América Latina.

Y como si todo eso no bastara, en 1861 distinguidísimos miembros del Cuerpo Diplomático de la América Latina, en Europa, dirigieron á Torres Caicedo la siguiente nota colectiva que es un homenaje de in- apreciable valor.

" Sr. D. José María Torres Caicedo.

" Estimado señor nuestro :

" Toda patriótica empresa efícazmente realizada, es una noble acción " que merece recompensa de parte de los hombres honrados y de ideas '' elevadas; así como las simpatías de todo un continente.

*' Es á vd. señor, á quien se debe haber levantado el glorioso pendón *' de los Estados Hispano -Americanos; vd. en periódicos españoles y ** franceses, ha defendido los derechos de esas Repúblicas, siempre que " algunas naciones poderosas han pretendido desconocer la justicia *' que á ellas asistía. Vd., al mismo tiempo, no ha cesado de predicar *' sanas doctrinas políticas, esforzándose por hacer triunfar el principio ** fundamental de que no pueden ir separados el Derecho y el Deber,

TORRES caí CEDO. 421

" la Libertad y la Autoridad; y esto sin otro interés que el de servir á la " hermosa causa americana.

" Asi es que por sus virtudes, su inteligencia y sus escritos, no sólo '^ en América se ha captado vd. la estima de los hombres de bien, de '' los buenos patriotas, sino que también en Europa ha obtenido vd. " lauros, y la amistad con que le honran sujetos de alta distinción y " célebres en todo el Continente.

'' Siga vd. en su obra filantrópica, en la cual trabaja vd. desde hace " muchos años, con tanto celo como desinterés, y obtendrá las bendi- " diciones de todos cuantos rinden culto á lo Bello, lo Bueno y lo " Grande.

'* Sírvase vd. aceptar los sentimientos de alto aprecio con que somos " sus atentos servidores y afectísimos compatriotas.

Firmado : Víctor Heeirán, Ministro plenipotenciario de Honduras y del Salvador.

P. GÁLVEz, Plenipotenciario del Perú.

Carlos Calvo, Encargado de Negocios del Paraguay.

J. B. Alberdi, Ministro plenipotenciario de la República Argen- tina.

J. DE Francisco Martín, Ministro plenipotenciario de la Confedera- ción Granadina y de Guatemala.

Andrés Santacrcz, antiguo protector de la Confederación Perú-Bo- liviana, y antiguo Ministro plenipotenciario.

F. Corvaía, Ministro plenipotenciario del Ecuador en Francia.

M. M. Mosquera, Agente fiscal de la Confederación Granadina en Londres, antiguo Encargado de Negocios de la Nueva Granada.

A. Flores, Ministro del Ecuador en Londres.

Pedro de las Casas, antiguo Ministro de Venezuela, en París, y Mi- nistro de Relaciones Exteriores. "

Torres Caicedo fué un propagandista incansable de la idea de esta- blecer la Unión latino-americana. Para no remontarme á más lejanos días, diré que en 1879 pronunció en París un discurso elocuente en apoyo de esa idea, del cual discurso voy á reproducir los pasajes que ' mejor dan á conocer el ardentísimo entusiasmo con que Torres Caice- do preconizaba las excelencias de aquel pensamiento y los medios de realizarlo.

"En vista decía el orador de los progresos del panslavismo, del pangermanismo y sobre todo del anglosajonismoy bajo todo punto res-

432 REVISTA NACIONAL.

petables, creemos que por nosotros los latinos y latino americanos es necesario afirmar altamente este noble y grande sentimiento, este de- ber sagrado que se llama patriotümo, y de desplegar resueltamente nuestro pabellón, convidando á estrecharse á su alrededor todas las ra- zas latinas, donde el espíritu de iniciativa y el trabajo fecundo han traído los más grandes inventos, y en todas partes han hecho predo- minar los principios del derecho, de la igualdad, de la independen- cia y de la confraternidad.

Todos nosotros conocemos la historia de la América anglo-sajona; iodos nosotros admiramos su gran producción industrial, agrícola y mineral; nosotros amamos á sus ciudadanos libres y trabajadores; nos- otros envidiamos casi su presente y no dudamos de su porvenir. Si al contrario, nosotros volvemos la mirada hacia la América latina, donde la inteligencia es tan clara, la imaginación tan viva, las cualidades na- turales tan brillantes, nosotros vemos muy á menudo al lado de gran- des riquezas naturales faltar los medios de explotación, y las más se- rias empresas paralizadas por falta de una firme dirección ó de una unidad de vida y de acción de parte de los gobernantes.

La América del Norte es fuerte, porque está Unida; la América la- tina es débil porque está dividida,

¿Qué se hará para remediar este estado de cosas?

Realizar resueltamente el dorado sueño de Bolívar: La unión Lati- no-Am,ericana, La unión política? No: la cuestión política pertenece al porvenir; vendrá á su tiempo.

Lo que importa ahora, por la falta de población, los inmensos terre- nos aún incultos, las grandes distancias á recorrer, y los caminos de comunicación defectuosos, es hacer desaparecer la inferioridad que el aislamiento produce á cada uno de los Estados latino-americanos en materia de diplomacia, de tratados de comercio y de relaciones inter- nacionales, por la creación de una confederación, liga ó unión que reú- na en un solo y robusto haz todas las fuerzas esparcidas de la Amé- rica central y meridional para formar una gran nación, mientras que cada Estado conservada su autonomía particular, adhiriéndose á cier- tos grandes principios genérale^ discutidos en común, y que se podrían formular de este modo:

TORRES CAICEDO. 42»

PRINCIPIOS GENERALES.

V Admisión del principio de la nacionalidad común respecto dé- los hijos de todos los Estados latino-americanos, que se considerarán como ciudadanos de una misma patria, y deberán, cualquiera que sea el lugar de su nacimiento, gozar de los mismos derechos civiles y po- líticos en toda la confederación.

2? Adopción de un principio fijo en materia de limites territoriales^ cuyo punto de partida será el uti poaddetU de ISIO; base adicional;: admisión de límites naturales, no excluyendo siempre las compensa- ciones territoriales cuando fuere necesario fíjar de una manera defini- tiva y justa las fronteras del territorio disputado y que convendría con- ceder á un Estado más que á otro.

3"^ Creación de un Zollverein americano más liberal que el Zollve- rein alemán.

4? Adopción de los mismos códigos, pesos, medidas y monedas.

5" Establecimiento de un Tribunal Supremo, al cual se deducirán las cuestiones que pudieren surgir entre dos ó más Repúblicas confe- deradas, y que en caso de necesidad, haría ejecutar sus sentencias con la fuerza.

6*^ Adopción de un sistema liberal de convenciones postales, esta- bleciendo la libertad y franquicia absoluta para los diarios, revistas, boletines, libros, etc.

V' Admisión en todo el territorio de la Confederación con carácter obligatorio en la parte sustantiva, de la validez de todo acto público y privado de una ú otra de las Repúblicas Confederadas.

8? Establecimiento de un sistema federal en materia de comercio, sin exceptuar el comercio de cabotaje.

9? Adopción de un sistema uniforme de enseñanza, declarando obli- gatoria y gratuita la instrucción primaria.

10^ Consagración del gran principio de la libertad de conciencia y de la tolerancia de los cultos.

11" Adopción de los principios modernos en materia de extradición» admitida por delitos de derecho común, jamás por delitos políticos.

12? Abolición de los pasaportes, de todo sistema de bloqueo y de los privilegios de marca, excepto en la guerra que podría haber entre ima ó más Repúblicas confederadas, y una ó más potencias extran- jeras.

424 REVISTA NACIONAL.

13" Fijación de un contingente de tropa para la defensa común.

14? Fijación del modo y de los términos en los cuales se deberá, llegado el caso, declarar el eatus fctderis,

15? Adopción de principios en materia de tratados de comercio y de convenciones consulares; adopción de los mismos principios en lo to- cante á los hijos nacidos de extranjeros en el pais.

16? Admisión de este principio: que no solamente el pabellón de- fiende la propiedad; más aún, que las mercaderías enemigas son libres bsgo el mismo pabellón enemigo, limitando siempre la naturaleza de los artículos que deben considerarse como contrabando de guerra.

17? Obligación para todos los Estados latino-americanos de no ce- der jamás parte alguna del territorio confederado, á poder extranjero, ni de aceptar el protectorado de ningún gobierno extranjero.

18? Creación de una Dieta latino-americana, que cada afio se reu- nirá en un punto designado del territorio confederado, á fin de estu- diar las grandes cuestiones de interés general, de quien las decisiones tendrán fuerza de ley.

19? Proclamación de este principio salvador de todo Estado débil, que un gobierno legítimo no es responsable respecto de los extranjeros de todas las pérdidas causadas por facciones ó guerras civiles, que es la misma medida que aplica á sus nacionales.

20? Propaganda activa contra la explotación del hombre por el hom- bre; y poco importa que el esclavo sea negro, amarillo ó blanco.

21? Fundación de un diario redactado en idioma francés, cuya mi- sión será defender los intereses latino-americanos^ y de hacer conocer las leyes, las riquezas, los progresos, las instituciones, de hacer ver la geografía y la topografía misma de cada Estado, que constituye la gran patria latino-americana,'^

Cuando en los últimos aftos hemos oído proclamar las mismas ideas por Torres Caicedo divulgadas ha tanto tiempo, nos ha entristecido el ver que no se le cite como uno de los primeros y más fervientes pro- pagandistas de esa unión que, por utópica que parezca á los pesimis- tas, es el único medio de contrarrestar las tendencias absorbentes de la República Norteamericana. Esta, en el actual momento, so capa de querer con noble desinterés presidir los destinos del Nuevo Continen- te, pone los medios de sujetar con férreo yugo á las naciones latino- americanas convirtiéndolas en tributarias de su comercio y de su in- dustria. Y cuando á través de la grosera urdimbre con que pretende

TORRES CAICEDO. 425

la poderosa nación vecina de la nuestra ocultar sus miras, descubri- mos éstas en toda su desnudez, nosotros qu^ jamás nos ofuscaremos ante la grandeza y poderío de la patria de Washington, nos sentimos más que nunca dispuestos á enaltecer y á honrar la memoria de To- rres de Caicedo, y á recordar á los delegados de la Ck)nferencia convo- cada por Mr. Blain, que los pueblos por ellos representados, jamás y por ningún motivo prestarán su asentimiento á decisiones que no de- jen incólumes su soberanía y su dignidad, ya se trate de la solución de arduos problemas económicos, ya de la manera de regir sus des- tinos.

¡Ah! si Torres Caicedo hubiese vivido y foimado parte de la caca- reada Conferencia, habría sido el adalid más famoso de nuestra raza y de nuestros intereses! Por dicha, no abrigamos el temor de que per- sonajes tan patriotas y tan ilustrados como deben ser sin duda los que las Repúblicas hispano-americanas han enviado á Washington, caigan en las redes que se les tienden para que, extenuados con las fatigas de interminables viajes y de opíparos banquetes, obedezcan á las suges- tiones del coloso del Norte.

Pero es preciso terminar.

Los funerales de Torres Caicedo, celebrados en la iglesia de Ateuil el día 1 ? del corriente mes de Octubre, fueron dignos del escritor colombiano, concurriendo todas las notabilidades de la colonia ameri- cana y un gran número de personajes políticos. Entre éstos figuraron el general Brugere, el conde Hoyos, Embajador de Austria, el vicepre- sidente del Senado y Director del Banco de Francia, Mr. Magnin ; el Ministro de Negocios Extranjeros Mr. Spuller; Mr. Meurand antiguo Ministro de Negocios Extranjeros; el Cónsul general de Siam, Grehaur; el general Rousseau, Secretario general de la Orden de la Legión de Honor; Algarete, Passy y otros muchos. Como Gran Oficial que era de la Legión de Honor le fueron tributados los honores militares de- bidos al ser conducido su cadáver al Cementerio del Pére Lachaise.

Francisco Sosa.

426 REVISTA NACIONAL.

HÁMLET PADRE.

Fragmentos de las escenas 1?, 2?, 4? y 5! del acto I del " Hamlet" de Shakespeare.

YIRSIOX DDICiDi IL SltOR DR. D. Mí&CELUO MIHIKDBZ PHíTO.

I

Esplanada ante el castillo y palacio de Ekinor. HORACIO.— MARCELO— BERNARDO.

BERNARDO.

Dime: ¿Horacio está ahí?

HORAaO.

Hay algo suyo.

BERNARDO.

Bien venidos seáis, Marcelo, Horacio.

MARCELO.

¿Volvió esta noche á aparecerse aquello?

BERNARDO.

Yo nada he visto aún.

MARCELO.

Horacio afirma Que fué simple ilusión: crédito niega A lo que veces dos vimos despacio. Trájele, pues, á que esta noche vele Por si el Espectro á confirmarle llega Lo que dijimos. Hablarále entonces.

HORACIO.

No ha de volver.

HAMLET, PADRE.

BERNARDO.

Sentémonos ahora, A comentar el caso que seguidas . Dos noches hemos visto.

HORAaO.

Hable Bernardo.

BERNARDO.

Anoche nada menos, cuando al punto Donde brillando está, con paso tardo Llegó esa misma estrella hacia el Oeste Del polo, ante Marcelo y yo, distinta Dando la campanada de la una

{Aparece el Espectro,']

MARCELO.

Cállate y mira ya por dónde surge.

BERNARDO.

En la forma de anoche, parecido Al difunto monarca.

MARCELO.

Habíale, Horacio, Ya que hacerlo sabrás.

BERNARDO.

le interroga.

HORAaO.

¿Quién eres que usurpas este espacio De la noche, y al par, noble y altivo El porte y ademán con que marchaba El rey de Dinamarca estando vivo? ¡Habla! En nombre del cielo te conjuro.

MARCELO.

Se ha enojado.

^ REVISTA NACIONAL.

BERNARDO.

Se aleja.

HORACIO.

¡Habla! ¡Detente! {^Desaparece el E^ectro,'\

MARCELO.

Se fué sin responder. ¿Qué tal, Horacio? ¿Tiemblas? Hay algo más que ilusión nuestra.

HORACIO.

Ante Dios lo diré: viéndole sólo Creerlo pude.

MARCELO.

¿Al rey no se parece?

HORACIO.

Como á ti mismo tú. Lleva la propia Armadura que al ir contra el Noruego: £1 cefio aquel con que, encendido en ira En parlamento borrascoso, vile Herir al rey Polaco y derribarle En el hielo sin vida. ¡Extraño es esto!

MARCELO.

Antes asi dos veces y á esta hora Pasó junto á nosotros marcialmente.

HORACIO.

Su objeto ignoro; mas barrunto á ciegas Que al Estado catástrofes presagia.

MARCELO.

Sentémonos en tanto, y que nos diga Quien lo sepa por qué noche con noche Esta vela que á todos nos obliga.

HAMLET, PADRE. 4¡29

La fundición de máquinas de ataque Y de extranjeras armas el acopio?

[^Reaparece el Etpeetro.']

HORAaO.

¡Silencio^ calla! Ved por dónde vuelve. Al paso he de salirle, asi pudiera Aniquilarme. ¡Tente! Si te es dada La voz, habíame y di si obra factible Hay para alivio tuyo y perdón mío; O si amenaza á los destinos patrios Adverso caso que, previsto, falle; O ya si en vida ilícitas riquezas Enterraste que os hacen á vosotras, Almas, volver. ¡Deténmele, Marcelo!

MARCELO.

¿Le agrediré con esta partesana?

HORAaO.

Si en irse insiste, si

BERNARDO.

Por aqui huye.

HORAaO.

Por aquí, por aquí.

[Deéoprnece el Éspeetró.']

MARCELO.

Se desvanece: Desvanecióse ya. Noble y altiva Su condición, le ofenden los amagos, Irrisorios cuando él invulnerable Como el aire ha de ser.

BERNARDO.

A hablamos iba Cuando el gallo cantó.

«o RSVÍ&TA NACIONAL.

HORACIO.

SolH-ecogióse Al oirle, cual reo que es llamado.

II

Sala en el palacio real,

HAMLET.— HORACIO— MAKCELO.-BERN ARDO.

HAMLET.

¿Qué te trajo á Elsinor?

HORACIO.

De vuestro padre Vine á los funerales.

HAMLET.

¿Te chanceas, Condiscípulo mío? ¿No á las bodas De mi madre?

HORACIO.

En verdad, á poco fueron.

HAMLET.

Economía pura. Las viandas

Del funeral banquete, apenas frías,

Las mesas de la boda proveyeron.

¡Que en el cielo no hubiera yo encontrado

Al mayor enemigo nuestro, antes

Que ver tal día, Horacio! ¡Padre mío!

Contemplándole estoy.

HORACIO.

Señor, y en dónde?

HAMLET.

En la imaginación.

HAMLET, PADRE. 4SÍ

HORAQO.

Una vez sola, Bien me acuerdo, le vi. ¡Rey excelentel

HAMLET.

Hombre fué tan cabal, que parecido No le hallaré jamás.

Señor; tal creo.

HORACIO.

Le he visto anoche,

HAMLET.

¿A quién?

HORACIO.

A vuestro padre.

HAMLET.

¿Al rey mi padre?

HORACIO.

Suspended un punto Vuestro asombro y oíd, oíd el caso Maravilloso de que son testigos Estos Señores.

HAMLET.

iOigalo; mas luego!

HORACIO.

Viéronle, sí, dos noches de seguida,

A media noche y en su guardia. Recta

Figura á vuestro padre parecida,

Igual más bien, de punta en blanco armada.

Se les hizo patente, y muy despacio

Y con aire marcial pasó tres veces

Tan cerca de ellos á distancia apenas

De su bastón que de terror transidos

REVISTA NACIONAL.

No pudieron hablarle. Me lo avisan Muy de secreto. A la siguiente noche Voy la guardia á montar en unión suya, Y, confírmando su relato, viene La aparición. He visto á vuestro padre: Le conocí: mis manos una á otra No se parecen más.

UAMLET.

¿Dónde ha sido esto?

HORAaO.

En la esplanada: allí donde se vela.

HAMLET.

¿Y le hablaste?

HORACIO.

Le hablé. No me responde: Alza el rostro una vez y parecía Como si fuese á hablar; y el gallo canta A esta sazón como anunciando el día,

Y la visión oyéndole se espanta,

Y se retira al punto y desvanece.

' HAMLET.

Extraño y misterioso me parece

HORACIO.

Pero tan cierto fué como que existo;

Y que debéis saberlo hemos juzgado.

HAMLET.

Ello, en verdad, me inquieta. ¿Y esta noche Dais la guardia?

HARCELO. BERNARDO.

Los dos.

HAMLET.

¿Decís que armado?

■i.

HAMLET, PADRE.

MARCELO. BERNARDO.

Armado, si.

HAMLET.

¿De punta en blanco?

MARCELO. BERNARDO.

Justo: De la planta al cabello.

HAMLET.

¿Y le viste,

Horacio, el rostro?

UORAaO.

Sí, Sefior: alzada

Llevaba la visera.

HAMLET.

¿Su mirada Te pareció ceñuda?

HORACIO.

Su semblante Más que irritado parecióme triste.

HAMLET.

¿Pálido, ó encendido?

HORAaO.

En grado sumo

Pálido.

HAMLET.

¿Y ha fíjado en ti la vista?

HORAaO.

Con asaz insistencia.

B.H.^T.II-«

484 REVISTA NACIONAL.

HAMLET.

¡Hubiera estado

Presente yo!

HORACIO.

Que os aterráis presumo.

HAMLET.

Es muy probable. Y dime: ¿prolongóse Su estancia alli?

HORACIO.

Duró lo que tardemos En contar hasta cien sin mucha prisa.

MARCELO. BERNARDO.

Más.

HORACIO.

No cuando le vi.

HAMLET.

¿Cana la barba?

HORACIO.

Cual la tuvo, de un negro ya argentado.

HAMLET.

He de montar la guardia con vosotros, Por si vuelve, esta ncche,

HORAaO.

Ello es seguro.

HAMLET.

YJsi en la forma de mi padre viene, Yo le hablaría aunque el infíerno mismo Me mandara callar. Si habéis guardado Oculto el caso, habedle todavía; Y viereis lo que viereis esta noche,

HAMLET, PADRE. 485

Meditadlo y no habléis. Viva ha de seros Mi gratitud. ¡Adiós! En la esplanada Entre once y doce nos veremos.

{Seden, menos Hamlet.)

Algo

Pasa grave. Sospecho drama inicuo. ¡Oh si llegado ya la noche hubiera! Hasta entonces, aquiétate, alma mfa. Surgir deben los crímenes, aun cuando La tierra toda los encubra al dfa.

III

Esplanada del castillo.

HAMLET.— HORACIO.— MARCELO.

HAMLET.

El aire es frío

y penetrante.

HORACIO.

Cierto.

HAMLET.

¿Qué hora es?

HORACIO.

No dan las doce todavía.

MARCELO.

Han dado ya.

HORAaO.

No las oí. Se acerca. Pues, el momento en que el Espectro viene.

(Suenan trompetas y disparos.) Señor ¿qué significa ese ruido?

186 REVISTA NACJOHAL.

HAMLET.

Vela el rey esta noche, y á la orgia Se abandona, y á cada sorbo suyo De acre vino del Rhin, parches y trompas Hacen coro á sus brindis.

{Aparece el Efedro.)

HORACIO.

Ved, ya vino.

HAMLET.

¡Angeles y ministros de la gracia. Amparadnos! Espíritu ya seas Puro ó maligno, y celestial ambiente O vapor infernal te asista en torno,

Y malvado ó piadoso intento abrigues, En forma para tan cara surges

Hora, que hablarte quiero. He de llamarte Rey Hámlet, Padre, Rey de Dinamarca. Respóndeme, Señor, y no en la duda Me dejes consumir. ¿Por qué tus huesos En su ataúd rompieron el sudario ;

Y sus marmóreas fauces el sepulcro Donde quedaste en paz abre y te vuelve Al mundo así? ¿Cómo es que tú, cadáver. De nuevo revestida la armadura,

Al tibio rayo de la luna vengas, A la noche acreciendo sus horrores. Nuestra propia razón atormentando Con tal prodigio queá entender no alcanza? ¿Qué significa? Di. ¿Qué hacer debemos?

{El Espectro mueve la cabeza!)

HORACIO.

Que le sigáis indica, cual si á solas Quisiera hablaros.

HAMIiET, PADBB. Mt

MARCELO.

A lugar distante Quiere atraeros, ; mas no vayáis.

HORAaO.

No; por nada en el mundo I

HAMLET.

Hablarno quiere; He de seguirle pues.

HORAao.

No tal hagáis.

HAMLET.

¿Qué habría que temer? En nada tengo La vida, y á mi espíritu ¿qué dafío, Siendo inmortal como él, amenazara? Me llama aún, y he de seguirle.

HORAao.

Pese Vuestra razón el caso. Si os atrae Hacia el abismo ó la espantable roca Sobre su pie crecida mar adentro, Y otra forma reviste allí que os hunda En súbita demencia? Por solo El lugar enloquece al que en su cumbre' Ye de tan alto el mar, debajo le oye.

HAMLET.

Me llama; insiste. ¡Marcha! ya te sigo.

MARCELO.

No iréisi Señor.

HAMLET.

Soltadme.

48B REVISTA NACIONAL.

HORACIO.

Domínaos.

HAMLET.

Mi destino me grita y da á mis nervios Del león de Nemea el vigoroso Temple. Soltadme, ó, por el cielo, en humo A quien me asió transforme. ¡Andal ¡Te sigo!

(Salen el Electro y HanUet,)

HORAaO.

A delirio fatal su ardor le arrastra.

MARCELO.

Obedecerle ahora no conviene: Sigámosle.

HORAaO.

Tras él vamos. Cuál sea El resultado, ignoro.

MARCELO.

Algo hay dañado Efi Dinamarca.

HORACIO.

Remediarlo el cielo Dígnese!

MARCELO.

Mas, de pronto, en marcha ¡Ea!

(Salen)

IV

Otra parte de la esplanada. HAMLBT.— EL ESPECTRO.

HAMLET.

¿A quieres llevarme? Habla. De aqueste

Sitio no paso.

HAMLET, PADRE. 48D

EL ESPECTRO.

Mírame.

HAMLET.

Te veo.

EL ESPECTRO.

Se acerca la hora que á volver me obliga A mis llamas ardientes.

HAMLET.

¡Pobre alma!

EL ESPECFRO.

No así me compadezcas ; pero oído A lo que voy á revelarte presta.

HAMLET.

Habla. Estoy obligado á oirte.

EL ESPECTRO.

Estaslo A vengarme después que hayas sabido....

HAMLET.

¿Qué?

EL ESPECTRO.

Soy el alma de tu padre, y debo, Por tiempo fíjo, aquí vagar de noche Y en mi cárcel de llamas por el día Sin refrigerio estar hasta que purgue De mi vida mortal las culpas. Fuera Lícito los secretos revelarte De tal prisión, y mi menor palabra Tu alma y sangre de joven helaría ; Tus ojos de sus órbitas hiciera Saltar, y tu cabello^erizaría De hirsuto jabalí como las púas ; Mas de la eternidad misterios tales

ém REVIHTA NACIONAL.

Para oidos no son que son carnales. Óyeme. Si á tu padre amaste

HAMLET.

]0h cielosl

EL ESPECTRO.

Venga su horrible asesinato, al orden De la natura opuesto.

HAMLET.

¡Asesinato!

EL ESPECTRO.

Criminal como todos, pero aqueste Más criminal y abominable.

HAMLET.

Pronto Hazme su relación, porque con ala Más rauda que de amor los pensamientos A la venganza vuele.

EL ESPECTRO.

Hallóte listo; Y si no te indignaras, insensible Fueras más que las hierbas que en su orilla Bafiay pudre el Leteo. Escucha ahora: Dijose á mis vasallos que, durmiendo Yo en mi jardfn, mordióme una serpiente; Mas sabe y entienda Dinamarca Que el reptil que dio muerte á su monarca Hoy su corona real lleva en la frente.

HAMLET.

¡Bien me lo dijo el corazón! ¡Mi tio!

EL ESPECTRO.

Ese adúltero vil, incestuoso.

De sus palabras dulces con la magia

HAMLET, PADRE. 411

Y el cebo de sus dádivas ¡Malditas Dádivas y dulzura que así logran Seducirl^rectitud, decoro blando Hizo á mi esposa quebrantar, rendirse A vergonzosa liviandad, cuando ella Dechado de virtud era creída

Por y el mundo. ¡Oh Hámlet! ¡Qué calda

La suya! Desde que en noble y digno

Amor pagué los juramentos dulces

Ante el ara prestados, abajarse

A un miserable tan mezquino en dotes!

Pero, así como incólume resiste

Al vicio la virtud aunque en la forma

De un ángel la corteje, la impureza.

Aun enlazada al ángel, dejaría.

Por hundirse en el fango, el casto lecho.

Mas siento el aire matinal. Escucha.

Durmiendo en mi jardín, costumbre mía

Tarde con tarde, en el seguro entrando

De mi descuido y soledad tu tío

Con recelosa planta, sutil jugo

De beleño letal de una redoma

En mi oído vertió: jugo que cunde

Con rapidez de azogue en nuestras venas

Y que la sangre liquida coagula

Cual ácido la leche. En breve instante. Como corteza el árbol, lepra horrible Cubre mi cutis limpio. Asi, durmiendo, La diestra de un hermano me arrebata Vida, cetro y esposa á un tiempo mismo. Sorprendióme la muerte en ñorescencia Plena de mi pecado, careciendo De eucarístico pan, del óleo sacro ; Sin ajustar su cuenta, acusadoras Llevando sobre todas mis culpas. ¡Caso horrendo ! Si en del hombre vive La dignidad, no, Hámlet, lo toleres; No el tálamo real de Dinamarca

.

442 REVISTA NACIONAL.

á la lujuria y al incesto nido! Mas, al obrar, no tu designio manches, Ni oses contra tu madre: deja al cielo

Y á sus espinas su castigo. El alba

La luciérnaga anuncia : antes que pierda Su ya pálido brillo, para siempre Adiós, Hámlet, adiós! De mi te acuerda!

HAMLET.

¡ Oh vosotras, milicias celestiales!

¡Tierra! ¿Al infierno he de invocar? ¡Oprobio!

Cálmate, corazón. Súbito, nervios

Míos, no envejezcáis ; antes os temple

Redoblado vigor. ¿ De acordarme ?

¡Pobre alma! Si ; mientras aliente vida.

¡ De acordarme ! Aun más : de la memoria

Todo recuerdo fútil, arte, ciencia,

Placeres vanos, cuanto en ella imprimen

O juventud ú observación y estudio

He de borrar, dejando en ella vivo

Sin mezcla alguna tu precepto sólo.

Sí, por Dios ! ¡ Oh mujer la más funesta !

¡ Oh malvado ! ¡ Oh hipócrita malvado !

¡Hombre execrable! ¡El de la risa blanda!

Y ahora, á mi consigna : á lo que manda :

" Hámlet, de mi te acuerda. '' Lo he jurado.

J. M. Roa Barcena.

México.— 4889.

ABEJA. 448

ABEJA.

IConeluye.']

CAPITULO XXL

DONDE SE CUENTA UNA PELIGROSA AVENTURA.

En la noche, cuando todo dormía en el castíllo, se deslizaron Jorge y Francceur en la sala baja para buscar las armas. Ahí, bajo fundas, se hallaban lanzas, espadas, dagas, espadines, cuchilloB de caza y brillan- tes puñales : todo lo que sirve para matar al hombre y al lobo. Deba- jo de cada viga, una armadura completa estaba en pié, en una actitud tan fírme y tan fiera que parecía llena aún del alma del hombre que ayer la había revestido para las grandes aventuras. Y el guantelete es- trechaba la lanza entre los diez dedos de fierro, mientras que el escu- do reposaba sobre el muslo, como para enseflar que la prudencia es necesaria al valor y que el precavido hombre de guerra está armado lo mismo para la defensa que para el ataque.

Jorge escogió entre tanta armadura la que el padre de 'Ahcja había llevado hasta las islas de Avalón y de Thule. La cifió con ayuda de FranccBur y no olvidó el escudo sobre el cual estaba pintado el sol de oro de los Clarides. Francoeor revistió, á su vez, la buena y vieja cota de acero de su abuelo y cubrió su cabeza con un bonete ya usado, al que añadió una pluma, plumaje ó plumero viejo y apolillado. Lo es- cogió por fantasía y para tener el aire rejuvenecido ; porque pensaba que la alegría, buena en todo encuentro, es particularmente útil ahí donde hay graves peligros que correr.

Estando así armados, se fueron, á la luz de la luna, por el campo. Francoeur había amarrado los caballos á la orilla de un bosque- cilio próximo á la poterna, donde los encontraron mordiendo la corte- za de los arbustos ; estos caballos eran muy veloces, y les bastó menos de una hora para llegar, en medio de Duendes y apariciones confusas, á la montaña de los Enanos.

He aquí la gruta, dijo Francceur.

Amo y escudero echaron pié á tierra y se introdujeron, espada en

441 REVISTA NACIONAL.

mano, en la caverna. Se necesitaba mucho valor para tentar tan peli- grosa aventura. Pero Jorge estaba enamorado y Francoeur era fiel. Y este es el caso de decir con el más delicioso de los poetas:

i Qué no 'puede la amistad condv^nda par el Amor?

El amo y el escudero caminaron por las tinieblas, muy cerca de una hora, después notaron mucha luz que los deslumhró. Era uno de aque- llos meteoros con que sabemos que se iluminaba el reino de los Ena- nos.

A la luz de esta claridad subterránea conocieron que se hallaban al pié de un antiguo castillo.

He aquí, dijo Jorge, el castillo del que nos vamos á apoderar.

Efectivamente, respondió Francoeur; pero dispensad que beba al- gunas gotas de este vino que he' traído como una arma ; porque, tanto vale el vino, cuanto vale el hombre, tanto vale el hombre cuanto vale la lanza, tanto vale la lanza cuanto menos vale el enemigo.

Jorge, no encontrando alma viviente, tocó con Aierza, y con el pufüo de su espada, la puerta del castillo. Una voeecüla temblorosa le hizo levantar la cabeza y percibió en una de las Tentanas á un viejecito de luenga barba, que preguntó :

¿Quién sois?

Jorge de Blanchelande.

¿Y qué queréis?

^Recuperar á Abeja de los Clarides, que retenéis injustamente en vuestra topinera \ villanos topos como sois !

Desapareció el Enano y de nuevo Jorge se; encontró solo con Fran- coeur quien le dijo :

Monseñor, no si exajero en declarar que en vuestra respuesta al Enano, no habéis agotado todas las seducciones de la elocuencia per- suasiva.

Francoeur no tenia miedo á nada : pero era viejo ; su corazón estaba, como su cráneo, gastado por la edad; y no le gustaba enfadar alas gen- tes. Jorge, al contrario, se agitaba y gritaba con fuerza :

¡Viles habitantes de la tierra, topos, tejones, lirones, hurones y ra- tas de agua, abrid solamente la puerta y os cortaré las orejas á todos I

Pero apenas acababa de expresarse en estos términos, cuando la puerta de bronce del castillo se abrió sobre sf misma, sin que se pu- diera ver quién movía las enormes hojas.

ABEJA. 416

Jorge tuvo miedo y no obstante franqueó la puerta miaieriosa ; por- que su corazón era todavía más grande que su temor. Entró al patío, y vio en todas las ventanas, en todas las galerías, sobre todos los te- chos, sobre todos los pifiones, en la linterna y hasta en los tubos de las chimeneas. Enanos armados con arcos y ballestas.

Escuchó que la puerta de bronce se cerraba tras él y una nutrida granizada de Hechas comenzó á caer sobre su cabeza y sus espaldas. Por segunda vez tuvo mucho miedo y por segunda vez se sobrepuso á su temor.

Con el escudo en el brazo, empuñando la espada, subía las escale- ras, cuando de repente percibió, de pié en el más alto escalón, con una calma augusta, llevando el cetro de oro, la corona real y el manto de púrpura, á un Enano majestuoso. Reconoció en él al hombre que lo habia libertado de la prisión de vidrio. Entonces se arrojó á sus pies y le dijo llorando :

¡Oh mi bienhechor! ¿quién sois? ¿Sois de aquellos que me han robado á Abeja, á quien amo?

^Soy el rey Loe, respondió el Enano. He guardado á Abeja conmi- go para enseñarle los secretos de los Enanos. Niño, habéis caldo en mi reino como el granizo en un vergel de ñores. Pero los Enanos menos débiles que los hombres, no se irritan como ellos. Estoy muy por en- cima de vos, por la inteligencia, para sentir alguna cólera de vuestros actos, cualquiera que sean. De todas las cosas en que soy superior á vos, una guardaré con celo: es la de la justicia. Voy á llamar á Abeja y le preguntaré si quiere seguiros. Haré esto, no porque vos lo que- réis, sino porque debo hacerlo.

Reinó un gran silencio, y Abeja se presentó en traje blanco, con sus blondos cabellos esparcidos. Al instante en que la vio Jorge, ella corrió á arrojarse en sus brazos, y estrechó con todas sus fuerzas el férreo pe- cho del caballero.

Entonces el rey Loe le dijo :

¿Abeja, es verdad que estáis viendo al hombre con quien queréis casaros?

Es verdad, muy verdad que lo veo, pequeño rey Loe, respondió Abeja. Ved todos, pequen uelos, como río y como soy feliz.

Se puso á llorar. Sus lágrimas corHan por las mejillas de Jorge, y eran lágrimas de dicha; mezclaba á las risas mil encantadoras pala- bras que no tenían sentido, parecidas á aquellas que talbuten los ni-

446 REVISTA NACXONAU

fios. No pensaba que la contemplación de su dicha podía entristecer el corazón del rey Loe.

^Amada mia, le dijo Jorge, os encuentro tal como lo deseaba: la más bella y la mejor de las criaturas. Me amáis! Gracias al cielo, me amáis! Pero, Abeja ¿no amáis también, un poco, al rey Loe, que me sacó de la prisión de vidrio donde me tenían las Ondinas, lejos de vos?

Abeja se volvió hacia el rey Loe :

¡Pequeño rey Loe, has hecho esto! exclamó; quieres y has li- bertado aquel á quien amo y me ama

No pudo decir más y cayó de rodillas; la cabeza entre sus manos.

Todos los Enanos, testigos de esta escena, derramaban lágrimas so- bre sus ballestas. Sólo el rey Loe permanecía con el rostro tranquilo. Abeja, descubrió tanta grandeza, tanta bondad, que sintió por él, el amor de una hija para con su padre. Estrechó la mano de su amante y le dijo:

Jorge, os amo; Jorge, Dios sabe cuanto os amo. ¿Pero cómo dejar al pequeflo rey Loe?

¡Ah! los dos sois mis prisioneros, exclamó el rey Loe con voz te- rrible.

Había tomado una voz terrible, en tono de chanza, y para agradar más. Pero, en realidad, no sentía cólera. Francoeur se aproximó á él j poniendo en tierra una rodilla:

Sir, le dijo, le agradaría á Vuestra Majestad me hiciera compartir el cautiverio de mis amos á quienes sirvo?

Abeja, reconociéndole, le dijo:

¡Sois vos, mi buen Francoeur! ¡qué gusto en volveros á ver! Te- néis un penacho bien feo. Decidme ¿habéis hecho nuevas canciones?

Y el rey Loe llevó á los tres á comer.

CAPITULO XXII.

EN EL QUE TODO TERMINA CON FELICmAD.

Al día siguiente, Abeja, Jorge y Francoeur, se pusieron los suntuosos vestidos que los Enanos les habían preparado, y se dirigieron á la sa- la de las fiestas, donde el rey Loe, en traje de emperador, presto vino

ABEJA. 447

á juntárseles como lo había prometido. Venia seguido de sus oficiales, que traín armas y trajes de pieles de una salvaje magnificencia; y en sus cascos, se agitaban plumas de alas de cisne. Los Enanos acudían en multitud, entrando por las ventanas y las lumbreras, y se deslizaban debajo de las mesas.

El rey Loe, subió en una mesa de piedra, á cuya extremidad estaban colocados candelabros, bujías, cachorros y copas de finísimo oro y de un trabajo maravilloso. Hizo sefíal á Abeja y á Jorge de aproximarse, y les dijo:

Abeja, una ley de la nación de los Enanos previene, que un ex- tranjero recibido en nuestros dominios quede libre al cabo de siete años. Habéis pasado siete años entre nosotros, y sería un mal ciuda- dano y un rey culpable si os retuviera más. Pero antes de dejaros ir quiero, no habiendo podido ser vuestro esposo, uniros yo mismo con aquel que habéis elegido. Lo hago con gusto, porque os amo más que á y que á mi pena, y si queda ésta, será como una ligera sombra que vuestra dicha borrará. Abeja de los Clarides, princesa de los Ena- nos, dadme vuestra mano ; y vos Jorge de Blanchelande, dadme la vuestra.

Después de unir la mano de Jorge con la de Abeja, el rey Loe se di- rigió al pueblo y dijo en alta voz:

Enanos, hijos míos, vosotros sois testigos de que los dos se han prometido, el uno al otro, casarse en la tierra. Que vuelvan juntos y que juntos hagan ñorecer el valor, la modestia y la fidelidad, como los buenos jardineros hacen abrirse á las rosas, los claveles y las peo- nías.

A estas palabras, los Enanos gritaron mucho, no sabiendo si debían llorar ó alegrarse, por estar agitados de contrarios sentimientos. El rey Loe se volvió de nuevo hacia los novios, y entregándoles las bu- jías, los cacharros y toda la bella orfebrería:

He aquí, les dijo, los regalos de los Enanos. Recibidlos, Abeja, como un recuerdo de vuestros amigos ; ellos os los ofrecen y no yo. Luego sabréis lo que quiero daros.

Hubo un largo silencio. El rey Loe contemplaba con una grande ex- presión de ternura á Abeja, cuya bella cabeza se inclinaba, coronada de rosas, sobre las espaldas del novio.

Después continuó de este modo:

Hijos mios, no es suficiente amarse mucho; es necesario quererse

4m REVISTA NAdONAU

bien. Un gran amor es bueno, sin dada; un amor hermoso es mej<M:. Que el Tuestro sea tan dulce como duradero; que nada le falte, y que á la indulgencia, mezcle una poca de piedad. Sois jóvenes, hermosos 7 buenos; pero sois humanos, y por esto mismo, sujetos á sus miserias. Por consiguiente, si no entra algo de piedad en los sentimientos que sentís el uno por el otro, estos sentimientos no serán apropiados á to- das las circunstancias de Tuestra vida común; serán como los vestidos de lujo que no están garantizados ni para el viento ni para la lluvia. No se aman, sin duda, sino aquellos que se quieren en sus debilidades y en sus miserias. Economizar, perdonar, consolar, he aquí toda la ciencia del amor.

El rey Loe se detuvo, presa de una emoción fuerte y dulce. Después repuso:

Hijos míos, sed f^Uces; conservad vuestra dicha, conservadla bien.

Mientras que hsMaba, Pie, Tad, Dig, Bob, Truc, y Pau, cogidos del manto blanco de Abeja, cubrían de besos los brazos desnudos y las manos de la joven. Le suplicaban no los abandonase. Entonces el rey Loe sacó del cinto un anillo cuyo engarce arrojaba ondas de luz. Era el anillo mágico con el que había abierto la prisión de las Ondinas. Lo puso en uno de los dedos de Abeja y le dijo:

Abeja, recibid de mi mano este anillo que os permitirá entrar á toda hora, á vos y vuestro marido, al reino de los Enanos. Seréis reci- bidos con alegría y ayudados en todo. Cuando regreséis, enseflad á los hijos que tuviereis á no menospreciar á los Enanos, inocentes y labo- riosos, que viven bajo la tierra.

Anatole Frange.

CRÓNICA SUD AMERICANA. 440

CRÓNICA 8UD AMERICANA.

BAMOK 2? HABBIET.

(Bspeoial para la ** Revista IN'aoion.al" de AdCéxioo.)

"Sa existencia se parece á la de esas aves que vienen Instantáneamen- te de Ignoradas reglones y después de haber henchido el aire con sus goi^Jeos —la e8tacl6n de las flores se pierden presurosas en el silencio y el misterio."

Emilio Castelab. I

¿Qué es un poeta?

¿Cómo definir á ese hombre cuyo genio crea obras sublimes, que haciendo de su pluma un pincel traza perfiles y figuras maravillo- sas, por el arte, el buen gusto y las bellezas que las distingue ?

La fisonomía histórica y la ideal del poeta, se resisten á ser retrata- das con perfección por la pluma.

Su lenguaje es superior á toda elocuencia.

El ritmo en que encierra sus pensamientos, la pauta á que somete sus ideas, es una armonía musical que reúne en cada una de sus no- tas, en cada sonido, en cada tierna vibración, todos los trinos de las aves, los rumores de las ñores, los suspiros de la brisa, los murmullos délas aguas y las ondinas, las melodías sublimes del Universo !

Sus inspiraciones condensan toda la luz de los astros, los matices del cielo y de las ñores, como también las armonías divinas de la na- turaleza.

El poeta es un trovador constante de todo lo bello que existe en la creación, y que en la realidad más estéril encuentra una fuente inago- table de inspiración y de estudio. Canta los dolores del pueblo, con el mismo sentimiento con que invoca la imagen del ideal querido.

Arranca mil delicados sones á su lira cuando canta los amores del genio, como cuando su estro sublime le dicta tiemísimas canciones al sentir en su alma rebosar el fuego ardiente del entusiasmo patrio.

La mujer ese ángel de divinas alas colocado en el mundo como

V. B.— T. !I— 29

im RBvmrA nacional.

una obra de la grandeza celeste para consuelo del hombre j dicha dd hogar,— cuya ternura infinita es un manantial de puros amores, es pa- ra el poeta un símbolo de glorías é inspiraciones sublimes.

Y este ser todo ternura, de naturaleza artística j femenina, de alma ardiente y corazón IcTantado, en nuestro querído Chile es sólo un ob- jeto de lujo que se muestra en la historia de la patría, como si fue- ra un diamante luminoso engastado en la corona de gloria que cifie su frente y que ilumina su nombre inmortal !

Los poetas en Chile son ares canoras que endulzan los dolores de la existencia con sus gorjeos, y que yítcu oWidados todos los días de su YÍda, para perderse después en el silencio y el misterio de las som- bras de la muerte!

II

El joven poeta cuyo recuerdo trae nuestra pluma á la memoria de sus conciudadanos, fué un cantor inspirado de cuanto sentimiento au- gusto surgió en su espíritu.

Avanzó, como un celaje esplendoroso, por el mundo, dejando un re- guero de luz en el cielo de su patria, cuyos destellos iluminarán su nombre y sus obras eternamente.

Ramón 2 ^ Harríet no tuvo la fortuna de merecer los honores de la notoriedad y de la fama, porque no buscó jamás la ruidosa celebridad, ni la esplendente gloria de sus triunfos para su genio y su memoria, en los aristocráticos salones de la orgullosa*capital de la República.

Los poetas que nacen en el seno de las sociedades de provincias, en Chile no alcanzan renombre y fortuna, sino piden favores á la metró- poli del país.

III

Ramón 2" Harriet fué un poeta de inspiración excelsa, que no al- canzó fama universal entre nosotros, por el egoismo que reina en nues- tra patria.

El poeta, el literato, el periodista, son flores que viven y lucen sus galas en los jardines de la sociedad, exalando aromas, mientras el sol de su inspiración les brinda su calor y en sus destellos les da lozanía y vigor.

CRÓNICA SUD AMERICANA. 451

Ramón 2? Harriet fué un ruisefiorque vivió solitario en medio de los bosques seculares del Sur, consolándose de sus dolores y amai^u- ras, con las armonías de sus trinos y gorjeos melodiosos.

¿No es esa la existencia del poeta?

El bardo cuya vida es una cadena prolongada de azarosos sufri- mientos,— como el joyero que engasta en el rubio y luminoso metal la piedra cristalina y trasparente, coloca en armónicas estrofas las lá- grimas que vierte!

Su naturaleza femenina, eminentemente artística, no puede resistir sin profundos dolores las vicisitudes de la vida.

IV

Ramón 2^ Harriet nació en Concepción en el año de 1851. Hijo de una familia distinguida de la aristocrática y gallarda hurí del Bío-Bío, adquirió una educación esmerada que le facilitó el conocimiento de mu- chos ramos del saber humano.

Desde muy niño manifestó la viveza de su carácter y la claridad de su inteligencia.

En el colegio era un alumno modelo, por su comportamiento y su dedicación al estudio.

De ese modo hizo sin dificultad sus estudios en humanidades. Las matemáticas no consiguieron conquistaren su cerebro el lugar que ha- bían ocupado ya, la filosofía, la literatura, la historia, la geografía y la economía política.

Su espíritu se nutría con el estudio del arte y los conocimientos que proporcionan la observación de lo bello y lo bueno, pero no daba im- portancia suma á los signos algebraicos, á las proporciones del cálculo, á las líneas del dibujo, ni á los fenómenos de la física y la química.

Su sentimiento era más vivo ante la esplendente hermosura de un lienzo ó un pulido trozo de mármol tallado, que en presencia de una figura geométrica ó las resoluciones de un problema de aritmética. La poesía encerraba para su alma sedienta de infinito, un mundo de go- ces y preciosidades sin fin, en sus armonías sublimes ó deliciosas.

La naturaleza con sus tres reinos el mineral, el vegetal y el ani- mal,— no tenía tantos encantos para su aspiración jamás satisfecha de

4S2 REVISTA NACIONAL.

llegar á concebir en su mente la fama divinamente poética de 8U ideal, como encontraba de delicias un mundo en una flor y su perfume, en una belleza encantadora, en las melodías de una música solemne, en el bullicio mismo del pueblo que lo adornaba.

Ramón 2? Harriet fué un hombre de igual naturaleza que la que dio Dios á nuestro inmortal filósofo, Francisco Bilbao. Como él amaba al pueblo y sufría con sus dolores.

Admiraba el genio y el arte y busc^tba en sus delicadas manifesta- ciones la fórmula del progreso.

Quería la felicidad del mundo y perseguía el bienestar social de los individuos. Había en aquella alma, tierna como una flor que se abre al primer beso de la aurora, arrullos de palomas y vibraciones melo- diosas de la brisa que entona dulces canciones entre los ayes de los ár- boles.

