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Full text of "Revista nacional de letras y ciencias"

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JOSÉ   PORRUA   E  HIJOS 

AV.    I    OS    MAYO    M*.    U 

MÉXICO,   o.  r. 


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REVISTA  NACIONAL 


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LETRAS  Y  CIENCIAS 


DIRECCIÓN: 

Jl'KTO  81EBBA,  FBANCISCO  SOSA,  MANUEL  tiUTIEBBEZ  XAJEBA, 

JESl'S  Y^  VALKNZUELA. 

NfcreUrio  de  la  Dlrerdón:  Ll'18  GONZÁLEZ  OBBEtíüN. 


a?o]M[o   II. 


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MÉXICO 

IMP.  DE  LA  SECRETARÍA  DE  FOMENTO 
(*allc  de  San  Andr^^s  núm.  15. 

1S80 


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GABRIELA. 


URANIA    EN    TRES   ACTOS  Y   EN    PUOSA 

ORI6INAI<  DE 

JOSÉ  PEÓN  Y  CONTRERAS. 

Repretentado  por  primera  vet  en  el  te&iro  "Peón  Ck>ntreraf ,"  de  Xérid»,  en  el  m^t  de  Noviembre  de  1886. 

PERSOHAJES: 

Gabriela.  Ernesto. 

Federico.  Anselmo. 

Enriqueta.  Fernanda. 

Octavio.  Filomena. 

Convidados  1?,  2?,  3?.  4?— Enmascarados,  Damas  y  Caballeros. 


ACTO  PRIMERO.  * 

Sala  en  casa  de  Oabi^iela. — Puerta  en  el  fondo  y  laterales, — A  la  derecha 
del  espectador^  en  segundo  término^  una  ventana  con  reja^ 

ESCENA  1* 

GABRIELA. FERNANDA. 

» 

Aparece  Gabriela  bordando  un  cojín  en  cañamazo.  Fernanda,  con  el  plumero  en 
la  mano,  contemplando  el  bordado,  detrAs  de  Gabriela. 

Fernanda, — Ah!  qué  lindo  bordado,  Señorita. 
Gabriela, — ¿Te  gusta,  Fernanda? 

•  El  primer  acto  en  un  pueblo  de  los  alrededores  de  México.— El  segundo  y  Jter- 
cero  en  México. 

B.  N.— T.I!.— I 


2  REVISTA  NACIONAL. 


Fernanda, — Mucho.  ¡Qué  colores  tan  vivos!  Esa  flor  está  tan  boni- 
ta, que  parece  lo  mismo  que  si  fuera  natural! 

Gabriela, — ¿Cuál  de  ellas? 

Fernanda. — La  del  medio la  grande es  una  fosa una 

rosa  principe 

Ghhriéla. — Exactamente es  la  rosa  predilecta  de 

Fernanda, — Del  señor  que  se  marchó  á  México ya! 

Gabriela, — Del  mismo,  sí. 

Fernanda, — ^Si  D.  Antonio  mirara  esa  flor Si  supiera  que  mien- 
tras él  está  pasa  que  pasa  por  la  banqueta  de  esta  calle,  Vd.,  Señorita, 
borda  para  el  otro  señor  este  cojín  tan  precioso. 

Chbriela, — Y  qué  me  importan  á  mí  ni  ese  D.  Antonio,  ni  todos  los 
Antonios  del  mundo! 

Fernanda, — Es  que  si  Vd.  supiera  lo  que  me  han  dicho  hoy 

Chbriela, — ¿Quién? 

Fernanda, — D.  Antonio. 

Chbriela, — ¡Dale! 

Fernanda. — Pero  no,  Señorita,  no  se  lo  he  de  decir  á  Vd.,  porque 
la  enojaría 

Gabriela. — Mira,  Fernanda,  que  estáis  picando  mi  curiosidad. 

Fernanda. — Ay,  Señorita;  lo  cierto  es  que  eso  causa  mucha  pena... 
como  que  soy  mujer.  Luego  los  hombres  engañan  con  tanta  faci- 
lidad! 

Gabriela  (dejando  el  bordado). — Hola?  ¿Cómo  que  engañan?  ¿qué 
estás  diciendo?  ¿A  quién  te  refieres?  Ahora  sí,  habla,  Fernanda;  quie- 
ro saberlo  todo! 

Fernanda, — Pues  bien,  voy  á  contar  á  Vd.,  palabra  por  palabra,  lo 
que  me  dijo  D.  Antonio.  Primeramente 

Gabriela. — ^Ay,  Dios  mió,  pero  acaba. 

Fernanda, — Pues  primeramente  me  dio  una  carta  para  que  yo  se 
la  entregara  á  Vd.,  ¡y  no  quise  recibirla! 

Gabriela. — Hiciste  bien.  Continúa. 

Fernanda, — En  segundo  lugar,  me  ofreció  dinero 

Gabriela. — Y  tú  no  se  lo  admitirías 

Fernanda, — Por  supuesto  que  no!  Después,  en  tercer  lugar,  me  dijo 
D.  Antonio:  "Paciencia,  ya  sé  yo  por  qué  te  rehusas,  Fernanda;  ya  lo 
sé.  Es  porque  la  señorita  Gabriela  quiere  á  otro  que  no  se  la  merece; 
sí,  señor;  no  se  la  merece." — ^¿Y  por  qué  lo  dice  Vd?  le  contesté  yo. — 


GABRIELA.  3 


Porque  acabo  de  llegar  de  México;  apenas  hace  dos  días  que  volví  de 
allá y  allá  vi  muchas  veces  á  Octavio. 

Oabriela. — ^Ah!  ¿conque  vio  á  Octavio?   ¡Dichoso  él  que  lo  vio! 

Fernanda. — Sí,  pero  vaVd.  á  oir 

Gabriela. — Pues  qué  más  dijo ?  eso  es,  porque  si  no  hizo  más 

que  verlo 

Fernanda. — "Ella  lo  quiere  mucho;'' — siguió  diciendo  D.  Antonio 
— "pero  él  está  enamorado ¡enamorado  de  otra! 

Gabriela. — Fernanda,  miente! 

Fernanda. — Pues  eso  le  dijo  yo:  que  no  era  verdad y  él  me 

respondió  que  sí que  era  cierto!  Qae  D.  Octavio  estaba  enamora- 
do de  su  prima de  una  prima]que  tiene  allá  D.  Antonio allá  en 

México,  y  que  se  llama que  se  llama ¡ya  se  me  olvidó  su  nombreí 

Gabriela. — Pues  mira,  Fernanda,  que  no  se  te  olvide;  acuérdate.... 
es  preciso;  acuérdate;  ¿ya  te  acordaste? 

Fernanda. — Voy  á  recordar 

Gabriela. — Pues  no!  ¡Pues  no  faltaba  más  que  se  te  olvidara  eso! 

Fernanda. — ¡Si  es  un  nombre  muy  bonito! 

Gabriela. — ¿Conque  es  un  nombre  muy  bonito?  Ay!  y  á  mí  que  me 
pusieron  un  nombre  tan  feo!  ¡Gabriela!  ¿Por  qué  me  pondrían  Gabrie- 
la á  mí?  ¿Ya  te  acordaste?  ¡Quisiera  yo  sacarte  ese  nombre  de  los  se- 
sos ó  arrancártelo  de  la  lengua! 

Fernanda. — Espere  vd..  Señorita ya! aquí  lo  tengo 

Ali Ali ¡Alicia!  Eso  es,  ¡Alicial 

Gabriela. — ¡Y  qué  nombre  tan  primoroso  es  el  de  Alicia! 

Fernanda. — Sí y  que  ella  también  es  muy  bonita! 

Gabriela. — ¡Conque  es  muy  bonita!  ¡Ay!  no  sé  qué  me  da  á  mí!  No 
sé  qué  siento!  ¡Unas  ganas  de  llorar,  terribles!  ¡Nunca  he  tenido  más 

ganas  de  llorar  que  ahora! ¡Pero  qué!  No  lo  creas,  Fernanda,  no 

lo  creas!  ¡Qué  ha  de  olvidarme  Octavio!  ¡Eso  es  mentira!  ¿Y  esto?.... 
[Sacando  de  su  seno  un  papel."]  Tengo  una  carta  suya  que  he  recibido 
por  el  correo  de  hoy! 

Fernanda. — Como  que  vi  que  se  la  entregara  á  Vd.  el  cartero 

y  lo  contenta  que  se  puso!  ¡Y  hasta  otra  cosa  vi ! 

Gabriela. — ¿Conque  lo  viste,  eh?  ¡Y  yo  que  creí  que  nadie  me  mi- 
raba al  besar  este  papel!  Pues  figúrate  si  yo  había  de  creer.,...  calum- 
nias  !  ¡envidia!  [Vuelve  á  tomar  su  labor"]  ¡Cómo  había  de  pare- 

cerle  á  Octavio  otra  mujer  más  bonita  ni  más  buena  que  yo ! 


1 

REVISTA  NACIONAL. 


Fernanda, — Eso  mismo  le  dije  á  D.  Antonio. 

Gabriela. — ¿Y  él  que  te  respondió? 

Fernanda, — Que  su  prima  era  bonita  de  otra  manera  que  Vd.  ¡Her- 
mosa,  alta con  unos  ojos  muy  negros! 

Gabriela, — Mira,  no  me  digas  eso,  porque  una  vez  se  le  escapó  á 
Octavio  que  le  gustaban  los  ojos  negros,  y  los  míos  no  son  muy  ne- 
gros  

Fernanda. — Ya  lo  vé  Vd? 

Gabriela — ¿Y  eso  es  bastante?   ¡Vaya! 

Fernanda, — Y  añadió  D.  Antonio  que  él  tenía  las  pruebas! 

Gabriela  [sobresaltada  y  ajando  de  nuevo  el  bordado"], — ¿Qué  aña- 
dió, Fernanda? 

Fernanda. — Que  él  tenía  las  pruebas y  que  con  tal  que  Vd.  le 

diera  una  esperanza 

Gabriela  [poniéndose  de  pié"]. — Me  las  entregaría? 

Fernanda, — Eso 

Gabriela  [con  pueril  resohmón], — Que  sí dile  que  sí ¡una! 

¡cien! ¡mil  esperanzas!  ¿Qué  pierdo  yo  con  darle  esperanzas?  ¡Na- 
dal Toca tócame  la  mano. 

Fernanda, — Como  el  granizo helada! 

Gabriela, — ^Ay!  me  ahogo!  Y  dime,  Fernanda,  ¿cuándo  podrás  tú 
ver  y  hablar  á  D.  Antonio? 

Fernanda, — Mafíana. 

Gabriela. — Mañana?  ¡No!  ¡Hoy  mismo! 

Fernanda. — Cuando  vaya  á  la  plaza  por  la  verdura. 

Gabriela. — ¡Mañana  me  encontrarías  muerta  en  mi  lecho! 

Fernanda, — Pero,  Señorita A  esta  hora,  ¿en  dónde  encuentro 

yo  á  D.  Antonio? 

Gabriela. — No  lo  sé!  Búscale 

Fernanda. — Pudiera  ser  que  le  encontrara  yo  donde  se  juega  el 
billar! 

Gabriela. — Eso  es,  allí 

Fernanda. — O  en  la  escoleta 

Gabriela, — También 

Fernanda, — O  en  esta  calle 

Gabriela, — También.  ¡Ojalá  que  estuviera  en  esta  calle!   Ve y 

mira en  señal  de  que  le  doy  esperanzas,  dale  tú  esta  flor! 

[Se  quitaunaflor  de  la  cabeza,']  No no no  le  darás  nada 


GABRIELA.  5 

sería  mucho  ly  si  lo  supiera  Octavio! Ah!  no eso  no! 

Búscale,  busca  á  D.  Antonio,  y  que  te  dé  las  pruebas {_Aparte,'] 

¡Sería  una  ligereza  daríe  una  flor!  [  Vase  Fernundu,^ 

ESCENA  2' 

GABRIELA,  Solü. 

Ah!  ¡Ingrato! Si  eso  fuera  verdad si  me  engañara 

¡pero  no  he  de  dar  ni  una  puntada  más,  hasta  que  sepa  yo  á  qué  ate- 
nerme! [^Contemplayido  el  bordado,']   ¡A  qué  atenerme! ¿Y  es 

cierto?  ¿Conque  estoy  dudando  de  Octavio?  ¡yo! ¿dudar?.... ¿de  él? 

¡Es  imposible!  A  ver á  ver [Saca  de  nuevo  la  carta  desuse- 
no  y  se  acerca  á  la  luzJ]  No  queda  duda.  [Lee."]  "Abril  17" — ¡Y  es- 
tamos á  19!  Luego  antes  de  ayer  la  escribió! — "Mi  adorada  Gabriela:" 

— Hum mi  adorada  Gabriela si  está  tan  claro. — "Hace  ocho 

dias  que  no  recibo  carta  tuya" — Como  que  estaba  yo  enferma. — "Cuan- 
do esto  acontece" — Que  pocas  veces  habrá  acontecido. — "Cuando  esto 
acontece,  se  me  vienen  al  pensamiento  ideas  muy  tristes,  y  me  canso 
de  contar  estas  tristezas,  como  se  cansan  los  ojos  de  contar  las  estre- 
llas en  el  cielo " — ¿Qué  tal?  ¡Y  qué  lindo,  qué  lindo  escribe  mi 

Octavio! 

ESCENA  3' 

GABRIELA. — ENRIQUETA. — FEDERICO. 

Enriqueta  [en  la  puerta  del  fondo], — Pase  Vd.,  seflor  D.  Federico. 

Gabriela  [ocultando  la  carta]. — Ah! 

Federico  [á  Enriqueta], — Muchas  gracias.  [A  Gabriela  entrando,] 
Buenas  noches.  Señorita. 

Gabriela, — Buenas  noches. 

Federico, — Leía  Vd.  una  carta Siento  mucho  haberla  interrum- 
pido  

Gabriela, — No,  señor leía  la  carta  de  una  amiga ¡Y  eso 

qué  importa!  Después  terminaré  su  lectura Siéntese  Vd. 

Federico, — De  ningún  modo continúe  Vd Y,  eso  precisa- 
mente venia  diciendo  á  la  señora  su  tía,  tengo  urgencia  de  hablar  al 
señor  su  padre  de  Vd.  para  un  asunto  importante. 


REVISTA  NACIONAL. 


Chsbriela, — Ah!  en  ese  caso,  pase  Vd.  Mi  padre  escribe  en  este  mo- 
mento en  su  bufete Tendré  mucho  gusto  en  acompañar  á  Vd. 

Federico, — Agradezco  la  amabilidad;  pero  si  la  señora  no  se  mo- 
lesta  

Enriqueta, — ¿Molestarme?  al  contrario Venga  vd. 

Federico  [de  la  puerta  derecha  del  actor ^  á  Enriqueta'], — Pase  Vd. 
por  delante,  [-á  Gabriela,']  Cüon  el  permiso  de  Vd. 

Gabriela, — Vd.  lo  tiene. 


ESCENA  4» 

Gabriela. — Después  Enriqueta. 

Oabriela, — ¿Y  qué  necesidad  tendría  yo  de  seguir  leyendo,  si  me  la 
sé  de  memoria?  [Dobla  la  carta  y  se  la  guarda  en  el  seno,]  Yo  quería 
solamente  mirar  de  nuevo,  una  por  una,  las  letras  de  esta  carta;  por- 
que me  parece  cada  una  de  ellas  un  testigo  de  su  amor!  ¡Ay,  Dios  mió* 
¡Yo,  que  nunca  había  recelado!  ¡Tanto  oí  contar  de  infidelidades  y  trai- 
ciones, y  nunca  sospeché  que  pudiera  tocarme  á  mí  también  tan  negra 
suerte! 

Enriqueta  [entrando], — ¡No  me  gusta  á  mí  este  seftor  D.  Federico 
Tiene  un  aire  tan  serio tan  grave ¡Y  aún  no  es  viejo! 

Gabriela, — Pues  á  mí,  tía,  no  me  parece  lo  mismo me  es  muy 

simpático,  ¡mucho! 

Enriqueta, — Ya  se  ve,  como  te  enamora Siempre  á  las  mujeres, 

7  mientras  más  jóvenes  más,  les  es  simpático  el  hombre  que  se  inte- 
resa por  ellas. 

Gabriela, — No  lo  niego,  pero  en  este  caso  no  es  por  eso Tú 

sabes  bien  que  si  yo  hubiera  querido 

Enriqueta. — Lo  sé,  y  por  eso  me  extraña  que  hables  así con 

tanto  entusiasmo 

Gabriela, — Entusiasmo?  Se  equivoca  Vd.,  querida  tía;  ya  sabe  Vd. 
que  adoro  en  mi  Octavio,  y  que  fuera  de  Octavio,  nadie  aquí  [señalan- 
do su  corazón],  Pero  confieso  á  Vd.,  con  la  franqueza  de  siempre,  que, 
después  de  Octavio,  es  Federico  el  hombre  que  me  agrada  más  ó,  me- 
jor dicho,  que  me  disgusta  menos. 

Enriqueta. — Hola hola 


GABRIELA. 


Gabriela  [cambiando  de  tono]. — Y  si  Vd.  supiera,  tía  de  mi  alma, 
lo  recelosa  y  angustiada  que  me  encuentro  ahora 

Enriqueta. — ¿Cómo? 

Gabriela. — En  estos  momentos! 

Enriqueta. — ¿Y  por  qué?  ¿por  qué,  hija  mía? 

Gabriela. — Después,  después  he  de  contárselo  todo Sepa  Vd. 

solamente  que  tengo  clavada  en  el  corazón  una  agudísima  espina 

que  quisiera  yo  arrancármela,  y  que  no  puedo.  [^Aparte."]  ¡Y  esta  Fer- 
nanda que  no  parece! — ^Tía,  dígame  Vd.:  si  Vd.  amara  á  un  hombre 

como  nadie  amó  sobre  la  tierra [Se  dirige  inquieta  hada  la  ven- 

tana  y  aceclia  á  la  calUy  con  ansia  de  distinguir  á  Fernanda.'] 

Enriqueta  [^interrumpiéndola]. — Así  cree  una  simpre. 

Gabriela. — Cuando  el  amor  es  de  veras.  Si  Vd.  se  sintiera  loca  de 
enamorada,  llena  de  esperanzas,  llena  de  ilusiones;  contenta,  alegre, 

feliz y  al  través  de  sus  sueños,  y  al  través  de  sus  pensamientos, 

y  al  través  de  unas  hojas  de  papel,  escritas  con  toda  la  poesía  de  que 
parece  ser  capaz  un  alma  hermosa,  divisara  vd.  derepente  la  perfidia 
y  la  traición,  como  al  través  de  una  máscara  de  alambre  el  rostro  de 
un  infame,  ¿qué  haría  Vd? 

Enriqueta, — ¿Qué  haría  yo? 

Gabriela. — ¿Qué  haría  Vd? 

Enriqueta. — Olvidarlo! 

Gabriela. — Olvidarlo? ¡Qué  bien  se  conoce,  tía,  que  nunca  ha 

amado  Vd.!  Olvidar.  ¿Y  qué  es  olvidar?  Míreme  Vd.,  tía y  cierre 

Vd.  después  los  ojos ¿se  atrevería  Vd.  á  creer  que  nunca  me  ha 

■visto?  Arranque  Vd.  mi  sombra  del  fondo  de  sus  pupilas ¡Pues 

vaya  Vd.  á  arrancarse  una  imagen  del  fondo  del  corazón!  ¡En  donde 
ni  aun  puede  llegar  la  mano! 

Enriqueta. — Pero  es  posible  que  Octavio 

Gabriela. — Así  es también  á  mí  me  parece  imposible ¡tam- 
bién!   Y  ¡mire  Vd.  qué  candorosa!  ni  me  lo  había  imaginado  ja- 
más!   Pero  acuérdese  Vd.  de  Raquel,  mi  compaflera  de  colegio.... 

¿Qué  le  pasó  con  Leonardo? Y  á  Juanita  la  ahijada  de  Vd.,  ¿qué 

le  pasó  con  aquel  pisaverde  de  Leandro,  ¿qué  le  pasó ?  y  á  Victo- 

rina,  que  á  pesar  de  ser  una  pobrecita  hija  del  pueblo,  no  por  eso  de- 
jaba de  tener  corazón la  prueba  es  que  se  murió  por  aquel  infame 

de  Teodoro,  el  mayordomo  de  campo  de  la  hacienda Y  ya  ve  Vd., 

ni  me  había  vuelto  á  acordar  de  todas  estas  gentes y  ahora 


8  REVISTA  NACIONAL. 


ahora  se  me  aparecen  todas  marchando  en  fila,  delante  de  mis  ojos, 

como  una  procesión  de  fantasmas,  camino  del  camposanto Ah! 

pero  yo  tendré  las  pruebas,  tía,  de  la  maldad,  de  la  infamia  y  de  los 
hipócritas  sentimientos  de  ese  falso de  ese  malvado,  de  ese  in- 
grato de  Octavio ^Aparte]  ¡Esta  Fernanda! 

Enriqueta. — Pero  no  tienes  aún  las  pruebas 

Gabriela, — Pero  tengo  el  presentimiento. 

Enriqueta, — Siempre  se  presiente  lo  malo 

Gabriela, — Porque  lo  malo  es  lo  más  común,  así  lo  dice  papá 

Enriqueta, — ¿Pero  á  dónde  iríamos  á  parar  si  eso  sirviera  de  base 

á  nuestros  sentimientos ?  ¡Juzga  mal  y  acertarás!  ¡Bonito  proverbio 

para  las  creencias  humanas! 

Gabriela, — Tiene  Vd.  razón,  tía,  ¿por  qué  he  de  juzgar  mal  á  Octa- 
vio si  no  tengo  aún  motivo  justificado ? 

Enriqueta, — Eso  es,  que  se  justifiquen  y  entonces 

Gabriela, — Y  entonces ya  verá  Vd.  lo  que  yo  voy  á  hacer  en- 
tonces  

Enriqueta, — ¿Qué  vas  á  hacer? 

Gabriela, — Le  digo  á  Vd.  que  ya  lo  verá...  Ah!  ahí  está  Fernanda... 
algo  trae  en  la  mano! 


ESCENA  b"". 
Dichas, — Fernanda. 

Fernanda, — Señorita 

Gabriela, — Sí ya  lo  vi ahí  las  traes. — Dámelas,  dámelas 

pronto. — Ay!  tía,  no  sé  lo  que  es  esto;  pero  me  están  temblando  las  ma- 
nos, y  me  está  temblando  el  pecho,  y  me  está  temblando  el  alma. 
\ApaHe.'\  Ay!  quisiera  yo  estar  sola,  no  quisiera  que  nadie  fuera  tes- 
tigo de  la  traición  de  Octavio.  ¡Y  pensar  que  anoche  dormí  yo  tan  di- 
chosa, cuando  ya  estaba  escrito  todo  esto! 

Fernanda. — Señorita 

Gabriela. — Calla no  me  digas  nada;  no  quiero  oir  nada  hasta 

saber  que  hay  aquí! 

Enriqueta. — ^Valor abre  esa  carta 

Gabriela. — El  sobre  es  de  letra  suya:  "A  Alicia'" 


GABRIELA.  9 


Enriqueta, — Ábrela 

Gabriela. — Espere  Vd.,  tía ya  voy;  pero  espere  Vd.  un  momen- 
to!  Ahora  sí,  le  estoy  abriendo  el  pecho  á  Octavio  y  voy  á  leer  en 

su  corazón!  [^Abre  la  carta]  Ay! [leyendo.']  No no [-á 

Unríquet^^  ¿Qué  dice  aquí,  tía ? 

Enriqueta. — "Mi  adorada  Alicia." 

Gabriela. — Ay! Dios  mió!  ¿Y  aquí  que  dice,  tía?   Lea  Vd 

{_Le  da  la  carta  que  guardaba  en  el  seno.] 

Enriqueta  [ke]. — "Mi  adorada  Gabriela '' 

Gabriela. — Ya  Vd.  ve ! 

Enriqueta. — ¿Pero  esto,  lo  habrá  escrito  él? 

Gabriela. — ¿Pues  no  conoce  Vd.  su  letra?  A  ver vea  vd.  su  fir- 
ma.— Véala  Vd.  aquí.  [Enseñando  las  dos  cartas.]  Y  véala  Vd.  en  esta 
otra  carta 

Enriqueta.-^Siy  no  queda  duda 

Gabriela. — ¡No  queda  ninguna  duda !  [Se  apoya  en  el  respaldo 

del  sillón,  y  clavando  los  ojos  en  tierra  se  queda  abisínada,  como  aquel 
que  va  á  tomar  una  resolución  definitiva.] 

Enriqueta  [después  de  un  rato], — Gabriela Gabriela Ga- 
briela, hija  mía,  ¿en  qué  piensas ?  Vamos !  Si  eso  no  tiene 

remedio 

Gabriela. — Sí,  sí  tiene tiene  uno Déjeme  Vd.  sola,  tía,  se 

lo  suplico  á  Vd.;  déjeme  sola ya  verá  Vd y  tú  [áFemandcH] 

toma:  [dándole  las  cartas]  devuélvele  esas  cartas  á  D.  Antonio 

y  dale  las  gracias  de  mi  parte....!  Dile  que  se  lo  agradezco  mucho 

mucho 

Enriqueta  [á  Fernanda ,  que  la  ha  consultado  con  la  mirada], — Sí, 
llévaselas en  el  acto llévaselas 

Gabriela. — Ya  no  las  necesito  para  nada 

Enriqueta. — Pues  piensa  bien  lo  que  vas  á  hacer 

Gabriela. — Sí,  tía y  cuando  Vd.  vuelva,  dentro  de  unos  mo- 
mentos, habré  ya  tomado  mi  definitiva  resolución.  Muy  pronto  sabrá 

Vd.  cuál  es [VánsCj  Fernanda  por  el  fondo  y  Enriqueta  por  la 

puerta  izquierda  del  ador.] 

Enriqueta. — ¡Pobre  muchacha!  [  Vase!] 


10  REVISTA  NACIONAL. 


ESCENA  e*? 

Gabriela  solaj  y  después  Federico. 

Gabriela, — \Y  cómo  tiene  el  corazón  fuerzas  bastantes  para  resistir 

todo  esto !  ¡Cómo  no  se  muere  todo,  cuando  le  falta  todo! — ¿Qué 

es  el  pasado ?  ¿Qué  es  el  presente ?  ¿Qué  es  el  porvenir?  Un 

alegre  fantasma  que  vino,  que  me  sonrió que  me  acarició 

que  me  besó Despojado  de  su  gala  y  de  su  rica  pompa,  se  sienta 

á  mi  lado  hoy  para  mirarme  llorar frío,  impasible serio,  co- 
mo la  estatua  de  mármol  de  los  sepulcros! Ay!  Octavio,  Octavio 

mío!  y  para  qué  me  hiciste  tanto  daño!  ¿Y  dónde  estás?  ¿Dónde?  ¡El 
hombre  que  hace  llorar  á  una  mujer,  debía  tener  siquiera  el  valor  de 
arrodillarse  junto  de  ella  para  recoger  sus  lágrimas!  Me  heriste  como 
el  malvado  que  huye  y  abandona  á  las  aves  de  rapiña  el  cuerpo  de  su 
víctima!  Y  bien  [irguihidose],  basta;  basta  ya  de  llanto  y  de  angustia, 
y  de  dolor  estéril!  Tú,  á  quien  creía  modelo  de  enamorados  pudiste  ol- 
vidarme á  mí yo  también  podré  olvidarte Me  dijiste  mil  veces 

que  era  yo  el  espejo  de  tu  alma ;  tal  como  te  presentas  ante  mí  en 

este  instante,  me  presentaré  yo  á  tus  ojos  ¡más  tarde!  ¡Olvidar!  Tenía 
razón  mi  tía Debe  ser  muy  fácil  olvidar,  supuesto  que  me  olvi- 
daste tú!  Ah!  [viendo  aparecer  á  Federico]  Federico 


ESCENA  7' 

Federico. — Gabriela!  me  alegro  de  encontrar  á  Vd.,  y  de  encontrarla 
sola. 

Gabinela, — Y  yo  me  felicito  de  que  eso  le  cause  á  Vd.  alegría.  Sién- 
tese Vd.,  Federico. 

Federico. — Gracias:  pero  no  quisiera  importunarla. 

Gabriela. — Jamás  fué  Vd.  importuno  para  mí. 

Federico. — Ah! 

Gabriela. — Insisto  en  que  tome  Vd.  asiento. 

Federico  [sentándose']. — Gabriela,  acabo  de  despedirme  de  su  señor 
padre para  siempre. 

Gabriela. — Para  siempre?  pues  qué,  ¿abandona  Vd.  el  lugar? 

Federico. — Hoy  mismo. 


GABRIELA.  11 


Gabriela, — Tan  de  repente! 

Federico. — Eso  no.  Hace  ya  algunos  días  que  le  anuncié  á  Vd.  mi 
partida.  ¡Qué  mala  memoria  tiene  Vd! 

Gabriela, — No  señor,  á  mí  no  se  me  olvida  nada! 

Federico. — ¿Nada? 

Gabriela. — Ese  "nada"  ¿es  un  reproche? 

Federico. — ¿Vd.  lo  cree  así? 

Gabriela. — Pero  no  lo  merezco. 

Federico. — Gabriela,  ¿se  ha  acordado  Vd ? 

Gabriela. — ^Todos  los  dias. 

Federico. — ¿Se  ha  acordado  vd.  de  que  me  debe  una  respuesta? 

Gabriela. — Y  se  iba  Vd.  sin  ella. 

Federico. — Va  Vd .  á  responderme 

Gabriela. — Sí.  Pero  era  necesario  reflexionar  antes. 

Federico. — ^Tiene  Vd.  razón tiene  Vd.  mucha  razón,  y  eso  me 

agrada.  Si  se  tratara,  Gabriela,  de  uno  de  tantos  jóvenes,  que,  como 
yo  en  otro  tiempo,  buscan  al  acercarse  á  una  mujer  la  satisfacción  de 

im  capricho  más  ó  menos  liviano  y  pasajero Si  me  encontrara  yo 

todavía  en  esa  época  de  la  existencia  del  hombre,  cuando  aún  en  rea- 
lidad no  lo  es,  y  deslumhrado  por  la  extraordinaria  belleza  de  Vd., 
buscara  yo  en  su  respuesta  un  halago  para  mi  vanidad  y  un  triunfo 
para  mi  orgullo,  habría  deseado  de  los  labios  de  vd.  respuesta  breve  y 
rápida,  en  consonancia  con  mis  sentimientos.  Mas  como  éste  que  ex- 
perimento, créalo  Vd.,  es  tan  serio  y  de  tal  manera  arraigado  en  mi 
alma,  que  va  Vd.  á  darme  con  su  contestación  ó  una  inmensa  y  posi- 
tiva felicidad,  ó  la  más  amarga  y  cruel  de  las  decepciones  de  mi  vida. 
Me  agrada,  repito  á  Vd.,  por  singular  manera,  que  antes  de  responder- 
me hubiese  Vd.  dado  cabida  en  su  pensamiento  al  juicio  y  la  reflexión. 
No  tengo  que  repetir  lo  que  ya  por  dos  veces  dije  á  Vd.:  y  suprimo,  por- 
que no  se  necesita,  esa  serie  de  dircursos  en  los  que  se  apura  la  eterna 
y  vulgar,  pero  sublime  fraseología  del  lenguaje  del  amor.  Lealtad,  ca- 
riño y  ternura cuanto  puede  ofrecer  el  corazón  amante;  respeto  y 

abnegación  en  cambio  de  esas  dulzuras  de  la  vida  íntima,  apacible 
y  tranquila,  y  cuya  descripción  he  intentado  hacer  á  Vd.  hace  pocos 
días,  con  todo  el  colorido  de  la  verdad  y  de  la  buena  fé;  es  todo  cuan- 
to á  Vd.  le  pido 

Gabriela. — Bien,  Federico basta entrego  á  Vd.  mi  mano  y 

con  ella  mi  corazón  y  mi  vida 


12  REVISTA  NACIONAL. 


Federico  [toin/indolc  la  mano], — Ali!  Gabriela tan  inesperada 

dicha  me  conmueve  profundamente,  y  acrecienta,  en  un  momento,  con 
mi  amor  mi  gratitud.  Y  quiere  decir  que  hoy  mismo 

Gabriela, — Puede  Vd.  pedir  su  autorización  á  mi  padre. 

Federico, — Al  instante!  Vuelvo,  ya  vuelvo,  Gabriela.  [  Vase.'] 

Gabriela, — Y  yo  aquí  aguardo [^Aparece  Enriqueta,'] 

ESCENA  8" 

Enriqueta. — Gabriela. 

Enriqueta, — ¿Pero  qué  es  lo  que  he  visto? 

Gabriela, — Nada,  tia,  que  me  caso,  ¿hay  cosa  más  natural? 

Enriqueta, — ¿Con  Federico? 

Gabriela, — ^¿Y  le  extrafla  á  Vd? 

Enriqueta, — ¡Pues  no!  Me  extrafla  y  me  enoja.  Me  extrafla  por  lo 
repentino  de  tu  resolución;  y  me  enoja  porque  me  apena  en  tí  la  mu- 
danza. 

Gabriela. — Me  aconsejaba  Vd.  el  olvido. 

Enriqueta, — No  es  ól  el  que  me  asombra,  sino  la  rapidez  con  que 
vino.  Ese  matrimonio  que  intentas  es  imposible. 

Gabriela, — Por  qué? 

Enriqueta, — l^orque  te  hará  desdichada. 

Gabriela. — Obedezco  ú  los  impulsos  de  mi  corazón. 

Enriqueta. — A  los  impulsos  del  despecho. 

Gabriela, — Yo  siento,  sin  esforzarme,  decidida  simpatía  por  Fe- 
derico. 

Enriqueta. — Hace  |h)co  me  afirmabas  que  la  simpatía  no  es  el  amor. 

Gabriela. — IVro  tras  ella  viene. 

Enriqueta. — Viene  el  amor  tras  de  la  simpatía  volando  con  alas  pos- 
tizas. 

Gabriela. — Algún  dia  amaré  á  Federico  tanto  como  creí  amará  Oc- 
tavio. 

Enriqueta. — iVo.  Gabriela,  oye  lo  que  voy  á  decirte,  y  grábalo  en 
tu  corazón. 

Gabriela. — Son  inútiles  los  consejos,  tía:  he  tomado  una  resolución 
V  es  ¡rrrovocablo. 

Ennqueta. — Harás  lo  que  tú  quieras:  pero  necesito  hablarte  sobre 
cslo,  V  lú  necesitas  oirmo.  Yo  cumplo  con  un  deber,  tú  con  una  obli- 


GABRIELA.  13 


gación.  ¿Qué  vas  á  buscar  en  rededor  tuyo  casándote  con  Federico? 
Nada.  ¿Qué  vas  á  buscar  dentro  de  tí?  Nada.  Fuera  de  tí  la  soledad 
del  hogar;  dentro  de  ti  la  soledad  del  alma!  El  alma  y  el  hogar  están 
vacíos  si  el  amor  no  habita,  en  el  uno,  bajo  su  techo;  en  el  otro,  al  abri- 
go de  sus  sentimientos.  Si. el  corazón  es  insaciable  cuando  tiene  de  qué 
alimentarse,  ¿qué  sed  no  será  esa,  qué  hambre  no  será  esa,  cuando  no 
tiene  ni  placeres  que  lo  halaguen,  ni  penas  que  lo  destrocen?  En  qué 
seno  vas  á  reclinar  tu  sien  para  sonreír?  ¿En  qué  seno  vas  á  ocultar 
tu  frente  para  llorar?  ¿Tí'casas  porque  buscas  apoyo?  El  mío  es  débil, 
pero  lo  tienes.  ¿Te  casas  porque  necesitas  de  sombra  y  protección?  Vi- 
ve aún  tu  padre.  ¿Te  casas  porque  quieres  libertad?  Pues  bien,  vas  á 
perder  la  que  ahora  tienes.  Todas  serán  cadenas  para  tí No  ten- 
drás libertad  ni  para  ver,  ni  para  oír ni  para  pensar!  Hoy,  si  cla- 
vas tu  mirada  en  un  hombre,  si  el  más  inocente  de  tus  movimientos, 
la  más  leve  de  tus  inclinaciones  denuncia  en  tí  siquiera  pueril  simpa- 
tía por  un  hombre,  la  sociedad,  el  mundo,  las  lenguas,  podrán  decir  ó 
dirán:  "qué  loca,"  "qué  coqueta,"  "qué  ligera."  Casada,  por  el  mismo 

motivo por  menos  aún,  por  mucho  menos,  la  sociedad,  el  mundo, 

las  lenguas  dirá:  "vil,  infame " 

Gabriela, — Tía 

Enriqueta, — Dirán dirán  algo  más  que  hará  subir  á  tu  frente 

y  agolparse  á  tu  cabeza  toda  la  sangre  que  por  tus  venas  circula.  No, 
mil  veces  no!  ¡Ese  matrimonio  es  imposible!  Yo,  con  todas  mis  fuer- 
zas habré  de  oponerme  á  él. 

Gabriela, — Y  yo  con  todas  las  mías  haré  que  ese  hombre  me  con- 
duzca al  altar. 

Enriqueta. — Pero  tú  te  has  vuelto  loca. 

Gabriela. — No,  tía,  esta  Vd.  equivocada.  Antes,  ayer  mismo,  hoy... 
estaba  loca.  He  vuelto  á  la  razón. 

Enriqueta. — ¡Que  de  tal  manera  los  celos  pongan  ante  los  ojos  tan 
tupida  venda!  Hablaré  á  tu  padre;  mi  hermano  sabrá  oirme. 

Gabriela. — Perdóneme  Vd.  tía;  pero  yo  antes  que  vd.  entraré  á  su 
aposento  para  hablarle.  Allí  está  Federico. 

Enriqueta. — Por  lo  mismo,  aún  será  tiempo. 

Gabriela  [interponiéndose  entre  la  puerta  y  Enriqueta  para  impe- 
dirle el  paso\ — Tía 

Enriqueta, — ^Déjame  pasar 

Gabriela. — No,  tía,  no  irá  vd.  [Aparece  Fernanda  por  el  fondo."] 


14  REVISTA  NACIONAL. 


ESCENA  9' 

Dichas  y  Fernanda. 

Fernanda. — Señora Señorita el  Sr.  D.  Octavio. 

Gabriela. — Octavio! 

ii%man<2a.-Subiendo  está  la  escalera. 

Gabriela. — Él el  infame ^ 

Enriqueta. — ^Tú  lo  recibirás. 

Gabriela. — Nunca! 

Enriqueta. — Gabriela 

Gabriela. — Le  digo  á  Vd.  que  nunca! 

Enriqueta. — Entonces 

Gabriela. — Vd.  lo  recibirá!  J[Gabriela  con  un  rápido  movimiento  se 
dirige  á  la  puerta  que  conduce  al  aposento  de  su  padre^  y  saliendo  por 
eUa  la  cierra  por  dentro."] 

Enriqueta  [al  verla  cerrada  exclama"]. — Oh! y  Octavio  sube.... 

allí  está. 

ESCENA  10* 

Enriqueta  Octavio. 

Octavio. — Enriqueta 

Enriqueta  [con  disimulada  pena  y  notoria  perplejidad]. — Octavio... 

Octavio. — ¿Qué  es  esto?  ¿qué  le  pasa  á  vd?  ¿Por  qué  no  me  recibe 
Vd.,  señora,  como  otras  veces?  ¿Qué  ocurre?  ¿Alguna  desgracia  acaso? 

¿Está  el  Sr.  D.  Pedro  enfermo?  O  tal  vez  Gabriela ¿En  dónde  está 

Gabriela,  que  no  viene?  Enriqueta,  suplico  á  vd.  que  la  llame  ó  que  la 
haga  llamar,  porque  apenas  cuento  con  unos  instantes  para  hablar  con 
ella siquiera  para  mirarla 

Enriqueta. — ^¿Cómo?  ¿Se  vuelve  Vd.  á  marchar? 

Octavio. — He  venido  á  mi  pueblo  solamente  á  la  práctica  de  una 
diligencia  judicial,  sobre  un  asunto  muy  grave,  y  que  requiere  la  ma- 
yor brevedad  en  sus  procedimientos;  pero  el  tiempo  se  va  y  son  sus 
instantes  preciosos  para  mí Le  ruego  á  Vd.  otra  vez  que  haga  lla- 
marla Gabriela.  Ah!  Hace  tanto  tiempo  que  no  la  veo 


GABRIELA.  15 


Enriqueta. — Octavio es  que  Gabriela Gabriela  se  ha 

recogido 

Octavio. — ^¿Tan  temprano?  Ay!  seftora,  con  esta  doble  vista  de  los 

ojos  enamorados,  no  sé  qué  miro  en  el  semblante  de  vd.,  de  raro 

de  extraordinario.  Tal  vez  me  equivoque.  lOjalá,  Enriqueta,  que  me 
equivocara  yo! 

Enriqueta. — Pues  bien es  cierto yo Octavio  lo  siento 

mucho muchísimo;  pero  qué  quiere  Yd.  que  una  haga yo  la 

he  hecho  muchas  reflexiones muchas 

Octavioj — ¿Pero  sobre  qué?  Acabe  Vd.,  que  me  está  asesinando  len- 
tamente! 

Enriqueta. — Y  bien tiene  Yd.  razón esa  zozobra  es  del 

instinto  que  se  la  acusa  á  Yd Hay  algo  que  nos  avisa hay 

una  voz  misteriosa  y  secreta  que  nos  habla  al  alma  cuando  ha  caido 
sobre  nosotros  una  desgracia. 

Octavio. — Pero,  por  Dios,  señora,  que  esta  agonfa  en  que  tiene  Yd. 
á  mi  espíritu,  es  peor  todavía  que  la  mayor  de  las  desgracias. 

Enriqueta. — ¿Tendrá  vd.  valor? 

Octavio. — Para  todo. 

Enriqueta. — Pues  bien,  Gabriela 

Octavio. — No  me  ama  ya? 

Enriqueta. — Eso. 

Octavio. — Permítame  Yd.,  señora,  que  no  lacrea que  vacile  en 

creer  á  Yd que  dude 

Enriqueta. — Como  que  yo  misma  lo  estoy  dudando  todavía. 

Octavio. — Y  sin  embargo 

Enriqueta. — Es  verdad! 

ESCENA  !!• 

Gabriela. — Enriqueta. — Federico. — Octavio. 

[&  abre  la  puerta  por  la  cual  salió  Gabriela,  y  aparece  ésta  con 
Federico.li 

Gabriela. — Tía Octavio,  ¿Yd.  aquí?  Buenas  noches Le  ha- 
cía yo  á  Yd.  en  México,  al  lado  de  la  Srita.  Alicia  su  prometida.  El  Sr. 

D.  Federico  Mendoza el  Sr.  D.  Octavio  Pérez.  {^Presentándolos.^ 

{Octavio  y  Federico  se  cambian  un  saludo']  Tía le  presento  á  Yd. 


16  REVISTA  NACIONAL. 


{^aeñalando  á  JFedeWco]  á  mi  futuro  esposo.  Es  asunto  arreglado,  pues 
el  Sr.  ha  pedido  mi  mano  á  mi  padre  y  yo  he  consentido. 

Enriqueta, — Sea  para  bien. 

Federico, — Gracias,  señora.  Hasta  mañana,  Gabriela.  Caballero..*.. 
[á  Octavio]  [^Octavio  conteda  con  una  cortesía  á  Federico,  elcu^ilca^i 
ni  se  ha  fijado  en  áí.]  [  Vase  Federico,"] 


ESCENA  12* 

Gabriela. — Enriqueta. — Octayio. 

Octavio. — Pero  esto  es  una  horrible  chanza,  Gabriela. 

Gabriela, — ¿Lo  cree  Vd.  así? 

Octavio  [á  Enriqueta]. — Señora ¿esto  es  cierto? 

Fnriqu£ta, — Es  cierto. 

Octavio  [tomando  su  soinirero], — Entonces nada  tengo  que  ha- 
cer aquí,  Enriqueta,  [dándole  la  ma)io].  Buenas  noches,  señorita 

[saluda7ido  desde  lejos  á  Gabriela], 

Gabriela. — Que  lo  pase  Vd.  muy  bien,  caballero. 

Enriqueta  [al  desaparecer  Octavio]. — Pero,  es  posible? 


ESCENA  ULTIMA. 

Gabriela  [sin  hacer  caso  de  la  pregunta  de  Enriqueta], — ¿Ha  visto 
Vd.  qué  semblante,  tía,  el  del  pobre  de  Octavio?  Já já já 

Enriqueta, — Gabriela! 

Gabriela, — Pues  cómo  no  he  de  reir!  Já já já já 

[  Gabriela  se  ríe,  primero  con  mofa,  después  su  risa  ó  carcajada  histé- 
rica termina  en  una  explosión  de  sollozos  y  oMiba,  al  fin,  por  dejarse 
caer,  llorando  copiosamente,  en  el  sofá], 

Enriqueta  [mirándola  con  profunda  lástima], — Desventurada!  [Cae 
el  telón], 

fin  del  acto  primero. 


QABKIBLA.  17 


ACTO  SEGUNDO. 

Sala  en  casa  de  Federico. — Puerta  en  el  fondo,  A  la  derecha  del  espectador,  dos 
puertas  laterales,  A  la  izquierda^  una  que  pertenece  á  la  ¡mbitaeión  de  Fe- 
derico, y  otra  en  segundo  término,  que  conduce  á  la  calle,  como  una  puerta  de 
escape. 


ESCENA  1^ 

FEDERICO,  entrando  por  d  fondo  seguido  de  Anselmo. 

Federico, — Has  que  tengan  listo  el  carruaje,  porque  saldremos  esta 
noche 

Anselmo. — Bien,  señor. 

Federico. — Se  entiende,  si  como  me  has  dicho,  mi  padre  se  encuen- 
tra mejor. 

Anselmo. — Mucho,  sefior.  Aseguró  el  médico,  al  salir,  que  se  hallaba 
fuera  de  peligro;  eso  á  lo  menos  dijo  á  la  sefiora. 

Federico. — ¿Y  no  dijo  nada  más? 

Anselm^o. — Que  es  preciso  cuidarle  porque  se  encuentra  débil 

muy  débil;  encargó  el  silencio  y  el  reposo. 

Federico. — Por  fortuna,  Anselmo,  este  departamento  que  ocupamos, 
de  paso,  en  la  casa  de  mi  padre,  está  bastante  lejos  de  las  habitaciones 

en  que  él  se  entrega  al  sueño Sin  embargo,  te  recomiendo  que  al 

cerrar  esta  noche  las  puertas,  no  hagas  ruido. 

Anselmo, — Descuide  vd. 

Federico. — ¿Y  la  señora? 

Anselmo. — Me  encargó  que  le  avisara  á  vd.  que  está  vistiéndose  pa- 
ra el  baile 

Federico. — Está  muy  bien.  Retírate,  Anselmo;  te  repito  que  mandes 
alistar  el  carruaje.  ^Anselmo  se  va]. 

ESCENA   2* 

EEDERICO  solo. 

¡Ah!  ese  hombre!  ¡ese  hombre!  ya  me  llama  la  atención  su  terque- 
dad. Vamos será  un  loco ¿Dónde  he  visto  yo  á  ese  hombre 

B.  ir.-T.II.-2 


18  REVISTA  NACIONAL. 

alguna  vez ?  ¿Dónde ?  ¡Una  vez  solal  Debe  de  haber  sido  una  vez 

sola!  Pero  no ¡quiá!  ;qué  me  importa  á  mi,  si  ella  es  tan  buena! 

¡Ola,  sin  duda  estoy  oyendo  sus  pasos  y  yo  no  me  he  vestido  aún 

no no que  no  me  vea le  molestaría  mi  tardanza.  {^Entra 

Gúhriela  en  traje  de  baile,  y  se  mira  al  e^fpejOf  poniéndose  los  guantes^ 


ESCENA  8' 

GABRIELA,  de^pués  ANSELMO. 

Gabriela. — Bien,  es  preciso  complacerle es  preciso es  ne- 
cesario  [toca  el  timbre.']  Anselmo? 

Anselmo. — Señora 

Gabriela. — ¿Y  el  señor? 

Anselmo. — Vistiéndose. 

Gabriela. — ¿Crees  que  tardará  mucho?  Le  puedes  avisar  que  ya  es- 
toy lista. 

Anselmo  [dirigiéndose  á  la  puerta  de  la  habitación  de  Federico.'] — 
Está  muy  bien,  señora. 

Gabriela. -'-Con  eso  se  dará  alguna  prisa. 


ESCENA  4* 

GABRIELA,  ENRIQUETA. 

Enriqueta  [en  la  puerta  del  fondo]. — Se  puede  entrar? 

Gabriela. — ^Adelante ¡Ah!  tía!  mi  tía  Enriqueta,  qué  placer! 

Enriqueta  [avanzando  al  proscenio]. —  Placer!  No  lo  esperabas;  es 
cierto? 

Gabriela. — No,  la  verdad  que  no!  Siéntese  vd.,  tía  mía siénte- 
se vd. 

Enriqueta. — ¿Creíste  que  durarían  eternamente  mis  rencores? 

Grobriela. — Sí,  lo  creí Como  yo  desde  niña  conozco  el  carácter 

de  vd.,  terco,  tenaz,  indomable 

Enriqueta. — Indomable!  esa  es  la  palabra.  Por  eso  precisamenlo  no 

me  casé y  ahora  que  esto  digo,  y  olvidando  por  un  momento  lo 

pasado,  ¿qué  tal?  ¡cuéntame!  ¿eres  dichosa?  ¿vives  feliz?  Si  lo  he  olvi- 


\ 


GABRIELA.  19 


dado  todo  y  el  poder  de  este  cariño  hasta  aqui  me  ha  arrastrado,  por- 
que es  mucho,  mucho  lo  que  te  quiero:  por  lo  mismo,  Gabriela,  no  me 
engañes;  no  me  respondas  como  responderlas  á  cualquier  amiga  imper- 
tinente ó  curiosa  que  te  preguntara Dime ¿por  qué  bajas  los 

ojos?  la  verdad la  verdad ¿No  estás  acostumbrada  desde  muy 

pequeña  á  que  yo  lea  en  tu  pensamiento? 

Gabriela. — ^Asi  es vd.  fué  siempre  mi  mejor  amiga,  por  eso  hi- 
ce seguramente  ma),  muy  mal  en  no  seguir  sus  consejos. 

Enriqueta. — ¿Lo  confiesas? 

Gabriela, — Lo  confieso. 

Enriqueta, — ¿Sufres? 

Gabriela, — Mucho. 

Enriqueta, — ¡Y  hace  un  mes  nada  más  que  te  casaste! 

Gabriela. — ¡Hace  un  siglo! 

Enriqueta, — ¿No  es  ese  señor  D.  Federico  bueno  contigo? 

Gabriela. — Sí  es. 

Enriqueta. — ¿Tiene  mal  carácter? 

Gabriela. — No. 

Enriqueta. — ¿Ni  es  exigente  para  nada? 

Gabriela. — Para  nada. 

Enriqueta. — ¿Te  ha  reñido  alguna  vez? 

Gabriela. — Jamás. 

Enriqueta. — ^¿Es  celoso? 

Gabriela. — No. 

Enriqueta. — ¿Tiene  muchos  amigos? 

Gabriela. — Ninguno;  al  menos  que  yo  sepa. 

Enriqueta. — ^¿Recibes? 

Gabriela. — A  nadie.  Hace  nada  más  tres  días  que  llegamos  á  esta 
capital.  Yo  no  conozco  aquí  á  una  sola  persona.  Salimos  poco  y  de 
noche. 

Enriqueta. — Sin  embargo  estás  en  traje  de  baile. 

Gabriela. — Por  la  primera  vez  Federico  me  presentará  á  lo  que  se 
llama,  según  dice,  el  gran  mundo  de  esta  sociedad. 

Enriqueia.-^VwGS  entonces,  hija  mía,  si  tu  señor  esposo  es  tal  como 
le  presentas,  es  un  excelente  hombre.  ¿Te  deja  acaso  sola? 

Gabriela. — Muy  poco.  En  estos  momentos  trae  entre  manos  un  asun- 
to, un  negocio;  no  sé  qué  contrato  de  telégrafos y  nada  más  que 

el  tiempo  que  emplea  en  eso,  me  ha  dejado  sola. 


20  REVISTA  NACIONAL. 


Enriqueta. — Entonces  no  comprendo  por  qué  sufres. 

Oabriela, — ^Tía 

Enriqueta. — No  lo  comprendo te  repito  que  no  lo  comprendo 

¿Lloras ?  ¡Ah!  sí ahora  sí  comprendo.  Mira,  ¡y  qué  bien  que 

hablan  las  lágrimas !  Bueno bien aquí  estoy  yo  para  con- 
solarte  

Gabriela, — ¡Y  qué  falta  me  hacía!  ¡Gracias  á  Dios  que  viene  vd.  á 

mi  lado;  que  dejo  de  hablar  á  solas !  ;Ay,  he  hablado  tanto  á  solas! 

El  es  bueno,  muy  bueno y  esto  aumenta  mi  tormento.  Mientras 

más  cerca  está  de  mí,  más  lejos  quisiera  yo  mirarle.  Habla,  y  mien- 
tras más  dulce  llega  á  mis  oídos  su  acento,  más  áspero  resuena  su 
eco  en  mi  corazón.  Si  oprime  mi  mano,  siento  que  mis  dedos  se  aflo- 
jan entre  los  suyos,  entre  los  suyos  ardientes  como  brasas.  Si  me  mi- 
ra, ah!  si  me  mira no  sé  qué  hacen  mis  ojos  para  que  aquel  rayo 

de  poderosa  ]uz  no  entre  en  mi  alma !  Y  cuando  algunas  veces, 

enagenado,  loco,  delirante,  llega  junto  á  mi,  y  acariciando  mi  mejilla, 

acerca  su  labio  al  mío entonces,  entonces,  tía,  yo  siento  algo  que 

es  imposible  explicar.  Es  que que  entre  él  y  yo esto  muy  que- 
do  muy  quedo no  vaya  alguno  á  oirme entre  él  y  yo  se 

levanta,  al  contacto  de  ese  beso,  todo  un  mundo  de  ilusiones  ahogadas, 
de  esperanzas  que  se  fueron,  mares  de  lágrimas  que  agitaron  los  sus- 
piros, que  emborrascaron  los  sollozos  y  cuyas  olas,  rebeldes  aún,  vienen 
á  estrellarse  bravias,  lo  mismo  que  en  desierta  playa,  en  mi  pobre  co- 
razón  ! 

Enriqueta. — Gabriela Gabriela 

Oabriela. — Y  es  que  hay  más ¡hay  más  todavía!  Si  este  mun- 
do de  mis  recuerdos  se  alzara  ante  mis  ojos,  así borrado,  de  lejos, 

como  entre  brumas,  qué  importaría !  pero  no no En  me- 
dio de  todo  eso  que  se  mezcla,  que  se  agita  y  que  se  entrelaza  y  se  con- 
funde en  mi  espíritu,  siempre  delirante,  siempre  exaltado. ...  se  levanta 

laimagen la  imagen  de de  Octavio!  Ah!  yo  no  sabía no 

podía  saber  cómo  amaba  yo  á  ese  hombre!  ¡Es  el  imposible  lo  mismo 
que  inmensa  lente,  y  al  través  de  su  cristal  el  cariño  se  agiganta;  crece 

el  deseo,  la  ilusión  se  colora  y  la  desesperación  raya  eñ  locura !  Y 

qué  remedio?  Dormir,  pues  ni  dormir,  ¡ni  eso!  Dormida,  sueño  con  Oc- 
tavio, le  miro,  le  oigo y  cuando  despierto,  cuando  la  luz  del  día 

ilumina,  cerca  de  mí,  el  semblante  de  Federico,  me  parece  imposible 
que  él  no  sea  Octavio ! 


GABRIELA.  21 

Enriqueta, — Ah!  y  para  qué  te  casaste? 

Grabriela, — Y  bien,  ¿es  hora,  tia,  de  preguntarme  eso?  ¿tiene  reme- 
dio acaso?  ¿Por  qué  me  casé?  ¿es  tiempo  de  analizar  ese  conjunto  de  cir- 
cunstancias, que  ponen  una  nube  en  la  razón,  una  venda  en  los  ojos, 
y  que  arrastran  al  pie  del  altar,  allí,  en  donde  los  labios,  moviéndose 
imperceptiblemente  dejan  escapar  una  palabra,  una  silaba,  menos  que 

una  silaba,  un  sonido y  eso,  eso  sólo  es  el  nudo  eterno !  ¡para 

mi  la  eterna  desesperación! 

Enriqueta, — Pues  bien,  hija  mía queda  aun  un  remedio el 

tiempo. 

Gabriela, — El  tiempo  es  el  mejor  amigo  del  amor  verdadero. 

Enriqueta, — Guando  ese  amor  no  tiene  quien  lo  agite,  cuando  se  le 
encierra 

Grabriela, — ^¿No  tiene  quién  lo  agite?  ¡Ojalá! 

Enriqueta. — ^¿Y  quién  lo  agita? 

Gabriela,— YX\ 

Enriqueta, — ^¿Quién  es  él? 

Gabriela, — Octavio! 

Enriqueta, — ¡Octavio!  ¿Es  posible? 

Gabriela, — Nos  ha  seguido  á  todas  partes. 

Enriqueta, — ¿Y  ha  osado  hablarte?  atrevióse 

Gabriela, — No,  tía,  eso  no,  ni  yo  se  lo  hubiera  permitido. 

Enriqueta, — Ni  se  lo  permitirás  nunca. 

Gabriela, — Moriría  primero;  pero  es  el  caso  que  de  nada  sirven,  ni 
faan  de  servir  mi  indiferencia  y  mis  desdenes. 

Enriqueta, — ¿Y  por  qué? 

Gabriela, — ^Porque  á  pesar  de  todo  hoy  he  recibido  una  carta 
suya 

Enriqueta, — Una  carta!  ¿y  cómo  la  has  recibido?  ¿quién  te  la  dio? 
¿cómo  ha  llegado  á  tus  manos? 

Gabriela, — Lo  ignoro. 

Enriqueta. — ^¿Lo  ignoras?  no  comprendo. 

Gabriela. — He  encontrado  esa  carta  entre  las  páginas  de  un  libro 
que  yo  leía supongo  que  un  criado 

Enriqueta, — Pero  eso  es  una  infamia mezclar  á  los  criados  en 

asunto  tan  delicado 

Gabriela, — Eso  le  probará  á  vd.,  tía,  de  lo  que  es  capaz  Octavio. 

Enriqueta, — ¿Y  qué  te  dice  ese  hombre  en  esa  carta? 


22  REVISTA  NACIONAL, 


Gabriela, — Que  lo  reciba  hoy,  hoy  mismo diez  minutos,  sola- 
mente diez  minutos,  y  si  no si  no  accedía  yo  á  su  demanda 

Enriqueta, — Si  no  accedías 

Oabriéla, — Dará  un  escándalo. 

Enriqueta, — Un  escándalo!  Hé  aquí  una  jcosa  que  es  preciso  evitar 

á  todo  trance ¡Un  escándalo!  líbrenos  Dios,  hija  mía,  ¡un  escánda- 

lo¡  ¡No  parece  sino  que  la  Providencia  me  ha  traído  á  tu  casa  esta  no- 
che. Y  mira.  Octavio  sabe  muy  bien  cuánto  me  opuse  yo  á  tu  enlace 
con  Federico yo  adivinaba,  mejor  dicho,  presentía  todo  esto.  Oc- 
tavio lo  sabe,  sí,  y  él  me  oirá,  porque  él  me  respeta Yo  necesito 

hablarle  hoy  mismo. 

Oabriéla. — ¿Hablaría  vd.  con  él? 

Enriqueta, — Por  supuesto. 

Oabriéla, — Pues  es  muy  fácil. 

Enriqueta, — ¿Cómo? 

Oabriéla, — Esperando  está  mi  determinación,  según  dice  en  esa  car- 
ta, en  la  esquina.  Allí  ha  debido  de  estar  aguardando  desde  las  oracio- 
nes de  la  noche.  ¡Vaya  vd.,  tía,  vaya  vd vd.  me  salvará oigo 

que  se  acerca  Federico;  se  estaba  vistiendo. 

Enriqueta, — Sí sí que  tu  esposo  no  me  detenga voy 

voy volveré. 

ESCENA  5* 

GABRIELA  Bola, 

Gabriela, — Cuan  buena  es!  Si  yo  hubiera  escuchado  su  voz  cariño- 
sa, viviría  de  otro  modo.  Viviría  aún  allá  en  mí  pueblo,  al  lado  de  mi 

padre mi  padre  tan  severo,  tan  adusto;  pero  tan  bondadoso  en  el 

fondo tan  inflexible  como  tan  tierno!  ¡Ah!  desventurada  de  mí! 

Él,  Federico 

ESCENA  6"* 

GABRIELA,  FEDERICO. 

* 

Federico, — Gabriela,  ¡cuan  hermosa  estás  así,  Gabriela  mía,  con  ese 
traje  tan  bello!  Ni  el  día  de  nuestra  boda  te  miró  tan  llena  de  seduc- 
ción y  de  hechizo  como  te  estoy  mirando  ahora!  [^saca  m  reloj  y  lo 


GABRIELA.  23 


mira].  Tú  sabes,  Gabriela  mía,  que  nos  hemos  anticipado  demasiado? 

Gabriela, — ¿Por  qué?  ¿no  dices  que  son  las  ocho? 

Federico. — Eso  es,  precisamente;  pero  aquí,  en  la  corte,  un  baile  no 
comienza,  como  allá  en  el  pueblo,  á  esa  hora no,  aquí  estas  fíes- 
tas  comienzan  más  tarde á  las  nueve 

Gabriela  [como  distraida  ópreocupadali. — ^Y  terminarán  entonces 

Federico. — Hasta  el  amanecer. 

Gabriela. — Demasiado  tarde Pero  nosotros  no  estaremos  tan- 
to tiempo ?[con  iiiquietud  marcada.'] 

Federico. — Ya  se  ve  que,  si  tú  quieres,  saldremos  antes;  será  lo  que 
á  tí  te  agrade.  No  pretendo  hacer  otra  cosa  que  complacerte,  que  ha- 
lagarte. Mas,  díme,  Gabriela,  ¿qué  tienes?  [davando  los  ojos  en  8U  es- 
posa]. 

Gabriela  [extremeciéndose]. — ¿Yo ?  ¿qué  tengo?  ¿por  qué ? 

pregunta  más  extraña !  nada yo  no  tengo  nada. 

Federico  [con  escudrifladora  mirada]. — ¿Nada?  no. 

Gabriela. — ^Yo  te  digo  que  no 

Federico  [con  acento  casi  de  conmedón]. — Pues  yo  te  digo  que  sí 

ven  acá siéntate. 

Gabriela  [sentándose]. — Federico ! 

Federico  [  tomando  una  sUla  y  sentándose  también  cerca  de  cHa].— 

Mira es  inútil  que  trates  de  ocultarme  un  sentimiento  que,  por  más 

que  lo  encarceles,  se  escapa  de  tí,  desbordándose  á  pesar  tuyo.  Escu- 
cha  Embargado  allá  en  los  primeros  años  de  mi  juventud,  por  ar- 
duas y  penosas  tareas  científícas;  más  tarde,  imbuido  en  la  política,  imas 

veces  victorioso,  otras  vencido poca  ó  ninguna  impresión  dejaron 

en  mi  alma  caprichos  del  espíritu,  devaneos  del  amor.  Juguete  de  eso 
que  llamamos  la  Fortuna,  y  que  no  es  otra  cosa  que  el  resultado  de 
nuestras  propias  pasiones  constantemente  en  lucha;  cansado,  perseguido 
por  el  cansancio  y  el  fastidio,  quiso  mi  suerte,  la  primera  vez  que  de- 
veras me  sonreía,  que  te  hallase,  Gabriela,  en  mi  camino.  Lejos  del 
mundanal  bullicio,  en  modesta  morada,  al  lado  de  honrado  padre,  te 

vi,  y  te  amé Te  dije  que  te  amaba  y  me  respondiste  que  pidiese 

tu  mano;  y  la  pedí,  y  me  la  dieron,  y  nos  casamos!  ¡Hermoso  día  el  día 
de  la  unión!  Y  no  por  la  fórmula.  Cualquiera  otra  hubiera  sido  igual 

para  mí Yo  creía  que  tu  alma,  de  antemano  unida  á  mi  alma,  se 

regocijaba  desprendiéndose  de  todo  afecto  humano,  para  consagrarme 
eternamente  su  cariño.  ;Es  ésta  la  vez  primera  que  me  acerco  á  tí  sin 


ISi  REVISTA  NACIONAL. 


darte  un  beso!  ¿Porqué  vacilo?  ¿por  qué  no  me  resuelvo?  ¿Me  amas, 
Gabriela? 

Gabriela. — Te  amo. 

Federico. — ^¿Más  aún  que  aquel  día? 

Gabriela. — Más  aún. 

Federico. — Cuida  de  que  por  esos  labios  tan  puros,  no  se  dibuje  ja- 
más ni  la  sospecha  de  una  mentira!  Dime pero  no,  no  he  de  pre- 
guntarte nada  hasta  que  acabes  de  oirme.  No  ha  de  ser  la  promesa  for- 
mulada al  pié  del  ara  la  que  ha  de  anudar  el  lazo  que  nos  mantenga 

unidos.  Olvídate  de  eso,  Gabriela  mía Imagínate  que  vivimos  allá 

en  los  primeros  tiempos  de  la  existencia  del  mundo,  cuando  aún  no  se 
promulgaban  ni  se  escribían  las  leyes  sociales,  hijas  del  desarrollo  mo- 
ral y  las  costumbres en  esa  época  en  la  que  yo  pienso  que  el  único  lazo 

conyugal  era  el  amor.  Pues  bien  escúchame  con  calma te  lo  ruego. 

Y  voy  á  acercarme  más  para  que  entiendas  mejor  [se  acerca  á  Gabriela). 
Si  es  que  sientes  por  mi  este  inexplicable  placer  que  experimento  mi- 
rándote al  semblante;  si  la  mirada  de  tus  ojos  responde  á  la  mía,  ar- 
diente y  enamorada;  si  repercute  en  el  tuyo,  golpe  á  golpe,  el  latido  de 
mi  corazón,  que  porque  vives  tú  no  más  golpea;  si  tu  mano,  al  estrechar 
la  mía  se  extremece,  porque  se  regocija  tu  alma  al  contacto  del  calor 
de  mi  sangre  que  arde  en  ella;  entonces,  que  no  se  rompa  nunca  esa 
cadena  con  que  el  sacerdote  enlazó  nuestros  cuellos,  porque  amor  foijó 
sus  eslabones;  pero  si  no  es  así,  Gabriela,  si  al  contrarío  de  lo  que  sien- 
to sientes entonces,  no  existe  el  lazo aquello  fué  no  más  que  un 

sueño,  entonces  eres  libre Yo,  rechazando  con  todo  el  poder  de 

mi  alma  tan  bárbara  costumbre,  te  redimo  del  yugo  y  te  liberto.  Toma 
á  vivir  honrada  al  lado  de  tu  padre,  que  bajo  este  techo  honra  no  has 
de  hallar,  si  no  la  trajo  el  amor.  ¿Me  has  comprendido  ya,  Gabriela 
mía?  ¡Puedo  aún  decirte  más  si  tú  lo  quieres! 

Gabriela  [con  miLcha  emoción]. — ^No!  me  basta  con  lo  que  he  oído, 

Federico 

Federico. — ¿Y  me  amas,  Gabriela? 

Gabriela  [con  voz  insegura,  disimulando  su  emoción  en  lo  posible"]. — 
Te  amo! 

Federico. — Entonces,  júrame;  pero  no,  nada  me  jures Oye  aún: 

aún  es  tiempo,  Gabriela,  todavía No  sé  qué  terca  desconfianza,  no 

sé  qué  vago  y  pertinaz  recelo  se  aposenta  aquí  dentro  de  esta  entraña, 
que  al  despertar  en  ella  parece  que  se  levanta  allá  en  tu  pecho 


GABRIELA.  25 


Gabriela  Idiseulpando  su  sobresalto], — Es  que  como  nunca  me  ha- 
bias  hablado  de  este  modo,  Federico 

Federico  lentemecido'], — Tienes  razón pobre  Gabriela  mía!  no 

hay  peor  consejero  que  el  recelo ya  á  terminar  vamos;  pero  es  pre- 
ciso que  yo  te  diga  estas  cosas.  [^Recobrando  su  energía.']  Dime  lo  más 
malo  que  puedas  decirme:  con  tal  de  que  sea  la  verdad,  te  lo  perdono; 

pero  si  me  engañas,  Gabriela,  si  me  engañaras ¡Ay  de  ti !  ¡ay 

de  tí  entonces Júrame,  júrame  que  sólo  ámí  me  amas júralo 

si  es  la  verdad,  si  no  es  la  verdad,  no  lo  jures.  Cállate,  y  te  dejo....... 

y  no  me  vuelves  á  ver,  y  no  te  atormento  más. 

Gabriela  [^procurando  dimanarse], — Te  lo  juro. 

Federico. — ¿Me  juras  que  me  amas? 

Gabriela  [afectando  energía], — Sí 

Federico, — Basta!  Dame  ahora  tu  frente  para  que  la  bese  yo 

Estás  deslumbradora ¡cuánta  envidia  van  á  tener  de  mí  esta  noche! 

Vas  á  lucir  como  luce  un  astro  en  la  mitad  del  cielo.  Y  mira,  [(Are  un 
estuche  que  contiene  un  rico  brazalete  de  brillantes]  para  que  brilles  más, 
te  he  traído  esto.  Esto  que  ves,  vale  mucho;  pero  no  mucho  dinero,  Ga- 
briela, que  para  comprarte  joyas  todo  es  poco;  vale,  porque  este  adere- 
zo perteneció  á  mi  madre,  á  mi  santa  y  buena  madre  que  de  Dios  ha- 
ya! Permíteme  que  yo  mismo,  yo  mismo,  lo  coloque  en  tu  brazo,  blanco 
y  trasparente  como  el  alabastro parece  que  la  luz  de  tu  pureza  bri- 
lla en  deslumbradores  cambiantes  en  cada  una  de  las  mil  facetas  de  es- 
tas magníficas  piedras. 

Gabriela  [aparté], — Parece  que  me  enreda  una  serpiente 

Federico, — Mírate  ahora,  mírate,  y  tú  misma  te  sorprenderás. 

Gabriela, — Gracias,  Federico.  [Tocan  la  campanilla.]  Llaman. 

Federico, — ¿Qué  podrá  ser?  Si  algún  importuno  viniera  á  mol^tar- 
nos.  ¡Por  cierto  que  en  mala  hora  vendría! 


ESCENA  T 


Dichos  y  ANSELMO. 


Anselmo, — Esta  carta,  sefior. 

Federico. — Muy  bien,  Anselmo.  Si  alguien  pregunta  por  mí,  que  no 
^estoy  en.casa. 

Anselmo. — Bien,  sefior.  El  té  está  servido. 


26  REVISTA  NACIONAL. 


Federico  [mirando  el  sobre']. — Bueno,  allá  vamos retírale 

¿qué  letra  es  esta  que  conozco  tanto  y  no  recuerdo ?  Gabriela,  vé  4 

tomar  el  té,  perdóname;  pero  no  tengo  gana déjame  un  momento 

solo  y  vuelve  en  cuanto  termines 

Gabriela. — Un  instante 


ESCENA  8* 


FEDERICO. 


Federico. — Letra  es  esta  que  mil  veces  vi  allá  en  otro  tiempo,  en  los 

borrascosos  días Son  los  caracteres  trazados  por  la  mano  de  un 

amigo  íntimo,  muy  intimo,  compañero  de  aventuras,  trasnochador  y 
bullicioso.  Se  me  figura  que  voy  á  cometer  un  crimen  al  abrirla,  y  si 
no  fuera  la  curiosidad [la  abre],  Ah!  bien  decía  yo Ernes- 
to  el  bueno  de  Ernesto,  tan  bueno  y  tan  calavera Aseguro  que 

éste  aún  no  se  corrige el  incorregible!  veamos  qué  me  dice  [fee]:- 

"Federico  amigo:  Te  vi  pasar  esta  mañana  y  te  reconocí  al  través  de 

la  portezuela  de  tu  carruaje corrí  tras  él  para  alcanzarte,  llamé  al 

cochero  con  las  manos  hasta  dejarme  las  palmas  adoloridas  y  rojas;^^ 
pero  nada,  todo  fué  inútil.  Entonces  hablé  de  tí  á  todos  nuestros  anti- 
guos conocidos  y  ninguno  me  daba  razón,  hasta  que  Ricardo,  ¿te  acuer- 
das de  Ricardo?  aquel  chico  que  mató  á  su  consorte  por  infiel,  y  de  quien 
tú  decías  horrorizado  que  no  volvería  á  lavarse  las  manos  con  agua 
pura  y  clara,  sino  con  sangre  roja  y pues  bien,  Ricardo  me  dio  no- 
ticias de  tí  hace  un  momento  y  las  señas  de  tu  domicilio y  ahora 

te  escribo,  porque  aunque  no  me  has  ofrecido  tu  casa,  y  estados  mudan 
costumbres,  sin  embargo,  como  te  quiero  mucho  y  me  acosa  el  hambre 
de  hablar  contigo,  y  pudiera  suceder  que  pensaras  como  pensabas  an- 
tes, me  atrevo  á  citarte,  para  que  tomemos  juntos  alguna  cosa  en  casa 
de  la  señora  Filomena.  La  señora  Filomena  vive  donde  siempre  y  esta 
noche  da  una  aoirc  de  las  de  mejor  especie,  en  su  género.  Allí  te  en- 
contrarás á  Margarita,  que  todavía  suspira  por  el  Federico  de  su  alma. 
¡Vas  á  quedarte  admirado  de  la  constancia  de  esta  mujer!  Vas  á  sentir 
tu  vanidad  masculina  satisfecha con  que  no  te  olvides;  sitio  el  re- 
ferido; hora  las  10. — Tuyo  como  siempre. — Ernesto.^' 

¡Pobre  Ernesto!  ¡Cuándo  pensará  de  otro  modo  y,  ave  errante  y  per- 
dida, llegue  para  él  la  hora  de  buscar  refugio  en  el  árbol  benditol 


GABRIELA.  27 


¡Bendito  por  el  amor!  Pero  no  habrá  encontrado  todavía  una  mujer  bas- 
tante rica,  como  él  decía  chacoteando,  para  venderle  sus  noches!  ¡Como 
si  el  cariño  y  la  fidelidad  de  una  mujer  no  fueran  un  tesoro!  Yo  lo  bus- 
caré en  otra  parte;  pero  en  casa  de  la  señora  Filomena,  no,  allí  no 

[suena  la  campanilla.']  ¡Ola de  nuevo  llaman suben  y  oigo 

ruido  de  faldas ¿quién  será ?  Doña  Enriqueta Señora 


ESCENA  9* 

FEDERICO,  ENRIQUETA,  dcSpués  GABRIELA. 

Enriqueta. — Don  Federico,  buenas  noches 

Federico. — ¡Qué  gusto,  qué  satisfacción  recibo  al  verla  á  vd.  en  su 
casa !  Gabriela!  \llamando]  ¿Quiere  vd.  tomar  el  té  con  Gabriela? 

Enriqueta. — Muchas  gracias. 