Su inteligencia se despejaba al contacto del ardiente pensamiento, como se abre al viento la flor aromática cuando recibe la vivificante luz del sol.

De la generación de jóvenes que desde hace 40 afíos viene sobresa- liendo en Concepción por su inteligencia y amor á las bellas letras, Ra- món 2 ? Harriet ha sido uno de los más conspicuos y de más esclare- cido ingenio.

Con notable brillo descolló en la prensa periódica y en la poesía, en el arte dramático y en la tribuna popular.

Poseía dotes sobresalientes de tribuno. Su palabra vivaz trasmitía al auditorio que le escuchaba, el entusiasmo de su corazón, el patrio- tismo y la energía de su alma.

En los comicios populares agitaba á las masas con el impulso de su poderosa elocuencia.

Sus discursos llenos de fuego, eran dignos del más ilustrado orador, pues no carecían de grandeza, animación, brillo, elocuencia, acción, energía, posesión del asunto que trataba, eco sonoro de la voz, gesto imponente, altivez majestuosa é impetuosidad sin límites.

Algo de Bilbao y de Rómulo Mandiola había en aquel tribuno ar- diente y vigoroso, cuya palabra destellaba rayos de luz sobre la frente

CRÓNICA 8UD AMERICANA. 468

del pueblo! Jamás las asambleas de la ilustre Peuco, oyeron de los la- bios de un hombre frases más enérgicas y patrióticas que las que el eximio tribuno dirigía en medio del calor de las batallas politicaSi que tenían lugar en sus grandes campañas electorales de esa época.

VI.

Hemos dicho que Ramón 2^ Harriet era poeta y tribuno de ingenio.

Aquella múltiple naturaleza, poseía una cualidad que la hacía ad- mirablemente poderosa : era un terrible periodista.

La prensa en sus manos adquiría la influencia mortífera del rayo, contra sus adversarios.

Su pluma hería como una espada cuando dirigía sus ataques al ene- migo y sobre todo, á los que oprimían al pueblo. ¡ Ah, el pueblo! El pueblo era su ideal ! El pueblo era la encamación pura y bella de sus nobles aspiraciones ! £1 pueblo era el objeto de sus hechos y sacrifí- cios, porque lo amaba con ese amor puro y grande con que el artista ama su obra predilecta, como el soldado ama á su bandera, como el amante fiel á la amada de su pensamiento, como el creyente ama á Dios!

VII

Como poeta Ramón 2 ^ Harriet se distinguió en la poesía lírica y en «1 drama.

Muchas de sus inspiradas canciones, las dio á luz en La Semana, periódico literario que publicó en Valparaíso Julio Chaigneau, distin- guido escritor satírico nacional.

Recordamos siempre con placer impregnado de tristeza, una poesía tierna y delicada como el No me olvides de Alfredo de Musset, titu- lada Lágrimas que leímos de Harriet en ese periódico.

Harriet se inició en la prensa allá por el año de 1868, escribiendo amenos artículos literarios y dulces poesías para La Revista del Suri en cuyas columnas empezó su carrera literaria.

Acompañaban á Harriet, por ese entonces, en el cultivo de la ame- na literatura y la poesía, en la ilustre Concepción, los inteligentes é ilus-

46i REVISTA NACIONAL.

Irados jóvenes escritores y poetas Abelardo Poblete y Leopoldo Tu- renne.

Harriet no se encontraba sólo en el campo de las letras^ Tenia muy dignos é ilustres compañeros.

Poco después, en 1870, fundó, en unión de esos mismos dignos com- pañeros, el periódico literario El Alba, el primero en su género que Yió la luz de la publicidad en Concepción.

El Alba fué una revista literaria digna de todo encomio. Cola- boraron en sus ilustradas páginas los jóvenes más distinguidos é inte- ligentes del la gallarda reina del Bío-Bío.

El Dr. D. Ernesto Turenne, residente en Concepción, fué también uno de los entusiastas redactores de aquella popular hoja literaria que apareció allí como el primer rayo de la aurora de las bellas letras^ que más tarde debían lucir esplendorosas en el firmamento del pro- greso de la patria.

VIH

El ilustrado Dr. Turenne ha sido colaborador de La Revieta del Sur desde el año 1868. Es autor de un magnífico libro titulado La Mujer,

Tan brillante pluma, acompañó á Harriet que era una noble inteli- gencia, en sus luchas de la prensa.

IX

Harriet apareció en Concepción, como apareció Bilbao en Santiago^ levantando á la sociedad antigua de su postración, provocando luchas y polémicas en todos los círculos.

Sus primeras obras fueron las impulsadoras de un movimiento in- telectual en su época, agitación que aún no termina y conmueve el espíritu viril de la histórica ciudad del majestuoso y tranquilo Bío-Bío. Aquella naturaleza intelectual poderosa, tenía todas las audacias del genio ; estaba dotada de toda la fuerza de voluntad y abnegación del he- roísmo ; había en su alma tiernas armonías de la brisa y estrepitosos mugidos del huracán, arrullos delicados de paloma ó terribles rugi- dos de león embravecido en medio de la selva solitaria.

CRÓNICA 8UD AMERICANA. 465

Ramón 2? Harriet ejercía una influencia bien marcada en los acon- tecimientos políticos de su pueblo.

En las grandes campañas electorales de ese período de la historia patria, Harriet era el orador predilecto del público en los comicios po- pulares, en las instituciones republicanas y en los meetings democrá- tioosi donde defendía siempre con entusiasmo y talento los dogmas del progreso y la libertad. Los tribunos populares de esa época, cuyo re- cuerdo vive fresco en la memoria de sus comprovincianoSi eran Ra- món 2*? Harriet, José del Carmen Iglesias y Aníbal Yafiartu.

El heredero hoy de la elocuencia fascinadora de aquellos, es en la heroica Concepción, ciudad de leyendas y tradiciones memorables, Gre- gorio Pinochet.

Pinochet es un abogado probo y un tribuno de talento.

José del C. Iglesias se distinguió como periodista, en la redacción del diario La Democracia y La Revista del Sur, en cuyas prestigiosas publicaciones hizo nutrido fuego contra el enemigo de toda libertad, el clericalismo. Iglesias murió en el afio de 1876.

XI

Ramón 2*^ Harriet fué también un magnifico autor dramático.

Los preciosos dramas Elisa Bravo y Amor y Amistad, son sus me- jores obras.

Estas dos piezas dramáticas están escritas en verso, pero en versos melodiosos é inspirados, llenos de vigor y sentimiento.

Se debe admirar en esas obras, hijas Ic^^ítímas de su iogenío, la ab- soluta y varonU entonadón de sus bellísimas ^rofas.

Dramas exactamente nacionales, tienen todo el sabor orígioal de la historia, y la poesía encantadora de la tradición y la leyenda.

Repetidas veces se pusieron en escena en el teatro de Concepción esas dos «xelentes piezas, cautivando siempre al auditorio por su flui- da y magnifica versificación, por lo que recibió su autor entusiastas ovaciones, cual no las ha akan£ado poeta alguno «n nuesüra patria.

466 REVISTA NACIONAL.

XII

Ramón 2^ Harriet, poseía una naturaleza múltiple.

Ya lo hemos visto distinguirse como poeta lírico y dramático: aho- ra nos resta sefíalar otra nueva faz del escritor: estaba dotado de ex- cepcionales cualidades de novelista.

Las dos novelas Alberto el jugador y El Provinciano en Santia- go, recomiendan su talento y experiencia de autor ilustrado é inge- nioso.

Harriet había aprendido á conocer á los hombres, había estudiado las pasiones que luchan en el diario comercio de la vida, en el libro de la sociedad.

Su experiencia y versación en los negocios sociales, le hacían un es- critor de costumbres experimentado y correcto.

XIII

Ramón 2^ Harriet fué también un temible escritor de folletos poli- icos. Allí el escritor lanzaba rayos mortíferos sobre la cabeza de su ad- versario, en vez de luminosos destellos de su pluma. El escritor de partido sólo tenia en mira el triunfo de su bandera y no se compade- cía del enemigo. La piedad no era para él más que un ángel que lo acompañaba en sus visitas ingeniosas, cuando la caridad guiaba sus pasos.

Pero en todos sus folletos, jamás olvidó las ideas y principios de- mocráticos.

Fiel discípulo del ilustre fílósofo chileno, el mártir de la libertad, Francisco Bilbao, nunca desertó de las fílas del partido radical que con- servara su herencia y continuara su misión en el país.

El clero era su más funesto adversario.

Combatía á ese partido antipatriótico, más que por partidarismo por deber, amaba el progreso y el bienestar de la sociedad y los individuos, y perseguía á todos los que se oponían á la religión de tan nobles pro- pósitos.

Para él los cantorberianos eran los enemigos de la humanidad y los atacaba con todo el ardor juvenil de sus afios y la fe de su apostolado.

El dogma de la libertad, era su evangelio.

CRÓMICA 8UD AMERICANA. 4S7

El progreso lo consideraba como el único medio de que fuera feliz el hombre ; la única áncora de salvación que podía alcanzar la huma- nidad en medio del naufragio de todas las creencias y la concepción de los propagandistas de la religión de Jesús.

Bilbao como Harriet, buscó los mismos horizontes, investigó las mismas sabias verdades, luchó durante toda su vida por establecer el reinado de la justicia, y como él sólo encontró el desengaño y las per- secuciones.

Era por eso por lo que odiaba á sus enemigos que lo son también de la humanidad entera.

¿Quiénes fueron los enemigos de la independencia de las naciones esclavizadas de la América Meridional ?

¿Quiénes han sido los adversarios declarados de toda reforma, de todo progreso, de toda libertad ?

Ellos I los enemigos de la luz y la verdad, los discípulos de Loyola ; Cantorberi !

Harriet amó al pueblo, porque en él veía á la humanidad sufrir el ominoso yugo de la ignorancia y del fanatismo.

Hojead sus opúsculos políticos y encontraréis en sus páginas escrito el evangelio de la libertad, el sagrado dogma de la emancipación del proletario.

Harriet amó mucho á esta patria tan querida de todos sus buenos hijos y tan perseguida por los ambiciosos y los malvados !

Por eso le debemos gloria perdurable, gratitud inmortal.

XIV

Ramón 2 ? Harriet ha dejado á su familia, á las letras y á su patria, numerosas composiciones en versoTy prosa que algún día saldrán á luz, arrancándolas al olvido y al silencio de los afios.

Días antes de que le llegara su última hora, las había recopilado con las que había publicado en la prensa nacional, para editarlas en un libro.

Desgraciadamente este último deseo de su alma no pudo realizarse.

XV

Una de las composiciones en verso que más ha llamado nuestra atención, inspiradas por la sublime musa de Harriet, ha sido la que

4BB REVISTA NACIONAL.

declamó en el centenario que celebró de Voltaire la juventud ilustra- da de Concepción en 1878.

Allí el poeta parece que vació, por decirlo asi, todo lo que había en- cerrado su corazón de sentimiento, su genio de ideas y conocimientos.

XVI.

Cuando Harriet redactaba El Alba, causó una verdadera revolu- ción entre los clericales y demás gentes de cogulla y manteo con unas sátiras en verso que escribía, llenas de chiste y donaire.

Las más picantes que salieron de su fecunda pluma, fueron las fes- tivas fábulas que escribiera contra el finado obispo Salas. En La De- mocraeia sostuvo valientemente la candidatura para presidente de la República, del ilustre patricio de las letras patrias, Benjamín ^Hcufia Mackenna.

En todos los períodos de su vida, fué siempre amante fiel de la cau- sa liberal.

Siendo nifto aún, era alumno del seminario de esa ciudad ; y como sus profesores quisieran obligarlo á que abjurara de sus creencias, se de- jó expulsar del colegio antes que abdicar las ideas de su conciencia.

XVII

En 1881, Harriet deseoso de publicar una edición de sus obras se fué á Valparaiso, donde le sorprendió la muerte, revisando sus valio- sos originales.

Los restos permanecen todavía allí, esperando que la juventud libe- ral de su pueblo los haga conducir al seno de la ciudad que los vio nacer.

Puede decirse que esos despojos venerandos, están lejos de su ho- gar, donde pasó la dulce niñez entre quejas y sonrisas, y entre los elo- gios de sus amigos y las caricias de sus padres.

¿ No descansarán sus huesos jamás en el seno de la ciudad que lo vio nacer?

Dejo á la juventud de Concepción la respuesta.

EL JUEGO Y SUS 00N8ECUEMCIA8. 4EB

XVIII

Ramón 2? Harriet fué una inteligencia distinguida que hubiera pro* ducido obras más valiosas, si el escenario donde se exhibió le hubiera ofrecido más vastos horizontes.

Bajó al sepulcro demasiado joven, á una edad en que podría pres- tar á su patria muchos 7 mayores servicios. Sucumbió á los 30 años, pues nació en 1851 como dijimos al principio de este articulo.

Su naturaleza robusta, cedió al fín á los rudos golpes del trabajo y del destino.

Tal vez había encerrado Dios mucho genio y mucha vida en una es* tructura demasiado débil.

Harriet ha dejado un nombre ilustre, que inscribir en las páginas in* mortales de la historia.

Querido de sus amigos, apreciado de sus admiradores, su memoria será imperecedera.

Pedro Pablo Figueroa..

Santiago de Chile.— 1880.

EL JUEGO Y SUS CONSECUENCIAS

BAJO fiL PUNTO DE YISTÁ Bfi ík FJIMILU T LA SOCItDAB.

Obsérvase en la marcha de las sociedades, que á medida que avan* zan en civilización se desarrollan en su seno gérmenes de disolución y .de muerte. Las tribus salvajes que obedeciendo á sus pasiones instin- tivas presentan en la historia cuadros sangrientos, crueles y despiada- dos, conmueven menos el ánimo de los hombres pensadores, que aque- llos cuadros sombríos y vesánicos iluminados por la luz esplendente de una cultura social avanzada. El contraste es vivísimo. Es como una úlcera en la sonrosada mejilla de una hermosura llena de vida. Es el

REVISTA NACIONAL.

miasma mefítico desprendido de pantano inmundo cerca de risuefio vergel perfumado con el aroma de sus ñores

Considerar á la sociedad bajo el punto de vista de sus pasiones y de sus vicios, es investigar las causas patogénicas de los estravios de la razón al través del desenvolvimiento regular y progresivo del espíritu humano, que obedeciendo á las leyes eternas del progreso lucha sin tre- gua por su perfeccionamiento indefmido. Pero este ideal no se realiza en las sociedades tan fácilmente, porque no todos los elementos que las forman concurren al mismo fm. En todas partes hay causas per- turbadoras, tanto en el orden moral, como en el político y el religioso. La lucha de la inteligencia comienza entonces tratando de allanar las dificultades sembrando en las masas ideas salvadoras, y en esta cruza- da, efícazmente auxiliada por la ciencia, va ganando palmo á palmo el terreno donde sólo impera la ignorancia, la superstición, el fanatísmo y los vicios.

Entre los elementos perturbadores del orden social que lleva su in- fluencia desorganizadora hasta su elemento fundamental que es la fa- milia, debe considerarse el juego, el cual nos proponemos analizar á la luz de la ciencia para poder determinar el carácter moral del jugador y su papel perturbador en el seno del hogar y de la sociedad.

El hombre tiene por misión ejercitar y perfeccionar sus facultades físicas é intelectuales, para contribuir con el caudal de sus progresos á su propio perfeccionamiento y al de la especie que debe recibir como herencia fundada en las leyes del progreso y del orden social el aho- rro de experiencia y conocimientos adquiridos. Más aún, sus esfuerzos no deben concretarse á conquistar un bienestar cifrado solamente en la mayor suma de caudales ó de instrucción, sino también, y quizá sea •el punto más delicado de su misión social, la mayor suma de virtudes para ser un hombre moralmente bueno y fundar en la práctica del bien sus más nobles aspiraciones. Este es como si dejéramos el tipo ideal del homo sapiens en su estado normal, en la plenitud de su desenvol- vimiento fisiológico, psicológico y social. Pero este tipo tiene su ima- gen negativa. Cada una de sus posiciones tiene su antítesis

¡Cuan grande es la diferencia entre el individuo que gasta sus energías en labrar su propia felicidad y en trasmitirla también á los seres que lo rodean, desde el hijo que es sangre de su sangre, hasta el pobre huérfano que ve en él la emanación de una providencia que vela por los desheredados, y el ser anómalo que consume sus fuerzas y su for-

EL JUEGO Y SUS CONSECUENCIAS. 481

tuna, que debilita su inteligencia y agosta sus sentimientos en la satis- facción continua de una pasión cuyas consecuencias llevan, como por inducción, á todos los seres baflados por el mismo ambiente, el tem- blor nervioso del remordimiento, el estertor de la desesperación y el frío glacial de la muerte!

£1 juego ha nacido con el impulso natural de la distracción y en to- das las épocas ha habido diversos medios de matar el tiempo en las horas de descanso que se proporciona el hombre después de llenar las fatigas del día. Bajo este punto de vista nunca será vituperable el jue- go considerándolo en sus variadas y múltiples formas. Pero la expe- riencia con sus severas enseñanzas ha venido á demostrar que hay al- gunos juegos que en lugar de distraer, enervan y acaban por subyugar á los caracteres débiles, abúlicos, no siendo raro el caso en que lleguen á extraviar aun á los espíritus elevados. Los juegos denominados con el nombre genérico de juegos de azar son los que determinan un esta- do mental particular no comprendido todavía en los cuadros etiológi- cos de las vesanias, sino de una manera vaga y difícil de reducir á una psicopatía característica.

Cuando en los juegos de azar se despierta vivamente el deseo del lu- cro, la codicia, la ambición y todas aquellas pasiones que determinan lentamente una modificación en el modo de ser del avaro, se revelan en el sistema nervioso por energías desconocidas que luchan, se aba- ten, se levantan, se atropellan, se confunden y se transforman desarro- llando en el cerebro y el corazón del jugador un oleaje de ideas y sen- timientos como el oleaje de las escorias fundidas en la chimenea de un volcán. La ganancia sirve de aguijón á la codicia; la pérdida des- pierta el deseo de venganza cubierta con el disfraz de la represalia. Y entre los goces del albur que viene y las contrariedades del albur que se niega, el carácter se va modificando, las ideas ordinarias de la vida común se apagan poco á poco para ser sustituidas por las que dominan en esa atmósfera donde tiene que verificarse una verdadera adaptación entre el jugador y el medio donde pasa la mayor parte de su vida. Ck)- mo la playa al pez y la jaula al ave, asi va siendo el hogar para el apa- sionado por las cartas. La inclinación se acentúa, y mejor dicho, sede- fine; el cerebro se modifica según la naturaleza de las impresiones que constantemente recibe y que vienen á ser al fin su estímulo funcional; una educación especial modifica los ideales del jugador, quien sólo apre- cia la felicidad en la contemplación de aquel cielo verde donde se es-

4fí REVISTA ITAOIOKAL.

pareen y entran en eonjunción millares de soles de oro y estrellas bri- llantes de plata.

El primer paso está dado. ¿Quién puede contener al jugador en ese camino? Su medio social se limita cada vez más verificándose una es- pecie de selección moral é intelectual, pues el fomento de sus pasiones sólo está cifrado en la compafifa de los jugadores. Entonces comienza el amor propio de su nueva carrera á ser el consejero de las inclina- ciones egoístas. Gusta de aparecer audaz y ambiciona conquistar la fa- ma de lince, Nuevas aptitudes se desarrollan en su físico y moral, y se forma por decirlo asi, una segunda naturaleza, confirmando el pro- verbio vulgar de que el ejercicio forma al maestro.

El amor propio ó el deseo egoísta de sobreponerse á los demás con aptitudes especiales es peculiar á todos los hombres, más alrededor del tapete verde esta pretensión está fundada en un hecho altamente inmoral, cual es el conocimiento y ejecución de todos los gambitos á que pueden prestarse los juegos de azar. El tahúr tiene que ser un há- bil escamoteador, pues de lo contrario tendrá que hacer siempre el' pa- pel de victima ó no llega á conquistarse el respeto debido entre los afi- cionados. Y preguntamos, ¿con qué objeto tiene que adiestrarse en el

manejo de las cartas? La explicación está por demás. He aquí

alcanzada la segunda modificación en la personalidad moral del juga- dor. Podemos afirmar ya, que en este periodo comienza á pisar los um- brales de la vesania. El periodo impulsivo aparece como un fulgor en el cielo de la razón. Moral mente el jugador ya no se pertenece á si mismo, mucho menos á la familia ni á la sociedad.

Cuando el jugador ha llegado al período emocional, está trazada la órbita de su destino. Si siempre ganara acabaría por aburrirse. Por lo común, en este estado, desaparece la avaricia de posesión, para dar lu- gar á la codicia del momento. En una noche quisiera ser el afortuna- do hasta levantar, él solo, el campo de batalla. Pero si se le garantiza- ra que podía alcanzar una gran fortuna á condición de despedirse del juego para siempre, después de obtenida aquella, renunciaría á ser ri- co, contentándose en continuar siendo modesto jugador. El tahúr ne- cesita arriesgar la fortuna adquirida para apreciar su buena ó mala suerte, su talento ó su audacia. Y esa vida de emociones que forman su segunda naturaleza, que borra de su cerebro toda idea de trabajo útil, que mata los arranques del genio á cuyas expensas se desarrollan los instintos de la astucia y se ejercita en las operaciones mecánicas del

EL JUEGO Y SUd CONSECUENCIAS. 4(B

escamoteo, será el motivo de una degeneración mental y moral espe- cial. De aquí al periodo parodístico como el del dipsómano, del teriaki 7 del satiriaco, no hay más que un paso. Las eventualidades de la for- tuna, las condiciones anteriores de vida social, la educación recibida, el grado de cultura intelectual antes de degenerar en el juego, los la- zos de familia legítimos ó ilegitimes, el grado de civilización en que se halle el medio en que se vive, la mayor ó menor perturbación del sen- tido moral de los hombres que frecuentan la casa de juego, son otros tantos factores que desenvolviéndose y combinándose en diversas cir- cunstancias contribuyen á caracterizar la última faz de la vida del ta- húr. El que desgraciadamente ha llegado á este estado fatal, se aisla del medio social enteramente y vive como un parásito nutrido con la savia del garito. Y perturbado ya el sentido moral es el instrumento ciego de todas las maquinaciones que tienen lugar en el teatro del ta- pete verde y vive como los soñadores de grandezas imaginarias con la esperanza de llegar á ser el rey de los jugadores ó el Mefistófeles de las casas de juego. Y su papel es tanto más natural cuanto que en aquel cerebro ha sonado la hora del silencio para toda noble aspiración. Es

una naturaleza muerta para la vida social. Vegeta en el juego y como los hongos venenosos que no es tan fácil distinguir de los inocentes, son un amago constante de intoxicación para los incautos

Pero dejemos por ahora el estudio concreto de la cuestión, que no pasa de tener sino un tinte de oración moral, para remontarnos á la investigación filosófica de la influencia perturbadora del juego en la fa- milia y en la sociedad. El juego constituye un problema social cuyas premisas aón no han sido bien definidas.

Para orientarnos en un examen tan arduo concretaremos en una con- clusión, que deberá tener el carácter de definición provisoria, hasta que las pruebas parciales la confirmen ó la rechacen, el tema capital de es- te trabajo.

El juego tiene una influencia nociva sobre el individuo, sobre la fa- milia y sobre la sociedad. ¿Por qué?

Porque el juego es una p<isión egoísta que determina un eretismo ce- rebral intermitente hasta ocasionar la perturbación de la sana razón y el sentido m>oral^ concluyendo por caracterizar una neurosis vesá- nica.

El análisis de cada una de las proposiciones que envuelve la ante- rior definición rectificará su valor científico, planteando cuando menos

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la fórmula del problema ya que estamos lejos de abrigar la pretensión de resolverlo.

Que el juego es el símbolo de una pasión egoísta nadie podrá dudar- lo. Del reino de Birján jamás han salido hombres distinguidos por su filantropía, su amor al trabajo y al estudio. Las ciencias, las artes, la industria, etc., son incompatibles con el juego que enajena los sentidos del hombre que á él se consagra. Los Séneca, Descartes, Humboldt, Lavoisier, Pestalozzi, Froebel, Franklin, Juárez, Ramírez, Lucio, etc., etc., no han quemado las alas de su genio en la hoguera del burlóte. Pero no es necesario buscar las grandes figuras que han prestado ser- vicios eminentes á la humanidad, porque entonces vendría á probarla proposición con excepciones y las excepciones están fuera de la regla. No, el hombre de genio tiene un ideal que lo desvía de un pasatiempo en el cual no puede nutrirse su espíritu ni enriquecerse su inteligen- cia; el esclavo del trabajo, en cualquiera esfera social que se le consi- dere, tiene el sentimiento del deber que lo ampara y más aún la dulce satisfacción de sentirse útil y necesario para el sostén de su familia y el bien de sus semejantes. Y esta inmensa mayoría de los soldados del trabajo, altruistas inconscientes, filántropos sin pretenderlo, son los que consideramos como el nivel medio del buen sentido para apartarse de las casas de juego considerándolos como un centro peligroso. Repeti- mos aquí que el juego ha sido siempre un medio de distracción que los hombres han adoptado en todos los países para distraer las pesadas no- ches del invierno ó con cualquier otro pretexto, con el fin de propor- cionarse la oportunidad de estar entre buenos amigos, y en este caso nada tiene de censurable, si bien que, nunca causa la misma impre- sión ver la lucha de hombres inteligentes en juegos de meditación y de cálculo como el ajedrez por ejemplo, á ver disputarse aun en fami- lia los favores del azar como sucede con los juegos de cartas.

Decíamos que el juego celoso de sus favores sólo los concede á quien se le consagra con pasión. El egoísmo tiene que ser el primer estigma característico de los amafeurs. Es cierto que hay tahúres espléndidos, liberales, pero su magnanimidad es verdaderamente inconsciente, por- que la gran mayoría de los jugadores no conocen el valor de las bue- nas acciones y sería hasta irrisorio pretender concederles la previsión en los resultados de la semilla del bien sembrada á tiempo. El jugador no es un misántropo, es verdad, porque se le ve siempre en sociedad con los jugadores, pero esta sociedad no tiene más que un móvil, el juego

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Para un jugador, los bíienoa amigoSf son los que tienen que jugar,^ La amistad entre jugadores, es una liga que puede romper un albur á un escamoteo. Pero se necesitan mutuamente y transigen con su ma^ la fe ó sus caprichos, no por virtud, sino por conveniencia, y una vez. unidos, otra odiándose, otra temiéndose, pasan la vida enlazados por el vinculo de las cartas. Esta idea no es nueva, su aplicación esel i^ sultado de la observación en este asunto. Cicerón lo ha dicho ya hace muchos siglos en su tratado De Amicitia: ''Homines malos aliquando videmus eadem cupere, eadem odisse, eadem metuere; sed quoe inter bonos amicitia dicitur, hoec inter malos factio est.'* Esta dase de amis- tad es la que llamaba Ammianus Marcellinus, amicitia alearea.

El carácter de aparente desprendimiento de los jugadores se áseme* ja á la liberalidad del dipsómano, que, lo mismo ofrecen lo que juzgan superñuo para ellos, á un pobre que á un pillo; la acción benéfíca sal- vando con sus recursos al hombre necesitado ó á la virtud que flaquea agotada por el infortunio, es superior á sus fuerzas morales. El juga- dor es un avaro curioso; deliran, se afanan, combinan, se pasan, como el héroe de Cervantes, los días de claro en claro y las noches de turbio en turbio, expiando una combinación, para atesorar dinero como, el avaro más desalmado. La diferencia consiste en que uno goza con las peripecias del alza y baja de su fortuna y el otro sólo en verla crecer. Ni el uno ni el otro tendrían valor de aventurarse en un negocio si no es que las utilidades fuesen exclusivamente para ellos. ¿Y serían ca- paces de plantear una industria, de auxiliar á un hospital, de fomentar la instrucción pública, de robustecer una caja de ahorros? La expe- riencia de todos los días se encargará de contestar por nosotros. Nada de lo que la inteligencia activa y creadora emprende para mejorar las condiciones de las sociedades, ni de lo que la filantropía ha inventado para aliviar las desgracias de los desheredados, están en el programa de la vida del jugador. Creemos que con esto será bastante para dejar demostrado su carácter egoísta.

La pasión del juego es una fiebre que exalta el cerebro y conmueve todo el organismo. Esta es la segunda proposición que encierra la de- finición provisoria que hemos dado sobre el juego. Basta recorrer con la mirada todos los semblantes de los aficionados en los momentos en que se corre un albur, para comprender que todos aquellos cerebros no están en su estado normal. El brillo de la mirada, unas veces sinies- tro y otras chispeante, la contracción diversa de los rasgos fisionómi-

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eos que en un segundo revela distintos y aun contrarios estados emo- cionales del espíritu, el silencio religioso con que se ve correr el albur como si de una carta misteriosa pendiese la vida, la tensión arterial y la respiración anhelante traducen un estado de excitación, una ñebre eñmera, de horas, pero que gasta actividad nerviosa y deja tras si el colapso, el decaimiento físico y moral que sólo podrá volver á levan- tarse con las emociones del burlóte ó de la partida.

La carrera del vicio tiene siempre sus atractivos ; la satisfacción del deseo es el cebo, el hombre va porque cree realizar goces misteriosos sólo concedidos á los privados de la fortuna; después, la naturaleza ad- quiere hábitos que se transforman en cadenas que llegan á sojuzgar la voluntad y desde ese momento el individuo busca, lo que cree su úni- co placer, por necesidad psíquico-fisiológica. Es ya un pobre sugestio- nado por sus propias pasiones. Pero hasta aquí todavía hay personali- dad moral. Fuera de la casa de juego, el afícionado vuelve á ser hom- bre. Aun no ha quemado el fuego de su pasión las trasparentes alas de su ser moral. Más tarde, cuando esa fíebre intermitente durante el jue- go, se trasforme en una fiebre continua, cuando deifícando el azar, con- fíe en sus dones y vea impasible hundirse en ese tonel sin fondo del tapete verde, el fruto de su trabajo, la herencia de sus padres, el patri- monio de sus hijos, la dote de su esposa, el dinero de sus amigos

entonces habrá alcanzado el verdadero título de jugador!

Hemos dicho que el eretismo cerebral á que está sujeto el hombre que se deja arrastrar por la pasión del juego, concluye, en un lapso de tiempo más ó menos largo, por perturbar su razón. Para determinar con más precisión este estado mental examinemos que es lo que debe entenderse por la razón. He aquí un escollo para dejar satisfecha la curiosidad de los pensadores, porque pocas palabras de un uso tan co- mún, como la razóuy tienen un sentido tan vago cuando se busca su connotación al través de la historia de la filosofía que es la que ha tra- tado de analizar siempre las facultades del alma y sus estados. Desde Platón hasta Littré no hemos encontrado una definición satisfactoria. En nuestro concepto el que más ha precisado esta cuestión es el ilustre Dr. médico-legista D. Pedro Mata, quien después de analizar los esta- dos del organismo en relación con las funciones del espíritu, encuen- tra que hay un estado de razón que corresponde á la armonía de los actos del espíritu, como hay un estado de salud que es la resultante ar- mónica de las funciones orgánicas, y concretando sus razonamientos

EL JUEGO Y SUS CONSECUENCIAS. 407

dice: ^^La razón es aquel estado en el que el hombre tiene el poder de dirigir por medio de la reflexión y sus auxiliares la realización de sus impulsos internos con arreglo á las leyes de la organización. " Mala, Tratado de la razón kutnana en estado de salud, pág, 318.

Esta defínición satisface nuestra intención para abordar con fírmeza el tema que vamos desarrollando. ¿Y cómo no juzgar un estado vesá- nico en el jugador, victima de una psicosis hasta hoy poco estudiada, cuando toda su vida está encadenada á la banca como Prometeo á la roca solitaria de la Escitia? Para el hombre en quien no existen aspi- raciones sociales, que no tienen significación para él los encantos del hogar, porque todas sus alegrías personales se reducen á las emocio- nes del juego, no es posible encontrar justifícación á su conducta den- tro de la defínición citada. No obra con arreglo á las leyes de la orga- nización, luego está pisando á los umbrales de una psicosis. Obra im- pulsado por un estado vesánico; obra tiranizado por la pasión del jue- go. Las leyes de la organización nos llaman constantemente al ejerci- cio y educación de todas las facultades del espíritu con el fín de alcan- zar el mayor perfeccionamiento posible, con el objeto de independerse de las pasiones y ser los arbitros de nuestro propio destino. Sólo en lucha con las pasiones se puede realizar el ideal á que está llamado el hombre, de ser útil á mismo y á sus semejantes.

Determinemos algunos síntomas que caracterizan la vesania del ju- gador.

La base fundamental de la inteligencia es la facultad que tiene de comparar y apreciar las cualidades de las cosas, por contraste, y esta facultad constituye el primer elemento psíquico de la razón. El hom- bre que no compara degenera en las monomanías. Por eso el fanatis- mo está fuera del territorio de la razón porque es incapaz de compa- rar. Es una vesania como otra cualquiera. El jugador está en el mis- mo caso. Podrá sostener una conversación llena d'esprü pero no está en aptitud de comparar su estado de jugador con el que guardaba an- tes de serlo. La manera de juzgar sobre las cosas y sobre los estados del espíritu ha cambiado para él. Así, el jugador jamás consentirá en que sea un vicio el cultivo del arte aleatorio; para él es un arte ó una industria de especulación y sostiene que arriesgar el dinero á una car- ta es lo mismo que exponerlo á las eventualidades de un negocio pro- blemático.

Causa verdadero asombro ver entre jugadores, la religiosidad con

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que se cubren las deudas de una noche de estravio. ¿Cuántas veces el hombre que ha cuidado toda su vida de conservar ilesa su reputación, su probidad y la exactitud en cubrir sus compromisos, no vacila en ex- ponerse á la vergüenza de negarse á pagar una deuda sagrada contraí- da en la corriente ordinaria de sus negocios, porque apenas tiene pa- ra cubrir la caja que se le ha abierto en la partida en la noche ante- rior? Y aquel hombre se arruina, el fruto de su trabajo desaparece, y todavía para cubrir sus sagrados compromisos en el juego empefia ó vende las alhajas de su esposa, los trajes de sus hijas y dispone hasta del diario con que contaba su familia para el alimento más indispen- sable. ¿ De dónde proviene ese modo tan estrafalario de concebir el ho- nor y la dignidad? Evidentemente que de la perturbación de la razón y del sentido moral que no le permite ya distinguir los verdaderos fac- tores de la honradez. El espejo de su conciencia iluminado por los destellos de un juicio recto en el orden natural de las cosas está em- pefiado en esta circunstancia y el jugador no puede ver la imagen de su propia dignidad. La pasión del juego lo arrastra á tomar como sa- grada una deuda que no está garantida por la ley, y que caso de no ser honrado jugador se vería excluido de la comunidad. Esto sería para él, no sólo un oprobio, sino su muerte civil entre jugadores y su vida ya no tiene objeto. Así pues, una falsa concepción del honor, no tie- ne más origen que el egoísmo vesánico de poder ser siempre jugador. Es como si dijéramos, la patente que lo autoriza á sentarse entre sus compañeros de banca. Pagar es lo que importa sea cual fuere el me- dio de proveerse de dinero.

Pero aún no se limita á esto el estravio de la razón del tahúr. La historia nos dice que los antiguos germanos después de haber perdido todo su dinero, sus armas y sus caballos, apostaban su mano derecha y si la perdían se la cortaban en el acto. Jugadores ha habido que se apuestan á mismos dejando firmada su esclavitud por medio de un as ó un caballo. Y todavía en el delirio de la pasión no han faltado quie- nes apuesten su prometida, su hija y su esposa. ¿No son estos actos propios solamente de un cerebro que debiera estar mejor regenerándo- se en los jardines de un manicomio?

¿Y qué juicio puede formarse del carácter moral de los jugadores que sin escrúpulo alguno pierden en una noche su fortuna, tal vez el trabajo acumulado de muchas generaciones y aun las riquezas que no le pertenecen? ¿Y del que loco, insensato, se arruina sin que haya

EL JUEGO Y BUS CONSECUENCIAS. 460

una influencia poderosa que lo aparte de esa pendiente en donde ten- drá que arrastrar una vida miserable y tonta? ¿Acaso al jugador le importa un bledo que la familia de su victima esté en la miseria ó que s^a que el afícionado que tiene entre sus brazos está próximo á cu- brirse con el manto de la deshonra y con la expulsión del seno de la sociedad digna y que rinde culto al deber?

En los grandes salones se juega también dándole el carácter de una distracción culta, pero en el fondo el tapete verde atrae como en todas partes y fascina y extravia. Los hombres se arruinan alli pagando su tributo al lujo, á la vanidad y á la ambición ; ó bien los arrastra la de- sesperación de encontrar un medio de rehacer su fortuna mal gastada, y juegan con el mismo desenfreno con que lo hace un círculo de tahú- res de profesión. Es que las pasiones nivelan mejor que las leyes, á todos los hombres. Tan inmoral es el hombre vulgar que gana con la cera el fruto de su trabajo al candido jornalero, como el millonario que arruina al comerciante, al industrial, al propietario que con mil afa- nes se han conquistado una buena posición y que en una noche de de- lirio arrojan su porvenir á los pies de un rey ! Decidle al primero

que con su ganancia no perjudica realmente al afícionado ó al apasio* nado, sino á una pobre familia que está votada á luchar con todos los horrores de la miseria, y se encogerá de hombros ; decidle al segundo que con el dinero que expone á las eventualidades del azar puede ha- cer el bien llevando elementos de progreso á las escuelas, ó de consue- lo á los hospitales y de vida á los asilos, y mucho hará con suscribirse en una lista de beneficencia ó de mejoras con una fracción mezquina, en el momento en que con la sonrisa del placer satisfecho ahogara cou un montón de oro su carta favorita I ¿ No es esto una vesania intelec- tual y moral perfectamente caracterizada ? La indiferencia, la falta de sentimientos humanitarios, la ninguna emulación cívica no revelan una

perturbación moral completa? ¿Será preciso darle más tintas al

cuadro para hacer comprender mejor el estado moral á que conduce el juego? Bien podéis anunciar á ún tahúr, en los momentos de más exci- tación, que su madre, su esposa ó su hija están en agonía y lo veréis seguir apostando frenético ó aparentemente sereno, pueiS el juego se ha sobrepuesto á todo sentimiento de familia. Decidle que á unos cuan- tos pasos de él se trata de cometer un crimen y que en su mano está prestar eficaz socorro ; no se mueve, mayor crimen le parece levantar- se cuando está corriendo un albur; los sentimientos humanitarios se

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han extinguido en su corazón. Decidle que un amigo tiene un com- promiso que no puede cubrir y será la causa de su ruina y os contes- tará que aquel tiene la culpa por haberse metido en malos negocios y rehusa servirle con una pequeña suma ; por la noche pierde cien ve- ces más de lo que hubiera desembolsado para hacer una buena obra y piensa apostar otro tanto la noche siguiente para desquitarse. ¿Para qué le sirve pues el dinero al jugador? Para sostener el vicio de la co- munidad, para asegurar su porvenir de jugador. Podrá ser el protec- tor de mucha gente ociosa, se gastará su dinero en francachelas, en ba- canales, en aventuras ; jamás será el protector de una familia pobre y honrada sino cuando sus intenciones no sean muy sanas. Para él no existe la virtud, porque no la comprende y si alguna vez la admira acaba por negarla porque le conviene que no exista.

En la carrera del juego hay tantas modalidades individuales co- mo en el vicio de la embriaguez. Asi como hay cerebros bien organi- zados que resisten mucho tiempo el uso inmoderado del vino y forman una segunda naturaleza de constante exitación sin que se perturbe la inteligencia ni se empafie enteramente el sentido moral, asi hay mu- chos jugadores que saben contenerse en ciertos límites que no ocasio- nen desastres ni á sus intereses ni á su familia. Pero preciso es con- venir que estas son excepciones y dependen casi siempre de una bue- na educación del carácter y de la rectitnd de principios para sobre- llevar, ó mejor dicho, acatar sin perjuicio individual algunas costum- bres sociales. Y aun en este caso el hombre no puede sustraerse del todo á la influencia de las ideas dominantes que forman como el me- dio en que vive, en el cual se alimenta su espíritu y donde acaba por adaptarse. Hay modas y costumbres ridiculas que al fin llegan á im- ponerse á fuerza de usarse ó repetirse. Así el juego se impone como una costumbre en muchos hombres que fuera de sus negocios no tie- nen otra distracción que los atraiga, ó bien tiene toda la fuerza de ley de la moda en toda tertulia ó reunión donde se toma como pretexto de distracción. En los casinos se toma como un entretenimiento de buen tono y en los cuarteles es el aliciente más grande del soldado, porque es el único medio que.se le presenta para mejorar su pré y satisfacer muchos caprichos propios de su esfera arruinando á su compafiero de armas.

Alguien ha sostenido que el juego constituye un convenio legal por- que las partes arriesgan lo que es suyo y convienen en aprovecharse

EL JUEGO Y BUS CONSECUENCIAS. 471

de las ventajas que á cada quien les proporciona la suerte. Este argu- mento es sofístico. Haciendo á un lado la consideración de que alre- dedor del tapete verde cada uno trate de arruinar al compañero que tiene al lado, y que del espoleo de las pasiones no resulta sino desmo- ralización y vicio, el estado mental del jugador lo pone fuera del caso de poder celebrar convenios lícitos. Las estipulaciones de una casa de juego están fuera de la ley y la ley en este punto está en conformidad con la ciencia.

Los factores que inician al hombre en el juego y las circunstancias que desarrollan en su ánimo la pasión por él son pues muy complexos, pero según un autor contemporáneo, todos estos estados fenomenales se reducen á un instinto propio del hombre, el deseo de poseer pero pervertida por una ambición avarienta muy marcada. Creemos que del estudio de las condiciones psicológicas para el desarrollo de esta pa- sión, pueden alcanzarse con facilidad las aplicaciones parciales en don- de quiera que se trate de tocar la cuestión del juego. Pero si bien los factores se llegan á apreciar, no así las consecuencias en la familia y la sociedad. Como tesis general puede decirse que á la familia se lleva el veneno de la inmoralidad que lentamente va infiltrándose en el alma del jugador con la frecuentación de las casas de juego, y como conse- cuencia natural lleva al hogar la miseria con todos sus horrores, con todas las tendencias desesperadas que es el porvenir de los seres que el destino ha ligado á la existencia indefinida del tahúr. Para esas fa- milias no hay redención posible. Se adaptan á los vaivenes de la for- tuna y así marchan sin cuidarse del mafíana y sin procurar mejorar su suerte por medio del trabajo honrado, pues saben por experiencia ó por instinto que el ahorro no sería sino una tentación para el tahúr. Y es que van degenerando moralmente al lado del vesánico.

Bajo el punto de vista social la infíuencia perniciosa del juego está comprobada por la ley fisiológica de la imitación, de la fascinación que produce en los espíritus débiles la manera de improvisarse^ las fortu- nas y el despilfarro continuo que se observa en los jugadores. Ade- más en la familia tienen su aplicación las leyes de la herencia vesáni- ca y bien se comprenden cuáles son los resultados de la perversión moral prematura hereditaria.

Si la ley del progreso se realiza á medida que la sociedad alcanza la mayor suma de bienestar y moralidad para el mayor número, claro es que aquellos individuos que no concurren con su contingente de in-

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teligencia y de trabajo para realizar ese bello ideal que reasume las aspiraciones de la humanidad, le son nocivos porque desequilibran las fuerzas del perfeccionamiento común y sustraen á la industria y al comercio un capital que en sus manos sólo sirve de instrumento, des- moralización y de cebo para atraer constantemente nuevas víctimas.

La sociedad no debe lanzar sobre la frente del jugador el anatema que lo aisle de la vida común. El vicio tiene su orgullo y contra el rayo de la critica se arma con el escudo de la independencia. La per- secución de las autoridades convierte á los jugadores en víctimas y ha- cen lo que los cristianos perseguidos por los emperadores romanos, se refugian en las sombras y allí tocan á rebato las pasiones todas.

Conveniente será inculcar en las ideas dominantes, que las deudas de juego no tienen más validez que las contraídas por un demente, haciendo ver con toda claridad que el honor convencional de los juga- dores pugne con los principios de la razón y es sólo un síntoma de su estado vesánico individual y colectivo. Para lograr este fin es preciso que los médicos alienistas, pronuncien su fallo en esta cuestión, el cual, estamos seguros, será favorable á los intereses morales déla hu- manidad. Además las sociedades de emulación y de propaganda de buenos principios entre las masas, deben enseñar constantemente á la juventud las consecuencias vesánicas de la pasión del juego, y más pre- visora y más prudente huirá de la mansión del tapete verde donde só- lo quedarán los tahúres obcecados, vesánicos incurables. La casa de juego será su manicomio!

Dr. Jesús Díaz de León.

DATOS

tABA LA biografía DE D. MABUNO ARISTA.