Federico. — Supongo  que  vendrá  vd.  á  vivir  con  nosotros.  Este  es  un 
departamento  de  la  casa  de  mi  padre;  pero  es  amplio,  y 

Enriqueta. — Gracias Federico 

Federico. — Entonces ¡ah!  allí  viene  mi  esposa.  Mira,  Gabriela, 

quien  está  aquí:  tu  tía,  tu  buena  tía  Enriqueta,  por  quien  tanto  has  sus- 
pirado  [con  júinlo.'] 

Oabríela.—iTiSL ! 

Enriqueta. — ¡Mi  querida  sobrina !  y  estamos  de  baile  ¿eh?  me 

alegro vendré  otro  día mañana 

Federico. — Eso  no;  siéntese  vd.;  ¡pues  no  faltaba  más  que  eso!  Y  que 
todavía  no  es  hora,  faltan  50  minutos,  y  más  aún;  falta  todo  lo  que  que- 
ramos nosotros  que  falte [Entra  Anselmo  con  una  carta."]  ¿Otra 

carta?  Vamos habrás  dicho,  por  supuesto,  que  no  estoy  en  casa 

retírate  [á  Anselmo.]  Con  el  permiso  de  vd.,  voy  á  leer  ésto.  [Se  aproxi- 
ma al  velador  y  lee.] 

Enriqueta. — Lea  vd.,  lea  vd.  ¿porqué  no?  [en  voz  baja  á  Gktbrielal 
¡Allí  estaba! 

Oahríela  [en  voz  muy  baja], — Y  habló  vd.  con  él? 

Enriqueta  [lo  inisnxo]. — Sí,  hablé y  se  obstina  en  venir 

Federico  [doblando  la  carta  y  acercándose]. — Pues  hé  aquí,  señora 
tía,  que  ha  caído  vd.  en  esta  casa  como  llovida  del  cielo.  Tengo  que 
ausentarme  una  media  hora,  me  llaman  de  una  junta  á  la  cual  no  me 
es  posible  rehusarme ¡haber  escogido  este  día  y  esta  hora ! 


28  REVISTA  NACIONAL. 


Enriqueta, — Pues  vaya  vd. 

Federico, — Y  estando  vd.  aquí,  Gabriela  tendrá  compañía. 

Enriqueta. — La  acompañaré  unos  instantes  más.  El  tren  se  marcha 
y  hace  su  último  viaje;  pero,  en  fin,  yo  me  estaré  á  su  lado  cuanto  pueda. 

Federico, — Perdóname,  Gabriela,  pero  yo  no  te  haré  aguardar  mucho 

tiempo vuelvo ya  vuelvo [Se  va  por  la  segunda  puerta 

izquierda^  es  decir,  por  la  puerta  de  escape  misma  por  la  cual  saldrá  al 
final  del  acto']. 


ESCENA  10\ 

GABRIELA,  ENRIQUETA. 

(Se  suplica  á  la  actriz  que  represente  el  papel  de  Enriqueta  se  flje  en  las  acota- 
ciones, pues  de  otro  modo  podría  parecer  íálseado  el  carácter  de  este  personaje). 

Enriqueta, — Y  bien,  es  imposible  evitar  esa  entrevista 

Gabriela, — ¡Imposible! 

Enriqueta, — Así  es ese  hombre  está  loco. 

Gabriela, — ¿Y  si  yo  no  quiero? 

Enriqueta  [con  acento  de  seguridad], — Provocará  un  lance  con  tu 
marido. 

Gabriela,-— ¿Y  dónde? 

Enriqueta, — Aquí,  en  la  calle en  cualquier  parte. 

Gabriela, — iNo  hará  eso! 

Enriqueta, — Te  digo  que  lo  hará 

Gabriela. — Pero  hablar  con  él 

Enriqueta  [reflexionanda  un  instante"], — Si  así  evitas  mayores  des- 
gracias  

Gabriela, — Pero  yo  no  podré 

Enriqueta  [con  legitima  convicción], — Si  tienes  energía 

Gabriela, — Sí. 

Enriqueta. — Si  la  dignidad  te  escuda 

Gabriela. — Sí. 

Enriqueta, — Si  tu  posición  y  tu  deber  te  alienta [con  acento  enér- 
gico,] 

Gabriela. — Sí 

Enriqueta, — Rechazarás  las  pretensiones  de  Octavio,  le  harás  com- 


GABRIELA.  29 


prender  que  de  ti  no  tiene  nada  que  esperar {como  convencida  de 

que  8U  sobrina  así  lo  hará,'] 

Oahriela, — Eso 

Enriqueta, — Y  dejará  de  perseguirte. 

Gabriela, — Dejará  de  perseguirme 

Enriqueta, — Y  vivirás  más  tranquila [con  marcado  contenta- 
miento] 

Gabriela, — Sin  susto. 

Enriqueta, — Sin  temores y  evitarás  el  escándalo, las  habli- 
llas  la  murmuración 

Oahriela, — La  murmuración,  sí 

Enriqueta, — Y  habrás  cumplido  con  tu  deber.  [Como  quien  da  un 
consejo  sincero  emanado  de  la  pureza  de  los  sentimientos,] 

Gabriela. — Y  habré  cumplido  con  mi  deber. 

Enriqueta. — Pues  bien,  que  entre. 

Gabriela, — ¿Que  entre?  ¿hoy  mismo? 

Enriqueta, — Ahora  mismo.  ¿No  estás  sola? 

Gabriela, — No,  no  estoy  sola,  allí  está  Anselmo,  el  criado,  no  el  cria- 
do, el  amigo  de  Federico. 

Enriqueta, — Anselmo  saldrá  conmigo,  irá  á  acompañarme,  no  he  de 
ir  sola  á  la  plaza. 

Gabriela, — Es  verdad Anselmo  podrá  salir  con  vd 

Enriqueta, — Pues  al  momento  no  hay  tiempo  que  perder,  llama. 

Gabriela  [tocando  la  campanilla], — ¿Y  cómo  ha  de  venir? 

Enriqueta, — Le  avisaré una  seña,  una  palabra  serán  bastan- 
tes  al  pasar  junto  á  él 

Gabriela. — Comprendo 

Enriqueta  [conmueha  energía], — Firmeza,  mucha  firmeza,  hija  mía, 
de  una  vez.  El  amor  se  sofoca;  ¡que  no  comprenda  ese  hombre  que  le 
amas! 

Gabriela, — No,  no  lo  comprenderá. 

Enriqueta, — Llama,  llama  otra  vez. 

Gabriela  [llamando], — Sí,  tía,  pero  qué  angustia! 

Enriqueta, — ¡Valor......  [Aparece  Anselmo.] 

Gabriela, — Anselmo,  acompaña  á  la  señora es  mi  tía 

Anselmx), — Bien,  señora. 

Enriqueta, — Pues  adiós adiós,  hija hasta  mañana 


ao  REVISTA  NACIONAL. 


» 


ESCENA  ir 

■ 

GABRIELA,   80l<l, 

Gabriela, — Hasta  mañana ¡mañana  será  otra  cosa !  ¡Octa- 
vio se  irá se  irá  lejos,  no  lo  volveré  á  mirar  en  ninguna  parte,  y 

al  cabo  me  acostumbraré  á  olvidarle!  Sí,  que  venga,  que  venga;  pero 
qué  extraña  agitación  me  domina,  qué  movimientos  son  éstos  que  den- 
tro de  mí  me  acosan no,  no  es  posible yo  no  le  recibo yo 

no  podré  hablar  á  ese  hombre;  mas ¿por  qué  nó?  si  así  está  de- 
terminado, si  asi  está  decidido ¡suben !  ¡oigo  sus  pasos ! 

¡allí  está ! 

ESCENA  12* 

OCTAVIO,   GABRIELA. 

Octavio. — Gabriela 

Gabriela, — Caballero ! 

Octavio, — Al  fin  accedes  á  mi  súplica,  y 

Gabriela. — Por  qué  me  tutea  vd.,  señor ¿acaso  no  ha  reparado 

vd.  dónde  se  encuentra? 

Octavio  [con  dulzura], — Sí,  ya  lo  veo no  me  encuentro  en  el 

rincón  de  aquella  sala,  á  la  tenue  y  suave  luz  de  aquella  lámpara 

No  en  la  calle,  al  pié  de  aquella  reja,  solitaria  y  triste  hoy enton- 
ces tan  alegre 

Gabriela  [dvldjuiando  algo  la  voz], — Caballero,  perdone  vd.  que  ye 
le  interrumpa;  pero  no  hay  tiempo  que  perder mi  marido 

Octavio, — Su  marido  de  vd 

Gabriela, — ¡Octavio — !  (¡oh!  ¡que  imprudencia!  ¡qué  imprudencia!) 
[aparte,] 

Octavio  [aparté], — ¡Triunfaré! 

Gabriela. — Señor si  he  consentido  en  que  vd.  llegara  hasta  es- 
te sitio,  ha  sido  sólo  para  pedir  á  vd.,  por  favor,  en  nombre  de  aquel 

cariño,  que  en  mi  alma  ha  desaparecido  por  completo por  favor, 

repito,  que  se  aleje  vd.  de  esta  casa y  que  no  me  importune  ni  me 

exponga  á  una  desgracia  que  sería  inmensa  é  irreparable ¿qué  bus- 
ca vd.?  ¿qué  quiere  vd.?  ¿qué  espera  vd? 


GABRIELA.  31 


Octavio  [con  profunda  tristeza'] . — Yo ?  ciertamente  nada 

Gabriela, — Nada,  es  la  verdad ¡nada! 

Octavio  (avanzando  un  poco). — ^Ver  por  última  vez,  de  cerca  la  luz 
►de  esos  ojos 

Gabriela  (dominada), — Ya  la  ha  visto  vd. 

Octavio  (avanzando  otro  paso), — Oir  otra  vez  el  acento  de  esa  voz 
ian  dulce  y  tan  amada. 

Gabriela, — Ya  la  ha  oído  vd. 

Octavio  (dando  otro  paso  hacia  Gabriela), — Estrechar  por  última  vez 
esa  mano  ardiente  y  temblorosa 

Gabriela  (retrocediendo  algo). — Eso ¡nunca ! 'vayase  vd., 

señor,  por  piedad  vayase  vd.  Diez  minutos vd.  pedía  diez  minu- 
tos  pues  bien,  ¡han  pasado  ya!  (con  voz  suplicante,) 

Octavio  (con  accTtto  muy  cariñoso). — Pues  su  mano Gabriela, 

líqué  trabajo  le  cuesta  á  vd.  darme  su  mano  para  que  me  vaya  yo ? 

Gabriela. — ¿Para  siempre? 

Octavio. — Sí,  para  siempre 

Gabriela  (tendiéndole  la  maao.) — Bien,  adiós. 

Octavio  (estrechando  con  efusión  inm^ensa  la  mano  de  Gabriela^  sin 
soltarla  hasta  que  lo  indica  el  diálogo  y  se  deja  al  actor  la  interpreta- 
ción delicada  del  resto  de  esta  escena). — ¡Ah!  Gabriela Adiós 

Y  ¿no  tendrá  nunca de  cuando  en  cuando,  un  recuerdo  para  su 

pobre  Octavio,  que  tan  desdichado  fué? 

Gabriela. — Tan  desdichado ! 

Octavio. — Sí encontrarse  de  repente,  robado,  robado  de  cuanto 

amaba  su  corazón su  contento,  su  alegría Y  eso  robado  trai- 

doramente  y  sin  motivo 

Gabriela. — ¡Traidoramente ! 

Octavio. — Sí 

Gabriela. — ¡Sin  motivo ! 

Octavio. — Sí,  sin  motivo. 

Gabriela. — Vd.  tenía  aquí  una  amante 

Octavio. — ¡Mentira! 

Gabriela. — ¡Vi  las  cartas  dirigidas  á  ella! 

Octavio. — Eran  falsas.  Antonio  García,  que  la  amaba  á  vd.,  y  esta- 
ba celoso,  inventó  ese  torpe  enredo;  esa  maraña  de  calumnias  y  de  in- 
famias para  separarnos ¿No  fué  Antonio  García  quien  le  dio  á  vd. 

«esas  cartas? 


32  REVISTA  NACIONAL. 


Gabriela  (interesándose  mucho  y  olvidando  su  situación  peligrosa,) 
— Sí,  él  mismo. 

Octavio, — Falsificadas,  Gabriela....  y  qué  ¿no  merece  nada  el  hombre 
que  fiel  y  constante  y  enamorado,  recibe,  de  repente,  en  premio  de  su 
amor,  de  su  idolatría,  descepción  tan  espantosa?  ¿Hay  injusticia  ma- 
yor? Gabriela tan  buena,  tan  generosa ¡No,  tú  recompensa- 
rás tan  inmenso  dolor  con  la  caricia  de  tu  mirada mírame,  sí 

sí no  lo  niegues,  no  lo  puedes  negar me  amas,  me  amas,  y 

yo te  adoro así,  cerca muy  cerca 

Gabriela  (como  volviendo  en  sí), — ¡Ah!  Pudieran  venir ! 

Octavio. — No,  nadie,  nadie  vendrá. 

Gabriela. — Es  muy  fácil aquí 

Octavio. — ¡Aquí  sí;  pero  allá  no! (señalando  el  aposento)  Un  be- 
so, Gabriela un  beso (avanzando  con  audacia.) 

Gabriela  (retrocediendo), — ¡Ah !  ¡retírate !  ¡suelta ¡ve- 
te  ! 

Octavio. — No  he  de  irme,  ven.  (La  va  arrastrando  á  la  puerta  pri- 
mera de  la  derecha  del  espectador  hasta  que  al  final  de  la  escena  casi 
desaparecen;  pero  cuidando  mucho  de  que  Octavio  ó  Gabriela^  cual- 
quiera  de  los  dos,  quede  visible  para  el  público.) 

Gabriela. — ¡No,  no !  ¡Llamaré entonces ! 

Octavio. — ¡Qué  has  de  gritar !  ¡mentira !  ¡no!  ¡Tú  no  grita- 
rás, porque  el  amor  te  grita  á  tí ! 

Gabriela. — ¡Octavio ! 

Octavio. — Ya.  (En  este  instante  es  cuando  casi  se  ocultan,  de  mane- 
ra que  Federico,  al  verlos,  crea  que  están  saliendo  del  interior  del  apo- 
sento. Para  él,  Gabriela  es  culpable;  para  el  publico  no.) 


ESCENA  13* 


Dichos,  Federico. 


(Aparece  Federico  por  la  segunda  puerta  izquierda  y  al  distinguirá  Gabrie- 
la y  Octavio,  después  do  una  exclamación  se  oculta). 

Federico. — ¡Ah!  (Ocultándose.) 


OABHIELA. 


ESCENA  14* 

FEDERICO  (oeuUÓ)f  OCTAVIO,  GABRIELA. 

OaJbriela, — No ahora  ya  no vete! 

Octavio, — ¿No  vas  á  un  baile? 

Oábriela, — Sí. 

Octavio. — ¿De  máscaras? 

Oábriela. — Sí. 

Octavio. — ¿Dónde? 

Gabriela. — ^No  lo  sé. 

Octavio. — Pero  podré  seguirles,  ¿quieres? 

Gabriela. — Sí. 

Octavio  (ya  cerca  del  fondo). — Llevaré  un  dominó  negro  con  un  la- 
zo blanco  sobre  el  hombro  izquierdo. 

Gabriela  (saliendo  rápidamente  por  la  primera  puerta  de  la  deredia, 
como  huyendo. — jAdios! 

Octavio  (ya  en  la  puerta.). — ¡Adiós!  , 

ESCENA  15* 

FEDERICO,  bamboleando. 

Federico. — Horrible !  horrible !  espantoso !  ¡Gabriela. . . . ! 

(llamando  con  roneo  acento)  ¡Si  no  fuera  por  mi  padre 


ESCENA  16* 


GABRIELA,  FEDERICO. 


Gabriela  (entrando  pálida  y  trémula), — Federico,  aquí  estoy 

¿Por  qué  me  has  llamado  así?  ¡qué  acento  tan  extraño  el  de  tu  voz! 

Federico, — ¿Lo  crees?  ¡Aprensiones!  ¿Nos  vamos  ya  al  baile,  Gabrie- 
la mía?  ¡Qué  pálida  estás! 

Gabriela.— -lY  o ? 


B.  K.-T.I!.-a 


REVISTA  NACIONAL. 


Federico  (aparte  y  muy  mareado). — ¡  Ah,  Ernesto,  nos  veremos  en  tu 
baile!  (AUo,)  Ya,  vamos.  ¡Pero  qué  pálida  estás!  (al  tomarle  el  brazo 

ve  el  brazalete').  ¡No,  así  no  te  llevo!  Quítate  ese  brazalete,  Gabriela 

ique  era  de  mi  madre! 

Gabriela  (tratando  de  qwtarsela  joyck). — ¡Dios  mío!  pero  ¿por  qué, 
Federico? 

Federico  (desabrochando  el  braacUetCf  'paes  Crobriela,  á  causa  de  su 
temblor  no  puede). — ¡Porque  no  quiero!  ¡Porque  no  puedes  llevarlo  ya! 
(Le  arranca  con  mal  comprimida  furia  la  joya  del  brazo,  y  arrojándo- 
la sobre  la  mesa,  le  dice):  Ahora  sí,  vamos !  (Le  ofrece  su  apoyo ^ 

y  salen  por  el  fondo.) 

CAE  EL  TELÓN. 


ACTO  TERCERO. 


8ala  en  casa  de  Filomena.  Dos  pequeñas  mesas  de  tapete  verde  con  cartas,  da- 
dos, juegos  de  damas,  dominó,  etc.  Una  mesa  redonda,  al  otro  lado,  con  co- 
pas y  botellas  de  vino.  Se  oye  de  cuando  en  cuando  la  música  de  un  baile, 
y  se  ven  convidados  de  ambos  sexos  que  atraviesan  por  el  fondo,  con  antifa- 
ces unos,  y  otros  sin  ellos. 


ESCENA  1* 

ERNESTO  y  cuatro  caballeros,  va^ndo  sus  copas, 
sentados  unos  y  otros  de  pie. 

Ernesto. — Difícilmente  le  veremos  aquí.  Parecióme  esta  mañana  que 
se  destacaba  su  semblante  sobre  el  fondo  obscuro  del  cupé  que  se  lo 

llevaba,  parecióme,  digo,  un  tanto  pálido  y  envejecido ya  se  vé, 

han  trascurrido  dos  años ¡cascaras !  cuando  se  ha  pasado  ya 

de  los  cuarenta,  la  picara  vejez  bien  que  dibuja que  la  pata  de  ga- 
llo se  pronuncia,  se  ahonda,  se  detalla:  que  el  párpado  superior  se  abul- 
ta, que  esa  arruga  que  en  la  frente  nos  procuramos  cuando  jóvenes,  á 
pesar  nuestro  más  tarde  se  acentúa que  la  piel  del  cuello,  floja,  se 


aABBIELA.  86 


cabalga  sobre  el  borde  luciente  y  almidonado  de  nuestra  camisa;  que 

algunos  hilos  de  afiligranada  plata  se  van  apareciendo  en  el  bigote 

Pues  todo  eso,  todo  eso  vi  en  el  rostro  de  nuestro  querido  amigo  Fede- 
rico, el  mejor  compañero  de  armas  que  tuvimos.  Tan  raro,  tan  original, 

tan  caprichoso,  y  con  tan  buen  instinto  y  con  tan  buen  talento ¡Y 

con  tan  buen  instinto,  y  con  tan  buen  talento,  casóse!  Si  yo  encontra- 
ra una  rica 

Cahallero  V — ¿Pues  no  la  has  encontrado?  ¿Y  Juanita  la  de  Rojas? 

JEmesto. — ¡Quiá !  dos  millones 

Caballero  2"* — ¿Y  es  poco? 

Ernesto, — Es  claro. 

Caballero  2*?— ¿Y  Elvira? 

Ernesto, — ^¿La  hija  del  banquero?  iToma !  un  poco  más  y  eso  es 

todo No,  no,  yo  necesito  algo  fabuloso,  algo así,  como  una  crea- 
ción de  Alejandro  Dumas Una  condesa  de  Montecristo Pero 

este  Federico pues  si  se  descuida,  me  cuelo  por  el  zaguán  de  su  casa 

y  hasta  que  me  tope  de  narices  con  él. 

ESCENA  2* 

DichoSy  FILOMENA. 

Ernesto, — Ah!  Filomena 

Filomena, — Caballeros,  buenas  noches.  ¿Y  nuestro  prófugo? 

Ernesto, — Aún  no  viene ni  vendrá ¡Cascaras  y  cuánto  lo 

siento! 

Filomena, — ¡Y  yo! 

Ernesto, — Será  que  como  ya  es  casado 

Filomena, — Y  qué  importa  eso,  ¿esta  casa  es  acaso  una  mala  casa? 

Ernesto, — ¡Oh!  no  tal. 

Filomena, — ¿Se  deshonra  quien  viene  á  ella? 

Ernesto, — Eso  no,  de  ninguna  manera;  (aparte)  pero  tampoco  se 
honra. 

Filomena, — ¿Qué  ha  murmurado  vd.  entre  dientes? 

Ernesto, — Nada pienso  que,  y  eso  aquí  para  nosotros,  pienso  que, 

digo,  aquí  hay  un  poco  de  libertad no,  no  precisamente  de  liber- 
tad, de  ligereza;  eso  es  de  ligereza 

Filomena, — Como  en  todas  partes......  como  en  todos  los  bailes,' aun 


86  REVISTA  NACIONAL. 


en  esos  que  se  dan  en  la  corte^  entre  la  sociedad  escogida,  ¿se  atreverá 
vd.  á  negarlo? 

Ernesto. — A  negarlo  precisamente,  no,  porque  yo  nada  niego 

porque  todo  lo  creo porque  todo  es  posible,  Filomena.  Aquí  en 

esta  casa  reina  la  alegría  y  el  contento  y,  vamos,  se  goza  como  en  todas 

partes,  tiene  vd.  razón,  pero  el  mundo  es  asi de  que  señala  con  el 

dedo 

Füomena, — Eso la  fama,  la  mala  fama;  la  calumnia 

Ernesto, — ¡Cascaras !  ipues  no  es  nadal  el  dedo  de  la  calumnia 

es  un  dedo  terrible 

Filomena, — ¡Terrible ! 

Ernesto, —  Pues  eso  es  todo:  justo  ó  injusto  cuando  señala,  señala; 
y  lo  bueno,  para  que  lo  sea,  tiene  que  serlo;  y  además  de  serlo,  parecer- 
lo,  esto  es  muy  viejo;  pues  bien,  esta  casa  está  señalada. 

FüoTnevia, — Malamente. 

Ernesto, — ^Pero  está.  Y  un  hombre  que  se  ha  metido  á  serio,  que 
ocupa  sitio  eminente  en  el  mundo  político  y  social,  no  digo  que  se  des- 
dore viniendo  á  estas  reuniones;  pero  las  rehusa,  ó  mejor  dicho  las  re- 
huye por  conveniencia.  ¿Me  ha  entendido  vd.  ya,  Filomenita? 

Filomena, — Sí,  sí he  creído  comprender;  creo  que  le  compren- 
do á  vd.  Ni  que  fuera  yo  tan  escasa,  vamos!  !HolaI  comienza  un  wals. 

Ernesto, — Y  yo  tengo  con  quien  bailarlo,  con  Margarita.  Este  era  el 
reservado  para  Federico. 

Caballero  1* — Y  yo  lo  mismo,  tengo  compañera. 

CoioZ/ero  2?— Y  yo 

Caballero  3*— Y  yo. 

Caballero  4" — Y  yo  también. 

Filomena, — ¡Y  todos!  Idos,  idos á  divertir Y  yo  á  mirar  có- 
mo os  divertís,  señores! 

ESCENA  2* 

FEDERICO  T  GABRIELA  entran  por  el  lado  contrario 
al  qae  todos  se  fueron. 

Federico, — Aquí  esperará  vd.,  en  este  sitio,  señora. 
Gabriela, — ¡Ahí  por  favor  no  me  dejes  sola. 
Federico, — Así  es  preciso. 
Gabriela, — Está  bien. 


GABRIELA.  87 


ESCENA   3* 
GABRIELA  80la. 

¡Qué  es,  Dios  mío,  lo  que  he  hecho!  ¡qué  ha  pasado  por  mi  en  unos 
cuantos  momentos!  Antes  era  el  dolor  de  la  culpa,  ahora  es  el  remor- 
dimiento de  la  falta.  ¡Yo  contaba  para  defenderme  de  ese  hombre  con 
mi  deber,  con  mi  posición,  con  mi  energía!  ¡No  contaba  con  mi  amor 
para  rendirme!  ¡Ah!  ¡tía,  de  mi  alma,  ni  tú  contabas  con  él!  ¿Pero  qué 
lugar  es  este?  ¡Qué  entrada  tan  estrecha,  tan  lúgubre,  tan  sombría,  la 
entrada  de  esta  casa!  Esa  música  llega  á  mis  oídos  tristísima;  y  quiere 

Federico  que  yo  baile I  Y  luego  aquellas  entrecortadas  frases  que 

se  escapaban  de  sus  labios El  instinto,  el  instinto  del  mal,  decía, 

no  será  mala  la  escuela!  ¿qué  escuela? Vienen;  ¿quién  vendrá? 

(JSe  d^a  caer  en  un  sillón  y  se  cubre  el  rostro  con  las  manas  á  pesar  del 
antifaz) 

ESCENA  4* 

Federico. — Ernesto. — Gabriela. 

Ihmesto. — Pues  chico,  ya  lo  ves,  ni  aquí  estamos  solos mira. 

[Señalando  á  Oabriela,'] 

Federico, — ^Ah!  no  hagas  caso,  esa  mujer  que  ves  allí  es  una  joven 
bella,  muy  bella,  de  incomparable  belleza;  pero  es  sorda. 

Ihiesto, — ¿Sorda? 

Federico, — Como  una  tapia. 

Oabriela  [aparte']. — ^¿Qué  dice? 

Ihiesto. — ¿Deveras?  Pobrecilla!  ¿y  tú  la  conoces? 

Federico, — Algo sí. 

Ernesto, — Y  ¿á  quién  aguarda? 

jPedenco.— A  Filomena. 

Ernesto^ — De  manera  que  podemos  hablar 

Federico, — De  todo Sentémonos. 

Ernesto, — Sí,  llenemos  nuestras  copas  y  hablemos,  después  de  dos 
afios  de  mutismo.  [Se  sientany  cada  uno  con  su  copa,] 

jPedmco.— Hablemos. 


88  REVISTA  NACIONAL. 


Ernesto, — ¿Conque  te  casaste? 

Federico, — Sí me  casé;  ¿qué  querías  que  hiciese?  El  que  de- 
veras se  enamora  y  puede  casarse,  se  casa;  eso  es  lo  natural,  eso  es  lo 
lógico Es  verdad  que  vivía  yo  hastiado  de  la  soledad,  del  aban- 
dono, me  parecían  los  días  muy  largos,  las  noches  interminables. 

Ernesto. — Entonces,  la  reflexión,  la  necesidad 

Federico. — ^Ah,  no!  Ojalá!  |Ojalá  que  la  reflexión  y  la  necesidad  me 
hubieran  obligado  á  casarme !  ¡Hoy  no  me  consideraría  tan  desdi- 
chado! 

Ernesto. — Desdichado,  chico,  ¿y  por  qué?  ¿Ya  ves?  Eso  sí  que  no 
me  gusta,  y  me  contraría 

Federico. — ^Lo  creo,  Ernesto;  siempre  has  tenido  buen  corazón,  y 
siempre  cupo  en  tu  alma  el  puro  y  legítimo  sentimiento  de  la  amistad. 

Ernesto. — Y  bien  ¿por  qué  eres  desdichado? 

Federico. — Porque  me  casé  adorando  á  la  mujer  que  en  suerte  me 
había  tocado  para  que  fuese  la  compañera  de  mi  vida,  y  cuando  más 
enamorado  estaba  de  ella,  cuando  mi  idolatría  rayaba  en  frenesí,  una 
noche,  al  comenzar  de  una  noche;  súbita,  terrible,  implacable,  llegó  la 
muerte  á  su  lado,  y  arrebátemela,  Ernesto. 

Ernesto. — Ah! 

Federico. — Sí 

Ernesto, — ¿Conque  eres  viudo? 

Federico. — ^Así  es. 

Ernesto. — ^¿Y  amabas  mucho  á  tu  esposa? 

Federico. — Sí,  mucho! 

Ernesto. — ¿Y  siempre  ío  mismo? 

Federico. — Más  cada  día. 

Ernesto. — ^¿Deveras,  hombre? 

Federico. — Deveras. 

Ernesto. — Pero,  ¿no  te  aburriste  de  ella? 

Federico. — Nunca,  ni  un  minuto. 

Ernesto. — Pues  mira,  chico,  hé  ahí  una  cosa  que  yo  no  he  podido 
comprender  jamás.  Y  hasta  hoy  lo  creo  porque  te  conozco  y  sé  que 
no  engañas.  Porque  yo,  que  creo  en  todo,  no  he  podido,  en  la  vida, 

creer  que  un  marido  no  se  cansara  de  su  mujer Bien  que  viviste 

tan  poco  tiempo  á  su  lado! 

Federico. — Así  hubiera  sido  un  siglo Era  tan  bella,  tan  sen- 
cilla   y  era,  hasta  el  momento  en  que  murió,  tan  humilde  y 


GABRIELA. 


bondadosa!....  Pero,  oye  tú,  ¿creerás  que  desde  esta  misma  tarde  he 
quedado  consolado? 

Ernesto, — Ahí  yo  te  daré  un  remedio  para  consolarte,  yo  encontraré 
un  lenitivo  á  tus  dolores  ¿Y  qué  .es  pues  ello? 

Federico. — ¿Qué?  Que  al  lado  de  mi  desgracia  he  visto  levantarse 
esta  tarde  una  desgracia  mayor! 

Ernesto. — ¿Mayor? 

Fedvrico. — Mayor,  sí,  mucho  mayor  que  la  mía!  Tengo  un  amigo 

intimo,  muy  intimo tú  no  le  conoces  porque  esta  amistad  la  hice 

en  mis  viajes;  casado  era  como  yo. 

Ernesto. — Pues  qué,  ¿ha  muerto? 

Federico. — No,  que  eso  mejor  hubiera  sido;  digo  que  era  casado, 
porque  ya  no  lo  es. 

Ernesto. — Ah!  comprendo,  murió  su  esposa. 

Federico. — No,  tampoco,  que  eso  mejor  también  hubiera  sido. 

Ernesto— -Entonces 

jPcdmco.— rSucedió  que,  lo  mismo  que  me  había  acontecido,  súbita, 

traidora,  encubierta lo  mismo  que  la  muerte.se  acercó  al  lado  de 

mi  esposa  para  arrebatármela,  la  deshonra  se  acercó  al  lado  de  la  es* 
posa  de  mi  amigo  para  llevársela. 

Ernesto. — Pero  ¿la  sorprendió? 

Federiro. — Allí  mismo. 

Ernesto. — ¿Con  su  amante? 

Federico. — Con  su  amante.  Era  el  momento  en  que  salían  juntos 

de  la  misma  cámara  nupcial y  el  marido,  mi  amigo,  sintió  en 

aquel  momento  lo  que  de  seguro  experimentó  Satanás,  cuando  en 
aquel  terrible  instante  cayó  arrojado  por  Dios  del  cielo  á  los  infier- 
nos. 

Ernesto. — Mataría  á  la  infiel  esposa,  como  Ricardito. 

Federico. — No. 

Ernesto. — Mataría  al  amante. 

Federico. — No,  tampoco.  Si  hubiera  tenido  un  arma  en  aquel  mo- 
mento, sí,  probablemente  habría  matado  á  los  dos,  pero  mi  amigo  iba 
á  un  baile Pero  mira,  mira  lo  que  Dios  hace,  Ernesto,  si  mi  ami- 
go hubiera  matado  á  su  mujer,  ésta  sería  la  hora  en  que  de  seguro  vi- 
viría arrepentido desesperado. 

Ernesto. — ¿Y  por  qué? 

Federico. — Porque,  le  conozco  mucho,  miraría  eternamente  delante 


40  REVISTA  NACIONAL. 


de  SUS  ojos  aquel  bello  fantasma,  el  ideal  de  sus  sueños,  su  amor,  su 
encanto,  su  gloria,  su  alegría,  su  embeleso,  su  Gabriela 

Oabriela  {levantándose  y  con  voz  auplícante,  á  Federico], — Señor, 
y  esa  Señora  á  quien  espero 

Federico  [acercándose  á  ella  y  con  a^cento  dulce  pero  irónico']. — Es- 
pere Vd.  todavía.  Todavía  tiene  Vd.  que  esperar  más. 

Ernesto  [á  Federico], — Si  quieres,  llamaré  á  Filomena. 

Federico, — No,  que  espere;  si  al  fin  nada  oye. — Y  ¿qué  habría  con- 
seguido mi  amigo  con  matar  á  la  adúltera  esposa? 

Gabriela  [aparte], — No,  eso  no.  ¡Dios  mió! 

Federico, — A  la  infame  que  voluntariamente  se  entregó  en  brazos 
de  su  amante. 

Gabriela  [aparte], — No! 

Federico, — Cuando  pocos  momentos  antes  había  jurado  á  su  esposo 
fidelidad  y  amor,  ¿la  mataba  para  lavar  con  sangre  la  mancha  de  su 
deshonra?  Ay!  Aquella  sangre,  filtrando  gota  á  gota  por  entre  las  grie- 
tas de  aquel  sepulcro  cerrado,  volvería,  al  evaporarse,  á  llevar  en  sus 

átomos  dilatados  en  la  atmósfera,  el  recuerdo  vivo  de  la  deshonra 

Todo  el  mundo  seguiría  respirando  de  aquel  aire  impuro  y  corrompi- 
do. ¿La  mataba  para  satisfacer  su  venganza?  ¿Y  qué  satisfacción  es 
esa  de  sentir  junto  con  el  vacío  del  amor,  la  rabia  de  la  impotencia? 
¿En  cuál  sitio,  en  cuál  entraña  de  aquel  cadáver,  descompuesto  y  ho- 
rrible, iba  á  buscar  su  amor  para  tomarlo  por  las  alas  y  escondérselo 
en  el  pecho?  ¿La  mataba  para  castigarla?  ¿Y  qué  castigo  es  la  muerte, 
cuando  es  la  paz  y  la  dicha?  ¿Qué  castigo  es  dormir,  cuando  si  no  hu- 
biera noches,  y  no  existiera  el  sueño,  no  habría  consuelo  ni  descanso 
para  la  humanidad  sobre  la  tierra?  Y  si  ese  sueño  temporal  y  pasajero, 
tanto  acaricia  y  halaga,  ¿qué  dulce  y  qué  tranquilo  no  será,  Ernesto 
amigo,  el  sueño  etemo?  Y  ¿me  preguntarás  qué  hizo  mi  amigo? 

Ernesto, — Sí  ¿qué  hizo? 

Federico, — Lo  que  debía  hacer.  Llevarla  á  un  sitio  donde  sin  temo- 
res ni  zozobras  pudiera  dar,  en  adelante,  rienda  suelta  á  sus  instintos. 
Sacarla  de  aquella  casa  cuyas  paredes  sólo  debían  dar  abrigo  á  la  ven- 
tura y  á  la  felicidad;  aquella  casa  construida  para  el  amor,  como  el  nido 
de  las  aves.  La  llevó  á  un  sitio  donde  pudiera  ver  á  su  amante,  sin 
necesidad  de  llevar  cuenta  del  tiempo;  donde  sin  preocuparse  del  pa- 
sado ni  del  porvenir,  se  entregase  al  deleite  y  á  la  satisfacción  de  sus 
placeres Eso ¿Con  qué  objeto?  Si  ella  no  lo  sabe,  ella  lo  sa- 


GABRIELA.  41 


brá  después Si  tú  no  te  lo  imaginas,  después,  Ernesto,  lo  sabrás 

también. — Ernesto,  hazme  favor  de  ir  en  busca  de  Filomena,  porque 
esta  señora  se  cansa  ya  de  esperar,  y  á  fe  que  tiene  razón. 

Ernesto, — Voy ¡y  qué  bella  es! 

Federico, — Mucho,  muy  bella! 

ESCENA  5' 

Federico  y  Gabriela. 

Gabriela, — Señor,  señor;  por  piedad I  que  el  grito  de  mi  deses- 
peración penetre  en  el  alma  de  Vd.,  que  mi  llanto  ablande  su  pecho! 
Sáqueme  Vd.  de  esta  casa. 

Federico. — ¿Y  por  qué? 

Gabriela. — No  sé  dónde  estoy^ 

Federico. — ¿No  lo  ha  escuchado  Vd? 

Gabriela. — Sí,  pero  no  lo  puedo  creer  aún,  me  resisto  á  creer  eso. 
Vd.,  señor,  me  considera  más  culpable  de  lo  que  soy.  Óigame  Vd.,  es- 
cúcheme Vd le  juro  á  Vd 

Federico  [indignado']. — iSilencio,  señora,  no  jure  Vd.  nada!  Ahora 
¿oye  Vd?  la  música  armoniosa  de  un  wals;  ahora  á  bailar....  á  reir.... 
á  gozar;  yo  también  gozaré.  Es  lo  mismo;  la  dicha  está  donde  la  sen- 
timos, ¿no  es  cierto?  ¿Qué  importa  el  sitio?  Allá,  en  aquella  casa  cuyo 
umbral  no  volverá  á  traspasar  la  casa  de  Vd.,  el  Paraíso allí  tam- 
bién se  gozaba.  Aquí,  donde  va  Vd.  á  vivir  en  adelante,  el  pantano.... 
Aquí  también  se  goza!  Tanto  goza  el  pájaro  volando  en  las  alturas,  y 
bañando  su  plumaje  en  la  esplendorosa  luz  del  sol  del  día,  como  el  gu- 
sano en  el  lodo,  á  la  sombra  ingrata  de  la  ortiga.  Ah!  desengáñese  Vd., 
^to,  que  tanto  la  atormenta  hoy,  mañana  será  su  delicia.  Esto  es  lo 
mismo  que  bajar  una  escalera  á  oscuras;  cogido  el  primer  peldaño,  ya 
cogimos  los  demás.  ¡Silencio,  que  ya  vienen!  iSilencio,  le  digo  á  Vd.! 

ESCENA  6» 

Federico. — Gabriela. — Ernesto. — Filomena. 

Filomena. — Aquí  estoy,  aquí  estoy.  Perdone  Vd.,  señorita,  si  la  hice 
esperar  tanto.  . 

Federico  [jpresentándola'], — La  señorita  Lucrecia. 


42  REVISTA  NACIONAL. 


Ghbriela  [con  indignación], — ¿Lucrecia? 

Federico  [aparte  á  Gabriela'], — Así  se  llama  Vd. — La  señora  Filo- 
mena. [Presentándola  á  Gabriela,'] 

Filomena  [con  despejo,  pero  sin  mucha  desenvoltura], — Servidora- 
de  Vd Esta  es  su  casa Me  lían  dicho  que  ha  tenido  Vd.  en 

días  pasados  un  gran  pesar ¡un  desengaño!  ¿Y  qué?  No  haga  Vd. 

caso;  diviértase  Vd.;  distráigase  Vd.  ¡Poco  más  ó  menos,  todas  hemos 
tenido  penas  en  este  mundo!  ¡Valor!  Es  preciso  echárselo  todo  á  las 
espaldas.  ¡Va  Vd.  á  encontrar  aquí  amigas  tan  alegres,  tan  joviales! 
Ellas  le  enseñarán  á  Vd.  á  reir  de  las  descepciones  que  da  la  vida.  De 
eso  se  compone  la  vida;  ¡pero  qué!  Una  amistad  que  se  pierde,  se  gana 
con  otra  amistad;  un  amor  que  se  va,  se  consuela  con  otro  que  nunca 
tarda  en  llegar;  sobre  todo  si  se  busca  bien.  ¡Qué  bella  es  esta  señorita! 
¿No  es  verdad,  Ernesto?  Va  á  ser  esta  noche  la  reina  de  la  fiesta,  y  ten- 
dré, para  el  próximo  baile,  que  echar  abajo  un  tabique,  porque  estoy 
segura  que  se  duplicará  mi  concurrencia.  Pero  yo  me  lo  estoy  hablan- 
do todo,  y  no  hay  que  perder  los  instantes.  ¡Ea!  ¡A  bailar,  hermosa  y 
sin  rival  Lucrecia!  Venga  Vd. — ¡Baile  Vd.  con  ella,  Ernesto! 

Ernesto. — Con  mucho  gusto,  bailaremos  este  wals,  señorita;  tenga 
vd.  la  bondad  de  aceptar  mi  brazo. 

Gabriela  [retrocediendo], — ¿Yo? Señor 

Federico  [aparte  á  Gabriela] — Vaya  Vd. 

Ernesto  [tomando  el  brazo  á  Gabriela  y  llevándola  casi  arrastrada], 

— Cascaras y  ¡qué  hermosa!  ¡Lástima  grande  que  sea  sorda!  [Ap.. 

á  FedericOy  al  pasar  á  su  lado,] 


ESCENA  ?• 

Federico,  después  Anselmo. 

Federico  [viéndola  alearse]. — ¡Lástima  que  se  halla  ensordecido  su 
alma  á  la  voz  del  deber,  que  es  la  verdad!  Vé  [mirándola  aún],  ángel 
caído Encontrarás  tu  redención,  pero  después  que  escapes  del  nau- 
fragio de  tus  lágrimas!  [Toca  un  timbre  y  aparece  Anselmo.]  Ansel- 
mo, ve  á  casa  y  dispon  mi  maleta  como  en  otros  tiempos.  Saldremos 
mañana  temprano. 

Anselmo, — ¿Nos  vamos,  señor? 


GABRIEI^.  48 


Federico, — A  Europa,  Anselmo,  á  viajar,  á  viajar  (hasta  morir);  lo 
muy  preciso,  lo  más  necesario.  Toma  esta  llave,  saca  de  mis  gavetas 
todo  el  dinero  que  allí  encuentres  en  billetes  del  Banco  de  Londres. 

Anselmo. — Así  lo  haré,  seflor,  descuide  Vd.  [FcweJ. 


ESCENA  8» 

Federico,  después  Filomena  y  los  Convidados 

Federico, — Pero  ¿qué  rumor  es  ese? Desde  aquí  se  nota  en  el 

salón  extrafío  movimiento Ahí  ahí  viene  Filomena. 

Filomena  [enerando].— Nada,  no  es  nada,  fué  un  vahido,  pero  ya 
pasó.  Pobrecilla!  De  veras  que  es  un  ángel.  Se  conoce  que  ha  frecuen- 
tado poco  la  sociedad  esa  sefiorita.  ¿De  dónde  la  ha  sacado  Vd.,  Fede- 
rico? Dígame  Vd.,  dígamelo  Vd.  porque  estoy  que  muero  de  curiosi- 
dad. Y  además,  además  me  interesa  mucho  esa  nifia;  ha  llamado  mu- 
cho la  atención  de  todo  el  mundo. 

Convide^  1",  entrando  [al  Convidado  2"]. — Dicen  que  es  huérfa- 
na, que  es  una  huérfana  desvalida  y  desventurada  que  han  traído  á 
Filomena. 

Convidado  V* — Interesante  criatura!  Y  á  mí  no  me  miró  con  malos 
ojosl  al  través  de  su  careta 

Convidado  1" — Presuntuoso 

Convidado  2" — C!onquistaré  primero  á  Filomena,  y  luego Fe- 
derico, ¿Vd.  la  conoce? 

Federico, — ¿A  quién?  [Filomena  se  separa  del  grupo  y  mira  Jutcia 
el  salón']. 

Convidado  1" — A  Lúcrela. 

Federico, — Sí así de  paso. 

Convidado  2" — Pero  no  se  fijo  Vd.  en  sus  ojos.  ¡Qué  ojos! 

Federico  [aparte'] — Importuno! — No,  no  me  fijé. 

Convidado  2" — Es  lástima;  pues  fíjese  Vd. 

Filomena  [volviendo  al  grupo]. — Allí  viene viene  hacia  acá 

acompafiaéia  de  Ernesto está  mejor.  * 

Convidado  2" — ^Viene,  pues  aquí  hablaremos  con  ella.  Tiene  una 
voz 


44  REVISTA  NACIONAL. 


Federico  [á  Filomena], — Yo  no,  yo  no  quiero  verla.  Tengo  mis  ra- 
zones. Si  pregunta  por  mí,  dígale  vd.  jqueme  he  marchado  á  la  calle... 
[  Vase  por  la  puerta  lateral  derecha']. 

Filomena. — Bien . 


ESCENA  9* 
Ernesto. — Gabriela.-Filomena. — Convidado  1",  Convidado  2?  y  otros. 

Oairiela. — Ah!  También  aquí  hay  gente,  señor,  lléveme  vd.  donde 
pueda  estar*sola quiero  estar  sola 

Convidado  2? — Me  alegro  de  ver  á  Vd.  restablecida. 

Qabrida — Gracias. 

Convidado  1? — No  fué  nada;  pero  si  algo  se  le  ofrece  á  vd 

Gabriela. — Gracias. 

Convidado  3^ — La  felicito  á  Vd.,  Lucrecia. 

Gabriela. — Gracias,  [á  Ernesto']  Lléveme  Vd.  á  otra  parte. 

Ernesto. — Un  instante ya  la  llevaré  á  Vd. 

Filomena. — ¿Se  siente  Vd.  bien? 

Gabriela. — Bien,  muy  bien;  ¿me  haría  Vd.  el  favor  de  llamar  á  Fe- 
derico? 

Filomena. — ¿Federico?  Échele  Vd.  un  galgo. 

Gabriela. — ¿Pues  no  está  aquí? 

Filomena. — No,  se  ha  marchado. 

Gabriela. — Es  imposible!  Eso  no  puede  serl  Caballero,  [á  Ernesto] 
búsqueme  Vd.  á  Federico. 

Ernesto. — Sí,  señora ^  Señores,  Lucrecia  desea  hablar  á  Federico, 

¿tienen  la  bondad  de  buscarle  por  el  salón?  Será  un  servicio  que  Lu- 
crecia ha  de  agradecerles. 

Todos. — Sí sí con  mucho  gusto. 

Ernesto. — Ya  vd.  lo  ve.  Sabía  yo  que  este  era  el  modo  más  fácil  de 
que  volaran. 

Gabriela. — ^Ah!  Gracias,  muchas  gracias. 

Ernesto  [aparte  á  'Filomena j  con  gravedad]. — ^Todos  se  hin  ido.  Es- 
ta señora,  Filomena,  desea  estar  sola,  enteramente  sola.  Cuide  Vd.  de 
que  esos  impertinentes  no  vuelvan. 


GABRIELA.  46 


FiloTnena, — Eso  es  muy  difícil;  creo  que  es  casi  imposible  el  conte- 
nerles. Y  luego  como  esa  niña,  gazmoña  y  consentida,  se  anda  hacien- 
do la  interesante,  menos. 

Ernesto, — Calle  Vd.,  y  hable  con  más  respeto  de  esa  señorita.  Vd. 
no  ve  más  allá  de  sus  narices.  No  ha  comprendido  Vd.,  porque  no  es 

posible  que  lo  comprenda,  que  esa  mujer  es  una  desdichada ¿Qué 

misterio  se  encierra  en  el  fondo  de  esa  alma?  No  lo  sé,  pero  Federico 
debe  saberlo.  ¿Dónde  está  Federico? 

Filomena, — Se  ha  ido. 

Ernesto, — ¿Se  ha  ido? 

Filomena, — ^Sí 

Ernesto, — Mentira Está  Vd.  mintiendo.  ¿Dónde  está  Federico? 

Filomena  [señalando  el  aposento"], — Allí,  por  allí  salió,  pero  le  re- 
pito á  yd.  que  se  ha  marchado. 

Ernesto, — Bien,  yo  le  buscaré.  Deje  vd.  sola  á  esa  señora que 

aquí  no  venga  nadie 

Filomena  [retirándose']. — Bien si  así  lo  quiere  Vd 

Ernesto, — ^Así  lo  ordeno 

Filomena  [haciendo  un  gesto  de  desdén] — Entonces [Fflwc] 

Ernesto, — ^¿Para  qné  la  han  traído?  ¿Para  qué?  [Luego  se  acerca  á 

Gabriela  y  le  dice]  Y  bien ya  está  Vd.  sola.  Aquí  aguarda  Vd.  á 

que  le  traiga  noticias  de  Federico. 

Gabriela, — Ah!  el  alma  de  Vd.  es  la  única  alma  buena  que  hay  aquí. 

Ernesto, — No,  eso  no  es  cierto,  no  se  tienen  la  culpa  esas  otras  al- 
mas, señora,  de  no  haber  conocido  el  alma  de  Vd.  Todos  tenemos  piel; 
pero  no  para  todos  es  igual  la  quemadura. 


ESCENA  lOr 


Gabriela  sola. 


¿Se  habrá  marchado?  ¿Me  habrá  dejado  sola?  Y  si  así  lo  ha  hecho, 
¿qué  merezco  yo?  ¿No  me  preguntó  mil  veces  si  yo  le  amaba?  ¿Por  qué 
cobarde  el  corazón,  por  qué  más  cobarde  aún  el  labio  no  le  dijo  que 
no?  ¿Por  qué  mis  ojos,  siquiera  mis  ojos,  no  le  hablaron  á  los  ojos  de 
su  alma?  ¡De  su  alma  noble  y  generosa!  ¿Por  qué  él,  porqué  Octavio  no 
accedió  á  mis  súplicas  y  á  mis  ruegos?  ¿Por  qué  ese  hombre  compren- 


48  REVISTA  NACIONAL. 


Octavio. — ^Me  amas,  como  te  amo  yol  Gabriela 

(jhbrieUb. — ^Ahl  si,  para  desdicha  mía.  Pero  yo  no  debí  decirte  nunca 
esto  que  te  estoy  diciendo;  debí  ahogar  mis  sentimientos  en  el  fondo 
de  mi  pecho  y,  hasta  en  último  caso  denunciarte  á  mi  marido. 

Octavio, — Sí,  pero  una  vez  que  no  lo  hiciste  así;  dado  ya  el  primer 
paso,  Gabriela,  retroceder  es  imposible! 

Gabriela, — Imposible,  no;  te  equivocas 

Octavio, — ^¿Tú  lo  crees?  ¿y  qué  has  de  hacer?  Arranca  del  corazón 
de  tu  marido  la  serpiente  que  en  él  vive  enroscada Mi  amor,  Ga- 
briela, mi  amor  será  tu  único  refugio Espera,  voy  á  ver  si  todos 

los  convidados  están  en  la  mesa,  si  no  hay  nadie  en  la  galería,  y  vuel- 
vo por  tí.  [Voiepor  él  fondo  hacia  él  lado  izquierdo,'] 


ESCENA  12' 


Gabriela,  después  Federico  [con  dominó  negro  y  lazo  blanco^  por  la 

puerta  del  fondo ^  del  lado  derecho,"] 

Gabriela, — ¡Qué  silencio!  ¿Y  qué  voy  á  hacer?  pero  sí sí;  no 

es  posible  retroceder.  Federico  me  deja,  me  deja,  me  abandona!  Oh! 
¡qué  horrible  vacilación !  ^Aparece  Federico,]  Ya vamos,  Oc- 
tavio. ¡Ah!  iFederico!  [^Reconociendo  á  Federico  que  se  arranca  el  an- 
tifaz] 

Octavio  [ique  entra  disparando  su  pistola  sobre  Federico f  pero  sin 
que  logre  herirlo. — iFederico! 

Federico  [arrojándose  sobre  Octavio^  y  arrancándole  la  pistola  á  vi- 
va fíierza]. 

Octavio  [después  de  la  IvLcha,  parándose  valerosamente  frente  á  su 
riva^ — ^Tire  Vd 

Gabriela  [interponiéndose  entre  ambos] — No! 

Federico  [bajando  el  brazo,  y  con  acento  de  profundo  desprecio] — 
¿No? — Es  verdad;  [á  Octavio]  porque  si  le  matara  á  Vd.,  ¿quién  cui- 
daría de  esa  señora?  [Arrojando  á  Gabriela  en  brazos  de  Octavio^ 

Gabriela  [separándose  de  Octavio  y  yendo  á  apoyarse  en  el  respaldo 
de  un  sillón. — Ah! 


LA  MANCHA  DE  LADY  MACBETH. 


ESCENA  13' 

Filomena  y  todos,  acudiendo  al  sonido  del  disparo, 

¿Qué  pasa?  ¿Qué  pasa? 

Federico  [con  acento  smnhrio']. — Nada !  No  es  nada,  señores 

jugábamos  los  tres  una  partida  y  se  me  ha  disparado  la  pistola,!  cuan- 
do acababa  de  perderlo  todo! 

[Federico  se  marcha  hacia  el  fondo,  para  salir  á  la  calle,"] 

[Ghhriela  desde  que  se  apoya  en  el  respaldo  del  sillón  apenan  puede 
tenerse  en  pié,  y  al  decir  Federico:  "cuando  acababa  de  perderlo  todo,^^ 
cae  al  suelo  sin  sentido.  Octavio  se  adelanta  á  socorrerla,  y  todos  la  ro- 
dean], 

FIN  DEL  DRAMA. 


LA  MANCHA  DE  LADY  MACBETH. 


III 


Un  año  después  de  escritas  las  anteriores  cartas  Paz  no  tenía  ya  pa- 
dre y  Enriqueta  tenia  un  hijo.  Allá  quedó  el  padre  de  Paz,  en  el  ce- 
menterio de  San  Juan  de  Morelia!  Sus  últimos  días  fueron  muy  amar- 
gos. Los  acreedores  lo  asediaron,  y  como  había  descuidado  sus  negocios 
por  falta  de  fuerza  ó  de  estímulo,  ó  de  vida,  le  fué  preciso  presentarse 
en  quiebra.  Murió  el  pobre  creyendo  que  aún  dejaba,  después  de  pa- 
gar todos  sus  créditos,  dos  casitas  bien  saneadas  con  cuya  renta  podían 
yivir  modestamente  sus  dos  hijos.  Pero  el  remate  de  sus  bienes  fué 
desastroso  y  todo  hubo  de  perderse.  Paz  quedó  en  la  calle;  Pedro 
tenía  apenas  once  años — diez  menos  que  su  hermana — y  sus  únicos 
parientes  eran  un  tío  que  estaba  de  cura  en  Tequisquiapan  y  dos  primos 
tan  desTalidos  como  ellos.  Por  fortuna,  Paz  era  animosa  y  no  se  aco- 
bardó. Cosía  y  bordaba  lindamente;  sabía  tocar  el  piano,  hablar  fran- 

R.  N.-T.n.— 4 


60  REVISTA  NACIONAL. 

cés,  algo  de  inglés,  y  desde  luego  creyó  fácil  ganar  la  vida  á  fuerza  de 
trabajo.  Su  único  deseo  era  educar  á  Pedro:  sentíase  madre;  sentía 
como  si  en  ella  reviviese  aquella  que  se  había  ido  para  no  volver  y  á 
la  que  amaba  con  todas  las  fuerzas  de  su  alma. — ¿Qué  es — pensaba — 
sacrificarme  por  mi  hermano?  Es  darle  gusto  á  mi  mamá,  es  hacer  lo 
que  ella  hubiera  hecho;  es  ser  mamá  y  papá  al  mismo  tiempo! — Y  no 
desconfiaba  de  la  suerte  porque  á  sus  años  y  con  su  bondad,  no  se  des- 
confia  de  la  justicia,  no  se  desconfía  de  Dios. 

Enriqueta  fué  la  que  se  opuso,  con  muy  buen  juicio,  á  que  su  amiga 
diera  lecciones.  Había  venido  Paz  á  México  para  vender  los  muebles 
que  le  quedaban  y  para  instalarse  definitivamente  en  esta  ciudad.  Co- 
mo era  natural,  Enriqueta  la  hospedó  en  su  casa.  Enfermó  á  poco  y 
por  cierto  que  Paz  fué  una  bendición  del  cielo  para  ella,  porque  la  cu- 
raba, cuidaba  al  recién  nacido,  corría  con  todos  los  trabajos  de  la  casa, 
hacía,  en  suma,  lo  que  habría  hecho  la  madre  de  su  amiga,  si  hubiera 
vivido.  Por  eso,  por  cariño  y  por  algo  de  egoísmo,  se  opusieron  los  dos 
esposos  á  que  Paz  se  marchara  á  vivir  sola  en  la  vivienda  de  alguna 
casa  de  vecindad. 

— Mira — le  decía  Enriqueta — tú  eres  muy  hábil  y  muy  talentosa, 
como  te  decíamos  en  el  colegio;  puedes  dar  lecciones  de  todo  lo  que 
quieras  y  cobrarlas  á  peso  de  oro;  pero  eres  muy  muchacha  y  te  expo- 
nes á  que  hablen  mal  de  tí,  y  aun  á  otros  peligros.  Yo,  que  soy  casada, 
tengo  más  mundo  que  tú  y  te  prohibo  que  hagas  eso.  Nosotras  nos 
hemos  tratado  siempre  como  hermanas;  lo  mío  es  tuyo,  ¿qué  necesi- 
dad tienes  de  trabajar  para  vivir?  Con  los  mil  pesos  que  te  produjo  la 
venta  de  esos  famosos  cuadros,  que  te  costaron,  al  venderlos,  tantas 
lágrimas,  tienes  para  los  gastos  de  tu  hermano  y  para  los  pequeños  gas- 
tos tuyos,  por  algunos  meses.  Y  después,  Dios  dirá.  Puede  ser  que  te 
ganen  el  pleito  con  la  casa  de  Arreztieta,  y  ya  entonces  tendrás  un  pa- 
sar bastante  bueno.  Luis  conoce  á  un  joven  abogado,  muy  inteligente, 
muy  simpático  y  muy  bueno,  que  se  hará  cargo  del  negocio  sin  cobrar- 
te nada.  Además,  mi  señora,  ¿quién  nos  dice  que  no  se  casará  vd.,  y 
muy  bien,  en  un  abrir  y  cerrar  de  ojos?  Y  sobre  todo  ¿para  qué  nece- 
sitas ganar  dinero  tú  si  lo  tengo  yo?  Te  adelantaré  todas  las  cantida- 
des que  quieras  y  cuando  ganes  el  pleito  me  las  pagas.  Nada:  á  Pedro, 

al  colegio de  interno  si  te  parece,  para  que  estudie  más  aprisa  y 

los  malos  amigos  no  lo  pierdan,  y  tú,  con  nosotros.   Ya  ves  que  Lilis 
te  quiere  mucho.  Si  tío  fueras  mi  hermana  hasta  me  encelaríal  Todo 


LA  MANCHA  DE  LADY  MACBETH.  51 

se  le  vuelve  hablar  de  lo  hacendosa  que  eres,  y  de  lo  bien  que  aten- 
diste la  casa  mientras  estuve  en  cama,  y  se  encanta  cuando  te  oye  tocar 

el  piano,  y  quiere  que  lo  enseñes  á  pintar  acuarelas y  Paz  por  aquí, 

y  Paz  por  allá y  Paz  por  todas  partes.  Nos  haces  un  favor  posi- 
tivo con  quedarte.  Y  sobre  todo,  esto  no  está  á  discusión:  ¡que  no  te 
dejo.y  que  no  te  dejo!  ¡Yo  mando!  ¡Bonita  me  pondría  papá  si  consin- 
tiera en  que  te  fueras  á  la  calle!  Pero,  ¿estás  loca,  mujer?  ¡Tú,  con  esa 
cara  y  con  ese  cuerpo,  sola  en  una  periquera  de  casa  de  vecindad,  y 
corriendo  de  casa  en  casa  con  tus  libros  debajo  del  brazo,  como  una 

protestante !  Ni  por  pienso!   Cuando  Pedro  sea  ya  un  hombre, 

será  distinto  el  caso  y  podrás  irte  á  vivir  con  él.  Pero,  cuando  Pedro 
sea  ya  un  hombre,  tú  tendrás  dos  ó  tres  hombrecitos  tuyos,  como  el 
mío.  Por  ahora,  yo  hago  contigo  veces  de  mamá.  Te  dispondremos  tu 
habitación  aparte,  para  que  no  te  mortifiques.  Las  piezas  que  dan  para 
el  segundo  patio  están  para  ti  que  ni  mandadas  hacer.  Hoy  mismo  me 

ocupo  en  arreglártelas !  ¡chist!  Punto  en  boca,  no  me  digas  nada! 

Lo  dicho,  dicho! — 

Por  su  parte,  Luis  insistía  mucho,  ahincada  y  cariñosamente,  en  que 
Paz  se  quedara  con  ellos,  tanto  por  natural  y  legítimo  afecto  á  la  des- 
valida huérfana,  cuanto  por  interés  propio,  puesto  que  la  presencia  de 
aquella  nueva  persona  en  la  familia,  á  más  de  serle  grata,  lo  dejaba 
en  mayor  libertad  que  antes  para  salir  y  pasear,  seguro  de  que  Enriqueta 
quedaba  acompañada.  Fué  indispensable,  pues,  que  se  plegara  Paz  á 
las  amables  exigencias  de  sus  amigos,  y  que,  en  espera  de  mejores 
días,  mientras  el  pleito  se  ganaba  ó  Dios  acudía  á  salvarla  de  su  pre- 
caria situación  con  inesperado  socorro,  se  resignara  á  vivir  como  al 
arrimo  de  Enriqueti,  si  bien  retribuyéndola  con  logro,  en  solicitud  y 
cuidados,  su  hospedaje  afectuoso.  Por  lo  pronto  no  quiso  ella  consen- 
tir en  que  su  hermano  entrara  de  interno  á  algún  colegio. — Ya  ve- 
rían  Más  tarde!  Le  servía  tan  de  consuelo  verlo  á  su  lado. . . . 

hablar  con  él  de  sus  llorados  padres...!  Que  pasara  todo  el  día  en  el  co- 
legio  Eso  estaba  en  razón  y  era  debido.   Mas  que  la  noche  los 

juntara  para  revivir,  conversando,  días  pasados,  para  unir  sus  cabezas 
junto  á  la  blanca  veladora  y  mirar  el  retrato  bien  amado! 

La  habitación  de  Paz,  su  nido,  como  Enriqueta  lo  llamaba,  quedó  en 
verdad  muy  linda.  Una  salita,  que  era  un  juguete,  con  tres  espejos  que  ca- 
si cubrían  todas  las  paredes,  por  ser  éstas  muy*  chicas;  un  piano  de  no- 
gal que  estaba  antes  en  el  comedor  de  Enriqueta  y  que  habían  sustituido 


62  REVISTA  NACIONAL. 


r, 

I 


meses  atrás,  con  otro  mejor:  frente  al  balcón  que  daba  para  el  segundo 
patio,  angosta  columna  sustentando  un  biselado  porta-ramos  de  cristal; 
en  los  ángulos  dos  jarrones  de  porcelana;  seis  sillas,  cuatro  pequeños 
sillones,  un  sofá,  buena  alfombra  de  tripe,  y  en  el  balcón  y  en  las  dos 
puertas  elegantes  colgaduras,  del  mismo  color  del  ajuar,  de  rojo  oscu- 
ro. Cuando  los  domingos  colocaba  Paz  ñores  sueltas  en  el  porta-ramos 
y  en  las  jarras,  daba  gusto  entrar  á  aquella  salita,  no  rica,  pero  simpá- 
tica y  coqueta.  Seguía  luego  el  cuarto  de  Pedro,  sin  más  muebles  que 
un  catre  de  tijera,  un  ropero  algo  usado,  una  mesa  de  escribir,  un  buró, 
dos  sillones  forrados  de  cretona  y  un  aguamanil  de  latón  pintado  de 
blanco  y  salpicado  de  ñorecitas  azules.  En  seguida  estaba  la  recámara 
de  Paz,  semejante  en  lo  cerrada  y  llena  de  chucherías,  á  una  cajita  de 
dulces  comprada  el  día  de  año  nuevo.  Tenía  también  balcón  para  el 
segundo  patio,  y  estaba  frontera  á  la  sala  en  que  Luis  había  puesto  su 
billar.  Primorosa  era  la  cama  de  madera  fina,  angosta,  baja  y  con  sus 
colchas  y  su  pabellón  albeando  siempre;  y  muy  elegantes  y  coquetos  los 
silloncitos,  el  enano  canapé,  el  reclinatorio,  la  lámpara  azul  que  pen- 
día del  techo,  el  tocador,  de  igual  manera  que  la  cama,  y  en  cuya  pa- 
langana sólo  cabían  manos  de  hada  como  las  manos  de  Paz;  el  estante 
giratorio,  lleno  de  libros,  siempre  muy  bien  cuidados  y  con  pastas  bo- 
nitas; la  mesa  de  escribir,  que  casi  se  cubría  con  un  pliego  de  carta, 
con  el  tintero  de  cristal  y  con  la  pluma  de  oro;  los  dos  grabados,  que 
representaban,  uno  al  rubio  y  risueño  querubín  que  llama  á  la  vidriera 
de  una  ventana  gótica,  para  dejar  en  la  cuna  al  niño  que  trae  del  cielo; 
y  otro  al  ángel  de  cabello  negro,  que  entra  de  noche  á  la  alcoba,  y  se 
lleva  en  brazos,  para  que  ya  no  sufra,  para  que  vea  á  Dios,  á  la  blanca 
y  enferma  criatura.  Junto  al  lecho,  había  un  pequeño  Cristo  de  relieve, 
en  alabastro;  y  abajo  de  la  imagen  una  breve  taza  de  agua  bendita.  ¿Có- 
mo pudo  caber  tanto  en  tan  reducido  espacio?  ¡Cosas  y  artes  de  mujer! 
Seguía  aún  á  esta  pieza  otro  cuartucho  que  Paz  destinó  para  come- 
dor. El  ajuar  era  misérrimo;  una  mesa  de  madera  corriente,  cuatro  si- 
llas desvencijadas,  un  viejo  aparador,  y  en  el  aparador  poquísimos 
trastos.  Enriqueta  se  habla  opuesto  á  que  Paz  tuviera  comedor  en  su 
departamento,  para  obligarla  así  á  que  comiera  con  ella,  á  que  no  se 
aislara,  á  que  hiciese  verdaderamente  vida  de  familia.  Pero  Paz,  acce- 
diendo á  estos  justos  y  cariñosos  deseos,  quiso  sin  embargo,  arreglar 
mal  que  mal  alguna  pieza  en  la  que  pudiera  almorzar  y  comer  con  su 
hermano  cuando  por  cualesquiera  circunstandas,  por  enfermedad,  por 


LA  MANCHA  DE  LADY  MAOBETH.  68 

tristeza)  por  despego  de  la  sociedad,  ó  por  falta  de  traje  conveniente,  no 
quisiera  sentarse  á  la  mesa  de  su  amiga. 

— Esa  pieza — decía  Enriqueta — verás  tú  como  la  arreglas.  Lo  que 
es  yo  no  te  he  de  ayudar,  y  mientras  más  fea  quede,  mejor  para  mí. 

Era  visible  el  cariño  con  que  trataban  á  los  dos  hermanos  en  aque- 
lla casa.  Ellos  se  lo  merecían;  mas  por  raras  y  también  por  merecidas, 
eran  de  agradecerse  tales  muestras  de  afecto.  Pedro  pasaba  el  día  entero 
en  el  colegio.  Pasado  un  aflo,  cuando  él  tuviera  doce,  entraría  á  la 
Preparatoria.  Esto  ufanaba  mucho  á  Paz,  y  más  que  todo,  porque  no 
habiendo  internado  en  esa  escuela  verían  Enriqueta  y  Luis  que  le  era 
imposible  darles  gusto,  atendiendo  á  su  consejo. 

Habitualmente,  Paz  se  desayunaba  con  su  hermano,  pretextando 
que  necesitaba  levantarse  á  buena  hora  para  mandar  á  Pedro  á  su  co- 
legio, y  que  le  hacía  dafío  retardar  el  desayuno.  La  verdad  es  que  huía, 
en  cuantas  ocasiones  le  era  fácil,'  de  hacer  vida  íntima  con  los  dos  es- 
posos. Ayudaba  á  Enriqueta  en  cuanto  podía,  ya  peinándola  en  el  to- 
cador, porque  era  una  maestra  en  ese  arte;  ya  quedándose  á  cuidar  á 
la  criatura  cuando  la  mamá  iba  de  compras  ó  á  visitas.  La  acompañaba 
á  misa  algunas  veces;  pero  su  empeño  era  esquivar  las  ocasiones  de 
interrumpir  á  marido  y  mujer  en  sus  pláticas,  de  estorbarles,  de  proce- 
der con  excesiva  confíanza,  de  presentarse  con  Enriqueta  en  público. 
Por  fortuna  su  reciente  luto  y  su  incurable  y  justísima  tristeza,  eran 
buenos  pretextos  para  prolongar  ese  retiro.  Vivía  como  con  miedo,  co- 
mo encogida,  como  temiendo  siempre  que  le  cobrara  alguien  quién 

sabe  qué.  Le  daban  mucho  cariño,  pero la  frase  misma  lo  dice: 

se  lo  daban. 

Por  mucho  que  sea  el  afecto  que  en  ella  encontremos,  es  muy  triste 
vivir  en  casa  extraña.  A  cada  instante  se  pregunta  uno:  ¿estorbaré...? 

acaso  ahora  no;  pero ¿y  mañana?  Y  como  querse  hace  uno  pe- 

queñito  para  que  no  lo  vean,  para  no  hacer  ruido  y  para  que  lo  dejen 
arrebujado  en  su  rincón.  Se  sienten  vagos  deseos  de  decir  á  cada  paso 
y  en  voz  baja,  con  tpno  suplicante: — Muchas  gracias,  muchas  gracias; 
¡todo  está  muy  bueno,  todos  ustedes  son  muy  buenos!  Si  cometo  una 
falta,  ¡perdonadla,  no  será  por  mi  culpa!  Díganme  lo  que  he  de  hacer 
para  pagar  todo  esto.  Y  si  estorbo,  si  mortifíco  habladme  con  fran- 
queza! 

Disfrutamos  del  cariño  que  benévolamente  nos  otorgan,  como  se 
disfruta  de  un  objeto  prestado,  con  miedo  de  romperlo.  Y  se  está  con- 


5á  REVISTA  NACIONAL. 


tinuamente  con  sobresalto,  con  zozobra,  con  susto;  pensando  si  desa- 
gradará tal  ó  cual  acción  nuestra.  Antes  se  decía  del  amigo:  ¡me  quie- 
re mucho!  Después,  cuando  nos  favorece,  decimos:  ¡m^  trata  muy  bien! 
¡Qué  diferencia! 

Y  esta  misma  humillación  que  nosotros  mismos  nos  imponemos; 
este  vago  temor  que  nos  obliga  á  andar  quedo  y  encorvados,  como  hu- 
yendo de  un  acreedor  desconocido,  contribuye  á  rebajar  en  los  otros 
el  concepto  de  nuestra  propia  dignidad.  El  favorecido  es  el  que  con- 
vence al  protector  de  que  le  está  haciendo  gran  merced.  Piimerocreia 
el  protector  que  daba;  después  el  mismo  agraciado  lo  convence  de  que 
ha  prestado,  y  de  que  si  no  cobra  es  porque  no  quiere,  porque  es  bue- 
no. El  favor  que  antes  se  hacia  con  gusto  al  amigo,  se  hace  después  y 
con  mayor  solicitud  acaso,  pero  tristemente,  como  pensando:  ¿será  una 
orden ?  ¿Me  tratará  como  á  su  criado ? 

En  la  mujer  es  más  penosa  y  dura  esta  condición.  El  hombre  se  va 
á  la  calle,  olvida  un  poco,  se  cree  libre  mientras  está  fuera  de  la  casa. 
Además,  el  hombre  siempre  cree  que  va  á  pagar,  que  va  á  obtener  un 
buen  empleo,  que  pronto  va  salir  de  su  aflictivo  estado.  En  la  mujer 
el  roce  con  los  otros,  con  sus  protectores,  con  la  servidumbre,  con  las 
amigas  desdeñosas,  es  constante.  Ella  á  cada  momento  tiene  que  ser- 
vir, y  poco  á  poco  se  convierte  en  criada.  La  quieren  mucho,  ¡pero  es 
tan  útil  y  es  tan  buena! — Si  no  te  molesta,  anda  á  ver  si  el  niño  está 
dormido. — Tú,  que  bordas  tan  primorosamente  hazme  un  cojincito  pa- 
ra Adela. — ¡Anda,  péiname!  ¡qué  informal  es  esta  peinadora,  hoy  no 
ha  venido! — Voy  al  cajón,  ¿tú  no  querrás  venir,  verdad?  ¡Jesús,  qué 
monja!  Cuida  entretanto  á  Carlos,  y  da  tus  vueltas  por  el  cuarto  de 
costura. 

Todas  estas  son  gotas  de  tristeza  que  van  cayendo  en  el  corazón  has- 
ta que  lo  llenan.  «Y  si  ni  la  hermana,  ni  la  cuñada,  puestas  por  el  des- 
tino en  semejante  condición,  se  libran  de  sufrir  esas  ligeras,  mas  con- 
tinuas humillaciones,  ¿cómo  había  la  amiga  pobre  de  librarse? 

Por  eso  Paz,  con  ser  tan  humilde  y  resignada  como  era,  no  encon- 
traba contento  sino  allá  en  su  piecesita  azul  y  blanca,  sola,  esperando 
á  Pedro,  que  salía  en  las  noches,  y  haciendo  creer  á  los  demás  que  ya 
estaba  dormida. 

[Omtinuará.] 

M.  Gutiérrez  Nájzrá. 


MIS  VIAJES.  56 


MIS  TIAJES. 


sXtiba. 

No,  no  quiero  escribir;  en  vano  piensas 
Que  de  mis  viajes  la  variada  historia 
Hará  sudar  las  españolas  prensas. 

Aunque  desprecio  la  mundana  gloria, 
No  puedo  permitir  que  una  mentira 
Empañe,  vivo  ó  muerto,  mi  memoria; 

Y  á  decir  la  verdad  en  balde  aspira 
Quien  describir  emprende  ajena  tierra, 
Ya  en  prosa,  ya  á  los  ecos  de  la  lira. 

Cuál  escritor  por  ignorancia  yerra 
De  usos  que  no  comprende,  ó  del  idioma; 
Cuál,  á  sabiendas,  al  error  se  aferra. 

Miente  el  ético  Inglés  que  inverna  en  Roma; 
Miente  el  Embajador  que  habla  de  España, 

Y  el  mercadante  que  en  París  se  asoma. 

Miente  el  enfermo  que  en  Vichy  se  baña, 

Y  aun  el  tahúr  que  en  Báden-Báden  juega. 
A  sus  lectores,  cuando  escribe,  engaña. 

Ni  al  Canadés  que  vuelve  de  Noruega 
Debes  crédito  dar,  ni  al  peregrino 
Que  de  Jerusalén  devoto  llega. 

No  sé  qué  tíene  el  polvo  del  camino. 
Que  embriaga  y  emponzoña;  pero  mueve 
A  ocultar  la  verdad,  no  como  el  vino.   . 

Y  entre  la  tempestad  que  espesa  llueve 
De  fantásticos  libros  de  aventuras, 
¿Quién  la  verdad  á  pregonar  se  atreve? 


68  REVISTA  NACIONAL. 


V 


Pero  no  basta  al  héroe  ni  la  armada, 
Ni  el  oro  ni  el  poder,  que  la  fortuna 
Le  colocó  debajo  la  almohada. 

La  gloria  de  escritor  quiere,  ó  ninguna, 
Sin  ella  le  parece  despreciable 
Hasta  un  trono  en  los  cuernos  de  la  luna. 

¿Pero  cómo  escribir?  Muy  mal  el  sable. 
Peor  la  pluma  el  mandarín  maneja. 
Ni  puede  distinguir  remo  de  cable. 

Contar  no  sabe  ni  pueril  conseja, 
No  conoce  la  o  por  lo  redondo. 
Duro  es  su  corazón,  dura  su  oreja. 

¿Mas  quién  le  ha  de  pedir  obras  de  fondo? 
De  sandeces  le  basta  á  un  personaje 
Un  tomo  dar  á  luz,  mondo  y  lirondo. 

Al  derredor  del  mundo  emprenda  un  viaje, 
Llevando  un  saco  de  oro  bien  provisto, 

Y  diez  plumas  de  ganso  en  su  equipaje. 

Narre  lo  que  haya  visto  ó  no  haya  visto, 

Y  las  propias  ó  ajenas  impresiones 
Ponga  en  papel  un  secretario  listo. 

Imprímalas  con  cien  ütisiraciones 
En  Barcelona  ó  en  París;  y  fama 
Adquirirá  el  autor  y  patacones. 

Tal  es  el  plan  que  á  mi  almirante  trama 
Astuto  el  Ministerio  de  Marina, 
A  quien  tal  hombre  entre  su  geyte  infama. 

Hacia  París  el  Capitán  camina, 
Cual  fardo,  que  no  sabe  dónde  empieza 
Su  ciega  expedición,  ni  dó  termina. 

Sólo  ha  oído  que  en  Londres  hay  cerveza; 
En  Viena  y  en  París  mil  cortesanas; 
En  Roma  y  en  Madrid  gente  que  reza. 


MIS  VIAJES.  SB' 


De  aventuras  galantes  tiene  ganas; 
Pero  su  rostro  amoratado  y  feo 
Hace  salir  sus  esperanzas  vanas. 

Vaya  á  los  BtUevareSf  ó  al  Museo 
Del  Louvre,  ó  cruce  la  Avenida  Noche, 
O  deténgase  frente  al  Elüéo; 

En  templos,  en  hoteles,  á  pié,  en  coche, 
No  hay  dama  que  no  clave  en  él  los  ojos. 
Desde  la  Reina,  á  la  hija  de  la  noche. 

Su  rostro  de  leproso,  asco  y  enojos 
Causa  á  cuantas  le  ven:  ¡y  él  se  imagina 
Que  de  correrle  en  pos  tienen  antojos! 

Y  escribe  á  su  editor:  "Mi  faz  divina 
A  las  beldades,  como  imán,  atrae. 
Me  enamoró  en  Madrid  Dofia  Cristina; 

"Dofia  Isabel  aquí  en  mis  redes  cae; 

Y  á  veinte  cantatrices  en  Italia 

La  barquilla  de  amor  á  mis  pies  trae. 

**Dos  jamonas  me  buscan  en  Westfalia; 
Y,  antes  de  separarse  de  Milano, 
Me  solicita  la  gentil  Natalia. 

"Una  sultana  codició  mi  mano 
Allá  en  Constantinopla;  y  en  Calcuta 
La  esposa  de  un  Marajah  soberano. 

"De  Montecristo  en  la  encantada  gruta. 
Trató  de  conquistarme  nueva  Haidea, 

Y  en  la  isla  de  Ceylán,  indiana  astuta. . . .'' 

Mas  cansándote  voy.  ¿Habrá  quien  crea 
Que  en  cada  hembra  que  topa  el  majadero 
Mira  una  enamorada  Dulcinea? 

Abre,  si  te  sospechas  que  exajero, 
El  bien  impreso  libro;  y  sus  sandeces 
Lee,  si  tienes  valor,  de  cuero  á  cuero. 


«2  REVISTA  NACIONAL. 


Yo  por  modelo  á  mi  marino  escojo, 
Ya  en  la  veracidad,  ya  en  quijotismo. 
Ea,  voy  á  empezar:  la  pluma  mojo. 

Viajes, . .  (No,  que  es  vulgar)  El  Cristianismo 
En  frente  i  LOS  satánicos  altares 
Que  levantara  el  ciego  gentilismo. 

(¡Qué  titulo  tan  propio!)  /  Vastos  mares! 
Propicios  acoged  en  vuestro  seno 
Al  nuevo  Ulises  de  mis  patrios  lares. 

Desde  el  mar  de  Cortés^  hasta  el  Tirreno, 
A  recorrer  me  apresto  vuestra  anchura, 
Y  á  desafiar  vuestro  furor  sereno 


Ya  de  París  he  visto  la  hermosura; 
¿  Oreéis  acaso  que  ventaja  lleva 
A  mi  pueblo  natal  en  galanuraf 

Su  cúpula  San  Pedvo  [ved  la  pi*ueba^ 
Menor  que  su  dorado  campanario 
La  Catedral  de  Puebla  al  aire  eleva. 

En  la  nariz  sentéme  solitario 
De  la  estatua  que  á  Carlos  Borromeo 
Se  erigió  colosal  en  el  Calvario. 

Mármol  y  pobres  azulejos  veo 
^Que  en  México  se  ponen  en  cocinas^ 
Y  aquí  se  juzgan  dignos  de  un  museo. 

i  Oh  de  las  siete  indámitas  colinas 
•  Gentil  Señora!  Quién  tu  faz  entera 
Cambiara  hace  veinte  años  no  adivinas. 

¿Juzgas  que  tu  Concilio  definiera 
La  infalibilidad.^  No:  un  estudiante 
Que  ya  era  de  la  Iglesia  alta  lumbrera. 


MIS  VIAJES. 


Fui  yo;  con  un  discurso  rimbombante 
[§ue  el  profesor  dictar a\.  Yo  el  Imperio 
Acensué  á  Bismarckf  aun  no  triunfante. 

Por  MÍ  á  penosa  fuga,  el  cautiverio 
Prefirió  Pío  Nono. ...  Ya  no  rías: 
Antes  de  terminar,  hablaré  en  serio. 

Estas,  y  otras  cien  mil  majaderías, 
He  oído  proferir  literalmente 
A  viajeros  de  varias  jerarquías. 

Temo  dejar  llevarme  del  torrente, 
Y  hoy  que  mis  viajes  escribir  medito, 
Desfallecer  el  corazón  se  siente. 

Lo  haré,  pues  complacerte  necesito; 
Pero  aunque  de  verdad  protestas  leas. 
En  cuanto  sobre  viajes  haya  escrito 
Ni  una  palabra,  ni  una  tilde  creas. 


Ipandro  Acaico. 


Por  haberse  ausentado  de  la  capital  el  Sr.  D.  Manuel  Puga  y  Acal, 
queda  encargado  de  la  Secretaria  de  la  Dirección  de  esta  Revista  el  Sr. 
D.  Luis  González  Obregón. 


6á  AfiVISTA  NACIONAL. 


ItlBLIOGBAFIA. 


Rene  d'Empire  por  Paul  Gaulot. — 1.*'  vol.  París. — Ollendorff. — El 
interesante  libro  de  M.  Gaulot  tiene  este  segundo  titulo:  La  Verdad 
sobre  la  expedición  de  México.  No  se  trata  de  un  trabajo  puramente 
personal;  el  autor  más  bien  se  ocupa  en  coordinar  documentos  recogi- 
dos por  el  antiguo  pagador  general  del  Cuerpo  Expedicionario,  M.  E. 
Louet,  que  no  pudo  llevar  á  cabo  su  empresa  de  escribir  una  historia 
lo  más  exacta  y  completa  que  pudiera  de  la  expedición  francesa  en 
México,  asi  como  la  del  mal  aconsejado  y  desdichado  príncipe  que  fué 
la  víctima  más  notable  en  esta  gran  tragedia.  Para  ello  había  reco- 
gido numerosas  noticias  en  Bruselas,  en  Miramar,  en  Viena  y  en  Tries- 
te. En  Madrid  había  obtenido  que  Bazaine  le  cediese  los  documentos 
preciosos  que  poseía  sobre  el  particular,  como  cartas  confidenciales  de 
Napoleón  III,  de  Maximiliano,  del  Mariscal  Raudon,  etc.;  así  como  mu- 
chos expedientes,  notas  é  instrucciones  referentes  al  mismo  asunto. 
Con  estas  piezas  M.  Gaulot  ha  redactado  su  libro,  que  nos  proponemos 
estudiar  más  tarde,  y  que  empieza  en  Octubre  de  1861  para  terminar 
en  Abril  de  64. 


Notes  et  souvenirs  por  Ludovic  Halevy. — Para  aquellos  de  nuestros 
lectores  aficionados  á  la  literatura  francesa,  cuya  preponderancia  en 
los  países  de  lengua  española  no  declinará  en  mucho  tiempo  todavía, 
es  familiar  el  nombre  del  autor  de  la  obra  que  recomendamos.  Halevy 
es  un  académico  reconocido  maestro  en  el  manejo  del  idioma  francés, 
que  en  manos  de  los  modernistas  de  su  talla  ha  llegado  á  adquirir  una 
gracia  y  flexibilidad  prodigiosa:  para  encanto  de  las  personas  virtuo- 
sas ha  escrito  el  delicioso  libro  intitulado:  El  Abate  Constantino;  ^isra. 
los  amantes  de  la  observación  fina,  penetrante  y  maliciosa  de  las  cos- 
tumbres contemporáneas,  ha  escrito  Iais  Niñ<is  Cardinal  y  Princesa; 
los  refinados  á  quienes  gusta  ver  brotar  la  emoción  dramática  de  una 
acción  elegante  y  sonriente,  recuerdan  á  FroufroUy  la  comedia  que 
Juana  Hading  nos  declamó  admirablemente  hace  poco  tiempo.  ¿Y  la 
Gran  Duquesa?  ¿y  la  Bella  Elena?  Oh!  En  fin,  en  Notes  et  souvenirs, 
sentimos  vivir,  en  un  estilo  sin  pretensiones,  una  serie  de  tipos  y  de 
episodios  magístralmente  dibujados  á  vuela  pluma,  de  los  tiempos  agi- 
tados que  siguieron  á  la  toma  de  París  por  los  franceses  en  1871. 


V 


EL  ventrílocuo. 


UN  VENTKILOCUO. 


(TRADICIÓN.) 

El  General  D.  Antonio  Valero,  natural  de  México,  y  jefe  de  Estada 
Mayor  de  la  división  que,  en  1825,  sitiaba  el  Callao  defendido  por  el 
Brigadier  realista  D.  Ramón  Rodil,  valia  por  su  inteligencia,  denuedo, 
actividad  y  previsión,  casi  tanto  como  un  ejército. 

Pertenecía  á  esa  brillante  pléyade  de  generales  jóvenes  que  realiza- 
ron, en  la  guerra  de  independencia,  hazañas  dignas  de  ser  cantadas  por 
Píndaro  y  Homero.  Valero,  casi  adolescente,  militó  en  España  y  fné 
uno  de  los  defensores  de  Zaragoza.  Más  tarde  en  México,  su  patríai, 
Colombia  y  el  Perú  combatió  en  favor  de  la  independencia  americana» 

En  la  época  en  que  lo  presentamos,  Valero  acababa  de  cumplir  trein- 
ta y  tres  años,  y  era  el  más  perfecto  tipo  del  galán  caballeresco.  Sus 
compañeros  del  ejército  de  Colombia,  siguiendo  el  ejemplo  de  BolÍTar, 
eran  prosaicos  y  libertinos  en  asunto  de  amorios.  Valero,  como  Sucre, 
era  un  soldado  espiritual,  de  fínfsimos  modales,  culto  de  palabras,  res- 
petuoso con  la  mujer.  Él  entraba  en  el  cuartel;  pero  el  cuartel  no  en* 
tro  en  él. 

En  un  salón,  Valero  eclipsaba  á  todos  sus  compañeros  de  campa* 
mentó,  por  la  elegancia  y  aseo  de  su  uniforme,  gallardía  de  su  persona 
y  exquisita  amabilidad  de  su  trato.  En  el  campo  de  batalla,  era  Vale- 
ro, como  todos  los  bravos  de  la  patria  vieja,  un  león  desencadenado» 
No  hacia  más;  pero  no  hacia  menos  que  cualquiera  de  sus  camaradas» 

Valero  había  sido  favorecido  por  la  naturaleza  con  una  cualidad,  ra- 
rísima hoy  mismo,  y  que  á  principios  del  siglo  se  consideraba  como 
sobrenatural,  maravillosa,  diabólica;  cualidad  de  cuya  existencia  sólo 
la  gente  muy  ilustrada,  en  el  Perú,  tenía  noticia  más  ó  menos  Yaga. 

El  General  Valero  era ventrílocuo. 

Son  infínitas  las  anécdotas  de  ventrilocuismo  que  sobre  él  cuenta  la 
tradición,  y  la  fácil  pluma  del  General  colombiano  Luis  Capella  Tole- 
do ha  escrito  una  historia  de  amor,  en  que  Valero  hizo  noble  uso  de 
esa  habilidad  ó  disposición  orgánica,  para  obligar  á  una  joven  á  que 
no  se  apartase  del  camino  del  deber. 

A  un  militar  de  los  tiempos  que  fueron  oí  referir  que  en  un  banque- 

B.  K.-T.I!.-5 


AEVISTA  NACIONAL. 


iñ  se  propuso  Valero  mortificar  al  General  Santa-Cruz,  pues  al  trinchar 
un  camarón,  éste  le  dijo,  con  voz  lastimera: 

— ¡Por  amor  de  Dios,  mi  General,  no  me  coma  usted,  que  soy  pa- 
dre de  familia  y  tengo  á  quien  hacer  falta! 

Sorprendido  Santa-Cruz  dejó  el  trinche,  maravillado  de  oir  hablar 
•á  un  camarón. 

Puede  asegurarse  qué,  hasta  entonces,  no  tenia  Santar-Cruz  la  menor 
idea  del  fenómeno. 

Gracias  á  esta  individual  y  extraña  cualidad,  salvó  el  General  Vale- 
co  de  ser  fusilado  por  Rodil.  Refiramos  el  lance. 

El  castellano  del  Real  Felipe  tuvo  4viso  de  que  oficiales  patriotas, 
aprovechando  la  tiniebla  nocturna,  se  aventuraban  á  penetrar  en  el  Ca- 
Uao,  sin  duda  para  concertarse  con  algunos  descontentos  y  conspiía- 
4ovea.  Rodil  aumentó  patrullas  de  ronda  y,  efectivamente,  consiguió 
apresar,  ea  diversas  noches,  un  oficial  y  dos  soldados.  De  más  está 
•alladir  que  los  envió  á  pudrir  tierra. 

Era  una  madrugada,  y  el  General  Valero,  emprendiendo  el  regreso  á 
■sa  campamento  de  Bellavista,  ^  después  de  haber  pasado  un  par  de  ho- 
nras ea  conferencia  con  uno  de  los  jefes  del  castillejo  de  San  Rafael,  iba 
Á  penetrar  en  una  callejuelii  cuando  sintió,  por  el  extremo  de  ella,  el 
acompasado  paso  de  una  patrulla. 

El  audaz  patriota  estaba  irremisiblemente  perdido  si  seguía  avan- 
zando, y  retroceder  le  era  también  imposible.  Entonces,  ocultando  el 
«uerpo  tras  el  umbral  de  una  puerta,  apeló  á  su  facultad  de  ventrílocuo. 

Cada  soldado  oyó  sobre  su  cabeza,  y  como  si  saliera  del  cafión  de 
-su  fusil,  este  grito: 

— ¡Viva  la  patria!  ¡Mueran  los  godos! 

Los  de  la  ronda,  que  eran  ocho  hombres,  arrojaron  al  suelo  esos  fu- 
rsUes  á  los  que  se  les  había  metido  el  demonio,  fusiles  insurgentes  que 
babian  tenido  la  audacia  de  gritar  palabras  subversivas,  y  echaron  á 
correr  poseídos  de  terror. 

Media  hora  después  el  General  Valero  llegaba  á  su  campamento  rien- 
do aún  de  la  aventura,  á  la  vez  que  dando  gracias  á  Dios  por  haberlo 
ibecho  ventrílocuo. 

Lima. 

Ricardo  Palma. 

1  BeUayista  se  lialla  á  un  coarto  de  legua  del  Callao. 


UN  pontífice  máximo.  «7 


UN  pontífice  máximo. 


(GREGORIO  vil.) 


[Continúa,'] 


Al  sentarse  en  la  Sede  apostólica  el  nuevo  papa  inmortalizó,  adop- 
tándolo, el  nombre  de  Gregorio  VII.  El  estado  de  su  ánimo  se  revela 
fidmentc  en  la  carta  que  poco  después  de  su  exaltación  escribió  á  Hu- 
go, abad  de  Cluny:  "  i  Ojalá  pudiera  haceros  comprender — le  decía — 
**Ub  tribulaciones  que  me  asaltan  y  los  incesantes  trabajos  que  me 
**  abruman  diariamente!  Muchas  veces  he  rogado  al  Salvador  divino 
''que  me  saque  de  este  mundo  ó  que  me  permita  ser  útil  á  la  Iglesia, 
**  nuestra  madre  común.  Un  dolor  inefable,  una  inmensa  amargura 
^hm  invadido  mi  alma  al  contemplar  la  iglesia  de  Oriente,  arrancada 
^á  la  fe  católica  por  el  espíritu  de  las  tinieblas.  Vuelva  yo  mis  ojos  al 
^Occidente,  al  Mediodía,  al  Norte,  apenas  veo  algunos  sacerdotes  que 
^  hayan  subido  al  episcopado  por  las  vías  canónicas,  que  vivan  como 
^OBi^le  á  su  estado  y  carácter,  que  gobiernen  á  su  rebafio  con  espí- 
''ritu  de  caridad,  y  no  con  el  insultante  y  despótico  orgullo  de  los  po- 
nderosos de  la  tierra.  Entre  los  príncipes  seculares  no  encuentro  nin- 
''guno  que  prefíera  la  gloria  de  Dios  á  la  suya,  ni  la  justicia  al  interés; 
"y  los  pueblos  que  me  rodean,  romanos,  lombardos  y  normandos  son 

"peores  que  judíos  y  gentiles Si  no  alimentase  la  confianza  en 

"una  vida  mejor  y  el  deseo  de  ser  útil  á  la  Iglesia,  no  permanecería 
^más  en  Roma,  sábelo  Dios,  donde  me  encuentro  como  encadenado 
"hace  más  de  veinte  años,  flotando  entre  un  dolor  que  se  renueva  día 
"por  día,  y  una  esperanza  ¡ay  de  mí!  demasiado  remota:  mi  existencia, 
n  atacada  por  mil  tempestades,  no  es  más  que  una  continua  agonía. 
"  Pues  que  estamos  obligados  á  emplear  todos  nuestros  esfuerzos  para 
"reprimir  á  los  malvados,  y  á  defender  la  vida  de  los  religiosos,  mien- 
"  tras  que  los  príncipes  descuidan  sus  deberes,  te  exhorto  fraternal- 
"  mente  á  que  me  ayudes,  rogando  á  los  que  profesan  un  amor  since- 
"  ro  á  San  Pedro,  que  sean  de  veras  sus  hijos  y  soldados,  y  á  no  pre- 
^ferir  á  él  los  potentados  de  la  tierra,  que  sólo  sirven  para  otorgar 


68  REVISTA  NACIONAL. 


''  favores  despreciables  y  transitorios,  en  tanto  que  Jesús  los  promete 

*' efectivos  y  eternos Nuestro  único  deseo  es  que  los  impíos  se 

*'  conviertan;  que  la  Iglesia,  conculcada,  confusa  y  dividida  recobre  su 
^'  antiguo  esplendor;  que  Dios  sea  glorificado  en  nosotros,  y  que  noso- 
"  tros,  con  nuestros  hermanos  y  hasta  con  los  mismos  que  nos  persi- 
*^  guen,  podamos  alcanzar  la  salvación.  Por  una  vil  merced  prodiga  el 
"  soldado  su  vida,  y  ¿temeríamos  nosotros  arrostrar  la  persecución  por 

"  lograr  la  vida  eterna? " 

En  tanto  que  Gregorio  VII  se  apercibía,  intrépido  y  sereno,  á  reali- 
zar los  vastos  proyectos  que  había  concebido  cuando  no  era  más  que 
Hildebrando,  príncipe  de  la  Iglesia  y  consejero  de  tantos  pontífices,  el 
emperador  Enrique  IV  arrostraba  con  varia  fortuna  la  desatada  tor- 
menta que  rugía  en  Alemania  y  que  le  empujó  hasta  el  extremo  occi« 
dental  de  sus  anchos  dominios.  No  obstante  que  tan  apurada  situación 
favorecía  las  miras  de  Gregorio,  éste,  en  quien  competían  la  actividad, 
el  valor,  la  fecundidad  de  recursos  y  la  astucia  para  descubrir  los  pla- 
nes contrarios,  creyó  entonces  conveniente  mostrarse  circunspecto  y 
moderado,  pues  poseía  también  la  calma  necesaria  al  que  quiere  ir 
muy  lejos,  y  aceleraba  ó  contenía  el  paso,  según  las  circunstancias: 
asi  fué  que  ajustándose  al  decreto  de  Nicolás  II,  hizo  que  su  nombra- 
miento, reconocido  por  los  cardenales,  recibiese  la  confirmación  del 
emperador,  siendo  esta  la  vez  postrera  en  que  ejerció  tan  importante 
derecho  el  jefe  del  imperio.  Bonizo,  obispo  de  Sutri  y  autor  del  libro 
Ad  amicum  henchido  de  imposturas  y  falsedades,  ha  hablado  de  una  al- 
tiva carta  de  Gregorio  al  emperador  Enrique,  en  la  cual,  al  informarle 
aquel  de  su  elevación  al  pontificado  le  prevenía  que  en  el  caso  de  que 
confírmase  su  nombramiento  habría  de  luchar  contra  él,  hallándose 
poco  dispuesto  á  tolerar  sus  crímenes  y  excesos.  Esta  cita  ha  sido  aco- 
gida sin  reserva  por  algunos  escritores  modernos;  pero  tiene  en  coiítra 
la  sospechosa  autoridad  del  mismo  Bonizo,  y  sobre  todo,  las  cartas 
que  á  raíz  de  su  elección  dirigió  Gregorio  á  las  princesas  Beatriz  y  Ma- 
tilde de  Toscana,  y  á  Godofredo,  duque  de  la  Baja  Lorena,  en  las  que 
expresaba  sus  deseos  de  vivir  en  completa  armojiía  con  el  empera- 
dor. '  Y  más  que  todo  ésto,  el  nuevo  pontífice  al  echar  en  olvido  la  inti- 


1  Ch.  Giraud,  Gregorio  VII y  su  tientpo  [Revue  des  Deux  Mondes,  Abril  de  1878.] 
—Entre  lo8  escritores  modernos  que  han  acogido  la  cita  de  Bonizo  se  cuentan 
Mlgnet  y  Can  tú.  El  primero  la  admite  con  las  modificaciones  que  plugo  hacerle 
al  cardenal  de  Aragonla  en  el  siglo  XIV;  y  el  segundo,  sin  reserva  ninguna  [véase 
Historia  Universal,  tomo  III,  pág  &79,  edición  de  París  1881.]  La  sistemática  defen* 


UN  pontífice  máximo.  eo 

mación  famosa  de  Alejandro  II,  afirmaba  asi  la  actitud  tranquila,  cua- 
si contemporizadora,  que  creyó  conveniente  asumir  en  aquellos  mo- 
mentos. 

No  obstante  la  moderación  que  señaló  la  primera  época  del  pontifi- 
cado de  Gregorio  VII,  sentíase  en  los  aires  rumor  de  próxima  tempes- 
tad, y  de  esta  general  aprensión  nos  dan  testimonio  precioso  los  escri- 
tos contemporáneos:  desde  luego,  los  partidarios  de  las  reformas,  los 
cluniacenses,  los  monjes  italianos  y  sajones,  y  el  pueblo  sajón  también, 
se  regocijaron  al  saber  la  exaltación  del  hombre  que  encarnaba  sus 
más  caros  ideales;  al  contrario,  la  corte  de  Alemania  y  los  obispos  si- 
moniacos  vieron  con  recelo  y  natural  zozobra,  entronizado  en  la  altí- 
sima sede,  al  consejero  é  inspirador  de  Nicolás  II,  al  austero  monje 
que  le  había  inducido  á  reformar  la  iglesia  de  Milán,  y  que  bajo  el  pon- 
tificado de  León  IX  reprimió  con  inusitada  severidad  las  licenciosas 
costumbres  del  clero  regular  en  Roma  y  en  las  Galias.  Pero  unos  y 
otros  presentían  que  el  impetuoso  carácter  del  nuevo  pontífice  no  taiy 
daría  en  provocar  peligrosos  é  inflamados  conflictos. 

Antes  de  reseñar  los  notables  sucesos  que  se  desarrollaron  á  partir 
de  la  primavera  de  1074,  preciso  es  indicar  rápidamente  la  situación 
del  pontificado  en  los  momentos  de  ascender  al  trono  Gregorio  VIL 
Respetado  por  los  pueblos  lejanos,  no  inspiraba  el  mismo  sentimiento 
al  de  Italia  en  quien  se  transmitía,  vigorosa,  la  tradición  de  los  críme- 
nes y  escándalos  que  lo  deshonraron  en  el  curso  del  siglo  X;  Roma  mis- 
ma, devorada  por  las  facciones  feudales,  no  era  un  asiento  seguro  para 
el  que  se  había  mostrado  más  de  una  vez  enemigo  implacable  de  aque- 
llos turbulentos  señores,  bien  hallados  con  el  ejercicio  de  su  voluntad 
omnipotente;  el  poder  espiritual,  mal  afirmado  aún,  estaba  sometido  á 
la  autoridad  constituyente  de  los  concilios  y  no  podía  contar  con  la  obe- 
diencia absoluta  de  los  obispos,  como  lo  demostraba  la  resistencia  del 
de  Milán  en  la  época  de  Nicolás  II;  el  sistema  de  legaciones  que  ha- 
bían de  representar  en  todas  partes  al  pontífice  romano,  carecía  de  la 
organización  que  más  tarde  lo  perfeccionó  haciéndolo  fuerte,  eficaz  y 
temido; '  y  la  lucha  con  el  imperio,  que  tanta  importancia  debía  dar  4 

sa  que  del  papado  hace  el  autor  italiano,  y  lo  ligero  y  superficial  de  sus  Juicios,  ex- 
plican suficientemente  su  adhesión  á  lo  que  afirmó  en  su  obra  el  obispo  de  Sutri. 
1  Debemos  afiadir  aquí  que  las  principales  órdenes  religiosas,  tales  como  las  de 
la  Merced,  de  San  Francisco  y  de  i£anto  Domingo,  &  cuyos  miembros  ha  llamado 
un  autor  los  missi  dominici  de  los  papas,  no  existían  aun  en  aquella  época.  Los  ins- 
titutos aprobados  hasta  entonces  por  los  pontífices  eran  los  de  San  Benito,  de  Clu- 


70  REVISTA  NACIONAL. 


la  autoridad  pontifical,  no  se  había  empeñado  todavía,  y  ésta  era 
cierto  modo  un  fantasma  que  imponía  á  los  medrosos,  pero  al  que 
atrevían  los  audaces  y  los  fuertes.  Además,  los  principios  del  papado 
en  aquella  época  no  estaban  determinados  de  una  manera  clara  y  pre- 
cisa: ora  invocaba  las  decisiones  de  los  concilios,  ora  la  autoridad  ád 
Evangelio  ó  de  los  Santos  padres,  ó  bien  se  apoyaba  en  las  decretales 
y  en  las  doctrinas  de  los  nuevos  doctores.  Gregorio  VII  se  sintió  con  el 
aliento  bastante  para  dirigir  la  revolución  que  debía  libertar  al  pontifi- 
cado, primeramente  de  la  sujeción  feudal,  y  luego,  de  la  tutela  del  im- 
perio; levantar  muy  alto  su  prestigio  convírtiéndolo  en  centro  de  mo- 
ralidad, y  finalmente,  reasumir  en  él  el  poder  eclesiástico  y  cambiar 
su  antigua  y  confusa  constitución. 

En  marzo  de  1074  Gregorio  presidió  un  sínodo  en  el  que  quedó 
prohibido  el  ejercicio  del  culto  á  todos  los  sacerdotes  culpables  de  si- 
monía, conminándose  á  los  obispos  que  no  cumpliesen  ese  decreto.  La 
corte  de  Alemania  sintió  toda  la  rudeza  del  golpe  que  se  le  asestaba* 
pues  en  ella  privaban  los  simoniacos,  y  los  mismos  consejeros  secre- 
tos de  Enrique  IV  ejercían  la  simonía  públicamente.  El  sínodo  roma- 
no anatematizó  también  á  los  sacerdotes  concubinarios,  que  tal  fué  k 
denominación  aplicada  entonces  á  los  miembros  del  clero  que  se  ca- 
saban, en  virtud  de  las  disposiciones  contradictorias  que  hasta  esa 
época  se  habían  dictado  respecto  del  celibato  de  los  eclesiásticos. '  Va- 
rios legados  llevaron  solemnemente  á  Alemania  los  decretos  del  coa- 
cilio,  y  no  obstante  la  resistencia  que  los  simoniacos  y  concubinarios 
opusieron  á  su  cumplimiento,  la  corte  imperial,  en  la  situación  dificU 
que  le  había  creado  la  actitud  hostil  de  Sajonia,  se  vio  entonces  obli- 
gada á  ceder.  A  la  enérgica  iniciativa  de  Roma  correspondió  en  Ale- 
mania una  poderosa  corriente  reformista,  cada  día  mayor,  y  que  reco- 
nocía como  centro  el  monasterio  de  Siegburgo.  No  es  de  extrañar  que 
sintiéndose  fuerte  con  esta  inteligencia  en  el  campo  que  debía  conside- 
rar como  enemigo,  Gregorio  se  mostrase  más  y  más  inflexible:  así,  al  es- 
pirar el  año  de  1074  citó  á  comparecer  en  Roma  á  Sigifredo,  arzobispo 
de  Maguncia,  y  á  los  obispos  de  Constanza,  Estrasburgo,  Espira,  Augs- 
burgo,  Bamberg  y  Wurzburgo,  para  contestar  á  los  cargos  que  se  les 


ny  [que  seguía  la  misma  regla,]  de  8an  Basilio  y  de  San  Romualdo  [ciimanda- 
lenses]. 

1  Véase  Cantüy  autor  de  cuya  ortodoxia  nadie  podrá  dudar  fundadamente  [JSi- 
toria  Universcdf  tomo  III,  pág.  580,  edición  de  París,  1881]. 


UN  PONTIPICB  MÁXIMO.  TT 

dirigían;  prohibió  á  los  fieles  alemanes  que  obedeciesen  á  los  sacmlo- 
tes  casados:  y  otro  sinodo,  reunido  por  su  mandato  en  la  cuaresma  de 
1075,  renovó  la  prohibición  de  la  simonía,  excomulgando  á  cinco  con* 
sejeros  del  monarca  alemán  que  se  habían  hecho  reos  de  este  delito, 
vedó  el  matrimonio  para  todos  los  eclesiásticos,  y  ordenó  que  ningún* 
sacerdote  recibiera  la  investidura  de  manos  de  un  laico. ' 

Esta  fué  también  la  época  en  que  Gregorio  VII  concibió  un  grande 
y  glorioso  pensamiento,  realizado  por  los  papas  que  inmediatamente  1& 
siguieron,  y  que  tuvo  como  principales  consecuencias  el  vigoroso  ensaño- 
che  de  actividad  en  los  pueblos  de  Europa,  y  nuevos  gérmenes  de  pro» 
greso  que  modificaron  el  orden  político,  social  y  religioso,  dominante 
en  la  Edad  Media.  Más  de  cuatrocientos  afios  habían  transcurrido  desde 
que  los  árabes  se  levantaron  movidos  por  una  robusta  idea  religiosa 
contra  los  pueblos  cristianos;  bastó  una  centuria  para  que  los  ejército» 
del  islamismo  sujetasen  el  Asia  hasta  la  India  y  el  Turan,  conquistasen 
la  Siria  y  el  África  del  Norte,  y  ocuparan  victoriosos  toda  la  Espa&a, 
excepto  el  rincón  de  las  montañas  astures  que  sirvió  de  asilo  á  las  re^ 
liquias  de  la  monarquía  goda.  Y  si  la  espada  de  Carlos  Martel  no  los^ 
hubiese  destrozado  en  las  llanuras  de  Poitiers  (732),  y  si  León  el  Isáu*^ 
rico  no  los  forzase,  algunos  afios  antes,  á  levantar  el  sitio  de  Constan^ 
tinopla,  toda  la  cristiandad  hubiera  sufrido  entonces  el  yugo  de  los  seo- 
tarios  del  Profeta.  Esos  sangrientos  y  pavorosos  desastres  detuvien»» 
las  invasiones  de  los  mahometanos  y  salvaron  el  centro  y  el  oriente 
de  la  Europa,  pero  no  impidieron  la  pérdida  de  las  principales  islas 
del  Mediterráneo.  Al  principiar  el  siglo  onceno  el  califato  de  Córdoba, 
al  fraccionarse  en  varios  Estados,  se  debilitó  y  previno  los  triunfos  su- 
cesivos de  las  armas  cristianas  en  la  península  ibérica;  pero  en  cam- 
bio, nuevos  defensores  del  islamismo,  los  feroces  turcomanos  proce- 
dentes de  las  orillas  del  mar  Caspio  y  del  lago  Aral,  aparecieron  en  el 
último  tercio  de  ese  mismo  siglo  devastando  el  Asia  Menor  y  ponien- 
do en  grave  peligro  al  imperio  de  Constantinopla.   Miguel  Ducas  (Pa- 
rapinacio),  menguado  sucesor  del  valiente  Diógenes  Romano,  clama 
en  su  angustia  á  las  naciones  occidentales,  y  en  particular  al  ilustre 
jefe  de  la  Iglesia,  indicándole  la  posibilidad  de  que  cesase  el  cisma 
entre  los  cristianos  griegos  y  latinos,  en  el  caso  de  que  su  imperio  se 


1  Véase  la  Historia  de  loa  Estados  de  Occidente  desde  Carlomagno  hasta  Maathwitíar- 
no  por  el  Dr.  Prutz,  Cap.  VI. 


REVISTA  NACIONAL. 


salvara  de  la  espantable  dominación  seldyucida,  merced  á  los  auxilios 
que  del  Occidente  recibiese. 

Nuevos  y  vastos  horizontes  abría  á  la  incansable  actividad  de  Gre- 
gorio VII  el  ruego  del  acongojado  bizantino,  y  quizás  el  alto  genio  del 
pontifíce  abarcó  toda  la  evolución  que  había  de  efectuar  el  levanta- 
miento de  la  cristiandad  contra  el  islamismo,  de  las  nuevas  naciones 
ée  Occidente  contra  los  pueblos  antiquísimos  de  Oriente,  que  de  con- 
tinuo las  amenazaban.  Recibió  con  entusiasmo  la  petición  del  invadido 
Bajo  Imperio,  y  su  voz  resonó  en  todo  el  ámbito  de  Europa  excitando 
á  los  fieles  á  tomar  las  armas  en  defensa  de  la  fe  cristiana.  Un  ejército 
de  cincuenta  mil  hombres  se  reunió,  dispuesto  á  marchar  á  las  órde- 
Dfis  del  pontífice  mismo;  pero  la  lucha  que  á  poco  hubo  de  sostener 
oontra  Enrique  de  Alemania  le  obligó  á  aplazar  la  realización  de 

proyecto.  "Desde  esta  época,  sin  embargo,  quedaba  ya  abierta  la 
^puerta,  por  la  cual  podían  marchar  los  ejércitos  cristianos  contra 
^d  islamismo.  Los  emperadores  bizantinos  siguieron  hallándose  en 
^la  más  peligrosa  situación,  y  pronto  volvieron  de  nuevo  sus  ojos  al 
^soberano  espiritual  de  Occidente.  Los  sucesores  de  Gregorio  tuvie- 
^lon  el  mismo  interés  que  éste  en  prometer  auxilios;  y  las  mismas 
'^tendencias  iniciadas  en  el  seno  de  la  cristiandad  empujaban,  además, 
^ cáese  sentido,  y  se  desarrollaban  en  proporciones  cada  vez  mayo- 
y^  Veinticinco  años  después  de  las  excitativas  de  Gregorio  Vil  las 
cristianas  se  apoderaron  de  Jerusalem  y  comenzaba  el  fecundo 
periodo  de  las  Cruzadas. 

Los  acuerdos  del  sínodo  celebrado  en  la  primavera  de  1075  produ- 
jeron intensa  agitación  en  Alemania:  la  simonía,  anatematizada  ante- 
riormente, lastimaba  en  lo  más  vivo  intereses  muy  arraigados,  y  sin 
embargo,  su  prohibición  no  suscitó  entonces  la  resistencia  que  era  de 
esperar;  no  sucedió  lo  mismo  respecto  del  celibato  de  los  sacerdotes 
y  de  la  cuestión  de  las  investiduras.  La  decisión  de  Roma  fué  interpre- 
tada como  el  punto  de  partida  de  una  revolución  social  y  política  que 
tendía  á  entronizar  á  la  Iglesia  sobre  los  pueblos  y  los  Estados.  Apar- 
te de  los  lazos  que  rompía,  la  prescripción  del  celibato,  principal  exi- 
gencia del  partido  reformista,  hirió  á  los  concubinarios  én  sus  senti- 
mientos de  independencia,  porque  vieron  en  aquella  el  propósito  de 
miir  estrechamente  el  clero  á  la  Iglesia,  separándole  de  otras  ligas 

1  B.  Kugler,  Historia  de  las  Cruzadas^  Cap.  I. 


UN  pontífice  máximo.  73 

que  pudieran  atarle,  y  que  influyendo  en  su  corazón  y  en  sus  senti- 
mientos fuesen  un  obstáculo  á  la  adhesión  completa  que  pretendía  fun- 
dar el  pontificado.  Fuera  de  lugar  seria  aquí  el  examen,  siquiera  bre- 
vísimo, de  esta  materia  en  sus  diversas  fases,  y  principalmente  desde 
el  punto  de  vista  canónico.  Baste  enunciarla  para  comprenderen  toda 
su  extensión  la  efervescencia  que  suscitó  en  los  ánimos. 

Si  la  ley  del  celibato  chocó  rudamente  contra  un  orden  social  que 
contaba  á  su  favor  con  ardientes  6  interesados  sostenedores,  la  prohi- 
bición de  la  investidura  de  los  laicos  tuvo  mayores  consecuencias  en  el 
orden  político,  y  amenazaba  directamente  la  existencia  del  imperio.  La 
cuestión  de  las  investiduras  presenta,  en  efecto,  á  manera  de  grandiosa 
síntesis,  los  orígenes,  las  fases  y  el  término  de  la  lucha  que,  empeña- 
da entre  la  Iglesia  y  los  soberanos  temporales,  se  prolonga  desde  Gre- 
gorio VII  hasta  los  emperadores  de  la  casa  de  Suabia,  en  la  primera 
mitad  del  siglo  décimo-tercio.  Al  desarrollarse  plenamente  el  feuda- 
lismo los  obispos  y  los  abades  empezaron  á  figurar  entre  los  grandes 
propietarios,  y  la  organización  social  y  política  de  aquella  época  los  hi- 
zo feudatarios;  los  reyes  se  creyeron  entonces  con  el  derecho  de  obli- 
garles á  que  recibiesen  de  su  mano  la  investidura  del  beneficio,  y  la 
ceremonia  de  entregarles  el  anillo  y  el  báculo  significaba  la  dependen- 
cia á  que  quedaban  sujetos  respecto  del  príncipe.  El  feudalismo,  fun- 
dado en  el  poder  que  se  derivaba  de  las  tierras,  confundió  desde  luego 
la  propiedad  del  eclesiástico  con  la  dignidad  que  éste  ejercía,  y  la  com- 
prendió en  una  sola  entidad,  avasallada  al  soberano.  Por  otra  parte, 
los  sefiores  feudales  que  por  su  estado  pertenecían  á  la  Iglesia  no  tar- 
daron en  rodearse  de  fausto  y  esplendor;  la  corrupción,  el  lujo  y  el  es- 
cándalo reinaron  en  el  seno  del  santuario,  ^  y  sus  bienes  y  su  posición 
temporales  ligaban  á  aquellos,  estrechamente,  con  los  príncipes  que 
remataban  el  complicado  régimen  feudal.  Gregorio  VII  exponía  así  sus 
ideas  acerca  de  las  investiduras:  *'La  Iglesia  de  Dios  debe  ser  indepen- 
"  diente  de  todo  poder  temporal;  el  altar  está  reservado  á  aquel  que 
"  por  un  orden  no  interrumpido  sucede  á  San  Pedro;  la  espada  del 
"  Príncipe  le  está  sometida,  y  viene  de  él,  porque  es  cosa  humana;  el 
"  altar,  la  cátedra  de  San  Pedro,  emanan  sólo  de  Dios,  y  de  él  dependen 
"  únicamente.  La  Iglesia  yace  ahora  en  el  pecado  porque  no  es  libre, 

1  Pedro  Damián  en  su  Opuse.  XXXI  c,  09,  condena  con  fogosa  elocuencia  el  lujo 
de  los  prelados  ricos  de  su  tiempo.  Aquel  santo  Aid  contemporáneo  de  Grego- 
rio VII. 


74  KEVIBTA  NACIONAL. 


**  porque  está  adherida  al  mundo  y  á  los  mundanos;  sus  ministros. no 
"  son  legítimos  porque  están  instituidos  por  hombres  del  mundo;  por 
"  eso  en  los  ungidos  de  Cristo,  que  se  denominan  superintendentes 
"  de  las  iglesias,  abundan  deseos  y  pasiones  criminales,  codicia  de  las 
"  cosas  terrestres,  de  que  necesitan  estando  adheridos  al  mundo;  y  de 
"  allí  que  no  se  vea  más  que  hastío,  disensiones,  orgullo,  codicia,  en- 
"  vidia,  en  los  que  deben  poseer  la  paz  de  Dios.  La  Iglesia  se  encuen- 
"  tra  tan  mal,  porque  los  que  deben  servirla  no  se  cuidan  sino  de  los 
"  intereses  de  la  tierra;  porque  sometidos  al  emperador  no  hacen  sino 
**  lo  que  á  éste  agrada;  porque  sirviendo  al  Estado  y  al  principe  per- 
"manecen  extrafios  á  la  Iglesia.'' ' 

Pero  desde  el  momento  en  que  ningún  eclesiástico  pudiera  ser  in- 
vestido por  un  laico,  cesarían  el  homenaje  y  juramento  feudales,  y  los 
principados  eclesiásticos  habían  de  desligarse  del  Imperio;  sus  posee- 
dores no  serian  ya  vasallos  del  rey  y  terminaba  para  ellos  la  obliga- 
ción de  prestar  al  monarca  los  debidos  servicios  por  los  territorios  que 
les  hubiese  cedido.  Enrique  IV,  apretado  á  la  sazón  por  la  formida- 
ble rebeldía  de  los  sajones,  se  inclinó,  mal  de  su  grado,  ante  las  de- 
cisiones de  Roma;  aparentando  sumisión  y  amor  á  la  paz,  y  urgido 
por  los  ruegos  de  su  madre  la  emperatriz  Inés,  se  mostró  dispuesto  á 
entrar  en  negociaciones  con  el  pontífice.  Y  era  solamente  un  respiro 
para  apercibirse  á  una  resistencia  obstinada  y  abierta. 

Grandes  y  repetidos  triunfos,  alcanzados  por  las  armas  de  Enrique 
durante  el  otoño  de  1075.  rindieron  al  fín  el  levantamiento  de  Sajonia 
y  afirmaron  en  sus  sienes  la  mal  cefíida  corona;  con  la  victoria  se  mo- 
dificaba su  actitud  frente  á  ñ*ente  del  papado,  y  se  abría  anchísima  sen- 
da al  desarrollo  del  sistema  absolutista  á  que  había  aspirado  constan- 
temente. Rompió  las  negociaciones  iniciadas  con  la  corte  de  Roma,  y 
lejos  de  ceder  se  manifestó  decidido  á  reconquistar  todo  lo  que  en  otro 
tiempo  había  correspondido  al  trono,  y  dar  al  poder  real  mayor  y  más 
enérgico  ensanche.  "Así — dice  el  historiador  Prutz — en  vez  de  limitar 
"  el  derecho  de  las  investiduras,  que  tanto  molestaba  á  la  Iglesia,  En- 
"  rique  trató  de  reclamarlo  y  de  usarlo  en  puntos  donde  antes  no  se 
"  ejercitara.  De  la  misma  manera  que  trató  á  los  sajones,  obligándoles 
"  á  restituirle  todo  aquello  que  le  fué  arrebatado  durante  su  menoridad, 
"  quiso  tratar  á  la  Iglesia  Romana,  pretendiendo  recobrarlo  que  había 

1  C.  Cantú,  Historia  Univei-sal,  tomo  III,  píLg.  582,  edición  de  París  1881. 


ÜN  pontífice  máximo.  75 

"  perdido  la  política  alemana  cuando  el  cisma  entre  Honorio  II  y  Ale- 
"  jandro  II,  á  fín  de  tener  otra  vez  sumiso  al  pontificado,  y  apartar  ala 
"  Iglesia  de  1§  influencia  del  partido  reformista,  hostil  á  la  monarquía. 
"  Cualesquiera  que  fuesen  los  proyectos  que  para  lo  porvenir  acaricia- 
"  ba  Gregorio  VII,  lo  cierto  es  que  Enrique,  desentendiéndose  de  los 
"  esñierzos  hasta  entonces  hechos  para  llegar  á  una  pacífica  inteligen- 
"  cia,  fué  quien  realizó  el  primer  acto  de  hostilidad,  quien  cometió  la 
"  primera  agresión."  Sucedió  así,  en  efecto:  el  emperado-^  ^tivíó  varios 
agentes  suyos  á  Italia,  con  la  misión  de  suscitar  enemigo»  por  doquie- 
ra al  papa  Gregorio;  los  obispos  lombardos — adversarios  de  las  refor- 
mas— aprovecharon  la  oportunidad  que  se  les  ofrecía  de  sacudir  el  yugo, 
y  se  unieron  á  los  plenipotenciarios  alemanes,  secundándoles  con  todo 
su  poder;  el  monarca  cubrió  con  hechuras  suyas  los  obispados  vacan- 
tes de  Bamberg,  Spoleto  y  Fermo;  y  por  último,  Cencío,  prefecto  de 
Roma,  quizás  de  acuerdo  con  la  corte  de  Alemania,  fué  el  alma  de  una 
gran  conjuración  que  estalló  al  fín  la  noche  misma  de  la  Natividad 
(1075).  Seguido  de  armada  turba  entró  en  la  iglesia  de  San  Pedro 
donde  á  la  sazón  oficiaba  el  pontífice,  le  arrancó  del  altar  y  le  arrastró,, 
tirándole  de  los  cabellos,  hasta  una  fortaleza  de  la  cual  le  sacó  á  poco 
el  pueblo  romano,  llevándole  en  triunfo  hasta  el  palacio  de  los  papas 
en  Letrán.' 

Casi  al  mismo  tiempo  (Enero  de  1076),  presentábase  á  Enrique  IV 
un  legado  del  papa,  intimándole  en  nombre  de  éste  á  comparecer  en 
Roma  para  que  justificara  su  conducta,  particularmente  en  el  asunto 
de  la  provisión  de  obispados  vacantes.  Al  cabo  de  tres  aftos  Gregorio 
Vil  repetía  la  imperiosa  intimación  de  Alejandro  II,  pero  esta  vez  el  pa* 
pado  se  dirigía  al  monarca  engreído  con  sus  recientes  victorias  y  due- 
fio,  en  el  momento,  de  toda  la  plenitud  de  su  poder.  Ardiendo  en  ira, 
Enrique  reunió  bajo  su  presidencia  un  concilio  de  prelados  alemanes 
en  la  ciudad  imperial  de  Worms,  el  cual  decretó  la  deposición  del  pon- 
tífice. El  mismo  monarca  notificó  esta  resolución  en  la  siguiente  carta: 

"Enrique,  Rey,  no  por  la  violencia  sino  por  la  santa  voluntad  de 

1  "£1  paeblo,  que  veneraba  en  Gregorio  &  sn  representante,  se  sublevó  unáni- 
memente, asaltó  la  fortaleza,  lo  puso  en  libertad,  y  en  brazos  lo  llevó  á  terminar 
por  la  noche  la  misa  que  había  sido  interrumpida  al  alba.  Cencio  no  hubiera  es- 
capado con  bien,  si  Oregorio  con  un  magnánimo  perdón  no  hubiese  demostrado 
cuan  superior  era  el  hombre  del  pueblo  al  de  la  espada."  [Cantú,  m^.  Universal^ 
tomo  III,  pág.  5S7,  edición  de  París,  1881.]  Los  autores  alemanes,  en  general,  no 
mencionan  este  rasgo  magnánimo  de  Oregorio  VII.  Véase  la  Historia  de  Gregorio 
VII,  de  Mr.  VUlemain. 


78  REVISTA  NACIONAL. 


"  Dios,  á  Hildebrando  no  Papa,  sino  falso  monje.  Mereces  este  saludo 
"  por  el  desorden  que  introduces  en  la  Iglesia;  has  hollado  con  tu  plan- 
^'  ta  á  sus  ministros,  como  si  fuesen  esclavos,  y  así  has  ganado  el  favor 
"  del  vulgo.  Lo  hemos  tolerado  algún  tiempo,  porque  era  deber  nues- 
"  tro  conservar  el  honor  de  la  Santa  Sede;  pero  nuestra  reserva  te  ha 
"  parecido  miedo,  y  te  ha  hecho  audaz  hasta  el  punto  de  elevarte  so- 
"  bre  la  dignidad  real,  y  amenazarnos  con  quitárnosla,  como  si  tú  nos 
"  la  hubieras  dado.  Has  empleado  intrigas  y  fraudes  que  maldecidos 
"  sean;  has  buscado  el  favor  con  ayuda  del  dinero,  la  fuerza  de  las  ar- 
"  mas  con  ayuda  del  favor;  y  con  la  fuerza  has  conquistado  la  cátedra 
"  de  paz,  de  donde  has  arrojado  esa  misma  paz.  Tú,  subalterno,  te  has 
"  alzado  contra  lo  que  se  hallaba  establecido,  pues  San  Pedro,  verda- 
"  dero  Papa,  dijo:  Temed  á  Dios,  honrad  al  Bey;  pero  tú,  que  no  te- 
"  mes  á  Dios,  no  me  honras  á  mi  que  soy  su  delegado.  Baja,  pues,  de 
"  de  ese  puesto  ó  sé  excomulgado:  ve  á  sufrir  en  las  cárceles  nuestro 
"juicio  y  el  de  los  obispos;  desciende  de  esa  cátedra  que  has  usurpa- 
"  do;  yo,  Enrique,  y  todos  nuestros  obispos  te  lo  intimamos:  ¡Abajo! 
'-'  ¡abajo!  " 

A  esta  brusca  agresión  respondió  Gregorio  VII  excomulgando  á  En- 
rique (22  de  Febrero  de  1076],  destituyéndole  de  las  dignidades  im- 
perial y  real,  y  dispensando  á  los  subditos  de  éste  de  sus  juramentos 
de  fidelidad  y  obediencia.  La  voz  del  papa  resonó  en  Alemania  con 
el  fragor  del  trueno,  y  á  su  poderoso  acento  todos  los  elementos  de 
oposición  al  emperador  recobraron  la  energía  que  acababan  de  perder. 
Levantáronse  de  nuevo  los  sajones;  rebeláronse  en  el  Sur  del  imperio 
Rodolfo  de  Suabia,  el  inquieto  duque  Welfo,  los  Zsehringen  y  otros 
poderosos  magnates;  la  Franconia  corrió  á  las  armas;  las  provincias 
del  Alto  Rhin  que  en  otro  tiempo  dieron  asilo  y  favor  al  monarca,  vol- 
viéronse esta  vez  en  su  dafio,  y  por  todos  los  ámbitos  de  Alemania  se 
aprestaban  príncipes  y  pueblos  á  desconocer  al  hombre  marcado  con 
el  sello  espantable  del  anatema.  Una  junta  de  los  principales  señores 
alemanes,  celebrada  en  Tribur  con  asistencia  de  los  legados  pontificios, 
quiso  deponerle,  pero  la  intervención  de  Hugo,  abad  de  Gluny,  y  de  al- 
gunos obispos  reformistas,  y  sobre  todo,  los  ruegos  de  las  emperatrices 
Inés  y  Berta,  conjuraron  en  aquel  entonces  ese  peligro.  Quedó,  no  obs- 
tante, acordado  que  se  reuniera  una  dieta  en  Augsburgo  bajo  la  presi- 
dencia de  Gregorio  Vil,  á  fin  de  que  sus  decisiones  terminasen  la  lucha 
que  dividían  al  emperador  y  los  príncipes;  entretanto,  Enrique  debía 


UN  pontífice  máximo.  77 

apartar  de  si  á  sus  consejeros  Íntimos  y  á  los  obispos  que  le  eran  adic- 
toSy  licenciar  su  ejército,  y  vivir  como  particular  en  Espira;  y  si  al  cabo 
de  un  afío  no  hubiese  alcanzado  el  perdón  de  la  Iglesia,  quedaría  des- 
tituido y  se  elegiría  nuevo  emperador. 

Enrique  pretendió  desde  luego  contrastar  la  desatada  tempestad  que 
amenazaba  destruirle,  pero  pronto  hubo  de  convencerse  de  la  impoten- 
cia de  sus  esfuerzos,  y  resolviéndose  á  implorar  la  gracia  del  airado 
pontífice  se  dispuso  á  marchar  hasta  el  centro  de  Italia.  De  esta  suer- 
te esperaba  impedir  la  temida  reunión  de  la  dieta  de  Augsburgo  y  des- 
armar á  muchos  de  sus  poderosos  enemigos.  Llevando  consigo  á  su 
esposa  Berta  y  á  su  tierno  hijo  Conrado,  y  acompañado  de  humilde 
séquito,  se  puso  en  camino  (Diciembre  de  1076),  á  pesar  del  crudísi- 
mo invierno,  y  después  de  largos  rodeos  para  evitar  el  encuentro  de 
los  bávaros  sublevados,  pudo  llegar  á  las  gargantas  del  Monte-Genis. 

Terrible  fué  aquel  invierno.  La  mísera  comitiva  imperial  cruzó  los 
Alpes  azotada  por  la  nieve,  y  los  recios  aquilones  la  empujaban  en  su 
descenso  por  los  ásperos  desfiladeros  que  rematan  en  las  llanuras  de 
la  Alta  Italia,  risueñas  en  otras  estaciones,  pero  heladas  á  la  sazón  y 
extendiéndose  cual  blanquísimo  é  interminable  sudario.  La  presencia 
de  Enrique  levantó  el  ánimo  de  los  parciales  que  habíase  ganado  en 
Lombardía,  quienes  le  recibieron  con  júbilo,  ofreciéndole  su  apoyo  pa- 
ra vencer  á  la  curia  romana.  Grande  fué,  pues,  la  sorpresa  de  aquellos 
obispos  y  orgullosos  barones  al  ver  rehusados  sus  auxilios,  y  al  em- 
perador dispuesto  á  continuar  su  marcha  en  busca  del  pontífice,  mas 
no  en  actitud  vengadora  y  agresiva,  sino  cual  humillado  y  contrito  pe- 
nitente. 

Gregorio  Vil,  resuelto  á  presentarse  como  juez  arbitro  en  la  dieta 
de  Augsburgo,  se  había  dirigido,  entretanto,  á  la  Alta  Italia  para  entrar 
luego  en  las  tierras  germanas,  pero  al  saber  la  entusiasta  acogida  que 
halló  Enrique  entre  los  lombardos,  creyó  prudente  refugiarse  al  lado 
de  la  marquesa  Matilde  de  Toscana,  ^  señora  de  vastísimos  dominios  en 
la  parte  central  de  la  península,  y  que  aparece  entonces  como  la  Mi- 
nerva Palas  del  pontificado.  Muy  cerca  de  Reggio,  y  sobre  una  enhies- 

1  Esta  princesa,  conocida  generalmente,  aunque  con  poca  exactitud,  bajo  el 
nombre  de  ccndeta  Matilde  poseía,  además  del  marquesado  de  Toscana,  como  hi- 
ja del  marqués  Bonifacio  III,  Mantua,  Parma,  Reggio,  Plasencia,  Ferrara,  M6de- 
na,  una  parte  de  Umbría,  el  ducado  de  Spoleto,  Verona,  y  casi  toda  la  región  que 
se  llamó  luego  patrimonio  de  San  Pedro^  desde  Viterbo  basta  Orvieto,  con  ana  frac- 
ción de  la  marca  de  Ancona. 


78  REVISTA  NACIONAL. 


ta  y  abrupta  roca  del  Apenino  alzábase  el  castillo  de  Canossa,  hoy  mon- 
ton  de  ruinas  cubiertas  de  yedra:  detrás  de  sus  espesos  muros  se  am- 
paró el  pontifíce,  y  no  tardó  en  presentarse  Enrique  IV,  llamando  á  la 
puerta  y  pidiendo  con  instancia  ser  recibido  por  Gregorio  (25  de  Ene- 
ro de  1077).  Pálido,  ayuno,  con  los  pies  descalzos  y  en  hábito  de 
penitente,  á  la  intemperie  durante  tres  días  y  tres  noches,  el  empera- 
dor de  Alemania  esperó  la  decisión  papal;  cuando  ya  se  disponia  á  re- 
tirarse, Gregorio  consintió  en  recibirle,  pues  su  excesiva  dureza  fué 
•censurada  altamente  por  los  mismos  que  en  aquellos  momento  le  asis- 
tían y  rodeaban.  ^  Enrique  se  postró  llorando  á  los  pies  del  papa,  quien 
le  absolvió  con  la  condición  de  que  se  justifícase  ante  una  dieta  de 
principes  y  obispos  alemanes,  cuya  sentencia  seria  ratifícada  por  el  mis- 
mo pontífice,  aunque  fuese  la  de  deposición;  pactóse  también  que  si  el 
papa  se  viese  obligado  á marchar  á  Alemania  con  motivo  de  estas  ne- 
gociaciones, podría  hacerlo  con  toda  seguridad  y  escoltado  convenien- 
temente. Después  que  los  dos  adversarios  comulgaron  con  la  misma 
hostia,  Enrique  volvió  á  sus  Estados,  dueño  otra  vez  de  la  corona,  pero 
meditando  proyectos  de  venganza  que  no  tardaría  mucho  en  realizar- 
La  imponente  escena  de  Ganossa  hizo  inmenso  dafio  á  Enrique  IV 
y  perjudicó  grandemente  el  prestigio  de  Gregorio  VII:  las  condiciones 
que  este  último  acababa  de  imponer  no  se  compadecían  con  la  prime- 
ra causa  del  anatema  que  había  fulminado  contra  el  monarca  teutón, 
y  revelaban  su  vasto  y  ambicioso  pensamiento  de  dominación  universal, 
ejercida  por  el  pontificado.  El  hijo  del  carpintero  de  Soano,  mirando 
rendido  á  sus  pies  al  más  poderoso  de  los  reyes  cristianos,  pudo  creer 
que  ningún  obstáculo  se  opondría  ya  á  sus  atrevidos  proyectos,  y  quizás 
sintió  entonces  el  vértigo  de  las  grandezas  humanas. 

[Concluirá,  ] 

Julio  Zarate. 


1  Gregorio  V[I  describe  esta  escena  en  su  Epístola  VI,  12:  '^Después  de  haberle 
*'  reprendido  fuertemente  por  sus  excesos,  vino  A  Canossa  con  una  pequefia  éscol- 
**  ta,  como  persona  que  no  piensa  en  nada  malo.  Aquí  permaneció  tres  días  de- 
**  lante  de  la  puerta,  en  un  estado  que  daba  lástima,  despojado  del  aparato  reglo, 
<*  descalzo,  vestido  de  lana,  invocando  con  lágrimas  el  auxilio  y  el  consuelo  de  la 
"  conmiseración  apostólica,  tanto  que  cuantas  personas  que  estaban  presentes  y  le 
**  oyeron  hablar,  so  movieron  á  compasión  é  intercedieron  con  nos,  maravillados 
"de  la  inaudita  aspereza  de  nuestro  corazón.  Algunos  exclamaron  que  aquello 
**  no  era  ya  severidad  apostólica,  sino  dureza  de  fiero  tirano;  por  lo  cual,  dejando- 
«nos  ablandar  por  su  arrepentimiento  y  por  las  súplicaslde  los  circunstantes! 
«*  rompimos  el  lazo  del  anatema,  recibiéndole  en  la  comunión  de  la  Santa  Madre 
"la  Iglesia." 


TOPONOMATOTECNIA  ^AflOA.  T9 


TOPONOMATOTECNIA  NAHOA- 


III 


^OirCOBDÁKCU  DE  LOS  ÁCGIBINTES  TOPOOBJLFICOI»  ¥  LOS  N0MBBG8  DE  LVQUK 

No  siempre  será  fácil  para  el  etimologista  encontrar  sobre  el  terreno 
la  concordancia  entre  los  elementos  del  nombre  de  una  localidad  y  los 
caracteres  fisiográfícos  que  han  servido  de  base  para  imponer  la  deno* 
minación:  posible  será  que  estos  caracteres  hayan  desaparecido,  ya  por 
efecto  del  desmonte  que  destruye  bosques  enteros  de  familias  vegetales 
que  antes  daban  al  lugar  una  fisonomía  particular,  ya  por  razón  de  la 
caza  que  ejercida  desatentadamente  sobre  ciertas  especies  animales  sea 
factor  importantísimo  de  su  extinción  ó  por  lo  menos  de  su  alejamien* 
to  de  las  comarcas  en  que  antes  habían  prevalecido.  Los  caracteres  to- 
pográficos y  los  hidrográficos  son  los  más  persistentes,  los  menos  suje- 
tos á  vicisitudes,  y  sin  embargo  no  siempre  vienen  á  reflejarse  como 
en  una  cámara  oscura  en  la  onomástica  geográfica.  Algunas  de  las  an- 
tiguas poblaciones,  conservando  su  primitiva  apelación  han  cambiado 
su  asiento  de  las  alturas  al  fondo  de  los  valles,  y  en  ciertos  casos  han 
sido  por  decirlo  así  trasplantadas  á  grandes  distancias  de  su  origen. 
Uno  de  los  pueblos  ó  barrios  que  circundan  la  ciudad  de  Cuemavaca 
lleva  el  nombre  de  Aniatülánj  que  significa  "lugar  situado  entre  los 
amates'^  y  aunque  no  es  extraño  encontrar  el  amate  (ficus  Benjamina) 
en  aquellos  sitios,  sin  embargo,  el  barrio  de  que  venimos  hablando  no 
se  llamó  así  originariamente.  "El  antiguo  pueblo  de  Amatitlán — dice 
el  diligente  onomatologista  Lie.  Don  Cecilio  A.  Róbelo — estaba  encla- 
vado en  los  campos  de  la  hacienda  de  San  Vicente,  y  uno  de  los  anti- 
guos duefíos  de  este  ingenio  compró  los  terrenos  del  pueblo  é  indem- 
nizó á  los  habitantes  dándoles  los  que  hoy  forman  el  nuevo  pueblo,  al 
cual  le  dieron  el  nombre  del  que  abandonaban."^ 

De  estos  cambios  en  la  radicación  de  las  poblaciones  indigenas  hay 
buen  número  de  ejemplos,  y  en  tales  casos  el  etimologista  tiene  que 

1  Nombres  geográficos  mexicanos  del  Estado  de  Morelos,  pdg.  7. 


80  REVISTA  NACIONAL. 


recurrir  á  la  tradición  para  establecer  la  conformidad  entre  el  signifi- 
cado de  los  Tocablos  que  coAi^nen  el  nombre  y  la  situación  topográ- 
fica actual  de  la  localidad. 

La  dificultad  sube  de  punto  tratándose  de  algunos  nombres  de  orí- 
gen  extraño,  que  como  testimonio  de  otra  civilización  y  del  predomi- 
nio de  pueblos  de  otras  lenguas  y  de  otras  razas,  han  quedado  incrus- 
tados en  la  región  nahoa,  revistiendo  aparentemente  por  una  serie  de 
evoluciones  las  formas  de  esta  última  habla,  vertidos  en  caracteres  fo- 
néticos á  los  jeroglíficos  de  sus  códices,  pero  en  los  cuales  el  análisis 
filológico  concienzudo,  descubre  radicales  arcaicas  ó  exóticas,  que  son 
escollo  de  los  nahuatlistas  que  han  querido  fijar  su  significación.  Aún 
en  épocas  anteriores  y  toda  vez  que  se  había  perdido  el  conocimiento 
de  la  lengua  de  su  origen  y  la  verdadera  fuente  de  los  elementos  de 
esos  nombres,  apoderóse  de  ellos  la  imaginación  popular  forjando  mul- 
titud de  fábulas  para  explicar  la  etimología,  ya  creando  el  nombre  de 
un  supuesto  caudillo  de  la  tribu  fundadora,  ya  relacionándolo  con  las 
tradiciones  mitológicas,  ya  en  fin  recurriendo  á  otros  medios  cuya  gran 
diversidad  denuncia  precisamente  la  carencia  de  fundamento  de  tales 
opiniones. 

Curioso  ejemplo  del  caso  que  acabamos  de  señalar  creemos  que  son 
los  nombres  de  Chalco  y  Texcoco,  Acolman  y  Colima,  cuyas  etimolo- 
gías generalmente  aceptadas  son  por  extremo  discutibles. 

Fué  Texcoco  la  cabecera  del  reino  de  Acolhuacán,  fundado  por  los 
chichimecas,  de  una  tribu  numerosa  y  casi  salvaje,  á  los  que  unos  au- 
tores hacen  de  procedencia  náhoa  y  otros  de  estirpe  de  los  otomíes 
pero  que  en  realidad  hablaban  lengua  particular  que  parece  haberse 
extinguido,  siendo  de  diversa  familia  que  los  toltecas  y  nahuatlacas. 

A  esta  conclusión  han  llegado,  apoyándose  en  sólidos  fundamentos, 
el  eminente  filólogo  Don  Francisco  Pimentel*  y  el  sabio  historiador 
Don  Manuel  Orozco  y  Berra.  *  Respecto  de  la  etimología  de  Tetzcoco, 
encontramos  las  siguientes  opiniones: 

"Siguiendo  con  la  autoridad  de  Pomar,  expone  el  Sr.  Orozco  y  Be- 
rra,^ diremos  que  á  una  legua  al  Este  de  la  ciudad  hay  un  pequeño 
cerro,  al  que  en  lengua  chichimeca  le  llamaron  TetzcoU;  los  culhua- 

1  Cuadro  descriptivo  y  comparativo  de  las  lenguas  Indígenas  de  México.  Segun- 
da edición,  tomo  I,  pAg.  3. 

2  Geografía  de  las  lenguas  de  México,  pág.  6. 
8  Op.  clt.  pág.  241. 


TOPONOMATOTECíNIA  NAHOA.  81 

ques  al  fundar  allí  corrompieron  el  vocablo,  dijeron  Tetzcoco  y  al  ce- 
rro Tetzcotzin  Tetzcoco  quedó  asentado  en  el  llano,  entre  el  lago  y  la 
Sierra,  apellidándose  la  comarca  Acolhuacatiallif  "  que  quiere  decir  tie- 
rra y  provincia  de  los  hombres  hombrudos:^'  la  sierra  era  la  de  Tlaloc, 
y  en  la  montalia  más  alta,  nombrada  también  Tlaloc,  estaba  el  templo 
de  este  dios  de  las  lluvias  y  de  los  temporales.'* 

El  mismo  autor,  citando  también  en  otra  de  sus  obras  ^  al  escritor 
indígena  Pomar,  agrega: 

"Uno  de  los  cronistas  de  la  nación  dice:  "De  suerte  que  Tetzcotl  pue- 
de ser  verbo  chichimeca.  No  se  ha  podido  saber  su  verdadero  signifi- 
cado, porque  los  chichimecas  que  primero  le  pusieron  el  nombre  no 
sólo  se  han  acabado,  pero  ni  hay  memoria  de  su  lengua,  ni  quien  se- 
pa interpretar  los  nombres  de  muchas  cosas  que  hasta  ahora  en  aquella 
lengua  se  nombran,  etc."' 

Ixtlilxoehülf  otro  de  los  escritores  nacionales,  escribe:  "La  ciudad  de 
Tetzcuco  fué  fundada  en  tiempo  de  los  toltecas  con  el  nombre  de  Ca- 
tenichco;  destruida  al  tiempo  que  aquella  nación,  la  reedificaron  los 
emperadores  chichimecas,  particularmente  Quinatzin,  quien  la  embe- 
lleció mucho,  puso  en  ella  su  residencia  y  la  hizo  capital  del  imperio. 
A  su  llegada  los  chichimecas  la  llamaron  Tezcuco,  es  decir,  lugar  de 
detención,  porque  allí  pararon  todas  las  naciones  que  entonces  había 
en  la  Nueva  España." 

Consultando  las  pinturas  jeroglíficas  se  encuentra  que  en  la  figura  9, 
lám.  3  del  Códice  Mendocino,  el  nombre  de  Tezcuco  ó  Texcoco  está  re- 
presentado por  una  montaña  riscosa,  sobre  la  cual  florece  la  jarilla  y 
.  junto  un  brazo  extendido  con  el  símbolo  cUl.  Tlacotl,  es  la  jarilla  que 
brota  en  los  llanos  y  texcotli  la  de  los  riscos,  tomando  la  radical  de 
texcallif  peñasco  ó  risco,  de  manera  que  la  interpretación  del  jeroglífi- 
co es:  "en  la  jarilla  de  los  riscos,"  y  en  cuanto  al  brazo  es  un  carácter 
ideográfico,  ya  de  la  provincia  de  Acolhuacán,  ya  de  la  tribu  acolhua^ 
por  lo  que  el  Sr.  Orozco  concluye  que  el  conjunto  jeroglífico  dice:  "la 
ciudad  de  Texcoco  en  la  provincia  de  Acolhuacán." 

Seanos  ahora  permitido  aventurar  nuestra  opinión  en  medio  de  esta 
diversidad  de  pareceres:  desde  luego  observaremos  que  para  aceptar 
la  interpretación  de  Ixtlilxochitl,  sería  preciso  cambiar  el  nombre  del 

1  Historia  antigua  y  de  la  conquista  de  México.  Tomo  II,  pftg.  251. 

2  Relación  de  la  ciudad  de  Texcoco,  escrita  por  Juan  B.  Pomar,  descendiente  de 
ras  antiguos  reyes.  Afio  de  1582  M.  8.  del  Sr.  Qarcía  Icazbalceta. 

E.  N.— T. !!.-« 


82  REVISTA  NACIONAL. 


lugar  en  Tetzicoco,  en  cuyo  caso  pudiera  derivarse  de  tetzieo  ó  tetzicoa- 
ni,  el  que  detiene  á  otro,  ó  de  tetzicoliztli,  detenimiento  tal,  palabras 
que  se  encuentran  en  el  Vocabulario  de  Molina. 

La  relación  de  Pomai*  y  los  signos  del  jeroglífico  con  la  traducción 
del  Sr.  Orozco  parece  que  tienden  á  derivar  el  nombre  de  la  ciudad 
lacustre  de  Tetzcutzinco,  famosa  residencia  de  recreo  del  rey  Netza- 
hualcóyotl cuyas  ruinas  se  encuentran  todavía  en  un  pequeño  cerro 
situado  6  kilómetros  al  S.E.  de  Texcoco;  pero  en  nuestro  concepto  la 
fábrica  de  los  templos,  baños  y  alcázares  y  la  formación  de  los  jardines 
del  celebrado  bosque,  son  con  mucho  posteriores  á  la  fundación^  de  la 
capital  del  reino  acolhua,  como  lo  comprueba  el  mismo  Ixtlilxochitl 
en  la  parte  de  su  Historia  Cbichimeca  intitulada:  "De  cómo  hizo  Net- 
zahualcoyotzin  casas  de  recreación,  bosques  y  jardines  y  la  gente  que 
mandó  ocupar  en  su  adorno  y  en  el  de  las  casas  reales  y  cerco  de 
ellas,^'  construcciones  que  acusan  un  refinamiento  y  un  adelanto  en  la 
civilización  que  seguramente  no  tenían  los  chichimecas  cuando  llega- 
ron al  Valle,  por  una  parte;  por  la  otra,  no  se  concibe  que  para  dar 
nombre  á  un  lugar  situado  en  el  llano,  fueran  á  buscarse  los  caracte- 
res ñtográfícos  de  una  montaña  lejana,  y  en  fin,  la  misma  terminación 
tzinco  del  sitio  de  recreo,  reverencial  unas  veces,  diminutiva  otras  y 
que  frecuentemente  se  puede  traducir  por  la  palabra  "nuevo,"  parece 
indicar  que  en  la  fundación  posterior  se  quiso  conservar  la  memoria 
de  la  capital  del  reino,  pudiendo  traducirse  Tetzcutzinco  por  "Nuevo 
Tetzcuco." 

Como  la  ciudad  en  sus  orígenes  estaba  evidentemente  situada  más 
cerca  de  la  orilla  del  lago  de  lo  que  actualmente  se  encuentra,  y  era 
probablemente  en  remotísimos  tiempos  una  verdadera  población  la- 
custre, no  es  aventurado  buscar  en  la  hidrografía  el  origen  de  su  apela- 
ción náhoa,  hoy  corrompida,  por  la  inñuencia  de  otros  dialectos  y  otras 
lenguas,  pero  en  cuya  ortografía  todavía  se  descubren  ciertos  elemen- 
tos fonéticos  que  vienen  en  apoyo  de  nuestra  presunción. 

De  la  radical  a  de  atlj  agua,  y  de  tezcatl  espejo,  hicieron  los  náhoas 
el  pintoresco  y  significativo  nombre  de  atezcaü^  lago,  espejo  de  agua;  y 
combinado  este  vocablo  con  la  posposición  co,  determinativa  de  lugar, 
suprimiendo  la  primera  vocal  a  y  sustituyendo  la  segunda  por  u,  re- 
sulta Tezcuco,  cuya  acepción  primitiva  pudo  ser:  "ciudad  del  lago."  Va- 
rios ejemplos  pudiéramos  citar  de  nombres  geográficos  mexicanos  que 
han  sufrido  trasformaciones  por  elisión,  por  metátesis,  por  apócope  y 


TOPONOMATOTECNIA  NAHOA.  83 

aun  perdiendo  la  vocal  ó  toda  una  silaba  inicial.  PanchimalcOf  pueblo 
que  aún  subsiste  en  el  Estado,  se  halla  representado  en  la  Colección 
de  Mendoza  por  un  escudo,  chimalliy  que  lleva  en  su  centro  una  ban- 
dera, pantU,  resultando  silábicamente  Chimalpan  ó  Panchimalco,  y  sin 
embargo,  el  intérprete  del  Códice  tradujo  abreviadamente  Chimalco. 
De  Acuitlaparij  han  salido  sucesivamente:  Cuitlapa^  Cuitlahuapan,  Cui- 
tláhuac  y  por  último,  TIáhuac. 