III

Después de su referencia á la prisión y libertad de Don Mariano Arista en 1838 y 1839, su hoja de servicios prosigue así : '^ Fué nom- brado para mandar una brigada que salió para San Luís Potosí con

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 478

destino sobre los disidentes que se hallaban fortificados en Tampico. Salió á marchas dobles, y habiendo en dicho San Luis organizado y arreglado la brigada, marchó con ella sobre las fuerzas que mandaba en aquel puerto el General Don Josa Urrea, á quien persiguió en reti- rada desde Ciudad Victoria como dependiente de la División que man- daba en jefe el Exmo. Sr. Presidente Don Anastasio Bustamante, y habiendo llegado cerca de Tampico con sólo cuatrocientos, hizo capi- tular á mil doscientos que existían en aquella plaza, por lo cual me- reció grandes elogios y las gracias de parte del Supremo Gobierno. Entonces fué nombrado Comandante General de Tamaulipas, y ha- biendo obtenido licencia para venir á esta capital, fué nombrado Gre- neral en Jefe de la División del Norte en fines de 1839, á consecuen- cia de la derrota del General González Pavón ; y habiendo salido á marchas dobles, llegó á Monterrey donde organizó una sección de ope- raciones, con la cual tuvo varios encuentros con los disidentes de los Departamentos de Oriente, obligándolos á retirarse en la misma Ciu- dad de Monterrey ; y persiguiéndolos hasta los confínes de Coahuila le presentaron acción en Santa Rita Morelos, en cuyo punto, á pesar de que hicieron grande resistencia, los derrotó completamente, y des|més, como consecuencia, logró pacificar por completo aqcrelios Departamen- tos: obturo por dicha acción ima cruz particular de honor, cuyo dise- ño aprobó el Gobierno. En seguida marchó á Tampico y alü evitó ona asonada, pasando después á Iftatamoros para acabar de tranquilizarlos ánimos, ya con la investidura de General en Je£e del Cuerpo del Ejér- cito del Norte. Hecha la paz en aquellos pueblos por tratados suma- mente ventajosos, que le fueron elogiados y reconocidos por la Supe- rioridad, se dedicó á organizar el Ejército para la defensa de la inte- gridad del territorio nacional contra los sublevados de Texas. Asi con- tinuó los afios de 1840 hasta 1845, trabajando sin descansar en la di- latada frontera, donde había continuas hostilidades con los bárbaros y los usurpadores de Texas. En 17 de Septiembre de 1841 fué nombra- do general de División por el E. S. Presidente Don Anastasio Busta- mante, y después, como por las bases de Tacubaya se emprendieron estos actos del Gobierno, le fué revalidado dicho empleo superior por el E. S. Presidente Don Antonio López de Santa Anna. En 10 de No- viembre del mismo año, renunció aquel mando, entregándolo al Sr. General Don Isidro Reyes, concediéndosele cuartel para la ciudad de Monterrey. Después vino á esta capital de orden Suprema; se le

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nombró otra vez General en Jefe de aquel Ejército del Norte que desempeñó poco tiempo, entregándolo al Sr. General Don Adrián Woll, y cuando se verificó la revolución de México del 6 de Diciem- bre de 1844, volvió á recibir orden de encargarse del mando en Jefe del Ejército del Norte, que aceptó en circunstancias de hallarse gravemente enfermo y casi agonizando, porque conoció que la situa- ción era muy critica, y logró que antes de cinco días quedase re- conocido el nuevo Gobierno Nacional del E. S. Presidente Don José Joaquín de Herrera en todos los Departamentos de Oriente, quedando restablecidas la libertad y las leyes. En 1846 á la incorporación de Texas á los Estados Unidos del Norte, y en el acaecimiento del desem- barco de fuerzas americanas en el territorio nacional, hizo mil esfuer- zos para poner respetable la Frontera, proponiendo cuantos proyectos útiles creyó convenientes para la defensa de aquel país, y para aumen- tar su División hasta el número de seis mil hombres ; pero no pudien- do ser atendido y habiéndose sublevado contra el Gobierno el General Paredes, con toda la División de Reserva, y ascendido á la Presiden- cia de la República, se le ordenó entregar el mando y se retiró á una Hacienda cerca de Monterrey. Allí se hallaba en Abril de dicho año de 1846 cuando recibió orden del 4 del mismo de tomar el mando de la División del Norte, en virtud de que el Gobierno Supremo supo, el movimiento que hacían las fuerzas enemigas desde Corpus Cristi hacia Matamoros, y confiado el Gobierno del Gral. Paredes en el Sr. Arista interesado en la defensa y la organización de la División referida. In- mediatamente aceptó y se puso en marcha, siendo del agrado del Supre- mo Gobierno todas sus operaciones, porque mediante ellas se tomaron al enemigo algunos prisioneros y se les hizo el daño posible : pero ha- biéndole sido preciso obligar al enemigo á una batalla el 5 de Mayo en el punto de Palo Alto, se reportaron de ella grandes ventajas, sin em- bargo de que al día siguiente, en segunda acción, la fortuna le fué ad- versa y tuvo que retirarse con su División á Matamoros, después de haberse expuesto mil veces, aun haciendo veces de soldado en las di- ferentes cargas que personalmente dio al enemigo, que por la superio- ridad de su artillería le desbarataron sus columnas, á cuya cabeza se le vio siempre, y los mismos enemigos confesaron su bizarría. Solici- tó que se le juzgara de resultas de esta desgracia, á fin de depurar su conducta, á lo que condescendió el Supremo Gobierno, y después de haberse retirado desde Matamoros hasta Linares, se le ordenó entre-

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. fíS

gar el mando de la División al Sr. General Don Francisco Mexia, lo cual ejecutó : después de algún tiempo y cuando sus males se lo per- mitieron vino á la capital para ser juzgado en consejo de guerra. En 10 de Diciembre de 1846 se le concedió la cruz de constancia de primera clase, conforme al tiempo que contaba de servicios. En la su- maria que se le formó por las acciones de guerra dadas en Palo Alto y la Resaca de Guerrero los días 8 y 9 de Mayo de 1846, y posterior eva- cuación de la ciudad de Matamoros, la Comandancia general del Dis- trito y Estado de México á quien consideró competente el Supremo Tribunal de la Guerra, de conformidad con el parecer del señor fiscal y consulta del sefíor auditor, declaró con fecha 27 de Mayo de 1848 no prestar mérito para su continuación y que en consecuencia se sobrese- yese en ella, publicándose para su justa vindicación conforme á Orde- nanza por la orden general del día, y á fin de que en todo tiempo le sirviera de constancia que por semejantes acciones en nada desmere- ció su buena reputación militar, justamente adquirida, cumpliendo en esa vez con lo que exigía en conciencia, su honor y obligaciones. El día 14 de Junio de 1848 prestó juramento como Secretario del Despa- cho de Guerra y Marina, y su firma fué dada á conocer por circular del Ministerio de Justicia y Negocios eclesiásticos, de la propia fecha. En esta comisión se portó con la mayor fidelidad, honradez y circunspec- ción ; sus constantes esfuerzos en el Gabinete y asiduas tareas en el despacho de los negocios del ramo, dieron por resultado la paz y tran- quilidad de la República, y muy positivos adelantos en la disciplina, orden y reforma del ejército. Por decreto de la Cámara de Diputados del Congreso general de 8 del mes de Enero de 1851, sancionado al día siguiente, fué declarado conforme á los artículos 84 y 85 de la Cons- titución Federal, Presidente Constitucional de la República, y el 15 del propio mes prestó el juramento correspondiente ante el Soberano Con- greso y tomó posesión." Hasta aquí la hoja de servicios formada el 30 de Enero de 1851. El 16 de Marzo de 1850 un decreto firmado por Don Juan Alvarez dio noticia al público de que el Congreso Constitu- yente del Estado de Guerrero, en atención á los grandes servicios pres- tados en favor de la independencia del Sur para que se elevase al rango de Estado Soberano, declaraba ciudadano suyo á Don Mariano Arista.

Como no escribo ni una historia ni una biografía de aquel hombre distinguido, paso por alto los sucesos relativos á su Presidencia, y sigo

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con los posteriores á su renuncia de la primera Magistratura fechada en 5 de Enero de 1853. Retirado en su hacienda de Nanac-amilpa, el

7 de Marzo escribiaá su fíel amigo Don Fernando Ramírez ''El

pretexto de que siempre se han valido contra mi Santa Annay los su- yos á falta de otros, es imputarme connivencias con los Estados Uni- dos. Las obras hablan. Yáfíez fué el primer ministro mío, Macedo el segundo, usted el tercero, y el último el mismo Yáflez: todos vieron mi conducta que fué decente. En mi Administración recibió hostilidad el Gobierno americano, y se agriaron á tal grado las relaciones que el rompimiento estaba cerca y serio, según todo su aspecto. ¿Qué'tiempo esperaba yo para obrar en favor de esas supuestas relaciones con el Norte? amigo, recuerde vd. la carta que dirigí á Wester,la que en- vié á Filmore en contestación á su amenazante aunque política carta, y jamás Santa Anna ni ninguno de esos que derraman el patriotismo, tendrán títulos más hermosos para hablar alto sobre ese particular co- mo los tenemos vd., el Sr. Yáflez, el Sr. Macedo y yo. El general Santa Anna vendrá en buena hora contra y contra todos los que fueron mis ministros; pero respetará á vd. porque todos lo respetan por su saber, y su dignidad, y valor civil. Es vd. mi apoderado y defiende como abogado y como hombre público á un hombre que es su amigo y su compaflero: así espero que vd. despreciando todos los chismes que son comunes, tome mi causa por suya, seguro de que jamás me he manchado con una infamia en mi gobierno, porque he tenido la deci- sión de que nadie ine haga bajar los ojos^ porque me sepa una aoeión indigna de un hombre que ocupó la primera Magistratura de México. Quiero me haga vd. favor de hacer una visita al Sr. Baranda y otra al Sr. Pacheco dándoles á conocer mi gratitud por su disposición en mi favor: mucho creo adelantado con esto y aliento la esperanza de que no saldré de mi país, cosa que para es peor que arrastrar una cade- na en un presidio. No cómo siendo vd. un hombre vivo y versado en conocer á los hombres, no me ha conocido. ¿Si resistiré á las ten-

taciones? ¿Si he quedado curado y escarmentado del puesto? Ay! ami- go! ¿Cree vd. que si ambición ó apego al mando tuviera, hubiera deja- do el poder cuando sólo había que tomarse el mando absoluto para salvarme en el caso de ser ambicioso? ¿Que si estoy resuelto á un plan que me propone? Me dice vd. que es necesario renunciar á toda rela- ción política. Eso está ejecutado con tal vigor que desde mi salida de la capital encargué á Gutiérrez que abriera mi correspondencia, y no

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me mandara aquí lo que de política hablara, contestando él en mi nom- bre á todos Me he aislado completamente resuelto á vivir en

esta hacienda por tanto tiempo cuanto sea necesario para que todo el mundo palpe que no amo el poder, y que mi deseo es concluir mis días tranquilo y lejos de la política. Me agrada el plan de vd. de dirigir al General Santa Anna una pregunta al llegar; pero esa pregunta debe te- ner un aspecto noble, pues prefíero la muerte á la humillación. Opino que vd. sea el que le escriba diciéndole que ha recibido poder mío y encargo para dirigirse á él en representación de mi persona, explicán- dole que yo estoy resuelto á no salir del país, que lo considero como una pena igual á la de presidio, que prefiero los calabozos, los casti- llos, y lo que se me depare; y aun la misma muerte. Que esa resolu- ción está apoyada en la Constitución que me prohibe salir del país un afio después de haber gobernado, y que estoy aquí para contestar de mi gobierno en el modo y forma que la ley fundamental quiere. Que si yo quisiera ser revolucionario, hubiera abrazado ese camino antes de descender del puesto, porque ni derrotas ni aflicciones irremediables me rodeaban al dejar la Presidencia. Que quiero vivir exento de la po- lítica, y que si hago esta promesa no es por humillación ni por pedir favor á mi enemigo que va al poder de que yo descendí, sino porque es mi voluntad y mi resolución fría y exentada de mi comodidad ó de mis intenciones posteriores. En fin, expresarle que yo no me he de humillar á nadie, y que espero lo que la suerte me tenga deparado. Es preciso que sepa vd. que sigo malo, y que el tumor del hueso que tengo en el carrillo derecho, no me deja dormir una noche sola, y que será segura mi muerte si no me pongo en cura. Supuesto todo lo ex- puesto, obre vd. en mi nombre, y quíteme vd. el tormento que no me deja, considerando que me creen un hombre semejante al imbécil que para atravesar un campo lleno de abrojos se quitara los zapatos para hacerlo mejor. Para ser revoltoso despojarse voluntariamente de la fuerza y de los medios de triunfar. '*

Antes de pasar adelante debo decir que con fecha 10 de Enero del mismo afio de 1853 se le expidió requisitado el despacho de retiro. Volvamos á su correspondencia, toda del mayor interés, y léase la si^ guíente carta dirigida á D. Manuel Gutiérrez y fechada en Nanao-amil- pa el 18 de Abril de 1853: "Mi querido y buen amigo. Contesto la grata de vd. de ayer que me puso en nombre de nuestro amigo el Sr. Escandón, instruyéndome de los términos y resultado de la conferen-

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cia que éste tuvo con el Sr. General Santa Anna respecto á mi perso- na.— A nadie mejor que á vd. puedo conferir el encargo de que sea intérprete de mis sentimientos puesto que le son tan conocidos, y co- mienzo por decirle que manifieste al buen amigo Escanden mi cordial agradecimiento por su oficiosidad en favor mío. Este rasgo de su cari- flo, por el fin noble que se propuso de asegurar la quietud en que vivo y es ahora mi único consuelo, jamás será olvidado por mí. Debo creer que Escanden asegurará al Sr. Santa Anna que estoy firmemente re- suelto á no tomar participio en nada que siquiera huela á política : á dedicarme al trabajo de mi Hacienda, y á desear de todas veras el asier- to de la administración pública. Escanden sabe todo esto perfectamen- te y pudo y podrá cada vez que se ofrezca esforzarse en el particular, sin el menor riesgo de compromiso, pagando un tributo á mi jus- ticia. Me dice vd. que el Sr. Santa Anna manifestó á Escanden que viene resuelto á no perseguirme ni perseguir á nadie, así como á no exceptuar á ninguno tampoco en la aplicación de la ley, siempre que haya motivo para usar del rigor de ella ; y una y otra cosa honran al que tal resolución tiene, porque es la que aconsejan la equidad y el bienestar de nuestra infeliz patria. La persecución injusta, además de ser un agravio á la razón y hasta á la humanidad, generalmente dafSa más al perseguidor que al perseguido ; al paso que la firme aplicación de la ley, sin distinción de personas, es la que puede asegurar el orden y los adelantamientos del país. Estamos pues absolutamente de acuer- do en estos principios, y en las doctrinas que de ellos emanan. Bajo tal concepto parece que nada tengo que temer, y precisamente por es- to, es decir, porque siempre he confiado en la rectitud de Santa Anna, no quise hacerle la ofensa de pedir mi pasaporte para fuera de la Re- pública, porque si tal hubiera hecho habría dado sobrado mérito, para que se tradujese mi comportamiento como una manifestación palma- ria de que tenia á Santa Anna por un inicuo ó mal caballero. Su re- solución á que aludo al principio de este párrafo, me agrada por justa y no podría comprenderme nunca. Quedo impuesto de que manifes- tó á Escandón su temor, favorable también á mí, de que los anarquis- tas tomen mi nombre por pretexto para promover algunos trastornos, dando mayor facilidad á las suposiciones de que yo fomentaría sus omi- nosos proyectos, el que esta Hacienda se halla á corta distancia de esa Capital, de la de Puebla y de otras poblaciones del Estado de México; juzgando por lo mismo el Sr. Santa Anna conveniente al orden y aun

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á mi persona, que me separe yo de ella, pidiendo mi cuartel para alg^ punto del Estado de Oaxaca. Me dice vd. que Escandón debía escri- birme para aconsejarme que tomase ese partido, y por lo mismo supli- co á vd. que trasmita á este amigo las reflexiones que paso á hacer. Prescindo por supuesto, de que en mi calidad de General retirado no podría señalárseme cuartel. Cuantas seguridades se quieran y cuan- tas quepan en la esfera de lo posible, estoy dispuesto á dar, y vd. lo sabe, acerca de mi intima aversión á las revoluciones ; de mi conven- cimiento de que ellas orillan al país á su ruina, y por consecuencia precisa, de que ni ahora ni nunca, ni directa ni indirectamente alen- tará ninguna mi voluntad que estuvo siempre fírme contra todas. En este sentido he estado escribiendo, aun desde la época de mi adminis- tración, á todas las personas con quienes llevé relaciones ; y ya vd. si puedo sin jactancia apelar al testimonio unánime de ellas. He he- cho más; he autorizado á vd. y á todos mis amigos para que aseguren al Gobierno que, á pesar de ser la expatriación una verdadera y grave pena para mí, me condenaría á ella espontáneamente en el momento mismo en que me persuadiera de que mi permanencia en la Repúbli- ca daba mérito para que algunos pretendieran alterar el orden; tendría la energía necesaria para dar á mis soñados partidarios el más paten- te desengaño, porque tengo bastante patriotismo y él me aconsejaría semejante conducta. Ahora bien, ni es probable que conociéndose mis ideas y firmes propósitos haya nadie que quiera valerse de mi nom- bre, ni es presumible que la Administración que va á establecerse, enérgica, con facultades omnímodas y sin trabas ningunas para efec- tuar la regeneración de la República, practicando las reformas por que todos claman, tenga algunos opositores, ni mucho menos opositores te- mibles. ; Ojalá me hubiera yo encontrado legalmente en tan próspero predicamento! Por lo demás, evitar que la calumnia me persiga y se apodere de mi nombre en verdad que raya en lo imposible; pero ni la razón ni la justicia del Gobierno deben hacer caso de la maledicencia, ni otra cosa aconseja la discreción que estar á la mira de mi compor- tamiento y guiarse en virtud de pruebas, despreciando las suposiciones gratuitas. Pero aun cuando concediéramos que se me implicase por la charla pública en cualesquiera conspiraciones, en mi sentir este pun- to que he escogido para pasar la vida, quieta y apartada de la sociedad, es mucho más á propósito para que se me observe. Desde que vine á la Hacienda, ni leo periódicos, ni recibo visitas, ni escribo cartas que

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no sean puramente de interés personal. Todos saben que en una ha- cienda pueden ocultarse mucho menos que en cualquiera población por pequefla que sea, la entrada y salida de los emisarios, y las conferen- cias ó reuniones de gentes sospechosas. La misma inmediación á la Capital, Puebla, etc., facilita la acción del Gobierno por una parte, así como por otra dificulta y hace más peligrosa la aproximación de los revolucionarios. Mi permanencia en la Hacienda es conveniente á mi salud, y necesaria para el arreglo de su administración, que sin mi asis- tencia estaba embrolladisima como á Escandón mismo le consta. Y habiendo yo dejado el poder por virtud de mi respeto á la legalidad, y para pasar á la condición de simple ciudadano, creo que en tanto que mi conducta no mérito para otra cosa, como estoy seguro que no lo dará, tengo derecho para esperar que se me deje tranquilo, asi como puedo exigir de mi buen amigo Escandón y de algunos otros, que in- terpongan su valimiento irabigando en este sentido, para que no se me obligue á sufrir los trastornos de un viaje, y los quebrantos que la se- paración del cuidado de mis intereses ocasionaría en ellos. Cuidado que es la única garantía de mis no pocos acreedores, entre quienes se cuenta Escandón. Pídale vd. que continúe sus buenos oficios hasta el logro de mi objeto, diciéndole que no le perdono que me escriba acer- ca del resultado. Me dice vd. también que el Sr. Santa Anna habló con calor á Escandón sobre el negocio infausto de Falconnet, y que es- te amigo tomó con vehemencia mi defensa. Nada era más natural, na- da más justo, y así me lo prometía yo no tanto de su amistad como de su justificación ; porque él mejor que nadie sabe que yo no tengo por qué avergonzarme en aquel negocio: vio la rectitud de mi manejo, que no tuvo otro origen que reconocer la justicia de los acreedores y librar al país de la fea nota de ingrato, tominero é inicuo. Supo mi empefio por que se acreditase al Gobierno que la suma íntegra de los dos y me- dio millones llegaba á su destino: palpó, en fin, la independencia y ca- ballerosidad con que yo me manejé en todo, sin querer siquiera pre- venir el juicio de mis amigos en la Cámara. Está bien que los perió- dicos, el odio y el espíritu de partido tergiversen los hechos y den á mis acciones el colorido que gusten; tal es el papel que les toca repre- sentar; pero á la razón y á la justicia el opuesto es el que les compete. Muy especialmonte vd. á Escandón las gracias porque haya tomado la defensa de mi honor ofendido, y ojalá que el Sr. Santa Anna que- dase desimpresionado de las suposiciones calumniosas del vulgo, por-

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que esto importa, más que á mi, á la honra de la nación á que todos servimos. Escríbame vd. cuanto antes, y que haga otro tanto Escan- den, para saber lo que debo hacer ó lo que debo esperar sobre el asun- to de esta carta, pues él deja con inexplicable inquietud á su afectísimo amigo y servidor que muy de veras lo estima."

Mucho más clara, enérgica é interesante es la siguiente carta de Aris- ta á Don Fernando Ramírez, fechada también el 18 de Abril; dice asi: *^ Supuesto el paso dado por Escanden y la disposición del Sr. Santa Anna, creo no vendría mal que vd. como mi apoderado se acercase á dicho señor, y le manifestase: Que lo mismo es ir á Oaxaca que sa- lir de la República, pues lejos de mis intereses y de mi ocupación ac- tiva, la pena sería igual para que la de presidio: Que obrando el Sr. Santa Anna con justicia no tendrá que temer de mí, pues debe re- ñexionar que jamás me ha visto á la cabeza de una revolución, desde el aflo de 33 á la fecha, pues mi ánimo es decidido en contra de moti- nes, que si los amara no hubiera abandonado el poder para meterme á conspirador de pacotilla: En fin, que soy general retirado, y que por la ley puedo vivir en donde me convenga, no estando al arbitrio legal del Gobierno señalarme residencia:— ^jue hacerlo sería quebrantar su propósito de no perseguir á los que dice sus enemigos. Por otra par- te, el Estado de Oaxaca es el más propenso á revueltas, y no sería mi permanencia allí sino una alarma de su Gobierno. Que, bien mira- do, donde quiera que me ponga tendrá chismes contra mí, inventados para vengarse de por mis ruines enemigos. Que cerca del Gobier- no general como estoy puede vigilarme, y yo mismo seré el que des- engañe á los que invoquen mi nombre, saliendo del país el día en que en algún punto se invocara á mano armada. ^En fin, que yo, seguro de mi justicia, aguardo lo que la suerte me depare; no moviéndome de mi casa sino cuando la violencia me arranque de ella, con notoria in- justicia, y faltando á lo que ha ofrecido el general Santa Anna á la na- ción en su alocución en Veracruz el 2 de Abril, " que no viene á ven- gar antiguas agravios^ etc,'' Sobre todo, el general Santa Anna sabe que soy fuerte y que lo que venga sobre lo sabré sufrir sin faltar á mi propósito de odiar las revueltas; y que si él es todavía mi enemigo, lo sea como lo son los caballeros, y vengue él los agravios si los tiene, y no deje á la mano del Poder público que caiga sobre el que en lo privado crea que le ha ofendido. Resuelto á todo queda su amigo, que desprecia todo lo que le dicen sobre amenazas y seguridades, pues las

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tfi REVISTA NAaONAL.

licencia, y si no finiese, se va siempre; vd. compondrá esto. Contes- to su nota al Gobierno como verá vd. en la copia que le acompaño, que si conviene se publicará, según vd. lo graduará. Me escribirá vd. y todos los amigos á Londres, dirigidas sus cartas por la primera vez á la Legación: después diré á vd. á dónde. Ni un centavo han dado pa- ra la marcha mía, de parte del Gobierno. Salir á las cuatro horas or- denando que si no alcanzaba el Paquete, quedara preso en Ulúa. Esto es lo que dan los cobardes que mi nombre los aterra. Escriba vd. sin comprometerse, por Dios, pues lo amo á vd. mucho. En llegando á Ye- racruz pondré á vd. dos palabras, á ver si dan algún dinero. Reflexio- ne vd. que en cuatro horas me hicieron salir: que lo sepa la nación y que se publiquen estas contestaciones. La verdad sin declamaciones será lo mejor."

He aquí, ahora, la respuesta, ya conocida, al oficio del Ministro de la Guerra: *Txmo. Señor: El Sr. Coronel Andrade me entregó á las nueve de la mañana del día 30 del pasado Abril, en mi hacienda de Nanac-amilpa, la nota de V.E. de 27 del mismo; á la una de la tarde ya me hallaba en camino con dirección á este puerto, según se me exi- gió. Acabo de llegar y me embarcaré desde luego para salir hoy mis- mo de la República. No concibo en qué ó por qué pueda ser obstácu- lo para salvar la tranquilidad y el orden público mi permanencia en el pais, cuando por mi voluntad he dejado la primera Magistratura, re- nunciándola ante las Augustas Cámaras por no verme en el caso de faltar á la Constitución. Se ejerce conmigo un acto arbitrario. Sin delito alguno se me impone una pena cruel, desconocida en nuestras leyes, con el solo fin de tranquilizar á los que gobiernan en la actuali- dad, por consecuencia de una revolución que no se comprende todavía á causa de sus extraños resultados. Yo debo protestar y protesto so- lemnemente por semejaute acto de tiranía; y demandaré como ciuda- dano mexicano que soy, la reparación debida por los daños y perjuicios que se me infieren. Dios y Libertad. Veracruz, Mayo 5 de 1853. Mariano Arista, E. S. Ministro de Guerra y Marina. México."

Quédanos para el próximo artículo la inserción de documentos rela- tivos á la estancia y fallecimiento de Don Mariano Arista en Europa. De su importancia é interés mis lectores juzgarán.

Enrique de Olavarría y Ferrari.

D. MIGUEL CABRERA. tt5

D. MIGUEL CABRERA,

(N0TICU8 BIOGRÁFICAS.)

Escasas son las noticias que hasta ahora han proporcionado los bió- grafos, sobre D. Miguel Cabrera, el más fecundo y distinguido de los artistas mexicanos del siglo XVIII.

Más afortunados nosotros, aunque no del todo, vamos á ofrecer al lector en el presente articulo, los datos que por nuestra parte hemos reunido, datos que nos comunicaron nuestros estimables y eruditos amigos, los Sres. D. José María de Agreda y D. Manuel Martínez Gra- cida.

Hasta hoy, ignorábase el lugar y la fecha en que nació Cabrera. Unos lo hacían natural de San Miguel el Grande, Estado de Guanajuato, fun- dándose]en una tradición verbal que alcanzó en sus mocedades D. Ber- nardo Couto, y otros, en vista también de otra tradición, afírmaban qué era natural de Tlalixtac, Estado de Oaxaca, é indio zapoteco de raza pura.

En efecto, en dicho pud)lo existe una partida de bautismo ^ de un D.Miguel Cabrera, pero que indudablemente fué homónimo de nues- tro insigne artista.

A nuestro juicio, Miguel Galnrera, el pintor, no nació en San Miguel el Grande, ni en Tlalixtac, sino en la ciudad de Antequera (hoy de Oaxaca), pues asf lo dijo él mismo, en las siguientes palabras de su testamento :

'' En el Nombre de Dios Nuestro Señor todo Poderoso. Amén. Sea notorio á los que el presente vieren, como Yo D. Miguel Cabrera, Pro- fesor del Noble Arte de la Pintura, Natural de la ciudad de Anteque- ra EN EL Valle de Oaxaca, Vecino de esta corte de México, etc "

Y lo confirma su verdadera fe de bautismo que asi dice :

''En la ciudad de Antequera, en veinte y siete de Febrero de mil y seis- cientos y noventa y cinco años; Baptisé, puse óleo y chrisma á Miguel,

1 " £n caatro de Octubre de noyenta y ocho aflos, baatlcd, pose óleo 7 crisma A Miguel hijo de Domingo Cabrera y Julia S. Pablo. Fueron compadres Marcos de Zarate y Andrea de ZArate.— Fr. Diego de Haro. " (Libro de Bautismos marcado con el núm. 2, que comienza el 7 de Mayo de 1678 y concluye el 4 de Octubre de 1715. La partida se encuentra asentada en el año de 1606. )

4M REVISTA NACIONAU

hijo de padres no conocidos : fueron padrinos Gregorio de Cabrera y Juana de Reina. Y para constancia lo firmé. JuandeGuzmán." (Li* bro núm. 4, pág. 224, partida de bautismo sin número.)

Asi pues, no se sabe quienes fueron sus padres ; pero que hizo en su ciudad natal los primeros estudios en el noble arte, y que recibió una esmerada educación.

Desde muy joven comenzó Cabrera á pintar, pues á la edad de vein- ticuairo años en que se trasladó á México, sin duda con el objeto de dar mayor vuelo y perfeccionamiento á sus estudios, ya había dejado en la Catedral de Oaxaca un Apostolado, otro en Teococuilco ; en Anal- co y otros templos varios cuadros, y muchas pinturas en poder de par- ticulares.

Vino, pues, á México el afio de 1719, y en 1740, según parece, con- trajo matrimonio con Dofía Ana María Solano y Herrera, en la que tuvo varios hijos, de los cuales vivían 7 cuando murió ; cinco mujeres y dos varones, á saber: Dofia María de la Luz, que casó con Don Pe- dro Lucas de Quintana; Dofia María de Jesús, que al morir su padre tenía 22 afios de edad ; Dofia María Gertrudis de 14; Dofia María Lui- sa de 13, que entró á un convento, pero que no profesó por enferme- dad ; D. Bernardo Joachín de 10 y D. Joseph Rafael de 7 á 8 afios. Otra de sus hijas fué monja del Convento de Capuchinas de México, donde vivió y murió.

Pronto el genio de Cabrera, como artista, se dio á conocer, al grado que el Arzobispo D. Manuel Rubio y Salinas, le nombró su pintor de cámara, y á este respecto refiere el P. Gay, ^ una curiosa anécdota, que de ser cierta, prueba el valor dte Cabrera y la convicción que tenía de su mérito, pues como se verá, tuvo el atrevimiento de tocar una obra de cierto pintor y de cambiar el asunto de uno de sus cuadros, de un modo que podía haberíe costado caro en aquellos tiempos. Hela aquí:

"Simulando dice que ignoraba el arle de Apeles, pidió á un exce- lente pintor que por entonces tenía de encargo un cenáculo, que lo en- sefiase. Recibido como aprendiz, se empleó por algunos días en moler colores. Concluido el cenáculo, el maestro pasó personalmente á dar aviso al lllmo. Sr. Arzobispo D. José Manuel Rubio y Salinas, á quien el cuadro debía pertenecer en lo sucesivo. El tiempo empleado por el pintor en ir de su casa al Arzobispado, fué suficiente á Cabrera para

1 Historia de Oaxaca^ tomo II, cap. XII, nota á la pág. 293.

D. MIGUEL CABRERA. 487

desfigurar el hermoso cenáculo, haciendo empufiar á San Pedro un agudo pufial y mudando de un modo semejante la expresión y actitud de los otros apóstoles. Inútil es decir cuan sorprendido quedó el maes- tro al contemplar tan lastimosamente transformado el cuadro que sin defecto había salido de su inspirado pincel. Sospechó que Cabrera fue- se el autor de aquel trastorno y lo denunció como culpable al sefior Arzobispo, quien descubriendo en los toques atrevidos pero maestros del aprendiz la obra del genio, se declaró su protector.*'

No sólo gozó de esta protección Cabrera; todos á porfía se disputaron sus pinturas: la '^Universidad, las comunidades religiosas, los templos, los establecimientos públicos, y principalmente los jesuítas/* '^Cabre- ra dice el Sr. Couto fué el pintor de la Compañía, y entre el artista y aquella sabia Corporación mediaron las relaciones más estrechas. Las casas de los jesuítas estaban llenas de cuadros suyos. Por último, sus mismos compañeros de profesión, ¡cosa notable entre gentes de un oficio! aceptaron llanamente el principado que el voto público le con* cedía en el arte."

El año de 1753, se concibió el proyecto de fundar una Aeademiade la muy noble é inmemorial arte de la Pinturay á semejanza de la que por entonces se había establecido en Blspaña. Esta Academia constaba de un Presidente, seis Directores, un Maestro de matemáticas, un Se- cretario y un Tesorero.

Cabrera fué nombrado Presidente perpetuo, es decir, se le dio el car- go {NÍncipal, y esta distinción de que fué objeto, demuestra la alta es* tima en que siempre se le tuvo.

Como escritor se dio á conocer también^ publicando un opúsculo in- titulado:

Maravilla Americana || Y Conjunto || De Raras Maravillas, || Ob- servadas II Con la dirección de las Reglas de el Arte || de la Pintu- ra II En La Prodigiosa Imagen || De Nuestra S'^* De Guadalupe || De México || Por Don Miguel Cabrera, || Pintor || De El III**^- S*- D. Manuel || Joseph Rubio, Y Saunas || Dignísimo Arzobispo de México, y de el Consejo de su Majestad, etc., || A Quien Se La Consagra. || Con Licencia: | | En México en la Imprenta del Real, y más Antiguo Co- 1 1 legio de San Ildefonso. || Año de 1756.

En 4?, conteniendo ocho hojas preliminares con la dedicatoria, apro- baciones, licencia y protesta del autor; 30 páginas de texto, y al fin tres hojas sin foliar, con los pareceres de los pintores D. Josef de Ibarra, D.

«8 REVXHTA NACIONAL.

Maunel Osorio, D. Juan Patricio Morleie, D. Antonio Vallejo, D. Josef de Alcibar y D. Ventura Arnaez.

Fué reimpresa en Madrid, el afto de 1785, en el tomo I, pág. 613, de los Opúsculos Ouadalupanos,

Motivó la publicación de este escrito, el que el Abad y Cabildo de la Colegiata reunieron, en 80 de Abril de 1751, á los más celebrados pin- tores, para que examinasen el lienzo de la Vii^n de Guadalupe y emi- tiesen sobre ella su juicio.

Cabrera, que fué uno de los designados, opinó que la pintura em- pleada en el colorido, era de "cuatro modos: al óleo, al temple, al agua- zo y labrada al temple," y que "mano más que humana fué la que ejecutó en este lienzo las cuatro especies dichas, tan disímbolas. "

Hay quien crea que, en el opúsculo, los jesuítas " le habían llevado la pluma" á Cabrera, pues dudaban que lo hubiese escrito, y el Dr. Bartolache da á entender, que la imagen fué examinada "más con los ojos de la devoción que con los del arte."

Sea de esto lo que fuere, el mismo Bartolache elogia la obrita de Cabrera, en estos términos:

" Demasiado fué que un hombre lego y sin otros estudios que los honrados domésticos del caballete y la paleta, acertase á componer un opúsculo en que unió la precisión con la claridad, instruyendo y delei- tando." '

El año de 1768, habiendo caído enfermo en cama, consideró Cabre- ra que el ñn de su existencia se aproximaba, pues el 14 de Abril otor- gó testamento ante el notario Don Mariano Buenaventura de Arroyo. Nombró albacea á su esposa, Dofia Ana María Solano y Herrera, en su defecto á Don Pedro Lucas de Quintana, y herederos á sus hijos. Bien poco legó, porque una casa que poseía en la calle del Puente Que- brado, la tenía hipotecada en dos mil pesos á su citado yerno D. Pe- dro. *

Cabrera murió, pues, pobre, á pesar de haber pintado muchísimo ; pobre, como mueren generalmente los literatos y los artistas en Mé- xico.

Su partida de defunción, que existe en el Sagrario de esta Capital, es la que sigue:

1 Manifiesto scUi^actorio, Parte 1?, núm. 17.

2 El testamento de Cabrera, del que hemos sacado no pocas n otlclas para este articulo, se encuentra en el protocolo del Ayuntamiento.

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"Don Miguel Cabrera. En diez y seys de Mayo del año del Sefior de mil setecientos sesenta y ocho murió Don Miguel Cabrera, casado con D* Ana Solano, recibió los santos sacramentos. Vivía en la calle de Santa Theresa. Se enterró en la Iglesia de Santa Inés donde estu- vo su cuerpo con licencia del Illmo. Sr. Arzobispo. Pereda."

£1 cadáver de Cabrera fué sepultado al pie del altar de los pintores, que había en Santa Inés, é ignoramos si todavía se conservan allí sus restos.

Formar un catálogo completo de los cuadros de Cabrera, sería em- presa ardua, y más que ardua casi imposible, como dijo Couto ; pues son incontables las pinturas que dejó en los claustros de los conventos, en los templos, en los colegios, y en poder de particulares.

Vamos sin embargo á enumerar, para que se tenga una idea de lo fecundo de su pincel, aquellas de que hemos podido tener noticia.

En el claustro de la Profesa: la Vida de San Ignacio que constaba de 32 cuadros, y en la portería, varios que representaban al Hombre degenerado por el pecado mortal y regenerado por la religión y la vir- tud. En uno de los cuadros, de la vida de San Ignacio, se retrató el mismo Cabrera dentro de una cárcel.

En el claustro de Santo Domingo: la Vida de éste, en iguales con« diciones que la de San Ignacio.

En la sacristía de San Agustín: tres grandes cuadros representando sucesivamente una PláHca entre Santa Mónica y San Agustín; á San Poeidio contemplando el cadáver de San Agustín, en los momentos en que un ángel le sacaba el corazón, y al mismo San Agustín elevándose á los cielos y arrojando plumas á los doctores de la Iglesia para que difundiesen su doctrina. En el claustro del Convento existía la Vida de San Agustín, ohrsL también de Cabrera.

En el templo de Santa Inés, y en el altar de los pintores donde fué sepultado Cabrera, cuatro óvalos representando pasajes de la Pasión del Redentor.

En San Francisco, en la parte exterior de la puerta del costado, de la iglesia principal, el Tránsito de San Francisco, y dentro de la Capilla de Balvanera, cuatro óvalos: la Virgen como reina de los patriarcas, de los profetas, de los mártires, y de las vírgenes. Además en la misma Ca- pilla, debajo de su coro, una copia de la invención de la imagen. Nues- tra Señora de Balvanera de España,

En el templo de la Santísima, un San Homobono.

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En el Colegio de San Ildefonso, en la escalera principal, donde está ahora un fresco de Cordero, existía un San José cubriendo con su man- to á los jesuítas, y en el paso del Colegio grande al chico, junto á la puerta de la antigua biblioteca, un Calvario también con los jesuítas.

En la Academia Nacional, La ApoccUlpsia, La regtUueión de San Jaséf San Bernardo^ San Anselmo, y Nuestra Señora de la Merced.

En el Museo, el retrato del primer conde de Revillagigedo que for* ma parte de la galería de los Virreyes de México, el del Dr. D. José Antonio Flores, Obispo de Nicaragua, firmado en 1757, y el de D. Ma- nuel Ignacio Beye Cisneros y Quijano, rector de la Universidad y fun- dador en ella de la primera biblioteca pública que hubo en México.

En poder de particulares existen en México muchas pinturas de Ca- brera. El Sr. D. Manuel Rincón, posee una virgen de Guadalupe y otra D. Francisco Alcántara, y en casa de nuestro fíno amigo el Sr. Agreda hemos visto un precioso San Juan Nepomuceno, y el retrato del sabio jesuíta mexicano, Nicolás Segura, que fué estrangulado en su celda de la Profesa, por un lego, una noche del mes de Marzo de 1743. Fué propiedad del Lie. D. Modesto Olaguíbel, "un precioso escudo de mon- ja en lámina de cobre pequefio y circular, y fírmado en 1749, perfecta- mente acabado y de belleza sin igual todas las figuras." ^

Fuera de México existen multitud de pinturas de Cabrera. En Te- pozotlán, El Salvador Besucitado y un San José cubriendo con su man- to á los jesuítas. En Querétaro, en la iglesia de la Congregación, una Virgen de Guadalupe; en el Instituto una Virgen de la Luz, y otra en el altar del templo de la Cruz; en el de Santa Rosa, varios lienzos de la vida de San José, y en la misma iglesia junto á la puerta, el re- trato del famoso capitán de la Acordada, 2>. Miguel Vel&zquet Lorea. En San Luis Potosí, en la Catedral, una Trinidfid, y en San Francis- co, una Santa Bosalia, tres cuadros de la Vida de San Antonio, y va- rios de la de Sarda Clara, En Morelia, un retrato de Don Juan de Palafox y Mendoza en la iglesia del Carmen. En Puebla, en la Cate- dral, un Via-'Crucis, que consta de catorce óvalos de dos varas de altu- ra, cada uno, y en el crucero, pasajes de la vida de San Felipe Neri, pintados en uno de los muros. En Oaxaca, ya hemos hecho mención, de un Apostolado en la Catedral, otro en Teococuilco, y algunos cua- dros en Analco. Finalmente, dice el Sr. Orozco y Berra "lo que re-

1 Diccionario Universal de Historia y OeografUu México, 1853-1856.— Artículo: Oor brera Miguel^ escrito por D. Manuel Orozco y Berra.

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D. MIGUEL CABRERA. 481

putan mejor los inteligentes, es lo pintado en la sacristía de la iglesia de Tasco, donde se encuentra una vida de la Virgen Santísima, dis* tinguiéndose todavía, entre aquellos cuadros el del Nacimiento, por la contraposición de luces y la frescura del colorido."

Respecto al mérito de las obras de Cabrera, reproduciremos los jui* cios de personas competentes en el asunto, como lo son, á no dudarlo, los Sres. D. Rafael Lucio, D. Bernardo Couto, D. Genaro Ruz de Cea, y el viajero Beltrami.

Dice el sabio Dr. Lucio:

''He visto cuadros de él de 1750, 59, 60, 65, 67, etc.: pintor fecun- dísimo, de mucha imaginación; produjo las colecdones más vastas que se han hecho en México; muchos claustros de la capital y de fuera de ella han sido pintados por él; hada cuadros grandes y pequeños, en lámina, en' tabla y en lienzo; fírmaba frecuentemente sus cuadros; no se le puede juzgar indistintamente por cualquiera de sus obras, pues le ayudaban en ellas muchos pintores de un mérito inferior al suyo. No hay exageración en decir que sus obras pueden contarse por centena- res. Su estilo caracteriza el de su época: en lo general su manejo era suelto, ligero y fácil, sus pinturas poco pastosas y no muy concluidas; su color tiene algún brillo y poca solidez; muy superior en el dibujo y en la expresión de las cabezas, dibujadas más correctamente que las manos (aunque el mal dibujo de las manos es casi general en to« dos los pintores mexicanos de los siglos pasados). Cabrera tomó mucho, en la parte de la composición, de las antiguas pinturas es* pafiolas que había en México, pero conservando su colorido propio y su manejo de pincel: aun en las copias que hizo, como en la de la Vir« gen del coro de Catedral, conservó su manera habitual. Tomó mucho de estampas, pero no todas sus composiciones se limitan á reproducir obras ajenas: algunas veces ejecutó sus propias invenciones con acierto y belleza: algunas de sus obras son estimables, y aunque tiene defectos, puede reputarse el mejor artista del siglo XVIII." ^

Ahora, aquí lo que dice Couto:

''Cabrera es en México la personificación del grande artista, del pin* tor por excelencia; y un siglo después de muerto conserva intacta la supremacía que supo merecer, y que nadie, á lo que entiendo, le dis- putó en vida.

1 Besefla histórica de la Pintara Mexicana, en los siglos XVII y XVIII.— Mézt. co, Ofloina tlpogr&flea de la Seoretarí^ de Fomento, 18W.— Pág. 16.

402 REVIBTA XACIONAL.

f *

'Tiene tan buenos títulos para mantenerla! Lo primero que siem- pre ha llamado la atención en él, es una fecundidad sin ejemplo. For- mar la lista de sus obras seria cosa imposible, porque materialmente llenó de ellas el remo, y no sólo las hay en todas las grandes pobla- ciones, sino que suele encontrárselas hasta en las pequefias, y aun en el campo. Esta fecundidad no provenía únicamente de lozanía de ima- ginación, sino de una facilidad y soltura de ejecución, que hoy no po- demos concebir. Entre sus obras clásicas, ocupa señalado lugar la vi- da de San Ignacio, que dejaron los jesuitas en los corredores bajos del primer patio de su casa profesa.

Son 32 cuadros al óleo, cada uno con muchas ñguras, casi todas del tamaño natural, trabajadas con esmero y bien concluidas. Yo me que- dé admirado cuando leí en los cuadros mismos que la obra se había empezado el día 7 de Junio de 1756, y se habia terminado en 27 de Julio de 57; es decir, en menos de 14 meses, tiempo que apenas bas- taría hoy á un artista ejercitado para pintar tres ó cuatro de aquellos lienzos. Pero mi admiración subió de punto, cuando hallé que la vida de Santo Domingo, que hay en los claustros de su convento, de igua- les condiciones que la de San Ignacio, filé trabajada en el mismo año 1756. Justamente se celebra que Vicente Garducho hubiese cumplido el contrato que en 1626 hizo con el prior de la Cartuja del Paular, com- prometiéndose á pintar en cuatro años cincuenta y cinco cuadros de la vida de San Bruno y de sucesos de la Orden, es decir, á rasón de 14 cuadros por año. ¿Qué hombre era, pues, Cabrera, que podía dar cima á empresas cuatro veces más laboriosas que aquella? Es necesario ver sus dos colecciones para apreciar todo lo que en ellas tuvo que hacer. Paréceme que nuestro artista pintaba cuadros, como en el siglo ante- rior Lope de Vega componía comedias.''

*' El dibujo, prosigue el Sr. Couto, aunque no puede decirse total- mente correcto, sin embargo, saca ventaja al de los más de los pinto- res mexicanos. El colorido en general es de la escuela de Rodríguez» pero sin la exageración en que otros cayeron. Por lo que mira á la in- vención, si bien algunas veces se le ve apelar á alegorías y aun al mez- quino medio de letreros que salen de las bocas de los personajes, en lo general escoge con juicio sus argumentos, y sabe componerlos con habilidad. Sus figuras están bien distribuidas en cada lienzo, y bien agrupadas donde conviene. El carácter que más resalta en él es la sua*

D. MIQUEL CABRERA. 408

vidad, la morbidez, y cierto ambiente general de belleza que se derra« ma en todo lo que hace. No tenia sin duda la buena escuela, ni el acendrado gusto de Baltasar de Echave el viejo, y ciertamente carecía del vigor que distingue á Sebastián de Arteaga en alguna de sus obras; pero no qué magia hay en Cabrera, que siempre se le con placer, siempre gusta. Una de las cosas en que más sobresale, es en las cabe- zas, que casi todas son bellas " ^

Don Genaro Ruz de Cea decia de Cabrera en 1862 :

" El pintor mexicano dejó como un rico reguero de obras maestras en México, en Puebla, en Toluca y Guadalajara. La fecundidad de su pincel, comparable á la de Lope de Vega en sus numerosos dramas, iba á la par con la variedad de su estilo. Sombrío á veces como Tur- barón y Rivera, á veces tierno á la manera de Murillo, según los asun- tos que trataba; en la vida de San Ignacio, de Santo Domingo, en la pasión de Cristo, apacible como el Guido, y aun como Carlos Dolce, cuando pintaba la vida de la Virgen y su sublime Bambino. Cabrera es tanto más admirable, cuanto que, sin haber salido de su patria y sin más guía que los modelos que le iban de España, é inspirado déla be- lla naturaleza mexicana, nos ofrece en su obra múltiple, la síntesis del realismo elegante, del ideal religioso y del encanto antiguo, cuya últi- ma expresión son Vinci, Rafael, el Ticiano, y á veces el Correggio y Andrés del Sarto " ^

Y por último, el extranjero Beltrami, juzga al gran artista mexicano de este modo :

"Algunas pinturas de Cabrera se llamaron maravillas america- nas, y todas fueron de un mérito relevante. La vida de Santo Domin- go pintada por él en el claustro de este nombre; la vida de San Igna- cio y la historia del corazón del hombre degradado por el pecado mor- tal y regenerado por la religión y la virtud, en el claustro de la Profesa, ofrecen dos galerías que en nada ceden á las del claustro de Santa Ma- ría la Nueva en Florencia y al camposanto de Pisa. Me aventuro tal vez demasiado diciendo que Cabrera, en estos dos claustros, vale lo que todos los artistas juntos que han pintado las dos galerías magnífi- cas italianas. Cabrera tiene los contomos de Correggio, lo animado de

1 Diálogo sobre la historia de la Pintara en México, por Bernardo Oonto.'-r Mé> xlco— Oflcina tipog^ráflca de la Secretaría de Fomento.— 1880, págs. 59 y 01.

2 Biogra/iaa de Mexicanos Distinguidos, por Francisco Sosa.— EdiciOn de la Se- cretaría de Fomento.— 1881.— Pttg. 178.

íH AflVIBTA NACÍOXAU

Dominguillo, lo poético de Morillo. Sus episodios, como los Angeles, etc., tienen una beldad rara. En mi concepto, es un gran pintor. Fué, además, arquitecto y escultor en madera: en fin, el Miguel Ángel de México. "

Luis González Obregón.

VIRREINAS DE NUEVA ESPAÑA.

Los nombres, títulos y honores de los virreyes de la Nueva España son bien conocidos'; pero no así los de las consortes de esos altos fun- cionarios ; y aunque es cierto que no todas fueron virreinas, muchas gozaron esa preeminencia. La siguiente lista, aunque incompleta, con- tiene los nombres de la mayoría de esas damas, incluyendo las dos es- posas del conquistador Don Hernando Cortés.

Dofía Cathalina Xuarez, hija de Diego Xuarez Pacheco, hijodalgo » de la casa de Niebla, y de María de Marcayda.

Doña Juana Ramírez de Arellano, hija del 2*? conde de Aguilary de Doña Juana de Zúñiga.

Doña Catharina de Vargas, hija de Don Francisco de Vargas, esposa de Don Antonio de Mendoza.

Doña Anna de Castilla y Mendoza, hija de Don Diego de Castilla, se- ñor de Gor, mujer de Don Luis de Velasco, señor de Salinas.

Doña Leonor de Vico, de la casa de los Caraccioli, 2 desposa de Don Gastón de Peralta, tercer marqués de Falces.

Doña María Manrique, hija del marqués de Aguilar, esposa de Don Martín Henriquez de Almanza.

Doña Catharina de la Cerda, hija del 2" duque de Medina Coeli, es- posa de Don Lorenzo Suárez de Mendoza, 4? conde de la Coruña.

Doña Blanca de Velasco, hija del 4*^ conde de Nieva, esposa de Don Alvaro Manrique de Zúñiga, marqués de Villa Manrique.

Doña María de Yrcio y Mendoza, [hija del capitán Martín de Yrcio,

VIRREINAS DE NUEVA ESPAÑA. iSS

conquistador, Encomendero de Tepeaca, y de Doña María de Mendo- za, esposa de Don Luis de Velasco, primer marqués de Salinas del Rio Pisuerga.

Doña Inés de Velasco y Aragón, hija de Don Iñigo, condestable de Castilla, duque de Frías, esposa de Don Gaspar de Zúfiiga y Acebedo, 5*^ conde de Monterrey. ^

Doña Ana Mesia Gonsalvi, 3* marquesa de la Guardia, 1* esposa de Don Juan de Mendoza y Luna, tercer marqués de Montes Claros.

Doña Luisa Antonia Portocarrero, viuda del 4*^ marqués de la Guar- dia, 2! esposa de Don Juan de Mendoza y Luna.

Doña Ana María Riederer de Paar, austriaca, dama de la reina Do- ña Margarita, esposa de Don Diego Fernandez de Córdoba, 11 *? señor y primer marqués de Cuadalcázar. Era hija de Don Juan Jorge Rie- derer y de Doña María Ysabel Adorno de Amerín.

Doña Leonor de Portugal, viuda del conde de Jelves, 1^ esposa de Don Diego Carrillo Mendoza y Pimentel.

Doña Francisca de la Cueva, hija del 6" duque de Alburquerque, esposa de Don Rodrigo Pacheco Osorío, tercer marqués de Cerralvo.

Doña Luisa Bernarda de Cabrera y Bobadilla, hija del marqués de Moya, 1 * esposa de Don Diego López Pacheco, 7 *? duque de Escalona. Doña Juana de Zúñiga, hija del 8 **- duque de Béjar, 2 ! esposa de Don Diego López Pacheco.

Doña Antonia de Acuña y Guzmán, esposa de Don García Sarmien- to, conde de Salvatierra.

Doña Hipólita de Cardona, esposa de Don Luis Henríquez de Guz- mán, conde de Alba de Aliste.

Doña Juana Francisca de Rivera y Armendáriz, marquesa de Cade- reyta, condesa de la Torre, camarera mayor déla Reina, esposa de Don Francisco Fernández de la Cueva, 8^ duque de Alburquerque.

Doña María*] Ysabel de Ley va, 2 f condesa de Baños, marquesa de Leyva, hija del conde de Baños, esposa de Don Juan de la Cerda, 5*? marqués de Ladrada y de Leyva.

Doña Leonor María de Carretto, hija del marqués de Carretto, espo- sa de Don Sebastián de Toledo, 2 ? marqués de Mancera.

Doña María Luisa Gonzaga, hija de Don Vespasiano Gonzaga y de Doña María Luisa Manrique, esposa de Don Tomás Antonio Manrique de La Cerda, marqués de la Lagima, conde de Paredes. Doña Antonia Jiménez de Urrea, Clavero y Sessé, hija de los seño-

496 REVI8TA NACIONAL.

res de Barbeder, condes de Aranda, esposa de Don Melchor Portoca- rrero Lasso de la Vega, conde de la Monclova, alias Brazo de Plata.

Doña Maria de Atocha Giizmán, hija de Don Luis Ponce de León, If esposa de Don Gaspar de la Cerda, 8" conde de Galve.

Doña Elvira Maria de Toledo, hija de Federico, marqués de Villa- franca, 2 * esposa de Don Gaspar de La Cerda,

Doña Maria Andrea de Guzmán y Manrique, de la casa de los du- ques de Sesa, esposa de Don José Sarmiento Valladares, conde viudo de Montezuma, después primer duque de Atrisco.

Doña Juana de La Cerda, hija del duque de Medina Coeli, esposa de Don Francisco Fernández de la Cueva Enriquez, duque de Alburquer- que, marqués de Cuellar.

Doña Mariana de Castro y Sylva, hija del marqués de Guvea, espo- sa de Don Fernando de Aiencastre, duque de Linares.

Doña Antonia Padilla, esposa de Don Juan Francisco Güemes y Hor- casitas.

Doña Luisa Maria del Rosario y Ahumada, esposa de Don Agustín de Ahumada y Villalón, marqués délas Amarillas.

Doña María Josefa de Acuña Vázquez Coronado, esposa de Don Joa- chin de Monserrat, marqués de Cruillas.

Doña María Josefa Valcárcel, esposa de Don Martín de Mayorga.

Doña Felicitas Saint Maxent, natural de Nueva Orleans, esposa de Don Bernardo de Gálvez, conde de Gálvez.

Doña Juana María Pereyra, esposa de Don Manuel Antonio Florez.

Doña María Antonia Godoy, hermana del Príncipe de la Paz, esposa de Don Manuel de la Grúa, marqués de Branciforte.

Doña María Josefa Alegría, condesa viuda de Contramina, esposa de Don Miguel Josef de Azanza.

Doña María Ynés de Jáuregui y Arístegui, esposa de Don José de Yturrigaray.

Doña María Rosa Gastón, esposa de Don Juan Ruiz de Apodaca, con- de de El Yenadito.

Doña Francisca de la Gándara, esposa de Don Félix María Calleja del Rey, Conde de Calderón.

Doña Josefa Sánchez Barriga, esposa de Don Juan O'Donojú.

Ángel NüSez Ortega.

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 497

DATOS

PARA LA biografía DE D. MARUNO ARISTA.

IV

La digna y decorosa respuesta de Arista á la orden para su destierro excitó contra él el odio ciego de sus enemigos, y dio origen á la circular siguiente que marca el paso por Londres del general expulsado : "Lon- dres, Julio 28 de 1853. Constantes mis enemigos políticos en su co- nocida mania de atribuirme los mayores crímenes para hacerme apa- recer ante mis compatriotas como un monstruo aborrecible, han inven- tado y me atribuyen un ofício en que me declaro abierta y descarada- mente en favor de la anexación de nuestra Patria á los Estados Unidos. En medio de esta desgracia tengo el consuelo de observar que han cargado de tan negros tintes su falsificación, que ninguna persona de mediana crítica podrá darle crédito, y acaso ni aun la gente más vul- gar. Yo debo, no obstante, hacer los mayores esfuerzos para denunciar y desmentir semejante hecho ante mis compatriotas, advirtiéndoles tam- bién de que quizás no será ésta la última vez en que se me calumnie. Los malvados que á la sombra de una revolución se han puesto en ap- titud de hacer tales infamias, no se paran á considerar las consecuen- cias que sobrevendrán á la degradante invención de que hay mexica- nos de alguna categoría que opinen por la muerte de nuestra naciona- lidad y desaparecimiento de la noble raza espacióla en nuestro conti- nente. Yo creo, por el contrario, que no hay traidores en nuestra República, sino son los que se arrojan á decirlo para deprimir á un mexicano que habiendo ocupado puestos eminentes entre nosotros, ha marcado con hechos indelebles su amor á la Patria y su decisión por sacrificarse y salvarla de los males que la llevan á un abismo insonda- ble. Elste crimen se comete al mismo tiempo que cesa la impresión y publicación de los periódicos de México, y no me queda otro recurso que escribir á cuantos amigos pueda, para que hagan la revelación del hecho, y que pongan en conocimiento de todos los mexicanos la justi- cia con que protesto, en contra de tan escandalosas calumnias. Tres días ha que esto llegó extrajudicialmente á mis noticias y, sin esperar las que vendrán por el próximo Paquete inglés, he concedido que des-

496 R£VISTA NACIONAL.

de luego se publiquen juntas, aquí y en París, la Terdadera respuesta que dirigi desde Vcracruz al Sr. Tomel y la infamante que se me atri- buye, tomándola cual aparece en el "Heraldo" de Nueva York. De ambas acompafío á vd. copia, y me remito al juicio que, en vista de ellas, le dicte su patriotismo, porque sin duda alguna me será favora- ble bajo todos aspectos ; y en esta justa confianza concluyo repitiéndo- me de vd. su afectfsijpio amigo y seguro servidor que B. S. M. "

Copié ya al fin del anterior capitulo la respuesta que dirigió á Tor- nel, desde Veracruz, y es la misma que inserta la circular como la ver- dadera: después prosigue así: "La nota fraguada que han supuesto mía, y que aparece en el *^ Heraldo " de Nueva York en inglés, tradu- cida al castellano dice: Veracruz, Mayo 5 de 1853 Exmo. Sr. El Coronel Don Miguel Andrade me entregó á las 9 de la mafiana el día 30 último en mi hacienda de Nanac Amilpa la comunicación de V. E. del 27 de Abril, y á la una del mismo día estaba en camino pa- ra este puerto como se exigía de mí. Acabo de llegar á esta ciudad y hoy mismo dejaré la República. No puedo imaginar cómo ó por qué puede ser un obstáculo para conservar la tranquilidad y el orden pú- blico mi presencia en el país, á menos de que no se me haga un cri- men por haber mantenido algunas relaciones amistosas en lo particu- lar con Carbajal y otros federalistas Norte Americanos, establecidos en la frontera del Norte, como parece indicármelo la expresión de que ha- ce uso V. E. en la nota que contesto, diciendo que mientras permanez- ca en Europa disfrutaré mi paga y rango. Debo observar que á pesar de mis ideas federales, y las simpatías que tengo por la^ instituciones Norte Americanas, no he cometido el menor acto que pueda ser causa para el castigo de destierro que se me aplica. Deseo la dicha de mi país, y para alcanzarla no veo otro camino sino el de las instituciones federales, y, si se quiere, la anexión á los Estados Unidos, en la que México encontrará una fuente inagotable de riquezas y prosperidad, aunque pueda perder ese gran enigma, esa cuadratura del círculo, lla- mada por el General Santa Anna, nacionalidad. Dia llegará en que esto suceda. Entretanto, debo protestar y protesto solemnemente con- tra el acto de tiranía que sobre recae, y á su tiempo pediré la de- bida reparación por Ips daños que se me imponen. Dios etc. Ma- riano Arista Al E. S. Ministro de guerra en México." Son copias la primera del original y la segunda de la traducción hecha por el cón- sul mexicano en esta ciudad. (Londres). Mariano Arista.,''^

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 490

Si los lectores de estos artículos comparan uno y otro documento, el verdadero y el falso, y observan como en éste fué quitado cuanto en- volvía una censura contra el gobierno de Santa Anna para ser sustitui- do con una torpe imbecilidad, cualquiera comprenderá que de aquella administración partió la grosera sustitución.

Sin embargo, con supina ligereza ó tal vez por más censurable mo- tivo, la calumnia fué acogida por una publicación francesa respetabilí- sima: véase este asunto en la siguiente carta muy notable ^ '^Monsieur Buloz, Directeur déla Revue des Deux Mondes. Paris le 24 Fevrier 1854 Monsieur. Je vous prie de recevoir Mr. Oseguera, á fin qu'il vous explique certains faits qui se rapportent á mon gouvemement: il était pour vous tres difilcile de les apprécier sous leur véritable jour, n'ayant pas vu les documents qui justifient le contraire de ce que vous avez affírmé dans VAnniiaire des Deux Mondes: ees documents vous seront presentes par Mr. Oseguera. Si votre livre n'avait que la va- leur éphémére d^un joumal, j'aurais laissé passer vos arréts sans nulle protestation : mais votre livre appartient á la catégorie de ceux que sont lus et commentés par leshommes sérieux. Je n^ai pas la pré- tention de croire que tousmes actescomme Président du Mexique, ne méritent point votre censure et celle de mes concitoyens : tout homme chargé de la tache difQcile de gouverner sous un régime constitution- nel, est forcé d^agir conformement á la charte et aprés Topinion des majorités parlamentaires. II est forcé de faire acte d^abnégation comple- te, malgré ses propres convictions. Toujours est-il, que si je souffre de Tarbitraire intronisé au Mexique, c^est pour n^avoir pas violé la Constitution. Pas un de mes compatriotes n*a le droit de me taxer de faiblesse vis-a-vis le gouvemement des Etats-Unis duNord. Le mémoire sur la concéssion Garay écrit par la plume savante et lumi- neuse de Mr. Ramírez, mon anclen ministre derélations extérieures- celui de Mr. Larrainzar et les instructions par moi données á nos re- présentans á Washington, sont pour témoigner que les interéts du Mexique etnotre nationalitén^avaient jamáis étédeféndus avec autant d'énergie et de patriotisme. Je n^ai pas méme reculé dévant la mena- ce d'une rupture. Les mémoiresdont je parle ontétépubliésenFran; ce et aux Etats-Unis du Nord; ils constatent que comme fonctionnai-

re publique, comme soldat, et comme citoyen, je ne veux étre le sujet

1 Advertimos que esta copia es íntegra y textual.

500 REVISTA NACIONAL.

d'aucune nation, encoré moins celui des Etats-Unis, quelque grandes, quelque glorieux qu'elles soient, quelque malhereux que le Mexique devienne. Militaire sous le libérateur Iturbide, j'ai juré de me sacri- fier pour Tindépendence de mon pays: je tiendrai ce sermenl. Mes amis le savent tout aussi bien que les ennemis de mon administration. Quelques uns parmi les derniers ont eu recours kfal&ifler la note que j^adressai au Ministre du Dictateur Santa Anna; ils ont le príncipe in- fame d'arríver au bout quelque soient les moyens qu^ils emploient pour y parvenir. La note falsifiée appareit dans le Diario de la Marina de de la Havane ; le méme joumal quelque temps aprés celle que j'avais réelement écrite au Ministre Tomel et me donna la satisfaction düe con- formement á la demande que je fís au Capitaine general de Tile de Cuba. Le Times bláma le faussaire efpublia en méme temps ma note origínale. L^Eco de Ambos Mundos imprimé á Paris protesta centre le calomniateur, ainsi que certainsjoumaux des Etats-Unis. II y a plus; j'adressai une lettre aux américains du Nord publiée par le New York Herald du 17 Juilletl853pourdémentir la note falsifíée: elle contient ma profession de foi á Tégard de Vindependanee absolue de mxm pays basée sur le príncipe de la démocratie la plus large. Par le principe démocratique Thostilité qui existe entre le Mexique et les Etats-Unis,. n'a plus sa raison d'étre, et leurs intéréts peuvent se combiner sansse Huire réciproquement ; par le développement de Tinfluence espagnole nous nous assimilons la civilation latine dont le foyer est la France. Je con90Ís, Monsieur, qu'un journal quelconque, soit Techo d'une calomnie vulgaire ; mais lors qu'il s'agit d*écrívains tels que yous dont la mission est celle de diré la vérité, et de la diré dans un récueil his- torique, il me semble, qu'ils doivent consultertoutes les opinions, tous les documens qui etablissent la réalité des faits. II est dit á la page 730 de VAnnuaire desDeux Mondes : il est á craindre méme que Tanne- xion ne fmisse par faire de prosélytes au Mexique, et que cette idee ne devienne le drapeau des partis. *^Plus d\in symptóme pourrait attes- ter ce mouvement, mais le plus etrange, á coup súr^ c*est une manijes* tation récente de V anden président mexicain^ du general Aristaj qui au moment el recevait Vordre de quitter le'pays il y a peu de [temps, adressait au gouvemement une protestation il fesait ouvertement profession d'annexionisme. " II y a plu á mes ennemis de provoquer toutes les revolutions possibles pour m'obliger ¡á chercher la liberté d^action au dépens de la loi fundaméntale et de la liberté publique, ma

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 501

onscience a été plus forte que leur machiavélisme ; il leur a plu de m'exiler parce que je n'ai pas voulu étre parjure. En mefesantjouer le role á^annexionide ils ont voulu familiariser mes concitoyens avec ridée que le chef de TEtat peut sacrifier les intéréts les plus sacres et la nationalité, ils ont deversé la calomnie infame d'annexianisme sur tous les démocrats du Mexique n^ont vendu pour 20 millions de dol- lars Tarticle 11 du traite de Guadalupe et les 39 millions d'acres ce- des aux Etats-Unis par le gouvemement dictatorial. II y a un autre point sur lequel je dois attirer votre attention, c'est celui qui se rs^- porte au contrat Serment. Tous les documents envoyés par Mr. Ramí- rez, par la Legation du Mexique á Londres et par celle accréditée au- prés des Etats-Unis, constatent que les 2.500,000 piastres de Tindem- nité américaine ri^ont paa été envayéa de Washington á Londres, mais <le Washington á México et de México á Londres á la disposition du co- mité des teneurs des bons mexicains. D^aprés le traite stipulé aveceux, leMexique ne pouvait prélever nul droit sur les fonds que le gouvernement doit leur payer. Les documents presentes á Mr. Drouyu de Lhuys par la Legation de Mexique en France, ainsi que Tafaire terminée au gré du gouvemement de TEmpereuret celui de mon pays en font foi. U est fort pénible, Monsieur, de sortir de Tobscurité á laquelle un expa- trié est condamné, pour demander á vous, ecrivain consciencieux, la rectification des erreurs ínvoluntaires, je me piáis á le croire, dans lesquelles mes calomniateurs vous ont fait tomber. Yous fairez acte de justice, si vous voulez bien publier cette lettre dans votre revue, afin de détruire Tefifet défavorable qui ne manquera pas de produire au Mexique et partout le précis hütorigue que vous avez écriL L'hon- neur est le plus cher patrimoine de Thomme, la tache de traitre á la patrie est la mort du citoyen. Je suis avec la consideration la plus parfaite. Votre tres humble serviteur. Le General Mariano Aris- ta.— 51 Rué Neuve Saint Augustin.'^ Volveremos á ver tratado este asunto en el estracto que voy á hacer de la correspondencia de Arista con Don Femando Ramírez en 1854. Me parece inútil encarecer la im- portancia de su lectura. Dice así: '^No puede vd. figurarse el placer <[ue me causó recibir su muy fina de 27 de Diciembre próximo pasado, pues á más de ver letra de un amigo á quien tanto aprecio, he tenido el gusto de encontrar un hombre de valor y lealtad tal, que se atreva á defender la verdad y la justicia delante de la tiranía misma. Sien- to muchísimo que la persecución le haya tocado á vd., lo siento como

502 REVISTA NACIONAL.

amigo verdadero que soy de vd. Si viera ese negocio políticamente, me alegraría, porque tal vez desengañará á vd. de que los conservadores y los retrógrados no son los que salvarán nuestro desgraciado país. I Ojalá que el Ramírez de 1832 se acuerde de que en aquellos princi- pios está la suerte y la independencia de México! Nadie podrá ser más útil á la patria que aquel señor, que tiene valor, saber y consecuencia. Al menos no está vd. identificado con ese partido bárbaro, tonto y pue- ril.— Por Dios amigo que reflexione vd. en esto; hay pocos hombres en el país ; es vd. uno de los más eminentes ; sea vd. su ayuda con y valor. Esos hombres van á caer tarde ó temprano; la reacción es peligrosa si no cae en manos patriotas y hábiles. Ello dirá. En el ''Anuario de los Dos Mundos'' se escribió muy mal de mi administra- ción, dando al fin por seguro que yo había escrito la carta que fragua- ron mis enemigos sobre anexionismo. Oseguera ha redactado mi res- puesta, y en primera ocasión irán el ataque y la defensa. Estoy ac- tualmente sujeto á curación de los males de la presidencia, que se me han fijado en un cachete ; he sufrido mucho, pero hay esperanzas de sanar." *^ Abril 25, Aprovechóla marcha del Sr. Montluc (amigo mió á quien recomiendo á vd. mucho), para enviar á vd. una copia de la carta que he dirigido al Editor de la "Revista de Ambos Mundos." Esto fué hecho en virtud de una porción de hechos que relataba la "Revista" de 52 á 58, en que, enteramente desorientado el Editor, dice cosas vulgares é inexactas, tal como la de dar por seguro que yo mismo me declaraba 'anexionista, porque daba por cierta la car- ta fraguada por mis enemigos. Yo creo que vd. tendrá esa Revista, y si no la tendrá Doyle y podrá verla. El Editor de la Revista está con- vencido por mi carta y documentos, y ha ofrecido rectificar ese juicio en el primer Semestre, que saldrá en principios de Julio, y yo cuidaré de remitirlo á vd. Mayo 23. Llegó la Memoria de vd. y he tenido el gusto de leerla. Me doy mil veces la enhorabuena por haber tenido á mi lado un hombre como vd., que no sólo hace honor á nuestro país»^ sino que por su saber, prudencia y energía ha presentado ala Historia una época de Gobierno sostenido en medio de todos los inconvenien- tes, con el mayor número de trabas que jamás ha encontrado Admi- nistración alguna; y ese sostén no ha sido obra de otra cosa que de la inteligencia previsora y poderosa de vd. Parece, ó más bien es cierto, que todos se agitaban por desorganizar y amontonar inconvenientes, y que vd. y yo, por mi parte, combatíamos contra todos, con el fin no-

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 508

ble que apenas ahora conocerán algunos. Esa convicción y la de- mostración hábil de Td. en ese documento precioso, consuelan mi des- gracia, avivan mi gratitud y premian en parte mis afanes ; porque es cosa que sólo á vd. era dado intentar, defender mi administración faz á faz de ese hombre que me abomina y que quiere mostrar á todos que yo soy el más perverso de cuantos mexicanos han nacido. No puede vd. figurarse, amigo mío, cuanto me ha gustado la revolcada tan noble, pero tan completa que ha dado vd. á Litcher, origen de que se me difamase más: si, mi amigo, porque ese señor, contrariado en to- das sus miras y vencido siempre por la previsión y habilidad de vd., se disculpaba ante su país con decir que vd. era el único obstáculo á la conservación de sus miras y al establecimiento de una política fal como se deseaba en Washington: con estas especies y las que mis ene- migos hicieron correr calumniándome, mi reputación padeció hasta el grado que yo mismo no sabia hasta que leí su interesante obra. ¡Infa- mes! no conocen á Arista los que han dudado de mi asendrado patrio- tismo, ó más bien dicho, no merece la generalidad los sacrifícios pa- trióticos que yo he hecho por el bien público, prestándome como un Cristo á ser sacriñcado por salvar la Sociedad! Agradezco á vd. mu- cho lo que dice respecto de otras cosas, y acerca de unas de ellas diré á vd. que su cariño finísimo y su cuidado por mí, le hacen no cono- cerme cuando ha imaginado otras veces y pudiera aún, que yo no es- toy curado del deseo de mando, ó deambición, propiamente hablando. No, mi leal y fino amigo, conózcame vd. : yo no seré pretendiente ja- más ; y el extremo puede que llegue hasta el grado de que alguna vez vea usted mi absoluta resistencia á volver á los puestos públicos. Despojado de ambición como lo probó mi renuncia, se conoció clara- mente que mi intención y miras eran por el bien general, aguardan- do de las generaciones presente é inmediata, ingratitud, para la Histo- ria, justicia y una mención proporcionada ámis sacrificios. Nadie se ha atrevido á hacerme invitaciones, pero si las hicieran esté vd. segu- ro hallarán una resolución firme y tomada hace tiempo : por esto poco me importa que no estén curados algunos, y todavía tengan que notar- me.— Repito á vd. mi reconocimiento por su valor, lealtad y generoso esfuerzo en defender al desgraciado. Esté vd. seguro que esas accio- nes nobles llenan el corazón de quien las hace, y dan motivo al res- peto y estima de los hombres justos. Agosto 30. Contesto su grata de 1? de Julio, siéndome satisfactorio que agradara á vd. la respuesta

GM REVISTA NACIONAL.

que di á los Editores de la "Revista de Ambos Mundos" Esa mane- ra enérgica ha producido su efecto, pues el Editor ha venido reciente- mente á verme y á pedirme datos del estado actual del país para la Re- vista de este año en la que va también á salir mi vindicación por ellos mismos. Yo no he perdidosa ocasión ; he puesto á Oseguera de acuer- do con el Editor, y va á hacer aquel una resefia de los actos de los que hoy gobiernan el país, á la que el Editor quitará sólo la vehemencia ó la exaltación. Aquí han sucedido cosas grandes: Pacheco ha recibi- do orden de librar contra Almonte por seiscientos mil pesos del trata- do de la Mesilla. La ha recibido también ahora dd puño y letra de Santa Arma y á excusas de Bonilla y Lares, para embarcar cuatro mil suizos: el General suizo pone la condición de obedecer sólo á Santa Anna. Todo está preparado para esta infamia que se va á hacer al país. Huise, oficial de la Legación, ha salido con pliegos para México, y has- ta su vuelta[no saldrá la expedición ; es decir, que hasta de aqui á dos meses. ¿Qué sucede con esos señores que Santa Anna ya no se vale ni fia de ellos? Así paga el diablo etc. ¿Sufrirán esto los mexicanos? Dios nos salve! Saldré pronto de Paris á Boulogne donde ochenta mil franceses harán curaciones en ejercicios generales. Las cartas ci- tadas aquí fueron escritas en París. Prosigamos con las demás : ^^Ber- liriy SepUevnhre 27 de 1854. No habiendo conseguido los médicos de París curarme del dolor continuo de mi cara, me decidí á abandonar- me á la'naturaleza, conformándome con padecer, supuesto que esto no mata, y empecé por fin mi 'viaje por algunas partes de Europa. Salí de París, fui á Boulogne, vi allí juntos y maniobrando ochenta mil firan- ceses mandados por el mismo Emperador. Salí de allí y estuve en Bru- selas, capital de la Bélgica. Esta pequeña nación es un verdadero mo- delo de orden y de todo lo que puede desear un pueblo, i Qué envidia me ha dado esa nación ! i Quién pudiera ver nuestra patria así ! Es- tuve una semana en Bruselas, y seguí para Alemania; he pasado dos dias navegando las márgenes del Rhin, país pintoresco, río hermoso, y por fin estoy en la capital de Prusia.

En cada nación que visito me hago de su estadística, su historia, los planos de su extensión, y la Constitución que la rige: me impongo de su hacienda y sus gastos, de su ejército y agricultura, y como apasio- nado de esta última me he hecho de buenas obras, y practico lo que cada nación usa. En esto me empleo, y todos los días veo tanto, tan- to bueno y capaz de r^enerar nuestro país, que lamento que no viajen

DATOS PARA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 506

nuestros hombres distinguidos. ¡Cuánto ganaria México si esto se hi- ciera!"— "Romüy Noviembre 16 de 1854. Me destroza el corazón ver el estado á que se ha llevado á nuestra patria, y lo que se le espera. Yo me presenté como Cristo á librarla ó á morir: no tuve apóstoles ni me comprendieron; y mis amigos y los que hicieron esfuerzos tuvieron que perder. No me arrepiento de lo que hice, ni me quejo de lo que sufro, porque es buena causa. Salgo el 19 de ésta para España: me radico en Sevilla, después de mi viaje por casi toda Europa. Asi lo ne* cesitan mis tenaces males, y mi deseo de encerrarme allí á leer todo el caudal de libros que he adquirido, sobre agricultura, sobre estadística, sobre la organización política de todos los pueblos que he visto, y el por qué de su felicidad ó atraso. Allí, en Sevilla, quisiera yo convi- dar á vd. á que comiéramos juntos. ¡ Qué buenos vinos, qué ricos es- cabeches y todo lo que guisan en Andalucía! A esto nos reduce á ve- ces la suerte; á leer y vegetar, ya que no he podido ser bueno para na- da, ni librado al país de desgracias como las que lo atormentan hoy. He tenido una audiencia con Su Santidad: me ha recibido como á un príncipe, dándome asiento. Me habló en castellano con decisión por los mexicanos. Estoy muy contento de esto, y del Cardenal Antonelli. Me han llenado de concesiones para mi capilla, de reliquias, y de in- dulgencias.— Es grandioso, sublime, el modo de dar culto á Dios en estos templos suntuosos. La sencillez y el decoro presiden en todo.

¡Qué diferencia por allá!" —"Sevilla, Enero 21 de 1855. Calcule '

vd. cuan sensible me habrá sido por lo mucho que lo amo, el saber que al fin desterraron á vd. como con razón lo temía á cada instante. Per- fidias, y más que todo envidia á su saber y fama que no pueden tole- rar Bonilla y Lares. Siento lo que le ha pasado por los trastornos y gastos que se originan en estos casos: por lo demás, purificación y glo- ria es que esos vándalos persigan á uno. Creo dije á vd. que á Espa- ña venía á concluir mi viaje emprendido, y aquí en Sevilla me he pro- puesto pasar el invierno que es bastante suave." "Sevilla, CaUe de San Pablo, número 17. Mayo 15 de 1855. Me tiene vd. en Sevilla en el tercer mes que estoy en curación de mi dolorosísima enfermedad: todo ese tiempo lo llevo á líquidos porque no pasa la garganta cosa sólida. Tengo un ojo tan inñamado que no me es permitido leer ni escribir. El médico espera curarme, y yo tengo esperanza. Cuando me alivie, mi primer paso será buscar á vd. en París, el mejor centro posible en Europa. No tengo esperanza de que sea eso sino en Julio: mientras

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tanto, escríbame vd., consuele á un amigo que las dolencias tienen pos- tradoi y necesita la voz de vd. que tanto estima. No puedo escribir mucho, pues me cuestan dolores agudos las letras. No puedo más, y concluyo."

A los padecimientos de una enfermedad que pronto iba á terminar con la muerte, uniéronse para Don Mariano Arista los sufrimientos de la escasez de recursos. Indignamente olvidado por sus perseguidores. Arista habíase mantenido hasta entonces con cierta holgura con las can- tidades que de Don Manuel Escanden recibía en su calidad de socio de la Compañía de Tabacos : con ellas compró la hacienda de Nanao- amilpa en veinte mil pesos ; con ellas se proporcionó una libranza de cuatro mil pesos sobre Londres, y otra de cinco mil sobre París ; con ellas atendió á la vez á los gastos de su hacienda y de su familia; pero cuando al separarse de la Empresa creía aún contar á su favor con un saldo de algo más de diez mil pesos, se encontró con que le eran reti- radas las cartas de crédito de que venía disfrutando. Este contratiem- po le sobrevino hallándose en Roma. Ya no como Director de la Com- pafiía del Tabaco, sino como amigo, Don Manuel Escandón continuó facilitándole algunas cantidades, pero esto no podía por menos de mor- tifícarle y contribuyó no poco á que se agravase su enfermedad que, según se ha visto por algunas de sus cartas, nunca el Sr. Arista creyó que fuese una enfermedad mortal. Esperando siempre una curación completa ó un positivo alivio, desde Sevilla había escrito al Sr. Escan- dón, con fecha 28 de Mayo: "Mi salud comienza á dar señales de que también hay médicos en España tan buenos, ó mejores, como los de Francia. " Desgraciadamente su confíanza no bastó á salvarle, y en la estación de los calores, fortísima en Sevilla, la enfermedad se exacerbó hasta desalentarle y hacerle prever su próximo fallecimiento. He aquí su carta última que hubo de dictar á un amanuense, y que sólo tiene de su puño la firma y la rúbrica: "Sr. Don José Femando Ramírez. Cádiz, Agosto 4 de 1855. Mi muy estimado amigo: Los males que hace tiempo me afligen se agravan más cada día. Persuadido de que nada puedo esperar de la medicina en España, he resuelto, aunque con sumo trabajo, ponerme en marcha para regresar á París, en donde la ciencia se halla más adelantada y quizás podrá proporcionarme recur- sos que salven mi existencia. Mañana me embarco en este puerto, y si tengo la fortuna de soportar las fatigas del viaje penoso que voy á em- prender, pronto tendré el gusto de ver á vd. Si por el contrario su-

DATOS PAKA LA BIOGRAFÍA DE D. MARIANO ARISTA. 607

cumbiere, como no será remoto atendida la postración de mis fuerzas, reciba vd. por medio de ésta, mi más afectuosa despedida. Contando con la amistad de vd. de que tengo tantas pruebas, dejo á Td. conñado el arreglo de mis negocios en un poder para testar que otorgué en su favor en Sevilla. Este documento con mi equipaje y demás efectos míos que traigo conmigo, le será á vd. entregado, ó por el Sr. Don Javier ürribarren á quien hoy le escribo sobre el particular, ó por Alvarez mi ayuda de cámara. Le ruego á vd. tenga la bondad de recibirlo todo, procediendo de acuerdo con Gutiérrez y Suárez al cumplimiento de mi última voluntad y al de las obligaciones que reportan mis bienes, con- forme á las instrucciones que dejo y que asi mismo se le entregarán. Queda muy confiado en vd. su afectísimo amigo que lo estima y aten- to L, B. L. M. Mariano Árütay

Poco tardaron en verse cumplidos sus presentimientos. Cuatro días después de escrita la precedente carta, el Vicecónsul de México en Lis- boa, Don Francisco Batalha, recibía de la Agencia de los Paquetes In- gleses en la capital portuguesa la siguiente comunicación: "Ilustrísimo Señor: Participo á vd. que el general Arista, expresidente de la Repú- blica de México, pasajero á bordo del Paquete Inglés "Tagus" venido de Cádiz en 6 del corriente, falleció ayer á las diez y veinte minutos de la noche. El general embarcó en Cádiz ya enfermo. Trajo dos criados. Según consta á bordo, tiene testamento y valores, todo lo que está ba- jo la custodia del capitán; por eso se hace necesario que pase vd. cuan- to antes á hacerse cargo de esos objetos y practicar los demás actos que juzgue necesarios, teniendo en cuenta que el Paquete parte mañana á las ocho de la mañana. Dios guarde á usted. Lisboa, 8 de Agosto de 1855. Arthur Van ZeUer. Ilustrísimo Sr. Rodríguez Batalha."

Inmediatamente dispuso el Vicecónsul que el cadáver fuese desem- barcado, y después de haber hecho que se le extrajera el corazón, se- gún las disposiciones del finado, el cuerpo recibió sepultura en el pan- teón de familia del Sr. Batalha, sito en el Cementerio Alto de San Juan, ocupando el nicho número 274. Esto se hizo el día 9 de Agosto.

Coincidencia extraña: el mismo día en que acogido con cariño y res- peto por una familia y una tierra extranjera era sepultado el cadáver del general Don Mariano Arista, su enconoso perseguidor el general Don Antonio López de Santa Anna se veía obligado á fugarse de la ca- pital, aborrecido y destronado por sus mismos compatriotas. Para Aris- ta, más ó menos tarde había de sonar la hora de su glorificación, y ha-

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bia de abrir su seno la tierra de la patria para recibirle en él como en regazo amoroso: para Santa Anna aquel día comenzó la muerte poli- tica sin posible resurrección. Para Don Mariano Arista el transcurso del tiempo sublimaría el recuerdo de sus virtudes públicas; para Santa Anna la expatriación iba á ser la puerta del Inñerno del Dante.

Comunicada á Don Fernando Ramírez la infausta nueva, éste con- testó así: "Sr. Vicecónsul Don Francisco Batalha. París, Agosto 29 de 1855. Muy señor mió : En la apreciable de vd. fecha 18 del que acaba, recibí ayer el testimonio del testamento otorgado por mi finado amigo el Sr. Don Mariano Arista, la copia cuenta de los gastos eroga- dos en su muerte, valiosa de mil novecientos cincuenta y cinco francos cincuenta y cinco céntimos, y el recibo que otorgó Don José Benito Al- varez, del corazón, papeles y equipaje del finado, con la obligación de conducirlos á esta ciudad para entregar al Sr. Don J. Javier Uribarren. Quedo igualmente entendido por su citada, que el cadáver del Sr. Arista se conserva como en depósito y á mi disposición en el panteón de la familia de vd., mientras se determina cuál sea su destino final. rYo no sé, señor Vicecónsul, cómo manifestar á vd. mi agradecimien- to por sus bondades y delicadas atenciones; y por lo mismo será nece- sario dejarlas al único que conoce y sabe recompensar las acciones de misericordia. El importe de la cuenta de gastos será pagado inmedia- tamente que se presente la letra que vd. me anuncia. Nada puedo de- cir á vd. por ahora respecto á la traslación del cadáver, porque no si aun á mismo me sería permitido entrar en mi país. Envuelto en la desgracia que persiguió al Sr. Arista, debo, así como él, continuar mi peregrinación, hasta que Dios ó los hombres le pongan término. Ruego á vd. por tanto que me permita aguardarlo, pues ya había visto en el testamento que el finado no se olvidó de su sepulcro. Aprovecho esta ocasión para ofrecerme á las órdenes de vd. como su muy atento y S. S. Q. B. S. M., José F, Ramírez.'' El digno Vicecónsul contestó el 3 de Octubre esta carta, diciendo entre otras cosas: ^ ^Respecto al ca- dáver del Sr. Arista, en cualquier tiempo ú ocasión que se quiera se le dará consideración especial en panteón exclusivo, ó se enviará por don- de se quiera, si así se me ordena, entretanto se conservará en el de mi familia con la distinción que he hecho poner para que se encuentre cuando se desee.''

Con bastante exactitud una biografía del Sr. Arista publicada en el Diccionario The New American cyclopedia^ dice de él : " En 1857 el

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" Gobierno del general Alvarez dispuso que sus restos mortales fuesen " trasladados á su patria á expensas del Erario. Fué reconocido su va- " lor, y por un decreto especial que ratificó el Congreso Constituyente " declaróse que había merecido bien de 8u patria^ honra ésta la más al- " ta que México puede conferir. Fué Arista hombre de pasiones fuer- " tes, temperamento sanguíneo, sensible como una mujer, y de corazón " bondadoso. Escribió mucho; expresaba sus ideas y pensamientos con '* claridad y vigor, en un estilo notablemente conciso. Era entusiasta " por la prosperidad de la agricultura. Primero tuvo una posesión cer- " ca de Monterrey: después la vendió y compró otra en los Llanos de " Apan, dedicándose á ella con todo esmero. Se empeñaba en conocer '* toda clase de mejoras introducidas en la agricultura, y cuando en *' 1833 fué desterrado de México, prestó particular atención á las me- '' joras de los instrumentos agrícolas de los Estados Unidos, é introdu- " jo á su regreso muchas de ellas en su propiedad. Fué casado, no h¡- " zo fortuna, pues aunque poseía una valiosa propiedad, para comprar- " la tuvo que ser auxiliado por sus hermanos. Puesta en liquidación " su testamentaría, nada sobró después de pagadas sus deudas.''

Veintiséis años durmieron sus cenizas en tierra portuguesa; al cabo de ellos y con fecha 12 de Octubre de 1880, el Gobierno del general Don Manuel González dispuso que ^' siendo un acto de estricta justicia conservar en el país las cenizas del benemérito General Mariano Aris- ta, se mandase al Cónsul de México en Lisboa Don Luis Bretón y Ye- dra, procediera á dar los pasos convenientes para su traslación.'' Al mismo tiempo comisionó al capitán Don Felipe García Moreno y te- niente Don Enrique Torroella, para conducir los restos desde Lisboa á México. Inmediatamente que el citado cónsul recibió las instrucciones respectivas, y ^Wisto el gasto exorbitante, (son sus palabras en su oficio de 30 de Diciembre al Ministerio de Relaciones) que ocasionaba la traslación aun siendo efectuada en modestísimas condiciones y sin os- tentación oficial de ninguna clase, valiéndose sólo de sus relaciones par- ticulares gestionó y consiguió el transporte gratuito, sin que hubiese de ser necesario otro gasto que el de cuatrocientos ó quinientos pesos pa- ra gratificar empleados y curas del cementerio, disponer allí la capilla ardiente y construir la urna para los restos: con fecha 22 de Marzo de 1881 el Gobierno envió al Cónsul una letra por ochocientos pesos. Pa- ra esa traslación el Gobierno portugués puso graciosamente á disposi- ción del cónsul mexicano el vapor "África" de su Marina de Guerra,

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que conduciría los restos á Cádiz: allí los tomaría el vapor ^^CSoruña" de la Compafiia espafiola de Antonio López que se prestó á ese servi- cio con la más generosa espontaneidad, y los transportaría hasta la Ha- bana: en este puerto los tomaría á su bordo el vapor "Blasco de Garay" de la Marína de Guerra Espafiola puesto por su gobierno á disposición de los comisionados de la República de México. Asi las cosas el 17 de Agosto de 1881, á las seis de la tarde, se procedió á la exhumación en presencia de las autoridades locales y del Sr. Rodríguez Batalha pro- pietario del panteón donde reposaban los restos del ilustre general Aris- ta. Sus despojos en esqueleto fueron depositados en una urna cineraria de plomo colocada dentro de otra de madera de rosa con adornos de plata cincelada. A las ocho de la mafiana del día 18 las tropas portu- guesas, de gran uniforme, cubrieron la carrera y la fúnebre comitiva salió del cementerio formando en ella los cuatro generales Palmeirin, Talaya, Maldonado, y Castilo Branco en representación del Rey y del Gobierno portugueses: la urna cubierta con la bandera mexicana y con- ducida en suntuoso coche fúnebre fué saludada en la plaza del Comer- cio con veintiún cañonazos, y conducida después á la galeota real ar- mada en capilla ardiente: esta conducción se hizo entre dos filas de personas principales portadoras de blandones encendidos; las tropas pu- sieron armas á la funerala, y las bandas militares hicieron sonar acor- des apropiados á la solemnidad: " esta galeota^ dice el Cónsul en sus comunicaciones oficiales, es llamada de los Reyes, porque sólo se des- tina al transporte del Jefe del Estado/* A la galeota seguían en visto- sa fiotilla de lanchas el Comandante general de la Armada, su Estado Mayor, los representantes del Rey, el alto personal del Ministerio de Marina, y la oficialidad de los buques portugueses anclados en el Tajo, los cuales hicieron las salvas de duelo. A las diez, la urna quedó de- positada en la cámara ardiente del "África** y el vapor se hizo inme- diatamente á la mar con rumbo á Cádiz, entrando en el puerío espafiol el día 19: allí se recibió de la urna la Compañía Antonio López y á las ocho y media de la mafíana del 30 de Agosto fué conducida á bordo del vapor "Corufla," con asistencia del Obispo, del Gobernador civil y militar, del vice-Almirante de la Armada y les miembros del Cuer- po consular: las fuerzas militares de la guarnición hicieron los hono- res de ordenanza, y no los especiales que el caso requería por haberse descuidado el participar al gobierno español la fecha del arribo de los restos á Cádiz.

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A las dos y media de la madrugada del 17 de Septiembre el vapor "Corufia*' entró en el puerto de la Habana: á la salida del sol, la em- barcación izó á media asta el pabellón espafüol, y fué visitada por el Cónsul de México y personas distinguidas : en la cámara principal del buque decorada con lujo y con guardia de honor montada por marinos del equipaje, yacía la urna cineraria sobre la bandera española y cu- bierta con la mexicana. A las siete de la mañana del domingo 18, el contra-Almirante Don Ramón Topete, comandante general del Apos- tadero, y numerosa oficialidad y personas distinguidas, se trasladaron al "Corufia.^* El Cónsul interino de México entregó al general Topete la urna que fué depositada en la falúa de aquella autoridad y conduci- da entre los acordes de la Marcha Real española al vapor de guerra '^Blasco de Garay,*' en el que fué colocada en un catafalco cubierto con las banderas española y mexicana. Un sacerdote cantó un solemne res- ponso, y en seguida el contra-Almirante mandó ejecutar los disparos de ordenanza, armar á media asta su insignia y la bandera española de popa, izar á igual altura en el tope mayor la bandera mexicana, y em- bicar vergas en señal de duelo. Incontinenti el Sr. Topete pronunció, visiblemente conmovido, las elocuentes siguientes frases:

'* Señores: Lamento con toda mi alma el sentimiento que experi- " mentó la Nación mexicana, con la sentida pérdida del ilustre patrí- ^^ cío cuyas cenizas yacen en estos momentos depositadas bajo los pa- " bellones de España y México, unidos en señal de luto por esta fúne- '^bre ceremonia. Pero ya que asi Dios lo dispuso me ha cabido la " honrosa y señalada distinción de presidirla y ordenar se ejecute lo ^' dispuesto por el Gobierno español y que me fué comunicado por la ^^ superior autoridad de esta isla, asociada atan solemne acto, para que " uno de nuestros buques de guerra conduzca á las aguas de Veracruz " los venerados restos del ex-Presidente de la República Mexicana, ge- " nerai Arista. Honra cabe ciertamente á España por esta disposición, " demostrando al mismo tiempo la deferencia y afecto que S. M. el Rey " Don Alfonso XII y nuestra Nación sienten por México. Deferencia y '* afecto dignos de una madre cariñosa, de una madre, si, porque le dio " el ser, religión é idioma. Es mi patria España, militar español soy, " y celoso como el que más de sus glorias y esclarecido renombre; pe- ** ro, señores, nací en tierra mexicana, y mexicana era la madre que " me dio el ser. Descansa en paz, ilustre patricio cuyas cenizas hoy " guarda España, custodiadas por su marina. Que bajo su enseña arri-

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" ben felizmente con la ayuda del Todopoderoso, á la que fué su patria, " y espera la devolución de sus restos mortales. Allí nació y aquella " tierra ha de recibirlos en su seno. Allí, honrada su memoria por sus '^ conciudadanos, descanse para siempre con la paz de los muertos, y " sean patrimonio de esos conciudadanos mismos las virtudes que pa- ** ra prosperidad y grandeza de la nación mexicana practicó el ilustre " fínado. Diga la lápida de su sepulcro á las generaciones venideras, " que allí descansan sus cenizas llevadas desde Europa á las aguas me- " xicanas por marinos de Espafia, y sea esta expresión del puro senti- " miento que la inspira, un lazo más de sincera y afectuosa unión so- " bre los ya estrechos y sagrados vínculos que ligan á ambas nacio- " nes. "

El Sr. Gutiérrez Zamora, encargado del Consulado, dio con oportu- nas frases las gracias á Espafia, al Rey y al contra-Almirante, y termi- nado aquel acto, el "Blasco de Garay" continuó los honores de orde- nanza que consistieron en el disparo de un cañonazo cada cuarto de hora. Por esperar el cañonero mexicano "Libertad'^ la salida de la Ha- bana se difírió hasta el 29 de Agosto: en las primeras horas de la ma- ñana del 4 de Octubre el " Blasco de Garay " con las vergas cargadas, con el pabellón español á popa y á media asta, y en el palo mayor el mexicano también de duelo, fondeó en Veracruz, y estuvo disparando un cañonazo cada cuarto de hora hasta las cinco de la tarde, hora en que saludados por las tropas y fuertes de la plaza se encontraron en tierra mexicana los restos de Arista, y en la noche del 5 entraron en la capital. Al día siguiente el Diario Oficial decía: " El Presidente de la República está muy complacido de las demostraciones que ha tribu- tado el pueblo al recuerdo del general Arista ; pero también lo está, y mucho, de que los gobiernos de Portugal y de España, se hayan digna- do significar la alta estima en que tienen á la Nación mexicana, mani- festada en hechos que enaltecen la memoria de uno de sus ilustres hi- jos. Portugal, cubierto con su bandera, nos devuelve el precioso depó- sito. España lo recibe, lo envuelve en su pabellón, y á bordo del "Blas- co de Garay" lo conduce con religioso cuidado hasta las playas mexi- canas. Gracias á tanta deferencia tenemos la honra de que se encuen- tre entre nosotros el capitán de navio Don Ángel Topete, uno de los más distinguidos jefes de la marina española. La República Mexica- na no olvidará los títulos que acaban de adquirir á su gratitud los go- biernos de España y de Portugal; tributando honores á la memoria del

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general Arista, asociándose al duelo del pueblo mexicano por aquella inmensa pérdida, las dos naciones han estrechado más los lazos frater- nales que nos unen á ellas. Ea el último servicio que han ofrecido ásu patria los retios del genial Arisia^

El Sr. Don Ángel Topete, capitán de navio de primera clase, y Ma- yor general del Apostadero de la Habana y Escuadra de las Antillas, era hermano del contra-Almirante Don Ramón Topete, quien delegó en él la honra de acompañar á México los restos y entregarlos al Go- bierno: en ese acto Don Ángel se ei^presó así: ''El Gobierno de la Na- ción española que aceptó gustoso el honroso cargo de devolver al sue- lo mexicano los restos de su ilustre y preclaro hijo el ex-Presidente y general Don Mariano Arista, confírió esta comisión á su marina de gue- rra, que recibió tan venerable depósito en la bahia de la Habana para conducirlo á este puerto de nuestro territorio haciendo la travesía dig- namente acompañado por un buque de nuestra Nación. Bien hubiera querido el distinguido Almirante que manda la escuadra, haberla des- empeñado por si mismo, asistido de su Estado Mayor; pero las múlti- ples atenciones de su elevado cargo le obligaron á delegar en un jefe de los que lo componen, el cumplimiento de tan enaltecido ser- vicio.