Veamos  ahora  las  opiniones  emitidas  respecto  de  Chalco.  El  Sr.  D. 
Eufemio  Mendoza,  en  sus  apuntamientos  ya  citados,  dice: 

"Chalco. — Geóg.  Muy  difícil  es  la  etimología  de  esta  palabra.  Da- 
mos la  siguiente  sin  garantía.  Lugar  roto,  en  la  rotura,  donde  se  rom- 
pe, etc.,  de  challa^  romper,  co  (v).  Buschmann  lo  hace  venir  de  chaüij 
cuyo  significado  confiesa  que  ignora.  Acosta  lo  traduce  "eíi  las  boeas;^^ 
no  encuentro  el  por  qué.  Clavijero  ^^campo  color  de  esmeraldüf^^  tra- 
yéndolo  probablemente  de  Chalchihuitly  y  por  fin  el  Sr.  Chimalpopoca 
asegura  que  Cltalli  significa  esmeralda  bruta;  pero  Molina  que  conoció 
el  mexicano  en  toda  su  pureza,  dice  que  la  esmeralda  en  bruto  se  lla- 
ma ehcdchihuitiy 

El  escritor  anónimo  del  Códice  Ramírez  dice  lo  siguiente  acerca  de 
la  tribu  chalca:  "El  segundo  linaje  es  el  de  los  Choleas^  que  quiere 
decir  gente  de  las  bocaSj  porque  Challi  significa  un  hueco  á  manera  de 
boca,  y  así,  lo  hueco  de  la  boca  llaman  Camachalliy  que  se  compone 
de  camac  que  quiere  decir,  la  boca,  y  de  chaUij  que  es  lo  hueco,  y  de 
este  nombre  Challi,  y  de  esta  partícula  ca^  se  compone  chalca,  que  sig- 
nifica loa  poseedores  de  las  bocas.'' 

Si  ahora  pasamos  al  examen  de  las  pinturas  geroglíficas,  encontra- 
remos que  el  símbolo  de  Chalco  es  constantemente  un  círculo  orna- 
mentado de  figuras  y  colores,  "carácter  ideográfico,  dice  el  Sr.  Orozco 
y  Berra,  que  así  representa  la  ciudad  como  á  la  tribu  chalca.'* 

"La  pintura,  agrega  el  mismo  autor,  figura  el  chalchihuitl,  cuya  ra- 
dical primitiva  chai  sirve  de  mnemónico  á  la  palabra.'* 

A  nuestro  modo  de  ver,  en  el  vocablo  que  venimos  analizando  hay 
una  raíz  sánscrita,  perdida  ó  poco  usada  en  el  náhoa,  que  significa 
agua,  lago,  estanque,  de  manera  que  Chalco  quiere  decir  sencillamen- 
te: "ciudad  ó  lugar  del  lago,'*  enteramente  de  acuerdo  con  su  situación 
topográfica;  y  el  símbolo  empleado  en  las  pinturas  no  es  el  símbolo  de 
la  esmeralda  sino  un  carácter  ideográfico  para  representar  el  tiempo,  el 
año,  bastando  para  convencerse  de  esto  último,  estudiar  y  describir  la 


84  REVISTA  NACIONAL. 


figura  menos  superfícialmente  de  lo  que  se  ha  hecho  por  la  generali- 
dad de  los  autores  que  han  tratado  de  esta  materia.  El  circulo  interior 
pintado  de  verde,  está  rodeado  por  dos  coronas  circulares  concéntrícaSi 
la  menor  colorida  de  rojo  y  blanca  la  exterior,  estando  ésta  subdividi- 
da  en  trece  trapecios  ó  glifos,  y  llevando  toda  la  figura  en  las  extremi- 
dades de  dos  diámetros  perpendiculares,  que  forman  una  cruz  de  San 
Andrés,  cuatro  circulillos,  como  los  empleados  para  denotar  los  nume- 
rales. Estos  últimos  hacen  probablemente  referencia  al  nahutr-oUin; 
los  glifos  de  la  corona  exterior,  por  su  cantidad,  representan  la  trece- 
na del  tonalamcUl  y  el  producto  de  13x4=52  expresa  el  número  de 
afios  del  siclo  azteca,  de  donde  se  infiere  que  el  carácter  simbólico  es 

m 

un  signo  cronográfíco,  empleado  para  designar  el  año,  el  tiempo,  pu- 
diendo  citarse  en  corroboración  de  esta  opinión  la  circunstancia  de 
que  en  el  jeroglifico  de  Xiuhtepec  (Códice  Mendocino,  lám.  VI,  fig. 
12)  la  radical  onuk^  de  xihuitlf  afio,  cometa,  turquesa  ó  yerba,  se  ex- 
presa también  por  un  círculo  ornamentado,  con  cuatro  circulillos  tan- 
gentes en  los  extremos  de  una  cruz  de  San  Andrés,  teniendo  el  con- 
junto cierta  semejanza  con  el  carácter  ideográfico  de  Chalco. 

La  palabra  sánscrita  que  reconocemos  como  fuente  de  la  mexicana 
ehalli,  es  gara^  que  tiene  las  acepciones  de  agua,  lago,  estanque,  y  para 
hacer  más  perceptible  su  analogía  fonética  con  la  voz  náhoa  á  que  la 
hemos  equiparado,  baste  recordar  que  la  letra  ga,  44*  y  1*  silbante  del 
alfabeto  sánscrito  ocupa  un  lugar  medio  entre  ka  y  sha,  y  la  r  se  per- 
muta sin  dificultad  por  su  análoga  la  I  en  las  lenguas  que  carecen  de 
la  primera  letra. 

QarUy  significa  el  año,  el  tiempo;  y  gara  tiene  también  las  acepcio- 
nes de:  color  variado,  abigarrado,  mezcla  de  amarillo  y  azul,  verde, 
caracteres  cronológicos  y  cromáticos  que  encontramos  reproducidos 
en  el  jeroglífico  de  Chalco,  población  lacustre  cuya  etimología  topo- 
gráfica más  plausible  creemos  que  es:  "ciudad  del  agua  ó  def  lago." 

Tenemos  todavía  la  palabra  sánscrita  gavala^  agua,  y  la  mexicana 
Chápala^  nombre  de  un  lago  del  Estado  de  Jalisco. 

XaÜocan  es  el  nombre  de  una  población  situada  cerca  de  una  de  las 
lagunas  boreales  del  Valle;  su  jeroglífico  (Cod.  Mend.  lám.  III,  fig.  7) 
se  representa  por  un  animalejo  en  el  signo  de  arena,  y  en  concepto  del 
Sr.  Orozco  la  palabra  viene  de  Xaltozan,  "cierta  rata  ó  ratón,"  llamado 
tuza  (orden  roedores,  familia  cricetidas,  "Geomix  mexicanus,")  signi- 
ficando: "lugar  de  tuzas." 


TOPONOMATOTECNIA  NAHOA.  85 

¿No  será  la  verdadera  etimología  "lugar  del  pequeño  lago,"  deri- 
vándose de  ehalliy  tonüi^  desinencia  de  diminutivo  y  la  posposición 
canf 

Por  lo  demás  es  curioso  observar  que  la  palabra  tozan^  topo,  animal 
ó  rata,  como  traduce  Molina  en  su  vocabulario,  es  casi  idéntica  á  la 
sánscrita  ttUhuma,  rata  del  campo,  pronunciándose  la  t  aspirada  del 
sánscrito  como  la  th  inglesa. 

No  es  gara  convertida  en  chaUi  la  única  palabra  sánscrita  de  la  que 
apenas  se  conservan  buellas  en  el  habla  náhoa;  citaremos  también  co- 
mo notable  xam,  tierra,  que  sólo  aparece  como  radical  en  dos  palabras 
del  Vocabulario  de  Molina  y  unas  cuantas  derivadas  y  son:  xamiU, 
adobe,  especie  de  sillarejo  hecho  de  tierra  humedecida,  lodo  ó  barro 
batido;  y  xamixealli,  ladrillo  de  barro  cocido,  en  cuya  composición  en- 
tran xam,  tierra,  en  mexicano  y  en  sánscrito  yzca  ó  ¿rea,  cocer  loza, 
asar  huevos,  patatas  ó  cosa  semejante,  que  proviene  evidentemente  de 
la  raíz  sánscrita  shJcám  ó  shká,  brillar,  quemar,  etc.,  de  modo  que 
xamixcalli  significa  tierra  ó  barro  cocido;  y  la  misma  raíz  verbal  vol- 
vemos á  encontrar  en  tlaxcaUif  que  literalmente  quiere  decir  maíz  co- 
cido, tortilla. 

La  misma  radical  que  en  la  palabra  Chalco,  y  acaso  venga  esto  tam- 
bién á  confirmar  nuestra  etimología,  se  reconoce  en  el  nombre  de  la 
diosa  del  agua,  cuya  descripción  nos  da  el  P.  Sahagún  en  el  capítulo 
XI  del  libro  1"  de  su  obra,  en  los  siguientes- términos:  ^ 

"Esta  diosa,  llamada  ChalchitUliycue,  diosa  del  agua,  pintábanla  co- 
mo á  mujer,  y  decían  que  era  hermana  de  los  dioses  de  la  lluvia  que 
llaman  TlatoqueSy  honrábanla  porque  decían  que  ella  tenía  poder  sobre 
el  agua  de  la  mar  y  de  los  ríos,  para  ahogar  los  que  andaban  en  estas 
aguas,  y  hacer  tempestades  y  torbellinos  en  ellas,  y  anegar  los  navios 
y  barcos  y  otros  vasos  que  caminaban  por  el  agua.  Hacían  fiesta  á  esta 
diosa  en  la  que  se  llama  ElzalqtializUi,  que  se  pone  en  el  segundo  li- 
bro capítulo  7,  allí  están  á  la  larga  las  ceremonias  y  sacrificios  con  que  la 
festejaban  como  allí  se  podrá  ver.  Los  que  eran  devotos  á  esta  diosa  y 
la  festejaban,  eran  todos  aquellos  que  tienen  sus  grangerias  en  el  agua, 
como  son  los  que  la  venden  en  canoas,  y  los  que  la  venden  en  tinajas 
en  la  plaza.  Los  atavíos  con  que  pintaban  á  esta  diosa,  eran  la  cara 
con  color  amarillo,  y  la  ponían  un  collar  de  piedras  preciosas,  de  que 

1  Sah.  Tomo  I,  p6g.  9. 


86  REVISTA  NACIONAL. 


colgaba  una  medalla  de  oro:  en  la  cabeza  tenia  una  corona  hecha  de 
papel)  pintada  de  azul  claro,  con  unos  penachos  de  plumas  verdes,  y 
con  unas  bolas  que  colgaban  hacia  el  colodrillo  y  otras  hacia  la  frente 
de  la  misma  corona,  todo  de  color  azul  claro.  Tenía  sus  orejas  labra- 
das de  turquesas  de  obra  mosayca,  estaba  vestida  de  un  vipil  y  de  unas 
enaguas  pintadas  del  mismo  color  azul  claro,  con  unas  franjas  de  que 
colgaban  caracol itos  mariscos.  Tenia  en  la  mano  izquierda  una  rodela 
con  una  hoja  ancha  y  redonda  que  se  cría  en  el  agua,  y  la  llaman  aüa- 
ctiecona:  en  la  mano  derecha  tenia  un  brazo  con  una  cruz  hecha  á  ma- 
nera de  la  de  la  custodia  en  que  se  lleva  el  sacramento,  cuando  uno 
solo  la  lleva,  y  era  como  cetro  de  esta  diosa;  tenía  sus  colaras  blancas: 
los  señores  y  reyes  veneraban  mucho  á  esta  diosa  con  otras  dos,  que 
era  la  diosa  de  los  mantenimientos  que  se  llama  Chicumecoatlf  y  la 
diosa  de  la  sal,  que  llamaban  Vixtodratlj  porque  decían  que  estas  tres 
diosas  mantenían  á  la  gente  popular,  para  que  pudiesen  vivir  y  multi- 
plicar. Lo  demás  acerca  de  esta  diosa,  se  verá  en  el  capítulo  que  he 
citado  del  segundo  libro,  porque  allí  se  trata  copiosamente.^' 

Por  la  descripción  precedente  se  reconoce  que  el  color  dominante 
entre  los  arreos  de  Chalchiuhilicue  era  el  azul,  característico  de  las 
grandes  masas  de  agua  y  con  el  cual  en  los  jeroglíficos  vemos  ilumi- 
nados los  signos  de  apanüi,  Hueyapan,  y  el  símbolo  de  atlf  en  ge- 
neral. 

Torquemada  dice,  hablando  de  la  misma  deidad: ' 

''Estos  indios  tuvieron  otra  diosa  llamada  Chalchihuitlycue,  y  entre 
otros  nombres  de  efectos  que  le  daban  era  uno  Apozonallotl  ó  Acuecue- 

yotl,  que  quiere  decir  la  onda  y  hinchazón  de  las  aguas Otros 

muchos  nombres  dieron  estos  indios  á  esta  diosa;  pero  el  de  Chalchi- 
huitlycue, era  el  más  común,  y  usado,  que  quiere  decir  náhoas  ó  fal- 
dellín de  las  aguas,  entre  verdes  y  azules,  por  los  visos  que  hacen  azu- 
les y  verdes,  los  cuales  visos  parece  que  ciñen  aquel  movimiento  y 

tumbo  que  hace  la  ola A  esta  diosa  tenían  en  gran  reverencia 

y  la  edificaban  templos  por  el  temor  grande  que  le  tenían,  por  razón 
de  los  muchos  que  morían  ahogados  y  desastradamente  en  las  aguas.... 
A  estos  lugares  venían  muchas  gentes  á  ofrecer  sacrificios  al  diós  Tla- 
loc  y  á  los  demás  dioses  sus  compañeros;  como  á  los  que  creían  que 
les  hacían  este  bien  y  merced  de  dar  las  aguas,  para  el  socorro  y  re- 
paro de  sus  necesidades." 

1  Monarquía  Indiana.  Tomo  II,  pág.  46. 


TOPONOMATOTECNIA  NAHOA.  87 

Los  jeroglíficos  de  Acolhuacán  y  de  Colima  son  casi  idénticos;  en 
ambos  se  reconoce  el  símbolo  de  la  tribu  aeolhua,  formado  de  un 
miembro  torácico  humano  con  el  signo  atl,  agua,  en  el  hombro,  acoUu 
Los  dos  dibujos  tienen  también  una  pulsera,  y  el  de  Acolhuacán  lleva 
además  un  adorno  rojo  ó  cinta  en  el  hombro.  AcoUiuacán  se  ha  tra- 
ducido por  'lugar  que  tiene  ocolkuas,'''  de  cauy  lugar,  hua,  posesivo  del 
anterior  y  aeoly  i-ecordativo  de  aeolhua;  Coliman  se  ha  interpretado 
así:  "lugar  conquistado  por  acolhuas,"  lo  mismo  que  Acolmariy  pero 
no  debe  perderse  de  vista  que  las  tribus  tomaron  sus  nombres  de  los 
lugares  que  fundaron  ó  en  los  que  se  establecieron,  y  el  Dr.  Peñafiel 
hace  observar  con  mucho  acierto  que  aunque  la  ciudad  de  Aculman 
fué  conquistada  efectivamente  por  Netzahualcóyotl,  sin  embargo  ya 
tenia  ese  nombre  cuando  era  gobernada  por  un  hijo  de  Tezozomoctli, 
aquel  señor  tepaneca  que  había  usurpado  de  sus  legítimos  duefíos  el 
reino  de  Acolhuacán. 

Fray  Gerónimo  de  Mendieta,  refiriendo  la  tradición  tezcucana  de  la 
creación  del  hombre,  dice*  "que  el  primer  hombre  de  quien  ellos  pro- 
cedían había  nacido  en  tierra  de  Aculnia,  que  está  en  término  de  Tez- 
cuco  dos  leguas,  y  de  México  cinco,  poco  más,  en  esta  manera.  Dicen 
que  estando  el  sol  á  la  hora  de  las  nueve,  echó  una  flecha  en  el  dicho 
término  y  hizo  un  hoyo,  del  cual  salió  un  hombre  que  fué  el  primero, 
no  teniendo  más  cuerpo  que  de  los  sobacos  arriba,  y  que  después  sa« 
lió  de  allí  la  mujer  entera.^'  Y  más  scdelante:  "que  aquel  hombre  se 
decía  Aculmaitl  y  que  de  aquí  tomó  nombre  el  pueblo  que  se  dice 
Aculma,  porque  aculli  quiere  decir  hombro  y  maitl,  mano  ó  brazo, 
como  cosa  que  no  tenía  más  que  hombros  y  brazos,  ó  que  casi  todo 
era  hombros  y  brazos,  porque  (como  dicho  es)  aquel  hombre  primero 
no  tenía  más  que  de  los  sobacos  arriba,  según  esta  ficción  ó  mentira.'* 

Fray  Toribio  de  Motolinía  explica  así  el  origen  de  la  palabra  Acol- 
huacán.^ "Un  indio  llamado  Chichimecatl,  ató  una  cinta  de  cuero  ó 
correa  al  brazo  de  Quetzalcoatl,  en  lo  alto  cerca  del  hombro,  y  por 
aquel  tiempo  y  acontecimiento  de  atarle  el  brazo  aclamáronle  Acol- 
huatl:  y  de  este  dicho  que  vinieron  los  de  Culhua,  antecesores  de  Mo- 
teuczoma,  señores  de  México  y  de  Colhuacán,  y  á  dicho  Quetzalcoatl 


1  Historia  Eclesiástica  Indiana,  pág.  81,  pablicada  por  el  Sr.  García  Icazbaloeta, 
1870. 

2  Colección  de  Documentos  para  la  Historia  de  México,  publicada  por  el  Sr.  D. 
Joaqoín  García  Icazbalceta.— 1868. 


90  REVISTA  NACIONAL. 


man  y  susceptible  de  una  traducción  análoga.  Autorizarían  esta  hipó- 
tesis tres  circunstancias:  la  cuasi  identidad  de  los  jeroglíficos,  el  hecho 
ya  mencionado  de  que  otros  nombres  han  perdido  también  la  vocal  ó 
sílaba  inicial,  y  muy  particularmente  el  estar  situada  la  ciudad  de  Co- 
lima sobre  el  río  de  su  nombre. 

Los  ejemplos  citados  creemos  que  tal  vez  son  suficientes  para  de- 
mostrar como  aun  en  los  casos  más  refractarios  á  las  indagaciones  eti- 
mológicas, puede  llegarse  á  resultados  más  satisfactorios  buscando  pre- 
ferentemente los  elementos  de  los  nombres  en  la  fisiografía,  porque 
de  esa  fuente  sacaron  los  primeros  pobladores  ó  descubridores  las  de- 
nominaciones que  impusieron  á  los  lugares  en  la  mayor  parte  de  los 
casos,  y  remontándose  si  es  necesario  á  los  orígenes  de  la  lengua  náhoa 
para  rastrear  aquellas  radicales  perdidas  ó  poco  usadas  en  el  lenguaje 
corriente  que  no  es  fácil  hallar  en  los  vocabularios  usuales.  Acerca  de 
las  relaciones  en*re  el  mexicano  y  el  sánscrito,  que  incidentalmente 
hemos  venido  señalando  en  el  curso  de  este  trabajo,  daremos  un  es- 
tudio comparativo  especial  para  el  que  tenemos  aglomerados  intere- 
santes y  copiosos  eleiiiontos  texicográficos,  después  de  concluir  en  el 
próximo  artículo  estos  breves  apuntamientos  sobre  la  toponomatotéc- 
nia  náhoa,  es  decir,  el  arte  con  que  los  antiguos  habitadores  de  nues- 
tras comarcas  impusieron  nombres  á  los  lugares  según  sus  caracteres» 


V.  Reyes. 


EL  NEGRO  FALUCHO. 


Duerme  el  Callao.  Ronco  son 
Hace  del  mar  la  resaca, 
Y  en  la  sombra  se  destaca 
Del  Real  Felipe  el  torreón. 
En  él  está  de  facción, 


EL  NEGRO  FALUCHO. 


Porque  alejarle  quisieron, 
Un  negro,  de  los  que  fueron 
Con  San  Martín,  de  los  grandes 
Que  en  las  pampas  y  en  los  Andes 
Batallaron  y  yencieron. 

Por  la  pequeña  azotea. 
Falucho  erguido  y  gentil, 
Echado  al  hombro  el  fusil, 
Lentamente  se  pasea; 
Piensa  en  la  patria,  en  la  aldea 
Donde  dejó  el  hijo  amado, 
Donde  su  duefío  adorado 
Le  aguarda,  triste  y  llorosa; 

Y  en  Buenos  Aires  la  hermosa. 
Que  es  su  pasión  de  soldado. 

Llega  del  fuerte  á  su  oído 
Rumor  de  voces  no  usadas, 
De  bayonetas  y  espadas 
Agudo  y  áspero  ruido: 
Un  ¡viva  España!  seguido 
De  un  otro  viva  á  Fernando; 

Y  está  Falucho  dudando 

Si  dan  los  gritos  que  escucha 
Sus  compañeros  de  lucha, 
O  si  está  loco  ó  soñando. 

Desde  los  Andes,  el  día. 
Que  ciñe  en  rosas  la  frente, 
Abierta  el  ala  luciente 
Hacia  los  mares  caía. 
Cuando  Falucho,  que  ansia 
Dar  un  viva  á  su  manera. 
Como  protesta  altanera 
Contra  menguadas  traiciones, 
Izó,  nervioso,  á  tirones. 
La  azul  y  blanca  bandera. 


REVISTA  NACIONAL. 


— "¡Por  mi  cuenta  te  despliego, 
Dijo  airado,  y  de  esta  suerte 
Si  á  tus  pies  está  la  muerte, 
A  tu  sombra  muera  luego!'' 
Nació  el  sol:  besos  de  fuego 
Dióla  en  rayos  de  carmín; 
Rodó  el  mar  desde  el  confín 
Un  instante  estremecido; 

Y  en  la  torre  quedó  erguido 
El  negro  de  San  Martin. 

No  bien  asi  desplegados 
Nuestros  colores  lucían, 
Por  la  escalera  subían 
De  tropel  los  sublevados. 
Ven  á  Falucho,  y  airados 
Hacia  él  se  precipitan: 
— "¡Baja  ese  trapo,  le  gritan, 

Y  nuestra  enseña  enarbola !'' 

¡Y  es  la  bandera  espafiola 

La  que  los  criollos  agitan! 

Dobló  Falucho,  entretanto, 
La  oscura  faz  sin  sonrojos, 

Y  ante  aquel  crimen,  sus  ojos 
Se  humedecieron  en  llanto. 
Vencido  al  punto  el  quebranto, 
Con  fiero  arranque  exclamó: 
— "¡Enarbolar  esa  yo 

Cuando  está  aquella  en  su  puesto!'' 

Y  un  juramento  era  el  gesto 
Con  que  el  negro  dijo:  "¡No!" 

Con  un  acento  glacial 
En  que  la  muerte  predicen, 
— "Presenta  el  arma,  le  dicen, 
Al  estandarte  real.'' 
Rotos  por  la  orden  fatal 


:3L  NEGRO  FALUCHO.  86 


De  la  obediencia  los  lazos, 
Alzó  el  fusil  en  sus  brazos 
Con  un  rugido  de  fiera, 

Y  contra  el  asta  bandera 

Lo  hizo  de  un  golpe  pedazos. 

Ante  la  audacia  insolente 
De  esa  acción  inesperada. 
La  infame  turba,  excitada. 
Gritó:  — "¡Muera  el  insurgente!" 

Y  asestados  al  valiente 
Cuatro  fusiles  brillaron 

— "iRíndete  al  Rey!"  le  intimaron; 
Mas  como  el  negro  exclamó: 
— "¡Viva  la  patria,  y  no  yo!" 
Los  cuatro  tiros  sonaron! 

Uno,  el  más  vil,  corre  y  baja 
El  estandarte  sagrado. 
Que  cayó  sobre  el  soldado 
Como  gloriosa  mortaja. 
Alegres  dianas  la  caja 
De  los  traidores  batía; 
El  Pacifico  gemía 
Melancólico  y  desierto; 

Y  en  la  bandera  del  muerto 
Nuestro  sol  resplandecía. 

Rafael  Obugado.* 

Buenos  AireSi  1889. 


*  £1  insigne  poeta  argentino,  autor  de  la  composición  que  hoy  engalana  la  12e- 
viita  Nacional  es,  acaso,  entre  los  de  Sud  América,  el  más  conocido  y  admirado 
hoy  en  México.  No  necesitamos,  por  lo  mismo,  presentarle  A  nuestros  lectores; 
pero  sí  decimos  con  legítima  complacencia  que  El  Negro  Falucho  es  la  primera 
poesíft  Inéclita  del  egregio  autor,  publicada  en  esta  capital. 

La  Disección. 


91  REVISTA  NACIONAI^ 


ABEJA. 


CAPITULO  I. 

QUE  TRATA  DE  LA  FIGURA  DE  LA  TIERRA  Y  SIRVE  DE  INTRODUCCIÓN. 

El  mar  cubre  hoy  el  suelo  donde  estuvo  el  ducado  de  los  Clarides. 
No  hay  vestigio  de  la  ciudad  ni  del  castillo.  Pero  se  dice  que  á  lo  an- 
cho de  una  legua  mar  afuera  se  ven,  en  los  días  de  calma,  enormes 
troncos  de  árboles,  de  pie  en  el  fondo  de  las  aguas.  Un  lugar  que  en 
la  playa  sirve  de  puerto  á  los  aduaneros,  se  llama  todavía  TEchoppe- 
du-Tailleur.  Es  muy  probable  que  este  nombre  sea  un  recuerdo  de 
cierto  maestro  Juan,  de  quien  se  habla  en  nuestro  relato.  El  mar, 
que  avanza  todos  los  años  por  esta  costa,  cubrirá  pronto  ese  lugar  que 
tan  singular  nombre  lleva. 

Tales  cambios  están  en  la  naturaleza  de  las  cosas.  Las  montañas  se 
hunden  con  el  curso  de  las  edades;  el  fondo  del  mar  al  contrario,  se  le- 
vanta y  lleva  hasta  la  región  de  las  nubes  y  de  los  hielos,  las  conchas 
y  las  madréporas. 

Nada  es  estable.  La  forma  de  las  tierras  y  de  los  mares  cambia  sin 
cesar.  Sólo  el  recuerdo  de  los  afectos  y  de  las  formas,  atraviesa  las 
edades  y  hace  presente  para  nosotros  aquello  que  dejó  de  existir  hace 
mucho  tiempo. 

Al  hablaros  de  los  Clarides,  a  un  pasado  muy  lejano  quiero  remon- 
taros. Comienzo: 

Cuando  la  condesa  de  Qlanchelande  se  hubo  puesto  sobre  sus  cabe- 
llos de  oro  una  caperuza  negra  bordada  de  perlas 

Pero,  antes  de  proseguir,  suplico  á  las  personas  graves  que  no  me 
lean.  No  está  escrito  esto  para  ellas.  Tampoco  lo  está  paro  los  espíritus 
razonables  que  menosprecian  las  bagatelas  y  quieren  que  se  les  ins- 
truya siempre.  No  me  atrevo  á  ofrecer  esta  historia  sino  á  los  que 
desean  que  se  les  divierta,  y  cuyo  carácter  es  á  veces  joven  y  regoci- 
jado. Sólo  me  leerán,  hasta  el  fín,  aquellos  á  quienes  satisfacen  las 
diversiones  llenas  de  inocencia.  A  éstos  les  ruego  hagan  conocer  mi 


ABEJA.  95 

Abeja  á  sus  hijos  si  son  niños  todavía.  Desearía  que  este  relato  agra- 
dara á  los  jóvenes  y  á  las  jóvenes,  pero  á  decir  verdad,  no  lo  espero. 
Es  muy  frivolo  para  ellos  y  bueno  solamente  para  los  muchachos  de 
antaño.  Tengo  una  aventajada  vecinita  de  nueve  años,  cuya  biblioteca 
particular  examiné  el  otro  día.  Encontré  muchos  libros  sobre  el  mi- 
croscopio y  los  zoófitos,  así  como  muchas  novelas  científicas.  Abrí  una 
de  las  últimas  y  tropecé  con  estas  líneas:  "La  jibia,  Sepia  offieinalü, 
es  un  molusco  cefalopoide,  cuyo  cuerpo  contiene  un  órgano  esponjoso 
con  trama  de  quilina  asociada  á  carbonato  de  cal.''  Mi  linda  vecinita 
encuentra  esta  novela  muy  interesante.  Le  suplico,  si  no  quiere  ma- 
tarme de  vergüenza,  que  no  lea  jamás  la  historia  de  Abeja, 


CAPITULO  11. 


DONDE  SE  VE  LO  QUE  LA  ROSA  BLANCA  ANUNCIO  A  LA  CONDESA 

DE    BLANCHELANDE. 

Habiéndose  puesto  sobre  sus  cabellos  de  oro  una  caperuza  negra 
bordada  de  perlas,  y  anudado  á  su  talle  los  cordones  de  las  viudas,  la 
condesa  de  Blanchelande  entró  en  el  oratorio  donde  tenia  la  costum- 
bre de  rezar  todos  los  días  por  el  alma  de  su  marido,  muerto  en  com- 
bate singular  por  un  gigante  de  Irlanda. 

Aquel  día  vio  una  rosa  blanca  sobre  el  cojín  de  su  reclinatorio:  á  su 
vista,  palideció;  se  veló  su  mirada;  inclinó  la  cabeza  y  enclavijó  las 
manos.  Porque  sabía  que  cuando  una  condesa  de  Blanchelande  va  á 
morir,  encuentra  una  rosa  blanca  sobre  su  reclinatorio. 

Conociendo  por  esto  que  había  llegado  la  hora  de  abandonar  este 
mundo,  donde  había  sido  en  tan  pocos  días,  esposa,  madre  y  viuda, 
fué  al  aposento  en  que  dormía  su  hijo,  Jorge,  bajo  el  cuidado  de  los 
criados.  Tenía  tres  años;  sus  largas  pestañas  formaban  una  sombra  en- 
cantadora sobre  sus  mejillas,  y  su  boca  semejaba  una  ñor.  Ella  al  ver- 
lo tan  pequeño  y  tan  bello,  se  puso  á  llorar. 

— Hijito  mío,  le  decía  con  voz  apagada,  tu  no  me  conocerás  y  mi 
imagen  va  á  borrarse  de  tus  dulces  ojos.  Sin  embargo,  te  he  nutrido 


96  RBVI8TA  NACIONAL. 


con  mi  leche,  á  fin  de  ser  completamente  tu  madre,  y  he  rehusado  por 
tu  amor  la  mano  de  los  mejores  caballeros. 

Diciendo  esto,  besa  un  medallón  en  que  estaba  su  retrato  y  un  bu- 
cle de  sus  cabellos,  y  lo  coloca  en  el  cuello  de  su  hijo.  Entonces  una 
lágrima  de  la  madre  cae  sobre  la  mejilla  del  niño,  que  se  agita  en  su 
cuna  y  se  frota  los  párpados  con  sus  manecitas.  Pero  la  condesa  vuel- 
ve el  rostro  y  huye  del  aposento.  ¿Cómo  dos  ojos  que  iban  á  apagarse 
podrían  soportar  el  brillo  de  dos  ojos  adorados,  en  los  que  el  espíritu 
comenzaba  á  despuntar? 

Hizo  ensillar  un  caballo,  y  seguida  de  su  escudero  Francoeur,  se  tras- 
ladó al  castillo  de  los  Clarides. 

La  duquesa  de  Clarides  abrazó  á  la  condesa  de  Blanchelande: 

— Querida  mía,  qué  buena  fortuna  os  trae? 

— La  fortuna  que  me  trae  no  es  buena;  escuchadme,  amiga.  Noso- 
tras fuimos  casadas  con  pocos  afios  de  diferencia,  y  llegamos  á  ser  viu- 
das por  un  suceso  semejante.  Porque  en  estos  tiempos  de  caballería 
los  mejores  perecen  los  primeros,  y  es  preciso  ser  monje  para  vivir 
mucho  tiempo.  Fuisteis  madre,  dos  años  después  lo  fui  yo.  Vuestra 
hija  Abeja  es  bella  como  el  día  y  mi  pequeño  Jorge  no  es  malo.  Yo  os 
amo  y  vos  me  amáis.  Pues  bien,  sabed  que  he  encontrado  una  rosa 
blanca  sobre  el  cojín  de  mi  reclinatorio.  Voy  á  morir;  os  dejo  á  mi 
hijo. 

La  duquesa  no  ignoraba  lo  que  la  rosa  blanca  anuncia  á  las  señoras 
de  Blanchelande.  Se  puso  á  llorar  y  le  prometió,  en  medio  de  las  lá- 
grimas, educar  á  Abeja  y  á  Jorge  como  hermanos,  y  no  darle  nada  al 
uno  sin  que  el  otro  tuviera  la  mitad. 

Entonces  teniéndose  abrasadas,  las  dos  mujeres  se  acercaron  á  la 
cuna,  en  la  que,  bajo  cortinas  azules  como  el  cielo,  dormía  la  pequeña 
Abeja,  que  sin  abrir  los  ojos  agitó  sus  bracitos.  Y,  como  desviara  los 
dedos,  se  vieron  salir  de  cada  manga  cinco  pequeños  rayos  de  luz  color 
de  rosa. 

— Él  la  defenderá,  dijo  la  madre  de  Jorge. 

— ^Y  ella  lo  amará,  respondió  la  madre  de  Abeja. 

— Lo  amará,  repitió  una  vocesita  clara,  que  la  duquesa  reconoció  por 
la  de  un  espíritu,  que  habitaba  desde  hacía  mucho  tiempo  bajo  una 
piedra  de  la  chimenea. 

Al  regresar  á  su  mansión,  la  dama  de  Blanchelande  distribuyó  sus 
joyas  entre  sus  mujeres,  y  habiéndose  hecho  ungir  con  esencias  per- 


ABEJA.  97 


fumadas  y  vestir  con  sus  más  bellos  trajes,  con  el  objeto  de  honrar  este 
cuerpo  que  debe  resucitar  el  día  del  juicio  fínal,  se  acostó  en  su  lecho 
y  se  durmió  para  no  despertar  más. 


CAPITULO  111. 


DONDE  COMIENZAN  LOS  AMORES  DE  JORGE  DE  BLANCHELANDE  Y  DE  ABEJA 

DE  LOS  CLARmES. 

Contrariamente  á  la  suerte  común,  que  es  tener  más  bondad  que 
belleza,  ó  más  belleza  que  bondad,  la  duquesa  de  los  Clarides  era  tan 
buena  como  bella,  y  tan  bella  que,  sólo  por  haber  visto  su  retrato,  los 
principes  la  pedían  en  matrimonio.  Pero  á  todos  los  pretendientes  res- 
pondía: 

— No  tendré  más  que  un  marido,  porque  no  tengo  más  que  una 
alma. 

Sin  embargo,  después  de  cinco  años  de  luto,  se  quitó  su  largo  velo 
y  sus  negros  vestidos,  con  el  objeto  de  no  araai-gar  el  gusto  de  aque- 
llos que  la  rodeaban,  y  para  que  pudieran  sonreír  y  alegrarse  libre- 
mente en  su  presencia.  Su  ducado  comprendía  una  gran  superficie  de 
tierras,  con  eriales  en  los  que  el  matorral  cubría  una  extensión  desier- 
ta; con  lagos  en  que  los  pescadores  aprisionaban  peces,  de  los  cuales 
algunos  eran  mágicos,  y  con  montañas  que  se  elevaban  en  soledades 
horribles,  arriba  de  las  regiones  subterráneas  habitadas  por  los  Enanos. 

Ella  gobernaba  á  los  Clarides  por  los  consejos  de  un  viejo  monje,  es- 
capado de  Constantinopla,  el  cual,  habiendo  visto  muchas  violencias  y 
perfidias,  creía  poco  en  la  sabiduría  de  los  hombres.  Vivía  encerrado 
en  una  torre  con  sus  pájaros  y  sus  libros,  y,  desde  allí,  llenaba  su  oficio 
de  consejero  conforme  á  un  pequefio  número  de  máximas.  Eran  sus 
reglas:  "No  poner  nunca  en  vigor  una  ley  que  ha  caído  en  desuso; 
ceder  á  los  votos  de  los  pueblos  por  temor  á  las  sediciones,  y  ceder  lo 
más  lentamente  posible,  porque,  cuando  una  reforma  está  acordada, 
el  público  reclama  una  nueva,  y  lo  que  es  derribado  por  haber  cedido 
muy  pronto,  lo  es  también  por  haber  resistido  mucho  tiempo." 

La  duquesa  lo  dejaba  en  libertad,  no  entendiendo  ella  misma  nada 

R.  N.-T.II-T 


BEVI8TA  NACIONAL. 


de  política.  Era  compasiva  y,  no  pudiendo  estimar  .á  todos  los  hom- 
bres, abogaba  por  aquellos  que  tenían  la  desgracia  de  ser  malos.  Ayu- 
daba á  los  desgraciados  de  todas  maneras,  visitando  á  los  enfermos, 
consolando  á  las  viudas  y  recogiendo  á  los  pobres  huérfanos. 

Educaba  á  su  hija  Abeja  con  una  sabiduría  encantadora.  Habiendo 
acostumbrado  á  esta  niña  á  no  tener  otro  gusto  que  hacer  el  bien,  nin- 
gún placer  le  negaba. 

Elsta  mujer  excelente  cumplió  la  promesa  que  le  había  hecho  á  la 
pobre  condesa  de  Blanchelande.  Sirvió  de  madre  á  Jorge,  y  no  esta- 
bleció ningún  punto  de  diferencia  entre  Abeja  y  él.  Crecieron  juntos, 
y  Jorge  encontraba  de  su  gusto  á  Abeja,  aunque  muy  pequeñita.  Un 
día,  estando  aún  en  los  primeros  años  de  su  infancia,  él  se  acercó  á 
ella  y  le  dijo: 

— ¿Quieres  jugar  conmigo? 

— Quiero,  dijo  Abeja. 

— Haremos  pasteles  con  la  tierra,  dijo  Jorge. 

Y  los  hicieron.  Pero  como  Abeja  no  hiciera  bien  los  suyos,  Jorge  le 
pegó  en  los  dedos  con  su  pala.  Abeja  gritó  mucho,  y  el  escudero  Fran- 
coeur,  que  se  paseaba  en  el  jardín,  dijo  á  su  joven  amo: 

— Pegar  á  las  señoritas,  no  es  propio  de  un  conde  de  Blanchelande, 
monseñor. 

Jorge  tuvo  ganas  de  cruzar  su  pala  á  través  del  cuerpo  del  escude- 
ro. Mas  la  empresa  presentaba  dificultades  insuperables,  y  se  resignó 
á  ejecutar  una  cosa  más  fácil,  que  fué  darse  en  la  nariz  contra  un  grue- 
so árbol  y  llorar  abundantemente. 

Mientras  tanto,  Abeja  tenía  cuidado  de  contener  sus  lágrimas  me- 
tiéndose los  puños  en  los  ojos;  y  en  su  desesperación  se  frotaba  la  nariz 
contra  el  tronco  del  vecino  árbol.  Cuando  la  noche  vino  á  cubrir  la  tierra. 
Abeja  y  Jorge  lloraban  todavía,  cada  uno  frente  á  su  árbol.  Fué  preciso 
que  la  duquesa  de  los  Clarides  tomara  á  su  hija  con  una  mano  y  á  Jorge 
con  la  otra,  para  conducirlos  al  castillo.  Tenían  los  ojos  rojos,  la  nariz 
roja,  las  mejillas  encendidas;  suspiraban  y  lloriqueaban  hasta  partir  el 
alma.  Comieron  con  buen  apetito;  después,  á  cada  uno,  se  les  colocó 
en  su  cama.  Pero  salieron  como  pequeños  fantasmas,  ya  que  la  vela  se 
había  apagado,  y  se  abrazaron  en  camisa  de  noche,  con  grandes  car- 
cajadas. 

Así  comenzaron  los  amores  de  Abeja  de  los  Clarides  y  de  Jorge  de 
Blanchelande. 


ABEJA.  9» 


CAPITULO  IV. 


QUE  TRATA  DE  LA  EDUCACIÓN  EN  GENERAL  Y  DE  LA  DE  JORGE  EN  PARTICULAR. 

Jorge  creció  en  el  castillo  al  lado  de  Abeja,  á  quien  llamaba  herma- 
na, por  amistad,  porque  bien  sabía  que  no  lo  era. 

Tuvo  maestros  en  esgrima,  equitación,  natación,  gimnasia,  baile, 
montería,  cetrería,  pelota,  y  en  general  en  todas  las  artes.  Tenía  asimis- 
mo un  maestro  de  escritura.  Este  era  un  viejo  clérigo,  de  maneras  hu- 
mildes pero  de  mal  fondo,  que  le  enseñaba  diversas  escrituras  tanto 
menos  legibles  cuanto  más  bellas.  A  Jorge  poco  le  agradaba  ésto,  y  por 
consiguiente  sacaba  poco  provecho  de  las  lecciones  del  viejo  clérigo, 
así  como  de  las  de  un  monje  que  profesaba  la  gramática  en  términos 
bárbaros.  Jorge  no  podía  concebir  el  que  se  tomara  uno  el  trabajo  de 
aprender  una  lengua,  que  se  habla  naturalmente  y  que  se  llama  ma- 
terna. 

Sólo  se  complacía  con  el  escudero  Francoeur,  quien,  habiendo  ca- 
balgado mucho  por  el  mundo,  conocía  las  costumbres  de  los  hombres 
y  de  los  animales;  describía  toda  clase  de  países  y  componía  canciones 
que  no  sabía  escribir.  Francoeur  fué  de  todos  los  maestros  de  Jorge  el 
único  que  le  enseñó  algo,  porque  fué  el  único  que  lo  quiso  verdade- 
ramente, y  no  hay  mejores  lecciones  que  aquellas  que  se  dan  con  amor. 
Pero  los  dos  de  los  anteojos,  el  maestro  de  escritura  y  el  maestro  de 
gramática,  que  se  odiaban  mutuamente  con  todo  su  corazón,  se  unían 
sin  embargo,  en  un  odio  común  contra  el  viejo  escudero  á  quien  acu- 
saban de  borrachera. 

Es  verdad  que  Francoeur  frecuentaba  un  poco  la  taberna  de  Pot- 
d'Etain.  Ahí  olvidaba  sus  penas  y  componía  sus  canciones.  Segura- 
mente obraba  mal. 

Homero  componía  versos  todavía  mejores  que  los  de  Francoeur,  y 
Homero  no  bebía  sino  el  agua  de  las  fuentes.  En  cuanto  á  penas,  todo 
el  mundo  las  ha  tenido,  y  el  que  logra  hacerlas  olvidar,  no  es  por  el 
vino  que  bebe,  sino  por  la  felicidad  que  ha  comunicado  á  otros.  Pero 
Francoeur  era  un  viejo  encanecido  bajo  los  arneses,  fiel,  lleno  de  mé- 
ritos, y  los  dos  maestros  de  escritura  y  de  gramática,  deberían  disimu- 


100  REVISTA  NACIONAL. 


lar  sus  debilidades  en  vez  de  hacer  á  la  duquesa  una  relación  exaje- 
rada. 

— Francoeur  es  un  borracho,  decía  el  maestro  de  escritura,  y,  cuando 
vuelve  de  la  taberna  de  Pot-d'Etain  hace  al  andar  una  S  sobre  el  ca- 
mino. Es  la  única  letra,  entre  todas  las  otras,  que  ha  trazado;  porque 
este  borracho  es  un  asno,  señora  duquesa. 
El  maestro  de  gramática  añadía: 

— Francoeur  canta,  y  balbucea,  canciones  que  pecan  contra  las  reglas 
y  no  están  hechas  sobre  ningún  modelo.  Ignora  la  sinécdoque,  señora 
duquesa. 

La  duquesa  sentía  un  disgusto  natural  por  los  pedantes  y  los  dela- 
tores. Hizo  que  cada  uno  de  los  maestros  estuviera  en  su  lugap:  no  los 
escuchó  más;  pero,  como  commenzaron  de  nuevo  con  sus  relaciones, 
concluyó  por  creerlos  y  resolvió  alejar  á  Francceur.  Sin  embargo,  para 
darle  un  destierro  honroso,  lo  envió  á  Roma  á  buscar  la  bendición  del 
papa.  Este  viaje  era  tanto  más  largo,  para  el  escudero  Francoeur,  cuan- 
to que  muchas  tabernas,  frecuentadas  por  músicos,  separaban  el  duca- 
do de  los  Clarides  de  la  sede  apostólica. 

Se  verá,  por  el  curso  del  relato,  que  la  duquesa  se  arrepintió,  muy 
pronto,  de  haber  privado  á  los  dos  niños  de  su  guardián  más  seguro. 

Anatole  Frange. 

[Continuará.] 


LETRAS  Y  CIENCIAS. 


4  La  biografía  del  Dante  descaíiaa  sohi^e  hechos  comprobados  f — Los 
estudios  dantescos  han  tenido  en  Italia,  durante  los  últimos  años,  con- 
siderable desenvolvimiento;  la  creación  de  dos  cátedras  nuevas  para 
estudiar  al  Dante  en  Roma  y  Ñapóles,  el  año  pasado,  y  que  aún  no  es- 
tán provistas,  va  á  dar  nuevo  impulso  á  los  trabajos  dantescos.  *  Hase 

1  El  gran  poeta  Italiano  Carducci  Ai6  nombrado  por  el  rey  Humberto  para  des- 
empeñar la  cátedra  de  Roma.— Carducci  no  admitió,  por  razones  políticas,  según 
dicen,  pues  es  un  republicano  exaltado;  pero  abrid  el  curso  con  una  magníflca 
conferencia:  no  está  designado  aún  su  sucesor. 


LETRAS  Y  C1ENCI4Í%  101 


constituido  en  Florencia  una  sociedad  dantófila.  bajo*  Jd.  dirección  del 
alcalde  de  la  ciudad,  y  se  anuncia  la  aparición  próximardé  ifna^evw- 
ta  destinada  exclusivamente  al  poeta  de  la  Divina  Comedia,  ^o  son 
coleccionadores  ó  maniáticos  solamente  quienes  á  este  estudio  á'láycz* 
apasionado  y  minucioso  se  consagran,  sino  los  más  conspicuos  criti^ 
eos  de  la  notable  escuela  contemporánea  en  Italia,  los  Bartoli,  los  del 
Lungo,  los  d'Ancona,  los  Villari,  los  Scartazzini,  etc.  Y  es  que  no  se 
trata  de  estudiar  tan  sólo  tal  ó  cual  detalle,  ó  comprobar  tal  ó  cual  he- 
cho dudoso,  ó  explicar  este  ó  el  otro  pasaje  difícil  del  Paraíso  ó  del 
Purgatorio.  Aunque  á  propósito  del  Dante  se  han  escrito  bibliotecas 
enteras,  parece  que  aun  no  es  conocido:  su  biografía  mil  veces  escrita, 
está  por  hacer  todavía:  su  fígura  se  eclipsa  detrás  de  la  bruma  de  la 
incertidumbre;  es  el  centro  de  una  leyenda  que  casi  no  tiene  otra  base 
que  la  imaginación  de  quienes  poco  á  poco  la  han  formado.  De  mo- 
do que  el  trabajo  de  la  crítica  es  ante  todo  destructivo:  sus  primeras 
hivestigaciones  rematan  en  una  negación.  Indicaremos  brevemente  los 
resultados  y  el  carácter  de  esta  ardua  labor. 

No  es  difícil  darse  cuenta  de  por  qué  es  casi  imposible  establecer  la 
biografía  de  Dante:  uno  solo  de  sus  contemporáneos,  el  cronista  Juan 
ViUani,  nos  ha  dejado  algunas  noticias  sobre  él,  precisas,  pero  tan  bre- 
ives,  que  más  corto  resulta  trascribirlas  que  resumirlas: 

''En  el  mes  de  Julio  del  afio  de  1321,  murió  Dante,  en  la  ciudad  de 

Havenna,  en  Romafia Gran  literato  era  éste  y  sabedor  de  casi  toda 

<)iencia,  aunque  seglar:  fué  eximio  poeta  y  filósofo,  y  perfecto  retórico, 
•tanto  en  el  arte  de  escribir  y  versificar,  como  en  el  de  hablar  en  públi- 
co; muy  noble  decidor  y  perfecto  en  poesía,  con  un  estilo  pulcro  y  be- 
llo cual  no  lo  hubo  nunca  en  nuestra  lengua,  ni  en  su  tiempo,  ni  des- 
pués   É  hizo  la  Comedia,  en  que  en  elegantes  rimas  y  con  gran- 
des y  sutiles  cuestiones  morales,  naturales,  astrológicas,  filosóficas  y 
teológicas,  y  con  hermosas  inspiraciones  y  bella  poesía,  compuso  y  es- 
cribió, en  cien  capítulos  ó  cantos,  sobre  la  existencia  y  el  estado  del 
Infierno,  el  Purgatorio  y  el  Paraíso,  con  tanta  grandeza  como  es  deci- 
ble, y  como  pueden  verlo  y  oirlo  los  que  tengan  sutil  inteligencia.  Este 
Dante  fué,  á  causa  del  saber  suyo,  un  poco  presuntuoso,  displicente  y 
desdeñoso,  y  casi  tan  poco  amable  como  un  filósofo,  no  sabía  conver- 
sar con  las  personas  legas.  Gracias  con  todo,  á  sus  otras  virtudes  y  á  la 
ciencia  y  valor  de  tan  gran  ciudadano,  nos  parece  que  conviene  darle 
perpetua  memoria  en  esta  crónica;  además,  las  nobles  obras  que  nos 


• , 


• 


102  .  •..*.  flÉVISTA  NACIONAL. 

-t.!_V   ^iA_í 


ha  legado.  dáA*d*e  ¿1  testimonio  cierto  y  prometen  honrosa  reputadÓD 

á  nurestra*  patria." 

...•yiHani  era  un  adversario  político  del  Dante;  habla,  sin  embargo,  con 
*    •  t  *  * 

; ' ,  e/^i)iad  del  proscrito  muerto  en  Ravenna;  pero  la  página  que  le  consa- 

,  gra  es  antes  juicio  que  biografía.  Para  hallar  algunos  detalles  biográ- 
ficos preciso  es  descender  hasta  Bocaccio  que,  en  1373,  más  de  medio 
siglo  después  de  muerto  el  Dante,  ocupó  la  primera  cátedra  creada  por 
los  florentinos  para  explicar  á  su  poeta.  Mas  si  Bocaccio  era  un  erudi- 
to, también  era  un  novelista  y  un  moralista;  como  tal,  más  bien  se 
ocupaba  en  la  significación  de  los  hechos,  que  en  los  hechos  mismos» 
sobre  todo,  gustaba  de  adornar  sus  discursos,  é  introducía  en  ellos  des- 
envolvimientos estéticos  sobre  temas  creados  evidentemente  por  su  ima- 
ginación; asi,  el  pasaje  en  que  habla  de  la  seriedad  del  Dante  desde 
su  niflez,  aquel  en  que  describe  su  dolor  al  saber  la  muerte  de  Beatriz, 
y  otros,  son  trozos  de  pura  literatura  cuyo  carácter  romancesco  salta 
á  la  vista.  En  ellos  es  fácil  reconocer  sus  procedimientos  habituales 
en  sus  novelas  ciceronianas;  los  efectos  de  estilo  son  los  mismos  y  la 
facilidad  con  que  el  autor  se  refugia  en  las  generalidades  vagas  mues- 
tra claramente  que  carecía  de  documentos  serios. 

Y  esta  biografía  es  la  que  ha  servido  de  base  á  las  demás,  eso  sí,  au- 
mentada de  generación  en  generación;  los  mismos  que  la  critican,  la 
imitan.  Bruni,  verbi  gracia,  reprocha  á  Bocaccio  la  poca  solidez  de  sus 
informaciones;  refiere  varios  hechos  tomados,  según  él,  de  la  corres- 
pondencia del  poeta;  pero  esta  correspondencia  no  ha  llegado  á  noso- 
tros, y  Bruni  era  muy  capaz  de  inventarla.  Filelfo,  insoportable  y  vano 
como  siempre,  declara  que  Bocaccio  y  los  demás  han  calumniado  al 
varón  ilustre,  y  que  él,  qui  Dantem  imhibi  Utum,  va  á  tratarlo  como 
se  debe.  Y  sin  embargo,  se  muestra  tan  poco  exacto  y  tan  mal  infor- 
mado como  sus  predecesores.  En  el  siglo  xvi  Vellutello  comienza  á  po- 
ner en  duda  algunos  de  los  hechos  que  pasaban  por  ciertos  y  en  el 
xviii  Pelli  trata,  en  fin,  de  compulsar  algunos  documentos  y  registrar 
algunos  archivos.  Esfuerzo  que  no  impide  á  los  biógrafos  del  siguien- 
te período  el  volver  á  las  tradiciones  de  Bocaccio,  amplificándolos  con 
frecuencia,  y  en  las  numerosas  obras  que  Dante  ha  inspirado  en  el  cur- 
so del  siglo,  en  las  Vidas  de  Balbo,  Misserini,  Fratrielli,  Kopischo, 
Fauriel,  etc.,  los  hechos  dudosos,  probables  y  ciertos  se  ven  mezclados 
con  una  pintoresca  inconsciencia.  Bartoli  en  el  V  volumen  de  su  ma- 
gistral Hütona  de  la  literatura  itaJianaf  por  entero  consagrado  al  Dan- 


LETRAS  Y  CIENCIA».  108 


te,  no  ha  tenido  difícultad  en  señalar  esta  falta  completa  de  critica,  y  si 
no  llega  á  contamos  lo  que  realmente  fué  Dante,  ha  reducido,  cuando 
menos,  á  su  justo  valor,  muchas  hipótesis  antes  de  él  aceptadas  como 
hechos  ciertos,  y  para  ello  le  ha  bastado  con  descubrir  sus  fuentes.  Si- 
guiéndolo en  dos  ó  tres  pormenores,  veremos  cómo  se  ha  formado  la 
leyenda  del  Dante  y  lo  que  ha  bastado  para  destruirla. 

Dante,  todos  los  manuales  lo  dicen,  fué  discípulo  de  Brunetto  Latini, 
estadista  y  filósofo,  desterrado  de  Florencia  con  los  Güelfos  y  que  vol- 
vió á  la  ciudad  cuando  hubo  triunfado  su  partido  La  aserción  se  funda 
en  ciertos  versos  del  Infierno.  Al  encontrar  á  Brunetto  Latini  en  el 
circulo  de  los  violentos,  Dante  le  dice:  "Tengo  presente  siempre  en  mi 
ánimo  vuestra  cara  y  bondadosa  imagen  paternal,  tal  como  era  cuan- 
do en  el  mundo  me  enseñasteis  cómo  el  hombre  se  eterniza.'' 

Le  parece  á  uno  que  sueña,  cuando  registra  todo  cuanto  de  este  pa- 
saje han  sacado  los  biógrafos  desde  el  siglo  xiv.  Sin  duda  el  sentido 
de  esta  frase  "me  enseñasteis  cómo  el  hombre  se  eterniza,"  es  muy 
vago.  Se  la  puede  interpretar  de  mil  maneras,  y  eso  e^  lo  que  ha  su- 
cedido, en  efecto.  Para  Bocaccio,  Brunetto  enseñó  á  Dante  la  filosofía; 
para  el  comentador  conocido  con  el  nombre  de  Ottino,  se  trata  de  la 
ciencia  moral;  para  Benvenuto  da  Imola,  Brunetto  fué  maestro  del  Dan- 
te en  el  sentido  más  literal  de  la  palabra;  debió  haber  regenteado  una 
escuela  frecuentada  por  Dante  y  otros  jóvenes  "entre  ellos  algunos  que 
llegaron  á  ser  célebres  por  su  elocuencia."  Esta  interpretación,  á  pe- 
sar de  ser  la  más  distante  del  texto  del  Infierno,  ha  sido  la  más  segui- 
da, y  algunos  modernos  la  han  desarrollado  convirtiendo  á  Latini  en 
un  pedagogo  que  acostumbró  la  razón  del  Dante  á  penetrar  hasta  el 
fondo  de  las  cosas  inspirándole,  él,  que  escribió  Tesoro  en  francés,  por 
ser  lengua  que  le  deleitaba  más  que  el  italiano,  el  amor  por  la  lengua 
nemácula.  Pero  lo  poco  que  de  la  vida  del  personaje  conocemos  hasta 
parece  hacernos  dudar  de  los  asertos  de  los  biógrafos,  que  resultan  ver- 
daderos fantaseos.  En  1273,  cuando  el  Dante  tenía  ocho  años,  cuando 
apenas  habría  podido  comenzar  el  estudio  de  "cómo  el  hombre  se  eter- 
niza," Latini  era  secretario  del  consejo  de  la  república  florentina,  y 
muy  estimado  de  sus  conciudadanos;  tan  directamente  mezclado  en  la 
política,  que  fué  de  los  primeros  que  en  1283  sirvieron  el  cargo  nue- 
vamente creado,  de  Prior.  Las  funciones  de  maestro  de  escuela  se  com- 
padecen poco,  hay  que  convenir  en  ello,  con  la  vida  agitada  del  autor 
del  Tesoro,  ¿Cómo  podía  encontrar  tiempo  en  medio  de  sus  ocupa- 


lOi  BEVIBTA  NACIONAL. 


Clones  para  enseñar  al  pequeño  Dante  degli  Allighieri?  La  interpreta- 
ción de  los  primeros  comentadores  es,  sin  duda,  la  más  cercana  á  la 
verdad:  Dante  aprendió  mucho  de  Latini,  frecuentándolo,  ó  más  bien 
leyendo  el  libro  del  Tesoro ^  especie  de  enciclopedia  de  todos  los  cono- 
cimientos de  la  época,  mezclado  con  fragmentos  de  todos  los  escritores 
antiguos,  ó  tal  vez  otro  libro  más  pequeño,  el  Tesoretto,  que  algunos 
consideran  como  una  de  las  fuentes  de  la  Divina  Comedia. 

Otro  punto  de  detalle  nos  muestra  claramente  por  qué  especie  de 
cristalización  continua  la  biografía  del  Dante,  que  apenas  llena  una 
página  de  Villani,  llenaba  cuarenta  de  Bocaccio  y  dos  volúmenes  de 
Balbo. 

Hablando  de  la  juventud  del  Dante,  Bocaccio  insinúa  que  encontra- 
ba placer  en  ocuparse  "en  los  versos  y  el  canto.'*  Cierto,  nada  tiene 
esto  de  imposible;  Manctti,  alargando  la  aserción  de  B.,  agrega  que  fre- 
cuentaba á  los  maestros  de  música  de  su  tiempo.  Filelfo,  amplificando 
más,  agrega  que  cantaba  agradablemente  y  que  tocaba  la  cítara  y  el 
órgano,  para  atenuar  el  fastidio  de  la  soledad  en  su  vejez.  Un  biógrafo 
del  siglo  pasado  se  aventura  á  suponer  que  tuvo  por  maestro  de  mú- 
sica á  su  contemporáneo  Casella:  otros  aprueban  esta  hipótesis;  todos 
ellos  escriben  que  no  es  imposible  que  Casella  fuera,  como  se  dice,  el 
maestro  del  Dante.  Por  medio  de  este  se  dice,  se  pone  al  amparo  de 
la  tradición  una  hipótesis  gratuita  de  un  comentador  desautorizado. 
Por  supuesto  los  manuales  y  los  diccionarios  aceptan  á  porfía  y  sin  re- 
serva que  Dante  amaba  la  música;  que  cantaba,  tocaba  el  órgano,  tuvo 
por  maestro  á  Casella,  todo  para  probar,  como  si  para  ello  no  bastara 
su  obra,  la  universalidad  de  su  genio. 

Hé  allí  dos  ejemplos  que  muestran  que  basta  remontar  á  las  fuen- 
tes, para  ver  desmoronarse  la  leyenda  del  Dante.  Este  procedimiento 
puede  aplicarse  á  muchos  otros  pormenores,  á  algunos  de  los  más  ge- 
neralmente aceptados,  de  los  más  populares:  así  podrá  descubrirse  que 
Dante  no  tomó  parte  en  la  batalla  de  Campaldin,  á  pesar  de  que  la 
describe  en  su  Purgatorio;  que  Beatrice  Portinari  no  se  llamaba  ni  Bea- 
trice  ni  Portinari,  probablemente;  que  cuanto  se  refiere  de  la  vida  con- 
yugal del  poeta,  con  excepción  del  hecho  mismo  de  su  matrimonio,  es 
pura  hipótesis;  que  no  es  posible  saber  cuántos  hijos  tuvo;  que  de  ca- 
torce legaciones  que  le  atribuye  Filelfo  cerca  de  los  más  poderosos 
magnates  de  su  tiempo,  sólo  una  es  incontestable  y  la  más  modesta: 
la  que  desempeñó  cerca  de  la  municipalidad  de  San  Gemignano  adon- 


LETRAS  Y  0IBNC1A8.  106 


de  fué  á  vigilar  el  nombramiento  de  un  nuevo  capUano,  y  así  lo 
demás. 

Cada  uno  de  estos  pormenores,  considerado  en  si  mismo,  tiene  poca 
importancia:  que  la  muy  noble  señora  que  descubrió  á  su  amante  los 
misterios  del  Paraíso,  se  haya  llamado  Beatriz  ó  de  otro  modo,  poco 
importa;  si  vivió,  si  fué  amada  hasta  después  de  su  muerte  con  un  su- 
blime y  único  amor;  que  Dante  haya  sido  embajador  una  vez  y  no  ca- 
torce, en  nada  disminuye  su  valor  como  uno  de  los  mejores  talentos 
políticos  de  su  siglo:  el  tratado  de  Monarchia  basta  á  comprobarlo;  que 
haya  ó  no  estudiado  la  música  con  Gasella,  la  pintura  con  Giotto,  la 
astrología  con  d'Ascoli,  que  con  Latini  ú  otro,  ó  solo,  haya  aprendido 
cómo  el  hombre  se  eterniza,  eso  no  rebaja  en  nada  el  genio  soberano 
que  domina  su  época  y,  acaso,  toda  la  era  moderna.  Sin  duda.  Y  sin 
embargo,  ¡qué  interesante  nos  sería  formarnos  idea  exacta  de  su  per- 
sonalidad, por  otro  camino  que  no  fuera  su  misterioso  poema  cuyo  sen- 
tido nos  huye  á  veces!  El  eterno  problema  de  la  relación  entre  la  obra 
y  el  autor,  que  es,  en  suma,  el  problema  esencial  de  la  psicología  lite- 
raria, tal  como  hoy  la  comprendemos,  nunca  se  ha  planteado  en  tér- 
minos más  apasionantes,  más  inquietantes,  que  respecto  de  este  gran 
desconocido,  sobre  el  cual  la  historia  nos  ha  engañado  poco  á  poco» 
tan  completamente,  que  estamos  convencidos  de  podemos  figurar  lo 
que  fué  su  vida,  cuando  la  ignoramos  por  entero  casi,  así  como  su  figu- 
ra reproducida  por  todos  los  grandes  pintores,  es  probablemente  con- 
vencional. 

Algo  es  ya,  sin  embargo,  como  lo  han  hecho  los  críticos  italianos 
cuyas  investigaciones  he  tratado  de  caracterizar,  haber  marcado  el  lí- 
mite aproximativo  entre  lo  falso,  lo  cierto  y  lo  probable.  Gracias  á  ellos 
el  escritor  que  hoy  intentase  escribir  una  "Vida  del  Dante,"  podría 
acercarse  á  la  verdad  más  de  lo  que  hasta  hoy  ha  sido  posible  y,  ya 
que  no  establecer  sobre  inconcusos  datos  la  biografía  del  poeta,  expli- 
car en  parte  su  inteligencia  y  su  corazón,  sin  detenerse  á  cada  instante 
por  errores  legendarios. — Ed.  Rod. 


El  conde  de  Charencez,  que  hace  mucho  tiempo  se  ocupa  en  resol- 
ver problemas  de  arqueología  mexicana,  y  cuyas  tentativas  para  demos- 
trar los  orígenes  asiáticos  de  las  civilizaciones  americanas  son  conside- 
rables, acaba  de  presentar  en  la  Academia  de  Inscripciones  de  Paris, 


103  REVISTA  NACK>NAL. 


un  trabajo  sobre  el  idioma  mame  de  Soconusco.  M.  de  Charencez  pre- 
tende demostrar  que  esta  lengua,  que  pertenece  á  la  familia  maya— 
quiche,  sirve  de  intermediara  entre  los  dos  grupos  de  esta  familia,  el 
grupo  occidental  (quiche  y  potromé)  y  el  oriental  (maya  y  tzendal). 


ItlBLIOGRAPIA. 


Fort  comme  la  morí  por  Guy  de  Maupassant. — Logran  los  natura- 
listas  de  talento,  que  en  su  horror  de  todo  lo  subjetivo,  se  han  ejerci- 
tado y  perfeccionado  en  el  arte  de  estar  ausentes  de  sus  obras,  de  no 
manifestar  la  menor  emoción  ni  ante  el  dolor,  ni  ante  la  muerte,  ni 
ante  el  amor,  de  concretarse  despiadadamente  á  su  papel  no  de  pinto- 
reS;  sino  de  fotógrafos  de  las  humanas  miserias,  logran,  decíamos^ 
cuando  una  nota,  una  apreciación,  una  palabra  revelan  súbitamente 
que  detrás  de  la  obra  hay  una  pasión,  un  corazón,  un  hombre,  en  su- 
ma, un  éxito  extraordinario,  una  absolución  presurosa  de  los  antiguos 
pecados,  un  triunfo,  casi  la  gratitud  de  sus  contemporáneos.  Algo  por 
el  estilo  sucede  con  la  novela  de  Maupassant  que  aqui  anunciamos.  No 
que  haya  en  ella  una  gran  dosis  de  emoción  personal  aparente,  si- 
no que  por  un  arte  tan  sencillo  en  sus  procedimientos,  como  refinado 
en  el  fondo,  la  emoción  se  traduce  simplemente  por  el  modo  con  que 
cuenta  el  autor  el  drama  simple  y  profundo  de  un  alma  luchando  con 
el  tiempo  y  por  él  á  la  postre  vencida. 

Un  pintor,  Olivier  Bertin,  el  favorito  del  gran  mundo  por  su  consu- 
mado arte  de  retratar  mujeres,  concibe  por  una  bella  dama  (esposa  de 
un  conde-diputado)  una  de  esas  pasiones  hondas,  duraderas,  sin  alas, 
que  son  como  toda  pasión  de  artista,  sensualismos  idealizados,  pero 
nada  más  que  sensualismos.  La  pasión  es  correspondida  y  el  adulterio 
se  establece,  después  de  una  lucha  moral  a  posterioriy  como  un  modo 
definitivo  de  vida,  como  un  pacto  sencillo,  Íbamos  á  decir  honrado. 

Y  pasaron  los  afíos,  el  crimen  había  adquirido  el  aspecto  íntimo  y 
sereno  de  un  idilio  conyugal;  el  artista  sentía  el  corazón  vigoroso  aún; 


bibliografía.  107 


en  ella  el  amor  era  inagotable  y  la  belleza  declinaba  con  esplendores 
de  crepúsculo.  Tenia  una  hija,  que  se  educaba  lejos  del  amparo  ma- 
terno; mucho  tiempo  hacía  que  Olivier  no  la  veía.  Vuelve  por  fin  á 
la  casa  de  su  madre  la  gentil  chicuela,  que  es  ya  un  botón  á  punto  de 
desplegarse,  una  flor  llena  de  promesas  encantadoras;  unas  cuantas  ma- 
ñanas tibias,  un  beso  largo  de  la  primavera  próxima  y  la  flor  seria  una 

mujer,  y Olivier  se  dice  todo  esto;  se  siente  bien  en  la  atmósfera 

de  germinal  condcnsada  en  tomo  de  aquel  capullo  virgen,  aspira  con 
delicia  infinita  las  primeras  emanaciones  de  aquella  alma  que  desper- 
taba á  la  vida  de  las  pasiones;  había  en  el  odor  difemina  de  la  hija  de 
Mad.  Guilleroy  (así  se  llamaba  la  querida  de  Olivier)  el  lánguido  perfume 
de  la  gardenia  entreabierta.  Había  mucho  más  que  todo  ésto;  había  un 
milagro  de  semejanza  entre  Mad.  Guilleroy  y  su  hija;  era  una  Mad.  Gui- 
lleroy joven  y  virgen,  era  un  trasunto  del  tipo  que  el  artista  había  infor- 
mado en  su  alma  con  la  figura  de  su  amante  idealizada.  Esta  especie  de 
resurrección  turbó  hondamente  á  los  dos  amantes;  ella  comprendió  que 
el  corazón  de  Olivier  giraba  hacia  la  estrella  nueva,  y  empezó  su  mar- 
tirio. Al  martirio  de  ella  siguió  el  del  artista;  la  ñifla  no  podía  amarlo, 
él  por  eso  precisamente  empezó  por  querer  luchar,  luego  no  pudo,  lue- 
go no  quiso  luchar  y  se  entregó  al  destino.  Ella  invadida  por  la  edad, 
hizo  un  esfuerzo  por  competir  con  su  hija,  pero  no  pudo  tampoco;  am- 
bos naufragaban  en  un  dolor  inmenso,  cerca  el  uno  del  otro  y,  sin 
embargo,  solos,  horriblemente  solos.  El  artista  ha  tocado  en  la  repro- 
ducción de  este  drama  que  no  se  ve,  que  solo  se  siente,  en  esta  repro- 
ducción sin  frases,  sin  recursos  teatrales,  sin  una  sola  trivialidad,  sin 
un  solo  rebuscamiento,  siguiendo  la  realidad  de  la  vida  palmo  á  pal- 
mo, á  los  límites  más  retirados  del  arte.  Olivier  muere,  ella  está  muer- 
ta del  corazón  desde  antes;  la  muerte  de  Olivier  (un  suicidio  cualquie- 
ra) es  el  último  capítulo,  una  muerte  ordinaria,  indeciblemente  doloro- 
sa  y  triste;  en  las  palabras  que  aquellos  dos  desgraciados  se  cambiaron 
en  la  agonía,  se  percibe  como  una  tenue  y  lejana  nota,  el  sollozo  del 
autor. 

Es  una  bella  obra  Fort  comme  la  mort;  no  recomendamos  su  lectura, 
no  recomendamos  la  lectura  de  ninguna  obra  pesimista,  pero  es  muy 
bella  ¿es  inmoral?  Es  la  inmoralidad  genuina  de  la  vida.  ¿Es  inmo- 
ral Mad.  Bovary,  la  obra  magna  de  Flaubert,  de  quien  Maupassant  es 
discípulo?  Taine  recetaba  la  lectura  de  Mad.  Bovary  á  una  directora 
pudibunda  de  un  colegio  de  ñiflas  en  Inglaterra.   La  receta  era  mala; 


108  REVISTA  NACIONAL. 


el  drama  que  ahí  surge  del  adulterio  es  espantable,  cierto;  y  es  na- 
tural y  necesario,  sin  duda.  Pero  para  llegar  á  las  convulsiones  asque- 
rosas de  la  infeliz  suicida,  hay  que  pasar  por  otras,  de  otro  género, 

igualmente  inmorales,  pero Basta  de  digresión.  Los  amantes  del 

arte  delicado,  sin  dejar  de  ser  robusto  y  sano  (nótese  que  hablamos 
del  arte  nada  más)  leerán  con  deleite  la  novela  del  autor  del  obsceno 
Belr-ami,  Y  aquí  no  hay  una  sola  obscenidad  por  cierto,  ni  un  solo  epi- 
sodio impuro;  la  impureza,  la  inmensa  impureza  latente  está  comple- 
tamente velada  por  el  amor  primero,  por  el  dolor  después;  al  fin  se 
apaga  en  la  muerte. 

Lo  singular  es  que  el  joven  maestro  naturalista,  trata  aquí,  reno- 
vándolo con  los  procedimientos  de  su  escuela,  el  eterno  tema  román- 
tico de  la  muerte  por  amor.  Aquellas  muertes  declamatorias,  teatrales, 
vestidas  al  estilo  de  la  Edad  Media  eran  ciertas;  eran  reales,  como  ésta 
que  nos  describe  Maupassant.  Entonces  se  moría  con  un  puñal  damas- 
quino, hoy  bajo  la  rueda  de  un  v^agón.  Era  el  amor  el  que  mataba,  el 
amor  mata  desde  los  tiempos  del  Eclesiastés.  Dichosos  aquellos  para 
quienes  no  es  muerte,  sino  vida  y  tranquilidad  y  goce  puro  y  superior 
que  parece  tener  alas  hasta  para  más  allá  de  la  tumba.  Pero  estos 
sentirán  la  amarga  curiosidad  de  conocer  el  amor  malo,  el  homicida, 
aunque  sea  en  las  descripciones  de  Maupassant.  Lector,  ¿no  somos 
vd.  y  yo  de  estos  curiosos? 


Estadística  del  Hospital  Juárez  por  el  Dr.  Manuel  Soriano. — Dos 
cuadernos  se  han  publicado  de  esta  obra  importante,  correspondientes 
á  los  meses  de  Julio,  Agosto  y  Setiembre  del  pasado  afio,  uno  de  ellos 
está  consagrado  especialmente  al  movimiento  de  tifosos  en  el  hospital, 
lo  que  nos  parece  perfectamente  hecho,  porque  tratándose  del  tifo  la 
gran  plaza  de  la  capital  de  la  República  y  de  casi  toda  la  Mesa  Central, 
todos  los  datos  y  condiciones  del  problema  son  de  tomarse  en  cuenta 
si  se  quiere  llegar  á  una  acertada  solución  higiénica,  que  de  s^uro  ex- 
tinguirá ó  atenuará  este  terrible  mal  aquí,  cómo  en  otras  partes  ha  su- 
cedido. La  estadística  hospitalaria  ha  sido  perfectamente  organizada 
por  el  modesto  y  concienzudo  facultativo  á  quien  se  ha  encomendado; 
puede  servir  la  forma  metódica  que  se  le  ha  dado  no  sólo  bajo  el  as- 


bibliografía.  loe 


pecto  médico,  sino  bajo  el  criminalista,  pues  sabido  es  que  el  Hospital 
Juárez  es  el  destinado  á  recoger  á  todos  los  heridos  y  muertos  en  la 
gran  batalla  del  crimen  en  México.  Cuando  en  nuestras  cárceles  y  pe- 
nitenciarias se  organicen  con  tanto  esmero  Eetadísticas  del  género  de 
las  que  publica  el  Sr.  Soriano  se  habrán  zanjado  las  bases  de  una  cri- 
minología nacional. 