Honrado con su representación, tanto más cuanto más solemne es la ocasión qué la hace recaer en mi humilde personalidad, cúmpleme declarar en los momentos en que mi misión termina, que la Nación española y su marina, aunque indignamente por mi representadas, tri- butan á estas cenizas ilustres que os entrego la veneración sagrada y el respeto profundo que inspiran en los pueblos sensatos, la memoria im- perecedera de patricios que, como el general Arista, esmaltan de glo- ria y honra la historia de su país, recordando altos hechos en la suya consignados, y en los qu^ supo sacrificar con sublimidad de alma, las ambiciones del mundo y los halagos de la posición, á los nobles debe- res del ciudadano de un pueblo libre.^'

Los restos de Don Mariano Arista fueron conducidos la misma no- che de su llegada al edificio de Minería y expuestos en la magnífica ca- pilla ardiente que en su gran patio se dispuso, hasta el sábado 8 de Octubre del citado 1881, en que con solemnidad extraordinaria fueron sepultados en la "Rotonda de los Hombres Ilustres" en el Panteón de Dolores. Falta aún que el respeto que le deben sus compatriotas le le- vante alU un monumento sepulcral por modesto que sea y que hasta

K. B.— T. !I— 33

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hoy no tíene. Olvidemos en honor de aquel ilustre mexicano nuestra inveterada costumbre de dejar las cosas incompletas.

Enrique de Olavarría t Ferrari.

LA BATALLA DE SAN PEDRO EN SINALOA.

Discurso de recepción en la Sociedad Mexicana de Qeogra/ia y Estadislica,

SeíSores :

Honrado por esta ilustre Corporación hasta un punto que ingenua- mente creo superior á mis escasos merecimientos, he querido escoger para tema de mi discurso inaugural un asunto de tal magnitud é im- portancia, que ya que mis fuerzas no logren hacerle digno de vosotros, él por si mismo se recomiende á nuestra sabia solicitud y diligente pa- triotismo.

Ese asunto es la memorable batalla de San Pedro, librada el 22 de Diciembre de 1864, por las tropas republicanas, contra las orgullosas huestes napoleónicas ; suceso que no obstante su altísima sígnífícación histórica, apenas ha merecido la atención y examen, no ya de los es- critores franceses, sino de los mismos escritores mexicanos, que se han ocupado en historiar el período de la intervención extranjera en Mé- xico. Keratry, Gaulot, Lefébre, Niox y otros, ó bien guardan silencio inexplicable sobre un hecho de armas que no debe haberles sido igno- rado, ó bien se dignan mencionarle en breves y desdeñosos términos. Fierre Larousse, que habla extensamente en su gran Diccionario Uni- versal de la acción de Veranos, menos brillante para nosotros y me- nos funesta para el enemigo, no dice absolutamente nada de la batalla de San Pedro.

El Sr. Vigil sólo le consagra, en el tomo V de México á través de los sigloSy las siguientes palabras, con alguna inexactitud en las cifras :

" ; y el 22 derrotó Rosales en el pueblo de San Pedro una sec- ción de 500 hombres, compuesta de franceses y mexicanos, que con-

LA BATALLA DE SAN PEDRO EN SINALOA. 615

ducjda en el vapor "Lucifer^' había desembarcado en el puerto de Al- tata. Quedaron en poder de los republicanos dos piezas rayadas, todo el material de guerra, ochenta y cinco prisioneros franceses y argelinos, entre los que se hallaba Gazielle, comandante del "Lucifer*' y en jefe de la expedición, y seis oficiales, dejando además diez heridos y vein- te y tantos muertos. De los auxiliares quedaron ciento y tantos prisio- neros. "

El Ensayo Histórico del I^érciio de Occidente, obra escrita por el mencionado Sr. Vigil en colaboración del Sr. Híjar y Haro, se ex- tiende un poco más en la descripción de la batalla, (y proporciona in- teresantes datos para la biografía del general Rosales), pero no le con- cede mayor trascendencia que á cualquiera otro de los muchos triun- fos obtenidos en Sinaloa sobre el enemigo invasor y sus aliados.

Los Sres. Prieto y Oviedo Romero mecionan únicamente la muerte de Rosales; Zarate apenas le incluye entre los defensores de la patria; Pérez Yerdía no le cita siquiera; Payno ignora por completo las cam- pañas del Ejército de Occidente. Otros autores más elementales, de sobra está decir que también son mudos en el particular. El compendio del Sr. Roa Barcena termina con la consumación del tratado de Gua- dalupe Hidalgo y el fusilamiento del Padre Jarauta. No conozco la ex- tensa obra que está publicando por entregas el Sr. Rivera Cambas, so- bre nuestra segunda Independencia.

Quien verdaderamente proporciona documentos para escribir, no ya una disertación, sino una detallada monografía de la célebre batalla, es el Sr. Licenciado Eustaquio Buelna, en sus Breves apuntes para la historia de la guerra de Intervención en Sinaloa. Con ayuda de sus da- tos voy á permitirme relataros lo más importante y substancial del épi- co episodio.

El primer incidente de la guerra extranjera en Sinaloa, que dio hon- ra á las armas del Estado, le ocasionó el 31 de Marzo de 1864 la cor* beta " Cordelliére," que durante cinco horas estuvo arrojando sin éxito bombas sobre nuestras improvisadas fortificaciones, y que, contestada por una sola pieza al raso de la playa, se retiró con notables averías, del alcance de nuestros tiros. El 13 de Noviembre del mismo afio hizo su entrada en Mazatlán el invasor, protegido por su poderosa escuadra del Pacifico, y el 10 de Diciembre, el jefe de la armada y el coman- dante superior de la plaza, de común acuerdo, resolvieron despachar, bajo las órdenes de Gazielle, el aventurero espafiol Domingo Cortés y

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el ex-comandante Jorge Carmonai una expedición sobre la ciudad de Culiacán. Se daba por seguro el triunfo, y tanto Gazielle, como Ciortés, que debía tomar el mando militar, después de la victoria, y encargarse de la pacifícación del país, entendiéndose con los jefes republicanos, lle- yaban perfectamente determinadas sus respectivas atribuciones y de- beres, en pliegos y papeles oficiales que sólo sirvieron para aumentar la ignominia de la derrota. Tenían preparadas las proclamas impresas, las ofertas á quienes se adhiriesen á la causa del imperio y las coronas de laurel en que ceñir sus sienes.

Tan luego como desembarcaron en Altata los invasores, escribieron Cortés y Carmona al Sr. Rosales, invitándole á defeccionar y encare- ciéndole la superioridad militar de la fuerza intervencionista. La res- puesta del héroe, como él dice, en su parte oficial, fué cortés, pero ne- gativa.

. El día 19 á la una de la tarde recibió aviso el ^C. Cioronel Antonio Rosales, gobernador y comandante general del Estado, que habían lle- gado á Altata los expedicionarios, é inmediatamente hizo avanzar en observación la mayor parte del escuadrón "Lanceros de Jalisco,^' al mando de su jefe el C. Francisco Tolentino. Las fuerzas de Rosales, con las que en la madrugada del día 13 se había escapado de Maza- Uán, atravesando por entre las hordas de Lozada, que en combinación con la escuadra francesa, cerraban la salida terrestre de la ciudad, as- cendían escasamente á 300 hombres de la antigua guardia nacional. Pudo reclutar ciento y tantos más entre aguadores y muchachos de Cu- liacán, y con tan exiguo ejército salió el día 20, siendo su 2 ^^ en jefe el coronel Joaquín Sánchez Román, y pernoctó en el pueblo de San Pedro, distante cinco leguas de aquella capital.

Al amanecer del 21 se emprendió la marcha sobre el enemigo, el pual había venido siendo hostilizado por nuestras avanzadas, desde Sachimeto hasta Navolato ; pero como los expedicionarios no salieran de los cercos y los bosques en que se habían atrincherado, se reti- raron nuestras fuerzas á San Pedro, con excepción de la caballería, que continuó provocándolos al combate para conducirlos á un lugar descampado. Los franceses se movieron en efecto la mañana del 22 sobre San Pedro, bajo el vivo fuego de los dragones de Tolentino, que en su lenta retirada se mantuvieron sin cesar á tiro de pistola de sus adversarios.

Formó el enemigo su línea de batalla, entre el camino real y un va-

LA BATALLA DE SAN PBDBO EN SINALOA. 517

liado, á doscientos metros de nuestro campo, según el Boletín de No- ticius del Estadoy y á 400, segün el parte oficial de Rosales, colocando traidores en su izquierda, en su derecha franceses con dos obuses de montaña, y en su centro argelinos y mexicanos.

El coronel Rosales colocó en su centro cuatro piezas de artillería de montaña, dirigidas por el teniente Evaristo Gronzález, y un trozo de in- fantería, enfilando el camino real. En la izquierda situó el batallón '^ Mixto, ^^ mandado por su comandante el C. Jorge Garda Granados, y dos piezas ligeras. A la derecha desplegó el batallón; "Hidalgo," á las órdenes del coronel Correa. La caballería quedó de reserva.

Tales eran las posiciones de los dos ejércitos al dar conmienzo verda- deramente la batalla. Más de media hora duró el fuego de fusil y de ca- ñón. Los franceses intentaron en seguido apoderarse de las dos piezas de artillería de nuestra izquierda, lo que evitó el intrépido Granados, ha- ciéndolos retroceder. Desgraciadamente en esos momentos fué^heridoen el vientre á quema-ropa par una bala de pistola. Una carga de la reserva hizo volver á]sus posiciones á los franceses. Continuó la acción más reñi- da que nunca. El coronel Rosales ordenó entonces que toda la brigada cargara á la bayoneta. Este ataque general se ejecutó con precisión y brío y en él murió gloriosamente el malogrado capitán Femando RamfreZi al firente de su compañía. El comandante Miranda y Castro, mayor de la brigada^ que fuéá apoyarlo, se condujo con tal bizarría ext el desem- peño de su difícil movimiento, que mereció los elogios de todos sus compañeros de armas. El joven José María Bucheli, ayudante de Rosa- les, el jefe del Estado Mayor Jorge Green, el mayor del "Mixto*' José Palacios, que sucedió en el mando á Granados, y el capitán graduado Lucas Mora se distinguieron notablemente en el vigoroso ataque orde- nado por Rosales. El enemigo, sin abandonar su actitud imponente, principió á perder terreno, sosteniendo una tenaz retirada por más de media legua y durante tres horas, hasta que las cargas dadas por el es- cuadrón de Tolentino acabaron de decidir el éxito de la batalla. Los destrozados restos de la expedición clavaron sus armas en las arenosas márgenes del río Humaya, testigo de la heroica jomada, y la patria tu- vo una fecha más que inscribir en el inmortal índice de sus aniversa- rios.

Se hace mención del denuedo con que combatieron durante toda la batalla, además de los jefes y oficiales mencionados, del teniente coro- nel Cleo&s Salmón, él mayor Pedro Betanoourt, el capitán Martín Iba-

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rra, el subteniente Jesús Velis, el sargento segundo Pedro Pérez y el cometa Francisco Ramírez, apenas de once afios de edad.

Los franceses tuvieron veintiséis muertos y veinticinco heridos, y un número considerable de traidores; contándose entre los muertos el je- fe de los tiradores argelinos y tres ofíciales. Cayeron prisioneros no- venta y ocho franceses, inclusos el capitán del '^Lucifer** Gazielle, co- mandante de la expedición, y siete oñciales más, y casi doble número de mexicanos, que como clase de tropa forzada, fueron perdonados é incorporados en la brigada. Los expedicionarios perdieron, además, dos piezas rayadas, una banderola, multitud de medallas y condecora- ciones, todo su parque y demás útiles de guerra.

Nuestra pérdida consistió en treinta y tantos muertos y gran núme- ro de heridos.

En merecida recompensa á la victoria alcanzada por nuestros valien- tes, el Supremo Gobierno les manifestó desde Chihuahua su satisfac- dón, confiriendo el grado de general de brigada al C. Antonio Rosales, el mismo grado al C. Joaquín Sánchez Román, el empleo de teniente coronel á los comandantes Miranda y Granados, el de comandante al graduado Lucas Mora y los ascensos correspondientes á todos los indi- viduos recomendados en el parte pormenorizado del combate. Al va- liente capitán Femando Ramírez, que inmoló su existencia en aras de la patria, se le consideró con el ascenso á comandante de batallón, acor- dándose que fuese atendida su familia con la debida preferencia. Su cadáver fué conducido en una camilla á Culiacán, en medio del corte- jo triunfal del ejército victorioso.

El Sr. Buelna, en sus ApunUa, refiere algunos episodios ocurridos después de la batalla, dignos de mencionarse.

Un oficial de tiradores franceses, llorando de cólera, se resistía á en- tregar su espada á un sargento mexicano. Rosales, que lo vé, grítale con voz tronante: ''Sois mi prisionero de la cabeza á los pies, sin con- dición alguna; entregad vuestra espada. " Y el prisionero la entregó. Gazielle, entonces, se apresuró á poner la suya en manos de Rosales, que le dijo benévolo: ''Guardadla, comandante, sois muy digno de lle- varla." Un subteniente argelino quiso besar la mano al héroe, pero és- te la retiró diciéndole: "En mi país no se acostumbra besar la mano á los hombres." Sabiéndose que el balazo recibido por Granados le ha- bía sido disparado deslealmente por un oficial francés rendido. Rosales hizo pasar las filas de los prisioneros, para que le reconociese, delante

LA BATALLA DE^ SAN PEDRO EN 8INAL0A. 61tf

de la camilla del herido. Pero el magnánimo Granados dijo: '^No es- tá.** Y sin embargo, allí estaba. Rasgos son éstos, exclama el Sr. Buel* na, que dan á conocer el temple de alma de los vencedores de San Pedro.

De los fugitivos, sólo lograron escaparse Cortés, Carmona, y el capi- tán del puerto de Altata, Alejandro Santa Cruz, que sirvió de guia á los imperialistas.

El 23 se verificó la entrada solemne del ejército mexicano en Culia- cán, cuyos habitantes no acababan de pasmarse ante un triunfo que juzgaban inverosímil, y desde entonces no se atrevieron ya los france- ses á penetrar al centro del Estado, manteniéndose acorralados en la plaza de Mazatlán, por las tropas del general Corona, hasta el término de la guerra.

D. Ignacio Ramírez, que en sus Cartas á Fidel había pronosticado meses antes que Rosales sería un héroe, porque tenía las condiciones de tal, describe así la batalla desde Guaymas, á Febrero de 1865, en una de dichas cartas:

"Rosales reúne en silencio á sus soldados, y marcha á situarse apo- cas leguas, en el puebleciUo de San Pedro, que tenía muy bien estu- diado; una plaza extensa, cercada por modestas casas ; un grupo irre- gular de jacales hacíala salida de la aldea; algunos bosquecillos de ár- boles, entre los que se distinguen la parota y el caprichoso baniano; el rio Humaya á la izquierda de nuestro campo; y al frente el enemi- go: así han pasado la noche los patriotas mexicanos.

'^Rosales posee la elocuencia militar; breves palabras, pero inflama- das; y órdenes dictadas por el acierio. Embosca dos de las pequeñas piezas que llevaba apoyándolas con unos piquetes; deja cien hombres de reserva en el centro del poblado; y se adelanta por el camino, lle- vando doscientos hombres para provocar el combate.

"Los franceses no dormían: resisten, se organizan, se precipitan arro- llando á Rosales, cantan victoria; entonces )a muerie los asalta por los flancos; Rosales recoge su reserva; los invasores se contienen, vacilan, se ven diezmados, y retroceden. Aprovecha Rosales los momentos, y se lanza sobre los fugitivos; éstos organizan su retirada, y se rinden so- bre las cenizas de su último cartucho. Rosales había presentido (pie era un héroe, y la gloria se lo ha confirmado."

Después de la elocuente palabra del tribuno del pueblo, oigamos el reposado razonar del admirable estadista D. José Maria Iglesias, quien

sao REVISTA NACIONAL.

describe en una de sus famosas Revütaa Hietóricas, con la pluma de Tácito, el legendario acontecimiento, y afiade:

"Este triunfo es, en sus resultados materiales, el más importante que hasta ahora han alcanzado las armas republicanas. Por primera vez han quedado en nuestro poder la artillería y tren de guerra del ^emi- go, en unión de sus jefes y oficiales, con excepción únicamente de los que sucumbieron en el combate. El arrojo de nuestras tropas, probado ya en tantos campos de batalla, ha dado en esta vez el feliz resultado que les había estado negando la adversa fortuna. La nación contará en- tre sus días más felices al lado del glorioso 5 de Mayo de 1862, el 22 de Diciembre de 1864, en el que ha vuelto á probarse al mundo ente- ro, que nuestr(^ soldados son capaces de batirse con los franceses y de derrotarlos."

En varias partes de su obra alude el Sr. Iglesias con enconüo á la acción de San Pedro, y al general Rosales, y ya casi al terminarla, asienta que las hazañas de las brigadas unidas de Sinaloa y Jalisco, después Ejército de Occidente, al mando del general Corona, figuran entre los actos más memorables de la lucha con los intervencionistas. Allí están, para patentizarlo, las gloriosas jomadas de Siqueros, Vera- nos, Palos-Prietos, Villa-Unión, Cópala, Marisma del Pescador, Con- cordia, Agua Zarca, Valamo, Rancho del Colorado, y la del Espinaza del Diablo, donde tan caro costó su relativo triunfo á los franceses. El ^ército invasor no tuvo una sola victoria en forma, durante todo el pe- ríodo de la guerra, en el territorio de Sinaloa, ni logró nunca romper el círculo de hierro con que el patriotismo mexicano le mantuvo ence- rrado siempre en el estrecho recinto de la ciudad de Mazatlán, defen- dida por la escuadra del Pacífico^ Si vale la frase, puede decirse que Mazatlán fué el San Juan de Acre del ejército francés en México. Sa- lió de allí el 13 de Noviembre de 1866, dos afios exactos después de su entrada, en medio de la misma indiferencia pavorosa y hostil con que había sido recibido. El 22 de Diciembre de 1866, dos años exac- tos también después de la batalla de San Pedro, tomó posesión del go- bierno del Elstado, por elección de la Legislatura, el Sr. general D. Do- mingo Rubí, quedando así restablecido el orden constitucional.

La batalla de San Pedro, señores, constituye la más brillante página de la historia de Sinaloa. Rosales venció á las huestes invasoras con soldados bizoños, reclutados en parte la víspera, con menor fuerza nu- mérica, con inferioridad en todos sentidos de elementos de guerra, sal-^

DOÑA JUANA MANUELA GORRITI. 621

YO el tener cuatro piezas más de artillería. Rosales no abrigaba esperan- za en el triunfo y estaba resuelto á morir por su patria en la liza del ho- nor. La fortuna fué propicia á su genio, á su valor, á las armas naciona- les; la victoria ornó su frente con inmarchitable lauro; y sobre el mismo ensangrentado campo de batalla, ungido para los siglos con su aliento heroico, desplegó luego la magnanimidad de su corazón y la energía de su carácter. Fué misericordioso con los vencidos, perdonando la vi- da á todos sus prisioneros, soldados de un ejército para quien el incen- dio, la violación y el asesinato eran familiares,— -como décadas ahtes lo había hecho también, en análogas aunque más aflictivas circunstancias, el egregio paladín insurgente D. Nicolás Bravo. 1 Gloria eterna y eterna remembranza al vencedor de San Pedro!

FRANasco GÓMEZ Flores,

DOÑA JTáNA mañuela GOSBITI.

Gloriase, y con razón, la patria de San Martín y de Echeverría, de contar entre sus eminencias literarias á la Srá. Dofia Juana Manuela Gorriti, por ser esta noble dama una de las^ más ilustres escritoras de la América Latina.

El nombre de la Sra. Gorriti seria popular en México, si el injusti- ficable aislamiento en que hemos vivido respecto de las Repúblicas Sud- americanas, no hubiese ocultado á los ojos de la inmensa mayo- ría de nuestra sociedad, las producciones de tantos y tan egregios au- tores como forman el tesoro de hs letras en aquellas Repúblicas her- manas, en tanto que durante nrachos afios se ha nutrido esa mayoria con los firutos casi siempre insubstanciales de literatura!^ que no respon- den á los ideales de un pueblo como el nuestro.

La mujer mexicana, con marcadísimas excepciones, ha leído exclu- sivamente, no por su propia ;voluntad sino por sugestión, los libros es- crito!^ por personas de su mismo sexo, llegando á formarse la concien* cia de que procediendo así, deja de contaminarse con las ideas subver*

622 REVISTA NACIONAL.

sivas que le han hecho creer que encierran las producciones de los hombres. Y como se ha cuidado de poner á su alcance únicamente aquellas que la encaminen á perpetuar las creencias y las costumbres heredadas, ha sucedido por tal modo, que, á titulo de robustecer sus sentimientos morales, se ha prescindido de despertar en la mujer el amor y la admiración á las más excelsas producciones del arte litera- rio, fomentando su afición á la lectura de las que están destituidas de fodo mérito pero abundantes en lecciones que presumiendo moralizar acaban en último análisis por viciar la inteligencia y el corazón de la miger. Lo primero, porque tales obras carecen de belleza estética, y lo segundo, porque la enseñanza que de ellas pudiera derivarse se adquie- re después de haber asistido al desarrollo de dramas en que figuran ó actúan pasiones que, por dicha, aún no conturban el espíritu de la mu- jer de nuestros hogares.

Ajeno á mi carácter es dirigir reproches sin fundamento, y por lo tanto, antes de proseguir, juzgo necesario presentar en apoyo de lo que llevo expuesto, lo que uno de los mejor reputados críticos españoles dice á propósito de la mayoría de las escritoras de su patria, que son las que gozan en México la predilección délos padres de familia, y son por ende las mismas á que he aludido.

"Hay todavía dice Leopoldo Alas quien niega á la mujer el de- recho de ser literata. En efecto, las mujeres que escriben mal son po- co agradables ; pero lo mismo les sucede á los^hombres. En España, es preciso confesarlo, las señoras que publican versos y prosa suelen ha- cerlo bastante mal. Hoy mismo escriben para el público muchas da- mas que son otras tantas calamidades de las letras, á pesar de lo cual yo beso sus pies. Aun de las que alaba cierta parte del público, yo no diría sino pestes una vez puesto á ello. Hay, en mi opinión, dos escri- toras españolas que son la excepción gloriosa de esa deplorable regla ge- neral: me refiero á la ilustre y nunca bastante alabada Doña Concep- ción Arenal, y á la señora que escribe La Cuestión palpitante.

" La literata española no suele ser más instruida que la mujer espa- ñola que se deja de letras : todo lo fía á la imaginación y al sentimien- to, y quiere suplir con ternura el ingenio. Lo más triste es que la mo- ralidad que esas literatas predican, no siempre la siguen en su con- ducta. Emilia Pardo Bazán que tiene una poderosa fantasía, ha cul- tivado las ciencias y las artes, es un sabio en muchas materias y habla cinco ó seis lenguas vivas. ^*

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DOÑA JUANA MANUELA GORRITI. 623

La escritora argentina, objeto del presente artículo, lejos de hallarse comprendida en la regla general de Leopoldo Alas, es en la América Latina lo que las Sras. Arenal y Pardo Bazán en Espafia. Sus obras, como ha dicho un distinguido publicista chileno que son nume- rosas y notables, la colocan al nivel de los más egregios literatos cono- cidos ; su vida es mucho más venerable aún, pues su existencia ha si- do una odisea de martirio y de gloria. ¿ Cómo pues dejar de llamar la atención de los lectores de la Bevüta Na^donai, hacia una personali- dad que desde cualquier punto de vista que se le estudie, es una glo- ria para la América Latina? ¿Cómo dejar que arraiguen más y más en nuestras damas la ignorancia y la preocupación respecto de las obras que tanto la Sra. Gorriti como otras ilustres escritoras hispano ameri- canas han producido?

Nació Dofia Juana Manuela Gorriti en la provincia de Salta, en Ju- nio de 1819, siendo su padre el Sr. general D. José Ignacio Gorriti, ilustre procer de la independencia argentina, que empleó en el soste- nimiento de esa noble causa una inmensa fortuna, que fué un gober- nante probo, y que murió en el destierro, pobre pero con un nombre glorioso é inmaculado.

La Sra. Gorriti compartió con su padre el ostracismo, desde la edad de doce años, en la República de Bolivia, en donde más tarde se unió en matrimonio con el coronel D. Manuel Isidoro Belzú, personaje de celebridad prestigiosa. Belzú al decir de un escritor sud- americano, tuvo como ninguno el talento de fanatizar á las masas hasta el punto de merecer el nombre que con justicia se le ha aplicado más de una vez, de Mahoma boliviano. El pueblo, y la indiada que en ese país es muy numerosa, le adoraban de una manera extrafla; si ha habido un nombre popular en el sentido genuino de la palabra, en algún país, ese nombre es el de Belzú en Bolivia. No hay quien no lo sepa, y aún en el día los indios de las altas mesetas de la Cordillera vierten lágrimas á su recuerdo.

Soldado revolucionario el marido de la .Sra. Gorriti, derrocó á dos de los supremos mandatarios de su patria, gobernó durante siete afios, viajó diez por Europa y al regresar á Bolivia en 1865 encabezó una nueva revolución contra el general Melgarejo, quien después de una terrible batalla en las calles de la Paz venció á Belzú y le dio muerte en su propio palacio.

La breve noticia que acabamos de dar respecto al hombre que unió

584 REVISTA NACIONAL.

SU suerte á la de la ilustre escritora argentina, basta para comprender que lejos ésta de encontrar un lenitivo á las amarguras del destierro, halló en el matrimoirío nueva fuente de pesares. Mas quiso el cielo brindarle un bálsamo purísimo, dotándola de raras y excelentes cuali- dades para el cultivo de las bellas letras.

La primera obra de la Sra. Gorriti fué una novela intitulada La Quena, inspirada en la historia de los Incas de Marmontel. En ella hace una pintura de la grandeza peruana en sus días de esplendor, por tal extremo suntuosa, que, como dijo un crítico, los tesoros de Monte- cristo, inventados por la aurífera codicia de Dumas, son una miseria, que ni aun reunida con las talegas del capitán Nemo harían un mon- tecillo digno de compararse con aquella vastísima ciudad kibterránea del Cuzco, á donde la fértil novelista hace descender á la madre de Chaska Naui iconduciendo los restos de su padre.

Hablando el Sr. Pelliza de uno de los más hermosos pasajes de la QtAenay dice: "Este cuadro no parece trazado por la mano de una es- critora improvisada. Ni el contomo ni la idea acusan encogimiento ó excitación. La ñrmeza del genio y el exquisito sentimiento de la ma- ternidad iluminan la hermosa página que dejamos transcrita. Bemardi- no Saint- Fierre no pinta con más fuego; ni la interesante y amena Delfina Gay escudriña mejor los secretos arcanos de la pasión, ni des- cribe con naturalidad más espontánea las tremendas inflexiones del do- lor y la esperanza."

A esa novela, publicada en 1845, siguieron otras: El guante negro, OvM Amaya, Un drama en el Adriátieo, Fragmentos del álbum de una peregrina, La novia del muerto, La hija del mashorquero, Una apuesta, El lucero del manantial, Una noehe de agonía. El lecho nup- cial, Tres nxiches de una histoiia. El ángel caído. Tesoro de los Incas, Quien escucha su mal oye, Si mal haces no esperes bien. Una hora de coquetería, El ramillete de la velada. Una redondilla. El naranjo y el cedro, La fiebre amarilla, Gfuemes, etc., etc.

Refiriéndose Torres Caicedo en 1863, á las novelas hasta entonces publicadas por la ilustre saltefía, emitió el siguiente juicio:

"La Sra. D* Juana Manuela Gorriti no pertenece como Jorge Sand, á una escuela filosófica ni como ella tiene los refinamientos del arle y del estilo; pero en cambio posee el sentimiento de lo bello y de lo bue- no, que distinguió á la autora de Margarita 6 los dos amores, la malo- grada Delfina Gay, Mad de Girardin. Sin la corrección de lenguaje

DOÑA JUANA MANUELA OOBRITI. £26

de Fernán Caballero, tiene como esta afamada escritora espaQola el amor á la verdad, á la sencillez, y sin ser realista, describe fielmente la naturaleza, animándola con los tintes de lo ideal. La escritora no olvida á la mujer; la literata recuerda siempre que es cristiana; y por eso sus novelas son siempre recreativas, morales, y pueden sin recelo ponerse en manos de las vírgenes y entrar por la puerta principal en el hogar de la familia que más dada sea á la práctica de la virtud.

" Lejos está la literata argentina de poseer las ricas facultades de la autora de Indiana y Valentina; pero lejos está la escritora francesa de poseer la noble sencillez y el espíritu moralizador de la autora del Lu- cero del manantial. Aquella se presta á la discusión y conmueve todas las pasiones : ésta arrulla dulcemente el alma y hace pasar las horas en grata paz. La literata francesa ha perdido su sexo, como dice Mr. de Lamartine, en las luchas filosóficas y políticas; la literata argentina se ha mostrado mujer por el corazón y por el lenguaje, por la sencillez y la moralidad.

''La novela, después de la forma dramática, ha dicho Planche, es la forma más popular del pensamiento ; pero si puede sanar muchas he- ridas, puede también abrir otras que son incurables. Esto lo ha com- prendido por intuición la Sra. Gorriti, y por ello trata de armonizarla pureza de la forma con la elevación de los sentimientos. En muchas de las novelas de la literata argentina hay ausencia de episodios, los <;^racteres q)enas son delineados, las descripciones dejan que desear; pero, en cambio, hay rapidez en la acción, altura en los pensamientos, dignidad en la expresión, moralidad en el fin que se propone, y si las descripciones son cortas, las que presenta son exactas y revelan lo que hoy se llama el sentimiento, estético y el color local."

Antes de proseguir, haremos notar que de muchos de los defectos apuntados por Torres Caicedo en el juicio que acabamos de copiar, se ven expurgadas las obras posteriores de la Sra. Gorriti, sin que en és- tas se note que á la perfección de la forma hubiese sacrificado la na- turalidad y el vigor del pensamiento.

Volvamos á la vida íntima de la Sra. Gorriti para hablar después de sus últimas producciones.

Las tempestades políticas la arrojaron del suelo natal, siendo como dijimos ya, todavía ñifla, y las mismas tempestades la condujeron de Bolivia al Perú.

Para disipar la nostalgia, fundó en la hermosa capital del Rimac un

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colegio de señoritas, y como si tan penosa labor no fuera bastante pa- ra llenar sus horas y agotar sus fuerzas, dedicó las noches al cultivo de la literatura y convirtió su hogar en un verdadero Ateneo, reunien- do en él á las inteligencias superiores de la patria de Ricardo Palma. De esas reuniones surgió la idea de fundar El Correo del Perú, publi- cación que alcanzó grande celebridad.

En 1865 publicó su hermoso libro Sueños y BealidadeSf en Buenos Aires, acrecentando con él la reputación de gran novelista ; después Panoramas de la vida y El mundo de los recuerdos.

En 1875, al retornar á la patria fué la Sra. Gorriti objeto de las más cariñosas y entusiastas manifestaciones por parte de las seductoras bo- naerenses, quienes la obsequiaron con un álbum y una estrella de ex- quisito mérito. También el distinguido editor D. Carlos Casavalle, el benemérito de las letras argentinas, le dedicó un recuerdo, que consis- tió en un folleto impreso con elegancia, en el que reunió, con el titu- lo de Palma Literaria y Artística, varias de las poesías escritas en honra de la popular novelista.

Y en verdad que los homenajes tributados á la Sra. Gorriti faeron justos y merecidos. Ella había tenido para la patria, en sus días de proscripción, los mejores recuerdos ; ella había honrado por donde quie- ra el nombre argentino y conservado, con inalterable cariño, sus rela- ciones con sus conterráneos, sin que brotaran nunca de su pluma amargos reproches, sin que, ni por un solo día, en sus horas de triste- za nostálgica, buscase una distracción en escribir, como bien podría haberlo hecho, la historia de la dominación ignominiosa que soportó durante largos años el pueblo, sin dar muestras de virilidad y de he- roísmo para arrancar de raíz la tiranía que sobre él pesaba.

Y llama la atención, cuando se estudian los numerosos escritos de la Sra. Gorriti, ver cómo en ellos no procura sino por el contrario evi- ta, hablar de misma. Es un hecho perfectamente demostrado que la mujer que se dedica á la literatura, con muy contadas excepciones, se hace fastidiosa é intolerable por su afán de pregonar la excelsitud del ingenio femenino, volviendo por los fueros, que ningún pensador ultra- ja, de las mujeres superiores, y enumerando, venga ó no al caso, á las que desde la antigüedad más remota hasta nuestros dias han adquiri- do alguna celebridad.

También debe señalarse entre las más características dotes de la Sra. Gorriti la modestia, y su ninguna pedantería. Regístrense sus obras, y

DOÑA JUANA MANUELA GORBITI. 527

se verá que jamás hace en ninguna de ellas la más ligera alusión á los triunfos por ella alcanzados, ni menos hace alarde de poseer conoci- mientos que la elevan sobre el vulgo de las escritoras. Los efectos de relumbrón, las frases rebuscadas, la poesía impertinente que muchos escritores confunden con la grandilocuencia, no tienen cabida en las páginas por la Sra. Gorriti escritas.

Tampoco se le podría tachar, como á muchas otras literatas, de ex- plotadora de los sentimientos religiosos de sus lectoras. Ella no hace alarde de su piedad ni quiere ostentarse apóstol de las creencias que profesa. La moral purísima de sus obras no se infiltra en el alma por medio de esas cansadas disertaciones que á guisa de predicación doc- trinal siembran en sus libros los que desean congratularse con los que se dicen directores de la conciencia humana.

Un crítico que se ha distinguido no solamente por la severidad de sus juicios, por su variada y profunda instrucción y por su depurado gusto, sino también por su extremado apego á los principios ultra ca- tólicos, de los que es esforzado paladín, tiene en tan alta estima las ex- celencias de la novelista saltefia, que hace apenas un afio que publicó en Buenos Aires un brillante artículo en elogio de la, Sra. Gorriti. De ese artículo vamos á extractar algunos pasajes que mejor que cuan- to nosotros pudiéramos decir dan cabal idea de la dama y de la es- critora.

''Nacida en medio de agitaciones dice D. Santiago Estrada la vida de Juana Manuela Gorriti se ha desenvuelto entre tempestades. Parece que todos sus actos participaron del aspecto agreste, á la par que grandioso, de los Andes de Salta, su cuna; de Bolivia, su refugio en la prescripción ; del Perú, su oasis en las penurias de larga peregri- nación. Las alas de su espíritu, parecidas á las del cóndor, la llevaron del valle á las alturas de la cordillera. Visitada por la inspiración, di- vide con la Avellaneda el imperio literario de la mujer americana en la América española. Lo que. de viril y adusto le imprimió el infortu- nio, lo ha modificado el sentimiento femenil, tierno y delicado, desbor- dante de su corazón como la savia de la floresta colombiana, ó la re- ciña del tronco herido por el hacha, del sándalo de la India.

"Apenas tras ruda batalla recuperó la serenidad del ánimo, reapa- reció en ella la soñadora de lo bueno, la utopista délo bello, la imagi- nación creadora del artista, que la impulsó á, ver flores en el campo erial y virtudes en los corazones empedernidos. Los hijos de su fanta-

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sidí aparentemente menos amados que los de sus entrañas, en consor- cio con la bondad del carácter, alejándola de la misantropía compañe- ra de las decepciones, la han entregado como maniatada al optimismo más generoso. Pocos argentinos han Jeido tanto como ella en el libro de la naturaleza. Una intuición superior infunde en su espiritu la vi- sión de las cosas ignotas. La práctica de la vida, las reminiscencias de la juventud, la circunstancia de haber tomado parte en episodios ex- traordinarios de nuestra historia, constituyen la fuente inexhausta de su conversación interesante, instructiva, encantadora, que encuentra la fuerza en el ingenio, y la gracia en la palabra brillante y apropiada, que, como el agua de las cumbres de la sierra, se purifica incesante- mente en virtud de la elevación de la caida.

'^ Juana Manuela Gorriti lo ha contemplado todo : el campo de bata- lla de los bandos y de los pueblos ; el desgarramiento de los sentimien- tos ajenos y la lucha solitaria de las propias pasiones. Observadora, no sólo ha visto, sino que ha estudiado cuanto ha caído bajo su mira- da: afectos, ideas, aspiraciones y fibras de la naturaleza humana. Na- rradora por inclinación, no puede dejar de repetir lo que es idea de su cerebro ó visión de su fantasía. Analiza el espiritu como un psicólogo, diseca la entraña como un fisiólogo, y de aquí que algunas de sus obras parezcan haber tenido por buril un escalpelo, y por escritorio la mesa de un anfiteatro. Artista minuciosa y delicada, reuniendo los elemen- tos grandes y pequeños, ha concertado los colores variados de ciertas narraciones, con la paciencia inteligente de los fabricantes de mosai- cos de Florencia. En aquella cabeza de mujer dibujada por ella, bri- llan las tintas de su abundante paleta, como los toques lucidos de los esmaltes de Limoges. Algunas breves leyendas que apenas forman una escena, recuerdan los bajos relieves, reducidos y artísticos, de los pla- teros de la época de Cellini. Encuéntrase en la colección de sus obras, marcos primorosamente labrados, conteniendo composiciones de im- portancia dudosa, que involuntariamente traen á la memoria algunos lienzos italianos, que sobreviven por las comizas venecianas que for- maron uno de los ramos del arte escultórico de la antigua reina del Adriático. "

Más adelante, agrega el Sr. Estrada :

^' Juana Manuela Gorriti empleando con acierto el instrumento de la palabra, ha encontrado el camino de la belleza de la forma que in- mortalizó el arte griego. La manera particular de manejar la pluma,

DOÑA JUANA MANUELA OORRITI. 68»

Ó la palabra, constituye el derecho de propiedad del estilo en los artis- tas del pensamiento. Nuestra paisana ha conquistado el derecho que se le reconozca ese titulo, expresándose originalmente en la len- gua de Cervantes. Ella ha escuchado en las yungas, en las punas, en los valles y en las pampas americanas, el lenguaje de las criaturas sen- sibles é insensibles, el gemido del viento, la querella del indio, el so- llozo de la quena, y después de describir el desfiladero escabroiso, la huaca profanada, la silueta agria de la montaña, el perfíl adusto del arriero curtido por las inclemencias, la figura melancólica del payador errante, ha compuesto tragedias y dramas al parecer escritos ora & la luz deslumbradora del sol de los trópicos, ora al reflejo de la hoguera de los campamentos, ya deslumhrado por el candil de la posada del ca- minante, ya en la granja rodeada de aldeanos, ora en el hogar circun- dado de mozos y de mozas, ávidos de recoger en la memoria esas crea- ciones maravillosas, alternadas con cuadros cómicos en que predomi- nan la virtud y el amor, la sencillez de los hábitos y la inocencia del corazón. "

No menos encomiástica, y no menos equitativa, es la opinión que otro critico, ya citado por nosotros, expone respecto á una de las más hermosas producciones de la Sra. Gorriti.

"En las brillantes páginas de Peregrinadanes de una alma triste, dice el Sr. Pelliza, el interés novelesco no es lo que más subyuga; su principal atractivo reside en la descripción de las localidades ; en el panorama del suelo americano desplegado en todo su maravilloso es- plendor; en la pintura de las costumbres sencillas y patriarcales de la vida campestre, diseñadas allí con hábil maestría. I Cuánta profunda observación ha dejado consignada la autora en el paso fugitivo de es- ta voluntaría romería ! Jamás las armonías del estilo lucieron con tan humildes atavíos, y el arte del escrítor pocas veces fué mejor explota- do para fingir la realidad, creando la vida y la acción en medio de la naturaleza solitaria. Con esta obra la Sra. Gorriti ha entrado en la nue- va senda por que conducen la novela los primeros escritores de la épo- ca presente: el romanticismo con sus amores volcánicos, donde toda la acción se desarrolla en la violencia de las pasiones y en el fuego délos efectos llevados á una temperatura sofocante, había pervertido el gusto, después de estragar la literatura con sus creaciones inverosímiles y fu- nestas para la quietud y el sosiego doméstico. Hoy se le pide á la no- vela algo más que la pintura de las costumbres, y sobre todo de esas

K. B.— T. 11-44

OO REVISTA NACIONAL.

N

costumbres suntuarias que han llegado al más completo refinamiento. Esto, por si sólo, no es de provecho para los pueblos americanos. ''

2x1 tierra natal es el título del último libro publicado por la Sra. Go- rritiy en el corriente afio.

Es la narración amena de un viaje emprendido por la autora á la provincia de su nacimiento ; narración sembrada de anécdotas y de re- cuerdos, 7 en la que con facilidad y gallardía admirables desenvuelve ante la vista del lectorios más hermosos paisajes. Increíble parece que tanta frescura, tantas galas, broten de la pluma de una escritora que ha vivido ya setenta años, y más increíble aún, que esa misma anciana tenga en preparación cuatro nuevas obras : Cocina ecléctica^ Lo ín- timOi Perfiles históricos y Perfiles divinos.

Nuestra admiración crece más y más cuando recordamos las terri- bles pruebas por que ha pasado la Sra. Gorríti durante su larga existen- cia. Se necesita poseer una naturaleza excepcional para resistir el em- bate de los dolores que han acibarado el corazón de la fecunda escri- tora, y de los que hemos hecho ligera mención porque no era nuestro pensamiento sino el de dar á conocer en México las obras literarias de la Sra. Gorríti. Aunque de imperfecto modo hemos cumplido nuestro propósito, y sólo nos resta decir, para terminar, que entre los descen- dientes de la ilustre argentina se cuenta á la poetisa Mercedes Belzú de Dorado. La hija de la Sra. Gorríti goza de merecido renombre por «US obras así originales como traducidas.

Francisco Sosa.

EL CONDE DE LESM08.

I

En la altura, en el castillo, habita el Conde de Lesmos ; abajo, en el llano, la hija de Cosme Agíl el montero.

EL CONDE DE LEBMOS.

En la altura el noble anciano, débil, encorvado, viejo, con el corazón lo mismo que en los juveniles tiempos. Abajo, la hija de Agfl, más hennosa que un ensueflo, y con quince primaveras en el alma y en el cuerpo.

II

Tiene la casa de Cosme un jardín y tiene un huerto, y un lago, que es del color del color que tiene el cielo. Es lo mismo que un semblante que refleja el pensamiento : sombrío si está sombrío, risueño si está risueño. En su cristal la doncella retrata el rostro hechicero, y en él se mira los ojos y ante él se peina el cabello.

III

Muñéndose estaba Cosme y llamó al conde su duefio, y le hizo entrega de su hija, como se entregan los huérfanos. Ya el jardín no tiene flores, flores ni frutos el huerto, y en las orillas del lago espira la onda en silencio.

Ya vive Alina en la altura, vive junto al noble viejo que de amor por ella muere, loco de amor y celos.

«a REVISTA NACIONAL.

IV

A media legua del lago y del castillo, está el puerto ; 7 salta al muelle una tarde el hijo del conde Lesmos y al saltar detuvo el paso y hasta detuvo el aliento, y hasta detuvo el latido el corazón en su pecho, que ha visto, al dejar el hote, del muelle en el otro extremo, á Alina, á quien nunca ha visto, atravesar el sendero. ¿Qué os pasa, señor? le dice Ginés, que era su escudero. ¿Pues qué me pasa Ginés, que á decírtelo no acierto? Volemos tras de esa dama ; mas, viene el conde á mi encuentro.

y seguirla es necesario

sigúela tú, yo no puedo

allá corre tras ella

vestida de rojo y negro

que roba á mi alma el alma y la idea al pensamiento, como la noche le roba sus resplandores al cielo. " Y parte Ginés, á punto que llega el conde de Lesmos con la sonrisa en los labios y con los brazos abiertos.

V

*^ Padre que vida me diste, pues yo la vida te debo me estás causando la muerte con salirteme al encuentro. ^^

k.

EL CONDE DE LESM06. 533

Asi piensa en tal instante el contrariado mancebo; que el amor cuando es amor impera él solo en su reino, como el león en la selva y la palma en el desierto, y como el sol cuando apaga los soles del firmamento.

VI

¿Cómo Ginés, al castillo llegar pudiste primero? Aquí me trajo la dama á quien venia siguiendo. ¿Aquí vive?

Lo supongo. ¿Preguntaste?

Por supuesto. ¿Quiénes?

Alina, la bija de Ciosme Agfl el montero. ¿Dueña tiene?

Tiene duefía. ¿ Quién es la tal ?

Dofia Elo, la misma que me crió con la sangre de sus pecbos. ¿La conoces?

Está loca porque volvimos á vemos, y duefio soy de su lengua cual vos de la mfa duefio. Dile que le diga á Alina que la ama Pedro de Lesmos, y el mar que me echó á sus plantas no es más que mi amor, inmanso. Que vi bien que ella me vio,

681 RBVI8TA NACIONAU

y al no sentir lo que siento,

valiera más que al mirarme

me hubiera al momento muerto.

Valiera más que al nacer

la luz me dejara ciego,

que para ver cuanto he visto

de encantador y hechicero,

y verla después á ella

sin su amor que tanto anhelo,

fuera bien no haberlo visto

que volver, sin él, á verlo

Asi lo dices, Ginés,

y asi á Alina Dofia Elo ;

si con palabras de más

sin una palabra menos.

VII

Ama á Alina el viejo conde y Alina idolatra á Pedro, y porque el amor se vende vendióse al conde de Lesmos. Y en el alma del anciano dan los celos en ser tercos; nútrense de las tinieblas encerradas en su pecho, y celos que así se nutren odios son que no son celos, y odia el de Lesmos á Alina lo mismo que odia á Don Pedro.

VIII

¿Qué piensa el conde infelice? ¿qué medita en sus desvelos? ¡parece que Satanás

inspira sus pensamientos!. ,

Se detiene vuelve á andar. ••

EL CONDE DE LE8MOS. 6>&

deja el sillón, torna al lecho

habla, gime, reza, jura,

llora y ríe á un tiempo mesmo.

Tal serán de abominables

sus designios, de siniestros,

que él mismo de ellos se espanta,

¡que él mismo se espanta de ellos!

IX

Por las orillas del lago vaga Alina en paso lento, unas veces ella sola, otras veces con Don Pedro. Allí sonríe el amor, 7 allí colman sus deseos en los labios las promesas, y en las miradas los besos. Allí al murmullo del agua, del bosque lejano al eco, se acompañan amorosos suspiros y juramentos. Eso cuando está el galán enamorado y contento; mas, cuando ella queda sola todo cambia y es diverso: tras honda melancolía la acosa el presentimiento de un mal que está por venir, que está cerca ó está lejos. Se le imagina que el aire solloza al pasar ligero, que oye voces que la llaman en sepulcrales acentos, que en las neblinas que flotan se confunden mal envueltos, fantasmas amortajados, fatídicos esqueletos.

686 REVISTA NACIÓN Ali.

Y se imagina aquel lago, su amor, su amigo, su espejo, el guardador de sus lágrimas, ¡tumba de sus pensamientos!

X

Del torreón del Castillo en un obscuro aposento, al mediar de largo día se estaba muriendo Lesmos. ¡Qué morir tan angustioso el del alma y el del cuerpo, si es del cuerpo y es del alma yerdugo el dolor á un tiempo! Muriendo estoy, hijos míos,

lo bien ya no hay remedio;

mas de amor desdichado

que ha de morirse primero

Padre ¿qué amor?

Qué amor, padre? ¡Qué amor ha de ser! ¡el vuestro!

Mi amor

^Mi amor

Imposibles: ¡Alina es tu hermana, Pedro! Uno del otro se apartan la doncella y el mancebo y en tierra clavan los ojos, pálidos como los muertos.

XI

Anochece. En un sillón don Pedro de angustia lleno; respirando mal, apenas, el moribundo en el lecho; una lámpara apagándose, como la vida, en silencio.

EL CONDE DE LE8M09. 637

y un sacerdote que reza

de rodillas en el suelo

Se abre de pronto la puerta que da paso al aposento, y entra Ginés con el rostro

azorado y descompuesto

quiere hablar hablar no puede

que se le trunca el aliento.

—Habla Ginés dílo dílo

qué te pasa di ¡lo quiero!