Vera  Nicole  por  C.  Le  Senne.  Esta  es  una  novela  que  no  carece  de 
interés,  no  por  el  asunto  bastante  trivial,  sino  por  el  estudio  de  los  ca- 
racteres; es  una  pintura  exacta  de  ciertos  medios  y  de  ciertas  costumbres 
literarias  muy  de  actualidad  en  Francia,  y  que  entre  nosotros  existen  en 
gérmenes,  que  se  desenvolverían  rápidamente  si  una  vida  literaria  in- 
tensa sucediese  á  esta  anémica  que  llevamos,  en  que,  no  decimos  la 
producción  original,  sino  la  simple  asimilación  es  todavía  tan  laboriosa 
ó  tan  desmayada.  El  clavo  de  la  novela,  como  dicen  los  franceses,  con- 
siste en  las  relaciones  entre  el  inteligente  y  candidamente  ambicioso 
profesor  Gorbiére  y  la  literata  Vera  Nicole,  una  de  esas  plantas  malsa- 
nas que  la  trasformación  de  los  métodos  de  educación,  y  sobre  todo, 
su  mala  aplicación  producirán  forzosamente  durante  mucho  tiempo, 
hasta  que  se  hayan  aclimatado  y  perfeccionado.  Virtuosa  por  tempera- 
mento, bella  é  instruida,  pero  profundamente  excéptica,  esta  Vera  vive 
fabricando  novelitas  morales  para  una  empresa  de  literatura  para  las 
familias.  Gorbiére  se  enamora  de  ella;  ella  ve  en  Gorbiére  un  medio 
de  dejar  la  monótona  existencia  que  lleva;  se  casan,  vienen  los  disgus- 
tos, ella  se  lanza  á  la  literatura  galante,  acaba  en  el  adulterio.  El  se 
suicida  á  la  postre.  Muchos  de  los  personajes  de  esta  novela,  son,  se- 
gún parece,  retratos. 


£on  ami  por  Ad.  Belot.  Este  autor  tiene  gran  séquito  entre  las  per- 
sonas, y  abundan,  aficionadas  á  la  novela  elegantemente  pornográfíca 
y  perniciosa,  sin  ser  en  realidad  divertida.  EH  título  recuerda  la  gra- 
ciosa y  terrible  obra  de  Maupassant,  de  escabrosísima  lectura,  pero  de 


lio  REVISTA  NACIONAL. 


un  realismo  tan  poderoso  y  de  una  observación  tan  profunda,  tan  iró- 
nica 7  tan  dolorosa:  Bel  ami.  Sólo  por  el  titulo  se  parecen;  el  tema  de 
la  novela  de  Belot,  desarrollado  con  menos  libertinaje  en  la  forma,  es 
en  el  fondo  tan  inmoral  como  el  que  más:  se  trata  de  un  niño  que  sir- 
ve de  intermedio  entre  su  madre,  mujer  incomprendida  y  abandonada, 
y  un  buen  joven  que,  gracias  al  divorcio,  acaba  por  regularizar  una 
culpable  unión. 


Antonio  Bezarez  por  L.  Biarl. — ^Tal  es  el  título  de  una  serie  de  no- 
velitas  de  costumbres  mexicanas,  del  estimable  M.  Lucian  Biart,  anti- 
guo farmacéutico  en  Orizaba,  muy  perito  en  estudios  botánicos  y  que 
al  volver  á  Francia  se  convirtió  en  un  literato  naturalütu  y  no  en  el 
sentido  soluno  del  vocablo,  sino  en  el  llano  y  ordinario  de  literato  en- 
tendido en  historia  natural.  El  bandido,  el  hacendado,  el  guerrillero, 
el  traficante  mexicanos  son  un  solo  tipo,  presentados  en  diferentes  po- 
siciones como  los  ingleses  de  Caren  d'Ache,  en  las  amables  é  insigni- 
ficantes obritas  del  Sr.  Biart.  Lo  mismo  puede  decirse  de  las  mujeres, 
lánguidas,  ardientes,  enamoradas  y  fumadoras.  Todo  esto,  mezclado 
con  rasgos  tomados  de  episodios  reales,  resulta  en  conjunto  de  un  me 
xicanismo  de  convención  y  puramente  literario  como  el  indianismo  de 
Chateaubriand  y  el  hinduismo  de  Mery.  Algunas  veces,  sin  embargo, 
encontramos  cuadros  de  costumbres  nuestras  bien  observadas  en  la 
serie  encabezada  por  Antonio  Bezarez  y  paisajes  de  la  Tierra  Caliente 
muv  bion  descritos. 


Le  Señé  de  la  Vie,  novela  autobiográfica  por  Ed.  Rod. — El  autor  es 
un  joven  sabio  de  estos  que  con  un  inmenso  bagaje  de  instrucción» 
una  curiosidad  insaciable  é  inquieta,  un  amarguísimo  dejo  en  los  la- 
bios de  los  placeres  de  la  vida  intelectual  (cosa  que  parece  una  para- 
doja y  que  es  sin  embargo  una  triste  realidad),  dueños  de  todos  los  re- 
cursos estéticos  sorprendidos  en  sutiles  é  implacables  análisis  de  todas 
las  producciones  literarias  antiguas  y  modernas,  se  lanzan  á  las  obras 
de  imaginacién  con  el  objeto  de  ejercitarse  en  la  pintura  objetiva  de 
las  almas  de  los  otros,  y  nos  dan  al  cabo  una  psicología  dolorosa  de  las 


bibliografía.  lU 


suyas,  nos  cuentan  su  alma.  Siquiera  Ed.  Rod,  el  eminente  profesor 
<le  Historia  de  la  literatura^  en  Ginebra,  lo  hace  francamente  en  su 
última  novela.  Como  obra  de  observación  interior  es  de  las  más  nota- 
bles que  nuestro  tiempo  ha  producido;  el  talento  del  autor  es  inmen- 
so, con  él  corre  parejas  su  sinceridad,  esto  se  siente,  se  palpa.  Se  trata 
<iel  curso  ordinario  de  la  vida  reflejándose  en  un  alma  maravillosa- 
mente afínada  por  el  heredismo  intelectual  y  por  la  civilización.  Re- 
sulta un  libro  pesimista.  Al  menos  tal  es  nuestra  impresión.  ¿No  es 
ésta,  en  resumen,  la  impresión  dolorosa  de  la  vida? 


Waldeek-R<ya»8eau,  Discursos  políticos. — Han  llegado  algunos  ejem- 
plares de  esta  colección  de  notables  producciones  oratorias  del  joven 
abogado  oportunista  que  fíguró  por  primera  vez  en  el  Ministerio  de 
Gambetta  en  Francia  y  luego  en  el  último  gabinete  presidido  por  el  Sr. 
Ferry.  Cuando  ese  admirable  pueblo  francés  capaz  de  salir  sano  y  sal- 
vo de  todas  las  catástrofes  y  de  todos  los  errores,  hasta  de  este  error 
cesarista  que  está  á  punto  de  volver  á  cometer,  necesita  hombres  de 
carácter  entero,  de  elocuencia  superior  y  seria,  de  penetrante  instinto 
político,  volverá  los  ojos  al  grupo  en  que  Waldtek-Rousseau  figura  en 
primera  línea.  Entonces  reparará  con  su  habitual  generosidad  una  de 
las  injusticias  mayores  que  en  la  historia  moderna  se  han  cometido,  ha- 
blamos del  odio  popular  contra  el  eminente  estadista  á  quien  se  achaca 
el  horrible  crimen  de  la  expedición  de  Tonkin,  que  ni  es  un  crimen,  sino 
una  empresa  feliz  como  lo  dirá  lo  porvenir,  y  que  si  lo  fuera  habría 
tenido  por  cómplice  á  la  mayoría  del  pueblo  francés.  ¿Pero  cómo  qui- 
tar de  la  cabeza  á  un  pueblo  latino  un  odio  que  tiene  por  base  una  se- 
rie de  frases  altisonantes,  y  como  impedirle  que  cuando  se  sienta  des- 
contento busque  un  chivo  expiatorio?  La  historia  de  Francia  ha  visto 
frecuentemente  enormes  impopularidades,  pocas  tan  inexplicables  co- 
mo la  de  uno  de  los  pocos  hombres  capaces  de  realizar  el  gran  ideal 
de  Gambetta,  la  trasformación  del  partido  republicano  avanzado  en  un 
partido  de  gobierno,  la  del  amigo  del  orador  cuyos  discursos  anuncia- 
mos. Precisamente  la  lectura  de  estos  discursos  demuestra  cuánto  tie- 
ne la  gran  república  europea  que  esperar  de  ciudadanos  de  tanto  ta- 
lento, de  tanta  integridad,  de  un  amor  tan  cuerdo  y  tan  alto  de  la 
libertad  y  del  orden. 


ISTA  JSAClOlífJLL, 


Lt  Z>£-rtp/<  por  P.  Etc-uipeL — ^Reservándonos  para  más  tarde,  por 
encajar  perfectamenle  en  n::estrD  propósito  de  hacer  seguir  á  los  lec- 
tores de  la  ia^ri^a  el  morimiento  literario  general,  en  sus  más  salien- 
tes manifestaciones,  un  estjdio  sobre  Bourget,  que  personifica  en  una 
de  sus  faces  más  interesantes  las  tendencias  de  la  flamante  escuela 
psicológica,  aplicada  al  arte  de  hacer  novelas,  nos  apresuramos  á  se- 
ñalar h  Diítipl^.  á  cuantos  siguen  de  cerca  la  evolución  hacia  un  ideal 
superior  v  humano,  del  naturalismo  en  Francia.  Un  joven  discípulo 
de  un  filósofo  eminente  y  fundamentalmente  descreído,  se  propone  pa- 
ra hacer  una  gran  ^s}:*enencja  psicológica,  seducir  á  una  joven  pura  y 
buena.  Lo  consigue  y  pactan  morir  juntos:  ella  se  propina  un  vene- 
no: él  no:  la  experiencia  esta  consumada.  Acusado  de  haber  dado  muer- 
te á  su  amante,  guarda  sik-ncio  ante  el  jurado  y  ante  la  acusación  del 
hermano  de  su  victima,  a  quien  ésta  encargó  su  venganza. 

El  joven  profesor  es  un  profesor  naturalmente)  ha  enviado  su  con- 
fesión completa  á  su  maestro.  Este  se  llena  de  tribulación  y  espanto. 
¿Cómo  han  podido  sus  doctrinas,  simples  lucubraciones  intelectuales, 
producir  tanto  mal?  Es  culpable  el  maestro.  ¿Es  culpable  el  inventor 
de  la  dinamita  de  tan  horrendas  aplicaciones  que  suelen  hacerse  de 
ella?  Hé  aquí  el  problema. 

Por  fin  el  jurado  conoce  la  verdad  y  absuelve  al  profesor;  el  herma- 
no de  la  pobre  joven  seducida  lo  mata  de  un  pistoletazo.  Elste  es  des- 
camado y  des  dudo  de  todas  las  delicadezas  de  observación  y  de  estilo, 
suprimiendo  los  infinitos  matices  de  este  drama,  la  obra  de  Bourget, 
una  de  las  más  notables  de  la  escuela  contemporánea  y  que  el  inflexi- 
ble crítico  de  la  Bevue  (h^  deitx  mnnde^^,  califica  de  una  excelente  obra 
y  de  una  buona  acción. 


MÉXICO  A  TRAVÉS  DE  LOS  SIGLOS.  118 


MÉXICO  A  TRAVÉS  DE  LOS  SIGLOS. 


[Cinco  vüIh.  in  folio.,  edición  ilustrada.^-Barcolona.— México.— Ballescá  y  CompJ 

En  el  mes  que  corre  se  han  distribuido  los  últimos  cuadernos  de 
esta  obra  monumental  que  hace  honor,  en  toda  la  fuerza  de  la  pala- 
bra, á  la  producción  catalana  de  impresiones  artísticas,  al  espíritu  de 
empresa  del  Sr.  Ballescá  y  á  nuestros  amigos  é  ilustrados  colaborado- 
res los  Sres.  Riva  Palacio,  Ghavero,  Zarate,  Olavarría  y  Vigil,  redac- 
tores de  los  sendos  volúmenes  que  la  componen.  Bajo  el  aspecto  ar- 
tístico es  ciertamente  una  incomparable  colección  de  vistas  de  ruinas, 
de  monumentos,  de  paisajes,  de  tipos  nacionales  y  de  retratos  de  per- 
sonajes que  de  cerca  ó  de  lejos  se  han  mezclado  á  la  historia  de  nues- 
tro país.  En  muchos  años  no  podrá  intentarse  cosa  igual,  aun  cuando 
hubiese  elementos  para  modificar  ó  perfeccionar  la  preciosa  galería 
formada  por  la  parte  ilustrada  de  los  cinco  enormes  tomos  en  que  nos 
ocupamos.  No  que  todo  sea  irreprochable  en  la  ilustración,  casi  siempre 
limpia  y  hermosa  en  la  parte  grabada  en  el  texto  mismo,  mas  bastante 
desigual  en  las  láminas  en  color,  sobre  todo  en  las  que  tienen  preten- 
siones de  composición  artística.  En  cambio,  hay  algunas  planchas  gra- 
badas que  son  la  perfección  misma  como  los  retratos  de  los  generales 
presidentes  Arista  y  Porfirio  Díaz;  no  se  puede  pedir  al  grabado  en 
acero  una  reproducción  más  exacta,  más  viva,  más  fina  del  rostro  liu- 
mano. 

No  conocemos  las  últimas  oleografías  tomadas  de  cuadros  compues- 
tos con  episodios  de  la  conquista  que  constituyen  el  obsequio  final  á 
los  suscritores  de  la  obra;  nada  pues  podemos  decir  de  su  mérito.  Y 
ya  que  tratamos  de  lo  que  se  refiere  á  los  editores,  que,  en  verdad,  han 
realizado  su  empeño  con  un  valor  y  una  habilidad  superior  á  todo  en- 
comio, séanos  permitido  formular  el  deseo  de  que  la  misma  obra,  con 
toda  la  ilustración  intercalada  en  el  texto,  se  publique  en  una  segun- 
da edición  pequeña  de  forma,  aun  cuando  quede  distribuida  en  quin- 
ce ó  veinte  volúmenes,  pero  que  sea  fácil  de  manejar;  las  obras  que 
necesitan  para  leerse  de  un  atril  ó  una  mesa,  se  leen  poco;  quienes  no 

II.N.-T.I1-8 


U4  REVISTA  NÁaONAL.    ' 


hayan  tenido  la  precaución  de  leer  por  entregas  estos  inmensos  libros 
de  800  páginas,  cuando  menos,  renunciarán  al  gusto  de  hacerlo,  una 
vez  empastados,  á  menos  de  dedicar  á  tan  trabajosa  tarea  tres  ó  cua- 
tro años.  Lo  que  proponemos  á  los  editores,  es  lo  mismo  que  han  he- 
cho con  la  gran  edición  de  la  Historia  de  JEspaña  de  Lafuente,  los 
Sres.  Montaner  y  Simón,  alcanzando  un  buen  éxito  completo. 

La  Revista  Nacional  tratará  de  emprender  el  análisis  de  aquel  vasto 
trabajo  histórico,  con  todo  el  detenimiento  que  exigen  sus  proporciones 
y  el  indiscutido  mérito  de  sus  autores.  Por  ahora  nos  contentaremos 
con  resumir  rápidamente  nuestra  impresión  general.  A  pesar  de  haber 
sido  encomendada  á  escritores  de  marcada  personalidad  literaria,  y, 
por  consiguiente  de  estilo,  tendencias  y  puntos  de  mira  diversos,  no 
hay  duda  que  existe  en  toda  la  obra  cierta  unidad  de  espíritu,  un  con- 
8en8U8  constituido  por  la  identidad  de  opiniones  patrióticas  y  liberales 
de  sus  autores  y  por  la  intención  sana  de  aplicar  á  nuestra  historia 
nacional  un  criterio  desapasionado  é  imparcial. 

Al  Sr.  Chavero  cupo  en  suerte,  por  sus  conocimientos  arqueológicos, 
la  primera  parte  de  nuestra  historia,  la  anterior  á  la  conquista,  la  que 
se  ocupa  en  la  procedencia  de  los  diversos  grupos  que  se  establecieron 
en  la  futura  Nueva  España,  de  los  orígenes  y  desenvolvimiento,  de  los 
caracteres  y  diferencias,  de  las  luchas  y  fusiones  de  las  civilizaciones 
aclimatadas  entre  el  mar  CSaribe  y  el  mar  de  Cortés.  Dejando  á  un  la- 
do los  errores  posibles  é  inevitables  en  obras  de  tamaño  aliento,  puede 
afirmarse  que  cuanto  de  sustancial  é  importante  se  conoce  sobre  estas 
épocas  muertas,  está  ahí  y  está  ahí  relatado  en  un  estilo  superiormente 
literario  y  florido,  elocuente  con  frecuencia,  pocas  veces  retórico  y  de- 
clamatorio. £1  apasionado  amor  con  que  el  eminente  académico  ha 
estudiado  estas  épocas  que  tanto  cautivan  por  lo  grandioso  de  sus  ves- 
tigios artísticos,  por  el  misterio  de  sus  monumentos  epigráficos;  el 
eco  lejanísimo  de  los  dramas  en  que  tomó  forma  el  advenimiento, 
el  apogeo  y  la  muerte  de  los  pueblos  que  en  ellas  se  movieron,  dá  á  la 
vivaz  palabra  del  narrador  tonos  apocalípticos.  Así  planteado  adquiere 
poderoso  relieve  el  problema  de  los  nebulosos  orígenes  americanos,  y 
agigántanse  en  los  términos  más  retirados  de  la  perspectiva  histórica  los 
lineamientos  de  las  civilizaciones  ante-cristianas  de  este  continente,  lo 
que  comunica  á  los  lectores  esa  emoción  singular  que  en  presencia  de 
las  ruinas  de  la  antigüedad  mexicana  se  resiente.  Taine  afirma  que 
un  historiador  completo,  debe,  en  cierto  modo,  ser  un  poeta:  lo  es  el 


MÉXICO  A  TRAVÉS  DE  LOS  SIGLOS.  U5 

Sr.  Chavero,  sin  duda  alguna.  La  intuición,  el  don  de  adivinar  lo  pa- 
sado, la  contagiosa  convicción  con  que  nos  lo  presenta  redivivo,  fluyen 
de  sus  cualidades  de  poeta.  Mas  de  allí  vienen  también,  y  este  es  el 
defecto  de  la  cualidad,  la  facilidad  de  inferir  en  grande  de  premisas  ó 
muy  vagas  ó  muy  pequeflas,  de  edificar  hipótesis  atrevidísimas  sobre 
frágiles  bases,  y  en  suma  la  tendencia  de  imaginar  la  historia  ahí  don- 
de falta  el  dato  concluyente,  y  la  tentación  de  tomar  las  simples  pro- 
babilidades por  hechos  ciertos.  ;?•. 
Hemos  de  empeñamos  en  probar  en  estudios  especiales  que^algui 
na  vez  son  justos  estos  reproches,  de  que  ningún  historiador  poeta 
se  ha  zafado.  Mas  á  pesar  de  ello,  repetimos  que  en  el  primer  toma 
de  México  á  través  de  loa  sigloSy  queda  coordinado  cuanto  de  allen- 
de la  conquista  se  sabe,  y  algo  más,  algo  tal  vez,  discutible  y  pro- 
blemático. Llegando  á  tiempos  más  conocidos,  el  Sr.  Chavero  se 
mueve  con  perfecta  facilidad  y  maneja  el  dato  y  el  documento  con  ad- 
mirable destreza,  aunque  siempre  inclinándose  á  hacerles  decir  algo 
nuevo,  á  encontrar  en  ellos  lo  que  los  otros  no  han  encontrado.  Después 
de  la  narración  de  la  conquista  de  nuestro  inolvidable  Orozco  y  Berra 
(Historia  Antigua  y  de  la  Conquista  de  México,  tomo  IV)  para  referimos 
á  los  contemporáneos  solamente,  era  bastante  diñcil  hacer  algo  mejor 
ó  más  interesante;  el  Sr.  Chavero  lo  ha  hecho  diversamente,  se  ha  co- 
locado en  otro  punto  de  vista  y  ha  salido  muy  airoso  de  un  empeño  en 
que  ha  apurado  su  talento  y  su  arte.  Y  este  es  el  caso  de  felicitarlo 
por  haber  dado  á  la  conquista,  considerada  desde  lo  alto  y  en  conjunto 
todo  su  valor,  y  de  no  haber  rendido  parias  á  la  escuela  que  con  un 
criterio  que  puede  ser  muy  patriótico,  pero  que  por  apasionado  es  per- 
fectamente extraño  á  la  ciencia,  niega  lo  que  hay  de  grande  en  la  per- 
sonalidad de  Cortés  (mezcla  de  vicios  y  cualidades  extraordinarios,  co- 
mo tantas  veces  las  hubo  en  el  siglo  XVI)  y,  lo  que  es  más  grave,  pretende 
rebajar  la  importancia  suprema  de  la  obra  de  los  conquistadores,  punto 
de  partida  de  la  sociedad  mexicana.  Y  para  cerrar  con  una  pequeña 
(Alcana  éste,  que  no  es  por  cierto  un  juicio  critico  sino  un  breve  con- 
junto de  reflexiones  nacidas  de  la  primera  lectura,  permítannos  los 
historiadores  de  México  á  través  de  los  siglos:  (porque  la  crítica  no 
va  solamente  enderezada  al  Sr.  Chavero)  que  extrañemos  el  siste- 
ma de  incorporar  el  aparejo  eradito,  la  documentación  solo  propia  de 
apéndices,  los  excursus  ó  disertaciones  complementarias,  en  el  texto 
mismo.  Esto  tras  de  fatigar  al  lector,  es  un  grave  defecto  de  composi- 


116  REVISTA  NACIONAL. 


ción.  Los  resultados  sustanciales  en  el  texto,  las  referencias  y  las  in- 
dicaciones indispensables  en  las  notas,  el  material  importante  que  ha 
servido  para  el  trabajo,  en  los  apéndices,  este  es  el  buen  sistema,  per- 
fectamente conocido  de  los  autores  á  quienes  nos  dirigimos.   Por  no 
haberlo  empleado,  obligados  quizás  por  exigencias  editoriales,  resulta 
que  la  obra  parece  un  edificio  al  que  se  hubieran  dejado  los  andamios. 
La  parte  encomendada  al  Sr.  Riva  Palacio  era  quizás  la  más  impor- 
tante de  todas,  aunque  la  menos  dramática  y  pintoresca.    Los  tres  si- 
glos del  gobierno  colonial  exceptuadas  sus  dos  extremidades,  la  que  se 
desprende  de  la  conquista  y  la  que  se  pierde  en  las  convulsiones  de  la 
gran  insurrección  de  1810,  son  monótonos,  áridos,  la  historia  en  ellos 
tiende  á  retrogradar  hacia  la  crónica  y  la  crónica  á  pulverizarse  en  efe- 
mérides; sólo  un  esfuerzo  superior  podía  extraer  del  hacinamiento  de 
materiales  referentes  á  la  vida  superficial  de  la  sociedad  y  al  movimien- 
to uniforme  del  mecanismo  administrativo  armado  aquí  por  España^ 
una  buena  narración  explicada  de  los  sucesos,  una  regular  historia 
pragmática,  en  suma.   Hombre  capaz  de  ponerse  á  la  altura  de  cuanto 
emprende,  lleno  de  entusiasmo  y  de  fe,  cualidades  que  suelen  negarse 
á  la  familia  mestiza  de  la  que  el  Sr.  Riva  Palacio  es  uno  de  los  más 
conspicuos  representantes,  familiarizado  con  todas  las  disquisiciones  de 
la  ciencia,  artista  por  instinto,  filósofo  por  insaciable  y  desordenada  cu- 
riosidad, como  la  de  todos  nosotros  los  hispano-americanos,  no  podía 
contentarse  con  un  trabajo  que  en  los  límites  que  hemos  apuntado,  te- 
nía que  ser  de  segunda  mano.  Otra  era  visiblemente  su  ambición;  pe- 
netrar en  las  causas  de  los  fenómenos  históricos,  analizar  sus  elementos, 
seguir  en  sentido  inverso  su  evolución  hasta  llegar  de  una  en  otra  capa 
social  hasta  la  roca  étnica  primitiva,  mostrar  luego  cómo  y  en  qué  do- 
sis se  conjugaron  estos  elementos  para  producir  1»  sociedad  actual, 
marcar  las  etapas  laboriosas  de  esta  evolución,  trazando  á  grandes  ras- 
gos al  fin  de  cada  período,  el  cuadro  de  nuestro  estado  intelectual,  mo- 
ral y  económico,  relacionarlo  todo  con  la  historia  de  la  metrópoli,  tal 
era  el  plan  de  la  obra.   Entonces  bajo  la  dormida  superficie  del  lago, 
se  descubre  la  vida  intensa  de  los  organismos  inferiores,  se  ven  flotar 
las  raíces  de  la  planta  colonial,  aspirando  todos  los  jugos,  asimilándose 
todos  los  gérmenes,  y  el  drama  humano  se  revela  en  la  sombra  con 
algunos  de  sus  más  conmovedores  caracteres. 

Nadie  dudaba  que  el  Sr.  Riva  Palacio  fuese  capaz  de  llevar  á  buen 
término  tamaña  empresa;  á  pocos  entre  nosotros  les  conocemos  aptitu- 


MÉXICO  A  TRAVÉS  DE  LOS  SIGLOS.  117 

des  más  propias  para  ello;  tampoco  diremos  que  su  programa  haya 
quedado  plenamente  realizado;  hay,  en  verdad,  aqui  y  allí  capítulos 
magistrales,  aquí  y  allí  el  historiador  ha  mostrado  de  lo  que  es  capaz 
manipulando  el  documento,  clasificando  el  hecho  y  haciendo  hablar  á 
entrambos  el  verbo  de  la  verdad  y  la  vida;  los  capítulos  sobre  la  pro- 
pagación del  cristianismo,  sus  consideraciones  sobre  la  inquisición,  al- 
gunos trozos  de  sus  cuadros  seculares  pueden  contarse  entre  lo  mejor 
que  la  literatura  histórica  en  América  ha  producido.  La  introduc- 
ción, que  nosotros  vimos  escribir,  no  encierra  por  cierto  gran  novedad, 
sino  bajo  la  pluma  de  un  neo-mexicano,  por  la  soberanamente  justa 
apreciación  que  hace  de  la  gran  Isabel  de  Castilla  y  por  lo  bien  que  el 
siglo  XVI  parece  sentido  y  comprendido  por  su  autor. 

En  cambio  todo  el  libro  se  resiente  de  cierta  rapidez  en  la  ejecución, 
de  cierta  facilidad  improvisadora,  que  quita  un  poco  de  lastre  á  las  teo- 
rías, hace  inseguro  el  método  empleado  y  suele  inspirar  desconfianza 
respecto  de  las  conclusiones.  No  seremos  nosotros  quienes  reproche- 
mos al  autor  cierto  alarde  de  erudición  científica;  al  contrario  cuando 
esto  se  hace  con  sinceridad  y  sin  pedantería,  y  nada  menos  pedante  aun 
por  temperamento,  que  el  Sr.  Riva  Palacio,  sirve  para  orientar  al  lec- 
tor poniendo  de  manifiesto  los  fundamentos  del  criterio  del  historiador. 
Nos  atrevemos,  sin  embargo,  á  sentir  que  haya  cierto  sabor  de  asimi- 
lación incompleta  en  algunos  capítulos  de  las  digresiones  étnicas  y  an- 
tropológicas del  libro  y  alguna  precipitación  en  las  aplicaciones.  Así  y 
todo,  esta  parte  de  la  obra,  sobre  la  que  procuraremos  luego  ser  más 
explícitos,  es,  en  conjunto*,  enteramente  superior  á  cuantas  historias  de 
la  edad  colonial  conocemos. 

Aun  no  hemos  tenido  vagar  para  leer  el  voluminoso  tomo  (3?  de  la 
colección)  que  consagra  á  la  Independencia  el  Sr.  Zarate.  Jueces  com- 
petentes nos  aseguran  que  es  lo  más  ordenado,  lo  más  serio  y  correcto 
que  ha  producido  su  autor,  cuya  reputación,  tiempo  hace  adquirida,  de 
escritor  de  terso  y  elevado  estilo,  la  Revista  ha  confirmado  publicando 
un  notable  y  concienzudo  estudio  sobre  el  admirable  y  batallador  as- 
ceta que  se  llamó  Gregorio  VIL 

El  período  que  baja  de  la  consumación  de  la  Independencia  al  triun- 
fo de  la  revolución  de  Ayutla,  está  muy  bien  narrado  en  el  IV  volu- 
men. Al  que  esto  escribe  hizo  el  favor  de  pedirle  el  Sr.  Riva  Palacio, 
director  general  de  la  obra,  la  redacción  de  esta  parte;  la  tarea  nos  pa- 
reció abrumadora  para  el  corto  tiempo  de  preparación  que  las  necesi- 


118  REVISTA  NACIONAL. 


dades  de  la  empresa  exigían  y  declinamos  la  honrosa  proposición.  El 
Sr.  Arias,  distinguido  escritor  y  liberal  meritísimo  podía  contar  aque* 
Ha  época  con  sólo  apelar  á  sus  recuerdos  personales.  Desgraciadamente 
murió  cuando  apenas  había  trazado  los  primeros  capítulos  del  susodi- 
cho cuarto  volumen.  Un  literato  español,  fraternalmente  unido  al  gru- 
po de  jóvenes  que  hace  veinte  afios  empujó  á  la  vida  literaria  el  pode- 
roso aliento  de  Altamirano,  y  que  llegó  á  la  plenitud  de  sus  facultades 
aquí  en  nuestra  Patria,  aclimatando  para  siempre  en  ella  su  espíritu 
y  su  corazón,  D.  Enrique  de  Olavarría  fué  el  encargado  de  dar  cima 
á  la  temerosa  labor.  Con  el  nombre  de  Eduardo  Ramos,  publica  desde 
hace  algunos  afios  en  el  género  de  los  famosos  Episodios  de  Pérez 
Galdós  una  serie  de  novelas  históricas  mexicanas  bastante  popula- 
res. Olavarría  conoce  nuestra  historia  y  la  sabe  explicar  porque  la  ha 
meditado  y  comprendido.  Maravilla  cómo  en  el  breve  tiempo  de  que 
podía  disponer  pudo  allegar  buena  copia  de  datos  importantes,  algunos 
desconocidos  y  que  tanto  le  han  servido  para  dar  variedad  y  dramático 
interés  á  su  narración.  El  espíritu  dominante  en  el  libro  es  profunda- 
mente, íbamos  á  decir  exajeradamente  mexicano,  este  mexicanismo  es 
eminentemente  latino,  como  era  natural,  como  era  justo.  De  aquí  un 
odio  altivo,  hacia  todo  cuanto  á  yankee  trasciende  desde  los  primeros 
afios  de  nuestra  existencia  nacional,  de  aquí  la  patética  relación  de  las 
tristes  campafias  del  47  y  48. 

El  Sr.  Olavarría  no  oculta  sus  simpatías  por  el  partido  reformista 
avanzado  y  aunque  procura  ser  imparcial  y  mostrar  sus  errores,  éstos, 
en  su  concepto,  desaparecen  ante  los  de  las  otras  fracciones  políticas. 
¡Cosa  singular!  El  verdadero  objeto  de  las  iras  del  autor  es  el  partido 
moderado;  lo  persigue  y  zahiere  sin  descanso  á  través  de  su  obra,  des- 
de la  ojeada  retrospectiva  del  capítulo  XVII  en  que  rehace,  en  puridad, 
la  parte  escrita  por  el  Sr.  Arias,  cosa  que  era  indispensable,  á  nuestro 
entender,  hasta  las  últimas  páginas  del  libro:  de  ellas  tomamos  estas 
palabras  que  entrafian  una  apreciación  eminentemente  discutible,  pero 
que  pintan  bien  el  espíritu  que  domina  en  el  historiador:  "No  fué  tan- 
to (en  la  revolución  de  Ayutla)  el  mérito  de  Comonfort,  á  quien  nadie 
podrá  jamás  salvar  de  la  nota  de  haber  expuesto  á  un  absoluto  fracaso 
á  la  Revolución  de  Ayutla  con  sus  tendencias  é  ideas  moderadas  y  no 
las  liberales  democráticas ^' 

La  oposisión  de  ideas  entre  los  moderados  y  los  exaltados  que  indica 
el  autor,  no  nos  parece  exacta;  la  diferencia  solamente  consistía  en  me- 


MÉXICO  A  TRAVÉS  DE  LOS  SIGLOS.  U9 

dios  y  procedimientos;  hombres  de  teoría  y  de  estudio,  los  moderados, 
se  fijaban  en  la  necesidad  de  retardar  la  marcha  del  progreso  político 
para  consolidarlo,  mas  no  contaban  con  ■  la  actitud  revolucionaría  del 
partido  reactor  y  tuvieron  que  ceder  el  puesto  á  los  hombres  de  acción, 
á  los  radicales,  cuyo  programa  tenía  la  ventaja  de  presentar  una  pron- 
ta solución  económica  y  social  á  nuestro  problema  político.  Por  lo  de- 
más, en  nuestra  tremenda  revuelta  de  medio  siglo,  todo  tendía  á  con- 
fundirse y  no  hay  límite  rigurosamente  demarcable  entre  los  credos 
políticos  liberales,  ni  menos  entre  la  acción  de  los  caudillos  y  estadistas. 
Esta  política  que  el  Sr.  Olavarría  llama  moderada j  fué  la  de  muchos 
hombres  de  todos  los  bandos  cuando  estuvieron  en  el  gobierno,  no  fué 
la  de  ninguno  en  las  horas  de  combate,  en  que  se  dejó  la  palabra  á  los 
cañones. 

No  importa;  en  el  tomo  IV  de  México  á  través  de  los  siglos  yacen 
organizados  datos  preciosos  y  abundantísimos  sobre  este  período  de 
transición,  tan  interesante,  tan  curioso,  tan  obscuro  de  nuestra  histo- 
ría;  ningún  futuro  historiador  de  México  podrá  eximirse  de  consultar- 
lo, ninguno,  tampoco,  escatimará  sus  homenajes  al  mérito  de  su  inte- 
ligente y  modesto  autor. 

El  tomo  V,  al  Sr.  Vigil  encomendado,  es  bajo  todos  aspectos  el  más 
considerable  de  la  colección;  el  más  considerable  y  el  más  interesante 
porque  nos  toca  más  de  cerca,  porque  el  autor  narra  una  historia  en 
la  que  vivimos  todavía,  puede  decirse,  y  en  la  que  existen  las  causas 
inmediatas  y  determinantes  de  los  sucesos  de  hoy.  En  él  ha  desplega- 
do el  Sr.  Vigil  todos  los  recursos  de  su  talento,  de  su  saber  y  de  su 
estilo,  y  de  hoy  en  adelante  podrá  decirse  que  el  gran  período  de  la 
Reforma  ha  encontrado  un  historiador  digno  de  él. 

Las  dificultades  eran  magnas;  dejando  á  un  lado,  las  que  provienen 
de  la  casi  imposibilidad  de  depurar  rigorosamente  los  hechos,  porque 
aún  no  se  conocen  documentos  importantes,  que  dormirán  mucho  tiem- 
po todavía  en  los  archivos  reservados  de  los  gobiernos  y  los  particula- 
res, las  dificultades  del  orden  psicológico  son  bastantes  á  exigir  un  es- 
fuerzo extraordinario  en  quien  se  proponga  debelarlas;  la  falta  de 
perspectiva  histórica,  que  nos  expone  á  confundir  en  el  escenario  con- 
temporáneo los  términos  de  los  acontecimientos  y  de  las  personalida- 
des de  nuestro  tiempo,  dando  el  mismo  valor  á  los  que  pertenecen  á 
distintos  órdenes  de  importancia  es  una  de  estas  dificultades.  El  Sr. 
Vigil  no  la  ha  superado  con  igual  felicidad  siempre:  así,  por  ejemplo, 


120  REVIBTA  NACIONAL. 


nos  refiere  minuciosamente  los  detalles  de  las  campañas  sostenidas  en 
el  Occidente  de  la  República  durante  los  Tres  años  y  la  Intervención, 
con  excepción  de  su  más  glorioso  episodio,  la  batalla  de  San  Pedro,  á 
la  que  consagra  pocas  lineas.  Pues  bien,  estos  detalles  no  por  ser  in- 
teresantes, merecían  figurar  más  que  en  menciones  rápidas,  las  nece- 
sarias para  llegar  á  resultados  generales  propios  de  un  libro  del  carác- 
ter de  este  en  que  nos  ocupamos,  que  por  lo  vasto  de  su  plan  estaba 
obligado  á  sacrificar  mucho.  Su  ilustrado  autor  suele  olvidar  que,  co- 
mo Montesquieu  dijo,  qui  voü  totU  abrége  tout  Otra,  la  mayor  de  es- 
tas dificultades  y  del  mismo  género  que  las  que  Spencer  analiza  por 
superior  manera  en  su  Introducción  á  la  ciencia  social  (cap.VIáXII)  es 
la  que  vulgarmente  se  designa  con  el  nombre,  muy  adecuado  por  cier- 
to, de  espíritu  de  partido.  Si  el  historiador  trata  de  buscar  la  verdad, 
si  quiere  hacer  obra  de  ciencia,  necesita  despojarse  de  toda  pasión 
extraña  á  la  de  la  verdad,  que  ésta  sí  la  necesita  y  en  grado  heroico, 
precisamente  para  eliminar  las  otras.  Tratándose  de  los  hechos  que 
hemos  visto  y  vivido  como  los  franceses  dicen,  en  los  que  hemos  re- 
presentado un  papel,  que  han  dejado  en  nuestros  recuerdos  huellas  de 
entusiasmo  los  unos  y  de  dolor  y  lágrimas  los  otros  ¿es  esto  hacedero, 
no  es  casi  sobrehumano? 

El  tomo  V  de  México  á  través  de  los  siglos  es  el  tipo  de  la  historia 
política.  Esto  lo  dice  todo.  Pedir  á  los  hombres  que  se  agitan  en  la 
complicada  maraña  de  las  sociedades  modernas,  que  ven  comprome- 
tidos todos  sus  ideales  en  las  luchas  civiles,  la  serenidad  marmórea  de 
un  Tucidides,  es  injusto  y  es  inútil.  Quien  busque  esto  en  un  libro 
de  historia  contemporánea,  prescinda  de  leer  el  del  Sr.  Vigil.  Es  na- 
tural que  al  presentarnos  redivivos  los  hombres  y  los  sucesos  en  me- 
dio de  los  que  pasó  su  juventud,  que  lo  hicieron  ó  sufrir  ó  regocijarse 
intensamente,  como  pasa  en  las  épocas  críticas,  como  sucedió  en  la  de 
la  Reforma  y  la  Intervención,  es  natural,  decimos,  que  al  esfuerzo 
de  evocación  se  asocie  involuntariamente  la  resurrección  de  las  pasio- 
nes, y  que  las  brasas  escondidas  en  el  rescoldo  de  la  memoria,  tornen 
á  encenderse  y  á  llamear.  No  sé  quién  ha  dicho  que  el  estilo  del  Sr. 
Vigil  es  frío;  esto  no  es  cierto,  es  correcto,  atildado  nunca,  pero  á  me- 
nudo caliente,  suele  llegar  al  rqjo~alainbradOi  en  este  V  tomo.  Este  es  el 
modo  adoptado  por  muchos  historiadores  de  la  Revolución  Francesa, 
por  ejemplo,  que  tiene  el  don  de  caldear  todo  corazón  y  fundir  todo 
hielo;  y  esto  no  sólo  sucede  á  los  escritores  que  pertenecen  á  la  escuela 


MÉXICO  A  TRAVÉS  DE  LOS  SIGLOS.  131 

racionalista  y  espiritualista  como  el  Sr.  Vigil,  sino  aun  á  los  que  están 
afiliados  y  llevan  la  bandera  de  la  escuela  científica*  é  histórica;  así 
Taine,  en  su  afán  de  desprenderse  de  todo  prejuicio  respecto  de  la  Re- 
volución y  de  analizarla  á  fondo  hasta  llegar  á  la  verdad  en  los  cimien- 
tos de  aquel  edificio,  en  donde  junto  con  tanto  error,  hubo  tanto  de 
verdad  humana,  acaba  por  volver  de  la  realidad  á  la  pasión  en  contra 
del  movimiento  revolucionario,  descuidando,  al  rehacer  la  síntesis  de  la 
obra  descompuesta  en  sus  elementos  primordiales,  algunos  de  los  más 
trascendentales,  como  la  situación  exterior  de  Francia;  de  donde  resulta 
algo  de  verdadero,  de  definitivo  en  partes,  y  un  todo  radicalmente  de- 
ficiente y  frustráneo. 

La  obra  nacional  de  que  hablamos  es  el  proceso  implacable,  bajo 
una  forma  cortés,  del  partido  reaccionario  é  imperialista  en  Méxi- 
co. El  autor  no  es  un  juez,  es  un  acusador,  un  representante  de  la 
vindicta  pública,  como  se  decía  en  el  añejo  idioma  criminalista,  y  su 
conclusión  breve  y  despiadada  se  infiere  rectamente  de  premisas  en  que 
no  figura  una  sola  circunstancia  atenuante. 

¿Es  esto  justo?  Ai  posteri  V ardua  sentenza,  que  dijo  Manzoni, 
Ante  esta  formidable  imputación,  quisiéramos  ver  producirse  en  la 
facción  vencida  una  obra  en  que  el  mismo  período  en  que  el  Sr. 
Vigil  se  ocupa,  fuese  tratado  muy  en  grande;  no  un  folleto  polé- 
mico, sino  una  historia  orgánica  y  formal,  que  saliera  de  las  filas  del 
grupo  que  cuenta  entre  los  suyos  hombres  de  erudición,  de  inteligencia 
y  de  conciencia,  como  los  García  Icazbalceta  y  los  Roa  Barcena,  muy 
capaces  de  dar  cima  á  tamafía  empresa;  á  ellos  vendrían  documentos 
y  notas  de  que  difícilmente  podemos  disponer  los  escritores  liberales; 
de  todo  ello  nunca  podría  resultar  que  de  parte  de  los  reaccionarios 
estuvo  la  razón  y  la  justicia,  pero  sí  muchas  rectificaciones  y  muchos 
motivos  de  meditación,  entre  ellos,  el  de  que  todos  los  partidos  han 
cometido  terribles  errores,  y  que  en  el  amor  á  la  patria,  todos  podemos 
encontrar  no  la  conciliación  de  las  ideas,  irrealizable  utopía,pero  si  la 
paz  entre  los  sentimientos;  sería  una  desgracia  inmensa  que  esto  fuera 
imposible. 

Nuestra  impresión,  en  resumen,  respecto  de  México  ó  travos  de  las 
siglos  es,  en  dos  palabras,  la  siguiente:  la  obra  representa  el  estado  ac- 
tual de  nuestros  conocimientos  respecto  de  la  historia  de  nuestro  país; 
marca  el  fin  de  un  periodo  de  trabajos;  en  muchos  afios,  lo  repetimos» 
nada  igual  podrá  intentarse  siquiera.  Después  de  un  cuarto  de  siglo  de 


122  REVISTA  NACIONAL. 


analizar  las  épocas  y  los  hombres  que  viven  en  nuestra  historia,  apli- 
cando los  modéhios  métodos  de  investigación  y  examen,  después  de  un 
cuarto  de  siglo  de  monografías  y  biografías  fundadas  en  documentos  li- 
bre y  profundamente  estudiados,  pudiera  rehacerse  una  obra  que  resul- 
taría no  mejor,  tal  vez,  pero  de  seguro  diferente. 

Ojalá  para  empresas  de  este  género,  los  futuros  historiadores  mexi- 
canos, encontrasen  editores  tan  inteligentes  y  tan  valientes  como  los  de 
México  á  través  de  los  siglos. 


Justo  Sierra. 


UN  pontífice  MÁXIMO- 


(GREGORIO  Vil.) 


[^Ckmcluye.l 

Nunca,  en  efecto,  se  habia  elevado  á  tanta  altura  como  entonces  la 
autoridad  del  pontifíce  romano:  Gregorio  VII,  después  de  la  célebre  en- 
trevista de  Canossa,  revela  en  sus  palabras  y  sus  hechos  la  ambición 
de  sujetar  todos  los  poderes  de  la  tierra  al  dominio  de  la  Santa  Sede. 
"  La  Iglesia — dice  en  sus  epístolas — debe  ser  libre  ó  llegar  á  serlo  por 
"  medio  de  su  jefe,  por  el  sol  de  la  fe,  el  papa.  Este  ocupa  el  lugar  de 

"Dios,  cuyo  reino  gobierna  desde  la  tierra Conviene,  pues,  que 

"  el  pontífice  arranque  á  los  ministros  del  altar  de  los  lazos  con  que  el 

"poder  temporal  los  tiene  encadenados Hállase  el  mundo  alum- 

"  brado  por  dos  luminares,  el  sol,  que  es  el  mayor,  y  la  luna,  más  pe- 
"  quena.  La  autoridad  apostólica  se  asemeja  al  sol,  el  poder  real  á  la 
"  luna.  Como  la  luna  no  alumbra  sino  por  infíujo  del  sol,  así  los  em- 
"  peradores,  los  reyes,  los  príncipes  no  subsisten  sino  por  el  papa,  que 
"  emana  de  Dios.  Por  consiguiente,  el  poder  de  la  cátedra  de  Roma  es 
"  mucho  mayor  que  el  de  los  príncipes,  y  el  rey  está  sometido  al  papa, 

"  y  le  debe  obediencia Emanando  el  papa  de  Dios,  todo  le  está 

''  subordinado:  ante  su  tribunal  deben  ser  llevados  todos  los  asuntos 


UN  pontífice  máximo.  128 

"  espirituales  y  temporales La  Iglesia  romana  como  madre  manda 

"  á  todas  las  iglesias  y  á  todos  los  miembros  que  les  pertenecen,  y  ta- 
"  les  son  los  emperadores,  reyes,  príncipes,  arzobispos,  obispos,  abades 
"  y  demás  fieles.  En  virtud  de  su  autoridad  puede  instituirlos  ó  depo- 
"  nerlos,  y  les  confiere  el  mando,  no  para  que  les  sirva  de  título  de 

"gloria,  sino  para  la  salvación  del  mayor  número Del  jefe  deben 

"  partir  la  regeneración  y  la  reforma;  es  deber  suyo  declarar  la  guerra 
"  al  vicio,  extirparlo,  echar  los  cimientos  de  la  paz  del  mundo,  y  pres- 
"  tar  fuerte  ayuda  á  los  que  son  perseguidos  por  la  justicia  y  la  verdad." 

Estas  máximas,  difundidas  en  los  escritos  del  famoso  pontífice,  re- 
sumen su  arrogante  sistema  de  dominación,  ampliamente  desarrollado 
en  las  veintisiete  declaraciones  de  su  Didatxis papcCy^  las  cualesi deben 
considerarse  como  la  base  teórica  de  la  autocracia  por  él  concebida. 
Sus  actos,  á  partir  de  la  humillación  que  sufrió  el  emperador  de  Ale- 
mania, se  ajustan  á  tales  principios,  y  se  le  ve  empeñado  en  la  tarea 
de  constituir  á  la  Santa  Sede  arbitra  de  los  destinos  del  universo  y  de 
transformar  al  mundo  en  una  gran  monarquía,  cuya  cabeza  fuese  el 
mismo  romano  pontífice.  Sostuvo  que  la  Sajonia  había  sido  dada  á  la 
Iglesia  por  el  emperador  Garlo-Magno;  invocó  un  diploma  de  este  mo- 
narca, que  decía  poseer  en  los  archivos  de  San  Pedro,  para  exigir  tri- 
butos á  Felipe  I  de  Francia;  interpúsose  entre  los  dos  aspirantes  á  la 
corona  de  Hungría  intimándoles  que  sometiesen  sus  sendas  pretensio- 
nes al  juicio  y  decisión  de  la  curia  romana;  amenazó  á  los  sobera- 
nos de  Cerdeña  con  dar  su  isla  á  los  conquistadores  que  se  la  pidiesen, 
si  persistían  en  negarle  el  denario  de  San  Pedro;  alegó  derechos  de 
soberanía  sobre  la  Dalmacia;  hizo  que  el  heredero  del  trono  de  Rusia, 
llevado  á  Roma  por  el  deseo  de  visitar  los  sepulcros  de  los  dos  apóstoles, 
recibiese  la  corona  de  sus  manos  como  don  de  la  Iglesia;  y  envió  sus 
legados  á  Polonia,  Inglaterra,  Dinamarca  y  hasta  la  apartada  Noruega 
con  la  instrucción  de  convocar  concilios  y  de  afirmar  en  aquellas  re- 
motas naciones  la  autoridad  de  Roma. 

Extraflo  hubiera  sido  que  este  inmenso  esfuerzo  de  expansión  do- 
minadora y  autocrática  no  alcanzase  al  pueblo  de  Occidente  que  más 

1  Algunofi  escritores  eclesiásticos  han  negado  la  autenticidad  del  Dictatua  papce; 
el  Jesaita  Felipe  Labbe,  autor  de  la  obra  Oonciliorum  coUcctio  inaxUna  lo  compren- 
de en  las  páginas  110  y  111  del  tomo  X,  edición  do  lGr2.  Contú,  al  publicar  las  de- 
claraciones del  DictiUiu  papce  dice  lo  siguiente:  "Acaso  no  sean  auténticas^  pero 
encierran  el  espíritu  do  los  actos  de  Gregorio  Vil  y  de  los  de  sus  predecesores.''  (No- 
ta  en  la  página  688,  tomo  III  de  la  Historia  Universal,  edición  de  París,  1881). 


I^  REVISTA  XAaONAI^ 


se  distinguía  por  ^á  acendrada  fe  religiosa,  puesta  á  prueba  j  ya  al- 
zándose trianíante.  después  de  cuatro  siglos  de  rudo  batallar  contra  el 
islamismo.  Gregorio  extendió,  pues,  sus  pretensiones  á  los  reinos  cris- 
tianos de  España,  cjvos  monarcas,  aun  los  que  fueron  tenidos  por  más 
piadosos,  nrjnca  sii-metieran  ni  subordinaran  su  autoridad  al  poder  pon- 
tificio. En  la  caria  que  aquel  papa  dirigió  á  los  Prtneipes  eristianos 
decíales  lo  siguiente:  "  Creo  no  ignoraréis  que  desde  lo  antiguo  era  el 
"  reino  de  España  propio  del  patrimonio  de  San  Pedro,  y  aunque  le  ten- 
*'  gan  ocupado  los  paganos,  como  no  faltó  el  derecho,  pertenece  al  mis- 
"  mo  dueño.  Por  tanto,  el  conde  Ebolo  de  Boceyo.  cuya  fama  cono- 
"  céis.  va  á  conquistar  esa  tierra  en  nombre  de  San  Pedro,  bajo  las 
*^  condiciones  que  hemos  estipulado.  Y  si  alguno  de  vosotros  empren- 
"  diese  lo  mismo,  obsenrará  el  trato  igual  de  pagar  á  San  Pedro  el  de- 
"  recho  de  lo  adquirido;  y  no  de  otra  manera.''  *  Pero  los  monarcas  y 
los  pueblos  cristianos  de  la  península  ibérica,  sin  dejar  de  reconocer 
la  suprema  jurisdicción  espiritual  de  los  pontífices  romanos,  y  tan  ar- 
dorosos defensores  de  su  independencia,  cualesquiera  que  fuesen  los 
enemigos  de  ésta,  rechazaron  la  pretensióif  del  señorío  y  dominio  tem- 
poral, y  el  papa  Gregorio,  quizás  convencido  de  la  ninguna  validez  del 
derecho  por  él  invocado,  ó  sintiéndose  impotente  para  extremar  sus 
intentos,  no  insistió  más  sobre  aquel  punto  y  convirtió  sus  esfuerzos  á 
dominar  directamente  la  iglesia  española. 

Entre  todas  las  naciones  cristianas  E^spaña  distinguíase  hasta  enton- 
ces por  la  independencia  con  que  se  venía  gobernando  su  iglesia,  no 
obstante  el  acatamiento  allí  rendido  á  la  jurisdicción  espiritual  de  la 
Santa  Sede — como  ya  lo  hemos  dicho.  El  clero  y  el  pueblo  español, 
bien  hallados  con  la  lituiigia  mozárabe  ó  toledana,  fundaban  en  la  con- 
servación del  antiguo  rito  nacional  un  sentimiento  de  legitimo  orgullo, 
y  una  valiosa  salvaguardia  de  su  propia  autonomía.  Esta  especial  cons- 
titución interior  de  la  iglesia  española,  aprobada  en  Roma  desde  923, 
atrajo  la  atención  de  los  papas  en  la  segunda  mitad  del  siglo  onceno  y 
Alejandro  II,  inmediato  antecesor  del  gran  pontífice  Gregorio,  envió 
á  Aragón  al  cardenal  legado  Hugo  Cándido  (1064)  con  las  instruccio- 
nes de  impetrar  del  rey  Don  Sancho  Ramírez  la  abolición  del  rito  y 


1  Florez  en  la  página  132  tomo  XXV  de  la  España  Sagrada  copia  la  carta  ante- 
rior y  ge  extiende  probando  lo  infundado  y  absurdo  del  pretendido  derecho.  Véa- 
se Historia  General  de  Etpaña  por  Don  Modesto  Laítiente.  Tomo  I,  pflgina29i,  edi- 
ción de  Barcelona,  1883. 


UN  pontífice  máximo.  125 

breviario  gótico  ú  mozárabe,  reemplazándoles  con  el  ritual  y  breviario 
romano.  Alarmadas  Castilla  y  Navarra  con  lo  que  se  pretendía  del  Es- 
tado vecino,  enviaron  sus  representantes  al  concilio  de  Mantua  (1067) 
para  defender  la  legitimidad  del  rito  nacional,  y  lograron  que  el  papa 
y  el  sínodo  así  lo  reconocieran  y  aprobaran.  "A  pesar  de  tedo — dice 
"  el  autor  de  la  Historia  General  de  Éípaña, — fué  tal  el  empeño  que 
"  en  aquel  negocio  mostró  Alejandro  II,  que  habiendo  vuelto  el  legado 
"  Hugo  Cándido  á  Aragón,  quedó  abrogado  el  rito  gótico  en  ese  reino 
"  y  reemplazado  por  el  romano  (mayo  de  1071),  comenzando  á  usarse 
"  éste  en  el  monasterio  de  San  Juan  de  la  Pefía;  primera  brecha  que 
"  se  abrió  en  España  á  la  preponderancia  de  la  Corte  pontificia;  pre- 
"  ponderancia  que  había  de  ir  acreciendo,  y  que  monarcas  y  pueblos 

"  inútilmente  se  habían  de  esforzar  después  por  atajar A  su  paso 

"  por  Barcelona,  el  cardenal  legado  que  regresaba  á  Roma,  logró  que 
"  el  conde  Ramón  Berenguer  decretase  la  abolición  del  rito  mozárabe 
"  en  sus  Estados  y  su  reemplazo  por  el  romano,  al  modo  de  lo  que  aca- 
"baba  de  ejecutarse  en  Aragón."* 

No  pudiera  tener  Alejandro  II  un  continuador  más  perseverante  y 
vigoroso  que  Gregorio  VII:  así  fué  que  un  año  después  de  haber  subido 
este  último  á  la  Sede  apostólica  escribió  á  Alfonso  VI  de  León  y  de 
Castilla,  para  que  plantease  en  sus  reinos  la  reforma  ya  introducida  en  el 
de  Aragón  y  el  condado  de  Barcelona.  Favorable  el  monarca  al  cambio 
que  solicitaba  la  corte  de  Roma,  y  dócil  su  ánimo  desde  mucho  tiem- 
po antes  á  la  inñuencia  cluniacense,  no  hubiera  tardado  en  acceder  á 
los  deseos  del  Sumo  pontífice,  á  no  ser  por  la  enérgica  resistencia  que 
halló  en  el  pueblo  y  el  clero  para  dejar  su  antiguo  y  respetado  rito.  Hubo 
de  consentir  Alfonso  en  que  se  remitiese  la  decisión  á  la  prueba  del 
duelo,  y  el  campeón  del  oficio  mozárabe,  que  fué  un  castellano  llama- 
do Juan  Ruiz  de  Matanzas,  venció  al  defensor  del  rito  romano.  Pero 
las  premiosas  exigencias  de  Gregorio  continuaron  estrechando  al  rey 
de  Castilla;  éste  á  su  vez  desplegaba  toda  su  autoridad  para  que  se  aca- 
tase en  sus  Estados  la  del  altivo  pontíñce,  y  después  de  otra  prueba  en 
que  volvió  á  triunfar  el  breviario  toledano,  y  tras  una  porfiada  reyerta 
entre  el  soberano  y  su  pueblo,  el  ofício  gótico  quedó  abolido  en  los  do- 
minios de  León  y  de  Castilla  (1085).   Con  la  pérdida  de  su  venerado 


1  Lafaente,  Historia  General  de  Eap<xna,  Tomo  I,  pAg.  280,  cúlcidn  de  Barcelona, 
1883. 


126  REVISTA  NACIONAL 


rito  la  Iglesia  de  España  pronto  debía  lamentar  también  la  de  su  vieja 
independencia. 

La  tregua  que  siguió  á  la  dramática  escena  de  Canossa  fué  brevísi- 
ma, y  sólo  duró  el  tiempo  que  necesitara  Enrique  IV  para  traspasar  los 
Alpes  y  volver  á  tierras  alemanas.  Era  otra  vez  dueño  de  la  corona, 
porque  la  absolución  papal  le  devolvía — al  menos  en  principio — la  obe- 
diencia de  su  pueblo;  pero  ¡cuan  caro  era  el  precio  de  esa  recobrada 
diadema!  Herido  en  su  orgullo  de  soberano,  ajada  su  dignidad  de  hom- 
bre, fresco  el  recuerdo  de  aquella  dura  penitencia  á  que  se  vio  sujeto 
en  un  helado  picacho  del  Apenino,  el  joven  emperador  revolvía  en  su 
mente  proyectos  de  venganza,  y  su  airado  y  rudo  sentimiento  se  acre- 
centaba al  compás  de  las  manifestaciones  de  indignación  que  no  le  esca- 
searon los  lombardos,  al  saber  el  resultado  de  su  entrevista  con  el  papa. 
Furioso  y  descontento  de  sí  mismo,  pero  ya  aleccionado  en  la  amarga 
escuela  del  infortunio,  comprendió  que  en  la  lucha  abierta  que  estaba 
obligado  á  sostener  le  era  indispensable  apoyarse  en  la  lealtad  de  aque- 
llos sus  subditos  que  en  la  primera  sublevación  de  los  sajones  le  fue- 
ron adictos,  y  forzando  su  carácter  altivo  y  despegado  supo  ganarse  de 
nuevo,  merced  á  repetidas  concesiones  y  suavísimo  trato,  á  los  habi- 
tantes del  Alto  Rhin  y  de  las  ciudades  del  Danubio;  atrajo  en  su  de- 
rredor á  la  baja  nobleza,  siempre  recelosa  de  las  pretensiones  y  miras 
absorbentes  de  los  grandes  señores;  y  sin  penosos  esfuerzos  de  su  par- 
te pudo  contar  entre  sus  sostenedores  á  muchos  miembros  del  clero  que 
no  se  avenían  con  las  reformas  decretadas  por  la  corte  de  Roma.  Por 
el  lado  contrario,  los  príncipes  alemanes,  al  tener  noticia  de  que  la  ex- 
comunión había  sido  levantada  por  Gregorio  Vil  comprendieron  á  su 
vez  que  Enrique  entraba  de  derecho  en  la  plena  posesión  del  poder  real, 
y  en  consecuencia,  ellos  debían  prestarle  obediencia,  como  jefe  del  im- 
perio, en  todo  aquello  que  no  se  rozase  con  las  causas  de  la  antigua 
lucha,  cuya  sentencia  se  había  remitido  á  la  decisión  arbitral  del  pon- 
tífíce.  Enemigos  encarnizados  del  emperador,  y  más  de  la  monarquía 
hereditaria,  resolvieron  frustrar  los  resultados  del  perdón  papal,  aun- 
que para  esto  les  fuese  preciso  violar  el  tratado,  por  ellos  mismos  con- 
venido é  impuesto  en  la  ruidosa  junta  de  Tribur. 

Congregados  en  Forchheim  los  poderosos  jefes  de  la  oposición  (13 
de  marzo  de  1077),  allí  decidieron  desposeer  á  Enrique  de  la  corona, 
y  en  efecto,  nombraron  en  su  lugar  á  Rodolfo  de  Rheinfeld,  duque  de 
Suabia,  quien  juró  el  mantenimiento  del  principio  electoral  en  la  suce- 


UN  pontífice  máximo.  127 

sión  del  trono  de  Alemania,  y  se  obligó  á  respetar  la  elección  canónica 
en  cuanto  á  provisión  de  obispados  y  dignidades  eclesiásticas,  renun- 
ciando á  la  ceremonia  de  entregar  el  báculo  y  el  anillo  á  los  electos. 
El  nombramiento  del  duque  de  Suabia  fué  obra  de  trece  príncipes  y 
obispos  alemanes,  pero  á  nadie  podía  ocultarse  la  intervención  que  la 
Corte  romana,  por  medio  de  los  legados  pontificios,  había  ejercido  en 
aquel  acto  que  cambiaba  no  sólo  la  persona  del  monarca,  sino  tam- 
bién la  constitución  misma  del  imperio.  Enrique  solicitó  de  Gregorio 
VII  una  declaración  contra  Rodolfo  de  Suabia  y  los  que  le  habían  ele- 
gido, y  únicamente  obtuvo  la  respuesta  de  que  no  se  podía  condenar- 
les sin  oírles.  Duele  ver  en  esta  ocasión  empequeñecido  el  carácter  del 
altivo  pontífice,  gastando  su  alto  prestigio  en  atizar  la  hoguera  de  in- 
testinas discordias  y  pretendiendo,  aunque  en  vano,  que  se  le  conside- 
rase como  arbitro  sereno  en  las  querellas  y  perturbaciones  que  favorecía 
ocultamente. 

Mientras  que  Gregorio  VII  asumía  una  actitud  expectante  y  en  apa- 
riencia, neutral,  la  guerra  civil  estallaba  de  nuevo  en  Alemania,  más 
que  nunca  encarnizada  y  violentísima.  Sajonia  abrazó  naturalmente  la 
causa  del  usurpador  Rodolfo,  y  del  lado  de  Enrique  se  filiaron  las  po- 
blaciones todas  del  centro  y  del  occidente  del  imperio.  *^En  Baviera 
"  Franconia  y  Suabia,  lucharon  los  partidos  con  suerte  varia  y  con  fu- 
**  ría  cada  vez  mayor,  devastando  de  un  modo  horrible  estas  comar- 

'^  cas Enmedio  de  los  estragos  de  esta  lucha  civil  y  religiosa,  que 

"  en  algunas  comarcas  llegó  á  tomar  el  carácter  de  guerra  salvaje  de 
"  todos  contra  todos,  los  partidos  beligerantes,  aprovechando  los  largos 
"  intervalos  de  tregua,  pudieron  concentrar  sus  fuerzas  para  una  gran 
"  batalla  y  hacer  una  tentativa  á  fin  de  destruir  completamente  á  sus 
"  adversarios.  En  las  comarcas  del  Neckar  y  del  Mein  ocurrieron  repe- 
"  tidos  combates,  en  los  cuales  procuró  Rodolfo,  auxiliado  por  sus  alia- 
"  dos  los  sajones,  arrojar  á  Enrique  de  la  fuerte  posición  que  ocupaba 
"  en  el  Alto  Rhin  y  en  el  Rhin  central "  *  La  suerte  se  mostró  con- 
traria á  Enrique  durante  el  primer  periodo  de  aquella  embravecida 
contienda,  y  en  Wurzburgo,  Melrichstad  y  otros  lugares  quedaron  hu- 
milladas sus  armas,  y  sin  vida  muchos  de  sus  principales  partidarios 
(1077-1080).  Pero  la  adversidad,  lejos  de  quebrantar  templó  su  áni- 


1  Historia  de  l08  Estados  de  Ocdden/e  durante  la  Edad  Media^  desde  Oarlomagmo 
?MSta  MaximlHomo,  por  el  Dr.  J.  FratK.  (Libro  III,  Cap.  IV). 


1»  REVISTA  NAdONAJL. 


mo  y  le  infundió  un  vigor  indomable  que  asombró  á  parciales  y  ene- 
migos. Más  osado  mientras  menos  feliz,  intentó  someter  la  Sajonia  con 
un  ejército  formado  en  pocos  días,  y  á  fines  de  enero  de  1080  fueíon 
otra  vez  derrotadas  sus  tropas  cerca  de  Flarcheim  por  su  viejo  contra- 
rio Otón  de  Xordheim. 

Este  desastre  indicó  á  Gregorio  Vil  que  era  llegada  la  hora  de  aban- 
donar la  aparente  neutralidad  que  había  observado  durante  tres  aflos, 
y  en  un  sínodo  celebrado  el  7  de  marzo  de  1080  reiteró  su  excomu- 
nión contra  Enrique,  haciéndola  extensiva  á  los  partidarios  de  éste,  y 
absolviendo  á  los  vasallos  alemanes  del  juramento  de  fidelidad.  £1  nue- 
vo anatema  fué  anunciado  al  mundo  en  una  forma  inusitada  y  terrible: 
después  de  invocar  el  auxilio  de  San  Pedro,  príncipe  de  los  Apóstoles, 
el  pontífice  romano  enumeró  ante  el  sínodo  los  crímenes  y  atentados 
de  que  en  su  concepto  era  reo  el  emperador  de  Alemania,  y  á  conti- 
nuación de  la  sentencia  afirmó  una  vez  más  su  principio  de  domina- 
ción absoluta  sobre  todas  las  potestades  de  la  tierra.   * 'Haced  saber  á 
"  todo  el  mundo — dijo  á  los  miembros  del  concilio — que  vosotros,  que 
"  podéis  atar  y  desatar  en  el  cielo,  tenéis  en  la  tierra  autoridad  para 
"  dar  y  quitar  á  cada  uno,  según  lo  que  merezca,  imperios  y  reinos, 
"  principados  y  ducados,  marquesados  y  condados  y  toda  clase  de  bie- 
"  nes.  Pues  si  habéis  sentenciado  en  lo  espiritual  despojando  á  los  in- 
*^  dignos  de  patriarcados,  primados,  arzobispados  y  obispados,  dándo- 
**  los  á  los  dignos,  más  autorizados  estáis,  indudablemente,  para  dispo- 
"  ner  en  los  asuntos  terrenales.  Sepan,  pues,  todos  los  reyes  y  príncipes 
"  del  mundo  lo  que  sois  y  lo  que  podéis,  y  guárdense  en  lo  sucesivo  de 

"desobedecer  vuestros  mandatos "  Gregorio,  además,  confirmó  el 

nombramiento  de  Rodolfo  de  Rheinfeld,  hecho  por  los  principes  alema- 
nes congregados  tres  años  antes  en  Forchheim,  invirtiendo  el  orden  has- 
ta entonces  establecido:  el  emperador  confirmaba  antes  la  elección  del 
pontífice,  y  á  la  sazón  el  papa  confirmaba  la  del  jefe  del  imperio,  de 
acuerdo  con  los  principios  y  doctrinas  en  que  se  pretendía  fundar  la 
omnipotente  autocracia  del  pontificado. 

Asombroso  pudiera  llamarse  el  cambio  que  se  efectuó  en  Alemania 
durante  el  cuatrienio  comprendido  entre  1076  y  1080.  En  el  primero 
de  esos  años,  al  difundirse  la  noticia  de  la  excomunión  lanzada  contra 
tra  Enrique  todos  se  apartaron  de  su  lado;  unos  le  negaron  su  obe- 
diencia, y  otros  corrieron  á  las  armas  engrosando  las  compactas  filas 
de  sus  poderosos  enemigos;  y  el  monarca  sin  corona,  el  soberano  sin 


UN  pontífice  máximo.  129 

pueblo  fué  á  recobrar  uno  y  otra  en  la  absolución  humillante  de  Ca- 
nossa.  El  nuevo  anatema,  fulminado  en  la  primavera  de  1080,  lejos 
de  disminuir  su  partido  lo  fortaleció,  moralmente,  con  las  simpatías  de 
la  opinión  que  ya  no  se  equivocaba  respecto  de  los  verdaderos  móvi- 
les de  la  Corte  romana,  y  en  el  orden  material,  con  la  obtención  de  nu- 
merosos é  importantes  defensores,  entre  los  que  se  contaban  casi  todos 
los  grandes  dignatarios  de  la  iglesia  alemana.  Las  exhorbitantes  preten- 
siones de  Gregorio  VII  le  habían  separado  de  sus  antiguos  partidarios 
los  reformistas  que  volvían  á  girar  en  torno  del  monarca,  y  estos,  uni- 
dos con  los  demás  altos  prelados  de  Alemania  y  en  inteligencia  con  los 
descontentos  obispos  italianos,  cuyo  número  se  aumentaba  día  por  día, 
resolvieron  sustraerse  por  completo  á  la  obediencia  del  pontífíce.  Un 
cisma  era,  pues,  inevitable,  y  reunidos  en  Brixen  veintisiete  obispos 
alemanes  é  italianos  eligieron  papa  á  Guiberto,  arzobispo  de  Rávena, 
quien  se  había  distinguido  por  su  oposición  á  la  política  de  la  Corte 
romana  (junio  de  1080).  La  elección  del  anti-papa  fué  presidida  por 
el  mismo  emperador  Enrique,  quien  la  hizo  preceder  del  juicio  y  sen- 
tencia de  destitución  de  Gregorio.  Vengábase  el  soberano  alemán  con 
las  mismas  armas  que  le  habían  herido,  y  á  las  decisiones  injustas  de 
que  fué  víctima  oponía  resoluciones  apasionadas,  violentas  é  ilegales. 

Un  sangriento  y  porfiado  combate  que  se  empeñó  cerca  de  Merse- 
burgo  (octubre  de  1080)  entre  el  ejército  de  Enrique  y  el  del  usurpa- 
dor Rodolfo  de  Rheinfeld,  preparó  la  terminación  de  la  guerra  que 
hacía  cuatro  aflos  destrozaba  al  anchuroso  imperio.  Las  tropas  del  pri- 
mero, después  de  muchas  horas  de  ruda  pelea  cedieron  el  campo  á 
sus  briosos  contrarios  los  sajones,  y  huyeron  en  espantosa  confusión, 
ahogándose  al  cruzar  el  Elster  ó  cayendo  al  filo  de  la  espada;  pero  en 
medio  de  la  refriega  y  en  los  momentos  de  cejar  los  hombres  de  ar- 
mas de  Enrique,  sucumbió  el  mismo  Rodolfo  á  manos  de  Godofredo 
de  Bullón,  destinado  á  gloria  más  alta.  Desorganizados  los  rebeldes  con 
la  muerte  de  su  jefe,  escaso  ó  casi  nulo  fué  el  provecho  que  recogieron 
de  la  brillante  victoria  de  Merseburgo;  en  cambio,  el  emperador  pudo 
marchar  con  un  ejército  á  Italia  esperando  que  la  deposición  violenta 
de  Gregorio,  y  su  propia  coronación  en  Roma  por  el  anti-papa  Gui- 
berto produjeran  en  Alemania  el  ansiado  término  de  la  guerra  civil. 

Pomposo  fué  el  recibimiento  que  hicieron  los  lombardos  á  Enrique, 
quien  después  de  las  fastuosas  ceremonias  de  su  proclamación  en  Mi- 
lán se  dirigió  á  Roma  acompañado  de  Guiberto  y  seguido  de  sus  tropas 


180  REVISTA  NACIONAL. 


que  sometieron  fácilmente  las  ciudades  toscanas,  sin  que  la  marquesa 
Matilde  pudiera  defenderlas  de  la  invasión  teutónica  (mayo  de  1081). 
Gregorio  VII  con  su  ingénita  intrepidez  se  había  aprestado  á  la  resis- 
tencia, de  suerte  que  el  ejército  imperial,  después  de  algunos  meses 
de  asedio,  se  alejó  de  la  ciudad  eterna  retirándose  hacia  el  Norte.  Esta 
fué  la  señal  de  un  vigoroso  levantamiento  de  toda  la  Toscana  contra 
Enrique,  el  cual,  fuerte  con  los  auxilios  que  le  dieron  los  lombardos, 
redujo  nuevamente  los  Estados  de  Matilde  y  tornó  una  y  otra  vez  á  si- 
tiar la  vieja  Roma.  Larga  fuera  la  tarea  de  describir  con  todos  sus  ac- 
cidentes y  detalles  la  campaña  que  durante  tres  años  mantuvo  en  Ita- 
lia el  emperador  de  Alemania,  y  baste  á  nuestro  propósito  indicar  que 
en  marzo  de  1084  se  presentó  por  cuarta  vez  ante  Roma,  cuyos  habi- 
tantes ganados  de  antemano  por  sus  larguezas  y  cansados  ya  de  tan 
prolongada  resistencia  le  entregaron  la  mayor  parte  de  la  ciudad,  obli- 
gando á  Gregorio  á  encerrarse  en  el  fortifícado  castillo  de  San  Angelo. 
Enrique  convocó  un  sínodo  que  decretó  la  destitución  del  pontífice  y 
confirmó  solemnemente  el  nombramiento  de  Guiberto,  quien  fué  con- 
sagrado papa  con  el  nombre  de  Clemente  III.  Ocho  días  más  tarde  (31 
de  marzo)  el  emperador  y  su  esposa  Berta  recibían  de  manos  del  anti- 
papa la  corona  imperial.  Gregorio  VII  lanzó  nuevos  y  terribles  anate- 
mas contra  Enrique  y  Guiberto — instalado  ya  en  la  iglesia  de  San  Pe- 
dro;— anatemas  que  no  estorbaron  al  primero  en  su  tarea  de  apretar 
el  cerco  que  tenía  establecido  en  tomo  de  la  fortaleza  de  San  Angelo. 
Más  premiosa  que  las  excomuniones  fué  para  el  emperador  la  noticia 
de  haberse  puesto  en  marcha  un  poderoso  ejército  normando  en  au- 
xilio del  asediado  pontífice,  por  lo  que  emprendió  la  retirada  hacia  el 
norte  de  Italia,  prometiendo  ricas  mercedes  á  los  romanos  sus  aliados 
si  continuaban  estrechando  el  sitio  del  castillo  papal. 

Movido  por  las  repetidas  instancias  de  Gregorio  acudía,  en  efecto, 
Roberto  Guiscardo  á  socorrerle  seguido  de  treinta  mil  hombres,  y  con 
ellos  entró  en  Roma  como  impetuoso  torrente  (27  de  mayo  de  1084), 
desbaratando  á  los  que  mantenían  el  asedio,  y  conduciendo  triunfal- 
mente  al  pontífice  hasta  su  palacio  de  Letrán.  Eran  los  normandos  te- 
rribles y  peligrosos  amigos:  Roma  apuró  entonces  todas  las  amarguras 
de  la  conquista  como  si  la  hubiesen  expugnado  los  libertadores  de 
Gregorio:  la  muerte  de  algunos  de  estos  á  manos  del  populacho  roma- 
no dio  rienda  suelta  á  las  feroces  huestes  de  Guiscardo  que  incendia- 
ron gran  parte  de  la  ciudad,  asesinaron  á  muchos  de  sus  moradores,  y 


UN  pontífice  máximo.  181 

<[mzás  excedieron  en  barbarie  y  crueldad  á  las  brutales  hordas  de  Alarico 
que  siete  siglos  antes  hablan  pasado  por  la  ciudad  de  los  Césares  como 
un  ciclón  devastador:  *'E1  odio  de  los  desesperados  romanos  estalló  en 
"  terribles  aunque  impotentes  maldiciones  contra  el  causante  de  todos 
"  esos  desastres,  cuya  indomable  tenacidad  había  hecho  fracasar  la  paz 
"  con  el  emperador,  dando  con  ello  á  los  feroces  normandos  tiempo  y 

"  ocasión  de  cometer  tamañas  crueldades Gregorio  no  podía  per- 

"  manecer  por  más  tiempo  en  Roma,  así  fué  que  siguió  á  sus  liberta- 
"  dores  cuando  estos  sometieron  los  cercanos  lugares  pertenecientes  á 
"  la  marquesa  de  Toscana;  y  al  palpar  el  furor  de  las  poblaciones  mar- 
"  chó  en  pos  de  Guiscardo,  al  regreso  de  éste  á  la  Pulla,  después  de 
"  haber  intentado  en  vano  arrojar  de  Tívoli  al  anti-papa  Guiberto.  De 
**  este  modo,  mientras  Clemente  III  fijaba  su  residencia  en  Roma,  Gre- 
"gorio  caminaba  al  merecido  destierro."' 