Señor, desde la alta reja de mi elevado aposento,

la vi cruzar la llanura

lyo muy alto! ¡Ella muy lejos!

la escalera el puente salgo

del castillo corro llego

llego al llano lel lago! lEl agua

se había tragado el cuerpo

di un grito

Alina! imi Alina! gritó Don Pedro, riendo á carcajadas: Hermana, allá voy! Padre, hasta luego!

XII

En la iglesia del Castillo se ve un catafalco ardiendo; misa de cuerpo presente están cantando á tres muertos. Reza Ginés en el coro y junto á él Dofia Elo, y al terminar-«l oficio dijo asi Ginés muy quedo: ^Mira el semblante de Alina

que triste y el de Don Pedro

¡qué tristes están los dos durmiendo el último snefiol

538 REVISTA NACIONAU

Pero ¡caso original!

mira bien cómo, entre ellos,

parece que se sonríe

el Sefíor Conde de Lesmos!

México, Mayo 10 de 1889.

José Peón t Cíontreras.

TABARÉ.

Sr. D. Francisco Sosa.

Tu casa. Noviembre 25 de 1889. Muy fino y querido amigo :

Te ofrecí, y estoy arrepentido, como de mis pecados, decirte mis im- presiones sobre el poema del Sr. Zorrilla San Martín, titulado Tabaré, que con tanta ñnura y con antecedentes tan estimables para mí, pusis- te en mis manos, á nombre del Sr. D. Ramón Mendoza, Ministro Ar- gentino.

Te confieso que mi deseo de servirte y de corresponder á tu estima- ción, me arrancaron tal promesa, sin tener en cuenta ni mi ignorancia, ni mi aversión á esa clase de trabajos, ni mi pereza genial, cultiva- da y como con raices en mis achaques y en mis setenta y un inviernos.

Por otra parte, dar cuenta á sangre fría, de una alucinación, de im- presiones del alma en un estado anormal, cuando la sensibilidad está como adormida, los nervios en calma, y la razón fuera de la atmósfe- ra que la cautivó, es para mí, poco menos que imposible. Así pues, confórmate con que de una manera desairada é incompleta, te razón de mis reminiscencias, como quien pretendiera con palabras y con im- perfecta mímica producir en un confidente el asombro y encanto de uno de los cartones de Rafael.

Ante todo, me infundió una nueva simpatía el autor, por su manera de concebir y definir el arte. Dice el Sr. Zorrilla San Martin:

*^E1 arte contribuye al mejoramiento social, porque por medio de él, el común de las gentes participa la visión de los hombres excepciona-

TABARB.

les y se eleva y ennoblece en la contemplación de aquello cuya exis- tencia no reconocería si el poeta no le dijera: levanta la frente, sube conmigo á las regiones de la belleza ; la atmósfera es pura porque aca- ba de atravesarla la majestad del genio, que como las tempestades de la tierra, purifíca el ambiente. En una palabra, el arte no es otra cosa que la reproducción sensible de la vida ideal. De ahí que la única fuen- te de belleza sea el pensamiento en que el bien se difunde y la ver- dad esplende. "

Ya verás que quien asi sabe anunciarse, exhibe títulos deunagerar- quía superior en la legítima aristocracia de las letras ; y, por no dejar, en la breve nota puesta al fín del prólogo, hacemos conocimiento con el hombre de corazón infortunado, tras el velo místico de un recuerdo lleno de ternura. He aquí por qué yo, comencé por admirar y por amar al hombre, y me hice más y más inepto para la crítica.

Tal vez por mis escasas y desordenadas lecturas, mi concepción de la epopeya se relaciona con lo sobrenatural y lo heroico, con los gran- des dramas en que se deifícan los actores, y sirven de escenario los grandes espectáculos de la naturaleza, y las transformaciones de los pueblos.

Sin fijamos en la India, ni en la Persia, la Iliada brota resplande- ciente entre las civilizaciones asiática y griega.

De éntrelas tumultuosas y sangrientas correrías de Atila, surgen los Nibelungen. Dante crea con su genio sorprendente la epopeya mís- tica; sobre el Santo Sepulcro atraviesa los aires con su lira de bronce, Tasso, el poeta guerrero ; Milton hace un poema de la rebelión de los ángeles del Señor, y Klopstoc ensalza la redención alzando éntrelos cie- los y la tierra la cruz sacrosanta que sirvió de patíbulo á Jesús y de fuente purísima de la moderna civilización.

Tabaré á nada de esto se asemeja : es otro el teatro, otros los acto- res, desconocidos en la tradición europea.

Sirve de teatro al imponente drama la naturaleza grandiosa del nue- vo mundo, con sus ceibas gigantes y sus torrentes atronadores, sus ro- cas inmensas y sus tempestades terribles. En el fondo de ese cuadro

" El Uruguay y el Plata

vivían su salvaje primavera;

la sonrisa de Dios de que nacieron

aún palpita en las aguas de las letras.

610 REVISTA NACIONAL.

He ahí el punto de partida de nuestra alma al emprender el viaje á través del poema, acompañados del inspirado poeta que nos conduce y que desdeña llevar en sus manos la lira de oro. El quiere

" Una lira de hierro

" la más pesada y negra ;

" esa, la de apoyarse en las rodillas

" y sostenerse con la mano trémula.

" La de cantar sentado entre las ruinas

'^ como el ave agorera;

" la que arrojada al fondo del abismo,

" del fondo del abismo nos contesta.

" Al desgranarse las potentes notas

" de sus heridas cuerdas,

" despertarán los ecos que han dormido

'* sueños de siglos

Nos hallamos enmedio de una naturaleza virgen, totalmente ameri- cana, y no por la aglomieración de nombres extraños de aves, fieras y reptiles, desiertos y volcanes, sino porque reconocemos la vida real, tí- pica de nuestra América; lo que imprime un sello de positiva origina- lidad á la concepción poética.

Acaso por ese amor ingenuo é íntimo, á la naturaleza, el poeta se abandona á la contemplación de los cuadros que recorre, y sueña can- tando hasta perder de vista, ó, por lo menos, interrumpir la narración que borda y esmalta con exquisito primor. Por lo demás, la parte dra- mática del poema es tan interesante como sencilla.

Recordarás que en las poblaciones ó puntos militares avanzados pa- ra custodia de nuestras fronteras, se mantenían guarniciones al mando de jefes de confianza. Estos presidios los reglamentó entre nosotros el Visitador Gálvez.

Aquellas guarniciones estaban destinadas á la persecución constan- te de los salvajes, con éxito vario, y en asaltos y encuentros feroces y sangrientos.

En una de esas expediciones, un indio de raza charrúa Caracé^ jefe guerrero, mientras sus hermanos combaten y codician rico botin, él ha- ce prisionera á una joven blanca, porque

" Caracé sólo quiere

^' en su toldo á la blanca prisionera

TABARÉ. 511

" que de su techo encenderá los fuegos, *' los fuegos del amor y de la guerra.

Pasan soles y lunas

" Un nifío llora, los vagidos se oyen

" del bosque en el secreto,

^^ unidos á las voces de los pájaros

'^ que cantan en las ramas de los cedros.

En el aduar de la vida primitiva, al rugir de las Aeras, vastago de la pasión brutal se desarrolla aquel niño, teniendo las reminiscencias va- gas de un cielo de caricias y de un ángel de ternura y bondad, que co- mo que le trasportaba á regiones de ventura y de luz.

Una nueva guarnición llega á la frontera cuando Tabaré, que es el nombre del salvaje mestizo de pief ^e nieve y ojos azules, había senti- do las auras juveniles desordenando su cabellera rubia.

El jefe de la nueva guarnición, representa al guerrero fiel á su rey y sumiso á la consigna; Dofia Luz, su esposa, la pasión por el exterminio del salvaje; su hermana Blanca la piedad en su expresión más poética y angélica.

" Blanca la hermosa, la inocente Blanca, ''para quien brillan esos ojos negros " profundos hasta el alma, '' y en que la luz del sol de Andalucía '* brillo de estrellas presta á sus miradas.

La pintura del charrúa es soberana :

" Se advierte en su mirada

" un constante recelo

" y una impasible languidez que tiene

" algo de triste, mucho de siniestro.

" Son esbeltas sus formas,

" duros sus movimientos,

" la tez cobriza, el pómulo saliente,

" negros los ojos, como el odio negros.

'* Sobre los fuertes hombros

*' se derrama el cabello

«42 REVISTA NACIONAU

'' en crenchas lacias, rígidas y obscuras " que enlutan más aquel huraño aspecto. *' Pupila prolongada, "que prolongó el asecho etc

En un grupo de esos indios prisioneros, aparece Tabaréf pálido, con sus ojos azules y su aspecto excepcional.

" Hay en su cráneo hogar para la idea, " hay en su frente espacio para el genio.

¿Por qué tiembla?

" Es que Blanca, al pasar, le está mirando.

La niña inquiere, indaga de aquel indio enfermo. La respuesta es que se le llama el loco y que es furibundo en la pelea.

La primera impresión de Blanca se manifíesta al interceder miseri- 4X)rdiosa por Tabaré, á quien se ha dado por cárcel el pueblo.

La perturbación intensa de Tabaré se adivina por su actitud, por su distracción, porque se acentúa la especie de enajenación que le preo- cupa y desde ese momento el lector entra en el drama, sintiendo y tra- duciendo las emociones de dos seres separados hostilmente como por un mar de imposibles :

" El prisionero pasa " sin mirarla jamás, nublado el ceño " y al pasar junto de ella se apresura '< y se aleja temblando, casi huyendo.

Blanca, una vez que no puede contener su emoción al ver al indio, le pregunta: ¿por qué huyes, temes algún daño?

" El indio alzó la frente ; miró á Blanca " de un modo fijo, iluminado, intenso : " habia en su actitud indescifrable " terror, adoración, reproche, ruego.

Después de manifestar su asombro de que le hable la española, des- pués de que escucha de los labios de ella que no odia al charrúa, apo-

TABARÉ. 513

aerándose de él la pasión, sintiendo al abismo sonar en su cerebro, la dice impetuoso y apasionado :

" Oh si I yo que acechas

" mis horas de dolor,

" que remedas alas de gilgeros

" donde yo estoy.

" Yo que el secreto

" conoces de mi ser,

" y que te escondes en las nieblas ;

" todo lo sé.

" Que gimes en el viento,

" que nadas en la luz,

" que ríes en la lira de las aguas

" del Iguasú.

Esa entrevista, acaso por lo prolongada y por los recuerdos de la ma- dre de Tabaréf perjudicial al drama, es como la revelación entre som- bras, luces y reñejos, de una pasión que desenvuelve con energía en su mente la inventiva del lector.

Toóaré.emprende paseos solitarios, se le taciturno en lugares apar- tados, en la noche discurre como un fantasma en torno de la habita- ción de Blanca, y entonces se le acosa, se le persigue, y á pesar de los ruegos de la misma Blanca se le expulsa del pueblo, interpretando sus acciones como resultado de un proyecto contra los blancos.

El lector sabe que es la pasión de Blanca el móvil único de su con- ducta.

Después de algunos incidentes más ó menos importantes para la enérgica acción del drama, los charrúas hacen una embestida sobre la guarnición que manda Gonzalo ; se traba lid sangrienta, en la que los horrores del incendio y de la matanza se despliegan con inconcebible ferocidad. Un salvaje se apodera de Blanca que había quedado aban- donada, y al huir con ella se recrea lascivo en sus formas y su her- mosura. Sabe el rapto Gonzalo, y lo atribuye, frenético, á Toiará. Es- te encuentra al raptor, se avalanza á él y le estrangula sobre su presa. . . apartándose de ella, casto y respetuoso, á la vez que llega Gonzalo y creyendo moribunda á Blanca mata cruelmente á Tabaré, y ambos, en una mirada sublime de ternura y de pureza confunden sus almas en un éxtasis de amor infinito.

511 REVISTA NACIONAL.

¿No crees que habría algo de villano y de envidioso en disminuir la impresión que produce este poema señalando faltas de prosodia, in- correcciones gramaticales, y pecados contra Horacio y Hermosilla? Yo no quiero hacer eso. Los policías de las letras, sea cual fuere su méri- to, no son ni los amigos, ni los proceres de las letras.

Por lo demás, como dije al principio, el poema seduce porque vive en él nuestra pasión, porque indica, y completamos con nuestros sen- timientos como sucede con las concepciones de los grandes genios, co- mo se verifica en JSamlet y en el Rey Lear de Shakespeare, en él Mé- dico de 8u honra de Calderón, en el Drama NuevOy y en otras obras maestras.

Aunque el asunto pudiera recordar al autor de Atalüj en nada se pa- rece, ni se parece el lenguaje de los guerreros á los hiperbólicos can- tos de Osian.

Es un poema típico, delicioso, lleno de grandeza, de ternura, y de verdad.

A me encantó, y es lo que en resumen te puede decir

Tu viejo que te ama

Guillermo Prieto.

Nota. Confiado en la benevolencia de mi buen amigo el Sr. Prieto, me he permitido insertar en la Revista Nacional la carta que precede.

m

He propongo publicar igualmente la contestación que daré al Sr. Prieto, contestación que he tenido que diferir por causas agenas á mi voluntad. Creo que el poema del Sr. Zorrilla San Martín, ilustre poe- ta uruguayo, es digno de los mayores encomios, y me propongo hacer notar á los lectores de la Revista Nacional algunas de las inumerables bellezas que el Tabaré contiene. Francisco Sosa.

ISL 8ITI0 DB VSRACRUZ. 5i5

EL SITIO DE YEBAOBUZ.

No Chalchíuhcueyecan, sino Tepanoayan, por metaplasmoTenoyaDi era probablemente el apelativo indígena del sitio que en la actualidad ocupa la Nueva Veracruz. Ese nombre es el que aún conserva el ria- chuelo cuyas aguas, pasando por un barrio de la ciudad, salen al mar entre la Punta de Santiago y la de Los Hornos.

Para sustentar nuestra hipótesis presentamos las siguientes conside- raciones.

La voz Tenoyan (Tepanoayan) significa en lengua mexicana paso de piedra. Sus componentes son : Tetl=piedra panauia=pasar un río

yan=particula terminal que denota lugar donde se ejecuta la ac- ción indicada por el verbo que la precede. También puede estar formada de las voces tenolli=arco 6 puente de piedra y de la mencionada partícula terminal de los nombres ver- bales de lugar. Se comprende que, para evitar la cacofonía, el uso su- primiera el último sonido de la palabra tenolli y formara Teño ( ^lli) yan, Tenoyan.

Empero, así en el primer caso como en el segundo, resulta siempre un mismo significado : paso ó puente de piedra.

Las condiciones geológicas de aquella parte del litoral veracruzano son muy conocidas : en la menuda arena allí depositada por el trabajo de las olas y los vientos, no hay rocas que puedan servir de puentes naturales. De ello deducimos que el paso de piedra sobre el riachuelo era una obra de arte de más ó menos importancia. Nos inclinamos á creer esto último, tanto porque no era necesario construir un puente de grandes proporciones sobre tan pequeño caudal, cuanto porque las villas principalmente beneficiadas por aquella obra deben haber sido miserables caseríos aun antes de la invasión de los aztecas. Además, de una construcción voluminosa, hecha* de piedra, habrían quedado vestigios aparentes en la época de la C!onquista y su existencia no ha- bría pasado desapercibida.

646 R8VIBTA NAOIONAU

En el estudio de los nombres de lugar, los medios de tránsito figu- ran con mucha frecuencia, como lo prueban numerosos ejemplos en el Estado de Veracruz. Nada tiene de extraordinario suponer que los in- digenas llamaran paso de piedra á un lugar determinado de la costa donde en realidad la naturaleza hacia útil ó necesario un puente ; y su- ponemos estaba en el sitio de la Nueva Veracruz, porque la vía más fá- cil para los caminantes que se dirigiesen de Zempoala al pueblo que Grijalba llamó de San Juan, era el de la playa y, siguiéndola, tenían que cruzar el Tenoyan á corta distancia de su salida al Golfo mexi- cano.

No hay memoria de la existencia de un puente de piedra en aquel lugar á la llegada de los españoles, pero el significado de la palabra Tenoyan es tan claro, y la persistencia de esa palabra en una comarca donde casi todos los nombres locales son voces castellanas, es un apo- yo de tal gravedad que, unido á la explicación etimológica, bien puede sostener la opinión anteriormente manifestada. Si la tenacidad y la duración de los nombres propios, dice el erudito Buschmann, son muy notables tratándose de personas, los nombres de lugar poseen esas cua- lidades en grado superlativo. " Los hombres cambian y desaparecen; están sujetos al influjo de la actualidad; la tierra subsiste inmóvil ; so- bre ella pasan las generaciones y los pueblos y ella permanece mudo testigo de la suerte que tuvieron. ^* ^

La única mención que conocemos en la historia de la conquista del riachuelo nombrado Tenoyan, se encuentra en el libro que escribió Bemal Díaz del Castillo. Refiere el minucioso cronista que Gonzalo de Sandovaldió cuenta á Cortés de haber enviado desde la Villa Rica dos soldados, vestidos como indios, al real de Narvaez, cuando este capi- tán estaba en Los Arenales, antes de pasar á Zempoala. Fueron am- bos soldados al rancho de Salvatiarra y le vendieron ciruelas ; y "cuan- do hubieron vendido las ciruelas, el Salvatierra les mandó que le fue- sen por yerba, creyendo que eran indios, alli junto á un riachuelo que está cerca de los ranchos, para su caballo, e fueron e cogieron unas carguillasdella.^* ^

Generalmente se cree que el sitio nombrado Los Arenales es la pla- ya frontera al castillo de San Juan de Ulúa donde fué mercedado Juan

1 BoBChmann, Ueber die OMUkiichen Orttnamen (Berlín, 1868), I. AbUi., p. 8.

2 Historia verdadera^ cap. CXV.

EJLSITIOI»: VffiüLCBUZ. 617

Buitrósi, 66 decir, Yeracruc No fitrtícipaasios de esa oreenda, pero na- da significa para el caso que ahora nos ocupa, porque en las oeroante no hay otras corrientes á que pnedan oonvenir las palabras de Bemal fBIaflc Bl Rio de SoAa Inés está donasiado lejos, j los oallos ó derra- mes de h ensenada dd Mocambo, aunque fig^uran en mapas del «inlo •pasado, tnmica han tenido softidoros «Mistantes. Narraos desembarcó éñ. NMembre de lfil8, tiempo 4e nortes, que generalmente eiegan las bocas y barras pequefias.

£¡6 indfrdabk que Bermd Diaz dd Castillo reooirió ia oomarca tera- únuana: sabemos que en ella^cstoTo dos veces distinttts, la primera <xm Grijalba; kiego oon Hernando Cortés, fin esta última ooasidn hu- bo de explorar lo que Uamamos la orilla de V^Racniz en busca de aE

*

«téntoa para sustentarse \ motivo >que deja miponer un examen atento y si hubiera visto una obra de arquitectura notable, siquiera por suta mafio, no habría dejado de reeordiúr su oxisitenda. Interesa hacer me ihoriadé esto para vi^ar las condusiones de nuestro estudio, pero de bemos advertir que las reférendas geo^fícas del soldado cronista exi f^ un uso cuidadoso, y que especialmente desechamos lo que tscritió -sobre «raa isla que nombra Uiéa.

Historiadores que ^zan jnsta fama deaaiaíos dioentfneChakhiufa- cueyecan era el nombre dado por los indígenas al sitio donde se en- enentra la Nueva VeracruE. Hernán Cortte es d primero quenne^sa pa- labra eottrafia al puerto de la provincia de San Juan de Uláa donde sur- giercm las naves de Panfilo deNarvaez, el mismo donde habían sur^- do las de 1SU propio mando 'el 21 de Abril de 1519. El Conquistador tuvo conocimiento del nombre Chalchiuhoieyecan al ver el miq)a que Moctecuzohma hizo pintar para la exploración del golfo mexicano en busca de un buen puerto ^. Al dar cuenta de sus disposiciones sobre este punto, mendona d -nombre en su segunda oarta al Emperador; lo repite en la cuarta y quinta, y también en la que dirigió á la dudad de México avisando tm regreso de las Hftueras ^. La probanza de Lexal- de, ejecutada á pedimento de Cortés, y en cuyos resultados está visible

1 *< TcBifainai entonooi txsalUto de BumtenlmleBtM porque ya el casabe amar- gaba de mohoso, podrido y sucio de íátnlas (fótolas, cocaiachas), y si no Íbamos a xiariscar no comismos." Osp. XL.

2 *'£n otro día me tnUeron figurada en un pafio toda la costa...... B con d re.

Qandoq[iieéldló«epairtl«xony Itaerensportodala costa, desde él pnerto de dial- cmicneca qne dicen detSañ Joan, donde yo desembarqué, etc.** fieman Cortés, Carta Seintndct,

8 Mayo de iras. JEkorttoff ftfeMot de Jrerndn CbrMff (México. ISn], p. 1^

MS REVISTA NACIONAL.

SU persona, dice asimismo que la bahía de San Juan se llamaba de Chalchiuhcueyecan ».

Todos los documentos contemporáneos que conocemos, no redacta- dos por Cortés, ó con auxilio de sus apuntes, cuando se refieren al puerto ó bahía de San Juan, dicen San Juan de Lúa ó de Ulúa.

Bemal Díaz del Castillo declara enfáticamente que Chalchiuhcueye- can era el nombre de un rio, el mismo que los expedicionarios de Gri- jalba llamaron Río de Banderas ^.

El Padre Duran registra el nombre indígena, pero no determina el sitio á que correspondía^. Tezozomoc no vacila en decir que es la Nueva Veracruz ^. Torquemada deja percibir una duda inquieta cuan- do dice que Cortés llegó á la isla de Sacrificios, y que todo lo recono- cido por este capitán hasta aquel lugar, se llamaba en lengua mexica- na Chalchiuhcuecan ^

Clavigero ^, Ramírez ^ y Orozco ^ siguieron á Tezozomoc. Mucho he- mos vacilado antes de decidimos á emitir una opinión contraria á la de tan respetadas autoridades. Los tres eruditos y sagaces historiadores mexicanos deben haber estudiado este interesante punto de nuestra historia nacional. Sus aserciones no tienen sin embargo, el apoyo de Cortés, quien, como propagador del nombre Chalchiuhcueyecan debe haber sabido con certeza á qué lugar correspondía.

La palabra Chalchiuhcueyecan indica más bien que una corriente de agua, como quiere Bemal Díaz, la presencia de una villa situada en márgenes frondosas y de risuefio aspecto. Pertenece á la lengua mexi- cana y está formada de dos sustantivos, sincopados para su aglutina^- ción, y de una partícula terminal.

Son los primeros :

1 loazbaloeta, Documentos para la hUtoria de MéxUxr, U I, p. 421.

2 Cap. CLX y cap. CLXIII. 8 Cap. LXXI.

4 '* Chalchluhcueehecan, que hoy es la ciudad de la Veracruz. " Cfróniea Mextr cana,[México, 1878], p. 697.

5 ^Monarchia Indiana, Ub. IV, cap. XVÍ.

6 ** AUorché arrlvaronoaquell' isoletta ch'essl appellarono S. Qlovannl d'Ulüa, poco plú d*un mlglio dlscosta dalla splaggla di Chalchiuhcuecan. *^ 8toria anUca del Me89ico, Ub. VIII, par. I.

7 Nota 5? al cap. LXXI de la Ilittoria de las Indias de Nueva España^ por Fny Diego Durdn [México, 1867-1880].

8 "Chalchiuhcuecan, lugar de conchas preciosafi, y poco más 6 menos ahí se alza ahora la ciudad y el puerto de Veracruz. " Historia antigua y de la conquUta deJf&dco, t. IV, p.50.

EL arrio de vebacrüz. 640

Chalchiuhuitl¿=piedra yerde semejante á la esmeralda, muy es- timada de los antiguos pobladores de nuestro pais, y

Cueitl=saya, faldellín, nagua (en lengua de las Antillas); par- te del trage mugeril. Tiene su raíz en la yoz cueyotl, onda ( cue- cueyotia significa hacer ondas la mar).

Can = monosílabo terminal de uso frecuente en los nombres de lugar.

Restableciendo las sílabas sincopadas tendremos: Chalchiuhuitlcuei- tlcan, cuya yersión forma esmeralda+nagua+lugar ; es decir, lugar que tiene naguas de esmeralda, Toces que conducen rectamente á la idea de un sitio regado por una agua zarca, agradable á la vista. Y si con referencia á tan docta autoridad como la de Fray Andrés de Olmos, aceptamos en la partícula can el significado de pueblo ^, la traducción más completa sería Villa del Río Verde.

Esta versión no agota el análisis de la palabra ni comprende el exa- men de sus relaciones con la humanidad, pero no choca con la natu- raleza de la comarca ni con el aspecto ameno del río que los explora- dores llamaron de Banderas ; por último, toma fuerza en el recuerdo de la ciudad de Tlaxcala, nombrada Chaichiuhapan por una fuenteei- lla que corría tras de las Gasas Reales, cuyas aguas, diceTorquemada, hacían visos verdes y azules, á manera de unas piedras que los indí- genas llamaban Chalchihuites ^. Tiene, ciertamente, más lazos de co- rrespondencia con la vega del mencionado río, que con las playas de Buitrón y el melancólico, riachuelo que las surca.

Si en vez de desagregar todos los componentes de la palabra Chal- chiuhuitlcueitlcan, sólo le quitamos la última sílaba, resulta la voz Chalchiuhuitlcueitl, cuyo significado textual, falda de esmeralda, poco serviría nuestro propósito si no supiéramos que ese nombre y el de Ma- tlalcueye correspondían á la Diosa del Agua K

Matlalcueye significa naguas azules. La diferencia entre los colores azul y verde, principalmente en sus tintes desvanecidos, no es tan gran- de que no pueda confundirse. Es cierto que la lengua mexicana ofire- ce las dicciones cuiltic, verde, y texoutli, azul, pero quizá en tiempos remotos los pueblos que dedicaron la elevada y poética montaña de Doña Marina á la Diosa del Agua no hicieran la completa distinción

1 Arte para aprender la lengua mexicana, cap. VIII.

2 Llb. VI, cap. XXni. SlMd.

BJEVIBTA NACHOKAIi.

de los colores. Alguaos hay ea la América central, abrigadero de los fugitivos toltecaSy que exaltan el valor de ciertas piedras diciendo : ''Son verdes como el cida K^ Las lenguas quiche, poconchi y cachiquel, y aún la peruana, tienen una sola palabra para designar los doscoloreSi y el mexicano presenta como sinónimos matlaltic, axul mas fino ó ver- de oscuro, y xoxouhqui, azul celeste ó cosa verde.

Queda por examinar el valor de la partícula can. Fray Andrés de Olmos dice que es una de las diversas silabas con que por la mayor parte fenecen los nombres de pueblos. Cuando va agregada á ciertos sustantivos derivados de verbos compuestos con nombres, vale tanto como yan, ó sea el lugar donde se ejercita la acción del verbo. Ense- fia además que la partícula ca, la que según Fray Diego de Paredes es lo mismo que can, vale tanto como las cuatro proposiciones en, de, á^ por, y cita de ejemplo la palabra coyonca, que signifíca en la ventana^ de la ventana, á la ventana y por la vaitana ^. El Códice Ramírez di- ce que la partícula yan denota lugar y presenta un ejemplo que con- curre con el dicho de Olmos \ Este mismo documento advierte que ca significa posesión ^; y según Don Carlos de Tapia y Zenteno cuan- do la partícula can se compone con noml»'es, es casi lo' mismo que tlan ''y assi dicen: Goyoacan, HuitziquUoean, Nopallocan, nombres de lugares. " ^

Como en el caso á que nos referimos la partícula can está unida á mi nomlHre compuesto de dos sustantivos no derivados de verbos, inútil buscar el significado en una acción que sea á ellos referente, j creemos debe admitirse como silaba final bastante usada en los nom- bres tópicos, é indicadora de sitio donde se encuentra tal ó cual cosa.. En suma, Ghalchiuhcueyecan significaría morada ó villa de la Diosa del Agua.

En el lienzo de Tlaxcala, pintura conmemorativa de los hechos de los tlaxcaltecas durante la conquista de México, hay nn cuadro que r^resenta el transporte de material de guerra, de la costa del Golfo al interior del país, destinado al sitio de Tenochtitlán. En él se ve nna casa» orillas del mar, cuyo basamento tiene por adorno cierto número

1 Ximénez, Leu hittorUi» del origen de Ice Indioe LVlen», 18S7]i p. 15. E& te lengniL del Perú, khomer significa verde; no hay voz para el azul.

2 Op. cüf cap. IX.

8 OMice Ramitez [México, 1878], p. 19.

4 P. 18.

5 Arte novittima de lengua Mejicana [México, 1753], p. 6.

EL SrriO DE VEBAOBUZ. 661

de bolas unidas por ua hilo, formando un collar semejante al que lle- vaba la Diosa del Agua. La palabra Chalchicueyeca, escrita á un lado de la casa, declara el significado que aquella figura tenía entre los in- dígenas. ^

¿Qué condiciones tenía aquel lugar? ¿Chalchiuhcueyecan era simple- mente el nombre de la desierta playa donde fué mercedado Juan Bui- trón? ^ Nos parece poco probable. La naturaleza de aquella ribera es tan ingrata que nunca puede haber sido considerada como estancia na- tural ó favorita de una diosa fecundadora de la vegetación. Además,, cuando un nombre mitológico corresponde á determinado sitio, puede decirse que la existencia de un santuario es allí indefectible. 3erá una gruta ú otro accidente natural del terreno, ó bien una obra de arqui- tectura mediocre ó suntuosa ; pero sea como fuere, la huella humana queda fuertemente estampada en aquel lugar ó sus contomos.

Ya hemos probado, hasta donde es posible, que el afio 1519 no ha- bía edificios, ni restos de ellos en el lugar que ahora ocupa Veracruz; ni se han visto después, al remover el suelo para construir las casas de la ciudad ó de sus barrios.

Busquemos, pues, otro asiento para Chalcbiuhcueyecan : la Diosa del Agua, que era tan reverenciada de todos los indígenas ^ debe ha- ber tenido un adoratorio de alguna manera notable en el lugar que la estaba dedicado. Busquemos los restos materiales del fervor religioso en aquella comarca; busquémoslos en las páginas de los cronistas es- pafioles que dieron á conocer aquellas playas al mundo civilizado. Di- cen que en una isla cercana á la oosta donde surgieron las naves de Juan de Grijalba un día jueves á 17 de Junio de 1618 había dos tem- plos.

Pero antes de comenzar el examen de esas páginas, diremos algo sobre los que las escribieron. Trea son los autores fidedignos que haa hecho relación del descubrimiento de la isla de Sacrificios ; los dos fue- ron testigos de vista; el tercero, sin serlo, puede reputarse como tal, porque no hace sino transcribir los informes de otro que lo fué y, por derto, el más caracterizado. Nos referimos primeramente á Juan Días, capellán de la armada de Grijalba ; á Bernal Díaz del Castillo, y á Gon- zalo Fernández de Oviedo, cronista de las Indias, que reeibió de Die-

1 México á troves de lo* siglot^ 1. 1, p. 883.

2 Mercedado en 99 de Julio de 1G86 pan» eetolüeoer una irenta en la tierra firme de San Joan de Ulúa.

8 Duran. Historia delaalndiat de iVu«va JiqNiAa»^ II, eap^ XGVII.

6S2 BEVI8TA NACIONAL.

go Velázquez, gobernador de Cuba, copia certificada de los informes del jefe de la expedición ^.

Las noticias del Capellán son especificadas é indican un examen de- tenido de los edificios de la isla. Calculó y aún midió sus proporcio- nes ; una idea general de su aspecto, por comparación á una obra de arquitectura bien conocida en Europa, y con varios detalles impor- tantes, formó un conjunto de datos que permite decidir, con buenas es- peranzas de acierto, sobre el destino particular de aquellos edificios. Sus informes son preferentes á los de Bemal Diaz. Era natural que el eclesiástico, y no el mozo aventurero, fijara más su atención en cons- trucciones evidentemente dedicadas á un culto religioso.

Bemal Díaz, tan verdadero y puntual en muchas ocasiones, es des- graciadamente inexacto en su descripción de la isla y sus edificios. Probablemente no había aún comenzado á escribir los apuntes que le sirvieron para redactar su bellísima crónica en avanzada edad, y fian- do demasiado en sus recuerdos, hizo confusiones lamentables. Nos pa- rece que algunas de estas tomaron origen en la lectura de noticias erró- neas publicadas en Europa, que consultó como ayuda de memoria ^.

Oviedo, como ya advertimos, copia el diario de Grijalba. El texto que conocemos tiene el sello de honradez y discreción que, según Las Ca- sas, eran dotes personales de aquel desventurado capitán. ^

Ahora, tomando como base la relación del Capellán, que es la más detallada, vamos á comprobar sus noticias, y á examinar si la isla de Sacrificios era ó no el sitio nombrado Chalchiuhcueyecan.

Las alturas montuosas á que se refiere el Capellán Juan Diaz son los médanos de la Casamata, que favorecidos por la humedad de las ciénegas de Malibrán, siempre han de haber estado cubiertos de arbo- leda. Las cuatro naves de la expedición de Grijalba surgieron el 17 de Junio de 1518 en el fondeadero de Sacrificios, ó sea "junto á una ba- hía que se hace entre la tierra firme y una isleta que hay entre la ba- hía y la mar ^. " Bernal Diaz, invirtíendo el orden cronológico, hace

1 "Esto tengo yo signado y por testimonio que me ÍU6 dado por el teniente Die- go Velázquez. " La Historia general de las Indias [SeviUa, 1535], lib. XVII, cap. 2CVIII. Oviedo llevó & España esas relaciones, que debemos consderar oficiales, *'para dar noticia deste descubrimiento ala cesárea magestad. " Ibid.

2 Así aparece de muchos pasages de su historia verdadera en que sigue á los mismos escritores que intentó impugnar.

8 Las Casas, Historia de las Indias [Madrid, 1877], t. IV, cap. CXI V. 4 Oviedo, lib. XVII, cap. XV. En la ensenada de Collado, entre la punta de los Hornos de Saenz Rico y la del Mocambo.

EL Bino DE VERACRUZ. 668

desembarcar á los expedicionarios en la playa del Río de Banderas llamado ahora Lance de Pámpanos, antes de reconocer á Sacrificios, y coloca esta isla, distante un tercio de legua de la costa, á una y media leguas de ella ^.

Dice y repite el Capellán que los edificios de la isla eran de " cal y arena. '' Bernal Díaz escriben " Hallamos dos casas hechas de cal y can- to y bien labradas. '' Oviedo : " viéronse algunos edificios de piedra an- tiguos, á manera de adarves, ruinados por el tiempo y derribados en partes, "

Los tres testigos certifican la importancia de las construcciones. Es verdaderamente estrañq el empeño del Capellán en hacer constar que eran de cal y arena. En nuestra opinión su advertencia sólo indica que estaban revocados con argamasa: los edificios eran de piedra, que abunda en los arrecifes y aún en la misma isla, pues sabemos que al terminar el siglo 16"^ se hizo en ella gran parte de la cal destinada á la fortaleza de San Juan, utilizando probablemente los mencionados edificios ^. Aun cuando los antiguos pobladores de Cuetlaxtlan pose- yeran, como los mayas, el secreto de hacer excelentes argamasas, no se concibe la existencia de un arco de las proporciones del de Mérida erigido sin usar de piedra en sitio donde la habia.

Mucho se ha discutido sobre si la disposición arquitectónica del ar- co y de la bóveda era ó no conocida de los indígenas, no bastando la vista de los temazcalli sembrados por todo el país para satisfacer las dudas del Barón de Humboldt, tan inclinado sin embargo á favor de la civilización americana ^. Ya Clavigero sostuvo, en nuestro concep- to con pobres recursos, el conocimiento de ambas construcciones ^. Orozco también lo defiende ^ : nosotros sólo podemos decir que los ha- bitantes de la costa del Golfo fabricaron arcos y bóvedas de diversas formas y tamaños ^. Ignoramos si el capellán Juan Díaz era extreme-

1 Cap. XIII.

2 En 16 de Marzo de 1590 recomendó el fhmoso Ingeniero Juan Bautista Antone- lli se mezclase la cal de la isla de Sacrificios con la de la estancia del Dr. Palacio. \Doc, inéd, de Indias, t. XIII, p. 519]. La mencionada Isla es un atoll cuya laguna está completamente cegada por las arenas. El arrecife anular de Sacrificios es obra de la Madrepora meandritis.

8 Vues des Cordilltres et des monumerUs des peuplesináigénes de VAmérique [París, 1816], 1. 1, p. 108. ** No se halla [edificio] alguno con bóveda, " dice Alonso de Zu»> zo. Carta al Prior de la M^forada fecha 14 de Noy. de 1521.

4 Staría antica del MessicOy UIÍ, 11b. VII, §. 53.

5 Historia anttgtuiydela eonq. de México^ 1. 1, p. 351.

6 " Labran de cantería los templos y muchas casas, una piedra con otra, sin ins trumento de hierro, que no lo alcanzan, y de argamasa y bóveda.*' Qomara, J7i«-

664 BjSVISTA NACIONAL.

fio, pero debemos suponer que conocía el arco deMérida y por esa cau- sa lo tuvo en recuerdo. Su comparación es singular y muy precisa: sin- gular, porque de ese arco de Mérida se ha dicho que ni en Roma ni exi parte alguna hay cosa que se le parezca ^, y precisa porque el Capellán no declara mera semejanza, sino conformidad de aspecto, lo cual indica exactitud en la semejanza, relación absoluta entre dos co- sas.

Interesante es el informe de Oviedo sobre la apariencia exterior de los edificios. " A manera de adarves, '^ escribe el cronista ; es decir, al- menados. Las mismas almenas existían en el cercado del templo de Cozumel, donde según Gomara, encontraron los españoles una cruz de cal tan alta como diez palmos '' á la cual tenían y adoraban por dios de la lluvia" ^. También se ven figuradas en la estampa que represen- ta á Tlaloc en el códice de Mr. Aubin ^. Estaban " ruinados por el tiem- po y derribados en partes. " Aquellos edificios no podían ser moder- nos. Conquistado el territorio de Cuetlaxtlan en 1461 por los ejércitos confederados de México, Tezcuco y Tlacopan, quedó incluso en los do- minios comunes, tributarios por partes, según lo estipulado entre los monarcas confederados. Los recursos de la antigua república apenas bastaban al pago de los tributos exigidos ^. Por muy ardiente que fue- ra el celo religioso de los cuetlaxtecas, no es creíble que estos cons-

Unia de la» Indias: Costumbres de lucatan.— Véase la figura núm. 13 en el plano de las minas de una dudad antignut oerca de Mlzantla [[BoUtlLn de la Soe. mex. de geogra^iOj t. II, p. 296-900], y el dibi\Jo del arco de la Akabn& [Hacienda de Aké, Yucatán] en la obra de F. A. Ober ITrceoeU in México and li/e among (he Mexicant [Boston, 1884], p. 86. Stepbens describe un arco aislado, como parece era el de la it- la de Saoriflclos, que existe en Kabab.

1 El arco de Mérida & que alude el Capell&n es probablemente el que llaman aF* 00 de Santiago. Véase Colmenar, Délioet de VEspagne et du Portugal [Amsterdam, 1741], t, IV, p. 184. Se cree que ÍUé construido en tiempo de Octavlano Augusto. Mados, Dieeionario geográfico de España, verb. Mérida.

2 Omquisía de México: La religión de Acuzamil.

8 Cbavero, Explicación del Cñdice gerogUfico de Mr, Aubin, p. 166, lám, XV.

4 Tributaban lo que sigue: 400 cargas de buipiles y naguas ; 400 cargas de man- tas medio colchadas; 400 cargas de mantillas, con cenefas de blanco y negro; 400 cargas.de mantas de 4 brazas cada manta, la mitad listadas de negro y blanco; 400 cargas de mantas grandes blancas de 4 brazas cada manta : 160 cargas de mantas ricas muy labradas; 1200 cargas de mantas listadas, más de blanco que de negro. Esos tributos entregaban cada seis meses. Además, tributaban [una vez al afio: 2 piezas ricas de armas con sus rodelas guarnecidas de plumas ricas ; una sarta de chalcbibuitl ; 400 manojos de plumas verdes ricas, largas, llamadas quezaU; 20 be- zotes de birills esmaltados de azul y engastados en oro: 20 bezotes de ámbar claro, guarnecidos con oro; 200 cargas de cacao yl quezaltlalpiloni [[estandarte] de plumas ricas.— £!rpiicaci6n de ¿a CMecoión[de Mendoza, II, p. 84. [Kingsborougb, Mexican Aniiquities, voL V].

EL Bino PE y EBACKUZ. 585

truyesen edificios taa notables después de su sumisión al extranjero ; en cambio, es fácil comprender quedasen arruinados tras de un medio siglo de empobrecimiento y desveniura.

En los otros edificios míeaeionados por el Capellán, cuyos cimientos tenían la altura de dos hombres^ reconocemos el cuerpo fundamental de los teocalliy según lo describe el Conquistador anónimo. "Fabrican, dice, una torre cuadrada de ciento cincuenta pasos ó poco más de lar- go, y ciento quince ó ciento yeinte de ancho. Empieza este ediñcio todo macizo, y en llegando á una altura como de dos hombres, dejan por tres lados una calle de cosa de dos pasos, y por uno de los lados largos van haciendo escalones hasta levantar como otros dos cuerpos de hom- bre.^'^ El Capellán no hace referencia á las gradas, pero Oviedo y Bemal Díaz no las olvidaron. El soldado conquistador supone dos edificios con las condiciones antedichas; el Capellán es algo confuso en la ma- nera de expresarse. Oviedo dice que casi en la mitad de la isla "esta- ba un edificio algo alto,'' y no menciona otro de esa clase.

El edificio redondo que según el Capellán tenía hechura de torre, y quince pasos de ancho, era probablemente la misma construcción que Bemal Díaz calificó de altar. La forma redonda era característica del templo de Quetzalcoatl.'

De los datos que anteceden aparece: que el edificio principal de la isla era un teocalli; que estaba cercado de un muro almenado, coma los templos consagrados al Dios de la lluvia en México y en Yucatán; que ese cercado tenía un arca al estila maya y que el altar tenía una fonna redonda como el templo de QuetzalcoatL Recordemos que este personaje misterioso vestía un manto adornado de cruces, signos co- rrespondientes á Tlaloc, de quien se decía embajador.' En suma, lo que sabemos de aquellas construcciones ifidica la preseneia del Dios de la lluvia. Era Ghalchinhcueye su inseparable compaflera, y el nom- bre de esta divinidad, na el de Tklo^ es ü que registra k historia con relación á un sitio de aquella parte de la costa veracruzaaa. Bien cree- mos que las referidas oondiciones arquitectónicas del templo de Sacri- ficios declaran su advocación á la Diosa del Agua y que podríamos fijar desde ahora el nombre Chalchiuheueyecan en aquella isla: preferimos, sin embargo^ continuar el examen de las noticias comunicadas por los

1 Jtelaeión de aigunas cotas de la Nueva España, par. XIV.

2 Torquemada, Monarchla Indiana, Ub. VI, cap. XXIV. 8 IMd,, cap. XXIII.

656 REVISTA NACIONAL.

cronistas para satisfacer las dudas que existan sobre la exactitud de nuestra opinión.

El animal hecho de mármol, á manera de león con la lengua de fuera, descrito por el Capellán y por Oviedo,* puede haber repre- sentado á Quetzalcoatl disfrazado de Tlaloc. La figura simbólica del aire' es parecida á una cabeza de león con la boca abierta: una pie- dra redonda servía de pedestal á la estatua; Quetzalcoatl asumió algu- na vez el aspecto de una fiera; su presencia en Cuetlaxtlan como ha- cedor de milagros había sido sumamente notable.' En cambio, la imagen de ese hechicero ó impostor, divinizado en Cholula, era de ma- dera, y esta particularidad tiene bastante importancia en la iconología religiosa; los cronistas dejan entender que el ídolo tenía cuerpo de animal, circunstancia que, unida al hueco de la cabeza para quemar perfumes, hace pensar si no era un simple turiferario.

Un escritor contemporáneo que no fué testigo de vista, pero tuvo no- ticias auténticas^, dice también que el león era de mármol, pero á la vez, refiriéndose á los ídolos de la isla, agrega que los había de talla* y que uno de ellos era de sexo viril*, expresión más usada que la voz masculus cuando se refiere al hombre. Ese ídolo viril era el que, se- gún el Capellán, tenía una pluma en la cabeza: Oviedo dice: "un plu- maje,'' lo cual signifíca penacho ó corona, y da idea de haber sido la efígie más importante.

Mucha obscuridad encontramos en esta parte de la relación del Ca- pellán y nada ilustran las de Oviedoy deBernal Díaz.^ Los elementos ét- nicos de la nación cuetlaxteca eran varios y complicados: descendía de

1 "Estaba luego adelante de la escalera que he dicho un mármol y encima del una animalfa que quería parecer león assimismo de mármol con un hoyo en la cabeza y la lengua sacada." Llb. X Vil, cap. XV.

2 Clavlgero, Storia antica, t. II, lám. Caratteri numeral! e figure simboliche, let. O.

8 *'£dlflcd unas casas debajo de la tierra que se llaman Mitlancaloo, é hizo po- ner una piedra grande que se mueve con el dedo menor."— Bahagün, HitL gene- rcUj llb. II [, cap. XIV. Mlctlancuauhtla era el nombre de un pueblo de Cuetlax- tlan, no Icijos de La Soledad. Cerca del rancho del Arenal, camino de Tlallxcoyan, se encuentra el peflasco de Teolinca, de grandes dimensiones, que se mueve al más ligero impulso.

4 Pedro Martyr d* Anghlera, secretarlo é intérprete del Cardenal Gobernador de Castilla [E>pi8t., n. 757], nombrado después historiógrafo de las Indias.

5 "Simulacra que colunt, partim sunt marmórea qucdam, alia sectllia." De Inr 9uli9 nuper inventi»,

6 "Ex idolis unü est virile, quod inflexocapltelacunasaneruinariasuperinspeo- tat." Ibid,

7 Bemal Díaz dice simplemente "en aquellos altares tenían unos ídolos de ma- las figuras." Cap. XIII.

EL SITIO DE VERACRUZ. 557

los ulmeca-xicalancas cuyo dios principal era Tlaloc; pero estaba empa- rentada con los teochichimecas de Tiaxcala, que adoraban á Camaxtli. Obligada á emigrar de las llanuras de Tepeyahualco, se dirigió hacia la costa del Golfo, cuyos habitantes en aquella época pertenecían á la raza maya y eran probablemente sectarios de Quetzalcoatl. Tenemos que suponer la apropiación, del templo de Sacrifícios (construido por conforme al tipo del de Cozumel), al culto de Tlaloc adulterado por las influencias nacionales á que están sujetas todas las religiones, y que, en el caso de los cuetlaxtecas, por razón de sus alianzas de familia, te- xiia muchos puntos de semejanza con el de Camaxtli. Asi nos expli- camos, primero, la arquitectura yucateca del templo; segundo, las ofrendas de xicolli y los sacrificios humanos; y por último los vasos de alabastro (tecali) llenos de piedras raras que desenterró uno de los expedicionarios.^

Terminado el examen de los datos que sobre la isla y su templo nos han trasmitido los descubridores, y deduciendo de ellos que Tlaloc, y por lo mismo su compañera Chalchiuhcueye, era honrado en aquel santuario, veamos ahora lo que escribió Hernán C!ortés con referencia al puerto de San Juan de Chalchiuhcueyecan.