Quebrantado  no  al  peso  de  los  aflos,  sino  por  la  ruda  lucha  que  sos- 
tuvo y  por  la  inmensa  amargura  que  debió  producirle  el  hundimiento 
de  sus  vastos  proyectos,  Gregorio  VII  murió  en  Salemo  el  25  de  mayo 
de  1085,  un  año  después  de  haber  sido  libertado  por  los  normandos. 
En  sus  postreros  momentos  mostró  la  misma  intrepidez  que  le  distin- 
guió durante  su  vida  azarosa,  y  designó  á  tres  de  los  hombres  más 
adictos  á  sus  ideas  para  que  de  entre  ellos  se  eligiese  su  sucesor  en  la 
Silla  apostólica.  Sus  últimas  palabras  revelan  una  profunda  fe  en  la  bon- 
dad de  su  causa:  *^He  anuido  la  justicia  y  he  odiado  la  iniquidad:  por 
*^  eso  mv^o  en  el  destierro '*  Un  cronista  contemporáneo  del  fa- 
moso pontífíce,  Sigeberto  de  Gembloux,  consignó  el  rumor  do  que 
aquel,  ya  en  sus  postrimerías,  había  dudado  de  la  obra  de  toda  su  vida, 
declarando  que  cedió  á  la  inspiración  del  genio  del  mal  en  su  tarea  de 
atizar  el  odio  y  el  rencor  entre  el  género  humano,  aunque  su  intento, 
no  fué  más  que  el  de  mirar  por  la  mayor  gloría  de  la  religión,  y  que 
antes  de  morir  facultó  á  un  cardenal  para  levantar  el  anatema  que  con- 
tra Enrique  había  fulminado.  La  sana  crítica  ha  refutado  el  relato  del 
cronista  de  Lieja,  y  queda  en  pie  la  inflexible  figura  del  gran  pontífice, 
sin  vacilaciones  ni  debilidades  que  la  mengüen.'* 


1  Dr.  Prutz,  Opus.  cit, 

2  Mr.  Oiraud  en  su  estudio  sobre  Oregmio  VII y  «u  tietnpo  (artículo  III  pubUca- 
do  en  el  número  de  la  ReiHtta  de  ambot  mundo»  correspondiente  al  1?  de  Mayo  de 
1873)  prueba  con  grande  erudlolOn  lo  infundado  del  rumor  que  consignó  en  sn  cró- 
nica Sigeberto  de  Gtombloux. 


182  REVISTA  NACIONAL. 


Aun  después  de  los  ocho  siglos  que  nos  separan  de  la  época  de  su 
muerte,  difícil  es  hacer  de  Gregorio  Vil  un  juicio  crítico  exacto.  Mayor 
dificultad  tuvieron  para  ello  sus  contemporáneos  y  los  que  inmediata- 
mente le  siguieron,  y  por  eso  nos  legaron  su  nombre  y  su  recuerdo, 
execrados  por  el  odio  ú  enaltecidos  por  interesada  lisonja.  La  misión 
y  la  obra  de  aquel  gran  pontífice  fueron  complexas,  y  de  ahí  los  dife- 
rentes puntos  de  vista  desde  los  cuales  deben  ser  examinadas.  £1  aus- 
tero monje,  el  hombre  de  Estado,  el  reformador  inflexible,  el  orador, 
el  pontífice  máximo,  el  autor  de  aquel  inmenso  principio  de  domina- 
ción universal,  el  fanático  defensor  de  la  autocracia  papal  concurren  á 
formar  esa  gigantesca  figura  que  surge  de  entre  las  brumas  de  los  siglos 
medios,  ofuscando  con  su  vivido  fulgor  á  los  más  grandes  personajes  de 
su  época.  La  justicia  histórica  exige,  además,  que  se  le  contemple  con 
relación  á  los  tiempos  en  que  vivió;  "tiempos  de  hierro — dice  Heeren 
"  — en  que  la  degeneración  del  sistema  feudal  había  roto  casi  todos  los 
"  vínculos  de  la  sociedad  civil,  compuesta  de  príncipes  sin  poder,  de 
"  señores  independientes,  y  de  esclavos;  en  que  las  violencias  y  los 
"  atentados  eran  acontecimientos  de  todos  los  días,  y  los  ministros  de 
"  la  religión  se  veían  acusados,  no  sólo  como  cómplices,  sino  también 
"  como  principales  autores  de  semejantes  hechos.  Gregorio  VII  conci- 
"  bió  la  idea  de  reformar  el  mundo  cristiano,  sometiéndole  á  su  domi- 
"  nación,  y  se  sintió  con  la  fuerza  y  los  talentos  necesarios  para  sos- 
•  "  tener  su  papel.  Era  del  número  de  los  pocos  hombres  á  quienes  la 
'^  naturaleza  concede  bastante  penetración  para  juzgar  el  siglo  en  todos 
"  sus  aspectos,  conocer  sus  debilidades  y  sus  fuerzas,  y  fundar  en  tal 
"  conocimiento  vastos  designios." 

Su  obra  de  reforma,  considerada  en  sí  misma,  fué  necesaria  y  alta- 
mente moralizadora,  pues  que  tendía  á  devolver  á  la  Iglesia  su  perdido 
prestigio  para  convertirla  en  centro  de  virtud  enmedio  del  general  des- 
quiciamiento que  produjo  la  lucha  entre  el  feudalismo  y  el  poder  ab- 
soluto. Fué  una  obra  de  libertad  en  cuanto  al  principio  de  contrastar 
el  imperio  de  la  violencia  y  de  la  fuerza.  Juzgada  en  sus  relaciones 
con  el  acrecentamiento  de  la  soberanía  de  los  pontífices,  debemos,  por 
el  contrario,  ver  en  ella  la  base  del  vasto  plan  de  dominación  univer- 
sal, ejercida  por  el  vicario  de  Cristo,  y  que  tiene  de  ser  considerado 
como  una  de  las  grandiosas  concepciones  del  famoso  Hildebrando. 

Y  más  grandiosa  por  cuanto  á  la  imponderable  energía  con  que  pre- 
tendió realizarla,  apoyado  tan  sólo  en  su  fuerza  moral,  por  más  que 


LA  TRADICIÓN  DEL  HIMNO  NACIONAL.  188 

ésta  fuese  de  inmensa  valía  en  el  seno  de  la  creyente  y  tétrica  Edad 
Media.  Pero  no  era  la  causa  de  la  libertad  y  de  la  justicia;  y  por  eso, 
al  pretender  combinar  la  revolución  por  él  concebida  con  el  orden  so- 
cial existente;  al  tratar,  luego,  de  erigir  al  pontificado  en  una  entidad 
omnipotente  y  soberana,  arbitra  de  los  pueblos  y  de  los  reyes;  al  vio- 
lar el  derecho  moral  y  el  derecho  político,  las  leyes  de  la  naturaleza 
misma,  y  las  que  pudiéramos  llamar  inherentes  á  la  constitución  fisio- 
lógica del  hombre,  volviéronse  contra  él  terribles  los  pueblos  y  los  re- 
yes: éstos  empujados  por  su  interés,  aquellos  movidos  por  ese  senti- 
miento de  emancipación  que  se  difunde  al  comenzar  la  decadencia  del 
feudalismo,  que  se  ve  dominar  en  las  grandes  épocas  de  la  historia,  y 
y  que  no  es  más  que  el  soplo  irresistible  del  progreso.  Murió  desespe- 
rado, sin  amigos,  detestado  por  los  romanos  y  por  la  Italia  entera,  vícti- 
ma inmediata  de  sus  pasmosos  é  irrealizables  proyectos;  pero  fírme  en 
sus  convicciones,  sin  arrepentirse  de  su  obra,  creyéndose  y  llamándose 
mártir  de  la  injusticia  humana.  En  Gregorio  VII  el  hombre  aparece  ofus- 
cado por  el  pontífíce:  como  sucesor  de  Pedro  en  la  Silla  apostólica  es  el 
más  grande  entre  los  trescientos  papas  que  en  ella  se  han  sentado,  uno 
en  pos  de  otro,  durante  diez  y  ocho  siglos,  del  mismo  modo  que  el  Hí- 
malaya  se  alza  dominante  sobre  las  otras  cordilleras  que  serpean  por  el 
suelo  tibetano.  El  hombre  fué  orgulloso,  infíexible,  sin  afectos,  recti- 
líneo, y  su  misma  virtud  era  una  escarpadura  que  de  todos  le  separa- 
ba, así  en  la  prosperidad  como  en  la  desgracia. 

Su  fanatismo  fué  un  bien  para  la  libertad,  que  pudo  desde  entonces 
apercibirse  contra  las  tendencias  de  la  autocracia  papal.  No  inspira 
amor  la  memoria  del  gran  pontífice  del  siglo  onceno,  pero  nadie  puede 
dejar  de  admirarle. 

Julio  Zarate. 


LA  TRADICIÓN  DEL  HIMNO  NACIONAL. 


I 

Por  los  años  de  1810  existía  en  el  convento  de  los  dominicos  de 
Lima  (y  también  en  el  de  los  agustinos)  una  Academia  de  música  di- 
rigida por  fray  Pascual  Nieves,  buen  tenor  y  mejor  organista.  El  padre 


184  REVISTA  NACIONAL. 


Nieves  era,  en  su  época,  la  gran  reputación  artística  que  los  peruleros 
nos  sentíamos  orgullosos  de  poseer. 

El  primer  pasante  de  la  Academia  era  un  muchacho  de  doce  años 
de  edad,  como  que  nació  en  Lima  en  1798.  Llamábase  José  Bernardo 
Alcedo  y  vestía  el  hábito  de  donado,  que  lo  humilde  de  su  sangre  le 
cerraba  las  puertas  para  aspirar  á  ejercicio  de  sacerdotales  funciones. 

A  los  diez  y  ocho  años,  los  motetes  compuestos  por  Alcedo,  que  era 
entusiasta  apasionado  de  Haydn  y  Mozai-t,  y  una  misa  en  re  Tuayor, 
sirvieron  de  base  á  su  reputación  como  músico. 

Jurada  en  1821  la  independencia  del  Perú,  el  Protector  Don  José  de 
San  Martín  expidió  decreto  convocando  concurso  ó  certamen  musical 
del  que  resultaría  premiada  la  composición  que  se  declarase  digna  de 
ser  adoptada  por  Himno  Nacional  de  la  República. 

Seis  fueron  los  autores  que  entraron  en  el  concurso,  dice  el  galano 
escritor  á  quien  extractamos  para  zurcir  este  artículo. 

El  día  prefijado  fueron  examinadas  todas  las  composiciones,  y  ejecu- 
tadas en  el  orden  siguiente: 

1*  La  del  músico  mayor  del  batallón  Numancia, 

2^  La  del  maestro  Huapaza. 

3*  La  del  maestro  Tena. 

4*  La  del  maestro  Filomeno. 

5^  La  del  padre  fray  Cipriano  Aguilar,  maestro  de  Ci4)illa  de  los 
agustinianos. 

6^  La  del  maestro  Alcedo. 

Apenas  terminaba  la  ejecución  de  la  última,  cuando  el  general  San 
Martín,  poniéndose  de  pie,  exclamó: 

— He  aquí  el  Himno  Nacional  del  Perú! 

Al  día  siguiente  un  decreto  confirmaba  esta  opinión  expresada  por 
el  gobernante  en  un  arranque  de  entusiasmo. 

El  Himno  fué  estrenado,  en  el  teatro,  la  noche  del  24  de  Septiembre 
de  1821,  en  que  se  celebró  la  capitulación  de  las  fortalezas  del  Callao 
ajustada  por  el  general  La  Mar  el  19.  Rosa  Merino,  la  bella  y  simpá- 
tica cantatriz  á  la  moda,  cantó  las  estrofas  enmedio  de  interminables 
aplausos. 

La  ovación  de  que  en  esa  noche  fué  objeto  el  humilde  maestro  Al- 
cedo, es  indescriptible  para  nuestra  pluma. 

Mejores  versos  que  los  de  Don  José  de  Latorre  Ugarte  mereda  el 
magistral  y  solemne  himno  de  Alcedo.  Las  estrofas  inspiradas  en  el  pa- 


LA  TRADICIÓN  DEL  HIMNO  NACIONAL.  135 

trioterismo  que  por  esos  días  dominaba,  son  pobres  como  pensamien- 
to y  desdichados  en  cuanto  á  corrección  de  forma.  Hay  en  éstas  mu- 
cho de  fanfarronería  portuguesa  y  poco  de  la  verdadera  altivez  repu- 
blicana. Pero  con  todos  sus  defectos,  no  debemos  consentir  jamás  que 
la  letra  de  la  Canción  Nacional  se  altere  ó  cambie.  Debemos  acatarla 
como  sagrada  reliquia  que  nos  legaron  nuestros  padres;  los  que  con 
su  sangre  fecundaron  la  libertad  y  la  república.  No  tenemos  derecho, 
que  sería  sacrilega  profanación,  ni  á  corregir  una  sílaba  en  esas  es- 
trofas, en  las  que  se  siente  palpitar  el  varonil  espíritu  de  nuestros  ma- 
yores. 

II 

Concluyamos  compendiando  en  breves  líneas  la  biograña  del  maes- 
tro Alcedo. 

Todos  los  cuerpos  del  ejército  solicitaron  del  Protector  que  le'  des- 
tinase al  autor  del  Himno  como  músico  mayor,  y  en  la  clase  de  sub- 
teniente; pero  Alcedo  optó  por  el  batallón  número  4  de  Chile,  en  el 
que  concurrió  á  las  batallas  de  Torata  y  Moquegua  y  á  otras  acciones 
de  guerra. 

Cuando  se  dispuso  en  1823,  que  el  batallón  regresase  á  Chile,  Al- 
cedo pasó  con  él  á  Santiago  separándose,  á  poco,  del  servicio. 

El  canto  llano  era  casi  ignorado  entre  los  monjes  de  Chile;  y  fran- 
ciscanos, dominicos  y  agustinos  comprometieron  á  nuestro  músico  pa- 
ra que  les  diese  lecciones,  á  la  vez  que  el  gobierno  lo  contrataba  como 
director  de  las  bandas  militares. 

Cuarenta  afíos  pasó  en  la  capital  chilena  nuestro  compatriota,  sien- 
do en  los  veinte  últimos  maestro  de  Capilla  de  la  Catedral,  hasta  1864 
en  que  el  gobierno  del  Perú  lo  hizo  venir  para  conñarle  la  dirección  y 
organización  en  Lima  de  un  Conservatorio  de  Música,  que  no  llegó  á 
establecerse  por  la  instabilidad  de  nuestros  hombres  públicos.  Sin  em- 
bargo, Alcedo,  como  director  general  de  las  bandas  militares,  disfrutó 
hasta  su  muerte,  acaecida  en  1879,  el  sueldo  de  doscientos  soles  al  mes. 

Muchos  pasos  dobles,  boleros,  valses  y  canciones  forman  el  reper- 
torio del  maestro  Alcedo,  sobresaliendo  entre  todo  lo  que  compuso  su 
música  sagrada. 

Alcedo  fué  también  escritor,  y  testimonio  de  ello  da  su  notable  libro 
Füoeojia  de  la  música,  impreso  en  Lima  en  1869. 

Ricardo  Palma. 


186  REVISTA  NACIONAL. 


ABEJA. 


CAPITULO  V. 

QUE  DICE   COMO   LA   DUQUESA   LLEVO   Á  ABEJA   Y  k  JORGE  k  LA  ERMITA, 
Y  EL  ENCUENTRO  QUE  TUVIERON  CON  UNA  VIEJA  HORRIBLE. 

Aquella  mafiana,  que  fué  la  del  primer  domingo  después  de  Pascua, 
la  duquesa  salió  del  caslillo  sobre  su  gran  alazán,  llevando  á  su  izquier- 
da á  Jorge  de  Blanchelande,  caballero  sobre  un  corcel  de  cabeza  ne- 
gra (ion  una  estrella  en  la  frente,  y,  á  su  derecha  á  Abeja,  que  gober- 
naba con  bridas  color  de  rosa  á  su  yegua  baya.  Iban  á  oir  la  misa  de 
la  Ermita.  Soldados  con  sendas  lanzas  les  formaban  escolta,  y  la  mul- 
titud se  empujaba  á  su  paso  para  admirarlos.  Y  en  verdad  que  los  tres 
iban  muy  hermosos.  Bajo  su  velo  con  flores  de  plata,  y  con  su  manto 
flotante,  la  duquesa  tenia  un  aire  de  majestad  encantadora;  y  las  per- 
las que  bordaban  su  tocado  despedían  un  brillo  lleno  de  dulzura  que 
sentaba  muy  bien  al  continente  y  al  alma  de  tan  bella  persona.  Cerca, 
al  viento  los  cabellos  y  chispeante  la  mirada,  Jorge  tenía  una  simpática 
figura.  Abeja,  que  cabalgaba  del  otro  lado,  dejaba  ver  un  rostro,  cuyos 
colores  tiernos  y  puros,  eran  para  los  ojos  una  caricia  deliciosa;  pero 
nada  más  admirable  que  su  blonda  cabellera,  que  ceñida  con  una  cin- 
ta de  tres  florones  de  oro,  se  esparcía  sobre  sus  espaldas  como  el  bri- 
llante manto  de  su  juventud  y  su  hermosura.  Al  verla  decían  las  bue- 
nas gentes:  "Ved  una  gentil  seflorital" 

El  maestro  sastre,  el  viejo  Juan,  tomó  en  sus  brazos  á  su  nieto  Pe- 
dro, para  enseñarle  á  Abeja,  y  Pedro,  preguntó:  ¿está  viva  ó  es  una 
imagen  de  cera?  No  concebía  que  pudiera  ser  tan  blanca  y  tan  bonita 
perteneciendo  á  la  misma  especie  que  él,  el  pequeño  Pedro,  con  sus 
buenos  mofletes  tostados  y  su  pardo  camisolín  sujetado  rústicamente  á 
la  espalda. 

Mientras  que  la  duquesa  recibía  los  homenajes  con  benevolencia, 
los  dos  niños  descubrían  la  satisfacción  de  su  orgullo,  Jorge  por  su  co- 
lor encendido.  Abeja  por  sus  sonrisas.  Por  eso  les  dijo  la  duquesa: 


ABEJA.  187 

— Estas  buenas  gentes  nos  saludan  con  afecto.  Jorge  ¿qué  pensáis 
de  ello?  Y  vos,  Abeja? 

— Que  hacen  bien,  respondió  Abeja. 

— Y  que  es  su  deber,  añadió  Jorge. 

— ¿Y  por  qué  creéis  que  es  su  deber?  preguntó  la  duquesa. 

Viendo  que  no  le  respondían,  continuó: 

— Os  lo  voy  á  decir.  De  padres  á  hijos,  hace  más  de  trescientos  aflos, 
los  duques  de  los  Clarides  defienden,  lanza  en  mano,  á  estas  pobres 
gentes,  que  les  deben  poder  segar  las  mieses  que  han  sembrado.  Hace 
más  de  trescientos  años,  todas  las  duquesas  de  los  Clarides  hilan  la 
lana  para  los  pobres,  visitan  á  los  enfermos,  y  tienen  á  los  recién  na- 
cidos sobre  las  fuentes  del  bautismo.  Hé  aquí  por  qué  os  han  saluda- 
do, niños  míos. 

Jorge  pensó:  *'Será  necesario  proteger  á  los  labradores."  Y  Abeja: 
"Será  necesario  hilar  la  lana  para  los  pobres." 

Así  platicando  y  pensando,  caminaban  entre  praderas  esmaltadas  de 
flores.  Montañas  azuladas  se  destacaban  en  el  horizonte.  Jorge  exten- 
dió la  mano  hacia  el  Oriente: 

— ¿No  es,  preguntó,  un  gran  escudo  de  acero  el  que  veo  allá  abajo? 

— Es  más  bien  un  broche  de  plata,  grande  como  la  luna,  dijo  Abeja. 

— No  es  un  escudo  de  acero  ni  un  broche  de  plata,  niños  míos,  res- 
pondió la  duquesa,  sino  un  lago  que  brilla  con  el  sol.  La  superficie  de 
las  aguas,  que  os  parecen  de  lejos  unidas  como  un  espejo,  están  agita- 
das por  innumerables  oleadas.  Los  bordes  de  este  lago,  que  creéis 
tan  tersos  como  si  estuviesen  tallados  en  metal,  están  en  realidad  cu- 
biertos de  cañas  coronadas  de  ligeros  penachos,  y  de  iris  cuya  ñor  es 
como  una  mirada  humana  entre  espadas.  Todas  las  mañanas  un  blan- 
co vapor  cubre  el  lago,  que  bajo  el  sol  de  medio  día  brilla  como  una 
armadura.  Pero  es  preciso  no  acercarse;  porque  está  habitado  por  las 
Ondinas,  que  atraen  á  los  caminantes  á  su  mansión  de  cristal. 

En  este  momento  oyeron  la  campana  de  la  Ermita. 

— Bajemos,  dijo  la  duquesa,  y  vamos  á  pie  á  la  capilla.  Los  reyes 
magos  no  se  acercaron  al  pesebre  ni  sobre  elefantes  ni  sobre  camellos. 

Oyeron  la  misa  de  la  Ermita.  Una  vieja,  horrorosa  y  cubierta  con 
harapos,  se  había  arrodillado  al  lado  de  la  duquesa,  quien  al  salir  de 
la  capilla  le  ofreció  agua  bendita,  y  le  dijo: 

— Tomad,  madre  mía. 

Jorge  se  sorprendió. 


188  REVISTA  NACIONAL. 


— ¿No  sabéis,  dijo  la  duquesa,  que  es  preciso  honrar  en  los  pobres 
á  los  preferidos  de  Jesucristo?  Una  mendiga  semejante  á  ésta  os  tuvo 
con  el  buen  duque  de  Rochesnoires  sobre  las  fuentes  del  bautismo;  y 
vuestra  hermanita  Abeja  tuvo  igualmente  á  un  pobre  por  padrino. 

La  vieja,  que  había  adivinado  los  sentimientos  del  muchacho,  se  in- 
clinó hacia  él,  riendo  irónicamente  y  dijo: 

— Os  deseo,  bello  príncipe,  que  conquistéis  tantos  reinos  cuantos  he 
perdido.  Fui  reina  de  la  Isla  de  las  Perlas  y  de  las  Montañas  del  Oro; 
tenía  todos  los  días  catorce  clases  de  pescados  en  mi  mesa,  y  un  ne- 
grito llevaba  la  cola  de  mi  manto. 

— ¿Por  cuál  desgracia  perdisteis  vuestras  islas  y  vuestras  montañas, 
buena  mujer?  preguntó  la  duquesa. 

— Me  disgusté  con  los  Enanos,  que  me  llevaron  lejos  de  mis  Estados. 

— ¿Los  Enanos  tienen  tanto  poder?  preguntó  Jorge. 

— Viven  bajo  la  tierra,  respondió  la  vieja,  conocen  las  virtudes  de 
las  piedras,  trabajan  los  metales  y  descubren  las  fuentes. 

La  duquesa: 

— ¿Y  qué  les  hicisteis  que  los  disgustasteis,  madre? 

La  vieja: 

— Vino  uno  de  ellos,  en  una  noche  de  Diciembre,  á  pedirme  per- 
miso para  preparar  una  gran  cena  en  las  cocinas  del  castillo,  que  más 
vastas  que  una  sala  capitular,  estaban  amuebladas  de  cacerolas,  sarte- 
nes, cazos,  calderos,  vasijas  para  calentar  agua,  hornos  de  campaña^ 
parrillas,  graceros,  cocineras,  pescaderas,  fuentes,  moldes  para  paste- 
lería, cántaros  de  cobre,  vasijas  de  oro  y  plata  y  de  diferentes  colores^ 
sin  contar  el  azador  de  fierro  artísticamente  forjado,  y  la  marmita 
amplia  y  negra,  suspendida  á  la  cremallera.  Me  prometió  no  perder 
ni  deteriorar  nada.  Le  rehusé,  sin  embargo,  lo  que  me  pedía,  y  se  re* 
tiró  murmurando  siniestras  amenazas.  Tres  noches  después  (era  No- 
che Buena),  el  mismo  enano  volvió  al  aposento  en  que  yo  dormía; 
venia  acompañado  de  una  infinidad  de  otros  que,  arrancándome  de 
mi  lecho,  me  llevaron  en  camisa  á  una  tierra  desconocida. 

— Ved,  dijeron  dejándome,  ved  el  castigo  de  los  ricos  que  no  quie- 
ren compartir  sus  tesoros  con  el  pueblo  laborioso  y  dulce  de  los  Ena- 
nos, que  trabajan  el  oro  y  hacen  brotar  las  fuentes. 

Asi  habló  la  desmolada  vieja,  y  la  duquesa,  habiéndola  consolada 
con  palabras  y  dinero,  volvió  á  tomar,  con  los  dos  niños,  el  camino  del 
castillo. 


ABEJA.  139 


CAPITULO  VI. 

QUE  TRATA  DE  LO  QUE  SE  VE  DESDE  LA  TORRECILLA  DE  LOS  CLARIDES. 

Poco  tiempo  después,  un  día,  subieron  Abeja  y  Jorge,  sin  que  los 
vieran,  por  la  escalera  de  la  torrecilla  que  se  levanta  en  medio  del  cas- 
tillo de  los  Glarides.  Guando  estuvieron  en  la  azotea  gritaron  muy  re- 
cio y  palmotearon  las  manos. 

Su  vista  se  extendía  sobre  las  planicies  cortadas  en  cuadros  peque- 
ños, amarillentos  ó  verdes,  de  los  campos  cultivados.  Los  bosques  y 
las  montañas  azuleaban  en  el  lejano  horizonte. 

— Hermanita,  exclamó  Jorge,  hermanita,  mirad  la  tierra  entera! 

— Es  muy  grande,  dijo  Abeja. 

— Mis  profesores,  repuso  Jorge,  me  habían  enseñado  que  era  gran- 
de; pero  como  dice  Gertnidis,  nuestra  aya,  hay  que  verlo  para  creerlo. 

Dieron  la  vuelta  á  la  azotea. 

— Ved  una  cosa  maravillosa,  hcrraanito,  exclamó  Abeja.  El  castillo 
está  situado  en  medio  de  la  tierra,  y  nosotros,  que  estamos  sobre  la 
torrecilla  que  se  halla  en  medio  del  castillo,  nos  encontramos  en  me- 
dio del  mundo.  Ja!  ja!  ja! 

En  efecto,  el  horizonte  formaba  al  rededor  de  los  niños  un  circulo, 
del  cual  la  torrecilla  era  el  centro. 

— Nosotros  estamos  en  medio  del  mundo,  ja!  ja!  ja!  repitió  Jorge. 

Después,  los  dos  se  miraron  y  se  quedaron  pensativos. 

— ¡Que  desgracia  que  el  mundo  sea  tan  grande!  dijo  Abeja.  ¡Se  pue- 
de uno  perder  y  estar  separado  de  sus  amigos! 

Jorge  alzó  los  hombros. 

— ¡Que  dicha  que  el  mundo  sea  tan  grande!  se  pueden  buscar  aven- 
turas. Abeja,  yo  quiero,  cuando  sea  grande,  conquistar  esas  montañas 
que  están  hasta  el  fin  de  la  tierra.  Ahí  donde  se  levanta  la  hma;  le 
saldré  al  paso  y  te  la  daré,  mi  Ab^a. 

— Eso  es,  dijo  Abeja,  me  la  darás  y  me  la  pondré  en  mis  cabellos. 

Después  se  ocuparon  de  buscar,  oomo  sobre  una  caita,  los  puntos 
que  les  eran  familiares. 

— Los  reconozco  muy  bien,  dijo  Abeja,  (que  no  los  reoonoda  del 
todo),  pero  no  adivino  qué  puedan  ser  esas  pequeñas  piedras  cuadra- 
das, esparcidas  sobre  la  jdanicie. 


140  REVISTA  NACIONAL. 


— ¡Las  casas!  le  respondió  Jorge;  son  las  casas.  ¿No  reconoces,  her- 
manita,  á  la  capital  del  ducado  de  los  Glarides?  Sin  embargo,  es  una 
gran  ciudad:  tiene  tres  calles,  de  las  cuales  una  es  para  coches.  Las 
atravesamos  la  semana  pasada  para  ir  á  la  Ermita.  ¿Te  acuerdas? 

— ¿Y  ese  arroyo  que  serpentea*? 

— Es  el  río.  Ved,  allá  abajo,  el  viejo  puente  de  piedra. 

— ¿El  puente  bajo  el  cual  pescamos  cangrejos? 

— El  mismo,  y  que  tiene  en  un  nicho  la  estatua  de  la  "Mujer  sin 
cabeza."  Pero  no  se  le  ve  desde  aquí,  porque  es  muy  pequeña. 

— Me  acuerdo.  ¿Por  qué  no  tiene  cabeza? 

— Pues  probablemente  porque  la  ha  perdido. 

Sin  decir  si  la  satisfacía  esta  explicación,  Abeja  contemplaba  el  ho- 
rizonte. 

— Hermanito,  hermanito,  ¿ves  tú  lo  que  brilla  del  lado  de  las  mon- 
tañas azuladas?  ;Es  el  lago! 

— ¡Es  el  lago! 

Se  acordaron  entonces  de  lo  que  la  duquesa  les  había  dicho  de  sus 
aguas  peligrosas  y  bellas,  donde  las  Ondinas  tienen  su  mansión. 

— ¡Vamos  allá!  dijo  Abeja. 

Esta  resolución  desconcertó  á  Jorge,  quien,  abriendo  mucho  la  bo- 
ca, exclamó: 

— La  duquesa  nos  ha  prohibido  salir  solos  ¿y  cómo  iríamos  á  este 
lago,  que  está  hasta  el  fm  del  mundo? 

— Como  iríamos,  no  lo  se  yo.  Pero  tú  debes  saberlo,  tú  que  eres 
hombre  y  que  tienes  maestro  de  gramática. 

Jorge,  picado,  respondió  que  se  podía  ser  hombre  y  al  mismo  tiem- 
po un  hombre  instruido,  sin  saber  todos  los  caminos  del  mundo.  Abeja 
tomó  un  airecillo  desdeñoso,  que  lo  hizo  enrojecer  hasta  las  orejas,  y 
dijo  en  tono  seco: 

— No  he  prometido  conquistar  las  montañas  azuladas  y  descolgar  á 
la  luna.  No  se  el  camino  de  los  lagos,  pero  lo  encontraré. 

— Ja!  ja!  ja!  exclamó  Jorge  esforzándose  por  reir. 

— Os  reís  como  un  tonto,  señor. 

— Abeja,  los  tontos  no  ríen,  ni  lloran. 

— Si  ríen,  han  de  reir  como  vos,  señor.  Iré  sola  al  lago.  Y  mien- 
tras descubro  las  bellas  aguas  que  habitan  las  Ondinas,  os  queda- 
réis solo  en  el  castillo  como  una  jovencita.  Os  dejaré  mi  telar  y  mi 
muñeca.  Cuidaréis  mucho,  Jorge:  cuidaréis  mucho  de  ella. 


ABEJA.  Hl 

Jorge  tenía  amor  propio.  Fué  sensible  á  la  burla  que  le  hacía  Abe- 
ja. Bajó  la  cabeza,  muy  sombrío,  y  exclamó  con  voz  sorda: 
— ¡Pues  bien!  ¡iremos  al  lago! 

CAPITULO  VIL 

DONDE  SE  DICE  COMO  ABEJA  Y  JORGE  FUERON  AL  LAGO. 

Al  día  siguiente,  después  de  la  comida,  cuando  la  duquesa  se  hubo 
retirado  á  su  aposento,  Jorge  tomó  de  la  mano  á  Abeja. 

— ¡Vamos!  le  dijo. 

— ¿Adonde? 

— ¡Ghist! 

Bajaron  la  escalera  y  atravesaron  los  patios.  Cuando  hubieron  pa- 
sado la  poterna,  Abeja  preguntó  por  segunda  vez  adonde  iban. 

— ¡Al  lago!  respondió  resueltamente  Jorge. 

La  señorita  Abeja  abrió  mucho  la  boca  y  permaneció  callada.  ¡Ir  tan 
lejos  y  sin  permiso,  y  con  zapatos  de  raso!  Porque  sus  zapatos  eran  de 
raso.  ¿Sería  esto  razonable? 

— Es  preciso  ir  y  no  es  necesario  que  sea  razonable. 

Tal  fué  la  sublime  respuesta  de  Jorge  á  Abeja.   Ella  le  había  hecho 

burla  y  sin  embargo  ahora  se  asombraba En  esta  vez  él  fué  quien 

la  envió  desdeñosamente  á  sus  muñecas. 

Las  jóvenes  impulsan  á  las  aventuras  y  luego  se  arrepienten.  ¡Vaya! 
¡el  ruin  carácter!  ¡Quédese  si  gusta  la  señorita!  Iría  solo. 

Abeja  tomó  el  brazo  de  Jorge,  que  la  rechazó. 

Echóle  los  brazos  al  cuello: 

— ¡Hermanito!  dijo  sollozando,  te  seguiré. 

Tanto  arrepentimiento,  lo  conmovió. 

— Ven,  repuso,  pero  no  pasemos  por  la  ciudad,  porque  nos  pueden 
ver.  Vale  más  seguir  las  murallas  y  ganar  el  camino  real  por  las  ve- 
redas. 

Iban  cogidos  de  la  mano.  Jorge  explicaba  el  plan  que  había  for- 
mado. 

— ^Seguiremos,  decía,  el  camino  que  tomamos  para  ir  á  la  Ermita; 
no  dejaremos  de  percibir  el  lago,  como  lo  hemos  percibido  otras  veces, 
y  entonces  nos  volveremos  á  través  de  los  campos,  en  línea  de  abeja. 

En  linea  de  abeja,  es  una  agreste  y  hermosa  manera  de  decir  en 


142  REVISTA  NACIONAL. 


línea  recta;  pero  se  pusieron  á  reír  á  causa  del  nombre  de  la  joven, 
que  seguía  ürme  en  su  propósito. 

Abeja  cortó  flores  á  la  orilla  del  foso;  eran  flores  de  malva,  car- 
dos blancos,  estrellas  de  mar  y  navidades,  con  las  que  formó  un  ra- 
mo; en  sus  manecitas  las  flores  se  marchitaban  á  la  simple  vista,  y 
cuando  Abeja  pasó  por  el  viejo  puente  de  piedra,  languidecían  al  mi- 
rarla. Como  no  sabia  que  hacer  con  su  ramo,  tuvo  la  idea  de  arrojarlo 
al  agua  para  refrescarlo;  pero  preñrió  darlo  á  la  "Mujer  sin  cabeza." 

Rogó  á  Jorge  la  levantara  en  sus  brazos  para  estar  más  grande,  y 
depositó  su  ramo  de  flores  agrestes,  entre  las  manos  juntas  de  la  vieja 
estatua  de  piedra. 

Cuando  estuvo  lejos,  volvió  el  rostro  y  vio  una  paloma  sobre  los  hom- 
bros de  la  estatua. 

Después  de  andar  algún  tiempo,  Abeja  dijo: 

— Tengo  sed. 

— Yo  también  dijo  Jorge,  pero  el  río  está  lejos,  atrás  de  nosotros,  y 
no  veo  ni  fuentes  ni  arroyos. 

— El  sol,  que  quema,  los  habrá  secado.  ¿Qué  vamos  á  hacer? 

Así  hablaban  y  se  lamentaban,  cuando  vieron  venir  á  una  campesi- 
na, que  llevaba  frutas  en  un  canasto. 

— ¡Cerezas!  exclamó  Jorge.  Que  desgracia  que  no  tenga  dinero  para 
comprar. 

— ¡Yo  tengo  dinero!  dijo  Abeja. 

Sacó  de  su  faltriquera  una  bolsa  conteniendo  cinco  monedes  de  oro, 
y  se  dirigió  á  la  campesina: 

— Buena  mujer,  le  dijo,  ¿querríais  darme  tantas  cerezas  cuantas  pue- 
da contener  mi  vestido? 

Al  decir  esto,  levantó  con  las  dos  manos  la  orilla  de  su  enagua.  La 
campesina  arrojó  dos  ó  tres  puñados  de  cerezas.  Abeja  tomó  con  una 
mano  su  enagua  recogida,  con  la  otra  dio  una  moneda  de  oro  á  la  mu- 
jer, y  le  dijo: 

— ¿Basta  con  esto? 

La  campesina  tomó  la  moneda  de  oro,  que  hubiera  pagado  con  ven- 
taja todas  las  cerezas  del  canasto,  con  el  árbol  que  las  había  producido 
y  el  terreno  donde  el  árbol  estaba  plantado.  Y  la  rústica  contestó: 

— No  pido  más  por  complaceros,  princesita  mía. 

— Entonces,  continuó  Abeja,  poned  más  cerezas  en  el  sombrero  de 
mi  hermano  y  tendréis  otra  moneda  de  oro. 


ABEJA.  143 

Asi  lo  hizo.  La  campesina  continuó  su  camino,  preguntándose  en 
qué  media  de  lana,  ó  en  el  fondo  de  qué  jergón,  ocultaría  sus  dos  mo- 
nedas de  oro.  Y  los  niños  siguieron  su  camino;  comían  cerezas  y  arro- 
jaban los  huesos  á  diestra  y  siniestra.  Jorge  buscaba  las  cerezas  que 
estaban  unidas  de  dos  en  dos,  por  el  rabito,  para  colgarlas  en  las  ore- 
jas de  su  hermana,  y  reía  al  ver  estas  bonitas  frutas  gemelas,  de  ber- 
meja carne,  balancearse  sobre  las  mejillas  de  Abeja. 

Un  guijarro  detuvo  su  camino  alegre.  Se  le  metió  en  el  zapato  á 
Abeja  que  se  puso  á  cojear.  A  cada  salto  que  daba,  sus  blondos  bucles 
se  agitaban  sobre  sus  mejillas,  fué  así  cogeando  y  se  sentó  en  el  de- 
clive del  camino.  Ahí,,  su  hermano,  se  arrodilló  á  sus  pies,  le  quitó  el 
zapato  de  raso;  lo  sacudió  y  salió  un  pequeño  guijarro  blanco. 

Entonces,  mirando  sus  pies,  ella  dijo: 

— Hermanito,  cuando  volvamos  al  lago,  nos  pondremos  botas. 

El  sol  inclinábase  ya  en  el  radioso  firmamenlo;  un  soplo  de  brisa 
acariciaba  las  mejillas  y  el  cuello  de  los  jóvenes  viajeros,  quienes,  re- 
frescados y  reanimados  prosiguieron  con  ahinco  su  viaje.  Para  cami- 
nar mejor,  cantaban  cogidos  de  la  mano,  y  reían  al  ver,  frente  á  ellos, 
agitarse  sus  dos  sombras  juntas. 

Pero  Abeja  se  detuvo,  y  gritó: 

— ¡He  perdido  mi  zapato,  mi  zapato  de  raso! 

Y  esto  había  sucedido.  El  zapatito,  cuyos  cordones  de  seda  se  ha- 
bían aflojado  en  el  viaje,  yacía  todo  podrido  en  la  ruta. 

Entonces  miró  hacia  atrás,  y  viendo  las  torres  del  castillo  de  los  Gla- 
ndes envueltas  en  la  lejana  bruma,  sintió  estrecharse  su  corazón  y  las 
lágrimas  se  agolparon  en  sus  ojos. 

— Lo&  lobos  nos  comerán,  dijo;  y  no  nos  verá  más  nuestra  madre,  y 
morirá  de  pena. 

Pero  Joi-ge  le  puso  su  zapato  y  le  dijo: 

— Guando  la  campana  del  castillo  llame  á  comer,  estaremos  de  re- 
greso en  los  Glarides.  ¡Adelante! 

Y  continuaron  cantando. 

— ;E1  lago!  Abeja,  ve:  ¡el  lago,  el  lago,  el  lago! 

— Sí,  Jorge,  el  lago! 

Jorge  gritó:  ¡hurta!  y  arrojó  al  aire  su  sombrero.  Abeja  vacilaba  pa- 
ra arrojar  igualmente  su  cofia;  pero  el  zapato  que  no  hacía  mucho  se 
había  quitado;  lo  arrojó  encima  de  su  cabeza  en  señal  de  regocijo.  Allí 
estaba  el  lago  en  el  fondo  del  valle,  cuyas  pendientes  circulares  for* 


144  REVISTA  NACIONAL. 


maban  con  las  argentadas  ondas,  una  gran  corte  de  follaje  y  de  flores. 
Ahí  estaba,  tranquilo  y  puro,  y  se  veía  pasar  un  arroyuelo  sobre  la  ver- 
dura, todavía  confuso  en  sus  riberas.  Pero  los  dos  niños  no  descubrían 
en  la  arboleda  ningún  camino  que  los  llevara  á  sus  bellas  aguas. 

Mientras  buscaban  uno,  fueron  mordidos  en  las  pantorrillas  por  los 
gansos,  que  seguía  una  nifía,  vestida  con  piel  de  camero,  y  con  una 
vara  en  la  mano.  Jorge  le  preguntó  cómo  se  llamaba. 

— Gilberta. 

— Y  bien,  Gilberta,  ¿cómo  se  va  al  lago? 

— No  se  va. 

— ¿Por  qué? 

— Porque 

— ¿Pero  si  se  fuera? 

— Si  se  fuera  habría  un  camino,  y  se  tomaría  ese  camino. 

Nada  había  que  responder  á  la  cuidadora  de  gansos. 

— Vamos,  dijo  Jorge,  encontraremos,  sin  duda,  más  lejos,  un  sen- 
dero por  el  bosque. 

— Ahí  cortaremos  nueces,  dijo  Abeja,  y  las  comeremos  porque  ten- 
go hambre.  Será  preciso  cuando  volvamos  al  lago,  traer  una  maleta 
llena  de  buenas  cosas  de  comer. 

Jorge: 

— Haremos  lo  que  tú  dices,  hermanita;  ahora  apruebo  al  escudero 
Francoeur,  quien,  cuando  partió  para  Roma,  llevó  un  jamón  para  el 
hambre  y  una  jarra  para  la  sed.  Pero  apresurémonos,  porque  me  pa- 
rece que  el  día  avanza,  aunque  no  sé  la  hora. 

— Los  pastores  la  saben  mirando  al  sol,  dijo  Abeja;  pero  yo  no  soy 
pastora.  Me  parece  no  obstante,  que  el  sol,  que  cuando  salimos,  estaba 
sobre  nuestras  cabezas,  está  ahora  allá  abajo,  muy  atrás  de  la  ciudad  y 
del  castillo  de  los  Clarides.  Es  necesario  saber  si  así  sucede  todos  los 
días  y  qué  significa  esto. 

Mientras  que  observaban  el  sol,  una  nube  de  polvo  se  levantó  so- 
bre el  camino,  y  percibieron  unos  caballeros  que  avanzaban  á  toda 
rienda  y  cuyas  armaduras  brillaban.  Los  niños  tuvieron  mucho  miedo 
y  se  fueron  á  ocultar  en  las  malezas.  Serán  ladrones  ó  más  bien  mons- 
truos, pensaron.  En  realidad  eran  guardas,  que  la  duquesa  de  los  Cla- 
rides había  enviado,  para  buscar  á  los  dos  pequeños  aventureros. 

Los  dos  pequeños  aventureros  encontraron  en  la  maleza  un  sendero 
estrecho,  que  de  ningún  modo  era  un  sendero  de  enamorados,  porque 


ABEJA.  145 

por  ahí  no  podian  caminar  de  dos  en  fondo,  tenidos  de  la  mano  á  la 
manera  de  novios.  Tampoco  se  encontraban  las  huellas  de  pasos  hu- 
manos. Se  veía  solamente  el  hueco  dejado  por  una  infmidad  de  pe- 
quefios  pies  hendidos. 

— Estos  son  pies  de  diablillos,  dijo  Abeja. 

— O  de  ciervos,  dijo  Jorge. 

La  cosa  no  estaba  esclarecida.  Pero  lo  que  había  de  cierto  era,  que 
el  sendero  descendía  en  suave  pendiente  hasta  la  orilla  del  lago,  que 
se  presentó  á  los  dos  niños,  con  su  lánguida  y  silenciosa  belleza.  Las 
cañas  balanceaban  sobre  las  aguas,  sus  espigas  flexibles  y  sus  delica- 
dos penachos,  y  formaban  tembladoras  islas,  al  rededor  de  las  cuales, 
los  nenúfares  brillaban  con  sus  hojas  en  forma  de  corazón,  y  con  sus 
flores  de  blancos  'pétalos.  Sobre  estas  floridas  islas,  las  señoritas  con 
corsé  de  esmeralda  ó  de  zafír  y  con  alas  de  fuego,  trazaban  con  su  vuelo 
estridente,  curvas  bruscamente  quebradas. 

Y  los  dos  niños  mojaban  con  delicia  sus  ardientes  pies  en  la  húme- 
da arena  ó  cortaban  el  espeso  follaje  y  los  cardos  espinosos.  La  caña 
aromática  les  enviaba  sus  perfumes  desde  su  tallo  humilde  y  á  su  de- 
rredor, el  plátano  desenrrollaba  sus  hojas  dentelladas,  en  la  orilla  de 
las  aguas  dormidas,  que  esmaltaba  el  laurel  con  sus  flores  violáceas. 


CAPITULO  VIII. 

DONDE  SE  VE  LO  QUE  SUCEDIÓ  k  JORGE  DE  BLANCHELANDE  POR  HABERSE 
APROXIMADO  AL  LAGO  QUE  HABITABAN  LAS  ONDINAS. 

Abeja  avanzó  sobre  la  arena  entre  dos  bosques  de  sauces,  y  delante 
de  ella  el  pequeño  Genio  del  lugar,  saltó  en  el  agua,  dejando  en  la  su- 
perficie círculos  que  crecieron  y  que  se  borraron.  Este  genio  era  una 
pequeña  rana  verde,  con  vientre  blanco.  Todo  callaba:  un  viento  fres- 
co soplaba  sobre  el  lago  cristalino,  del  que  cada  onda  tenía  el  pliegue 
gracioso  de  una  sonrisa. 

— ¡Qué  lindo  es  el  lago!  dijo  Abeja;  pero  mis  pies  sangran  en  mis 
zapatitos  desgarrados,  y  tengo  mucha  hambre.  Quisiera  mejor  estar  en 
el  castillo. 

— Hermanita,  dijo  Jorge,  siéntate  sobre  la  hierba.  Voy,  para  refres- 
carlos, á  envolver  tus  pies  en  hojas;  después  iré  á  buscar  que  comer. 

R.  3Í.-T.  11-10 


146  REVISTA  NACIONAL. 


Vi  allá  arriba,  cerca  del  camino,  zarzales  todos  cuajados  de  moras.  Te 
traeré  en  mi  sombrero  las  mejores  y  las  más  azucaradas.  Dame  tu  pa- 
ñuelo; pondré  en  él  fresas,  porque  hay  fresales  aquí  cerca,  á  la  orilla 
del  sendero  y  á  la  sombra  de  los  árboles.  Y  llenaré  mis  bolsillos  de 
nueces. 

Arregló  al  borde  del  lago,  bajo  un  sauz,  un  lecho  de  musgo  para 
Abeja,  y  partió. 

Abeja,  tendida  sobre  su  lecho  de  musgo,  con  las  manos  juntas 
YÍó  las  estrellas  que  alumbraban  temblando  en  el  cielo  pálido;  después 
sus  ojos  se  medio  cerraron;  sin  embargo,  le  parecía  ver  en  el  aire  á  un 
pequeño  Enano  montado  sobre  un  cuervo.  No  era  esto  una  ilusión. 
Habiendo  estirado  las  riendas  que  mordía  el  pájaro  negro,  el  Enano 
se  detuvo  arriba  de  la  joven  y  fijó  en  ella  sus  ojos  redondos!  En  segui- 
da partió  con  gran  vuelo.  Abeja  vio  confusamente  estas  cosas  y  se 
durmió. 

Dormía  cuando  volvió  Jorge  con  su  provisión,  que  depositó  cerca  de 
ella.  Descendió  á  la  orilla  del  lago  temiendo  despertarla.  El  lago  dor- 
mía bajo  su  delicada  corona  de  follaje.  Un  ligero  vapor  se  arrastraba 
muellemente  sobre  las  aguas.  De  repente,  la  luna  apareció  entre  las 
ramas;  luego,  las  ondas  fueron  salpicadas  de  chispas. 

Jorge  vio  bien  que  estas  luces  que  alumbraban  las  aguas,  no  todas 
eran  el  reflejo  quebrado  de  la  luna,  porque  notó  que  las  llamas  azula- 
das, avanzaban  dando  vueltas  con  ondulaciones  y  balanceos,  como  si 
danzaran  en  rondas.  Reconoció  muy  pronto  que  estas  llamas  tembla- 
ban sobre  frentes  blancas,  sobre  frentes  de  mujeres.  Poco  tiempo  des- 
pués, bellas  cabezas  coronadas  de  algas  y  de  petonclos,  de  espaldas  so- 
bre las  cuales  se  esparcían  verdes  cabelleras,  de  pechos  brillantes  de 
perlas,  y  donde  se  deslizaban  los  velos,  se  levantaron  arriba  de  las  on- 
das. El  niño  reconoció  á  las  Ondinas  y  quizo  huir.  Pero  ya  las  de  los 
brazos  pálidos  y  fríos  lo  habían  asido  y  fué  llevado,  á  pesar  de  sus  es- 
fuerzos y  de  sus  gritos,  á  través  de  las  aguas,  á  las  galerías  de  cristal  y 
de  pórfido. 

Anatole  Frange. 

[Continuará.] 


ROMEO  Y  JULIETA.  117 


ROMEO  Y  JULIETA. 

(DE  8HiUSPIiR&) 


FRA.C3-MENTO    DE    LA    ESCKN-A.    V   DEL    ACTO    III. 
Huerto  en  la  casa  de  Cápuleto.  Borneo  y  Julieta  en  el  bcUebn, 

JUUETA. 

¡Cómo!  ¿Ya  quieres  irte?  Aun  tarda  el  día. 
Fué  el  ruisefíor;  no  fué,  no  fué  la  alondra 
Quien  alarmó  tu  receloso  oído: 
Todas  las  noches  en  aquel  granado 
Su  canto  ensaya:  él  era  ¡oh  dueño  amado! 
Crédito  dame:  el  ruiseñor  ha  sido. 

Romeo. 

Fué  la  alondra,  del  alba  mensajera; 
No  el  ruiseñor.  ¿No  ves  hacia  el  Oriente 
Cuál  de  las  rotas  nubes  orla  el  borde 
Ya  la  envidiosa  claridad?  Enfría 
De  la  estrella  las  pálidas  vislumbres: 
De  la  montaña  en  las  brumosas  cumbres 
Raya  risueño  y  se  levanta  el  día. 
Si  parto,  vivo;  si  le  aguardo,  muero. 

Julieta. 

Bien  sé  que  matutina  luz  no  es  esa: 
Ha  de  ser  meteoro  que  el  ausente 
Sol  esta  noche  á  que  te  alumbre  envía 
El  camino  de  Mantua.  No  te  vayas: 
Quédate  aquí  conmigo  todavía. 

Romeo. 

¡Préndanme,  pues,  y  mátenme!  Lo  quiero, 
Ya  que  lo  quieres  tú.  Que  no  es  del  día 
La  luz  diré,  sino  fulgor  de  luna; 


148  REVISTA  NACIONAL. 


Ni  alondra  el  ave  que  exhaló  sus  trinos 
Hacia  el  cóncavo  cielo.  He  de  quedarme. 
¡Venga  la  muerte,  y  bien  venida  sea! 
Julia  lo  quiere  asi.  ¿Qué  dices?  ¡Ea! 
Hablemos  largo.  De  partir  no  es  hora: 
Lo  que  brilla  en  el  ciclo  no  es  la  aurora. 

JUUETA. 

¡Es  el  día!  ¡Es  el  día!  ¡Vete  al  punto! 
La  alondra  es  la  que  canta  ásperamente. 
¿Cómo  podrán  decir  que  dulcifica 
Despedidas  de  amor,  si  nos  separa? 
Cuentan  que  con  el  sapo  aborrecible 

Los  ojos  trueca ¡Oh  si  trocado  hubiese 

También  la  voz  que  aparta  nuestros  brazos 

Y  te  alejó  con  anunciar  el  dia! 
Vete,  Romeo,  ya.  La  luz  se  aumenta. 

Romeo. 

Se  aclaran  los  albores  matutinos, 

Y  se  oscurecen  más  nuestros  destinos! 

La  Nodriza  [adentro.'] 
¡Nifía!  ¡Señora!  Vuestra  madre  viene; 

Y  amaneciendo  está Cuidarse  importa. 

Julieta. 

Deja,  pues,  ¡oh  ventana!  entrar  el  día, 
Ya  que  por  tí  se  sale  el  alma  mía. 

Romeo  [poniejido  el  pie  en  la  escaJa."] 
¡Adiós!  Un  beso,  y  parto. 

Julieta. 

¿Asi  te  has  ido, 

Y  te  llevas  mi  dicha  y  mi  reposo? 

¡Oh  mi  señor  y  bien!  ¡Oh  amado  esposo! 


José  M.  Roa  Barcena. 


PA1.SAJK.S.  119 


PAISAJES. 


X  MANUEL  GUTIÉRREZ  NXJERA. 


MEHIDIES. 

Rojo,  desde  el  zenit,  el  sol  caldea. 
La  torcaz  cuenta  al  rio  sus  congojas, 
Medio  escondida  entre  las  verdes  hojas 
Que  el  viento  apenas  susurrando  orea. 

La  milpa,  ya  en  sazón,  amarillea 
Cargada  de  racimos  y  panojas, 

Y  reverberan  las  techumbres  rojas 
En  las  vecinas  casas  de  la  aldea. 

No  se  oye  extremecerse  el  cocotero 
Ni  en  la  ribera  sollozar  los  sauces; 
Solos  están  la  vega  y  el  otero, 

Desierto  el  robledat,  secos  los  cauces; 

Y  tendido  á  la  orilla  de  un  estero 
Abre  el  lagarto  sus  enormes  fauces. 


II 

NOCTIFER. 


Todo  es  cantos,  suspiros  y  rumores. 
Agitanse  los  vientos  tropicales 
Zumbando  entre  los  verdes  carrizales. 
Gárrulos  y  traviesos  en  las  flores. 


150  REVISTA  NACIONAL. 


Bala  el  ganado,  silvan  los  pastores, 
Las  vacas  van  mugiendo  á  los  corrales; 
Canta  la  codorniz  en  los  maizales 
Y  grita  el  guacamayo  en  los  alcores. 

El  día  va  á  morir;  la  tarde  avanza. 
Toca  de  pronto  á  la  oración  la  esquila 
De  la  rústica  ermita,  en  lontananza; 

Y  Venus,  melancólica  y  tranquila, 
Desde  el  perfil  del  horizonte  Icgiza 
La  luz  primera  de  su  azul  pupila. 

Manuel  José  Othón. 

^^nta  Bdrbara  de  TamauUpos,  1889. 


lUBLIOGRAFIA. 


MírtoSy  por  Enrique  Fernández  Granados. — Asienta  Vapereau  que 
tanto  mayor  debe  ser  el  esfuerzo  de  un  poeta  en  ajustarse  á  las  reglas 
de  la  versificación  y  del  buen  gusto,  cuanto  más  lo  inciten  sus  con- 
temporán(?os  á  desligarse  de  ellas.  Le  poete  doit  se  montrer  d'autant 
plus  respectueux  envera  les  regles  de  la  verdfieation,  que  ses  contempo- 
rains  VinvUent  davantage  á  les  ábandoner. 

Fernández  Granados — autor  de  Mirtos,  libro  que  hoy  vamos  á  ana- 
lizar ligeramente — sin  conocer  quizá  las  palabras  del  crítico  francés, 
las  ha  seguido  con  tal  puntualidad  y  religioso  celo,  que  bastaría  su 
conducta,  por  sí  sola,  para  probar  cuan  profunda  verdad  encerró  el  fa- 
moso autor  del  Dictionnaire  XJniversel  des  Contemporaim  y  deX'-án- 
ncc  lAttéraire  et  Dramaiique  en  su  consejo  tan  oportuno  y  tan  exacto. 

Que  surja  entre  el  inmenso  número  de  producciones  poéticas,  abor- 
tadas por  las  inteligencias  insipientes  de  escritores  sin  inspiración  y  sin 
talento,  un  libro  delicioso,  no  solamente  escrito,  por  lo  general,  en  buen 


bibliografía.  151 


castellano,  sino  también  con  reminiscencias  horacianas  y  con  sabor  ana- 
creóntico, es  una  muestra  gallarda  y  prueba  irrefutable  que  no  admite 
contestación,  de  que  la  docta  máxima  de  Vapereau,  si  cunde,  regenera 
entendimientos  extraviados,  presta  vigor  y  brillo  á  las  imaginaciones 
atrevidas  y  triunfa  de  los  enemigos  que  la  ataquen,  afianzará  entre  nos- 
otros— no  se  puede  dudar — el  eterno  reinado  de  la  belleza  poética  y 
de  la  inspiración  bien  dirigida. 

Bástele,  pues,  este  único  mérito  al  libro  de  Fernández  Granados,  si 
otros  no  contase:  hallarse  escrito  de  acuerdo  con  las  leyes  del  idioma, 
déla  versificación  y  del  buen  gusto,  para  que  el  público  sólo  tenga  para 
él,  los  aplausos  que  con  sobrada  justicia  les  escatima  á  muchos. 

Conquistar  este  triunfo,  no  ha  sido  por  lo  demás  el  móvil  del  poeta: 
más  noble,  más  desinteresado  también  es  el  que  debemos  concederle. 
Nace  al  mundo  de  la  publicidad  henchido  de  los  más  generosos  senti- 
mientos: joven,  poeta,  amante  de  la  literatura  y  de  la  patria,  discípulo 
de  eminentes  escritores,  compañero  de  progresistas,  de  jóvenes  ena- 
morados de  las  letras,  aspira  en  sus  ensayos  literarios  á  alcanzar  ese 
ideal  que  perseguimos  todos,  y  que  quizá  nunca  veremos  realizado:  la 
regeneración  completa  de  nuestra  poesía. 

Nada  hay  por  cierto  más  desconsolador  ni  más  amargo;  nada  que  in- 
funda en  nuestro  espíritu  desaliento  más  grande,  más  profundo,  que 
el  triste  estado  á  que  la  musa  mexicana  se  encuentra  reducida  hace  ya 
tiempo:  los  suyos  la  han  olvidado  por  completo;  aquellos  á  quienes 
niega  sus  favores,  la  escarnecen,  la  vilipendian  públicamente,  y  mien- 
tras tanto,  todos  ignoran  si  las  señales  de  vida  que  suele  presentar  son 
las  postreras  convulsiones  de  una  agonía,  ya  larga  por  desgracia,  ó  los 
primeros  augurios  de  una  nueva  existencia,  feliz,  deslumbradora  y  vi- 
gorosa. 

A  los  poetas  de  buena  voluntad  é  inspiración  lozana,  corresponde 
acelerar  esos  días  venturosos  que  todos  anhelamos:  los  días  de  verda- 
dero esplendor  para  las  letras;  de  gloria  y  de  grandeza  para  las  musas. 
Por  fortuna  sobran  caminos  que  recorrer;  abundantes  veneros  que  ex- 
plotar, y  fuentes  limpísimas  en  cuyas  claras  linfas  mitiguen  su  sed  de 
inspiración  nuestros  poetas;  cultiven  estos  con  fe,  con  entusiasmo,  con 
ardor,  seguros  del  éxito,  que  será  feliz  sin  duda  alguna,  esa  hermosa 
poesía,  virgen  aún,  que  canta  á  nuestros  héroes,  que  fustiga  á  los  tira- 
nos, que  subyuga  y  enloquece  á  las  muchedumbres  tumultuosas,  y  que 
refleja  en  si  la  historia,  las  grandezas,  las  tribulaciones,  el  cielo,  las 


152  RE\'iaTA  NACIONAL. 


costumbres  y  ]os  paisajes  de  la  patria:  la  poesía  nacional,  fuente  inago- 
table de  exuberante  inspiración.  Si  para  el  cultivo  de  este  género  el 
poeta  no  contase  con  las  dotes  necesarias,  conságrese  en  tal  caso  no  á 
la  imitación  servil,  trillada  y  degradante  de  los  poetas  españoles  y  fran- 
ceses, quizá  menos  elegantes  é  inspirados;  entregúese  sí,  al  estudio,  al 
examen,  á  la  meditación  prolija  de  los  eternos  maestros  de  la  belleza, 
de  los  poseedores  de  la  inspiración  más  levantada:  de  los  antiguos;  es- 
coja á  estos  poetas  por  modelos,  y  los  bienes  que  de  ello  les  resulten 
serán  innumerables.  Cierto  es  que  esta  índole  de  estudios  peca  contra 
las  inclinaciones  literarias  de  nuestra  época;  pero  no  lo  es  menos  que 
la  influencia  de  la  lectura  de  las  obras  clásicas,  para  cincelar  la  forma 
y  depurar  el  gusto,  es  de  una  trascendencia  indiscutible. 

Macaulay  dice  refutando  á  Mr.  Mitford:  "Si  recordamos  que  aquella 
fué  la  inspiración  que  directa  ó  indirectamente  produjo  las  más  nobles 
creaciones  del  ingenio  humano,  que  allí  tienen  su  origen  la  inmensa- 
ilustración  de  Marco  Tulio  y  sus  imágenes  brillantes,  el  íiiego  devora 
dor  de  Ju venal,  la  imaginación  plástica  del  Dante,  la  gracia  incompa- 
rable del  manco  de  Lepanto,  del  inmortal  Cervantes,  la  profundidad 
de  Bacon,  el  ingenio  de  Butler  y  la  perfección  suprema  y  universal  de 
Shakespeare,  ¿qué  diremos  entonces?'' 

Fernangrana  ha  comprendido  la  profunda  verdad  de  estas  aprecia- 
ciones literarias,  y  su  inmensa  veneración,  su  apasionado  afecto  á  los 
clásicos  griegos  y  latinos,  se  adivinan  al  leer  las  páginas  de  Mirtos:  Ho- 
racio y  Anacreonte  aparecen  allí  como  maestros  consumados,  como 
modelos  irreprochables  del  joven  autor. 

Horacio,  el  poeta,  el  preceptista,  el  Proteo  de  la  literatura,  como  le 
llama  un  traductor,  por  la  asombrosa  variedad  de  aspectos  literarios 
que  presenta;  Anacreonte,  el  dulce,  el  apasionado  cantor  de  Theos  que 
desde  Simónides  hasta  Víctor  Hugo,  ha  arrancado  á  los  genios  excelsos 
de  la  humanidad,  á  los  príncipes  de  la  literatura,  las  frases  de  admi- 
ración más  entusiastas  por  "el  arte  sin  arte  y  la  ciencia  sin  ciencia  de 
sus  obras,''  como  dice  el  eruditísimo  Baraibar:  he  aquí  las  linfas  tras- 
parentes y  puras  en  que  ha  bebido  Fernangrana  la  inspiración  espar- 
cida en  sus  poesías.  No  exageramos  al  escribir  este  .artículo:  basten  .E^ 
Vino  de  Lesboa  y  El  Brindis  para  comprender  la  exactitud  de  nues- 
tros juicios.  En  otra  parte  hemos  hablado  ya  de  la  primera  de  estas 
composiciones:  fresca,  galana,  inspiradísima,  su  lectura  deja  el  sabor 
de  la  poesía  antigua.  Por  lo  que  mira  á  El  Brindis,  anacreóntica  que 


BIBLIOGUAFIA.  153 


reviste  la  forma,  la  elegancia,  si  se  quiere  hasta  la  desnudez  distintivas, 
encontramos  verdadero  placer  en  copiarla  íntegjra.   Dice  así: 

Cí^ronadas  las  frentes 
De  mirto  y  rosas, 
Descubiertos  los  senos 

Y  altas  las  copas, 

Por  el  cantor  de  Laura 
Brindan  las  mozas; 

Y  á  los  brindis  suceden 
*  Bisas  sonoras. 

Él  entanto,  beodo. 

El  vino  toma; 

Y,  olvidando  á  su  amada. 

Brinda  por  todas. 

Y  al  apurar  del  néctar 
La  última  gota, 

Ay! ...  la  imagen  do  Laura 
Mira  en  la  copa! 

En  qué  versos  tan  breves  ha  encerrado  Femangrana  pensamientos 
tan  hermosos,  y  cómo  abunda  su  libro  en  composiciones  eróticas,  pe- 
queñas y  sencillas,  que  expresan  las  ansias,  los  sufrimientos,  los  de- 
seos del  poeta,  herido  á  veces,  sin  que  Amor  lo  pueda  defender,  por 
la^misma  Laura  á  quien  adora; 

Mas  desdeñosa  mientras  más  la  adoro; 

felices  otras,  porque  ella  es  la  que  le  hace  sufrir  grandes  tormentos;  y 
cómo  ansia  también  ser — le  dice  á  Laura — 

La  crucesita  de  oro 
Que  llevas  en  tu  seno; 
Que  entonces  mo  darías 
En  vez  de  pena  y  celos. 
Cuántas  dulces  miradas, 

Y  cuántos,  cuántos  besos! 

ó  bien  la  golondrina  que  cuelga  su  nido  en  la  ventana  de  Laura,  pues 

al  acercarse  la  noche 

Y  al  brillar  la  luz  del  alba. 
Cuántas  cosas  cantaría 
Porque  tú  las  escucharas! 


154  REVISTA  NACIONAL. 


Brillan,  según  se  ve  en  todas  estas  producciones  de  Fernández  Gra- 
nados, cierta  delicadeza  de  sentimientos  poéticos,  que  explotada  por  él 
muy  hábilmente,  conmueve  á  los  lectores  sin  parecerles  afectada.  En 
otras,  |)or  lo  contrario,  aparecen  algunas  descripciones  que  no  me  ex- 
plico cómo  pudieron  escapársele  al  autor,  enemigo  de  ciertas  liberta- 
des usadas  muy  comunmente  por  la  escuela  naturalista,  aun  cuando, 
por  otra  parte,  goza  en  extremo  con  las  escenas  nada  pudorosas  por 
cierto  de  DaJnU  y  Che,  y  de  otros  monumentos  semejantes  de  la  li- 
teratura antigua.  Verdad  es  que  según  Ticknor  el  amor  puro  es  extre- 
madamente raro  en  la  poesía  castellana.  Una  nueva  prueba  de  ello  es 
el  siguiente  fragmento  del  delicioso  romance  de  Fernández  Granados, 
intitulado  El  Baño: 

Apenas  despunta  el  alba, 
Llega  la  virgen  al  río, 
(¿ue  se  estremece  de  gozo 
Al  presentir  sus  hechizos. 
Sonriendo  se  desnuda. 
Deja  en  la  grama  el  vestido. 
Desprende  i^u  cabellera 
Que  baja  á  su  espalda  en  rizos. 

Y  dejando  descubiertos 
Sus  hombros  alabastrinos. 
Con  sus  dedos  sonrosados 
Conteniendo  los  latidos 
D«:*  .su  delicado  seno, 
Doabrtk'hase  el  corpino 

Y  saltan  ¡ayl  pud«>rusos 
Sus  lácteos  senos  virgíneos. 
Las  ondas  al  recibirla 
Exhalan  dulce  gemido, 

Y  como  lluvia  de  perias 
Baña  su  cuerpo  divino. 

Y  se  quedan  cintilando 
Aquellos  senos  tan  lindos 
Como  botones  do  rosa 
Salpicados  de  rocío! 

EIn  otra  producción  intitulada  Ven !  abundan  versos  semejantes: 

más  aún,  consejos  que  tocan  ya  los  límites  de  la  inmoralidad,  pues  á 
tales  extremos  llega  quien  dice  lo  siguiente: 


bibliografía.  155 


Abre  á  mi  amor  ardiente 
Tu  delicado  seno, 
Hoy  que  Amor  nos  convida 
A  que  con  él  juguemos. 

Mira,  tal  vez  mañana, 
Ya  blancos  tus  cabellos, 
Eccordará  que  fuiste 
Rebelde  á  sus  preceptos; 

Y  entonce,  aunque  llorando 
Le  ofrezcas  mirtos  bellos, 
Volara  por  no  verte, 
Sin  escuchar  tus  ruegos 

Ven,  pues,  y  ú  los  acordes 
Del  agua  y  de  los  céfiros 
Que  entre  las  ro«as  cantan 
Su  dicha  prisioneros; 

Al  suspirar  de  amores 
Y  al  ruido  do  mis  besos, 
Entonarán  las  aves 
El  canto  de  Himeneo! 


Desnudeces  son  estas  que  se  explican  sin  grande  esfuerzo,  en  poetas 
que  como  Fernández  Granados  se  encuentran  en  íntimo  contacto  con 
los  griegos,  y  que  poseen  además  el  don  de  cultivar  géneros  diametral- 
mente  diversos.  En  Mirtos  hay,  por  ejemplo,  una  oda  A  Mariu,  de 
tal  sabor  místico,  que  en  ella  la  inspiración  apacible  del  poeta  y  la  san- 
ta ternura  del  creyente,  forman  la  plegaria  más  dulce,  la  oración  más 
expresiva  de  un  corazón  piadoso.  Elegancia  en  la  versificación;  senci- 
llez y  propiedad  en  las  imágenes  y  en  los  pensamientos,  suavidad  en 
toda  ella,  son  las  cualidades  de  esta  oda,  que  tiene  por  primeras  estro- 
fas las  siguientes: 

Eeina  del  cielo  en  donde  el  Sol  fulgura; 

Dulce  y  divina  Aurora; 

Única  Virgen  pura, 

A  quien  la  corte  celestial  adora: 

Hoy  que  en  tu  amor  mi  corazón  so  inspira 

Acoge  el  canto  de  mi  tosca  lira! 

Tú  del  cansado  y  triste  peregrino 
Eres  madre  amorosa 
En  el  Edén  divino; 


156  REVISTA  XACIONAL. 


Y  en  í;l  desierto  palma  runiorosu 
A  cuya  .sombra  del  calor  ?c  abriga, 

Y  fuente  clara  en  que  su  sed  mitiga. 

Fernández  Granados  ha  reunido  también  en  el  libro  de  que  habla- 
mos, dos  imitaciones  que  ha  hecho:  una  de  la  oda  A'Neera^  de  Hora- 
cio, y  otra  de  La  Cigarra^  de  Longo,  autor  de  DafnU  y  Cloe,  novela 
que  ha  inmortalizado  á  estos  pastores. 

Dafnis,  velando  el  sueílo  de  la  zagala,  aparece  entregado  á  las  me- 
ditaciones más  voluptuosas  del  amor:  una  cigaiTa  en  tanto,  se  introduce 
en  el  seno  de  la  pastora  y  comienza  á  gorjear.  Gloe  se  asusta,  y  Dafnis 
entonces 

Aprovechando  la  ocasión,  la  mano 

Mete  en  el  seno  virginal  de  Cloe, 

Y  cuidadoso  agarra 

Y  saca  á  la  cigarra, 

Que  ni  en  la  mano  d^  él  enmudecía. 

Cloe  la  miró  gozosa, 

Tomóla,  dióle  un  beso  cariñosa, 

Y  otra  vez  la  llevó  á  su  seno  blando 

Y  la  cigarra  allí  siguió  cantando! 

Sirvan  estos  versos  tan  deliciosos  y  sencillos,  para  probar  la  facili- 
dad con  que  imita  Fernangrana.  Como  poeta  original  descariamos,  sí 
tuviéramos  las  dotes  necesarias,  analizar  sus  tercetos  á  Laura;  su  le- 
trilla A  Isabel,  sus  Cantares,  su  anacreóntica  La  fuente  Castalia,  sus 
sonetos  A  Heberto,  La  Gardenia,  Carlota  y  algunas  otras  poesías  pu- 
blicadas en  este  tomito,  que  por  su  lujosa  y  artística  impresión  honra 
á  las  prensas  mexicanas.  Ligeros  defectos  acortan  sin  embargo  el  mé- 
rito de  las  composiciones  poéticas  contenidas  en  él:  el  autor  propende 
en  los  tercetos  y  en  los  sonetos  á  enlazar  versos  que  son  independien- 
tes; se  toma  también  con  alguna  frecuencia — puede  verse  su  soneto 
A  Heberto — libertades  que  aun  cuando  usadas  con  mesura  son  permi- 
tidas, del  abuso  de  ellas  resultan  en  el  estilo  afectación  y  anfibología 
en  el  sentido;  con  algún  esfuerzo  se  hallarían  también  frases  incorrec- 
tas, como  esta  en  Las  Violetas:  Decidla  mis  dolores,  por  Decidle  mis 
dolores;  La  fuente  cristalina  =  Al  fin  se  vio  liberta,  en  la  poesía  La 
Primavera,  por  al  fin  se  vio  libre  que  hubiera  sido  lo  propio;  no  me- 
nor trabajo  costaría  hallar  algunas  asonancias  muy  próximas,  como  en 


bibliografía.  137 


el  soneto  A  Heberto:  "Este  afán,  este  amor,  esto  que  aiento;^^  en  el  ro- 
mance El  Baño:  "Que  baja  á  su  espalda  en  rizos;"  "Aquellos  senos 
tan  lindos;"  encontrar  también  algunos  versos  prosaicos,  como  en  la 
pequeña  producción  A  Laura: 

Si  yofua'd  golondrina 
Volaría  á  iit  ventana; 

en  los  Cantares  este  otro,  disculpable  solo  por  el  género  de  composi- 
ción en  que  se  encuentra: 

Va  no  me  gustan  las  rubias; 

y  por  último,  en  el  fragmento  de  La  Cigarra  que  hemos  citado,  se  no- 
tarán estos  dos,  duros  y  desagradables: 

Y  cuidadoso  agarra 

Y  saca  ii  la  cigarra; 

en  los  cuales,  por  otra  parte,  abundan  las  aes. 

Por  fortuna  le  sobran  á  Fernangrana  ilustración  y  juicio  para  corre- 
gir los  defectos  de  sus  obras:  él  no  dice,  como  muchos,  lo  que  Bion 
de  Smirna  en  los  hermosos  versos  siguientes  de  su  idilio  V,  traducido 
por  el  egregio  Ipandro  Acaico: 

Si  de  mis  versos  place  la  armonía. 
Basten  los  que  hasta  ahora 
Me  concedió  la  Musa  bienhechora 
A  hacer  eterna  la  memoria  mía. 

Lejos  de  ello,  Fernández  Granados  corregirá  sus  producciones  poé- 
ticas, y  quizá  muy  en  breve  un  nuevo  volumen  suyo  demostrará  los 
progresos  alcanzados  por  el  poeta.  Aliéntelo,  pues,  el  público,  y  él  co- 
rresponderá con  creces  á  la  indulgencia  del  lector. 

"Los  aficionados  á  libros,  dice  D.  Juan  Valera,  suelen  cegarse  con 
frecuencia  y  prestar  á  muchas  obras  literarias  un  mérito  que  no  tie- 
nen, ^  esperar  que  logren  una  popularidad  que  al  cabo  no  alcanzan." 
Vivamente  deseamos  que  las  palabras  del  insigne  autor  de  las  Cartas 
Americanas  fallen  en  el  presente  caso,  y  que  Mirtos  alcance  la  popu- 
laridad que  se  merece.  Cuenta  para  ello  con  una  circunstancia  espe- 
cialísima:  es  libro  dictado  por  el  Amor,  y  escrito  á  impulsos  de  una 


158  REVISTA  NACIONAL 


pasión  dominadora:  en  sus  páginas  no  brillarán  los  destellos  de  inspi- 
ración propios  tan  sólo  de  los  genios  eróticos,  pero  siempre  se  encon- 
trará en  cambio  un  afecto  tierno  y  sencillo. 

Que  el  público  conozca,  pues,  el  valer  de  Enrique  Fernández  Gra- 
nados, y  que  los  MiHos  que  hoy  son  el  título  de  la  primera  colección 
de  poesias  de  este  inspirado  joven,  más  tarde  sean  las  simbólicas  flo- 
res que  adornen  la  frente  del  poeta! — Antonio  de  la  PeSa  y  Reyes. 


Opúsculos  imditos, — D.  Joaquin  García  Icazbalceta,  el  insigne  bió- 
grafo de  Zumárraga,  acaba  de  enriquecer  la  bibliograña  mexicana  con 
la  publicación  de  un  libro  intitulado;  Opúsculos  inéditos^  latinos  y  cas- 
tellanos, del  P.  Francisco  Javier  Alegre,  veracruzano,  c?€  la  Compañía 
de  Jesús. 

La  obra  que  anunciamos  ha  sido  impresa  por  Díaz  de  León.  Dicho 
queda  con  esto  que  corresponde  la  parte  tipográfica  á  los  méritos  lite- 
rarios del  libro. 

Los  Opúsculos  de  Alegre  que  por  vez  primera  se  dan  hoy  á  la  luz 
pública,  son:  el  Arte  Poética  de  Boileau  puesta  en  verso  castellano  con 
notas  eruditísimas;  la  traducción,  también  en  verso  castellano,  de  las 
Sátiras  1*,  3*,  6*  y  9*  del  libro  primero  de  Horacio;  la  Epístola  6*  del 
libro  primero  del  mismo  autor,  y  los  siguientes  trabajos  en  latín:  Ho- 
merii  Batrachoinymnachia,  latinis  canninibxis  expressa,  nonnuUis  addi- 
tisy  liber  dngularis,  In  obitu  Adolescentis.  Epicedium,  Horti  dedica- 
tio  Diance,  Écloga.  Nisus,  In  Obitum  Francisci  Plata,  In  Obiiwn 
ejusdem,  Ad  Joann.  Berchmans  Iconein,  Ad  B.  Aloysii  A  Koskm  Ico- 
nertí,  Natalia  Muñera,  Prolusio  Grammatica  De  Syntaxi.  Precede  á 
los  Opúsculos  un  prólogo  en  el  que  da  el  Sr.  García  Icazbalceta  noticia 
exacta  de  las  obras  de  Alegre  impresas  hasta  hoy,  y  de  las  inéditas,  y 
refiere  á  seguida  cómo  adquirió  la  Poética  y  cómo  la  preparó  para  la 
prensa.  También  va  al  frente  una  excelente  biografía  de  Alegre,  tra- 
ducida del  latín  por  el  Sr.  García  Icazbalceta. 

Cuan  diligente,  cuan  perseverante  y  cuan  entendido  sea  el  Sr.  Gar- 
cía Icazbalceta  para  llevar  á  feliz  término  empresas  de  este  género,  co- 
sa es  que  sabe  todo  el  mundo.  Su  fama  de  primer  bibliógrafo  mexi- 
cano, descansa  en  las  ya  numerosas  obras  que  ha  salvado  del  olvido 


bibliografía.  150 


y  cuyo  mérito  ha  acrecentado  con  notas  que  revelan  su  pasmosa  eru- 
dición en  punto  á  historia  patria.  Pero  en  el  lihro  de  que  hoy  trata- 
mos, muéstrase  no  menos  erudito  en  materia  de  bella  literatura,  y  así 
el  prólogo  como  las  notas  á  él  debidas  y  la  Bibliografía  sucinta  de  los 
autores  citados  en  la  traducción  del  Arte  Poética,  son  testimonio  elo- 
cuentísimo de  que  es  magistral  cuanto  á  su  pluma  se  debe. 

Para  comprender  la  importancia  del  servicio  prestado  á  las  letras 
con  la  publicación  de  los  Opúsculos  inéditos  del  P,  Alegre  y  es  preciso 
recordar  que  el  ilustre  veracruzano  es  uno  de  los  escritores  de  que 
puede  con  justicia  enorgullecerse  nuestra  patria. 

Seanos  permitido  al  encomiar,  cual  lo  merece,  el  nuevo  libro  del 
Sr.  García  Icazbalceta,  hacer  notar  á  este  eminente  escritor  que  si  bien 
es  cierto  que  Alegre  no  es  vvuy  canocido  entre  nosotros  vmmoSj  no  han 
faltado  quienes  le  tributen  los  homenajes  á  que  es  acreedor.  Entre 
otros,  el  autor  de  estas  líneas  ha  dicho  en  la  biografía  del  humanista 
veracruzano,  lo  que  sigue: 

'^Entre  las  muchas  crónicas  que  de  las  órdenes  religiosas  nos  que- 
dan, la  del  P.  Alegre  ocupa  un  lugar  eminente  y  es  de  un  valor  ines- 
timable. El  gran  acopio  de  noticias  históricas  y  biográficas  que  en  ella 
se  contiene;  el  buen  método  con  que  está  escrita;  la  sencillez,  sin  de- 
generar en  bajeza,  del  estilo;  la  suma  claridad;  la  modestia  que  el  au- 
tor revela;  la  verdad  que  respladece  en  todas  sus  páginas,  hacen  que  la 
lectura  de  la  obra  de  Alegre  sea  grata  y  provechosa  aun  para  los  que  sin 
profesar  sus  mismas  creencias,  aun  prevenidos  en  contra  de  la  célebre 
Compañía,  buscan  en  el  estudio  de  su  historia  algo  más  que  el  pane- 
gírico de  una  orden  ó  la  propagación  de  sus  doctrinas.  Estrechamente 
enlazada  la  historia  de  los  trabajos  apostólicos  de  los  jesuítas  con  la 
historia  civil  de  muchos  pueblos  que  forman  parte  de  la  confederación 
mexicana,  para  saber  los  orígenes  de  Sonora,  de  Sinaloa,  de  Durango, 
de  Chihuahua  y  de  California,  es  indispensable  acudir  á  Alegre,  que 
con  dotes  no  comunes  narra  el  descubrimiento,  la  conquista  y  la  civi- 
lización de  aquellas  y  de  otras  regiones.  Dos  siglos  abraza  la  ^'Historia'' 
del  padre  Alegre,  siglos  fecundos  en  acontecimientos,  que  dan  mate- 
ria para  extensísimos  libros,  y  sin  embargo,  él,  con  excelente  método, 
in  omitir  nada  sustancial,  nada  que  sea  verdaderamente  importante  y 
digno  de  recordación,  condensa  en  algunos  centenares  de  páginas  lo 
que  otro  habría  referido  en  abultados  volúmenes  de  cansada  lectura  y 
de  difícilísima  consulta. 


leO  REVISTA  NACIONAL. 


Cuando  se  escriba  la  historia  critica  de  las  letras  de  México  y  se  ha- 
ga un  estudio  detenido,  profundo,  razonado,  de  nuestros  historiadores 
y  cronistas,  el  nombre  de  Alegre  tomará  mayores  proporciones  que  las 
que  hasta  hoy  ha  alcanzado,  y  cuenta  que  no  es  de  los  menos  esclare- 
cidos el  que  ya  tiene.  Tan  correcto  y  castizo  es,  que  al  leer  á  Alegre 
nos  parece  que  puso,  en  punto  á  la  forma,  el  escrupuloso  empeño  del 
escritor  académico  que  es  capaz  de  sacrifícar  por  ella  el  fondo.  Pasa- 
jes podríamos  citar  en  los  que  con  elocuencia  y  sencillez  encantadoras 
se  describen,  ora  los  desoladores  estragos  de  una  peste,  ora  los  desór- 
denes y  crímenes  de  los  filibusteros,  ó  bien  el  martirio  de  un  apóstol  del 
Cristianismo,  ó  el  tránsito  del  misionero  por  entre  bosques  vírgenes  y 
pueblos  salvajes. 

Si  alguna  vez,  obedeciendo  á  los  dictados  de  una  fe  sencilla,  cuenta 
Alegre  prodigios  obrados  por  la  religión,  milagrosos  hechos  que  la  mo- 
derna crítica  rechaza,  para  no  condenarle  es  bastante  recordar  su  ca- 
carácter  religioso,  su  educación,  sus  hábitos  y  el  ñn  que  se  propuso  al 
escribir  su  historia,  historia  que,  como  él  mismo  dice  en  su  prólogo, 
emprendió  escribir  en  fuerza  de  orden  superior, ^^ — F.  S. 


Narraciones  y  Confidencias. — Con  este  título  acaba  de  publicar  en 
un  volumen  muy  bien  impreso,  el  joven  é  ilustrado  escritor  D.  Alber- 
to Michel,  una  preciosa  colección  de  artículos  científico-literarios  so- 
bre zoología,  escritos  en  esa  forma,  tan  galana  como  encantadora,  que 
han  hecho  popular  en  Francia  Julio  Veme  y  Camilo  Flammarión. 

Contiene  el  tomo,  quince  artículos,  y  una  interesantísima  monogra- 
fía, que  trata  de  las  preocupaciones  que  existen  sobre  algunos  anima- 
les, y  que  el  autor,  además  de  enumerarlas  las  desmiente  con  razones 
tan  convincentes  como  sencillas. 

Alberto  Michel  ha  escrito  un  buen  libro,  y  debe  proseguir  en  el  es- 
tudio de  las  ciencias  naturales,  tanto  más,  cuanto  que  en  México  son 
contados  los  jóvenes  que  las  cultivan,  y  más  contados  aún  los  que  las 
divulgan  en  un  estilo  tan  bello  y  tan  sencillo,  como  el  que  empleó  en 
sus  Narraciones  y  Confidencias, 


EL  MAESTRO  ALTAMIRANO.  181 


EL  MAESTRO  ALTAMIRAIÍO.' 


Sres.  D.  Enrique  Fernández  Granados,  D.  Alberto  Michel,  D.  Luis 
González  Obregón  y  D.  Antonio  de  la  Peña  y  Reyes. 

Agosto  4  de  1889. 
Queridos  amigos: 

Bastante  pena  hubiera  sentido,  quizas  hubiera  tildado  de  olvido  in- 
justo, que  á  una  manifestación  en  honor  de  Altamirano,  sus  jóvenes 
discípulos  de  hoy  no  hubiesen  pensado  en  asociar  á  un  discípulo  de  to- 
da la  vida.  Agradezco  á  vdes.,  agradezco  al  Liceo  su  amable  invitación. 
Por  supuesto  que  á  este  agradecimiento  va  aparejada  la  firme  resolu- 
ción, tomada  apriori,  lo  confieso,  de  no  concurrir  personalmente  á  es- 
ta expresiva  fíesta,  que  es  ]  ay  I  una  despedida,  de  la  familia  literaria  del 
Maestro.  ¿Cómo  conciliar  estos  sentimientos?  Voy  haciéndolo,  como 
vdes.  ven.  Empezaré  por  explicarlos. 

Bajo  esta  mi  montañosa  apariencia,  escondo  una  cantidad  enorme  de 
nervios  en  mal  estado,  en  estado  patológico ;  quiero  decir,  aunque  pa- 
rezca broma,  que  soy  un  nervioso,  un  neurópata  probablemente.  Por 
eso  soy  de  los  que  no  puedo  decir  adiós.  Es  para  mí  un  sufrimiento  no 
sólo  moral,  sino  ñsico. 

Soy  además  un  supersticioso.  El  Sr.  Altamirano  lo  es  también,  aun- 
que creo  que  no  lo  confíesa.  Más  aún ;  él,  entre  otras  cosas  buenas,  que 
por  supuesto  no  aprendí,  me  enseñó  esta  mala :  ser  supersticioso,  la  que 
sí  aprendí  inmediatamente  por  la  sencilla  razón  de  que  ya  la  sabía;  fui 
supersticioso  porque  ya  lo  era.  Y  esta,  me  lo  temo,  es  incurable  enfer- 
medad. La  ignorancia,  madre  tenebrosa  de  la  superstición,  según  el 
gran  cliché  puesto  en  moda  por  los  filósofos  del  siglo  pasado  y  sus  hi- 
jos los  revolucionarios  franceses  y  sus  nietos  los  revolucionarios  mexi- 
canos, la  ignorancia  llega  á  ser  una  especie  de  odio  intelectual  para  el 
espíritu  que  percibe  su  contraste  con  la  luz ;  pero  la  superstición  de  que 
hablo,  hija  más  ó  menos  natural  del  sentimiento,  no  huye  de  la  luz,  si- 
no que  la  limita  en  la  reconditez  misteriosa  del  corazón,  allí  donde  se 
siente  el  incontestable  y  angustioso  anhelo  de  que,  por  no  se  cual  pro- 

1   Carta  leída  en  la  velada  literaria  que  celebró  el  Liceo  Mexiccmo. 

B.V.-T.U-11 


102  JREVISTA  NACIONAL. 


digio,  resulte  que  lo  que  se  nos  propina  como  única  verdad,  sea  menti- 
ra, y  de  que  al  fín  sólo  sean  ciertas  ( ¡  ay !  este  fin  no  llega  nunca)  algu- 
nas caras  é  intangibles  quimeras,  sedimento  hereditario  de  veinte  gene- 
raciones de  creyentes  y  alucinados  que  se  deposita  en  lo  más  irreductible 
de  nuestro  ser,  haciéndonos  adorar  secretamente  todo  lo  que  es  ilusión 
y  ensueño.  |  Ensueño,  ilusión !  Una  vibración  que  viene  de  la  profun- 
didad de  la  noche  y  que  articula  en  nuestro  oído  un  nombre  con  una 
voz  que  creímos  no  volver  á  escuchar  nunca,  es  una  alucinación  sin  du- 
da, ¿  la  creencia  en  el  destino,  que  nos  figuramos  como  una  pupila  de 
sombra  que  nos  atisba  desde  la  inmensidad,  en  la  buena  estrella  que  es 
la  luz  de  esa  mirada,  en  la  mala  suerte  que  es  su  noche,  son  otra  cosa 
que  insanias?  ¿Por  qué  nos  encariñamos  con  ellas  tan  tenaz  y  tan  si- 
lenciosamente? Porque  detrás  de  esas  microscópicas  creencias  que  per- 
sisten, tiemblan  como  llamas  batidas  por  el  viento,  otras,  las  grandes, 
que  proclamamos  perdidas ;  detrás  de  la  voz  nocturna  está  el  deseo  de 
la  supervivencia  del  alma  y  detrás  de  la  sombra  del  destino  está  la  ne- 
cesidad inextinguible  de  algo  que  sea  eternamente  cierto  y  eternamente 

bueno no  le  buscaré  sinónimos,  le  llamaré  Dios.  ¡  Ilusión,  ensueño! 

¿No  es  la  realidad  pura  ilusión  según  enseña  la  fílosoña?  ¿Por  qué  la 
ilusión  pura  no  habría  de  ser  una  realidad? 

Escribo  esto  de  noche,  una  noche  sin  estrellas,  no  es  estrafío  que  me 
haya  expuesto  á  perder  mi  centro  de  gravedad  en  las  agrias  cuestas  de 
la  metafísica,  y  todo  ello  no  es  más  que  un  largo  circunloquio  para  pa- 
liar mi  inímita  cobardía  ante  un  adiós. 

¡Y  luego  los  recuerdos  que  esta  triste  palabra  evoca,  las  innumera- 
bles moléculas  de  amargura  que  componen  una  sola  lágrima  de  despe- 
dida! No  sé  si  para  vdes.,  pero  para  mí  todo  recuerdo  es  triste,  no  hay 
mayor  dolor  que  el  recuerdo,  no  sólo  el  del  lempo  felice  nella  miseria, 
sino  todo  recuerdo,  en  toda  hora.  El  del  tiempo  feliz  amarga,  por  pa- 
sado, y  el  del  infortunio,  porque  si  el  tiempo  hace  al  sufrimiento  in- 
cierto, difundiéndolo  en  la  corriente  de  la  vida,  en  cambio  lo  hace  más 
basto,  hasta  enlutarlo  todo  con  él,  hasta  asombrarlo  todo :  yo  creo  que 
de  aquí  el  pesimismo  filosófico  y  literario  de  nuestra  época. 

I  Que  si  tendría  para  mí  recuerdos  un  odios  á  Altamirano !  A  tal  pun- 
to, que  no  me  atrevo  á  llamarlos  sino  sobrecogido  de  emoción ;  todos 
entreduermen  hacinados  en  mi  memoria;  podría  hacerlos  desfilará  vues- 
tra vista,  dulces  y  tristes,  alegres  y  trágicos,  gloriosos  y  lúgubres,  pero 
melancólicos  todos la  procesión  se  os  figuraría  un  entierro.  Bus- 


EL  MAESTRO  ALTAMIRANO.  163 

coré  entre  mis  reliquias  algunas  que  sólo  á  mi  me  entristezcan.  Y  per- 
donad el  yo;  notad  que  es  el  único  pincel  con  que  puedo  esbozar  ante 
vosotros  una  figura  querida. 

No  cumplía  catorce  años  cuando  por  primera  vez  vi  á  Altamirano  en 
la  tribuna  de  la  Cámara.  Mediaba  el  año  de  61,  y  ;  oh !  fortuna  singu- 
lio",  pronunciaba  su  discurso  'pro  corona,  digo,  contra  la  ley  de  am- 
nistía. La  pequeña  estatura  agigantada  por  el  ademán  y  el  acento,  la 
altivez  de  la  frente  bajo  la  negra  melena  lacia,  el  crispamiento  irónico 
de  la  gran  boca  suriana,  la  inaudita  expresión  de  odio,  de  desprecio,  de 
soberbia  que  se  condensaba  en  relámpagos  en  la  mirada  y  en  sonorida- 
des vibrantes,  calientes,  extrañas  en  la  voz,  sin  llegar  al  grito  jamás,  y, 
sobre  todo,  la  palabra,  la  imagen,  la  idea,  todo  mesurado  en  medio  de 
la  pasión  desbordante,  todo  artístico,  correcto,  rítmico,  todo  eso  lo  vi, 
lo  oí,  lo  sentí  por  instinto ;  ahora  es  cuando  me  doy  cuenta  de  ello,  pe- 
ro no  lo  olvido ;  semejantes  espectáculos  no  se  olvidan  jamás. 

Devoraba  yo  por  aquellos  días  de  fiebre  en  la  sociedad  y  de  fiebre  en 
el  alma  Los  Girondinos  de  Lamartine,  la  Biblia  de  los  revoluciona- 
rios de  quince  años  (aún  el  divino  forjador  no  concluía  de  martillar  en 
su  fragua  Los  Miserables')  y  al  oír  aquel  discurso  y  al  ver  á  aquel  hom- 
bre, el  gran  drama  de  la  Convención  vivió  para  mí,  con  la  vida  inten- 
sa de  la  sangre  y  del  espíritu ;  Camilo  Desmoulins  sin  el  balbuceo,  por 
el  arrebato  y  el  sarcasmo,  Vei^iaud  por  el  clacísismo  del  método  ora- 
torio, por  la  sobriedad  y  la  seguridad  de  la  cita  histórica,  por  la  esplén- 
dida vestidura  de  la  metáfora,  resucitaban  á  mis  ojos  en  aquel  orador 
de  veintisiete  años 

Vino  después  el  gran  paréntesis  de  la  Intervención.  Asi  en  su  con* 
junto  ese  período  aparece  en  mi  memoria  como  un  cuadro  de  Rem- 
brandt.  Una  masa  densa  de  sombra  surcada  por  un  rayo  de  luz  que  to- 
ca y  hace  resaltar,  aqui  mitras,  palios  y  coronas  maravillosas,  allá  placas 
de  diamantes,  tísús  bordados  de  perlas,  mantos  de  seda,  espaldas  des- 
nudas, flores,  músicas,  uniformes  de  todos  los  matices,  plumas  de  to- 
dos los  colores,  y  detrás  mieses  ondulantes  de  sables  y  bayonetas,  y  en 
el  fondo  entre  la  luz  y  la  sombra  el  vertiginoso  ir  y  venir  de  los  airo- 
nes rojos  de  las  guerrillas  por  las  vertientes  de  las  sierras,  y  más  allá, 
en  plena  sombra,  la  patria  en  agonía.  Nosotros  asistimos  conmovidos, 
enardecidos  y  encantados  á  aquella  espléndida  mise  en  seene  de  la  tra- 
gedia imperial ;  lo  que  nosvenia  de  allende  aquella  muralla  de  oro,  de 
fierro  y  de  sangre,  producía  en  los  colegios  un  efecto  de  aerolito  lento 


161  I  REVISTA  NACIONAL. 


trazando  un  surco  de  fuego  en  la  negrura  del  espacio :  un  apotegma  de 
Juárez,  una  carta  de  Lerdo,  un  estudio  de  Iglesias,  un  artículo  de  Ra- 
mírez, una  oda  de  Prieto,  un  discurso  de  Altamirano,  una  canción  de 
Riva  Palacio,  una  proclama  de  Porfirio  Díaz,  eran  acontecimientos  in- 
mensos en  nuestra  vida  literaria.  Novias,  fiestas,  novelas,  códigos,  todo 
se  eclipsaba,  para  nosotros ;  la  novia,  la  fiesta,  el  poema,  la  ley,  estaba 
más  allá  del  horizonte,  allá  donde  despuntaba  vaga  y  blanca  la  aurora 
de  la  resurrección. 

¡Con  que  emoción  leíamos  los  versos  de  los  poetas  patriotas !  Todos 
sabíamos  de  coro  aquellos  de  Altamirano  escritos  en  un  álbum  al  par- 
tir en  63 : 

Señora,  adiós :  en  los  oscuros  días 
En  que  huyó  de  la  Patria  la  victoria 
Una  canción  á  mi  laúd  pedías 
Aquí  dejo  mi  adiós 

Pero  nada  penetraba  tanto  en  las  fuentes  mismas  de  nuestra  emoción 
juvenil,  nada  hizo  vibrar  más  en  mí  la  fibra  poética  que  comenzaba  á 
esteriorizar  en  preludios  apenas  melodiosos,  los  anhelos  del  corazón, 
nada,  digo,  como  la  bellísima  elejia  Á  Carinen.  La  María  hecha  des- 
pués y  que  todos  hemos  querido  imitar,  es  admirable  por  su  grave  me- 
lancolía, pero  el  canto  á  Carmen  arranca  de  una  más  íntima  palpitación 
de  la  vida  y  de  la  juventud  heridos  por  un  gran  dolor,  es  más  expon- 
tánea,  más  gallarda  en  medio  de  la  tristeza  y  de  la  muerte;  es  la  mú- 
sica de  un  grito  de  sufrimiento  humano,  tierno,  sensual  y  apasionado 
como  pocos.  Carmen  es  la  poesía  más  genuina,  más  expresivamente 
romántica  que  ha  producido  la  literatura  patria. 

Cuando  después  del  triunfo  de  la  República,  conocí  á  Altamirano  es- 
taba convaleciendo  de  una  penosa  enfermedad  y  de  una  campaña  opo- 
sicionista contra  las  tendencias  anticonstitucionales  del  gobierno  de  en- 
tonces ;  raras  veces  se  han  nutrido  pasiones  más  vehementes  con  ideas 
más  pensadas,  ni  en  frases  mejor  armadas  de  todos  los  recursos  del  es- 
tilo se  ha  condensado  más  electricidad  de  ira  y  de  desdén.  Nosotros 
admirábamos  los  escritos,  amábamos  á  los  escritores,  y  un  poco  sorpren- 
didos y  desconcertados  procurábamos  en  vano  caldear  nuestra  sangre 
con  aquella  implacable  censura.  Precisamente  en  los  momentos  en  que 
dejaba  Altamirano  la  pluma  política  y  volvía  todo  su  poderoso  esfuer- 
zo hacia  el  renacimiento  literario  que  apuntaba,  tuve  el  honor  de  serle 
presentado. 


EL  MAESTRO  ALTAMIRANO.  166 

Ya  saben  vdes.  cómo  acoge  á  los  muchachos,  con  qué  alentadora  ca- 
ricia en  la  frase  y  en  el  consejo  rápido  y  seguro,  y  en  la  paciencia,  en 
la  milagrosa  paciencia  con  que  sabe  escuchar,  sin  desmentirse,  los  dis- 
parates, el  Mississipi  de  disparates  que  durante  treinta  aftos  ha  corrido 
ante  él.  Gomo  tiene  el  don  de  abrir  horizontes  y  de  encender  vocacio- 
nes, yo  quedé  pasmado,  al  salir  de  aquella  entrevista,  de  la  confianza 
que  en  mi  mismo  había  adquirido.  Esto  si  lo  he  perdido  después,  ba- 
jo mi  palabra  de  honor ;  pero  entonces  tenía  veinte  años,  hacía  los  ver- 
sos que  se  hacen  á  esa  temperatura  y  tenía  un  miedo  horroroso  de  rom- 
per el  círculo  estudiantil  que  me  los  aplaudía.  Llamar  sobre  mis  com- 
posiciones la  atención  de  los  maestros,  era  un  sueño.  Aquel  tiempo  era 
mucho  más  respetuoso  que  éste,  y  aquellos  maestros  eran  nuestros  nú- 
menes literarios. 

Cuando  venciendo  mi  timidez  que  hacía  sonreír  á  Altamirano,  hablé 
con  él,  me  sentí  otro,  y  me  detengo  un  momento  en  recordar  este  es- 
tado de  mi  ánimo  porque  ha  sido  el  de  muchos  de  vosotros,  amigos 
míos,  en  circunstancias  análogas ;  estoy  seguro  de  ello.  Mi  nombre  tra- 
jo á  su  prodigiosa  memoria  el  de  mi  padre,  me  habló  de  él,  me  entu- 
siasmó, me  cautivó,  me  hizo  suyo lo  soy  todavía.  Al  día  siguiente 

me  llevó  á  una  velada  literaria  en  la  casa  del  Sr.  Payno.  ¿  Qué  hom- 
bres había  allí  ?  La  nobleza,  la  alta  nobleza  de  las  letras  patrias :  Prie- 
to me  llamó  su  hijo  con  olímpica  ternura;  Ramírez  me  dio  un  consejo 
6  una  broma ;  Payno  brindó  conmigo ;  Riva  Palacio  me  habló  de  por- 
venir ;  Gonzaga  Ortíz  se  informó  de  mis  aficiones  literarias  en  un  tono 
un  poco  marqaés  es  cierto,  y  Portilla,  nuestro  siempre  llorado  D.  An- 
selmo de  la  Portilla,  me  comunicó  instantáneamente  su  fervor  por  el 
ideal  y  por  el  arte.  Y  Altamirano  que  era  allí  el  nifio  mimado,  me  to- 
maba con  tanto  ardor  bajo  sus  auspicios,  que  cuando  conté  todo  esto, 
exagerándolo  un  poco,  á  mis  compañeros  de  colegio,  les  pareció  que  ha- 
bía yo  crecido,  y  algunos  me  dijeron  adiós  como  si  nos  fuéramos  á  se- 
parar para  siempre.  Era  verdad ;  el  claustro  de  la  Encamación  me  aho« 
gaba,  las  columnas  del  Yinio  me  parecían  una  montaña  sobre  mi  pecho 
y  huí  rumbo  á  los  versos,  rumbo  á  la  gloria,  me  decía  confidencialmen- 
te á  mí  mismo ;  ¡  ay !  era  yo  muy  niño.  Dos  días  después  leí  á  Altami- 
rano por  primera  vez,  unos  versos.  (La  Playera).  Me  dijo  lo  que  sen- 
tía, y  para  animarme  me  leyó  su  Maria,  y  me  pidió  mi  opinión ;  pasa- 
mos juntos  muchas  horas.  Y  aquella  visita  se  repitió  cuatro  ó  cinco  años 
-día  por  día. 


166  REVISTA  NACIONAL. 


Larga,  lenta  comunión  de  ideas  y  de  sentimientos  que  imprime  ca- 
rácter á  la  vida  entera.  Allí  pude  aquilatar  lo  que  valía  el  hombre ;  des- 
de antes  sabia  lo  que  el  orador,  el  novelista  y  el  poeta  valían.  No  sé 
qué  imbécil  ha  dicho  que  Altamírano  solía  aplastar  á  los  polluelos  que 
abrigaba  bajo  sus  alas  de  Águila.  Yo  sé  bien,  todos  sabemos  bien,  que  le 
contrario  es  lo  cierto.  Por  eso  su  influencia  en  la  moderna  literatura 
vernácula,  es  superior  á  la  de  cualquiera  otra  personalidad ;  por  eso  ha 
penetrado  tanto,  por  eso  jamás  se  olvidará.  £1  cariño,  el  entusiasmo,, 
la  adhesión  que  inspiraba,  despertaban  en  él  los  mismos  sentimientos. 
¡Oh!  cuánto,  cuánto  podría  yo  contar  en  este  punto;  cuánto  nosotros 
todos ! 

Su  afán  supremo  consistía  en  buscar,  en  desentrafiar,  en  hacer  venir 
á  luz  desde  el  fondo  del  espíritu  del  discípulo,  una  personalidad  litera- 
ria más  ó  menos  poderosa ;  era  un  partero  de  almas  como  Sócrates. 

Su  enseñanza  prodigada  á  manos  llenas,  (oro  regado;  pero  quizás 
no  desperdiciado)  ha  sido  colosal ;  nunca  reglas,  siempre  ejemplos ;  los 
clásicos  griegos,  los  latinos,  los  españoles,  conocidos,  comprendidos  á 
fondo,  eran  la  quilla,  las  velas  y  el  timón  de  la  nave  en  que  nos  ha  con- 
ducido en  un  viaje  perpetuo  hacia  lo  ideal.  La  nave,  ya  lo  veis,  estaba 
hecha  como  la  de  los  Argonautas,  con  madera  de  las  sagradas  encinas 
de  Zeus.  Una  curiosidad  infinita,  una  sed  inagotable  de  emoción  lite- 
raria, lo  empujaba  hacia  todos  los  horizontes,  á  abordar  á  todas  las  pla- 
yas en  que  el  verbo  humano  había  sido  informado  por  lo  grande  y  lo 
bello. 

Así  han  pasado  veinte  años  de  un  diálogo  asombroso.  Viajar  es  su 
método,  no  hay  región  del  Pensamiento  en  donde  no  haya  amarrado 
su  barca,  la  flora  ideal  de  las  literaturas  antiguas  y  modernas  le  han  da- 
do todos  sus  perfumes,  le  han  mostrado  todos  sus  colores,  lo  han  vis- 
to pasar  sobre  sus  cálices  llenos  de  miel,  seguido  de  un  enjambre  de 
almas  zumbadoras,  y  si  no  ha  tenido  tiempo  para  analizar  y  disecar,  sí 
lo  ha  visto,  lo  ha  sentido  y  lo  ha  aspirado  todo. 

Un  hombre  así  es  un  tipo  único  en  nuestra  historia  literaria ;  un  hom- 
bre que  sabe  mostrar  el  modelo  y  puede  crearlo,  que  con  la  palabra  da 
el  ejemplo,  que  dice  cómo  se  hacen  los  versos  y  los  compone  admira- 
bles, que  enseña  la  elocuencia  y  es  un  gran  orador,  que  deslinda  las 
condiciones  de  la  novela  nacional  y  hace  Clemencia  y  el  Zarco,  no  pro- 
yecta sobre  un  espíritu  la  luz  y  la  sombra,  sin  dejar  en  él  huella  inde- 
leble, y  el  espíritu  de  que  aquí  se  trata  es  el  de  dos  generaciones  de  es- 


EL  MAESTRO  ALTAMIBANO.  167 

critores  mexicanos.  No  es  cierto,  amigos  mios,  que  cada  uno  de  nos- 
otros al  componer  algo,  verso  ó  prosa,  nos  hemos  preguntado  siempre 
¿qué  pensará  Altamirano  de  esto? 

Exhibir  aqui  los  recuerdos  íntimos  de  aquellos  años  de  nuestra  vi- 
da, contar  sus  peripecias,  sus  alegrías,  sus  dolores ;  hablar  de  aquel  hon- 
rado hogar  donde  al  derredor  de  un  ardiente  emancipado  intelectual, 
de  un  apóstol  de  todas  las  independencias  exceptuando  la  del  corazón, 
crecía  una  buena  y  sencilla  familia  de  adopción  por  tantos  de  nosotros 
fraternalmente  amada ;  hablar  de  Margarita,  la  serenidad  inmaculada 
de  un  rincón  de  aquel  cielo  tempestuoso,  de  su  devoción  conyugal,  de 
su  entusiasmo  risueño  y  sano  por  nuestras  producciones  juveniles,  de  su 
piedad  por  nuestras  desventuras,  de  Margarita,  fígura  dulce  que  pssa 
velada  y  pura  por  nuestra  memoria  y  que  lleva  en  pos  todas  nuestras 
bendiciones ;  hablar  de  todo  esto  sería  imposible ;  sería  tropezar  con  de- 
masiadas tumbas,  sería  evocar  demasiadas  sombras  afligidas,  abrir  to- 
das nuestras  heridas,  reconstruir  el  pasado  lágrima  por  lágrima. 

¡  Maestro !  Hacéis  bien  en  usar  de  esta  palabra,  cuando  de  Altamira- 
no se  trata,  porque  ella  encierra  un  concepto  filial.  Hacéis  bien  en  apre- 
taros aquí  en  su  derredor  como  una  sola  familia,  para  decirle  buen  via- 
jcj  haciendo  votos  secretos  porque  la  nostalgia  nos  lo  devuelva  pron- 
to ;  y  todo  con  profunda  emoción ;  pero  sin  presentimientos ;  el  cariño 
que  nos  circunda  en  la  vida,  cuando  es  sincero  y  bueno  como  el  vues- 
tro es  el  mejor  de  los  presagios. 

Y  no  concluiré  sin  apiovechar  la  forzosa  solemnidad  de  esta  entre- 
vista para  dar  ante  nuestros  contemporáneos,  en  vuestro  nombre  y  en 
el  mío,  testimonio  do  que  merece  haber  sido  nuestro  maestro  el  Sr.  Al- 
tamirano, porque  jamás  hemos  oído  de  sus  labios  una  enseñanza  que 
no  haya  sido  de  dignidad  y  de  honor ;  porque  jamás  por  culpa  suya  he- 
mos abrigado  una  intención  dañada  en  nuestro  corazón,  porque  jamás 
por  culpa  suya  hemos  profanado  el  amor,  ni  desesperado  de  la  justicia, 
de  la  libertad  y  de  la  patria,  triple  forma  de  una  sola  religión,  la  reli- 
gión del  deber. 

Y  al  calce  de  estas  palabras,  puedo  despedirme  de  él  como  solemos 
después  de  largos  meses  de  no  vemos,  separamos  al  fin  de  largas  plá- 
ticas noctumas  por  las  calles  desiertas : 

—  Buenas  noches,  hijo  mío. 

—  Hasta  luego,  maestro. 

Justo  Sierra. 


168  REVISTA  NACIONAL. 


DON  JULIÁN  VELLAGRAN. ' 


El  pueblo  español  ha  sido  siempre  celoso  de  sus  glorias,  y  ha  sabi- 
do, por  lo  mismo,  honrar  á  sus  héroes.  Leed  su  historia,  y  veréis  enal- 
tecidos en  ella  á  sus  campeones  más  esforzados,  hasta  el  extremo  de  que 
reviste  el  carácter  de  una  epopeya,  y  es  más  bien  un  canto  que  una  na- 
rración concisa  y  severa. 

Nosotros,  aunque  descendientes  de  ese  pueblo,  parece  que  no  hemos 
heredado  de  él  la  gran  virtud  que  inspira  esos  homenajes  que  se  tribu- 
iiú.  á  los  que  dieron  su  sangre  y  aun  su  vida  misma  por  la  patria,  y  has- 
ta hace  muy  poco  tiempo,  carecimos  de  una  historia  que  narrase  en  to- 
do su  esplendor  y  en  toda  su  grandeza  tantos  y  tan  heroicos  hechos  co- 
mo fueron  los  consumados  en  la  guerra  de  Independencia  y  en  las  in- 
vasiones extranjeras  que  la  nación  ha  resistido. 

Episodios  brillantes,  de  los  que  se  enorgullecería  el  pueblo  más  va- 
leroso del  mundo ;  acciones  levantadas  que  cualquiera  pregonaría  con 
noble  entusiasmo ;  sacrificios  cruentos  que  merecen  eterna  recordación, 
apenas  si  se  conocen,  apenas  si  el  historiador  los  juzga  dignos  de  su  plu- 
ma, y  apenas  si  algún  poeta  ilustre  los  ha  cantado. 

Tamaña  injusticia  no  reconoce  otro  origen  que  el  que  en  otros  es- 
critos de  la  Índole  del  presente  le  hemos  asignado :  la  obra  de  Alamán. 
Obedeciendo  á  móviles  que  cualquiera  calificará  duramente,  el  funda- 
dor de  la  moderna  historia  de  México  opacó  hasta  donde  le  fué  dado 
las  glorias  de  nuestros  proceres ;  tergiversó  maliciosamente  sus  hechos ; 
falseó  la  verdad ;  manchó  muchos  nombres  ilustres,  y  hasta  revolvió  sus 
cenizas  para  esparcirlas,  para  que  ni  rastro  quedase  de  los  que  habían 
amado  la  libertad  y  muerto  por  ella.  Alamán  escribió  con  ira  en  con- 
tra de  los  independientes  más  conspicuos,  les  atribuyó  crímenes  y  ba- 
jezas, puso  todo  su  conato  en  hacerlos  aparecer  como  foragidos  y  ban- 
doleros, y  cuanto  á  los  de  menor  talla  los  relegó  al  desprecio,  es  decir, 

1  Ck)n  datos  por  extremo  deficientes,  formé  hace  algunos  afios  unos  breves  apun- 
tamientos biográficos  del  Sr.  vmagr&n,  que  son  los  que  figuran  en  las  páginas  1,078 
&  1,063,  de  mi  obra:  BiografUu  de  Mexicanos  Distinguido*.  Hoy,  merced  á  las  noti- 
cias publicadas  por  El  Erploradar  de  Pacbuca,  en  su  numero  de  8  del  corriente  mes 
de  Agosto,  me  es  dado  rcftindir  aquellos  apuntamientos  y  subsanar  los  errores  y 
omisioneB  en  que  incurrí  al  tratar  por  primera  vez  del  héroe  mexicano. 


DON  JULIÁN  VILLAGRAN.  1» 


al  olvido.  Y  como  Alamán  era  personaje  en  un  partido  que  imperó  lar- 
gos años,  sin  contradicción  fueron  arraigándose  sus  calumniosas  rela- 
ciones, y  su  criterio  fué  durante  mucho  tiempo  el  criterio  de  una  gran 
parte  de  la  sociedad  mexicana,  y  su  obra  fuente  envenenada  en  que  be- 
bían los  extraños  que  querían  conocer  nuestra  historia. 

Alamán  llevó  su  saña  contra  los  que  le  dieron  patria,  al  extremo  de 
turbar  la  común  alegría  en  las  fiestas  del  16  de  Septiembre,  invocando 
la  historia  por  él  mismo  trazada,  con  el  fin  de  que  no  se  honrase  á  los 
primeros  caudillos  de  la  Independencia.  Fué  más  lejos  todavía:  abu- 
sando de  su  influencia  política,  de  su  poder  diremos  mejor,  violó  el  se- 
pulcro del  conquistador  de  Anáhuac  y  mandó  al  extranjero  sus  cenizas 
que  descansaban  por  su  propia  voluntad  en  nuestra  tierra,  atribuyendo 
á  los  mexicanos  la  idea  indigna  de  querer  violar  la  tumba  de  Cortés. 
I  Cómo  si  un  pueblo  valiente  pudiera  nunca  dejar  de  ver  con  admira- 
ción y  con  respeto  al  esforzado  capitán  que  con  inaudito  valor  consu- 
mó una  de  las  más  grandiosas  epopeyas  del  mundo  1 

Nueva  corriente  de  ideas  va,  por  fortuna,,  en  nuestros  días  disipando 
los  errores  por  Alamán  inculcados,  y  vemos  asi  que,  como  si  se  levan- 
taran de  sus  sepulcros,  van  apareciendo  las  nobles  figuras  de  nuestros 
héroes,  como  evocadas  por  la  mágica  voz  de  la  nueva  generación  que 
ansiosa  de  conocer  la  verdad,  inquiere,  revuelve  antiguos  manuscritos 
y  coloca  en  un  pedestal  de  gloria  los  nombres  de  los  caudillos  de  la  li- 
bertad mexicana. 

Hay  uno,  entre  esos  caudillos,  acreedor  como  el  que  más,  á  los  loo- 
res de  la  fama  y  á  la  corona  de  la  inmortalidad:  D.  Julián  Villagrán  á 
quien  con  justicia  puso  el  ¡lustre  Quintana  Roo  en  parangón  con  el  de- 
fensor de  Tarifa,  Alfonso  Pérez  de  Guzmán,  conocido  en  la  Historia  por 
Chiznián  el  Bueno, 

Nació  D.  Julián  Villagrán  en  Huichapan,  del  Estado  de  Hidalgo,  el 
día  9  de  Enero  de  1756,  y  fué  hijo  de  D.  Miguel  Villagrán  y  de  D»  Ger- 
trudis Callejas.  ^ 

1  He  aquí,  con  su  propia  ortografía,  la  fS  de  bautismo  de  ViUagrán : 


Mabimo 

JULIAH 
ESPAftOIi 


En  diez  do  hcncro  de  mil.  aetesicntos,  y  sinquenta  y  seis  afios,  Y?» 
P,  Baptisé,  solemne,  mente;  Amacsimo,Julan,c8i>afioly  hijo  legítimo 
de  Miguel,  de  VUlográn,  7  de  Gertrudis  CaUeJas,  nieron,  sus  padrinos, 
Manuel  Josephc,  de  Villagrán,  7  María;  Josepha,  mejía,  les  advertí,  su 

obUgaciOn, 7 lo íirmé.  ^     ^  .    .  ^  ^^, 

B.  Morales,       Ber.lAíU  AtUñ  Zuñiga. 


j^ 


170  REVISTA  NACIONAL. 


De  cómo  corrieron  los  afios  de  su  vida  hasta  el  de  1810  de  eterna 
recordación  en  los  fastos  de  la  libertad  americana,  imposible  es  dar  no- 
ticia exacta;  ni  importa  en  verdad  averiguarlo,  puesto  que  la  gloria  de 
Villagrán  está  fíncada  en  la  participación  que  tomó  en  la  guerra  de  In- 
dependencia. 

Breve,  más  no  por  eso  menos  heroica,  fué  su  carrera  militar,  como 
vamos  á  ver  en  seguida. 

Huichapan  fué  uno  de  los  pueblos  que  primero  secundaron  el  grito 
de  libertad  dado  en  Dolores  el  16  de  Septiembre  de  1810,  puesto  que 
ya  en  Octubre  del  mismo  afio  Villagrán  y  otros  muchos  vecinos  se  al- 
zaron en  armas.  Desde  esa  fecha,  el  intrépido  Villagrán  mantuvo  en 
constante  agitación  un  inmenso  territorio,  dando  por  donde  quiera  pro- 
digiosas muestras  de  valor. 

El  28  de  Noviembre  del  mismo  año,  unido  á  D.  Miguel  Sánchez  ata- 
có y  tomó  á  San  Juan  del  Rio,  y  dos  días  después  emprendió  el  asalto 
de  Querétaro,  aunque  sin  éxito  feliz.  No  desmayó  por  esto ;  antes  bien, 
en  unión  de  su  hijo  José  María,  continuó  peleando  por  la  causa  de  la 
Independencia  hasta  el  3  de  Mayo  de  1813  en  que  el  jefe  realista  Mon- 
salve  con  numerosas  fuerzas  atacó  á  Huichapan,  tomándolo  en  la  ma- 
fiana  del  4,  haciendo  prisionero  á  José  María  Villagrán  y  á  otros  mu- 
chos. 

D.  Julián  defendía  á  la  sazón  la  plaza  de  Zimapán.  Intimóle  el  ven- 
cedor rendición  bajo  la  promesa  de  dar  libertad  á  su  hijo  José  María  y 
de  indultarle  á  él.  Villagrán  sacrifícando  en  aras  de  la  patria  el  entra- 
ñable amor  paternal,  rechazó  heroicamente  aquella  proposición  y  los  de- 
fensores del  rey  inmolaron  á  José  María  Villagrán  el  día  5  de  Mayo  de 
1813  en  el  repetido  pueblo  de  Huichapan,  escogiendo  para  la  ejecución 
la  esquina  de  la  propia  casa  de  la  víctima,  en  la  cual  esquina  quedaron 
estampados  los  sesos  del  joven  y  bizarro  insurgente. 

Las  gacetas  del  Gobierno  virreinal  queriendo  oscurecer  la  gloria  de 
D.  Julián  Villagrán,  le  llamaron  padre  desnaturalizado  y  dijeron  que 
había  sido  en  él  un  acto  de  barbarie  no  salvar  la  vida  de  su  hijo  acep- 
tando las  condiciones  de  Monsalve.  No  faltó  empero,  quien  echase  en 
cara  á  los  dominadores  su  inconsecuencia  al  vituperar  en  un  america- 
no un  hecho  que  tanto  ensalzaban  en  su  paisano  Pérez  de  Guzmán. 

A  este  episodio  de  nuestra  historia  aludió  el  venerable  Quintana 
Roo,  cuando  dijo  en  uno  de  sus  elocuentísimos  discursos :  *^  Conducido 
por  la  traición  al  glorioso  altar  del  martirio,  unió  su  sangre  á  la  de  su 


DON  JULIÁN  VILLAGRAN.  171 

propio  hijo  que  rehusó  redimir  al  vil  precio  de  un  vergonzoso  rendi- 
miento, dejando  eclipsada  con  tan  generoso  sacrifício  la  hazafía  justa- 
mente celebrada  del  defensor  de  Tarifa,  que  en  el  héroe  mexicano,  do- 
blemente meritoria,  se  vituperó  como  un  acto  de  barbarie,  por  una  de 
aquellas  inconsecuencias  que  no  puede  disculpar  ni  el  desconcertado 
aturdimiento  del  espíritu  de  partido."  , 

Con  efecto :  después  de  inmolar  en  Huichapan  á  más  de  cincuenta 
de  los  vencidos,  se  dirigió  Monsalve  á  la  plaza  de  Zimapán,  y  la  ocupó 
sin  esfuerzo  alguno,  pues  sus  defensores,  capitaneados  por  D.  Julián  Vi- 
Uagrán,  la  habían  abandonado  antes,  por  no  contar  con  elementos  pa- 
ra oponer  fructuosa  resistencia. 

Refugióse  D.  Julián  en  San  Juan  Amajac,  en  donde,  por  traición  de 
algunos  de  sus  mismos  soldados,  fué  aprehendido  por  los  realistas.  Con- 
ducido á  Huichapan,  fué  allí  pasado  por  las  armas  el  día  6  de  Julio  de 
1813,  y  separada  su  cabeza  del  tronco  y  puesta  en  un  garfio  y  una  vi- 
ga, fué  colocada  frente  á  la  de  su  hijo  que  ya  estaba  en  un  costado  de 
la  capilla  de  San  Mateo.  ^ 

Fué  D.  Julián  Villagrán,  al  decir  del  autor  de  los  apuntamientos  que 
nos  sirven  de  guía,  "  de  estatura  alta,  fornido,  de  ima  fuerza  desmedi- 
da pues  que  de  un  golpe  de  mano  tiraba  una  muta,  y  á  los  hombres, 
por  vía  de  chanza  y  cuando  le  ganaban  en  el  juego,  los  tomaba  de  los 
dos  pies,  y,  cabeza  abajo,  los  sacudía  para  vaciarles  los  bolsillos.  Por 
esa  fuerza,  sin  duda  le  pusieron  el  sobrenombre  de  "El  Encino."  Su 
color  era  rosado  y  de  rostro  encendido ;  cara  larga  y  pómulos  huesosos ; 
frente  regular,  ojos  pardos,  cejas  excesivamente  pobladas,  y  tan  recias 
que  sobre  ellas  paraba  una  moneda  de  plata,  de  á  peso,  y  la  mantenía 
sin  que  cayera ;  nariz  algo  aguileña  y  abultada  sin  ser  deforme ;  boca  re- 
gular;  barba  castaña  obscura  y  poblada,  dejándose  patillas.  Vestía  dor- 
mán, chaleco  derecho  y  pantalón  de  paño  al  uso  de  su  época,  y  algunas 
veces  calzoneras  y  botas  de  campana,  con  su  respectivo  puñal. " 

Cupo  á  Villagrán  la  gloria  de  haber  sido  uno  de  los  primeros  que  se- 
cundaron el  grito  de  libertad  dado  en  Dolores,  y  si  bien  su  carrera  mi- 

1  El  acta  do  Inhumación  dice  así: 

"  En  el  campo  santo  nuevo,  en  seis  de  Julio  de  mil  ochocientos  trece  so  dló  sepul- 
tura Ecca.  al  cadaber  de  Julián  VUlagrán  Espafiol  do  esto  Pueblo  de  Huichapan, 
casado  que  íUé  con  Dofia  María  Anastacia  Mejía,  dojó  dos  hijos  y  seis  hijas,  reci 
1)16  los  Santos  Sacramentos,  fué  pasado  por  las  armas,  por  primer  cabecUla  de  la 
Insurrección  en  esta  Jurisdicción,  7  por  que  consto  lo  flrmé.— «7(M¿  Julián  Teodoro 
Ooiualet," 


172  REVISTA  NACIONAL. 


litar  fué  corta,  no  por  eso  fué  menos  heroica ;  llegando  á  la  sublimidad 
al  tocar  á  su  término.  Justiciera  la  posteridad  ha  convertido  el  nombre 
de  Villagrán  en  título  de  honra  para  el  suelo  en  que  se  meció  su  cuna, 
frustrando  así  los  pérfidos  designios  de  los  que  como  Alamán,  quisie- 
ron  presentarle  como  á  uno  de  tantos  bandidos  que  so  capa  de  luchar 
por  una  causa  noble  y  s^ta  siembran  á  su  paso  el  robo  y  el  extermi- 
nio. Del  propio  modo  irán,  á  medida  que  las  investigaciones  históricas 
adquieran  mayor  ensanche,  desvaneciéndose  tantos  y  tan  groseros  erro- 
res como  divulgaron  los  partidarios  del  antiguo  régimen,  respecto  á  las 
más  excelsas  fíguras  de  la  revolución  de  1810. 

Villagrán,  á  quien  sus  coetáneos  llamaron  el  Encino  por  su  fortale- 
za insuperable,  cayó  derribado  por  el  rayo  de  la  traición ;  pero  resurge 
hoy  para  recibir  el  homenaje  de  las  nuevas  generaciones  que  rinden  cul- 
to á  la  Patria,  á  la  Libertad  y  á  los  héroes. 

Francisco  Sosa. 

México,  Agosto  12  de  1889. 


ABEJA. 


[^Continúa.'] 

CAPITULO  IX. 

DONDE  SE  VE  COMO  ABEJA  FCÉ  CONDUCIDA  ENTRE  LOS  ENANOS. 

La  luna  se  había  elevado  arriba  del  lago,  y  las  aguas  no  reflejaban 
más  que  su  disco.  Abeja  dormía  aún.  El  Enano  que  la  había  visto  vol- 
vió hacia  ella  montado  en  su  cuervo.  En  esta  vez  venía  seguido  de  una 
multitud  de  pequeños  hombres.  Eran  hombres  muy  pequeños.  Una 
barba  blanca  les  caía  hasta  las  rodillas.  Tenían  el  aspecto  de  ancianos 
con  tallas  de  niños.  Por  sus  delantales  de  cuero  y  sus  martillos,  que 
llevaban  suspendidos  á  la  cintura,  se  les  reconocía  por  obreros  que  tra- 
bajan los  metales.  Extraño  era  su  modo  de  andar ;  saltaban  á  grandes 
alturas  y  hacían  primorosas  volteretas,  mostrando  una  inconcebible  agí- 


AB£JA.  173 

lidad,  y  en  esto  eran  menos  semejantes  á  los  hombres  que  á  los  espí- 
ritus. Pero  hacían  sus  más  juguetonas  cabriolas,  guardando  ima  gra- 
vedad inalterable,  de  suerte  que  era  imposible  distinguir  su  verdadero 
carácter. 

Se  colocaron,  en  círculo,  al  rededor  de  la  dormida. 

— Y  bien!  dijo,  desde  lo  alto  de  su  emplumada  cabalgadura,  el  más 
pequefio  de  los  Enanos;  y  bien!  ¿os  he  engafíado,  al  advertiros  que  la 
más  linda  princesa  dormía  al  borde  del  lago,  y  no  me  dais  las  gracias 
por  habérosla  mostrado? 

— Te  las  damos,  Bob,  respondió  uno  de  los  Enanos,  que  tenía  la  fa- 
cha de  un  viejo  poeta ;  en  efecto,  nada  hay  en  el  mundo  tan  lindo  co- 
mo esta  joven  señorita.  Su  color  es  más  rosado  que  la  aurora  que  se 
eleva  sobre  la  montaña,  y  el  oro  que  nosotros  forjamos  no  es  tan  bri- 
llante como  el  de  esta  cabellera. 

— Es  verdad,  Pie;  Pie,  ¡nada  es  más  cierto!  respondieron  los  Ena- 
nos; ¿pero  qué  haremos  con  esta  linda  señorita? 

Pie,  semejante  á  un  poeta  de  mucha  edad,  no  respondió  nada  á  la 
pregunta  de  los  Enanos,  porque  no  sabía,  mejor  que  ellos,  lo  que  se  de- 
bía de  hacer  con  la  linda  señorita. 

Un  Enano,  llamado  Rug,  les  dijo : 

— Construyamos  una  gran  jaula  y  la  encerramos  en  ella. 

Otro  Enano,  llamado  Dig,  combatió  la  proposición  de  Rug.  Según  el 
parecer  de  Dig,  sólo  se  enjaulan  á  los  animales  salvajes,  y  hasta  enton- 
ces nada  podía  hacer  creer  que  la  preciosa  señorita  perteneciese  á 
aquellos. 

Pero  Rug  sostenía  su  idea,  no  teniendo  otra  con  que  poderla  subs- 
tituir. La  defendió  con  sutileza: 

— Si  esta  persona,  dijo,  no  es  salvaje,  no  dejará  de  serlo  por  el  efec- 
to de  la  jaula,  que  llegará  á  ser,  en  consecuencia,  útil  y  asimismo  in- 
dispensable. 

Tal  razonamiento  desagradó  á  los  Enanos,  y  uno  de  ellos,  llamado 
Tad,  lo  condenó  con  indignación.  Era  un  Enano  lleno  de  virtud.  Pro- 
puso que  se  condujera  á  la  bella  niña  con  sus  padres,  que  pensaba  se- 
rían poderosos  señores. 

El  parecer  del  virtuoso  Tad  fué  rechazado  como  contrario  á  las  eos* 
tumbres  de  los  Enanos. 

— Es  la  justicia,  decía  Tad,  y  no  la  costumbre  la  que  se  debe  seguir. 

No  se  le  escuchó  más,  y  la  asamblea  se  ajitaba  tumultuosamente. 


174  REVISTA  NACIONAL. 


cuando  un  Enano,  llamado  Pau,  que  tenia  el  carácter  sencillo,  pero  jus- 
to, dio  su  opinión  en  estos  términos : 

— Es  preciso  que  comencemos  por  despertar  á  esta  señorita,  puesto 
que  por  sí  misma  no  despierta ;  si  pasa  la  noche  de  este  modo,  tendrá 
mañana  las  pupilas  hinchadas  y  perderá  su  belleza ;  porque  es  muy  mal 
sano  dormir  en  un  bosque  y  á  la  orilla  de  un  lago. 

Fué  generalmente  aprobada  esta  opinión,  porque  no  contrariaba  á 
ninguna  otra. 

Pie,  semejante  á  un  viejo  poeta,  agobiado  de  males,  se  aproximó  á  la 
joven  y  la  contempló  gravemente,  pensando  que  una  sola  de  sus  mira- 
das bastaría  para  sacar  á  la  dormida,  del  fondo  del  más  pesado  sueño. 
Pero  Pie  abusaba  del  poder  de  sus  ojos,  y  Abeja  continuó  dormida  con 
las  manos  enclavijadas. 

Viendo  esto,  el  virtuoso  Tad  la  estiró  dulcemente  por  el  vestido.  En- 
tonces entreabrió  los  ojos  y  se  levantó  apoyándose  en  el  codo.  Cuando 
se  víó  en  un  lecho  de  musgo,  rodeada  de  Enanos,  creyó  que  lo  que  veía 
era  un  sueño ;  se  frotó  los  ojos  para  abrirlos,  y  á  fm  de  recibir  en  lugar 
de  la  visión  fantástica,  la  luz  pura  que  todas  las  mañanas  penetraba  en 
su  azul  alcoba,  donde  creía  estar.  Porque  su  espíritu  engolfado  por  el 
sueño,  no  la  recordaba  la  aventura  del  lago.  Pero  apesar  de  restregarse 
los  ojos,  los  Enanos  no  salían,  y  le  fué  preciso  creer  que  eran  verdade- 
ros. Entonces,  paseando  sus  miradas  inquietas  por  la  floresta,  juntó  sus 
recuerdos  y  con  angustia  gritó : 

— ¡Jorge!  ¡mi  hermano  Jorge! 

Los  Enanos  se  acercaron  á  su  rededor,  y  ella  de  miedo  de  verlos,  se 
cubrió  el  rostro  con  las  manos. 

— Jorge !  Jorge !  ¿ dónde  está  mi  hermano  Jorge?  exclamó  sollozando. 

Los  Enanos  no  se  lo  dijeron  por  la  sencilla  razón  de  que  lo  ignora- 
ban. Y  ella  derramaba  vivas  lágrimas  llamando  á  su  madre  y  á  su  her- 
mano. 

Pau  tuvo  ganas  de  llorar  como  ella ;  pero  penetrado  del  deseo  de  con- 
solarla, le  dirigió  algunas  palabras  sin  sentido. 

— No  os  atormentéis,  le  dijo ;  sería  una  lástima  que  una  señorita  tan 
linda,  se  dañara  los  ojos  por  llorar.  Mejor  contadnos  vuestra  historia, 
que  no  dejará  de  ser  divertida.  Tendremos  mucho  gusto  en  oiría. 

No  lo  escuchó.  Se  levantó  y  quiso  huir.  Pero  sus  pies  inflamados  y 
desnudos,  le  causaron  un  dolor  tan  vivo,  que  cayó  sobre  sus  rodillas  so- 
llozando. Tad  la  sostuvo  en  los  brazos  y  Pau  le  besó  dulcemente  la  ma- 


ABEJA.  175 

no.  Fué  por  esto  por  lo  que  se  atrevió  á  mirarlos  y  vio  que  tenían  un 
aire  lleno  de  piedad.  Pie  le  pareció  un  ser  inspirado,  pero  inocente,  y, 
dándose  cuenta  de  que  todos  estos  pequeños  hombres  eran  muy  bené- 
volos, les  dijo : 

— Pequeños  hombres,  es  lástima  que  seáis  tan  feos;  pero  os  amaré 
lo  mismo,  si  me  dais  que  comer,  porque  tengo  hambre. 

—  ¡Bob! — exclamaron  á  la  vez  todos  los  Enanos; — id  a  buscar  co- 
mida! 

Y  Bob  partió  sobre  su  cuer\'o.  Todos  los  Enanos  resintieron  la  in- 
justicia que  cometía  la  niña  con  encontrarlos  feos.  Rug  estaba  muy 
colérico.  Pie  se  decía :  "  Esta  no  es  sino  una  niña,  y  no  vé  el  fuego  del 
genio  que  brilla  en  mis  miradas,  y  que  les  da  al  mismo  tiempo,  la  fuer- 
za que  aterra  y  la  gracia  que  encanta.''  Pau  pensaba:  ''Mejor  hubiera 
sido  no  despertar  á  esta  joven  señorita  que  nos  encuentra  feos. "  Pero 
Tad  dijo  sonriendo: 

—  Señorita,  nos  encontraréis  menos  feos,  cuando  nos  améis.mucho. 
A  estas  palabras,  Bob  reapareció  sobre  su  cuervo.  Llevaba  sobre  un 

plato  de  oro,  una  perdiz  asada,  con  un  pan  de  harina  flor  y  una  botella 
de  vino  de  Burdeos.  Depositó  la  comida  á  los  pies  de  Abeja,  haciendo 
un  número  incalculable  de  volteretas. 

Abeja  comió  y  dijo : 

— Pequeños  hombres,  vuestra  comida  está  muy  buena.  Me  llamo 
Abeja;  busquemos  á  mi  hermano  y  vamos  juntos  á  los  Clarides,  don- 
de mamá  nos  espera  con  mucha  inquietud. 

Pero  Dig,  que  era  un  buen  Enano,  manifestó  á  Abeja  que  estaba  in- 
capaz de  andar;  que  su  hermano  era  bastante  grande  para  no  estraviar- 
se ;  que  nada  le  podía  haber  sucedido  en  este  país  donde  los  animales 
feroces  habían  sido  destruidos.  Añadió: 

— Haremos  una  camilla,  la  cubriremos  con  un  pabellón  de  hojas  y 
de  musgo,  os  acostaremos,  os  llevaremos  asi  acostada  á  la  montaña,  y  os 
presentaremos  al  rey  de  los  Enanos,  como  lo  exige  la  costumbre  de  nues- 
tro pueblo. 

Todos  los  Enanos  aplaudieron.  Abej»  contempló  sus  pies  adoloridos 
y  guardó  silencio. 

Estaba  contenta  con  saber  que  no  había  animales  feroces  en  el  país. 
Por  lo  demás,  se  atenía  á  la  amistad  de  los  Enanos. 

Ya  ellos  construían  la  camilla.  Aquellos  que  se  habían  comprome- 
tido, cortaban  por  su  base,  á  grandes  golpes,  dos  jóvenes  sabinos. 


176  REVISTA  NACIONAL. 


Rug,  al  ver  esto,  insistió  en  su  idea. — ¿Si  en  lugar  de  una  camilla, 
dijo,  construyéramos  una  jaula? 

Pero  se  levantó  una  reprobación  unánime.  Tad  lo  miró  con  menos- 
precio, y  exclamó: 

—  Rug,  te  asemejas  más  á  un  hombre  que  á  un  Enano.  Pero  esto, 
al  menos,  tiene  el  honor  de  nuestra  raza:  que  el  más  malvado  de  los 
Enanos  es  también  el  más  bestia. 

No  obstante,  el  trabajo  se  proseguía.  Los  Enanos  saltaban  en  el  ai- 
re para  alcanzar  las  ramas  que  cortaban  al  vuelo,  y  con  las  cuales  for- 
maban hábilmente  un  asiento. 

Habiéndolo  cubierto  de  musgo  y  de  hojas,  hicieron  sentar  á  Abeja; 
después  lo  tomaron  á  la  vez  dos  cargadores  ¡  hé  I  se  lo  pusieron  sobre 
la  espalda  ¡hop!  y  siguieron  el  camino  hada  la  montaña  ¡hip! 


CAPÍTULO  X. 

QUE  RELATA  FIELMENTE  LA  ACOOmA  QUE   EL   RET   LOG   HIZO  A  ABEJA 

DE  LOS   CLARIDES. 

Subieron  por  un  camino  ruinoso  el  costado  del  bosque.  En  la  verdura 
gris,  los  encinos  enanos,  los  pedruzcos  de  granito,  estériles  y  enmohe- 
cidos, se  levantaban  aquí  y  allá,  y  la  montaña  rojiza,  con  sus  gargantas 
azuladas,  cerraba  el  áspero  paisaje. 

El  cortejo,  que  presidía  Bob,  sobre  su  montura  alada,  se  perdía  en  la 
hendedura  tapizada  de  zarzas.  Abeja  con  sus  cabellos  de  oro  esparcidos 
sobre  sus  espaldas,  semejábase  á  la  aurora  que  se  levanta  en  la  mon- 
taña, si  es  que  algunas  veces  la  aurora  se  asusta,  llama  á  su  madre  y 
trata  de  huir,  porque  la  niña  sintió  estas  tres  cosas,  cuando  percibió 
confusamente  á  los  Enanos,  terriblemente  armados  y  emboscados  en 
todas  las  fragosidades  de  la  roca.  El  arco  blandido  y  la  lanza  en  pre- 
vención, los  tenía  inmóbiles ;  y  los  largos  cuchillos  que  pendían  de  sus 
cinturas,  les  daban  un  aspecto  terrible.  La  caza  de  pelo  y  de  pluma  ya- 
cía á  sus  pies.  Pero  estos  cazadores,  á  no  verles  sino  el  rostro,  no  tenían 
el  aire  feroz ;  al  contrario,  parecían  dulces  y  graves  como  los  Enanos  de 
la  floresta,  á  quienes  se  parecían  mucho. 

De  pié,  en  medio  de  ellos,  estaba  un  Enano  lleno  de  migestad.  Lle- 
vaba en  la  oreja  una  pluma  de  gallo,  y  en  la  frente  una  diadema,  ador- 


ABEJA.  177 

nada  con  flores  de  enormes  piedras  preciosas.  Su  manto,  levantado  en 
la  espalda,  dejaba  ver  un  brazo  robusto,  cargado  de  pulseras  de  oro.  Un 
cuerno  de  marfil  y  de  plata  cincelada,  pendía  de  su  cintura.  Apoyaba 
la  mano  izquierda  sobre  su  lanza,  en  aptitud  de  la  fuerza  en  reposo,  y 
tenía  la  derecha  arriba  de  los  ojos,  para  mirar  del  lado  de  Abeja  y  de 
la  luz. 

—  Rey  Loe,  le  dijeron  los  Enanos  de  la  floresta,  te  traemos  á  la  her- 
mosa niña  que  hemos  encontrado :  se  llama  Abeja. 

— Habéis  hecho  bien,  dijo  el  rey  Loe.  Vivirá  entre  nosotros  como  lo 
exige  la  costumbre  de  los  Enanos. 

Después  aproximándose  á  Abeja: 

— Abeja,  le  dijo,  sed  bienvenida. 

Le  habló  con  dulzura,  porque  ya  sentía  amistad  por  ella.  Se  alzó  so- 
bre la  punta  de  los  pies  para  besar  la  mano  que  le  abandonaba,  y  le  ase- 
guró que  no  solamente  no  se  le  haría  ningún  mal,  sino  que  se  le  cum- 
plirían todos  sus  deseos,  cuando  necesitase  collares,  espejos,  lanas  de 
Cachemira  y  sedas  de  la  China. 

—  Quisiera  zapatos,  respondió  Abeja. 

Entonces  el  rey  Loe  tocó  con  su  lanza  el  disco  de  bronce,  que  esta- 
ba suspendido  en  la  pared  de  roca,  y  al  instante  se  vio  venir,  del  fondo 
de  la  caverna,  alguna  cosa  que  rodaba  como  bola.  Creció  esta,  y  des- 
cubrió la  figura  de  un  Enano,  que  recordaba  por  el  rostro,  los  rasgos 
que  los  pintores  dan  al  ilustre  Belisario ;  pero  cuyo  mandil  de  cuero, 
revelaba  que  era  un  zapatero. 

Era,  en  efecto,  el  jefe  de  los  zapateros. 

—  Truc,  le  dijo  el  rey,  escoged  en  nuestros  almacenes  el  cuero  más 
flexible,  tomad  telas  de  oro  y  plata,  pedid  al  guardián  de  mi  tesoro  mil 
perlas  de  la  mejor  agua,  y  componed  con  este  cuero,  estas  telas  y  estas 
perlas,  un  par  de  zapatos  para  la  joven  Abeja. 

Oídas  estas  palabras,  Truc  se  arrojó  á  los  pies  de  Abeja  y  le  tomó  me- 
dida con  exactitud.  Pero  ella  dijo : 

—  Pequeño  rey  Loe,  que  me  den  inmediatamente  los  bellos  zapatos 
que  me  habéis  prometido,  y  cuando  los  tenga,  volveré  á  los  Clarides 
con  mi  madre. 

— Tendréis  los  zapatos.  Abeja,  respondió  el  rey  Loe;  los  tendréis  pa- 
ra permanecer  en  la  montaña  y  no  para  volver  á  los  Clarides,  porque 
no  saldréis  más  de  este  reino,  donde  aprenderéis  bellos  secretos  que  no 
han  sido  descubiertos  sobre  la  tierra.  Los  Enanos  son  superiores  á  los 

B.N.-T.II-11 


180  REVISTA  NACIONAL. 


tretanto,  esa  gravedad  augusta  que  la  escultura  ha  dado  á  la  faz  de  los 
grandes  hombres  de  la  antigüedad. 

Nadie  estaba  ocioso  y  todos  se  entregaban  á  su  trabajo.  Cuarteles  en- 
teros resonaban  con  el  ruido  de  los  martillos ;  las  voces  desgarradoras 
de  las  máquinas  se  desvanecían  en  las  bóvedas  de  las  cavernas,  y  era 
un  curioso  espectáculo  ver  la  multitud  de  mineros,  herreros,  batidores 
de  oro,  lapidarios,  pulidores  de  diamantes,  manejar  con  destreza  el  pi- 
co, el  martillo,  la  tenaza  y  la  lima.  Pero  había  una  región  más  tran- 
quila. 

Ahí,  molduras  gruesas  y  fuertes,  pilares  informes,  salían  confusa- 
mente de  la  roca  bruta,  y  parecían  datar  de  una  antigüedad  venerable. 
Ahí,  un  palacio  con  puertas  bajas  extendía  sus  formas  pesadas:  era  el 
palacio  del  rey  Loe.  La  casa  de  Abeja  era  todo  lo  contrario,  casa  ó  más 
bien  casita  que  sólo  contenía  un  aposento,  el  cual  estaba  tapizado  de 
muselina  blanca.  Los  muebles  de  sabino  sentaban  bien  en  aquella  al- 
coba. Una  hendedura  de  la  roca  dejaba  penetrar  la  luz  del  cielo  y,  en 
las  tranquilas  noches,  se  veían  las  estrellas. 

Abeja  no  tenía  criados  titulados ;  pero  todo  el  pueblo  de  los  Enanos 
se  disputaba,  á  porfía,  el  proveer  á  sus  necesidades  y  el  cumplir  todos 
sus  deseos,  menos  aquel  de  volverla  á  la  tierra. 

Los  más  sabios  Enanos,  que  poseían  grandes  secretos,  se  complacían 
en  instruirla,  no  con  libros,  porque  los  Enanos  no  escriben,  pero  sí  en- 
señándole todas  las  plantas  de  los  montes  y  de  las  llanuras,  las  espe- 
cies diversas  de  animales  y  las  variadas  piedras  que  extraían  del  seno 
de  la  tierra.  Con  ejemplos  y  con  espectáculos  era  como  le  enseñaban, 
con  una  alegría  inocente,  las  curiosidades  de  la  naturaleza  y  los  proce- 
dimientos de  las  artes. 

Hacían  tales  juguetes,  como  nunca  los  han  tenido  los  niños  de  los 
ricos  de  la  tierra.  Porque  estos  Enanos  son  industriosos  é  inventan 
máquinas  admirables.  Fué  así  como  construyeron  para  ella,  muñecas 
que  sabían  moverse  con  gracia  y  expresarse  según  las  reglas  de  la  poe- 
sía. Cuando  se  les  juntaba  sobre  un  pequeño  teatro,  cuya  escena  repre- 
sentaba la  rivera  de  los  mares,  el  cielo  azul,  los  palacios  y  los  templos, 
ejecutaban  las  más  interesantes  acciones.  A  pesar  de  que  no  median 
más  que  un  brazo  de  altura,  semejábanse  exactamente  unas  á  ancia- 
nos respetables,  otras  á  hombres  en  la  fuerza  de  la  edad,  ó  á  bellas  jó- 
venes vestidas  con  blancos  trajes.  Había  también,  entre  ellas,  madres 
que  estrechaban  contra  su  seno  á  sus  hijitos  inocentes.  Y  estas  elocuen- 


i 


EN  EL  jardín.  181 


tes  muñecas  se  expresaban  y  se  movían  en  la  escena,  como  si  estuvie- 
ran agitadas  por  el  odio,  el  amor  ó  la  ambición.  Pasaban  hábilmente 
del  gozo'al  dolor,  é  imitaban  átal  grado  la  naturaleza,  que  provocaban  la 
sonrisa  ó  arrancaban  lágrimas  de  los  ojos.  Abeja  aplaudía  este  espec- 
táculo. Las  mufiecas  propensas  á  la  tiranía  le  causaban  horror.  Tenía, 
al  contrario,  tesoros  de  piedad,  para  la  muñeca,  que  princesa  ayer,  hoy 
viuda  y  cautiva,  la  cabeza  ceñida  con  ciprés,  no  contaba  más  recurso 
para  salvar  la  vida  de  su  hijo  ¡  ay !  que  casarse  con  el  bárbaro  que  la 
había  dejado  viuda. 

Abeja  no  se  cansaba  de  este  juego  que  las  muñecas  variaban  hasta 
el  infínito.  Los  Enanos  le  daban  también  conciertos  y  le  enseñaban  á 
tocar  el  laúd,  la  viola  del  amor,  la  lira  y  otros  instrumentos  diversos. 
De  suerte,  que  llegó  á  saber  bien  la  música,  y  las  acciones  representa- 
das en  el  teatro  por  las  muñecas  le  comunicaron  la  experiencia  de  los 
hombres  y  de  la  vida.  El  Fey  Loe  asistía  á  las  representaciones  y  á  los 
conciertos ;  pero  sólo  veía  y  escuchaba  á  Abeja,  á  quien  había  consa- 
grado todo  su  corazón. 

Trascurrieron  sin  embargo  los  días  y  los  meses ;  cumplieron  su  cur- 
so los  años,  y  Abeja  permaneció  entre  los  Enanos,  sin  cesar  de  diver- 
tirse;  pero  siempre  llena  de  recuerdos  por  la  tierra.  Llegó  á  ser  una 
joven  muy  hermosa.  Su  extraño  destierro  le  dio  algo  de  particular  á 
su  fisonomía,  que  la  hizo  más  apacible. 

Anatole  Frange. 

[Coniinuará,] 


EN  EL  JABDIN. 


CANTO  PRIMERO. 


28— Considérate  mía  agri 

quomodd  crescont :  non  laborant, 
ñeque  nent. 

Dico  autem  vobis,  quonlam  neo  Sa- 
lomón In  omnl  glorlA  8U&  coopeituB 
est  slcut  onom  ex  LbUs. 