En la relación datada de México á 15 de Octubre de 1624, informa- ba al Emperador en estos términos: " fui á la villa de la Vera- cruz y á la de Medellín, para visitarlas y proveer algunas cosas que en aquellos puertos había que proveer; y porque hallé que á causa de no haber población de españoles más cerca del puerto de San Juan de Ghalchiqueca, que la villa de la Veracruz,' iban los navios á descargar á ella; y por no ser aquel puerto tan seguro, como conviene, según los nortes en aquella costa reinan, se perdían muchos, y fui al dicho puer- to de San Juan, á buscar cerca algún asiento para poblar; aunque al tiempo que yo allí salté', se buscó con harta diligencia, y por ser todo sierras de arena que se mudan cada rato no se halló, y desta vez es- tuve allí algunos días buscándolo; y quiso nuestro Señor que dos le- guas del dicho puerto se halló muy buen asiento con todas las cuali- dades que para asentar se requieren, porque tiene mucha leña y agua

1 Torquemada, Monarcfíia Indiana, llb. X, cap. XXXI. . 2 Cortés hace referencia & la Villa Rica de la Veracruz» no A la que ahora nom- bramos La Antigua, pues ésta Aié poblada á fines de 1625.— Véase la Oaria de AU bamoz al Emperador fechada A 15 de Diciembre de 1525. [Icazbalceta, OWec de doc. para la hist, de México^ pág. 496.]

8 £121 de Abril de 1619.

a08 REVISTA NACIONAL.

y ^^los, salvo que madera ni piedra ni para «dificar no la hay, sino muy lejos; y hallóse un estero junto al dicho asiento/ por el cual yo hice salir con una canoa para ver si salía á la mar, ó por él podrían enkar barcas hasta el pueblo; y hallóse que iba á dar á un rio que sale á la mar; y en la boca del rio se halló una braza de agua y más; por manera que, limpiándose aquel estero, que está ocupado ée mucha madera de áriMes, podrán subir las barcas hasta descarga dentro en las casas del pueblo. E viendo este aparejo de asiento y la necesidad que habia de remedio para los navios, hice que la villa de Medellfn * que estaba veinte leguas la tierra adentro en la provincia de Tatalpto- telco, se pasase allí, y asi se ba fecho, etc."

De vuelta de la expedición de Honduras escribió á la CSodad de Hé« xico: '^Nobles y muy virtuosos Señores. Yo llegné á eeite puerto de San Juan de Chalchicueca á veinticuatro días de este mes de Mayo;" y en 8 de Septiembre dijo al Emperador: "llegué ai puerto de Ghaldiicuela, y no pude entrar en el puerto' á causa de mudarse el tiempo, y sui|;f dos leguas del, ya casi de noche, y con un bergantín que topé perdido por la mar, y en la barca de mi navio salí aquella noche á tierra y tal á pie á la villa de Medellín, que está cuatro leguas de donde yo des* embarqué." Por último, el día 11 del mismo mes de Septiembre, es- cribiendo nuevamente al Emperador, se expresa así: *'Yo me hice á la vela del puerto de la Habana de Cuba á 16 de Mayo, y llegué al puerto de San Juan desta Nueva Espafia, á 24 de Mayo de este año de 1526. Víneme á la villa de Medellín, que está á dos leguas de dicho puerto.^ *^

CiOpiaremos lo que dice Bemal Díaz: "Como Cortés hubo descansado en la Habana cinco días, no vía la hora que estar en México, y luego manda embarcar toda su gente y se hace á la vela, y en doce días con buen tiempo llegó cerca del puerto de Medellín, enfrente de la isla de Sacrificios, y allí mandó anclear los navios por aquella noche, é acordó con veinte soldados sus amigos, que saltaran en tierra, y vanse á pie obra de media legua, junto á San Juan de Ulúa, que así se llamaba, é

1 En lofl dos mapas anezoe al Informe del Alcalde mayor Alvaro Patlfio [1580] 1a villa de Medellín está situada á orillas del arroyo de Moreno. Algunos suponen que estuvo Junto á la laguna del Mandinga: ese asiento y el de Moreno deben hi^ ber sido accidentales y no permanentes, pues no hay indicio de poblaelto anti- gua en aquellos sitios.

2 Fundada por Sandoval en 1522 en términos de Tuxtepec

8 En el de Medellín que era el de desembarque en aquel tiempo. Bemal Días, cap. CLX. 4 Oayangos» Cfart€U y relaciones de Hernán Cbrtétt pfig. 870.

E^j 6ITIO BE VERACRUZ. SO

quiso SU ventura que toparan una harria de caballos, que venia á aquel puerto de Ulúa, con ciertos pasajeros para se embarcar para Castilla, é vase Cortés á la Veracruz,^ en los caballos é mulos de la harria, que serian cinco leguas de andadura *^^

Resumiendo todas estas noticias tenemos: Que Cortés saltó á tierra á 4 leguas de Medellin, la costa abajo/ distancia que corresponde á la actual ciudad de Veracruz;^ que Chalchicuela distaba dos leguas de Medellin, las mismas que hay entre esta villa y la punta del Mocambo, frente á la isla de Sacrificios;' que alli fué donde desembarcó en 1519 y no pudo poblar por ser el suelo muy arenoso.

Aun cuando no sea tan exacta, la relación de Bemal Díaz corrobora lo que antecede. Saltó, dice, media legua de San Juan de Ulúa, y fuese á la Veracruz Medellin), que serian cinco leguas de andadura. Me- dia legua, la costa abajo de la Nueva Veracruz, y cuatro más á Mede- llin, son las cinco leguas escasas que computa Bemal Diaz; mientras que, por otro lado, media legua á barlovento de Veracruz y una legua que se cuenta de esta ciudad á Sacrificios ó Mocambo, forman casi las dos leguas que, según Cortés, mediaban entre el punto donde saltó de su barca y el fondeadero de Chalchicuela.

Bruselas.

ÁNGEL NMez Ortiga.

1 Bemal Días qnlso escribir MedeUín, que nombra detpate como el punto de donde Cortés partió para Méxioa

2 Cap. CXC.

8 Expresión usada en aquel tiempo para nombrar la eosta á barlovento.

4 Es la distancia que se contaba hasta hace pocos afioe.-^Véase la BttadUHoa dH Bttado de Veraoruz [1881], pág. 78.

6 Calculada según el Plano de unapcarte de la CbOa de Veracna por el Oral. Don Miguel Blanco.

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CARTA AL SR. D. JUAÍf VALERA,

80BBE ASUNTOS AHEBICINOS. i

Señor Don Juan Yalera.

Madrid. Muy respetado señor mió :

La Ncusíón de esta ciudad ha reproducido en su número de 25 del corriente una Carta americana de vd., dirigida al distinguido literato ecuatoriano Sr. D. Juan León Mera, acerca de La Poesía y la Novela en el Ecuador; y á esa casualidad debo el tener á la vista tan intere- 9ante producción, y la parte que en ella me concierne.

Antes de abordar el objeto de la presente epístola, quiero aprove- char la oportunidad para felicitar á vd. por sus trascendentales Chrtas

1 La carta que se va A leer, se reflere al siguiente Aragmento de una del Sr. Valora dirigida al sefior D. Juan León Mera, del Ecuador, y reproducida en La Nactón de Bogotá, núm. 421. Se copla dloho^Aragmento para mejor inteligencia del asunto.

*'Un Ilustre cubano, D. Rafael Merchán. que vive en Bogotd ahora, se extrema mAs que vd. en esta acusación. Todo Iba i>or ahí divinamente. Acaso habían si- do Manco-Capac y Bochlca más sabios .'que Sócrates y que Aristóteles. Acaso, si no llegamos ahí los espaftoles, los Indios se perfeccionan, nos cogen la delantera, y son ellos los que vienen á Europa A clvlllKamos. 81 Colón, Ck>rtés y Plzarro no van A América en los siglos XV y XVI, es probable que, en el XVII, los empera- dores astecas ó los lucas nos hubieran enviado navegantes y conquistadores que hubieran descubierto, conquistado y civilizado la Europa allA A su modo.

Por fortuna, los espaftoles madrugamos, fuimos por ahí antes de que los Indios despertasen y viniesen, y dimos al trasto con todo. "Todo pereció— dice el Sr. MerchAn,— rasas, monumentos, libros,ídolos, culto, ciencia todo quedó destruido.

£1 Sr, MerohAn dice, y dice bien, que los seres inteligentes, aunque no nos co- nozcamos y vivamos en reglones distintos, realizamos un pensamiento común y contribuimos A una grande obra. Pero los españoles íülmos por ahí y arrancamos medio mundo A esa elaboración universal. Y no contentos con arruinarla civili- zación americana, quisimos borrar y borramos hasta la memoria de ella arrasan- do "los monumentos mAs Apreclables," y convlrtlendo eso continente en una in- mensa tumba de razas que tenían tanto que decirnos.

Todo eso es una serie de suposiciones gratuitas del Sr. MerchAn. Las razas indí- genas de América no han perecido. Hoy acaso existen mAs indios en México y en el Perú que los que había cuando la conquista; y si no hay más indios en el Pa- raguay, es por las guerras recientes que les han hecho los brasileños y argentinos. Todo cuanto los indios tenían que decirnos nos lo han dicho. Y si hoy Liborlo Zerda, Antonio Bachiller y Morales y otros americanistas lo exponen, no falta- ron desde los primeros días del establecimiento de los españoles, sabios curiosos, misioneros llenos de caridad y de indulgencia y escritores sinceros que lo expu-

CARTA AL SR. D. JUAN VALERA. 561

americanas; tanto por el desempeño, como por el móvil. Tocante al primero, un elogio más, entre los muchos que vd. diariamente recibe de la prensa de ambos mundos, poco le importará; pero aun asi, se lo dirijo calurosamente, sin que se disminuya su sinceridad por mi dis- crepancia de tal ó cual de sus siempre respetables opiniones. Y res- pecto al móvil, la unión de Espafía con sus antiguas colonias, hoy re- públicas, no puede ser más generoso ni más elevado. De él trataré más adelante, y entro ya en materia.

Dije yo en uno de mis Estudios OritíeoSf á propósito de una obra del Sr. Zerda y de otra del Sr. Bachiller, que aquí en América había habido varías civilizaciones, que no llegaron á su apogeo, pero que, incompletas tanto como se quiera, ó rudas ó embrionarías, eran siem- pre civilizaciones ; y que la conquista, en vez de conservamos lo que encontró, para facilitarnos el estudio de aquel pasado lleno de miste- río, las dejó en devastación. Y vd. observa:

" Todo eso es una serie de suposiciones gratuitas del Sr. Merchán. "

La acusación és de mucha entidad, Sr. Valera, y ha sido necesario que la vea yo suscrita por el autorizado nombre de vd., para que cargue en

siesen con amor, mAs bien ponderando las virtudes y excelencias de los indios que denigrándolos.

En suma, la historia de América, antes de Colón, es bastante obscura, más no por culpa de los españoles, y lo que de esa historia se sabe, más induce á creer lo contrario de lo que yd., el Sr. Merchán y el Sr. Montalvo insinúan 6 medio sos- tienen á veces.

En vez de ese progreso que vdes. Imaginan, loe indios seguían en decadencia.

Acaso si se retarda un siglo la Uegada de los españoles, loe imperios azteca, pe- mano y chibcha hubieran desaparecido, como ya habían desaparecido en Amé- rica otras semi-civilizaciones, y acaso no hubieran hallado Pizarro, Cortés y Ji- ménez de Quesada, más que sálvales antropóílEigos, adoradores del diablo cómelos patagones y borinqueños, no sabiendo contar más que hasta diez, y tatuados 6 pin- tados con espantosos dibujos ó untados con grasas rancias y apestosas, en vei de andar vestidos.

Indudablemente el salvajismo de los americanos de antes de la conquista euro- pea, así como la semi-barbarie de varios pueblos del Nuevo Mundo y de Asia y de Aítica, antes de ponerse en contacto con Europa, no indican que había ó hay ahí razas nuevas, que por solas puedan elevarse ó que están 6 estuvieron én vía de elevarse á la civiUzación, sino más bien dan claro y triste indicio de razas an- tiguas, decaídas ó degradadas, que han perdido su civilización, si la tuvieron. De esas razas se puede afirmar lo que el Sr. Pi y Margall, citado por el propio Sr. MeN chán, afirma de los guatemaltecos, al fijarse en los monumentos suntuosos y ar- tísticos de Palenque y de MI tía: "Lejos de admitir, dice, que sean Jóvenes aque- llos pueblos, estoy por sospechar con Humboldt que estaban en decadencia á la llegada de los españoles y que habían perdido la memoria de lo que un tiempo fueron. Ignoraban hasta la existencia de esos grandiosos restos de una civiliza- ción pasada." De esta civilización pasada ó remota do los pueblos de América cuando llegaron los españoles, quedaron recuerdos ó restos, que es casi seguro que hubieran desaparecido también si no acude á tiempo aún la civilización europea á regenerar al salvaje ó al seminmlvaje americano."

B. K.— T. II- M

m REVISTA NACIONAL.

ella la consideración, puesto que mi defensa no ha de ser sino la ex- posición de lo que pudiéramos llamar lugares comunes de la Historia, es decir, de hechos sabidos por todos, corroborados con testimonios irrecusables, divulgados por plumas de indisputable competencia, y, lo que es más contundente, por escritores españoles.

Esta discusión por ninguno de sus aspectos será nueva ; se puede formar bibliotecas con lo que sobre el asunto se ha escrito en diversos idiomas ; hace cuatro ó cinco años lo dilucidaron nuevamente en pe- riódicos de México el ilustrado escritor de aquel país, Sr. Selva, y un espaflol digno, por su cultura, de su adversario, y que se firmaba con el seudónimo de Junius; más, por lo que á mi hace, usted no podrá, Sr. Valera, dirigirme con justicia el cargo que al Sr. Selva lanzó Ju- niu8t de abrigar el propósito de denigrar el nombre de España. Cier- tamente, la censuro como potencia colonizadora, pero no por ojeriza, sino por seguir esta máxima de vd. mismo : " La verdad ante todo, por amarga que sea. '^ Prueba de ello puede hallar en mis escritos ante- riores, y séame permitido citar aquí en abono mío un fragmento de una carta con qne me honró el Sr. D. Marcelino Menéndez y Pelayo, á propósito del libro que á vd. ha escandalizado :

** En algunas opiniones no podemos convenir, pero aplaudo la templanza y discreción con que vd. expone las suyas, procurando mantenerse libre de to- do fanatismo de escuela ó de partido : lo cual se advierte aun en el mismo ar- tículo sobre Zenea á pesar de lo resbaladizo del asunto " >

He hecho por merecer, y creo que merezco, ese juicio de su cofrade en la Academia; y esté vd. seguro deque no saldrán de mi pluma con- ceptos como los que otro esclarecido mexicano, el Sr. D. Ignacio Ra- mírez, dirigió hace pocos años al Sr. Castelar en otra polémica que se elevó á la más alta potencia de sonoridad.

Yo no dicto la Historia, señor Valera: he venido demasiado lardea un mundo demasiado viejo, como el cantor de Rolla; he aprendido lo que vdes. mismos me han enseñado, y lo he repetido después con fide- lidad, apoyándome en vdes. mismos. Culpa de vdes. es, y de la im- prenta, si en los tiempos que corren ^'apenas habrá persona que no se- pa más de lo que conviene, '' como dijo vd. con su donaire habitual en el prólogo de una obra del citado Sr. Menéndez y Pelayo.

1 Lo suprimido son frases de pura benevolencia, que uo liacen al caso.

CABTA AL SB. D. JUAN VALEBA. 66S

Dos son las afirmaciones suyas á que debo principalmente referir- me. La primera, que los indios vivían en decadencia tal á la venida de los europeos, que si éstos hubiesen llegado un siglo después, acaso los hubieran encontrado sumidos en barbarie absoluta. La segunda, que los conquistadores no destruyeron nada; que "las razas indígenas de América no han perecido ; " que " todo cuanto los indios teñían que decimos, nos lo han dicho. **

El malogrado Revilla, que lo calificaba á vd. de esoéptico y optimis- ta) y agregaba que, reclinado vd. " en la dulce almohada de duda," hacía "juegos malabares con todas las ideas ** y nunca afirmaba ñi ne- gaba nada resueltamente, se quedaría asombrado de ver cómo afirma vd. ahora, y cómo niega, y cómo es pesimista respecto de I03 aboríge- nes de América, sin dejar de ser, ó precisamente por ser, optimista con relación á los conquistadores.

Vamos á ver cómo ocurrieron las cosas, y para empezar parodiaré á Tácito en su Vida de Agrícola^ diciéndole: de parte de vd. estará el mérito del talento, del mío el de la exactitud. Para ser más fiel me ve- ré precisado á que otros autores escriban por esta carta, la cual va á resultar que no será carta, sino embutido, pero tal inconveniente quedará compensado con la ventaja de patentizar que no mpango na- da. Yo podría expresar con lenguaje propio cuanto dicen los libros y periódicos que voy á copiar; pero entonces, ¿cómo iNX)bar que ello no es obra de mi imaginación?

Por ejemplo, respecto del primer punto, si yo le negase á vd. esa de- cadencia vecina del salvajismo ; si se le negase con palabras mías, co- rrería el riesgo de que vd. volviese á decir que supongo gratuitamente. Y para que no caigamos, ni vd. en la tentación ni yo en el dafio, ce- deré la palabra á otros no acusados de suponer.

En las cartas de Hernán Cortés corren los grandes elogios que éste conquistador hacía de los indios por su obra de manos; él remitió al Emperador varias muestras de los trabajos ejecutados para los templos cristianos; y se admiraba, dice, de que tan ordenadamente y en razón se gobernase un pueblo aislado do todo contacto con las naciones llama- das civilizadas.

Alonso de Zurita, que por cerca de veinte afios estudió concienzuda- mente á México, y estuvo en relación con las audiencias coloniales, se

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indignaba de que llamasen bárbaros á los mexicanos, y deda que era preciso no conocerlos absolutamente para calificarlos asi.

Clavijero afirma que los mexicanos, y en general todos los indíge- nas, estaban dotados prodigiosamente en cuanto á facultades intelec- tuales, y que andaban desacertados los europeos en creerlos pobres de inteligencia, pued muchos tenían un gran talento de imitación.

Diego de Landa dice que toda la faja de tierra parecía formar una sola ciudad, paí'a dar idea del brillante estado del territorio de Guate- mala; y eso no es figura de retórica, sino alusión á los innúmeros mo- numentos y edificios de varias clases esparcidos en toda su extensión.

Hace cosa de seis ó siete afios fundaron vdes. en Madrid la Btblio- teca de las Americanistas, y una de las primeras obras que publicaron, creo que la primera^ fué la Historia de Ouatemala ó Recordación flo- rida, escrita en el siglo XVII por el Capitán D. Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán^ para rectificar los errores que había sacado la Ver- dadera historia de la conquista déla Nueúa España, de Bemal Díaz del Castillo, publicada en 1632 por Fray Alonso Remón, de la Orden de la Merced; y dada á luz [la de Fuentes y Guzmán] porpriniera vez en 1882, con notas, é ilustraciones por D. Justo Zaragoza.

Fuentes y Guzmán nació en ^^ Santiago de los Caballeros de Guate- mala, "pero era español desde la coronilla de la cabeza hasta la plan- ta de los pies, como lo prueban su vida, su libro, su *^ excesiva crude- za" [frase de Zaragoza] contra Fray Bartolomé de las Casas; y al ex- poner los móviles que lo impulsaron á escribir dice que uno de ellos fué:^

R Que en él (el Beino de Guatemala) había numerosísimas y grandes ciuda- des con magníficos y decorosos edificios, lo asienta así la verdad indeleble de mi Castillo *, llamándolos recios pueblos, por lo numerosos que eran, pues ha- bía poblazones de ocho y de diez mil casas ; siendo de tal calidad lo que halla- ron erigido los conquistadores gloriosos de este Beino de Gbathemala, que ha- blando con Alvarado, alegres y consolados le decían, que no tenía que echar menos á México con lo que habían descubierto. Y hoy se comprueba la noto- riedad de esta opinión cc-n lo que vemos vestigioso, y en otras partes en pie, de ostentativas máquinas materiales ; en lo que se admira en el Quiche, Tec- pangoaihemala, pueblo antiguo de Mixeo, edificios de Ouegueienango y de ChiaUhiian á modo de fortalezas, y otros admirablemente ordenados en la pro- vincia de la Verapaz; y la fábrica maravillosa y subterránea del pueblo de

1 T. mo 1, páginas 18 y 33.

2 Bernal Díaz, folio 164, de su original borrador. -[Nota de F.y Oiomdn.]

CARTA AL SR. D, JUAN VA LERA. 565

Pochuia^ que siendo de firmísima y sólida argamasa, camina y corre por lo in- terior de la sierra por distancia prolongada de nueve leguas hasta el pueblo de Tecpangoaihemala ; que es argumento y prueba del soberano poder de aque- llos reyes, y numerosidad sin cálculo de los vasallos que los obedecían. Fuera de que, así para esto como para testimonio de sus grandes fábricas, también autoriza esta opinión la fortaleza de Parrasquin, que se ve bajando de Toioni- capa á la costa del Sur. Y aunque yo sólo consideraba con pocos años, que muchas cosas de éstas me daban escritas los autores que leía,* y que lo que me informaba la inspección contra aquellas narrativas era la miseria de unos habi- tables pajizos, si no me ladeaba á la incredulidad, á lo menos suspenso el juicio quedaba en lo neutral siempre surto ; pero lo más de ello que tengo visto, me hace creer que aun no podré comprender para escribir todo lo que hay de ma- ravillas singulares en estas nuevas y apreciables provincias ; y con lo que afir- ma Torquemada, de que eran grandes ciudades las de Ooathemala y ütatlan, fundadas de edificios maravillosos de cal y canto, pasaré adelante, á establecer el imperio de los Monarcas de estos Reinos.

<' Y aun es verdad que hubo entre los de esta nación algunas generaciones muy incultas y de especie de salvajes, que habitaban en los lagos, montañas y partes cavernosas en las selvas y páramos incultos ; siendo éstos, por natural propensión suya á la caza y pesquerías, de que, sin duda, se sustentaban, y te- niendo también ranchos aunque pequeños y pobres, en sus milpas; áQ cuyo género do gentes no podrá decir España que no ha tenido algunos, pues los BaitíecaSj descubiertos en nuestros tiempos, no eran menos agrestes que éstoe de quienes hablamos. Pero aunque oran así algunos, especialmente en algu- nas partes de la costa, en las cabeceras, cortes y pueblos numerosos no se ha- llaban, sino muy dados á lo político y esmerados en las artes ; de que tuvieron conocimiento, y hubo y hay entre ellos, especialmente en la parte de los no- bles y principales indios, muy buenas capacidades, con don excelente de go- bierno, y de muy buena y entera razón ; sino que el no entenderles su idioma, y el estar ellos tan apagados y distantes de la memoria de sus principios, los hace parecer algo menos que brutos, siendo, no sólo contra razón^ sino distan- te de la caridad el pensarlo. Porque me es preciso decir que, siendo ellos de dócil natural y muy humildes, es culpa grande, no sólo de los ministros ecle- siásticos, sino mucho mayor de las justicias seculares, el que no sean mejores, poniendo más cuidado ; pues Dios se los ha encomendado, que tengan más puntual educación y advertencia en su puerilidad, sobre que tan apretada- mente y con tanta católica piedad hace repetidos encargos el Bey nuestro se- ñor"

Don José Morales y Santísteban, á quien vd. no tachará ni de hijo renegado, ni de extranjero envidioso, ni de español imprudente, se ex- presa asi respecto de Hernán Coriés:

See REVISTA NACIONAL.

" No vayamos á creer que la raza indígena se componía en México y en los Bstados comarcanos de hordas más ó menos feroces, cuyo alimento fuera la caza, y cuya vida errante no les permitiera subir del primer escalón de los ade- lantamientos sociales. Nada de esto existía en la r^ón que sirvió de teatro á las hazañas de Hernán Cortés. Había pueblos agricultores, ciudades opulentas, una religión bárbara, pero que había alcanzado un grado bastante alto de re- finamiento teológico, gobiernos establecidos y variados en sus formas, desde la república federativa de Tlaxcala, hasta la monarquía casi absoluta de México, y todo el aparato y la forma necesarios para que el poder subyugase la imagi- nación de las hombres. Tenían sus leyes, sus ejércitos, y vivían la vida agita- da de los Estados europeos. Las artes habían también conseguido cierta per- fección, y en algunos trabajos menudos que empleaban en el oro, la plata y las plumas, los mismos artífices españoles confesaban su propia inferioridad. En una palabra, habían alcanzado toda la civilización á que puede llegarse ñn el uso del hierro ni del alfabeto.

" La civilización de México sería digna de citarse con elogio y de po- nerse en parangón con la de los imperios más fiorecientes del Asia, si una man- cha indeleble de sangre no empañara su esplendor. '*

El Sr. D. Ángel de Gorostizaga, Secretario del Museo Arqueológico de Madrid, describió en 1883 el Calendario azteca, del cual publicó un grabado en la Iliistración Española y Ainericana^ y afiadió :

"El ligero examen que hemos hecho de este notable monumento de los az- tecas, nos hace comprender los vastos conocimientos que tenían de Astrono- mía, Cronología y Cosmografía; su genio artístico, pues el trabajo, como obra escultórica, se separa mucho del arte bárbaro y nos induce á admirar su civi- lización, pues un pueblo que así determina sus festividades, así divide su tiem- po y así organiza su existencia, bien puede y debe llamarse pueblo civili- zado. " 1

El eximió escritor D. Enrique José Varona [si no estoy equivocado] , ha hablado en la Revista de Cuha de una obra extranjera que siento no conocer, pero cuyo recuerdo es oportuno aquí. Dice la Revista:

*^En un libro publicado hace cuatro ó cinco meses sobre la Economía Agrí- cola de loa Antiguos Pueblos Civilizados de Américay su autor Max Stefier, vi- tupera á nuestra tan decantada superioridad caucásica, que fué incapaz para estudiar y fomentar la civilización de esas naciones, totalmente destruida por la dominación europea. Las reliquias que de ellas poseemos prueban de un modo claro que esa civilización no era en nada inferior á la de los conquista- dores, sino al contrario, que en muchos puntos era realmente superior. Tene-

1 Ilustración EspafMa y Americana de Madrid, tomo I de 1888, páginas 8i5 y 851

CARTA AL 8R. D. JUAN VALERA. 667

mos hoy la certeza de que había una reglamentación económica sistemática, que cultivaban la tierra con industriosa diligencia, cuidadosa previsión y mu- cha habilidad práctica. El pueblo mexicano había asegurado la irrigación del suelo por medio de canalas y sin máquinas, y los españoles, á pesar de tener en la Península obras parecidas fabricadas por los árabes, revelaron su incapa- cidad para apreciar el mérito de ellas, permitiendo que se arruinasen, y aun á veces destruyéndolas con la esperanza de encontrar tuberías de oro. La culti- vación é irrigación del suelo eran consideradas como de interés público, y la agricultura sujeta á reglamentaciones parecidas á las que actualmente existen en el Japón y la China. La división de la tierra y todos los cambios de la pro- piedad se hacían bajo la dirección de los magistrados. No tenían animales pa- ra enyugar, pero las propiedades eran tan pequeñas y tan sobria su alimenta- ción, que no los necesitaban. £1 cultivo era más bien el de jardín que el de campo, y como no tenían animales, no les hacía falta la tierra adicional que éstos exigen. Bn la ausencia de animales domésticos, habían adoptado proce- dimientos, aunque eñcaces, muy minuciosos y penosos, para procurarse abo- nos, al estilo de los chinos. Los peruanos tenían la ventaja de sus depósitos de icuano. Y como los asiáticos orientales, no tenían leche los antiguos america- nos, aunque pudieran haberla obtenido de la llama. '' ^

Respecto del Perú, traducimos de la excelente obra L*AmériqtLepré' hMoHque^ del marqués de Nadaillac, lo que sigue:

<^ Quizás en ningún punto del globo ha desplegado el hombre mayor ener- gía. En esas regiones infortunadas fué donde se elevó el imperio más podero- so y más adelantado en civilización de ambas Américas, y hoy todavía todo hace despertar su recuerdo en la memoria : las ruinas imponentes que cubren el país, las fortalezas que lo defienden, los caminos que lo cruzan, las acequias que conducen el agua destinada á fertilizar los campos, los tambos 6 casas de abrigo en las montañas para uso de los viajeros, las obras de alfarería, las te- las de lana y do algodón, los adornos de oro y plata que se conservan en las sepulturas "

aquí una página de la Vida de Francisco Pizarra por Quintana. Después de decir que Huayna-Capac era " el más poderoso, el más ri- co y el más hábil también de todos los príncipes peruanos,^' agrega:

" SI desvaneció con su valor los intentos de sus rivales, que quisieron dis- putarle el imperio después de muerto su padre ; contuvo y apagó la rebelión de algunas provincias, sujetó otras nuevas á su imperio, visitólas todas para mantener en ellas el buen orden, dio leyes sabias, corrígió abusos en las cos-

1 Revista de Cuba^ XV,

2 Página 887.

Sm BEVI8TA NACIONAL.

tomlyres, rode¿ el trono de un* grmndeza j esplendor no yísio luota él, 7 9e gnuige6 mif renenicí^n 7 respeto de ras pueblos qne oiix> monarca alguno de iuf antepasados. Estableciéronse en sa tiempo, 6 se perfbocíoaaron mocho, tres grandes medios de comunicación, necesarios en proríncias tan distantes 7 diretias: el vuo de nn dialecto general á todas ellas; el establecimiento de las postas para la prontitud de los aráos 7 de las noticias; en fin, los dos grandes caminos que conducían del Cuzco al Quito en una extensión de más de qui- nientas leguas. De estos dos caminos uno iba por las sierras, otro por los llanos, 7 ambos estaban proyisios, á la distancia propia 7 conveniente, de estancias 6 aposentamientos, que que llamaban tamboB^ donde d Monarca, su Corte 7 el ejército que lleraba, aunque fuese de veinte á treinta mil hombres, toma- ban descanso 7 refresco, 7 renovaban, era necesario, sus armas 7 sus vesti- dos. Obras verdaderamente reales, emprendidas 7 ejecutadas por los peruanos en gloria de su Inca, 7 que al principio tan útiles, después les í^ron tan perjudiciales por la facilidad que dieron á los movimientos 7 marcha de los espafioles para la conquista del país."

El escritor peruano, Sr. D. Pedro Paz-Soldán 7 Unanue [Juan de Árona]f en su obra tan laboriosa como útil, titulada Diecionarío de PeruaniemoSf se expresa así :

"Los peruanos de ho7, que más 6 menos directamente recibimos educación europea, 7 que por la sangre, el idioma 7 los nombres de familia nos sentimos atraídos al viejo mundo 7 nos amamantamos en el amor de Grecia 7 Boma, mirando con indiferencia, con frialdad 7 basta con desdén la civilización in- caica, que en realidad no es más que una tradición, debemos advertir que así como á los negros racionales lea ofende el color y así esa civilización quebo7 me- nospreciamos no tuvo más baldón que el haber carecido de ''letras humanas," como diría Garcilaso.

"Yo con erudición, {cuánto sabría!"

lEspronceda"]

"Yo, á saber escribir, ¡cuánto diría!

podría contostar hoy la dinastía inca si resucitara. Expresado por escrito por oUoi mismos lo ^uo practicaron ó dijeron de viva voz, quizá palidecerían las Pandectas de Justiniano 7 los Pensamientos de Marco Aurelio!" 1

El arqueólogo norte americano Mr. E. George Squier ha escrito la obra moderna más completa quizá sobre las antigüedades del Perú ',

1 Juan db Arona. Diccionario de Penianismos. Lima: 188S, artículo Incas, p¿. glnas 288 y aS9.

2 E. Gborob Squier. IncidenU 0/ TraveU and Exploration in tfíe Landqfihe In- c<M.— New York, Harper. 1877.

CARTA AL 8B. D. JUAN VALERA. 5fl9

pues él recorrió todas las comarcas de Lima, Truxillo, el lago Titica- ca, Cuzco, Chinchero, Olantaytamho, etc., levantó planos, sacó vistas fotográficas, y lo describió todo con su reconocida competencia. Su li- bro es un poderoso alegato en defensa de la civilización inca, de la que dice que es la más importante y la más interesante de todas las abo- rígenes de América.

Vd. se burla del saber de los indios, que no nos legó nada que au- mentase el acervo de la ciencia europea; pero aunque no se hubiera perdido la mayor parte de sus secretos, no estamos en el caso de pe- dir gollerías á pueblos que no disponían del hierro ni poseían mé- todos de escritura fáciles, como los nuestros. Y aun así, Boussingault, en una Memoria que presentó en 1883 á la Academia de Ciencias de París, no tuvo embarazo en declarar que no conocía ni había acertado á reproducir el magnífico temple que daban los Incas al metal de sus artefactos.

Hablando de los Incas dice el sabio Bachiller y Morales : " Casi va- lía su civilización tanto como la europea contemporánea, en lo gene- ral, y más en algunas materias que se contaminaron con las supersti- ciones y el fanatismo.*'^ Y de la civilización mexicana: "una civili- zación espontánea americana que en algunos puntos . era superior á la europea en aquella época. ^* ' Nadaillac es de la misma opinión. * Da- bry de Thiersant compara la civilización mexicana con la española del siglo XV, y el resultado no es favorable para la segunda ^. Abstengo- me de repi'oducir sus palabras, demasiado enérgicas para que puedan armonizar con el tono de este escrito ; pero á lo menos sirvan desde donde están para probar que yo no he supuesto nada.

De los Chibchas, que estaban menos adelantados, no quiero hablar con detenimiento por esa misma circunstancia de que nunca salieron al primer plano del cuadro, y por no abultar por más pliegos esta ya extensa epístola; sin embargo, me permitiré obsequiar á vd. con un ejemplar del interesantísimo libro del sabio americanista Sr. Dr. Li- borio Zerda, sobre El Dorado^ que le llegará al mismo tiempo que es- tas líneas, y que probablemente no será fácil conseguir por allá. Ese libro es el epitaño, es la oración' fúnebre del pueblo que habitó estasa-

1 MevUta de Cuba, XIU, 471.

2 Meviata de Cuba, XV, 640.

8 L'Amtriqu«préM9toriquet pAginas Vil y 849.

4 JPe VoTigiiM de$ IndUm du Ninweau Monde et de leur civi^iterfio».— Parla, 1888.

570 REVISTA NACIONAL.

baña, y que si no igualó á los Aztecas ni á los Incas en el esplendor de su existencia, si vistió, como ellos, el luto de una misma muerte.

Pero la civilización ó cultura de un pueblo no se mide solamente por sus edificios y artefactos ; acaso más que en sus pirámides y en su industria se refleja en su legislación, en sus costumbres, en sus insti- tuciones. Las crónicas, la correspondencia de los conquistadores, los informes de los virreyes y cuanto guardan vdes. inédito en sus archi- vos, contienen sobre estas materias datos abundantes. Como muestra» óigase al Padre Calancha:

^'Yerdaderamente pocas naciones hubo en el mundo, á mi ver, que tuviesen mejor gobierno que los Incas. Luego diré acciones memorables de este Inca, que quiero que se sepa cuan bien gobernada estaba esta monarquía, antes que entrasen los españoles." ^

Pero como muchos de los escritores antiguos hayan sido tachados de exageración [cargo del que en justas proporciones los ha vindicado Bancroft], recomendaré á vd. que refresque la memoria con la lectura de las obras de Prescott y del citado Bancroft, historiadores que cier- tamente no son enemigos de España, ni aun cuando censuran " las de- masías de los conquistadores, " como las llama el Sr. Morales Santis- teban. En estos últimos afíos se ha discutido si los indios tenían una literatura que valiera la pena ; pero sin poseer sus cantos, sus poemas, todos los contornos de su pensamiento trazados en sus telas ó en la tradición oral, quizás la controversia no pueda adelantar gran cosa.

Si ahora se me dice que la civilización precolombiana tenía en to- das sus fases sombras densas, convendré en ello, y agregaré que por eso la llamamos incompleta ó ruda; pero tales defectos ó vacíos no au- torizan para escatimarle el título, así como nadie niega que hubo civi- lizaciones egipcia, asirla, cartaginesa, helénica, en tiempos en que el politeísmo ó la idolatría eran la religión de las respectivas naciones, y en que la sangre humana corría copiosa en los sacrifícios de casi todos sus altares.

Adoptando la opinión de Humboldt y de Pi y Margall, que yo cité sin apropiármela ni combatirla, se inclina vd. á creer que toda esa ci- vilización pertenecía á una época tan remota, que su recuerdo se ha- bía borrado ya de la memoria de los indios de los siglos XV y XVI; y

1 Padre Merino Fray Azttonio dbla CAiJiiroHA.~C9kr^iea fnoraHMda del Or- den de San Agusan en el Pfrf}.~Baroelona: 1838. Libro I, oapf tolo XV, pAgina 96.

CARTA AL SR. D. JUAN VALERA. STl

hasta sospecho que aplaude vd. al CSoronel Higginson por haber dicho satíricamente que no sabe qué diferencia hay entre " civilización pre- histórica" y "barbarie evidente." Distingamos: la parte inmaterial, las instituciones políticas y civiles, lo que constituye la conciencia de los pueblos, estaba vigente en la época de la Clonquista, porque así lo ates- tiguan los cronistas de entonces, y por mucho que hayan exagerado en los detalles, el fondo de sus relaciones debe de ser verdad, y hay que admitirlo mientras carezcamos de pruebas en contrario. Queda por di- lucidar la cuestión de los monumentos materiales ; y ese es un proble- ma histórico que yo me declaro inhábil para resolver, y que en el es- tado actual de los estudios americanistas, nadie lo puede tampoco. Hay dos opiniones principales: creen algunos, con Le Plongeon, que la an- tigüedad de esos edificios es muy remota: que fueron levantados, por razas altamente civilizadas, cuando toda la Europa estaba todavía en la edad de piedra K Otros sostienen que su fecha es mucho más re- ciente, creen conceder demasiado fijándola en el siglo VII de la Era Cristiana y varios sabios ni tanto admiten.

M. Desiré de Chamay, célebre viajero francés, encargado por su go- bierno de exploraciones arqueológicas en México y Madagascar, Java y Australia, y quien tuvo la buena suerte de desenterrar las más anti- guas habitaciones de los Toltecas en Tula y Teotihuacán, dos cemen- terios en Tenenepanco y Nahualac, la ciudad ignorada de Comalcalo en Tabasco y la de Lorillard en las fronteras de Guatemala, el Sr. Chamay, americanista de reputación universal y que ha pasado mu- chos afios de su fructuosa vida excavando el suelo del Nuevo Mundo, es de los que niegan la remota antigüedad de los moniunentos. Expu- so sus razones en unas conferencias que dio en la Sociedad de Geogra- fia de Paris en 1883, de las cuales tengo á la vista un resumen publi- cado en la Bevue Sud-^mérícaine de aquella capital, y que voy á tra- ducir:

" La mayor parte de los viajeros y de los historiadores han pretendido que esos monumentos son antiquísimos, que pertenecieron á una población extin- guida, y que por consiguiente, estaban en ruinas hacía mucho, cuando los Es- pañoles entraron en Yucatán.

" Pero esta teoria ha sido vivamente combatida por M. Chamay, partida- rio de la contraria, la cual, á su juicio, es mucho más racionaL Ya ha presen- tado muchas pruebas, y promete otras ; por ahora no quiere más que dar á co- nocer un documento recién publicado.

1 D. BAJLDKWiv.^AneUfU America,

572 B£VI8TA NACIONAL.

*' En su última conferencia discurrió M. Chamay acerca de Chichen-Itza, la gran ciudad de Yucatán. Loe historiadores que han hablado de esas ruinas, llenos como estaban de preocupaciones, han dado informes que no nos pueden ilustrar lo bastante. Para adquirir pormenores exactos hay qae acudir á loe autores que trataron de dichos monumentos poco después de la conquista es- pañola.

"£1 Obispo Landa, por ejemplo, dice á propósito de Chichen-Itsa, que la visitó en 1656, esto es, treinta años apenas después del primer arribo de Mon- tejo á Yucatán, y agrega: *<Los pisos de los monumentos estaban separados por divisiones de argamasa en perfecto estado " Aquí tenemos desde lue- go algo en estado perfecto; luego los monumentos estaban íntegros. Después, refiriéndose al templo cuyo plano ha mostrado M. de Chamay á la Sociedad, dice: Para dirigirse al gran estanque en donde se sacrificaba á las víctimafi, había una magnífica calzada de mampostería. Esas calzadas, acerca de las cuales llama M. Chamay especialmente la atención, son de origen tolteca, 6 idénticas en todas partes. Llegando á un pequeño templo, queM. Chamay ha encontrado casi en ruinas, el historiador dice que ese edificio estaba lleno de vasos que contenían copal quemado hacía poco, ofrendas recientes, estatuas, ídolos, etc. £s decir, que todavía se sacrificaba en él ; todavía se rendía allí culto á los dioses locales, treinta años después de la llegada do Montejo á Yu- catán, de 1541 á 1556, quince años después del establecimiento definitivo de los Españoles en América.

^'Podría hacerse, añade, una comparación muy curiosa entre esos monu- mentos separados por grandes divisiones de argamasa que se hallaban todavía enteras (y era preciso que fuesen, en efecto, muy sólidas, para haber resistido á veinte años de abandono en una región donde la vegetación es excesiva); entre esos monumentos, deciamos, y las ruinas de la Corte de Cuentas de Pa- rís. En ésta, como es sabido, todas las losas han sido solevantadas, la mampos- tería rota, y se ven árboles que, en sólo doce años, han alcanzado una eleva- ción de diez metros. Si se considera que esto ocurre bajo un clima donde la fuerza de vegetación no es ni la décima parte de la de los trópicos, se com» prenderá que era bien natural que, después de veinte ó treinta años de aban- dono, una ciudad de las regiones americanas se encontrase en muy mal estado y cubierta ya de una espesa vegetación; y no había señales de ésta enton- ces.

*<M. Chamay había escrito y dicho todo esto cuando, hace apenas ocho días, recibió un libro publicado recientemente en los Estados Unidos, y que se com- pone de documentos mayas: uno de ellos, las Crónieaa de Chikuluh^ es obra de un cacique indio, Nakuk-pecb, contemporáneo de los Españoles de la Con- quista, de la cual fué testigo.

<*Ese manuscrito maya, traducido y publicado por Brinton, en Filadelfia, hacia fines de 1882, contiene datos muy precisos, que dan á la teoría de M. Charnay la auU^ridad de un documento oficial.

CARTA AL SR. D. JUAN VALERA. 573

"En el párrafo 14, hablando del Itinerario de Francisco Montejo, cuando la expedición de 1527 á Chichen-Itza, dice Nakuk-pech:

" Y se puso en camino, en busca de Chichen-Itza, nombrado así; allí rogó " al rey de la ciudad que viniese á su encuentro; y el pueblo le dijo: hay un rey, señor: hay un rey^ (Jocom-Aun-Pechy el rey Peeh^ el rey jefe de Cicantum; y el " capitán Oupul (probablemente un gran personaje del lugar) le dijo Mon- "tejo): Ouerrero extranjero^ reposa en estos palacios ; así le dijo el capitán "Cupul."

^<£s evidente para todo el mundo, agrega M. Chamay, que esto significa que había un pueblo, un ley y monumentos habitados; á no ser así, no hubie- ra habido un pueblo, un rey y un capitán que dijesen á Montejo: venid á des- cansar á estos palacios.

"A propósito de Izamal, que está considerada como una de las ciudades más antiguas, y, que se dice haber sido abandonada muchos miles de años antes de la Conquista (opinión que M. Chamay ha combatido siempre), el cronista in- dio dice en el párrafo 18: " £n el año 1542, cuando ios Españoles se estable- cieron en el territorio de Mérida, el primer orador, el gran sacerdote Kinich-

Kakmo, de Izamal, y el rey Tutulzin, de Mani, se sometieron "

"Comentando este pasaje dice M. Chamay que el suceso es conocido; es un hecho histórico. Sabido es, en efecto, que cuando Montejo llegó de paso para establecerse después en Mérida, al siguiente día vio acercársele multitud de indios; y se preparaba ya para combatir, cuando observó que enarbolaban se- ñales de paz. Era uno de los magnates del lugar, el rey de Mani, que iba á someterse, acompañado de un personaje nombrado Kinich-Kakmo.

"Pero Kinich-Kákmo era el nombre genérico de los grandes sacerdotes do Izamal. £1 gran sacerdote desempeñaba, pues, sus funciones á la llegada de los Españolea, lo que pmeba que los templos y los palacios de Izamal, lo mis- mo que los de Chichen, estaban ocupados en esa época, es decir, al tiempo de la Conquista.

"Nada más evidente, dice al concluir M. Chamay, quien considera la cues- tión como definitivamente resuelta.''

Los argumentos de M. Charnay son de mucha fuerza, y pueden ver- se extensamente desarrollados en las diversas obras que ha publicado sobre los monumentos primitivos de México y Centro-América.

£1 Marqués de Nadaillac observa que el razonamiento de su compa- triota, relativo á la vegetación tropical, es muy poderoso contra la su- puesta remotísima antigüedad de las construcciones americanas. ^

Esto no quiere decir, agrego yo, que el enigma esté descifrado; pue- de probarse que los edificios estudiados por M. de Charnay sean mo- dernos, y ello no implicaría que todos los otros se hallen en el mismo

1 Página 323.

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caso. En los últimos afios se ha tenido noticia de monumentos y ciu- dades de la América Central y México, que no se sabe de cuándo da- tan; en el acreditado periódico el PaU, de la Habana, número de 15 de Diciembre de 1887, he visto que el renombrado arqueólogo Sr. Plongeon, en sus exploraciones de Uxmal (Yucatán), se había cercio- rado de que en el mismo lugar que hoy ocupan esas ruinas, han exis- tido tres ciudades; encontró los vestigios de la primera á muchos pies de profundidad, y revelaba una civilización antiquísima, muy superior á la nuestra, así como una época de su fundación, de más de veinte mil años; (se diría que estamos oyendo hablar á Schliemann de las siete ciudades superpuestas que desenterró en el sitio de la antigua Troya); el mismo Paü, número de 19 de Julio último, dice que elSr. A. J. Miller ha descubierto en el nuevo departamento de Mosquitos (Honduras) una ciudad prehistórica muy importante, "y según se ha observado, parece que primitivamente existió en el mismo sitio otra ciudad rodeada de una muralla."

Hago estas citas para presentar la ecuación con toda fidelidad, sin enamorarme de éste ni de esotro de sus términos. ¿Son muy antiguos algunos de los monumentos americanos, íntegros ó en ruinas, que nos quedan? Es muy probable. ¿Hay otros recientes? Es muy posible. Con- denados por ahora á esta incerüdumbre, no nos queda que hacer sino esperar que la Arqueología encienda su fanal en las playas de esta América que todavía está por descubrir.

Pero yo quiero ir con vd. hasta admitir hipotéticamente que todos los indios contemporáneos de la Conquista estaban en patente declina- ción; y todavía replico que la decadencia es fase relativa. En decaden- cia está la Grecia actual respecto del siglo de Feríeles; Egipto tuvo va- rios ciclos de esplendor y menoscabo, uno de los últimos en el reina- do de los Reyes Pastores, que duró siglos ; pálido emerge el astro de Iberia re^ecto de los días en que los dominios espafíoles estaban siem- pre alumbrados por el sol ; pero esos afios de niebla no son de barba- rie, y entrar en la nube no es quedarse sin luz. Pudieron, pues, los in- dios, desmedrados por las guerras que constantemente se hacían, ó por las pestes, ó por invasiones de otras razas ó tribus más numerosas, ó enervados por el despotismo de sus reyes y el fanatismo de sus sacer- dotes, estar atravesando, cuando vinieron los europeos, una época de menos brillo que las anteriores; mas de eso, á estar vecinos de la ab- yección, hay mucha diferencir.

CARTA AL SR. D. JUAN VALEliA. 575

Esa decadencia relativa no significa nada ante la absoluta, que data de la Conquista. Los indios de Antioquía [C!oIombia] no estaban muy adelantados en civilización, y la llegada de los europeos les hizo per- der lo poco que habían alcanzado, pues perseguidos abandonaron sus hogares y se refugiaron en las asperezas más inaccesibles de las mon- tañas, según lo refíere el Sr. Dr. D. Andrés Posada Arango. ^ Igual cosa sucedió á muchas otras razas, y justamente tengo á la vista la co- municación de 1880 en que M. de Chamay avisaba al Ministro de Ins- trucción Pública de Francia, que acababa de descubrir el valle de Apa- tlatepitongo, muy oculto, é ignorado hasta entonces, en el que se ha- bían refugiado tribus mexicanas, huyendo de los nuevos guerreadores.

La materia es muy vasta, y yo no debo agotarla ; pero la impresión que deja el estudio de los adelantos de los Aztecas, Incas y Chibchas, no es la de que fueran razas incapaces de elevarse por mismas á mayor grado de cultura, inertes para todo progreso, como las tribus africanas, sobre las cuales pasan los siglos en deplorable esterilidad. Yo admito la desigualdad de las razas, porque la veo en el mundo; no puedo convenir en que haya un solo é idéntico estado de espíritu para todas las criaturas humanas, al saber que hay hotentotes que casi rumian en este mismo planeta en donde alientan seres de noble inte- ligencia como D. Juan Valera; y cuando busco una escala para medir la superioridad de unos pueblos sobre otros, no encuentro sino la del ideal, con sus infinitas gradaciones. Ni Livingstone, ni Stanley, ni Hartman, ni Serpa Pinto han desentrañado ideal alguno en el Conti- nente obicuro; pero los Americanos los tenían, como lo prueban sus instituciones y sus obras, y su fe en un Dios desconocido, á semejanza del de los Atenienses; y toda raza que posee ideal elevado, aunque no sea el más elevado, está en vía de perfección.

El segundo punto sobre que tengo que contestar á vd. es el relativo á la conducta de los conquistadores.

Dice vd. que ninguna raza indígena ha perecido, y que en algunos lugares son acaso ahora más numerosas que cuando la Conquista.

El movimiento demográfico de los indios después de la emancipa- ción política del Continente Hispano-Americano ; su guarismo actual,

1 ANDB&s Posada Abango.— j&uoj/o etnogré^flco 9obre lot Aborigenet del Ettado de AnHoqtOa, pág. 4.— Parle, 1871.

576 REVISTA NACIONAL.

que no se puede fijar con precisión por la imposibilidad de levantar la estadística ; y, en fín, el porvenir de las razas indígenas, no son facto- res de necesaria intervención en el examen de la política colonial de ahora tres ó cuatro siglos. Hasta es probable que dichas razas se extin- gan, no por la violencia, sino sumergidas en las marejadas de la in- migración europea que y^ ha empezado á cubrir nuestros desiertos. Un caballero español, que ha residido muchos afíos en la República Ar- gentina, el Sr. D. R. M. Cañaveras, escribía en 1881 á la Iltuitración Espafíola y Americana:

" El indio americano, salvaje ó civilizado, constitaye todavía «n la Améri- ca del Sur la mayoría de la población; pero no, aumenta, aino que va dismi- nuyendo, siguiendo en esto la ley fatal de las razas inferiores cuando viven en contacto con otras más superiores con quienes, si se mezclan, resultan híbri- dos. " »

El Sr. Cañaveras opina que la raza india, está destinada á desapare- cer, por SM inferioridad psicológica, y yo creo lo mismo, pues lo obser- > vo en los Estados Unidos, donde el decrecimiento es notable, y no po- demos atribuirlo exclusivamenteal maltrato, que reconozco y conde- no, con que ha sido ultrajada en aquella nación. En la Memoria pre- sentada al Congreso americano el 4 de Didembre último por el Secre^ tario respectivo, dice éste que "ni se puede dar con toda exactitud el número actual de indios que existen en los Estados Unidos, ni tampo- co determinar si la población india se aumenta ó se disminuye;** pero eso se refiere á los años de la última década, y no á tiempos anterio- riores, respecto de los cuales el decrecimiento es visible. La extinción sería más tardía en países como Colombia, que no figuran aún en el itinerario de los inmigrantes, y que organizan como está sucediendo aquí actualmente, misiones dignas del mayor encomio para civilizar esos pueblos rezagados ; pero no creo posible que deje aquí mismo de cumplirse la ley de la lucha por la existencia, cuando Europa nos en- víe los excedentes de su población trabajadora.

Más estos tópicos de lo presente y lo futuro son ocasionados á con- fusión en un debate sobre lo pasado, al cual debo concretarme.

¿No ha perecido ninguna raza indígena?

Refiere Oviedo que cuando en 1514 llegó Pedrarías á Castilla de Oro (Darién), había más de dos millones de indios, y que un tercio desi-

1 IlxislraciOn Española y Americana efe Madrid^ tomo I de 1882, páginas 43 y 46.

CARTA AL SR. D. JUAN VALERA. 87T

glo después ya todos habían sucumbido, pues el territorio estaba yer- mo y despoblado. ^ El Obispo de Tierra Firme escribió en 1552:

" En Panamá, Nata Nombre do Dios y Acia de los indios que hay muchos son de Perú, Nicaragua, Venezuela, Santa Marta. Acia está quasi despobla- da por mal goviemo. Sn Panamá salvo la isla de Y. M. y otras dos ó tres en que habrá sesenta Familias no quedaran naturales. En nombre de Dios de Indios naturales habrá ocho 6 diez y la población que allí hizo Glavijo ya es- tá deshecha y la dio por solar á un fraile. En Panamá, quitadas las islas, no havia treinta que ^fuesen naturales. En las dos islas de O toque y Taboga ha- bría cuarenta piezas de indios extrangeros con los cuales han puesto otros ez- trangeros, que unos no se entienden á otros. " '

D. José Antonio Saco dice :

" Aún no corridos cuatro años de la dominación castellana en la isla Espa. ñola, y ya en 1496 había perecido en ella la tercera parte de los indios." '

En Cuba no queda ya ni un solo individuo descendiente de su anti- gua y pacifica población, la que han calculado algunos en un millón de habitantes, y otros, más acertadamente quizá, en doscientos mil ; y la desaparición no ha sido debida á la famosa ley citada, pues la Isla, te- niendo capacidad para varios millones de habitantes, no cuenta sino con millón y medio, cuya mitad es de color. De los Caribes en gene- ral, le dirá á vd. un escritor español, el Sr. D. Juan Cervera Bachiller, que "quedan pocos restos ya. " *

No quiero averiguar qué se han hecho otros pueblos: me limito á hablar de Cuba, porque la circunstancia de no haber dejado nunca de pertenecer á España, excluye toda divagación sobre la responsabilidad de los Gobiernos y las clases superiores de los países que conquista- ron la independencia.

Es, ademas, bien sabido que ht introducción de negros africanos tu- vo por objeto remediar la falta de brazos causada por la merma de la

1 OyiKDO—HUtoria general de la» India», libro 29. cap. 9, 10, 25 y 34.

2 Al Principe desde Panamá en 1552. Fr Paulos EpUcopua Ckmiinentia, [Colcocldn de Muñoz].

Véase, sobre despoblación del Perú, la nota á la p&g. 296. Parte 1 1, de las Noticku secretas de América, por D. J. Juan 7 D. A. de Ulloa.— Manuel Sangully, Revista Cubana. IX, 486.

3 José Antonio Sa.oo.— J7i«oíria de la Esclavitud de los Indios en el Nuevo Mun- do, cap. 1 11.

4 Ilustración Española y Americana, tomo II de 1883, pág. 251.

B. N.— T. II-Í7

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población indígena. El mal á que se quiso poner remedio, y el reme- dio mismo, fueron dignos el uno y el otro; fué cubrir un borrón con otro borrón, y yo lo invito á vd., Sr. Valera, á que considere estas co- sas, no con espíritu de nacionalidad, sino como miembro de la especie humana, para que las pueda juzgar bien. Dice vd :

*^ El guerrero español de la conquista sería cruel, codicioso, sin entrañas, todo lo malo que se quiera, con tal de que no se suponga, sin justicia alguna, que hubieran sido ó que fueron más suaves ó benignos los alemanes 6 los in- gleses; pero no fueron españoles los que imaginaron que eran los indios de una raza inferior. Los españoles creyeron siempre que los indios eran sus herma- nos, extraviados y decaídos, á quienes convenía traer al buen camino y levan- tar de su abatimiento y miseria. ''

Pero, Sr. Valera, si los españoles eran crueles y sin entrafías, según yd. mismo, y se consideraron á los indios como hermanos, ¿contra quiénes ejercieron su crueldad? Aquí no había entonces más pobla- dón que la india: contra ella tuvo que ser.

En esta parte de mi trabajo es cuando más quisiera que tuviese la lengua castellana voces dulces con qué expresar ideas y hechos que no lo son, y lo quisiera por consideración á vd. á quien deseo no lastimar ni en lo más leve la epidermis delicada del patriotismo. Quisiera po- seer esa habilidad suya para tratar gallardamente asuntos escabrosos, ese superb ireatment of a very hazardotts tlieme, que con tanta justicia elogió en vd., á propósito de su Pepita Jiménez, una revista newyorki- na« ^ Quisiera, en fm, un verbo amable y melodioso como uno modu- lación de la Nilsson, y que expresase sin bronquedad: cortar las ma- nos á los indios ; otro que significase : cazarlos con perros de presa ; otro y otro : incendiarles sus poblados, abrumarlos de trabajo, herrar- los como á bueyes, aplicarles el tormento, tostarlos en hogueras para que revelasen dónde estaban escondidos sus tesoros, ahorcarlos, dego- llarlos '

1 Edectic Magazine de New York. Octubre de 1886, pág. 669.

2 Carta del Obispo Miguel Jerónimo Ballesteros, de Venezuela, fechada en Coro el 30 de Octubre de 1550: Colección de Mufioz, tomo 85.— Oviedo, 'Hifíoria OenercUf libro 29, capítulos 3 y 10.— Carta del Lie. Alonso de Zuarzo á M. de Chéyres, fecha- da en 8anto DomiDgo el 22 Enero de 1518.— Carta de Fray Tom&s do Ángulo, Obis- po de Cartagena, al Emperador, fecha 7 de Mayo de 1535: Colección de Mufioz.— La autorización de herrar & los indios fué dada por Fernando el Católico, en Real Cédula expedida en Tordesillas el 23 de Julio do 1511.

CARTA AL 8B. D. JUAN VALERA. 679

Pero á falta de Melodías imposibles, note vd. que suprimo todo epí- teto ajeno, y no escribo ninguno por mi cuenta. Refiero hechos, y no los califico'; y no supongo gratuitamente esos hechos, sino que los to- mo de historias y documentos imparciales, y llevo mi empefio en no exagerar, hasta el extremo de no apoyar ninguna censura en los es- critos indignados del Padre Las Gasas.

Pedro Martín de Anglería, que desaprobó antes que el Padre Las Casas el sistema colonial de Espafla, encabezó con estas palabras la continuación de un trabajo interrumpido: ''En todo el tiempo que ha pasado desde que suspendí mis Décadas^ no se ha hecho otra cosa más que matar y recibir la muerte" [truGidare ac trucidari],

D. José (laicedo Rojas, una de las grandes reputaciones literarias de Colombia, y que ama con arrobamiento á España, en su presente y en su pasado en su pasado más que en su presente publicó en el Re- pertorio Colombiano de esta ciudad un interesante estudio sobre Fray Domingo de las Casas, del cual tomo los párrafos que voy á copiar. Como vd. lo ve, el deponente es de la mayor excepción :

** Ta se deja comprender, pues, cuáles serían las instrucciones benévolas y caritativas dadas á los religiosos misioneros que venían á América, y cuáles las miras y sentimientos de la Santa Sede respecto de los desgraciados indíge- nas, á quienes desde el principio de la Conquista se les negaba aun el carácter de individuos de la raza humana, afirmando que no eran capaces de recibir ni comprender las verdades de la fe, ni eran aptos para la civilización, y en con- secuencia, no sólo se les miraba, sino que se les trataba como animales.

" SI reverso de esta política humanitaria era la baja y vulgar ambición de la mayor parte de los conquistadores, hombres aparentemente religiosos, pero en realidad soldados descreídos y corrompidos, á quienes las costumbres y aventuras de la vida militar de aquellos tiempos, les habían encallecido el co- razón y hecho insensibles á las desgracias ajenas. T este es el segundo error en que se ha incurrido, atribuyendo generalmente á los tales un celo piadoso exagerado. No era la conversión de los fieles lo que á ellos les importaba: por el contrario, un motivo diametralmente opuesto al sentimiento religioso les hacía desear que los indios no recibiesen la instrucción evangélica que podía civilizarlos y hacerlos menos abyectos. Su verdadero interés era que aquella raza, natural enemiga de los invasores, se fuese aniquilando. *'

"JPué tal el empeño que tomaron en propalar la especie de que los indios no eran hombres, y tales las proporciones á que se elevó la cuestión, que al fin llegó hasta la Corte y luego hasta Roma, y fué necesario que el Papa Paulo III reuniese una consulta de los teólogos para oír las enérgicas reclamaciones

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que sobre el particular hacían el Obispo de Tlaxcala y los frailes dominica- nos misioneros, y en consecuencia expidióse una bula " ^

El Sr. Caicedo no cita sino muy pocas frases de la bula, pero con- viene reproducirla integra, y voy á hacerlo :

" Paulo, Papa Tercero, á todos los Fieles Christianos, que las presentes Le- tras vieren, salud, y bendición Apostólica. La misma verdad, que ni puede engañar ni ser engañada, quando embiaba los Predicadores de su Fé, á exer- citar este Oficio, sabemos que les dixo : Id, y enseñad á todas las Gentes, A todas (dixo) indiferentemente, porque todas son capaces de recibirla enseñan- za de nuestra Fé. Viendo esto, y embidiando el común enemigo del Linag^ Humano, que siempre se opone á las buenas obras, para que perezcan, inven- tó un modo, nunca antes oído, para estorvar, que la Palabra de Dios, no se predicase á las Gentes, ni ellas se salvasen. Para esto movió á algunos Minis- tros suios, que deseosos de satisfacer á sus codicias, y deseos, presumen afir- mar á cada paso, que los indios de las partes Occidentales, y los del Mediodía, y las demás Gantes, que en estos nuestros tiempos han llegado á nuestra noti- cia, han de ser tratados y reducidos á nuestro servicio, como Animales Bru- tos, á título de que son inhábiles para la Católica, y so color, de que son incapaces de recibirla, los ponen en dura servidumbre, y los afligen, y apre- mian tanto, que aun la servidumbre en que tienen á sus Bestias, apenas es tan grande, como la con que afligen á esta Gente. Nosotros, pues, que aunque in- dignos, tenemos las beses de Dios en la tierra, y procuramos con todas fuer9a8 hallar sus Obejas, que andan perdidas fuera de su Kebaño, para reducirlas á él, pues es este nuestro Oflcio, conociendo que aquestos mismos Indios, como verdaderos Hombres, no solamente son capaces de la de Christo, sino que acuden á ella, corriendo con grandísima promptitud, según nos consta, y que- riendo proveer en estas cosas de remedio conveniente, con Autoridad Apostó- lica, por el tenor de las presentes, determinamos, y declaramos, que los dichos indios y todas las demás Gentes, que de aquí adelante vinieren á noticia de los Christianos, aunque estén fuera de la de Christo, no están privados, ni deben serlo de su libertad, ni del dominio de sus bienes, y que no deben ser re- ducidos á servidumbre, declarando, que los dichos Indios, y las demás Gentes, han de ser atraídos, y combidados á la dicha de Christo, con la Predica- ción de la Palabra Divina, y con el exemplo de la buena vida. Y todo lo que en contrario de esta determinación, se hiciere, sea en de ningún valor, ni firmeza no obstante qualesquier cosas en .contrario, ni las dichas, ni otras en qualquier manera. Dada en Roma, Año de 1687, á los nueve de Junio, en el año tercero de nuestro Pontificado. '' *

1 Repertorio Colombiano^ II, págs. 6 y 7.

2 ToBQUEMADA.— iíbnarTufa Indiana^ tomo III, libro XVI, cap. XXV, pag 198

CARTA AL SR. D. JUAN VALERA. 681 j

Que la Conquista no destruyó nada. ¿No vimos hace poco que los acueductos eran destruidos con la esperanza de encontrar tuberías de oro? ¿Y qué objeto tuvieron las lágrimas de Hernán Cortés cuando lloró amargamente la destrucción de nueve décimas partes de la anti- gua México, destrucción ordenada por él mismo como medida de gue- rra, así como por motivos religiosos derrocó y quemó los ídolos de Cempoale?^ De la destrucción de México, la Jicrmosa Tenochtülán, reina del Anáhuac y asombro de los Conquistadores, como la llama el ilustrado mexicano Sr. Dr. D. Demetrio Mejía, dice el erudito Sr. D^ Alfredo Chavero:

" Cada día hubo diez batallas, cien asaltos, innomerables incendios.

Los castellanos, para conservar un palmo de terreno conquistado, necesitaban jquemar y derribar casa por casa No se dejaba piedra sobre piedra; cuan- to ocupaban castellanos y aliados era destruido y quedaba tomado yermo campo. "

El Marqués de Nadaillac en su reciente obra L^Amérique préhisto- riqae, tan aplaudida por la prensa de ambos mundos, dice que los edi- ficios de los Nahuas eran, según los historiadores, más importantes aún que los de los Mayas, pero que todos han perecido, á impulsos de la cólera española motivada por una resistencia inesperada, y también de orden de los sacerdotes. Tal fué la causa de

*' esas destrucciones, irreparables para la ciencia. Las ruinas que quedan no sirven sino para acrecer nuestro pesar." "Nigún monumento de México está en pie; nada hay ya que nos recuerde el poder de los Aztecas, pirámides, pala- cios, teocalis, todo ha desaparecido; las ruinas mismas están sepultadas bajo el polvo acumulado durante tres siglos, y se ignora hasta la situación de los edi- ficios cuyo inponen te esplendor encomiaron á porfía los escritores españoles." ** Tezcuco ha desaparecido como su antigua rival; las piedras, los bajo-relie- ves, las esculturas, han servido para construir las casas de la nueva ciu- dad

Los templos, cuajados de oro y plata é incrustados de piedras pre- ciosas, y las sepulturas, llenas de riquezas en relación con la catego- ría que habían tenido los difuntos, eran otros tantos archivos de la an-

1 D. José Morales Santisteban.

2 Discurso pronunciado el 21 de Agosto de 1887 en la solemne Inauguraoidn de]^ monumento erigido en la calzada de la Reforma de México á Cuauhtemoc (Guati- mozin) en el aniversario 886? de su tormento.

8 Lemarquia de Nadaillac— ¿'^méH^rue prékUtorique, Paria. 1888. Páginas SK). 867,860,886,411

562 REVISTA NACIONAU

tigüedad precolombiana, y fueron objetos especiales de persecución y devastación. Asi desaparecieron el gran templo ó teocali en México, en donde estaba el calendario azteca elogiado por Laplace, y que no vino á ser encontrado [y eso no íntegro, según varios arqueólogos], sino afios más tarde, cuando se hicieron excavaciones en la plaza de Ar- mas de la ciudad para empedrar una calle ; asi desapareció el templo del Sol en el Cuzco, convertido luego en convento de Dominicanos \ y se cuenta que habiéndole tocado al soldado Mancio Sierra de Legui- zamo, la colosal fígura, de oro, del sol, la jugó y perdió en una noche, de donde se hizo proverbial en el Perú la frase: "juega el sol antes que salga;*' asi, en fín, pereció el templo de Suamoz ó Sogamoso en Colombia, y tantos otros que da lástima enumerar. Léase lo que refie- re Quintana hablando de la ciudad de Cuzco :

*^ Lo6 templos se acabaron de desnudar de las planchas que los vestíaiif

metiéronse á saco la fortaleza y los palacios, revolvióse de arriba abajo cuan- to se encontró en las casas particulares. Pasó después el ansia á los sepulcros, y los huesos de los muertos tuvieron que salir al aire otra vez y ceder á las manos avarientas las alhajas y preseas con que los habían enterrado.''

El ya citado Secretario del Museo Arqueolc^ico de Madrid dice:

*^ Cuantos objetos encontraron con frecuencia los viajeros que posteriormen- te visitaron al Perú con Basco Núñez de Balboa y Pizarro, los hallaron en los sepulcros, ricas minas de metales preciosos y de recuerdos históricos lla- mados á consignar las verdaderas costumbres de sus primitivos dueños; de aquí dimana que muchos conquistadores, en su sed de riquezas, profanasen en primer término estos sagrados recintos, y que de esta ambición se hiciesen tam- bién reos algunos de los mismos indios " '

Jamás he negado lo que la civilización de ambos mundos ha debi- do á la Iglesia ; nunca tampoco he seguido la moda de la clerofobia, porque lo que es tratar de cerca á sacerdotes virtuosos hasta la san- tidad, y venerarlos todavía, aun después de haber olvidado muchas de sus enseñanzas, y por eso puedo reproducir con gusto las siguientes palabras de uno de los más notables escritores cubanos, D. José An- tonio Saco, quien no será ciertamente calificado de parcial en favor de la clerecía :

1 Nadamao. pág. 413.

2 BtuiracUm Etpañola y Americana, tom. I de 1883, pág. 81.

CARTA ALi SB. D. JUAN VALERA. 568

" Dígase lo que se quiera, de los frailes en España durante el siglo XVI, lo cierto es que, en medio del furor de la conquista del Nuevo Mundo, muchos de ellos fueran los más valientes y constantes defensores de la libertad de los Indios." 1

Pero reconocido ésto ; reconocido también que á varios sacerdotes, como á varios seglares, debemos las primeras fuentes de noticias, in- formes y tradiciones relativas al Nuevo Mundo, y más aún : que si en la conquista no hubiese habido más que conquistadores ; si no hubie- se habido también frailes franciscanos, dominicanos y otros misione- ros, careceríamos de casi todos los conocimientos científicos, históri- cos y íilol(^icos que poseemos acerca de los Indios; reconocido todo esto, se me permitirá también decir que la ignorancia departe del cle- ro y su desdén altivo por la ciencia y la inteligencia de los Indios, ati- zaron las hogueras en que ardieron poemas, libros, crónicas, pinturas raras, vasos sagrados y otras reliquias donde se contenía quizás toda la historia precolombiana, que ahora inquirimos desolados. El primer Obispo y Arzobispo de México, Zumárraga, figura como uno de los más señalados entre este nuevo género de iconoclastas, pero ha sido defendido por el Sr. García Icazbalceta. Aunque no conozco la obra del erudito mexicano, que el Sr. Bachiller y Morales, después de leerla y elogiarla, no quedó convencido. ' Ojalá que se pueda vindicar de todo en todo al prelado que hizo introducir [con el virrey Mendo- za] la primera imprenta que hubo en el Niievo Mundo.

Otro Obispo, D. Diego de Landa, escribía: "Se los quemamos to- dos [los libros], lo cual á maravilla sentían y les daba pena. ** {Bella hazaña! ¡Dejar á un mundo sin voz!

Por fortuna no todos perecieron, como lo creía con fruición el celo- so quemador mitrado ; pero si el fruto de aquel alumbramiento de las pasadas edades americanas sobrevivió lisiado á la asfixia, no fué deseo de ahogarlo en la cuna lo que faltó. Algunos libros se han salvado, cuyo estudio hace más sensible la pérdida de los otros. £1 Dr. Daniel G. Brinton, de Filadelfía, logró adquirir por compra algunas obras ma- yas de Ghilam-Balan, las cuales contienen "secretos astrológicos y profecías, consejos y recetas del arte de curar, y la historia detallada del tiempo y los sucesos;^^ y ya se ha visto el partido que ha sacado de ellas M. Chamay.

1 BAGO.— JTiftoria de la JBtdavUud de lot Indiot. Cap. III. 2Iteviitade€fiafa,XUI,m.

584 BEVISTA NACIONAL.

D. Mauuel Orozco dice que han perecido más de sesenta idiomas en los límites de la República mexicana ; muchos más han desaparecido en otras partes; para que venga luego D. Nicolás Fort y Roldan, ofi- cial primero de Administración militar del ejército de Cuba, á marcar la senda que debe seguir la juventud estudiosa para indagar el pasado de América por medio del estudio de su idioma! ^

La inteligencia de los jeroglíficos se ha perdido también, y recuér- dese que el Padre Las Casas asegura* que en su tiempo había hom- bres iniciados en la lectura y reproducción de esos signos. En comu- nicación fechada el 16 de Marzo de 1884 en San Sebastián, Concordia [Estado de Sinaloa], aseguró el Sr. presbítero D. Dámaso Sotomayor á la Academia de Numismática y Antigüedades de Filadelfia, que él había descubierto la clave azteca, con tanta solicitud buscada inútil- mente por los sabios ; y que estaba en arreglos con la casa editorial de Bancroft, de California, para publicar en cinco ó más idiomas una obra relativa á su hallazgo; pero después no hemos vuelto á oir hablar de este importantísimo asunto, y tememos que haya corrido la misma suerte que la ilusión del Lie. Borunda. También se ha anunciado que M. Le Plongeon ha tenido la envidiable ventura de encontrar la clave; pero han pasado más de dos años desde que se dio la noticia, y á ha- berse ésta confirmado, no se habría rodeado del gran silencio que ha hecho después en tomo suyo. Los hombres de los siglos XV y XVI hubieran podido ahorrarnos estas pesquisas é incertidumbres.

De Fuentes y Guzmán dice:

" Nuestros venerables progenitores anduvieron en continuado movimiento sobre su reducción (de los indios) á nuestras leyes, y los eclesiásticos en la pre- dicación y enseñanza no cuidaron de apartar, recomendando á la perpetuidad de lo escrito los movimientos y máximas políticBS de aquellos ancianos y pri- mitivos tiempos, distantes de nosotros para la mayor noticia y retentiva de las noticias, costando no poco trabajo y gasto de tiempo las que después de tantos caducos años se adquieren. » '

Es del caso recordar aquí que á mediados del siglo XVIII, y con mo- tivo del célebre proceso de Botiirini, propuso el Consejo de Indias que se fundase en México una Academia de Historia para el estudio de la

1 Don Nicolás Pobt y BoLDAN.~C^a indígena,

2 Las Casas,— Historia ApologéHoa de ku Indicu OceidenkOet, 8 Historia do Guatemala, U, lU.

CARTA AL SR. D. JUAN VALERA. 665

particular de Nueva España, y el monarca se negó rotundamente, se- gún consta en Real Acuerdo de 19 de Diciembre de 1746.

Favorecido por esa destrucción de idiomas y de monumentos, pudo Mr. Luis H. Morgan [1881], forjar la teoría de que todos los indios, sin excepción, vivían en las construcciones colosales cuyas ruinas nos quedan, y no en edificios particulares ; teoría rectificada ya, pero que siempre sirvió para embrollar más el pasado americano, y no sirvió sino para eso.

Vd. no puede, Sr. Valera, negar las abominaciones de la Conquista. Si lo pretendiera, depondrían en contra suya, además de la Historia, aquellas frases "cruel, codicioso, sin entrañas,*' aplicadas por vd. mis- mo al guerrero vencedor. Veamos en cuántos puntos más, fuera de éste, podemos estar de acuerdo.

¿Dice usted que otras naciones llevan en su conciencia idéntica man- cha? Convengo en ello; no de ninguna conquista que se haya efec- tuado al regalado son de las orquestas, ni con las maneras suaves de pisaverdes de salón. Todas las guerras son horrorosas, todas las ar- mas son mortíferas y todos los trofeos destilan sangre. Al lado de je- fes generosos se descubren siempre subalternos sin alma y sin disci- plina, corazones empedernidos, como el de aquel margrave de Gomer, fotografiado al comienzo de la vigorosa poesía Confiteor^ en la que vd. ha compendiado todo un poema de Coppée. En unos casos habrá más ferocidad que en otros, pero á nada conduce discutir sobre gradacio- nes; en hecho de verdad, todas las naciones conquistadoras son algo así como solidarias en la sevicia, y ninguna puede arrojar á otra la primera piedra, por más que en sabiduría de administración colonial, en educación política de los nuevos subditos y en preparación para la libertad y el gobierno propio, las haya que con satisfacción legítima puedan preciarse de algo parecido á una predestinación. Si nosotros, engrandecidos en un día futuro, descubriésemos, tierras pobladas de salvajes y las conquistásemos quizás procederíamos también co- mo los antepasados de vd. y míos, pues hay en muchas de nues- tras guerras civiles antecedentes que justifican ésta, que es »wpO' sidón. Consuélese, pues. Señor Valera, con esta fidelidad fatal á la vocación hereditaria; y cuando nos quiera imponer silencio, no nie- gue las iniquidades de los Españoles ni se escude con las de los ex-

686 BBVIBTA NACIONAL.

tranjeros, sino busque en los anales americanos, desde México hasta los aledafios del Polo Sur, nuestras propias atrocidades. ¿Quieren vdes. que les regalemos á Melgarejo, Santa-Anna y otros tiranuelos, espe- cialmente á Rosas? Todos, pues, ustedes y nosotros, todos podemos introducir una ligera variante en el verso de Terencio: Hamo sum: m- humani á me nihü cUienum puto.

Nos parecemos hasta en las desolaciones. Hace poco más de dos afios leí en un periódico que en un lugar de Guatemala se esforzaban en hacer desaparecer varios monumentos antiguos que habían queda- do sumergidos en unas inundaciones [contra lo cual protestó enérgica- mente el reputado Diario de Centro-América, y entiendo que el Go- bierno de aquella República acudió con disposiciones efícaces á impe- dir la devastación]. En la isla de Cuba han ido, como juguetes, á manos vandálicas de muchachos, los primeros instrumentos de piedra descubiertos de los aborígenes (bien que hoy la ilustrada Sociedad Antropológica de la Habana organiza expediciones arqueológicas y re- coge cuantos restos puede de los antiguos pobladores). En Colombia se ha permitido que se venda al extranjero un Museo de antigüedades formado en muchos afios de paciente diligencia por el Sr. D. Gonzalo Ramos Ruíz, cosa que también ha sucedido en México y en otras par- tes; y no fué sino hace tres meses cuando se resolvió oficialmente con- servar el cercado de Facatativá, donde murió el último Zipa indepen- diente, cercado que ya había empezado á ser objeto de explotación particular, y tal vez hubiera desaparecido sin la solicitud patriótica y tenaz de nuestro gran poeta el Sr. D. Rafael Pombo, secundada por el Gobierno. *

¿Alega vd. que las autoridades metropolitanas no ordenaron ni apro- baron todo lo que hicieron los conquistadores, y que antes bien expi- dieron órdenes tras órdenes en favor de los Indios? Lo reconozco tam- bién, y antes que vd. me lo cite, recordaré yo el noble testamento de Isabel la Católica, en el cual '^rogaba á su esposo y ordenaba y man- daba á sus herederos y sucesores que los Indios fueran tratados al igual de sus subditos, como que al emprender el descubrimiento se había tenido en mira ganar almas para el cielo, pero no esclavos para la tierra." Para satisfacción de vd. copiaría yo aquí, si no fuese inne-

1 Zipa de Bogotá, Mayo 6 de 1881, página 58S.— /xx Nación de Bogotá, número 857, Marzo 17 de 1889.-JSMr0{fo de Panamá, Abril 30 de 1888.

CARTA AL SR. D. JUAN VALERA. 687

cesario, los diez y nueve títulos del Libro VI de la Recopilación de las Leyes de las Indias y otras muchas órdenes, pragmáticas y reales acuerdos. Y no solamente el Gobierno metropolitano, sino jefes de la Conquista, se esforzaron por que sus agentes procedieran con espíritu cristiano, como lo prueba el bando de Jiménez de Quesada publicado en Guachetá, "en el cual, bajo penas severas, prescribía el más profundo respeto á las propiedades de los naturales."^ Yo pudie- ra afiadir, y lo añadiré en obsequio de [la verdad, que la bondad de los monarcas tuvo tal ó cual excepción (véase la nota 2 en la página 578); que Belalcázar escribía al pie de las órdenes de la Penín- sula: "se obedece, pero no se cumple;" que Francisco Carvajal incitó á Gonzalo Pizarro á sublevarse contra la corona; que los mejores jefes eran con frecuencia estorbados y desobedecidos por sus subalternos, y más de una vez los últimos, en castigo de su insubordinación y desa- fueros, sufrieron la pena capital en estas tierras; en fin, que "tantas disposiciones sobre un mismo asunto prueban por solas su comple- ta inobservancia;" * que "la misma abundancia y repetición de prag- máticas en beneficio de los naturales es la prueba concluyente de que á tanta distancia del trono fué superior el feroz impulso de la destruc- tora codicia, á la solicitud, más ó menos tornadiza, de los monarcas." Pero no importa: ordinariamente, la crueldad no dimanó del supremo Gobierno.

¿No estaremos de acuerdo en todas estas cosas, señor Valera? A lo menos, hago todo lo posible porque nos entendamos, y para ello atra- vieso como en zancos muchas ascuas de la Historia, ya que yo no soy el representante de lo que llama Pelletan "todo el dolor de una raza," ni fué usted el director de la Conquista (que ojalá lo hubieran sido hombres de su temple!) Pensar y decir cosas que usted acepte, es una honra y una seguridad de tino, y de ahí mi solicitud por que me firme usted el visto bueno.

1 Esto no impidió "que Quesada le mandóse formar [6 Z€uiaesazii>a] un proceso por ocultador de tesoros públicos ni que le hiciese dar tormentos. Zaquesazipa murió en él, y fué el último rey de los Chibchas." Fbi^ips Pébkz: Oeografla de Uta Estados Unidos de CbtomMa.— Bogotá, 1883; pOgina 31.

2 Rafael MabIa Babalt.— iZenem^n de la historia de Venezuela. Faris.— H. Foumier A Cié.— 1841, página 102.

8 Manuel SanguUy, en un notabilísimo artículo en que critica, con el acierto 7 vigor de su acerada pluma, un mal libro de D. Miguel Blanco Herrero, publica- do en 1888 en Madrid, con el título de FolUiea de España en ÜUramar,-^Iievista Cu^ dono, 21,485.

688 REVIbTA NACIONAL.

Donde no, ó si acerca de esas especulaciones académicas se empe- ñase usted en que cada uno conserve su propia tienda en su propia colina, siempre lo invitaré yo á que subamos juntos á otro promonto- rio de hacia Oriente, desde el cual no se columbre ya el pasado, sino que podamos fijar un mismo punto de vista de lo porvenir. Me refíero á sus trabajos en pro de la confraternidad ibero-americana. No lo voy á tentar, como Satanás; no le voy á decir: "si me oyes, todo ésto será tuyo;^' sino antes bien: "esto no será de vd. ni mío, sino de toda la fa- milia por cuyas venas corre nuestra sangre.''

Un poeta uruguayo, D. Estanislao Pérez Nieto, dijo en una compo- sición titulada Canto á la Patria^ premiada en los Juegos Florales del Centro Gallego de Buenos Aires en 1882:

*'Su gloria de nación eso no empaña; Que era el error del siglo, y no de España." ^

No hay para qué reparar en pelillos con el Sr. Pérez Nieto dicién- dole que ya habíamos leído á Quintana. Lo que importa es fijar la atención de vd. en que el acento patriótico del gran lírico español ha encontrado ecos en América. En verdad, yo me figuro que Quintana hubiera retocado su composición si hubiera vivido en la triste década de 1868 á 1878; más en orden al poeta uruguayo, que escribió cuatro aflos después, él da testimonio de que en estas tierras hay combusti- bles activos para producir la llama de unión que vd. anhela por avivar, y que en mi concepto no dejará de vacilar al empuje de más de una rá- faga, sino cuando se den á las Antillas todas las libertades prometidas por el ilustre General Martínez Campos en el convenio del Zanjón; lí- ber tades rezagadas por la iníluenciadelSr. Cánovas del Castillo, el es- tadista eminente y aciago, con quien, para no ser injustos en la estima- ción de sus grandes merecimientos, tenemos los cubanos que empezar por prescindir de que somos cubanos.

Y á propósito, Sr. V alera, ¿por qué en sus jugosas Cartas america- nas no habla vd. de la literatura de Cuba? En 1869, muchos afíos an- tes de empezar á escribirlas, ya había usted dedicado á la Avellaneda en la Revista de España uno de sus magistrales Estudias, ¿No lo se- duce á usted el movimiento intelectual tan activo que se ha desarro- llado en la Grande Antilla, el número crecido de filósofos, poetas, historiadores, economistas, oradores, críticos, de mayor ó menor mé-

1 llxutraciibn Española y Americana: tomo i de 1888, página 14.

CARTA AL SR. D. JUAN VALERA. 589

rito, que estudian allí todos los problemas contemporáneos y se afi- lian en todas las escuelas? ¿Deberé .yo el honor, que agradezco, de que me haya vd. nombrado varias veces, á la circunstancias de no residir en la patria? ¿O evita vd. el tener que declarar que las pro- mesas del Sr. Sagasta permanecen aún sin cumplimiento? Pues per- mítame decirle mi opinión sobre la confraternidad.

Ydes. no la han comenzado por donde debe comenzarse. El Gobier- no ha creado legaciones en todas estas Repúblicas, ha celebrado tra- tados de comercio con algunas y trata de celebrarlos con otras, ha abierto sus escuelas militares á los jóvenes sud-americanos y quiere re- conocer la validez de los grados universitarios conferidos acá, se ha trazado, en fin, una nueva linea de conducta respecto de estos países donde en otro tiempo ondeó libremente su bandera; y la Unión Ibero- Amerieana secunda con carácter privado todos esos esfuerzos oficiales. Pero tales manifestaciones ¿son hijas exclusivas del afecto, de la voz de la sangre, ó proceden también de previdónf Creo que hay de todo, porque veo que son posteriores á la Revolución de Cuba, y deduzco que sin duda España atribuye á sus desdenes anteriores el grito uná- nime de simpatía con que todo este Continente respondió á la insu- rrección de Yara.

Pero están vdes. en un error si se figuran que tal sentimiento pue- de sofocarse con tratados comerciales, relaciones literarias ó requie- bros de cancillerías. La libertad de Cuba es una como aspiración in- nata de todo corazón americano. Apenas se anuncia una tentativa de emancipación, que después resulta rumor falso, la prensa de estos paí- ses la acoge como los hebreos la realización de una grata profecía. Miembros de la Unión Ibero-americana de Bogotá han venido á pe- dirme datos para promover, en unión de las sociedades hermanas de América, una solicitud colectiva de todas estas Repúblicas al Gobierno espafiol, en favor siquiera de la autonomía cubana.

La obra de la fraternidad debe, pues, empezar en la Isla. Déjennos vdes. administrar los intereses locales de la provincia ó colonia, déjen- nos siquiera formar sin trabas y discutir nuestros presupuestos en una cámara insular (no en las Cortes, donde nos abruman las preocupa- ciones de los unos y la indiferencia de los más), y será de Cuba de donde saldrá la propaganda más activa en favor de la unión de lo que erróneamente se ha dado en llamar nuestra raza. Estas naciones aplaudirán entonces, y no seguirán pensando, como ahora lo piensan

590 REVISTA NACIONAL.

y lo dicen, que si todavía fueran posesiones espafiolas, estarian aún sometidas al régimen irregular que impera en las Antillas; y ya no habrá ocasión de manifestaciones hostiles contra Espafia á propósito de Cuba, porque ya entonces el separatismo no tendrá premiosa ra- zón de existir.

Yd. dirá que sus Ckirtas americancu son literarias y no políticas. Pero los límites entre la política y la literatura no están bien trazados, y hay circunstancias en que la una se confunde con la otra. Entre ciencia y ciencia, como entre arte y arte, hay una como zona común que ninguno puede considerar su propiedad exclusiva. El estudio del sol, el del Palenque, el de un asesinato, corresponden, respectivamen- te, al astrónomo, al arqueólogo, al jurisconsulto; pero éstos tienen que oir el dictamen, á veces imprescindible y decisorio, del físico ó del quí- mico, del arquitecto, del médico ó del cirujano. De todos modos, Cu- ba está en América, y hay en ella nna literatura naciente, que reclama un buen espacio en sus Cartas, Uno de los grandes beneficios que es- tá vd. haciéndonos con ellas es que nos está dando á conocer unos á otros á los hispano-americanos, pues nuestras relaciones mutuas son nulas ó escasas. En sus Cartas aprendemos de nuestros vecinos mu- cho que ignoramos. Vd. es el ángulo de reflexión de todos los rayos luminosos de este Continente. Un libro escrito en Chile llega á cono- cimiento de los colombianos porque vd. lo lee, lo comenta y lo divul- ga. Debido á sus Cartas, hasta la prensa extranjera más refractaria á nuestras cosas intelectuales, empieza á sospechar que vivimos. ¿Le se- rá á vd. indiferente el que Cuba también sea conocida? Y creo que no lo es bien ni aun en Espafía, y que es vd. el llamado á colmar tal de- ficiencia. Yolveré á citarle á Tácito: "Después de una acción brillan- te, hay que continuar."

No hable vd., pues, de nuestros problemas coloniales; ya en el Par- lamento español nos han defendido, al lado de las de nuestros propios oradores Montoro, Labra, Giberga, Betancourt, Portuondo, Fernández de Castro, Figueroa, las enérgicas voces de peninsulares ilustres, entre otros D. José Femando González y D. Manuel Ortiz de Pinedo, dos de las almas más bellas que han honrado á la nación española. Déjeles á ellos la tarea política, y asuma vd. la literaria; pero si en el curso de sus estudios tuviere que pronunciar la palabra libertad (y no uso esta voz en el sentido de independencia) y pronuncíela resueltamente vd. que es liberal, vd., antiguo compañero de O'Donnell, fundador

%

CARTA AL BEL D. JUAN VALERA. 501

con él del partido de la Unión liberal española, y revolucionario de 1868.

Simpatías tiene vd. en Cuba, por su ingenio, su erudición de hiena ley, 8u talento amante de la contradicción y de la paradoja, su since^ ridad, su discreción, su gusto correcto y aquilatado frases todas con que lo califíca mi compatriota D. José Várela Zequeira y que yo prohi- jo;^ ¿por qué ha de pesarle aumentar allí el número de sus admirado- res, contribuyendo, aunque sea de soslayo, á nuestra regeneración po- lítica?

Yo deseo ésta, por mis compatriotas más que por mí; por ellos, cu- ya felicidad social, el día en que la obtengan, acaso no compartiré; pe- ro cuyos sufrimientos actuales son los míos, cuyas angustias, desilu- siones y tristezas son la única nube que empaña la serena tranquili- dad de mi vida bajo el cielo colombiano.

Temo haber abusado de su paciencia, pero vd., como antes el inolvi- dable Sr. Hartzenbuscb, ó más quizás, se interesa vivamente en todas nuestras cosas. Ese interés será mi excusa, así como es la ocasión, que gustoso aprovecho, de ofrecerme á sus órdenes como su admirador y servidor Q. B. S. M.

Rafael M. Mekchán. Bogotá, Octubre 81: 1889.

* 5|C

Eterno Dios ! tu nombre como un himno levantaré á la luz, que engalanando el seno del abismo misterioso, en sus hombros triunfal levanta el día.

1 RevUia de Cuba, XV, 331, 332, 336.

592 BEVI8TA NACIONAL.

Somero y silencioso en negra sombra se envolvió el pasado, y sus fulgentes soles ni una huella fugaces han dejado en la región sublime de la estrella!

Como átomos volaron esos días de amor, de gloria y esperanzas llenos,- y ni leves despojos de dulces alegrías, entre cenizas hallarán mis ojos !

El siniestro pasado no es sombra, no es cadáver, no es escoria, no es el reflejo de la luz ausente, que queda cintilando en la memoria ; no es celaje que deja en la alborada

con destellos de púrpura la aurora

el pasado es la nada.

Todo acabó, la queja y el arrullo, el sollozar de la escondida fuente, el trueno y el murmullo..

solo dominando el infinito miras pasar en silencioso vuelo como parvadas de aves las edades, y llevan tus sonrisas sobre los mares las alegres brisas y el eco de tu voz las tempestades.

el divino, el Eterno, el inmutable. Tú, luz; tú, bien; tú, amor; rico tesoro de consuelo ternura y esperanza, yo te bendigo, alienta mi confíanza ¡oh Eterno Ser, á quien rendido adoro!

Guillermo Prieto.

Diciembre de 1889.

IltTIDIOE.

PiOK.

ACAICO Ipandro. Mis viajes. (Poesía) 55

BUSTILLÜS José M.— Las rocas del lago. (Poesía) 832

DELGADO Rafakl.— -En el jardín. (Poesía) 181

La noche triste 353

DÍAZ DE LEÓN Jesús. El juego y sus consecuencias bajo el punto

de vista de la familia y de la sociedad 450

PIGUERÜA Pedro Pablo. Crónica Sud-americana 440

PKANCE Anatole.— Abeja. Páginas 94, 186, 172, 251, 288, 847, 896 y 443

GALINDO Y VILLA Jesús.— "¿Quién fué Gregorio López?" 370

GÓMEZ FLORES Francisco.— La batalla de San Pedro en Sinaloa.. 514

GONZÁLEZ OBREGÓN Luis.— D. Miguel Cabrera 485

GUTIÉRREZ NÁJERA Manuel.— La Mancha de Lady Macbeth... 40 MERCHAN Rafael M. Carta al Sr. D. Juan Valora, sobre asuntos

americanos 560

MILK.— A Lidia. (Poesía) 249

NÚSTEZ ortega Ángel. --Toma de Campeche por los holandeses

en 1683 290

Snrico Martínez 412

Virreinas do Nueva España 494

El Sitio de Veracruz 545

OBLIGADO Rafael.— El negro Falucho. (Poesía) 90

Santos Vega. (Poesía) 390

OLAVARRÍ A Y FERRARI Enrique. Datos para la biografía de

D. Mariano Arista. Páginas 359, 401, 472 y 497

OTHÓN Manuel Josís.— Paisajes. (Poesía) 140

PALMA Ricardo. El ventrílocuo 63

Lu tradición del Himno Nacional 133

La primera campana de Lima 204

VI

Ploa.

PE^A Y REYES Antonio de la. -Bibliografía 160

PEÓN Y CONTREKAS José. Gabriela. ( Drama en tres actos y en

prosa) 1

El Conde de Lesmos. (Poesía) 630

PIMENTEL Francisco.— Literatura Mexicana. Páginas 209 y 306

PRIETO Guillermo.— Cantares. (Poesía) 266

Tabaré 638

^\ (Poesía.) 692

REYES Vicente. Toponomatotecnia nahoa 79

ROA BARCENA José María.— Romeo y Julieta. (Poesía) 147

Hamlet, Padre. ( Poesía) 426

8ALAZAR Demetrio. Imprescriptibilidad del dominio nacional 268

SIERRA Justo. México á través de los siglos 118

El maestro Altamirano 161

SOSA Francisco.- D. Julián Villagrán 168

Torres Caiccdo 416

Doña Juana Manuela Gorriti 621

VALENZUÉLA Jesús E.— 16 de Septiembre de 1810. (Poesía) 293

ZAMORA Leopoldo.— Carlyle 268

ZARATE Julio —Un Pontífice máximo. Páginas 67 y 122

Varios Autores. Bibliografía. Páginas 64, 106, 160, 206, 266, 303,

362 y 399

Letras y Ciencias 100

Documento para la historia de Tabasco 191

Una carta inédita del Cura Hidalgo 267

CORRIGENDA

Página 64, línea 2, dice: JRdtie. Léase: JRtve,

,, 105, línea 83, dice: Charencoz. Léase: Charencey.

,, 106, línea 1, dice: Cliarencez. Léase: Charencey.

,, 108, línea 28, dice: gran plaza. Léase: gran plaga.

,, lio, línea 8. dice: Anlonio. Léase: Antonia.

,, 110, línea 22, dice: Antonio. Léase: Antonia.

,, 149, línea 16, dice: robledat. Léase: robledal.

,, 231, línea 20, dice: Que á á nuestra. Léase: Que á nuestra.

,, 268, línea 1, dice: Hoy merezco recuerdo de ese pasado. Léase: Hoy

mísero recuerdo de eso pasado. ,, 304, línea 19, dice: y que no contiene La Franee prehistorngue par E.

Cartailhae. Léase: que contiene.

La Franee prehistorique^ etc. ,, 517, penúltima línea, dice: mencionados. Léase: referidos. ,, 518, línea 4, dice: número. Léase: guarismo. ,, 518, línea 7, dice: número. Léase: cifra. 539, línea 37, dice: aún palpita en las aguas de las letras. Léase: aún

palpita en las aguas y en las selvas. ,, 544, línea 14, dice: Osian. Léase: Ossian. ,, 544, línea 26, dice: inumerables. Léase: innumerables.

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