San  Mateo,  cap,  VI, 


Era  en  el  mes  de  Mayo :  el  sol  caía 
de  colores  y  fuego  haciendo  alarde, 


182  REVISTA  NACIONAL. 


y  al  morir  tras  la  vasta  serranía 
juntaba  el  esplendor  del  nuevo  día 
á  las  hondas  tristezas  de  la  tarde. 

Por  las  llanuras  y  en  las  verdes  lomas 
blanqueaba  el  risuefio  caserío 
como  nivea  bandada  de  palomas 
posadas  en  las  márgenes  del  río. 

La  brisa  de  la  noche,  tibia  y  leda 
cruzaba  el  valle  deshojando  rosas, 
repitiendo  en  las  cafias  rumorosas 
el  plácido  gemir  de  la  arboleda. 

Seguida  del  pastor  la  grey  balante 
bajaba  en  busca  del  redil  vecino, 
y  atrevida  y  tenaz  el  ave  errante 
atajaba  al  viandante, 
revolando  á  la  vera  del  camino. 

El  pueblo,  de  las  sombras  ya  despierto, 
descendía  del  bosque  centenario 
y  el  campanil  del  rdstico  santuario 
con  plañidera  voz  tocaba  á  muerto. 

De  la  casa  cural  frente  al  sencillo 
y  florido  jardín,  que  perfumaban 
en  grata  unión  jazmines  y  tomillo, 
un  viejo  y  una  nifía  conversaban. 

Él  cariñoso,  pensativo  y  grave ; 
ella  con  seductora  ligereza ; 
¡  ella  empieza  á  vivir  y  nada  sabe ! 
¡  él  sabe  todo  y  á  olvidarlo  empieza ! 

Dulce  y  atento  el  bondadoso  cura, 
olvidando  la  mística  lectura, 
escuchaba  el  charlar  de  la  chicuela 
gozando  al  ver  en  la  mirada  pura 
de  aquellos  ojos,  que  á  la  flor  del  lino 
robaron  su  color,  el  peregrino 
claro  fulgor  que  la  virtud  revela. 
—  Procura  ser  amable — le  decía — 

dentro  de  poco  vestirás  de  largo 

¿ríes? pues  haste  cargo 


^ 


EN  EL  jardín.  188 


de  que  tienes  trece  afios,  hija  mía, 

eres  ya  una  mujer y  es  necesario 

que  aprendas  pronto  á  gobernar  la  casa 

y  ya  ves  lo  que  pasa 

¡ñifla I  ¡que  me  deshojas  el  breviario! 
— ¿Que  vestiré  de  largo?  ¡quién  lo  duda! 
y  que  me  compraréis  trajes  mejores : 

uno  rosa,  otro  azul,  de  mil  colores 

¡  Negros  ya  nó ;  porque  parezco  viudal 
— ¿Y  quién  te  ha  dicho  tal? 

— Clara  y  Lucia: 
y  Carmela  me  dijo  el  otro  día, 
porque  no  quise  darle  imas  madejas, 
que  me  prestabais  las  sotanas  viejas 
y  con  sotanas  viejas  me  vestía. 
— No  te  apenes,  chiquilla,  con  ternura 

y  con  cariflo  su  maldad  corrige 

¿qué  respondiste  tú? 

— Pues  yo  les  dije: 
que  tenéis  una  sola,  seflor  cura! 

¿Qué  no  me  apene? de  dolor  me  lleno, 

y  sufro  mucho,  y  mi  tormento  crece 
cuando  veo  á  Carmela  que  parece 

un  figurín ¡pues  vaya  si  me  apeno! 

— No  te  aflijas,  chiquilla: 
mira  que  me  torturas  con  tu  pena, 
y  una  muchacha  como  tú,  tan  buena, 
debe  vestir  así,  siempre  sencilla. 

— Yo,  señor,  me  conformo pero  veo 

que  me  desprecian  y  me  llaman  viuda 

— ¿No  es  nuevo  este  vestido? — Sí,  sin  duda, 
es  nuevo,  si  sefior,  pero  es  muy  feo. 
— Con  humildad  y  con  paciencia  mira 
la  zafia  de  esas  niñas  imprudentes ; 
diles  que  vas  de  luto  y  que  las  gentes 
del  pueblo  saben  bien  que  no  es  mentira. 
— Me  aborrecen,  me  tratan  de  tal  modo 
que  es  mi  vida  una  vida  de  amargura 


18Í  REVIbTA  NACIONAL. 


¡  ya  no  puedo  sufrirlas,  señor  cura ! 
¡  que  me  llaman  urraca  por  apodo ! 

¡aquello  es  un  suplicio  continuado! 

¡es  imposible  ya  vivir  tranquila! — 

El  santo  sacerdote  acongojado 
abrazaba,  llorando  á  su  pupila. 
Con  infantil  pureza 
reclinó  la  chiquilla  su  cabeza 
del  noble  anciano  sobre  el  pecho  amigo ; 
en  lágrimas  bañada  sonreía, 
y  su  rostro  encendido  parecía 
el  ababol,  presente  de  la  aurora, 
que  entre  los  surcos  del  dorado  trigo 
deja  caer  la  triste  espigadora. 
— Ven  conmigo  y  no  llores: 
Dios  á  todo  pesar  brinda  consuelo, 
y  como  habla  en  los  vividos  fulgores 
que  incendian  ese  cielo, 
suele  también  hablamos  en  las  flores. 

Estrellas  mil  en  gigantesca  gama 
pregonan  su  grandeza  en  el  vacío, 
y  en  la  brizna,  en  el  nido,  en  cada  rama 
canta  una  voz  su  eterno  poderío. 

Él  sociega  la  furia  de  los  mares, 
la  blanca  bruma  del  torrente  irisa, 
y  hace  cantar  á  la  nocturna  brisa 
un  idilio  de  amor  en  los  palmares. 

Él  cuida  de  la  endeble  trepadora 
que  al  viejo  tronco  del  sauz  se  agarra, 
da  luz  á  la  lucerna  voladora, 
miel  á  la  abeja  y  canto  á  la  cigarra. 

Grana  la  mies  que  en  el  feraz  planío 
en  alas  de  oro  se  revuelve  inquieta, 
desata  el  arroyuelo  para  el  río, 
y  corona  la  tímida  violeta 
con  brillante  diadema  de  rocío.  — 

El  pensativo  anciano 
con  noble  majestad  alzó  la  frente 


EN  EL  jardín.  185 


y  como  un  lazarillOi  de  la  mano 
llevó  á  la  niña  al  borde  de  la  fuente. 

Junto  al  raudal  que  lo  besaba  al  paso, 
soberbio  con  su  agreste  gallardía, 
un  lirio  de  los  valles  entreabría 
su  corona  magnífíca  de  raso. 

Haciendo  corte  al  rey  de  la  llanura, 
bajo  el  espido  muro  de  la  enea, 
columpiaba  indolente  la  ninfea 
sus  estrellas  de  nítida  blancura. 

Y  bañada  en  la  luz  esplendorosa 
del  sol  occiduo  que  incendiaba  el  cielo 
ostentaba  la  flor  de  oro  y  de  rosa 
cual  regio  manto  suntuoso  velo. 

Acercóse  á  la  fuente  el  buen  anciano 
y  apartando  los  juncos  con  la  mano 
y  mostrando  la  flor  á  la  chiquilla 
exclamó  con  acento  soberano : 
— Mira  ¡qué  hermosa  flor!  ¡qué  maravilla! 
ni  el  mismo  Salomón  en  su  realeza 
tuvo  tan  rica  veste 
como  esta  flor  de  rústica  belleza, 
que  olvidada  y  oculta  en  la  maleza 
luce  en  sus  galas  el  fulgor  celeste ; 
no  labra  randas  en  preciado  lino, 
ni  teje  seda  y  oro, 
su  manto  real  es  un  tesoro 
de  las  bondades  del  poder  divino. 

Oye  á  esas  niñas  con  paciente  calma, 
y  otras  galas  más  ricas  ambiciona, 
que  el  Dios  de  las  violetas  á  tu  alma 
otorgará  magnífíca  corona. 

— Sí,  mas  tened  en  cuenta — la  chicuela 

contestó  contrariada — 

— ^¿Qué  hija  mía? — 
— Que  la  modesta  flor  no  va  á  la  escuela 
ni  sufre  los  agravios  de  Carmela 
ni  la  burla  implacable  de  Lucía. 


186  REVISTA  NACIONAL. 


Decidme,  señor  cura: 

¿porqué  el  Señor  tan  justo  y  providente 

al  decorar  con  nítida  blancura 

el  lirio  de  la  fuente, 

dio  al  jilguero  tan  negra  vestidura  ? 

padre  mío,  decid :  ¿  porqué  la  vida 

para  Carmen  es  bella  y  venturosa 

y  ella  es  rica  y  dichosa 

y  yo  soy  pobre  y  vivo  entristecida ?-n- 

Quedó  el  cura  aturdido. 

con  aquellos  conceptos  tan  extraños 

¡qué  preguntar  aquel  tan  atrevido! 
¡si  era  una  volteriana  dé  trece  años! 

El  anciano  con  triste  desconsuelo, 
como  buscando  á  Dios,  fijó  los  ojos 
en  la  cohorte  de  celajes  rojos 
que  esmaltaba  los  términos  del  cielo ; 
y  como  si  al  oído  recibiera 
docto  consejo  de  la  errante  brisa, 
con  infantil  sonrisa 
á  la  huérfana  habló  de  esta  manera : 
— No  lo  sé;  pero  Dios  es  justo  y  sabio; 
reparte  por  igual  bienes  ó  males 

y  da  lo  que  conviene  á  los  mortales 

¡no  hagamos  nunca  á  su  bondad  agravio! 
olvida  de  esas  niñas  los  rencores ; 

que  así  te  quiero  yo,  que  así  te  quiero 

tendrás  trajes  mejores, 

y  coronado  de  silvestres  flores, 

cesto  de  lirios,  seductor  sombrero. — 

—  ¡Gracias I — Clamó  la  niña  con  terneza, 
reclinando  gozosa  la  cabeza 
en  el  amante  pecho  de  su  amigo ; 
el  anciano  lloraba  de  alegría 
y  su  frente  inclinada  parecía 
copo  de  nieve  sobre  rubio  trigo. 


EN  EL  JARDÍN.  187 


En  un  rincón  del  estrellado  cielo 
aun  brillaba  del  sol  la  luz  de  grana, 
y  á  la  oración  llamaba  la  campana, 
brindando  paz  y  bienhechor  consuelo. 


CANTO  SEGUNDO. 


Y  por  otra  parte  tampoco  es  po> 
sible  satisíiftcer  á  todos. 

Imit€i<Mn  de  Cristo. 


Mirando  la  corriente  fugitiva 
que  gárrula  cantaba  en  la  espesura, 
pensaba  gravemente  el  señor  cura 
que  la  mayor  virtud  es  relativa. 

Que  en  verdad  nada  vale  la  riqueza; 
que  el  oro  es  cieno  y  despreciable  escoria; 
y  que  no  todos  por  ganar  la  gloria 
han  de  comer  el  pan  de  la  pobreza. 
Que  si  el  Señor  no  dio  rico  vestido 
del  bosque  á  los  nocturnos  trovadores 
(que  envidia  son  de  célebres  tenores) 
les  dio  cantar  sabroso  y  no  aprendido 
y  en  cambio  de  su  estúpido  graznido 
vistió  al  pavón  de  espléndidos  colores. 

Sabia  compensación  en  todo  advierto : 
vive  el  armiño  en  medio  de  la  nieve, 
y  la  palmera  del  oasis  bebe 
el  abrasado  soplo  del  desierto. 

La  pobre  huerfanilla 

con  sus  galas  se  tiene  por  dichosa 

¿porqué  la  multitud  se  maravilla 
de  verla  tan  alegre  y  tan  hermosa? 
Ayer  era  la  viuda, 

y  hoy  pasmadas  están  de  su  belleza; 
más  contra  la  maldad  nada  la  escuda 
y  dicen  que  parece  una  marquesa. 


188  REVISTA  NACIONAL. 


Y  dicen ¿quién  da  oído 

á  las  murmuraciones  de  la  gente  ? 
¡  es  la  murmuración  como  serpiente 
que  acecha  á  los  polluelos  en  el  nido ! 

Así  filosofaba  el  buen  anciano, 
presa  de  singular  melancolía, 
mientras  con  débil,  distraída  mano 
deshojaba  un  capullo  que  se  abría 
ebrio  de  vida  en  el  rosal  cercano. 

Era  la  siesta :  en  la  enramada  umbrosa 
de  aquella  larga  y  plácida  arboleda 
la  araña  diligente  y  afanosa 
tramaba  cautelosa 
su  tenue  malla  de  invisible  seda. 

El  cura  con  mirada  dolorida 
la  miró  y  exclamó:  —  jAsí  es  la  vida! 
¡  por  doquiera  maldad !  ¡  doquiera  muerte ! 
¡  siempre  la  eterna  lucha  aborrecida ! 
¡  siempre  el  débil  vencido  por  el  fuerte ! 

De  pronto  oyó  á  su  espalda, 
con  rumores  de  brisa  y  de  aleteo, 
doliente  acongojado  lloriqueo 
y  el  poético  roce  de  una  falda. 
Era  la  huerfanilla.  i  Cuan  hermosa ! 
¡qué  deslumbrante  en  su  infantil  belleza! 
¡qué  elegante,  qué  llena  de  tristeza! 
mísera  juventud  i  y  cuan  llorosa ! 

— ¿Quién  turba  tu  alegría? — 
abrazándola  dijo:  —  ¡Qué  te  apena! 
¿porqué  lloras  así?  Dime  quién  llena 
tu  dicha  de  amarguras,  hija  mía!  — 

La  huérfana  lloraba, 
y  con  el  brazo  trémulo  ocultaba 
de  sus  tempranas  lágrimas  el  brillo. 
Así  en  la  débil  rama 
en  negra  noche,  cuando  el  viento  brama, 
con  el  ala  se  cubre  el  pajarillo. 
— ¿Qué  tienes,  pobre  ñifla? 


EN  EL  jardín.  1S9 


acaso  alguna  riña 

con  esa  Carmelita  tan  traviesa 

dime,  por  Dios,  qué  pasa, 

que  tu  llorar  el  corazón  me  abrasa ; 

vamos  á  ver,  ¿qué  tiene  la  marquesa? 

—  ¿Y  vos  también,  señor?  ¡Eso  no  es  justo! 
¿qué  falta  he  cometido? 

¿es  pecado  llevar  este  vestido, 
para  que  asi  me  cause  tal  disgusto? 

Si  oyerais  lo  que  dicen esa  anciana 

á  quien  dais  vuestro  pan  cada  mañana, 

y  con  quien  soy  amable  y  cariñosa, 

me  dijo,  entre  irritada  y  quejumbrosa, 

que  soy  una  muchacha  casquivana ; 

que  todo  el  mundo,  y  con  razón,  murmura 

que  dilapido  yo  vuestros  dineros ; 

que  no  cuadra  en  la  huérfana  de  un  cura 

tanto  lujo  de  trajes  y  sombreros ; 

que  cuanto  yo,  en  un  día, 

sé  malgastar  en  sedas  y  cintajos, 

la  salvaba  de  penas  y  trabajos 

y  á  socorrer  cien  pobres  bastaría ; 

que  esperaba  que  pronto,  con  dureza 

severo  el  Arzobispo  os  castigara, 

pues  si  en  el  pueblo  la  miseria  es  rara 

no  falta  la  pobreza ; 

que  fuera  yo  modesta  desde  niña, 

pues  la  modestia  es  llave  de  la  Gloria 

que  debíais  recordar no  sé  qué  historia 

(que  no  entendí) de  un  bronce  que  retiña. 

La  pobre  huerfanita  sollozaba 
en  brazos  del  anciano  cariñoso, 
mientras  éste,  sombrío  y  silencioso, 
con  paternal  amor  la  acariciaba. 

—  ¡A  traición  y  con  dolo  te  han  herido!  — 
el  párroco  exclamó  con  voz  quejosa — 

¡  así  logra  la  sierpe  ponzoñosa 
sorprender  á  la  tórtola  en  el  nido! 


190  REVISTA  NACIONAL. 

Recobra  tu  alegría ; 

contra  tanta  maldad  mi  fé  te  escuda 

— Volveré  á  ser  la  viuda 

volveré  á  ser  la  urraca 

— No  hija  mía: 
quien  dio  al  brillante  colibrí  sus  alas, 
y  regio  manto  al  lirio  de  la  fuente, 
y  blondos  rizos  á  tu  pura  frente, 
á  tu  risueña  juventud  dio  galas. 

Tendrá  pan  la  pobreza 
porque  el  Señor  es  justo  y  bondadoso.... 
y  ese  mundo  envidioso 
que  te  siga  llamando  la  marquesa; 
no  es  fácil  en  la  vida  transitoria 

á  todos  agradar ¡tal  es  la  suerte! 

este  es  un  mundo  de  combate  y  muerte 
y  la  felicidad  está  en  la  Gloria. 

Sé  buena  y  compasiva; 
ampara  al  pobre  y  su  dolor  consuela ; 
y  perdona  las  burlas  de  Carmela, 
y  socorre  á  esa  anciana  mientras  viva. 
Por  igual  á  los  míseros  mortales 
con  mano  providente 
reparte  Dios  los  bienes  y  los  males : 
embelleció  los  lirios  de  la  fuente, 
más  los  hizo  crecer  entre  juncales. 

Corona  de  brillante  pedrería 

rosa  gentil  y  tímida  violeta 

¿has  pensado,  chiquilla,  qué  sería 
un  gilguero  vestido  de  etiqueta? 

Por  la  voz  de  su  amigo  consolada 
rompió  la  niña  en  loca  carcajada, 
el  cura  la  miraba  enternecido, 
y  en  sus  cabellos  niveos  irradiaba 
el  resplandor  del  cielo  prometido. 

Entretanto,  á  la  orilla  de  la  fuente, 
cuya  rauda  corriente 


DOCUMENTO  PARA  LA  HISTORIA  DE  TARASCO.  191 


deshojaba  nenúfares  al  paso, 
soberbio  con  su  agreste  gallardía, 
un  nuevo  lirio  majestuoso  abría 
su  corola  magnífica  de  raso. 


Rafael  Delgado. 


Orlzaba,  18S9. 


DOCUMENTO  PARA  LA  HISTORIA  DE  TABASCO. 


Información  que  mandó  ha^er  en  el  año  de  1855  el  Oobemador  dé  Tabas- 
cOf  D,  Manuel  María  Escobar ^  sobre  la  autenticidad  de  una  imagen 
que  se  suponía  era  la  misma  que  los  primeros  conquistadores  dejaron 
á  los  indios  de  aquella  comarca. 

Un  sello  que  dice:  Ministerio  de  Fomento,  Colonización,  Industria 
y  Comercio  de  la  República  Mexicana.  —  Sección  1» — El  Gobierno  de 
Tabasco  participó  á  esta  Secretaria  liaber  descubierto  la  misma  Imagen 
que  el  conquistador  Juan  de  Grijalva  trajo  á  esta  República,  y  ante  cu- 
ya Imagen,  venerada  por  los  españoles  bajo  la  advocación  de  nuestra 
Señora  de  la  Victoria,  se  celebró  la  primera  misa  en  el  pueblo  antes  co- 
nocido con  ese  nombre,  hoy  Villa  de  Guadalupe  de  la  Frontera ;  poste- 
riormente remitió  copia  de  la  información  recibida  ante  la  jurisdicción 
eclesiástica,  que  acredita  la  identidad  de  la  referida  Imagen,  y,  como  la 
introducción  de  ésta  á  Tabasco  y  la  celebración  ante  ella  de  la  prime- 
ra misa  son  hechos  tan  enlazados  con  la  historia  de  aquel  Estado  y  con 
el  nacimiento  de  la  religión  y  de  la  civilización  en  él,  he  creído  que 
siendo  asuntos  tan  interesantes  son  dignos  de  conservarse  en  el  archi- 
vo de  ese  Museo  para  perpetuar  la  memoria  de  ellos  y  al  efecto  acom- 
paño á  vd.  copia  del  expediente  recibido  del  Gobierno  del  referido  Es- 
tado.— Dios  y  Libertad.  México,  Enero  21  de  1856. — SUiceo. — Su 
rúbrica. — Al  señor  Director  del  Museo  Nacional. 

República  Mexicana. — Gobierno  superior  del  Departamento  de  Ta- 
basco.— Núm.  52. — E.  S. — Según  tuve  el  honor  de  participar  á  V.  E. 
en  su  oportunidad,  había  descubierto  y  encontrado  la  misma  Imagen 


192  REVISTA  NACIONAL 


que  el  conquistador  Juan  de  Grijalva  trajo  á  estos  lugares  al  verificar- 
se su  conquista,  y  ante  cuya  Imagen,  venerada  por  los  españoles  bajo 
la  advocación  de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria,  se  celebró  la  primera 
misa  en  el  pueblo  antes  conocido  por  este  nombre,  hoy  Villa  de  Guada- 
lupe de  la  Frontera.  Hoy,  según  entonces  ofrecí,  le  acompaño,  para  co- 
nocimiento del  Supremo  Gobierno,  el  expediente  de  la  información  co- 
rrida por  ante  la  jurisdicción  eclesiástica,  que  consideró  más  á  propósi- 
to y  con  mejores  datos,  luces  y  antecedentes  para  acreditar  la  identídad 
de  la  referida  Imagen ;  la  que  en  efecto  se  encuentra  comprobada,  co- 
mo se  verá  por  el  examen  del  expediente.  Gomo  la  introducción  de  la 
referida  Imagen  y  la  celebración  ante  ella  de  la  primera  misa,  son  he- 
chos tan  enlazados  en  la  historia  de  Tabasco,  y  con  la  introducción  de 
la  religión  y  de  la  civilización  en  él,  he  creído  que  este  descubrimien- 
to podría  ser  interesante,  así  como  la  información,  para  los  fines  que 
S.  A.  S.,  á  quien  suplico  á  V.  E.  dé  cuenta,  se  sirva  disponer.  —  Dios  y 
Libertad.  Santa  Anita  de  Tabasco,  Agosto  20  de  1855. — Manuel  Ma- 
ría Escobar.  —  Exmo.  Sr.  Ministro  de  Estado  y  del  Despacho  de  Fo- 
mento, Colonización,  Industria  y  Comercio  de  la  República. — México. 
República  Mexicana. — Vicaría  Incápite  y  Juzgado  Eclesiástico  del 
Departamento  de  Tabasco.  —  E.  S.  —  Tengo  el  honor  de  acompañar  á 
V.  E.  la  información  instruida  en  esta  Vicaría  á  virtud  de  la  muy  esti- 
mada nota  de  V.  E.  de  14  de  Abril  anterior  acerca  de  la  antigüedad  de 
la  Santa  Imagen  de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria,  que  S.  E.  se  dignó 
mandar  recoger  de  poder  del  pintor  D.  Manuel  Ramos,  de  Cunduacán ; 
y  resultando  del  tenor  de  dicha  información  que  la  enunciada  Imagen 
data  su  origen  á  no  poderse  dudar  de  la  remota  época  de  la  conquista 
y  es  un  monumento  sumamente  interesante  de  su  historia,  y  del  glo- 
rioso principio  de  la  fé  católica  en  nuestra  América,  me  cabe  la  com- 
placencia de  felicitar  á  V.  E.  que  tanto  deseaba  esta  aclaración  de  la  pro- 
cedencia original  de  la  citada  Efigie,  para  que  tenga  la  estimación  y  se 
le  mire  con  la  importancia  que  merece,  y  en  cuya  virtud  no  dudo  que 
V.  E.  dispondrá  lo  más  conveniente  acerca  de  ella  para  la  continuación 
de  sus  cultos,  como  de  la  pertenencia  de  este  país  y  su  parroquia,  don- 
de ha  sido  venerada  desde  tiempo  inmemorial,  y  que  podrá  serlo  de 
nuevo  con  la  poderosa  cooperación  de  V.  E.  y  la  influencia  de  su  auto- 
ridad superior,  que  constantemente  se  ha  encaminado  al  aumento  y  me- 
jora de  la  religión  y  la  moral  desde  el  feliz  principio  de  su  digno  Go- 
bierno en  Tabasco.  Con  tal  oportunidad  tengo  la  honra  de  reiterar  áV. 


DOCUMENTO  PARA  LA  HISTORIA  DE  TARASCO.  198 

E.  mi  distinguida  consideración  y  respeto. — Dios  y  Libertad,  San  Juan 
Bautista,  Agosto  10  de  1855. — José  Marta  Sastre, —  E.  S.  Gobernador 
y  Comandante  general  de  este  Departamento. 

República  Mexicana.  —  Gobierno  Superior  del  Departamento  de  Ta- 
basco.  —  Ha  llegado  á  conocimiento  de  este  Gobierno  que  una  imagen 
conocida  bajo  la  advocación  de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria,  que  an- 
tes existía  en  la  Villa  de  Gunduacán  en  poder  de  D.  Manuel  Ramos,  fué 
la  primera  que  el  conquistador  Grijalva  trajo  á  este  Departamento  y  co- 
locó en  San  Fernando  de  la  Victoria,  que  es  hoy  la  Villa  de  Guadalu- 
pe de  la  Frontera.  Como  esta  imagen,  sentada  la  procedencia  que  se  le 
atribuye,  es  un  monumento  histórico  del  país,  de  sumo  interés  é  im- 
portancia, y  como  el  venerable  clero  de  este  Departamento  es  el  que 
debe  estar  más  instruido  de  estos  asuntos,  suplico  á  V.  S.  se  digne  man- 
dar practicar  la  información  corl-espondiente  para  acreditar  debidamen- 
te el  origen  de  la  referida  imagen,  dignándose  dar  cuenta  á  este  Gobier- 
no del  resultado  de  la  precitada  información.  No  he  menester  excitar 
el  celo  de  V.  S.  para  el  completo  esclarecimiento  de  esta  tradición,  por- 
que estoy  persuadido,  de  que  conociendo  su  importancia,  pondrá  cuan- 
tos medios  estén  de  su  parte  para  la  competente  averiguación.  —  Dios 
y  Libertad.  San  Juan  Bautista,  Abril  14  de  1855.  —  Manuel  María  Es- 
cobar.—  Sr.  Vicario  in  capite  de  este  Departamento. 

Sello  quinto.  —  Medio  real.  —  Aflos  de  mil  ochocientos  cincuenta  y 
cuatro  y  mil  ochocientos  cincuenta  y  cinco.  —  Vicaría  in  capite  de  Ta- 
basco.  —  San  Juan  Bautista,  Abril  16  de  1855.  —  Vista  la  superior  no- 
ta que  antecede  del  E.  S.  Gobernador  y  Comandante  general  de  este  De- 
partamento, General  D.  Manuel  María  Escobar,  contraída  á  que  por  es- 
ta Vicaría  in  capiie  y  Juzgado  eclesiástico  se  instruya  una  información 
jurídica  para  que  se  compruebe  la  identidad  de  la  Santa  imagen  de  la 
Santísima  Virgen  que  S.  E.  ha  recogido,  de  ser  la  misma  que  los  con- 
quistadores trajeron  á  este  país :  en  su  virtud  hágase  como  S.  E.  desea 
y  encarga,  y  al  efecto  pase  éste  á  informe  del  M.  R.  P.  F.  Eduardo  Mon- 
eada que,  como  eclesiástico  que  hace  algunos  afjos  que  vive  en  esta  ciu- 
dad ocupado  en  el  servicio  de  esta  parroquia,  exponga  lo  que  sepa  y  le 
conste  acerca  de  dicha  imagen  con  lo  demás  en  que  se  pueda  fundar  su 
antiguo  origen ;  y  del  mismo  modo  tome  su  declaración  en  forma  á  las 
demás  personas  de  edad  é  inteligencia  que  conservan  en  ésta,  memo- 
rias tradicionales  que  esclarezcan  la  verídica  y  positiva  identidad  de  la 
expresada  imagen  de  la  Santísima  Virgen  con  el  nombre  de  Nuestra 

B. «.— T.  11-13 


IW  REVISTA  NACIONAL. 


Señora  de  la  Victoria.  Y  fecho  que  sea  se  proveerá  en  lo  demás. — Jó- 
se María  Sastre, — José  Felipe  Gómez,  —  Notario  eclesiástico. — Nota 
que  por  haber  tenido  que  salir  de  esta  capital  el  señor  Vicario  á  dili- 
gencias de  su  empleo  á  otros  puntos  del  Departamento,  y  otras  ocupa- 
ciones urgentes  ocurridas  en  la  Vicaría,  se  paralizó  el  curso  de  estas 
diligencias,  y  con  esta  fecha  dispone  S.  S.  se  les  dé  curso,  en  cuya  vir- 
tud las  entrego  al  M.  R.  P.  F.  Eduardo  Moneada  para  que  evacúe  el  in- 
forme que  se  le  pide. — San  Juan  Bautista,  Julio  14  de  1855. —  Oómez. 
Sr.  Vicario  In  capite. — Cumpliendo  con  lo  que  V.  S.  dispone  en  su 
superior  auto  precedente,  de  que  informe  sobre  lo  que  sepa  y  me  cons- 
te de  la  Santa  imagen  de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria,  y  en  lo  que  se 
pueda  fundar  la  verdad  de  su  antiguo  origen,  paso  á  verificarlo  con  par- 
ticular complacencia,  porque  estoy  satisfecho  y  convencido  de  que  en  es- 
to ha  venido  á  revelarse  muy  oportunaihente  y  con  la  claridad  que  pu- 
diera desearse,  un  monumento  tradicional  é  histórico,  muy  importan- 
te al  recuerdo  y  comprobación  de  los  acontecimientos  del  país,  de  gran- 
de interés  á  los  amantes  de  la  religión  y  de  la  devoción  á  la  siempre 
Virgen  y  Madre  de  Dios :  monumento  preciosísimo  que  iba  ya  á  pere- 
cer, y  el  que  de  su  ruina,  desprecio  y  olvido,  lo  ha  librado  y  sacado  nues- 
tro muy  digno  Exmo.  Sr.  Gobernador  y  Comandante  general  D.  Manuel 
María  Escobar,  quien  con  su  acostumbrada  y  profunda  penetración,  á 
la  primera  noticia  que  se  le  dio,  concibió  una  clara  idea  de  lo  que  de- 
bía ser,  y  es  en  efecto  esta  imagen ;  la  recogió  con  un  amor  religioso  y 
un  interés  patriótico,  y  desea  la  segura  comprobación  de  su  apreciable 
origen,  sin  duda  para  que  tenga  en  lo  sucesivo,  el  rango,  el  decoro  y 
aprecio  que  merece,  y  que  á  todos  conste  su  como  prodigiosa  existen- 
cia, sobreviniendo  á  tantas  vicisitudes,  y  al  período  de  más  de  tres  si- 
glos. Por  lo  tanto,  á  pesar  de  mi  notoria  insuficiencia,  me  esforzaré  en 
este  breve  informe  en  exponer  á  V.  S.  el  estado  en  que  conocí  dicha 
imagen ;  la  tradición  que  de  ella  había  en  ésta,  y  los  rasgos  históricos 
que  igualmente  se  encuentran  de  ella,  todo  lo  que  en  mi  pobre  concep- 
to exime  de  toda  cuestión  ó  duda  este  monumento.  El  año  de  1830  vi- 
ne á  esta  ciudad  destinado  al  servicio  de  la  parroquia  en  calidad  de  Te- 
niente de  Cura,  y  luego  que  me  encargué  de  mi  destino,  conocí  la  cita- 
da imagen,  la  cual  me  mostró  un  sacristán  antiguo  llamado  Juan  Se- 
govia,  y  estaba  colocada  sobre  la  mesa  del  altar  del  Santo  Sepulcro, 
dieiéndome  él  mismo  que  era  la  patrona  de  la  antigua  Villa  de  la  Vic- 
toria, y  que  anteriormente,  ó  sea  antes  de  la  independencia  de  España, 


DOCUMENTO  PARA  LA  HISTORIA  DE  TARASCO.  1»5 

le  hacían  en  ésta  gran  función  los  españoles ;  igualmente  me  mostraba 
la  corona  de  plata  sobredorada  de  la  propia  imageni  la  cual  no  tenia 
puesta,  sino  que  se  mantenía  guardada  en  la  sacristía  con  otras  alhajas 
de  la  parroquia,  y  cuya  corona  existe,  consta  en  el  inventario,  y  tengo 
en  custodia.  En  el  mismo  sentido  me  conversaron  diferentes  veces  los 
antiguos  Presbíteros  D.  José  María  Cabral  y  D.  Felipe  Prado,  y  tengo 
presente  que  cuando  dichas  personas  y  otras  varias  me  mostraban  y  ha- 
blaban de  la  Santa  imagen,  lo  hacían  de  un  modo  reverencial,  que  prue- 
ba la  mucha  veneración  que  aquí  se  le  había  tenido,  siendo  ellos  toda- 
vía herederos  de  aquellos  piadosos  sentimientos  á  la  venerable  Efigie, 
no  obstante  que  la  época  había  variado  ó  hecho  cesar  las  circunstancias 
de  su  culto,  pues  de  la  Conquista,  contra  la  que  tanto  se  hablaba  en  ese 
tiempo,  había  caído  en  total  desuso  entre  las  nuevas  gentes,  contribu- 
yendo no  poco  á  esa  decadencia  del  común  respeto  y  veneración,  la  de- 
molición que  se  hizo  de  la  Iglesia  parroquial  y  traslación  de  altares  é 
imágenes  á  la  corta  ermita  del  Sefíor  de  Esquipulas,  que  es  la  que  has- 
ta el  presente  sirve  de  parroquia  é  iglesia  principal  de  ciudad.  Aconte- 
ció después  que  habiendo  venido  á  su  santa  visita  el  afío  de  1835  nues- 
tro Exmo.  é  limo.  Sr.  Obispo  Dr.  D.  José  María  Guerra,  el  día  que  con 
la  solemnidad  de  costumbre  visitó  dicha  iglesia  parroquial,  después  de 
visitar  el  sagrario  y  dar  la  bendición  al  pueblo,  recorrió  la  iglesia  para 
ver  el  estado  de  los  altares  y  sus  imágenes,  y  al  llegar  al  citado  en  que 
estaba  la  de  la  Virgen  de  la  Victoria,  como  allí  se  hallaban  otras  dos  de 
San  Antonio  Abad  y  San  Francisco  de  Asís  que  estaban  apolilladas  y 
deterioradas,  S.  E.Ilma.  dijo,  aunque  en  general,  que  aquellas  efigies 
se  procurasen  renovar  ó  se  quemasen  porque  no  estaban  dignas  de  cul- 
to. Con  tal  motivo  se  entendió  entre  las  muchas  gentes  que  estaban 
presentes  que  la  Señora  de  la  Victoria  se  iba  á  quemar,  y  una  piadosa 
mujer  llamada  Juana  Evangelista  Gurgutia,  muy  alarmada  con  seme- 
jante voz,  pues,  como  vecina  muy  antigua,  que  había  visto  sus  anterio- 
res cultos,  le  profesa  particular  amor  y  veneración,  comenzó  con  gran- 
de instancia  á  pedirla  al  Sr.  Cura  propio  D.  José  María  Marein  para 
mandarla  renovar  de  su  cuenta;  y  que  cuando  lo  estuviese  la  devolve- 
ría á  la  parroquia  para  que  fuese  dignamente  colocada.  Efectivamente 
se  le  concedió,  y  ella,  luego  que  se  le  presentó  oportunidad,  encomen- 
dó la  obra  á  D.  Manuel  Ramos,  de  Cunduacán,  de  cuyo  poder  ahora 
se  ha  recogido ;  habiendo  habido  la  no  poca  felicidad  de  que  dicho  pin- 
tor á  pesar  de  las  instancias  déla  interesada,  que  por  último  falleció  sin 


196  REVISTA  NACIONAL. 


▼er  cumplidos  sus  deseos,  hubiese  descuidado  por  tanto  tiempo  de  ve- 
rificar  la  renovación,  y  que  solamente  en  el  ropaje  le  diese  una  prepa- 
ración de  veso ;  con  lo  que  su  hermoso  aspecto,  y  tan  bella  actitud  se 
conservan  sin  alteración,  y  por  si  misma  está  declarando  su  apreciable 
y  glorioso  origen ;  ese  tipo  precioso  que  arrancó  sentimientos  de  amor  y 
veneración  á  los  mismos  indios  infieles,  y  á  todos  los  que  la  obser- 
van con  atención,  causa  las  más  agradables  impresiones,  principalmen- 
te á  nuestro  £.  S.  Escobar  que  con  entusiasmo  la  muestra  y  habla  de 
ella,  admirado  de  su  conservación  y  con  el  encanto  que  le  causan  las 
ideas  de  su  arribo  y  quedada  en  Tabasco.  Esto  es  lo  que  me  consta  per- 
sonalmente y  sé  de  la  enunciada  imagen.  Que  ella  date  su  principio  y 
admirable  origen  del  memorable  día  en  que  Hernando  Ck)rtés  arribó  á 
las  playas  de  Tabasco  y  logró  vencer  á  sus  valerosos  habitantes,  está 
tan  claro  en  todos  los  historiadores  de  la  conquista  de  la  nueva  Espa- 
ña, que  precisamente  dan  principio  por  estos  sucesos,  todos  ellos  ha- 
cen mención  de  esta  imagen  de  la  Santísima  Virgen  Nuestra  Señora, 
que  les  fué  demostrada  á  los  indios,  y  declaran  el  motivo  y  el  nombre 
que  desde  entonces  se  le  dio  de  Santa  María  de  la  Victoria,  lo  mismo  que 
al  pueblo  ó  Villa  donde  se  quedó.  No  será  en  vano  citar  aquí  textual- 
mente alguno  de  dichos  historiadores,  porque  su  narración,  sostenida 
con  la  constante  tradición  en  el  país,  y  la  presencia  misma  de  la  ima- 
gen forman  un  conjunto  de  verdad  que  es  imposible  desconocer  y  atre- 
verse á  negar.  El  R.  P.  Fr.  Diego  López  Cogolludo  en  su  historia  de  la 
conquista  de  Yucatán  en  el  capítulo  11  del  libro  1*?,  dice  lo  siguiente: 
"No  olvidó  el  General  Cortés  lo  más  importante  y  así  les  trató  (á  los 
Caciques  y  principales)  algunas  cosas  de  nuestra  Santa  fe,  y  adoración 
de  un  sólo  Dios  verdadero :  Emeílóles  una  imagen  de  Nuestra  Señora 
con  su  hijo  Santísimo  en  los  brazos  y  dedaróseles  quién  era y  di- 
jeron que  se  la  diesen  para  tenerla  en  su  pueblo  y  reverenciarla. "  En 
el  párrafo  siguiente  dice  el  mismo  historiador :  "  El  día  siguiente  se  co- 
locó la  Santa  imagen  en  el  altar,  en  presencia  de  todos  los  Caciques  y 
principales,  y  los  españoles  la  adoraron  juntamente  con  la  Santa  Cruz. 
Iba  en  compañía  de  los  españoles  un  religioso  de  la  orden  de  Nuestra 
Señora  de  la  Merced  llamado  Fr.  Bartolomé  de  Olmedo,  y  éste  dijo  mi- 
sa aquel  día."   En  el  párrafo  4" prosigue  diciendo:   "Por  ser  víspera 
del  Domingo  de  Ramos  quiso  Cortés  que  se  celebrase  allí  esta  festivi- 
dad, para  que  los  indios  viesen  el  culto  y  reverencia  divina  y  la  proce- 
sión de  los  Ramos  que  ordenó  se  hiciese  con  la  mayor  solemnidad  po- 


DOCUMENTO  PARA  LA  HISTORIA  DE  TABASCX).  107 

sible,  y  mandó  á  los  Caciques  que  asistiesen  á  ella.  Cantóse  la  misa  y 
pasión  con  solemnidad,  habiendo,  como  suele,  precedido  la  procesión 
de  los  ramos  y  después  adorado  y  besado  la  cruz,  estando  todos  los 
indios  muy  atentos.  Acabada  la  solemnidad  se  despidió  el  general,  y 
todos  los  demás,  de  los  indios :  encargándoles  mucho  la  Santa  Imagen 
de  Nuestra  Sefíora,  y  cruces  que  liabían  puesto,  que  tuviesen  sus  luga- 
res muy  limpios  y  enramados,  y  las  reverenciasen,  y  tendrían  salud  y 
buenas  sementeras ;  que  estuviesen  firmes  en  su  buen  propósito,  y  les 
enviaría  quien  les  declarase  nuestra  santa  fe. "  Lo  mismo  refiere  el  his- 
toriador Bernal  Diaz  del  Castillo,  cuya  obra  está  estimada  por  la  mu- 
cha ingenuidad  del  autor  y  haber  sido  en  todo  esto  testigo  de  vista.  En 
su  indicada  historia  capítulo  36  dice  á  mi  intento  lo  que  copio:  "Y  á 
lo  otro  que  les  mandó  (Cortés),  que  dejasen  sus  ídolos  y  sacrificios, 
respondieron  que  así  lo  harían ;  y  les  declaramos  con  Aguilar,  lo  me- 
jor que  Cortés  pudo,  las  cosas  tocantes  á  nuestra  Santa  fe,  y  cómo  éra- 
mos cristianos,  y  adorábamos  á  un  sólo  Dios  verdadero ;  y  se  les  mos- 
tró una  imagen  de  Nuestra  Sefíora  con  8u  hijo  precioso  en  los  brazos,  y 
se  les  declaró  que  aquella  Santa  imagen  reverenciábamos  porque  así 
está  en  el  cielo,  y  es  madre  de  nuestro  Sefior  Dios.  Y  los  Caciques  di- 
jeron que  les  parece  muy  bien  aquella  gran  Teclesiguata,  y  que  se  la 
diesen  para  tener  en  su  pueblo,  porque  á  las  grandes  Señoras  en  su  len- 
gua llaman  Teclesiguatas.  Y  dijo  Cortés  que  si  daría,  y  les  mandó  ha- 
cer un  altar  bien  labrado,  el  cual  luego  le  hicieron Y  en  esto  ce- 
só la  plática  hasta  otro  día  que  se  puso  en  el  altar  la  Santa  Imagen  de 
Nuestra  Señora  y  la  cruz :  la  cual  todos  adoramos,  y  dijo  misa  el  P. 
Fr.  Bartolomé  de  Olmedo,  y  estaban  todos  los  Caciques  y  principales 
delante ;  y  púsose  nombre  aquel  pueblo  Santa  María  de  la  Victoria,  y 
así  se  llama  agora  la  Villa  de  Tabasco."  Luego  refiere  la  celebración 
del  Domingo  de  Ramos,  la  despedida  de  Cortés  y  los  españoles  de  los 
indios,  y  su  encargo  de  cuidar  y  venerar  la  sagrada  imagen  de  la  San- 
tísima Virgen,  en  los  términos  que  queda  referido,  y  lo  que  no  copio 
literalmente  para  evitar  repetición.  Después  de  estos  comprobantes  his- 
tóricos, tan  claros  y  expresivos  sobre  el  origen  de  la  preciosa  Efigie,  es 
preciso  fundar  del  mismo  modo  su  permanencia  y  conservación  en  el 
país,  y  el  culto  que  desde  aquella  remota  edad  se  siguió  dándole  sin  in- 
termisión. Las  palabras  citadas  del  mismo  Bernal  Diaz  del  Castillo,  lo 
prueban  bastantemente,  pues  dice  como  por  adición  y  así  se  Uama  aho- 
ra la  Villa  de  Tabasco :  siendo  asi  que  su  historia  la  escribió  en  Gua- 


198  REVISTA  NACIONAL. 


témala  y  la  fecho  el  año  de  1578 ;  es  decir  más  de  cincuenta  años  des- 
pués de  lo  que  refiere  de  Tabasco  y  de  haber  dejado  la  Santa  imagen, 
y  siendo  también  de  advertir  que  después  de  la  toma  de  México  volvió 
á  transitar  por  el  territorio  de  Tabasco  siguiendo  á  Cortés  en  el  viaje 
que  hicieron  por  tierra  á  Honduras,  y  por  lo  que  debió  tener  conoci- 
miento de  la  Villa  é  imagen,  conforme  la  habían  establecido  cuatro  afíos 
antes.  También  el  otro  historiador  ya  citado,  el  P.  López  Cogolludo  en 
su  citada  historia  de  la  Conquista  de  Yucatán,  la  cual  fué  escrita  por  el 
afio  de  1656,  en  el  libro  4*,  capítulo  16,  habla  expresamente  de  la  exis- 
tencia de  las  dos  Villas  de  Tabasco :  la  de  Villa  Hermosa,  dice,  en  el 
centro  de  la  comarca,  y  la  de  Santa  María  de  la  Victoria,  en  la  Fronte- 
ra, expresando  ser  ésta  de  mayor  población  é  importancia,  y  acerca  de 
la  cual  dice  lo  siguiente :  "  Lo  eclesiástico  se  gobierna  por  un  eclesiás- 
tico presentado  según  el  real  patronato.  La  Iglesia  es  pobre  su  titular 
Sa7ita  Marta  de  la  Victoria,  y  hay  en  ella  algunas  capellanías  que  sir- 
ven de  beneficiado.  Están  fundadas  en  ellas  dos  cofradías  antiguas,  una 
de  nuestra  Seflora,  y  otra  de  las  almas  del  purgatorio. ''  No  se  puede 
por  lo  tanto  poner  en  duda  la  permanencia  de  la  imagen  en  la  prime- 
ra población  donde  la  dejó  el  General  Cortés  y  resta  ahora  explicar  el 
motivo  y  el  tiempo  en  que  fué  trasladada  á  ésta  de  San  Juan  Bautista, 
donde  ha  permanecido  con  igual  tradición  de  su  origen.  Para  exponer- 
lo más  claramente  y  con  fundamento  seguro,  ocurro  á  la  ilustrada  é 
inapreciable  Memoria  del  Sr.  Dr.  D.  José  Eduardo  de  Cárdenas  que  pre- 
sentó alas  Cortes  españolas  en  Cádiz  en  1811  como  Diputado  propie- 
tario por  esta  Provincia  de  Tabascft  y  fué  impresa  en  aquella  ciudad  por 
acuerdo  de  las  mismas  Cortes.  Este  hombre  ilustre,  que  tan  inolvida- 
bles recuerdos  ha  dejado  en  su  país,  y  otros  de  su  gran  saber  y  docti- 
tud,  que  era  descendiente  de  los  pacificadores  y  pobladores  de  la  Pro- 
vincia, y  estaba  muy  versado  en  su  historia  y  antigüedades,  en  la  cita- 
da Memoria,  al  número  4  "  dice  lo  siguiente :  "  La  Capital  de  Tabasco 
fué  fundada  cuando  menos  el  afio  de  1519,  aunque  yo  conjeturo  que 
sucedió  un  afio  antes:  fué  fundada,  digo,  por  Hernán  Cortés  á  las  ori- 
llas del  mar,  y  con  el  título  de  la  Villa  de  Santa  3faria  de  la  Victoria 
en  reconocimiento  á  la  Madre  de  Dios,  de  la  que  alcanzó  de  los  indios 
el  día  de  la  Encamación  del  Divino  Verbo,  victoria  que  fué  como  pren- 
da de  la  reducción  del  Imperio  mexicano.  Con  motivo  de  las  primeras 
invasiones  de  los  ingleses,  capitaneados  por  el  astuto  Drake,  para  me- 
jor defensa  y  seguridad  se  trasladó  dicha  Villa  á  las  márgenes  del  fa- 


DOCUMENTO  PARA  LA  HISTORIA  DE  TARASCO.  199 

moso  Grijalva  en  el  lugar  que  hoy  se  llama  San  Juan  Bautista  de  Vi- 
llahermosa,  sito  á  24  leguas  de  la  barra  principal,  y  en  dicho  lugar  se 
conserva  una  imagen  de  bulto  de  Nuestra  Señora  y  hay  tradición  de 
que  es  la  misma  que  veneraban  los  españoles  en  la  antigua  Villa,  cele- 
brándole fiesta  solemne  el  día  25  de  Marzo  desde  las  vísperas.  Esta  fes- 
tividad se  ha  restablecido ;  y  en  ella,  según  nuestra  costumbre,  hay  pa- 
seo de  Pendón  Real,  que  sirve  de  acto  rememorativo  á  los  tabasqueüos 
de  la  época  feliz  en  que  rayó  en  el  nuevo  mundo,  bajo  los  auspicios  de 
la  Católica  Espafía,  la  luz  del  Evangelio. ''  Con  esto  y  con  lo  demás  que 
queda  expuesto  y  relacionado,  creo  haber  cumplido  con  lo  que  V.  S. 
dispone  en  su  citado  superior  auto :  deseando  en  conclusión  que  igual- 
mente satisfaga  á  la  intención  y  deseo  de  nUestro  Exmo.  señor  Gober- 
nador, y  sujetando  como  debo  á  la  autoridad  y  sano  criterio  de  V.  S. 
cuanto  contiene  este  Informe. — San  Juan  Bautista  de  Tabasco,  á  18  de 
Julio  (le  1855.  —  Fr.  Eduardo  Moneada. 

Visto  este  informe  dispuso  el  Señor  Vicario  in  capite,  se  haga  sitación 
suplicatoria  á  los  Señores  Don  Alejandro  Loreto,  Don  Josó  Víctor  Ji- 
ménez, Don  Manuel  Ponz  y  Ardil,  Doña  Pctrona  Herrera  y  Doña  Mar- 
cela González  de  Riveira,  para  que  depongan  y  digan  lo  que  sepan  y 
les  conste  sobre  la  antigüedad  de  la  Imagen  de  Nuestra  Señora  de  la 
Victoria  y  su  tradición  en  ésta,  lo  que  yo  el  infrascrito  notario  verifiqué 
y  siento  por  diligencia.  San  Juan  Bautista,  Julio  18  de  1855. — Gómez. 

En  esta  Ciudad  de  San  Juan  Bautista  de  Tabasco  á  los  diez  y  nueve 
días  del  mes  de  Julio  de  mil  ochocientos  cincuenta  y  cinco  años,  ante 
el  Señor  Vicario  in  capite  y  Juez  eclesiástico  del  Departamento,  com- 
pareció, previa  citación  suplicatoria  que  se  le  hizo,  el  Sr.  Don  Alejan- 
dro Loreto,  natural  y  vecino  de  ésta,  mayor  de  cincuenta  años  de  edad ; 
y  presente  le  impuso  el  mismo  Sr.  Vicario  del  objeto  y  motivo  de  esta 
información,  excitándole  á  que  sobre  el  i)articular  diga  y  exjionga  lo 
quc'sepa  y  lo  conste:  y  enterado  de  todo,  y  bajo  la  religión  del  juramen- 
to que  hizo,  dijo :  Que  le  consta  y  es  notorio  en  esta  Ciudad,  que  la  Ima- 
gen de  la  Santísima  Virgen  María  conocida  con  el  nombre  de  Nuestra 
Señora  de  la  Victoria,  es  la  misma  que  actualmente  se  halla  en  la  ca- 
sa de  Gobierno  y  Comandancia  general :  que  dicha  Imagen  la  conoció 
y  vio,  siendo  muy  pequeño,  colocada  en  el  altar  mayor  de  la  antigua 
parroquia  que  estaba  en  la  plaza  de  esta  Ciudad,  y  que  anualmente  la 
celebraba  el  Ayuntamiento  con  solemnidad  por  ser  la  primera  que  vi- 
no á  la  Nueva  España,  y  la  patrona  de  la  primera  Capital  cristiana  de 


J»  KEVtiflA  yA.rvVAl. 


;ado  <irr:  .a  V:ila  dr:  li  Vir-jorla  c>  li  F::i::rri.  lo  que  era  aqu:  oía  ge- 
nerii  tradlc.'ór:.  j  ¿ir.  al  prtset'.e  ^-eniaiiect:  qi^e  Labiec-io  dlspcesío 
el  Gobernador  E-j/ík/lol  Don  krAz^  Gíi'yL  derribar  :a  p-arrc<juia  ccn  e'. 
objeto  de  reedificarla  n:ej<ir.  t  eLS¿jr,chír  ina¿  la  plaza  ¿e  esta  Ciudad, 
fué  trasladada  la  referida  Imagec,  cor.  las  áetníts,  á  la  Ermita  del  Seüor 
de  Esquiprjias.  donde  penDaoecló  basta  qrje  la  ñnada  Juana  ETangelis- 
ta  Guj^jtía  soücitrí  le  concedieser:  mandarla  retocar  de  nuevo  á  su  costa 
j  para  e¡  efecto  se  le  entregó  á  Don  Manuel  Ramos,  de  Cundoacán,  quien 
descuidó  la  renoTación,  j  Srí  en  su  mismo  estado  se  ha  recogido  de  su 
poder  de  orden  del  Exmo.  Sr.  Gobernador  j  Comandante  geno^  Don 
Manuel  María  Escobar  por  noticia  que  turo  de  este  apreciable  monu- 
mento, y  concluyó  diciendo  que  cuanto  ha  dicho  j  expuesto  es  la  rer- 
dad,  j  que  en  ello  se  afirma  j  ratifica  bajo  su  palabra  de  honor  j  por 
la  graTedad  del  juramento  que  ha  prestado,  en  virtud  de  lo  cual  firma 
esta  con  el  Sr.  Vicario  por  ante  mí,  de  que  doy  fe. — Jí.  Sagtré. — Ale- 
jandro Lf/reto, — Ante  mí. — Joéé  Felipe  Gómez,  Notario  Eclesiástico. 
En  dicha  Ciudad,  día,  mes  y  afio  expresados,  ante  el  Sr.  Vicario  in 
capite  f;ompareció  del  mismo  modo  el  Sr.  Don  José  Víctor  Jiménez,  de 
esta  naturaleza  y  vecindad,  de  edad  de  cincuenta  y  dos  afios,  y  á  quien 
su  Señoría  le  impuso  del  objeto  y  motivo  de  esta  información,  y  de  lo 
que  suficientemente  enterado  y  bajo  la  religión  del  juramento  que  en 
forma  hizo,  exfKine:  que  á  la  edad  como  de  seis  afjos  concurría  á  una 
escuela  de  primeras  letras  que  se  daba  en  la  pieza  de  la  sacristía  de  la 
Iglcííia  parroquial  que  estaba  situada  en  la  plaza  de  esta  Ciudad,  que 
desde  dicho  tiempo  oía  decir  á  su  familia  que  en  la  misma  Iglesia  exis- 
tía y  se  veneraba  la  Santa  Imagen  de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria,  y 
que  esta  era  la  misma  que  trajeron  los  Elspañoles  Conquistadores,  lo 
que  aííí  se  creía  y  tenía  en  el  país  por  general  tradición :  que  después 
no  ha  habido  motivo  particular  para  que  la  citada  efigie  se  destruyese, 
perdiese,  ó  se  hiciese  otra  en  su  lugar;  y  por  lo  tanto  se  persuade  ser 
la  propia  que  se  conserva,  y  ha  recogido  el  Exmo.  Sr.  Gobernador,  pu- 
diendo  los  que  mejor  la  conocieron  deponer  sobre  su  identidad,  pues 
él  86  circunscribe  á  afirmar  que  supo  que  existía,  y  que  se  creía  y  afir- 
maba había  sido  traída  á  Tabasco  por  los  Españoles  de  la  Conquista  con 
el  expresado  nombre  de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria.  Y  concluyó  di- 


k 


IH.>rrMKN"TO  PARA  LA  HISTOUIA  DK  TARASCO.  lOl 


ciendo  no  tener  ninguna  otra  noticia  más  que  pueda  declarar  en  el  par- 
ticular, y  que  lo  que  ha  expuesto  es  la  verdad  bajo  su  palabra  de  ho- 
nor y  la  religión  del  juramento  que  hizo,  y  en  ello  se  afirma  y  ratifica, 
firmando  con  el  Sr.  Vicario  por  ante  mí  de  que  doy  fe.  —  J/.  Sn^trv, — 
J.  V.  Jimt'iicz. — Ante  mi — Jo^r  Felipe  Gómez,  Notario  Eclesiástico. 

En  la  propia  fecha  ante  el  Sr.  Vicario  in  capite  compareció  el  Sr.  Don 
Manuel  Ponz  v  Ardil  de  esta  naturaleza  v  vecindad,  de  cuarenta  años 
de  edad,  á  quien  su  Señoría,  imponiéndole  del  motivo  y  objeto  de  esta 
información,  y  pidiéndole  que  exponga  lo  que  sepa  y  le  conste,  previo 
el  juramento  en  forma  de  derecho,  dice :  que  la  Santa  Imagen  de  Ma- 
ría Santísima  con  su  niño  en  los  brazos,  que  actualmente  se  halla  en  la 
casa  de  Gobierno,  es  la  misma  que  existia  aquí  y  era  la  conocida  con 
el  nombre  de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria,  faltándole  únicamente  un 
pequeño  báculo,  con  un  bmito  ó  calabacito  que  tenía  en  la  mano,  y  cu- 
yo tipo  particular  que  demuestra  su  remoto  origen,  no  es  posible  des- 
conocer ó  que  se  equivoque  con  otras :  que  dicha  Imagen  la  conoció  des- 
de su  tierna  edad,  colocada  en  uno  de  los  altares  de  la  Iglesia  de  Esqui- 
quipula,  y  por  la  común  tradición  sabía  que  era  de  la  época  de  los  Con- 
quistadores que  arribaron  á  Tabasco,  y  anteriormente  la  celebraba  el 
Gobierno  y  Ayuntamiento  de  esta  Ciudad  nombrada  en  aquel  tiempo 
Villa  Hermosa,  como  trasladada  de  la  antigua  población  de  la  Fronte- 
ra, que  se  llamaba,  y  todos  lo  saben.  Nuestra  Señora  de  la  Victoria : 
que  como  apoderado  y  albacea  de  la  finada  Juana  Evangelista  Gurgu- 
tia,  tuvo  conocimiento  de  que  ésta  la  entregó  á  D.  Manuel  Ramos  de 
Cunduacán  para  que  la  renovara  de  su  cuenta,  adelantándole  cierta  can- 
tidad :  y  que  no  verificando  en  tanto  tiempo  su  devolución,  y  compren- 
diendo al  cabo,  el  que  habla,  la  estimación  que  merece  este  monumen- 
to y  el  riesgo  en  que  estaba  de  perderse,  procuró  llegase  á  noticia  del 
Exmo.  Sr.  Gobernador,  persuadido  de  que  sucedería,  lo  que  en  efecto 
ha  sucedido,  de  que  S.  E.,  concibiendo  la  importancia  monumental  de 
la  efigie  y  con  el  interés  patriótico  que  le  caracteriza,  la  mandara  reco- 
ger para  mejor  disposición.  Esto  expuso  concluyendo  que  no  tenía  más 
que  añadir,  ni  tampoco  que  quitar  de  lo  expresado,  y  en  todo  lo  que  se 
afirmó  y  ratificó  por  palabra  de  honor  y  de  haber  jurado  decir  verdad, 
firmando  con  el  Sr.  Vicario  por  ante  mí  de  que  doy  fe. — Jf.  Sadré, — 
Manuel  Pom  y  Ardil, — Ante  mf . — Jobc  Felipe  Gómez^  Notario  Ec  le- 
siástico. 

Seguidamente  ante  et  Sr.  Vicario  in  capite  compareció  Doña  Petro- 


202  REVISTA  NACIONAL. 


na  Herrera  de  esta  vecindad,  mayor  de  cincuenta  años  de  edad,  y  á  quien 
presente  su  Señoría  le  instruyó  del  objeto  á  que  se  contrae  esta  jurídi- 
ca averiguación  sobre  la  Santa  Imagen  de  Nuestra  Señora  de  la  Victo- 
ria, y  de  lo  que  enterada  expone :  que  á  la  edad  de  diez  años  se  trasla- 
dó á  vivir  con  sus  padres  á  esta  Ciudad,  siendo  antes  vecinos  del  pueblo 
de  Jalapa:  que  en  dicho  tiempo  que  seria  como  el  año  de  1808,  cono- 
ció la  Imagen  de  Nuestra  Señora  de  que  se  trata,  colocada  en  el  altar 
mayor  de  la  antigua  parroquia,  y  le  consta  la  mucha  devoción  y  vene- 
ración que  se  le  tenia  en  este  vecindario,  por  ser  la  primera  que  puso 
sus  sagradas  plantas  en  el  territorio  del  Nuevo  Mundo  y  comenzó  á  ilu- 
minar en  la  fe  católica  á  los  miserables  indios  idólatras,  y  por  lo  que 
los  Caballeros  y  el  Ayuntamiento  la  celebraban  todos  los  años  el  día 
25  de  Marzo  con  paseo  de  Pendón  Real,  y  muchas  demostraciones  de 
regocijo,  y  era  sabido  que  se  trasladó  á  esta  Ciudad  de  la  antigua  Villa 
de  la  Victoria  con  motivo  de  haberse  venido  á  lo  interior  sus  vecinos 
temerosos  de  la  guerra  de  los  ingleses :  que  cuando  se  trató  de  reedi- 
ficar dicha  iglesia  parroquial  se  trasladó  la  referida  Imagen  á  la  del  Señor 
de  Esquipulas  donde  permaneció  en  uno  de  sus  altares,  hasta  que  latina- 
da Juana  Evangelista  Gurgutia,  pidió  al  Sr.  Cura  propio  le  concediese 
mandarla  retocar,  lo  que  le  consta  haber  tratado  con  Don  Manuel  Ra- 
mos de  Cunduacán,  y  que  este  se  hizo  cargo  de  ella  y  la  llevó :  que  aho- 
ra sabe  que  del  poder  del  citado  Ramos  la  ha  recogido  el  Exmo.  Sr.  Go- 
bernador, y  se  halla  en  la  casa  de  Gobierno,  lo  que  ha  causado  no  poco 
contento  entre  las  gentes  piadosas,  pues  sentían  grandemente  el  descui- 
do y  abandono  de  aquel  pintor  con  una  Imagen  tan  apacible.  E^to  ex- 
puso y  dijo  que  en  todo  se  afírma  y  ratifica,  no  firmando  porque  expresó 
no  saber  escribir,  haciéndolo  su  Señoría  por  ante  mí  de  que  doy  fe.  — 
3/.  Sastre, — Ante  mi. — José  FelÍ2)e  Gómez^  Notario  Eclesiástico. 

Igualmente  en  la  citada  fecha  se  sirvió  comparecer  ante  el  Sr.  Vica- 
rio in  capite  la  Sra.  Doña  Marcela  González  de  Riveiro,  de  sesenta  años 
de  edad,  quien  impuesta  del  mismo  modo  que  las  personas  anteriores 
del  motivo  y  objeto  de  su  citación,  bien  enterada  de  todo,  dice :  que  des- 
de sus  tiernos  años,  conoce  la  Imagen  de  Nuestra  Señora  de  la  Victo- 
ria, la  que  es  constante  que  estaba  dignamente  colocada  en  el  altar  ma- 
yor de  la  antigua  parroquia  en  la  plaza  principal  de  esta  Ciudad ;  y  que 
como  su  casa  habitación  estaba  en  la  plaza,  con  mucha  frecuencia  veía 
dicha  Imagen,  la  devoción  y  solemnes  cultos  que  se  le  tributaban  co- 
mo de  la  conquista,  y  porque  fué  traída  é  ésta  en  tiempos  remotos  de 


"^ 


DOCUMENTO  PARA  LA  HISTORIA  DE  TARASCO.  208 

la  primera  población  cristiana  en  la  Frontera  que  por  la  misma  divina 
Imagen  se  llamaba  la  Villa  de  la  Victoria:  que  tiene  presente  que  mu- 
chos patrones  de  buques  de  esta  carrera  se  encomendaban  á  la  Virgen 
de  la  Victoria  al  emprender  sus  viajes  para  afuera,  y  que  cuando  regre- 
saban le  hacían  piadosos  obsequios  y  limosnas  que  se  destinaban  para 
los  gastos  de  su  función  principal :  que  habiéndose  demolido  la  expre- 
sada parroquia,  todos  sus  enseres,  altares  é  imágenes,  se  repartieron 
aun  en  casas  particulares  y  en  las  otras  Ermitas  de  esta  población,  sien- 
do llevada  dicha  Imagen  con  las  principales  de  la  parroquia  á  la  del 
Señor  de  Esquipulas  que  ha  continuado  haciendo  de  parroquia:  que 
ha  sabido  últimamente  que  el  Exmo.  Sr.  Gobernador  ha  recogido  la  re- 
ferida Imagen  de  poder  del  pintor  á  quien  se  había  confiado  su  reno- 
vación, y  que  debe  ser  la  misma  antigua  que  se  veneraba  y  de  la  que 
ha  hablado,  pues  no  había  otra  del  mismo  nombre  y  figura  ni  es  posi- 
ble se  confunda  ó  equivoque  con  ninguna  otra,  Y  manifestó  no  saber 
más,  ni  tener  otra  cosa  qne  afladir  ni  quitar  de  lo  que  lleva  declarado, 
afirmándose  y  ratificándose  por  conclusión  en  todo  lo  que  ha  dicho, 
quien  no  firma  porque  dijo  no  saber  escribir  haciéndolo  su  Señoría  por 
ante  mí  de  que  doy  fé. — M,  Sastre, — Ante  mí. — José  Felipe  GmneZy 
Notario  Eclesiástico. 

En  la  Ciudad  de  San  Juan  Bautista  de  Tabasco  á  los  veinte  días  del 
mes  de  Julio  de  mil  ochocientos  cincuenta  y  cinco  años  el  Sr.  Presbí- 
tero Don  José  María  Sastre,  Caballero  de  la  Nacional  y  Distinguida  Or- 
den de  Guadalupe,  Vicario  in  capite,  Juez  Eclesiástico  del  Departamen- 
to y  Cura  propio  de  esta  Capital :  habiendo  visto  esta  información  jurí- 
dica instruida  en  esta  Vicaría  para  esclarecer  y  comprobar  la  antigüe- 
dad, origen  é  identidad  de  la  Santa  Imagen  de  Nuestra  Señora  de  la 
Victoria  que  se  veneraba  en  esta  parroquia,  y  ha  mandado  recoger  de 
poder  del  escultor  Don  Manuel  Ramos,  de  Cunduacán,  el  Exmo.  Sr. 
Gobernador  y  Comandante  general  Don  Manuel  María  Escobar,  excitado 
del  interés  que  le  movió  tan  apreciable  monumento :  y  habiendo  decla- 
rado uniformemente  las  personas  de  honor,  crédito  y  veracidad  que  en 
el  particular  han  sido  interrogadas  de  ser  la  misma  que  aquí  se  vene- 
raba como  de  la  remota  época  de  la  Conquista,  y  fué  trasladada  de  la 
antigua  Villa  de  la  Victoria  que  existió  en  la  Frontera :  su  Señoría  di- 
jo: que  debía  de  aprobar  y  aprobó  dicha  información,  y  que  para  su 
mayor  validación  y  fuerza,  interponía  é  interpuso  su  autoridad  y  judi- 
cial decreto  mandando  en  su  consecuencia  que  con  atenta  nota  se  re- 


201  REVISTA  NACIONAL. 


mita  al  mismo  Exmo.  Sr.  Gobernador  y  Comandante  general  de  este 
Departamento.  Así  lo  proveyó,  mandó  y  firma  su  Señoría,  de  que  doy 
fe.  —  José  Marta  Sastre, — José  Felipe  Gómezj  Notario  Eclesiástico. 

Manuel  María  Escobar,  General  de  Brigada,  Caballero  de  la  Nacio- 
nal y  Distinguida  Orden  de  Guadalupe,  condecorado  con  la  primera  cruz 
de  la  independencia  y  otras  de  distinción  por  acciones  en  guerra  ex- 
tranjera, subinspector  de  estas  tropas,  Gobernador  y  Comandante  ge- 
neral del  Departamento  de  Tabasco.  Certifico :  que  las  firmas  de  los  Se- 
flores  Vicarios  in  capite  del  Departamento,  Don  José  María  Sastre,  la 
de  su  Notario  Eclesiástico,  D.  José  Felipe  Gómez,  y  la  del  M.  R.  P.  Fr. 
Eduardo  Moneada,  que  aquí  constan,  son  las  mismas'que  usan  y  acos- 
tumbran el  primero  como  Vicario  in  capite,  y  Juez  Eclesiástico  del  De- 
partamento ;  el  segundo,  como  su  Notario,  y  el  tercero  en  su  profesión 
y  ejercicio  de  ella,  y  á  quien  se  da  entera  fe  y  crédito.  ^Santa  Anita  de 
Tabasco,  Agosto  20  de  1855. — Manuel  María  Escobar, — JoseD.  Cas- 
tro, Secretario. — Un  sello.  —  T, 

Es  copia.  México,  Enero  10  de  1856. — M,  Lerdo  de  T^ada, — Rú- 
brica. 


LA  PRIMERA  CAMPANA  DE  LIMA. 


(TRADICIÓN.) 

En  cierta  tarde  de  Septiembre  del  afío  1535,  hallábanse,  en  un  huer- 
to situado  en  el  terreno  que  hoy  se  llama  el  Martinete,  y  que  fué  el  lu- 
gar donde  Pizarro  estableció  el  primer  molino  de  trigo  y  la  primera  pa- 
nadería, empeflados  en  una  partida  de  bochas  y  palitroques,  cuatro  ca- 
balleros, flor  y  nata  de  los  hombres  de  la  conquista. 

Eran  éstos  el  marqués  Don  Francisco  Pizarro,  gobernador  del  Perú 
por  su  Majestad  Don  Carlos  V ;  el  capitán  de  arcabuceros  y  falconetes 
Don  Pedro  de  Candía,  caballero  de  espuela  dorada ;  el  alcalde  de  la  ciu- 
dad Don  Nicolás  de  Rivera,  el  Viejo ;  y  Don  Blas  de  Atienza,  compadre 


LA  PRIMERA  CAMPANA  DE  LIMA.  205 

de  SU  Señoría  el  marqués,  cumplido  hidalgo,  y  que  fué  uno  de  los  on- 
ce que,  en  Cajamarca,  se  opusieron  al  suplicio  de  Atahualpa. 

— Truco  y  retruco, — dijo  Don  Francisco,  lanzando  la  bola  ó  bocha 
que  en  la  mano  tenia. 

—  I  Buen  golpe,  seflor  gobernador!  —  exclamó  Pedro  de  Candía. 
— Mingo,  Monigote  y  palos,  retrucar  es! — afladió  Rivera,  aplaudien- 
do la  destreza  de  Pizarro. 

—  La  oración,  caballeros!  —  interrumpió  Blas  de  Atienza. 

Y  todos  se  quitaron  los  chambergos,  se  persignaron  y  rezaron  entre 
dientes,  á  la  vez  que,  en  la  calle,  se  oía  un  recio  toque  de  corneta  y 
atambor. 

Ocho  meses  de  fundada  llevaba  la  ciudad  de  los  Reyes ;  y  para  con- 
gregar á  misa  al  vecindario,  así  como  para  designar  la  hora  del  Ánge- 
lus y  demás  actos  de  religiosa  práctica,  empleábanse  los  instrumentos 
bélicos. 

Terminada  la  plegaria  y  vuéltose  á  cubrir  los  caballeros,  dijo  Blas  de 
Atienza,  que  era  hombre  por  quien  Pizarro  tenía  gran  respeto,  á  la  par 
que  mucho  cariño : 

— Paréceme,  Don  Francisco,  que  más  que  vida  de  ciudad  hacemos 
vida  militante,  y  ;  pardiobre !  que  las  verdaderas  cornetas  del  Señor  son 
los  bronces  sagrados,  que  no  bocinas  y  parches. 

— Tiene  razón  que  le  sobra  vuesa  merced — contestó  Pizarro, — y 
holgárame  de  hallar,  entre  nuestros  compañeros,  artífice  que  de  fundir 
campanas  entendiera. 

—  Pues  poco  han  de  valer  mis  trazas  é  ingenio, — dijo  Pedro  de  Gan- 
día,— si  en  mí  no  tiene  su  Señoría  al  hombre  que  ha  menester  para  el 
empeño. 

— Vengan  esos  cinco,  capitán,  que  palabra  le  tomo, — repuso  el  mar- 
qués, estrechando  la  mano  del  hidalgo. 

—  Y  yo,  en  nombre  del  Cabildo, — agregó  Rivera  el  Viejo — me  obli- 
go á  suministrar  los  metales  y  cuanto  el  homo  demande. 

— Pues  á  la  obra  desde  mañana,  caballeros;  y  volvámonos  á  casa, 
que  ya  la  noche  se  nos  viene  encima  á  todo  venir. 

Y  en  efecto.  Al  día  siguiente  se  principió  el  acopio  de  materiales  y, 
en  breve,  estuvo  funcionando  el  homo,  cuyos  fuelles  manejó  constan- 
temente el  mismo  Don  Francisco  Pizarro. 

La  campana,  que  pesaba  mil  trescientas  libras,  y  que  resultó  muy 
sonora,  se  dejó  oir  por  primera  vez  en  la  Noche  Buena  de  Diciembre, 


206  REVISTA  NACIONAL. 


con  gran  contentamiento  del  vecindario  limeño.  El  pueblo  la  bautizó 
con  el  nombre  de  la  Marquesita, 

Fatalmente,  esta  campana  apenas  funcionó  por  menos  de  nueve  años ; 
pues  en  1544,  antojóse  de  ella  el  virrey  Blasco  Núfiez  de  Vela  para  fa- 
bricar arcabuces.  Verdad  es  que  ya  no  hacía  gran  falta;  porque  domi- 
nicos, mercenarios  y  franciscanos,  habían  fabricado  campanas,  siendo 
una  de  ellas  del  peso  de  veinte  quintales. 

En  cuanto  á  reloj  público,  el  primero  que  poseyó  Lima  fué  uno  que, 
en  1555,  compró  el  Cabildo,  y  que  costó  dos  mil  doscientos  pesos  de 
oro,  según  lo  afírma  el  padre  Cobo  en  su  interesante  libro. 

Ricardo  Palma. 

Lima,  1889. 


bibliografía. 


Crónica  de  la  Áraucania. — Hemos  recibido  el  primer  tomo  de  la 
importante  obra  que  con  el  título  de  Crónica  de  la  Áraucania  está  pu- 
blicando en  Cliile  el  distinguido  escritor  D.  Horacio  Lara. 

Por  extremo  complacidos  nos  ha  dejado  la  lectura  de  ese  libro  que, 
como  se  propuso  el  autor,  reconstruye  el  pasado  histórico  de  una  na- 
cionalidad que,  aunque  pequefia,  ha  dejado  profundas  huellas  en  la  vi- 
da de  la  culta  y  opulenta  República  chilena. 

Frescos  están  en  nuestra  memoria  los  recuerdos  que  en  ella  dejara 
el  poema  de  Ercilla  que,  desde  que  éramos  niños  despertó  en  nuestro 
corazón  una  viva  simpatía  por  el  heroico  pueblo  araucano,  cuya  histo- 
ria, como  ha  dicho  muy  bien  el  mismo  Sr.  Lara,  no  es  verdaderamen- 
te una  historia ;  porque  por  los  raros  y  originales  acontecimientos  que 
en  ella  se  han  desarrollado  en  el  transcurso  de  los  siglos,  es  más  bien 
un  drama  ó  una  epopeya. 

El  Sr.  Lara,  á  quien  se  deben  trabajos  históricos  tan  bien  acabados 
como  "La  Revolución  Moderna,"  "El  Hijo  del  Pueblo,"  "La  Ciudad 


bibliografía.  307 


Mártir"  y  otros;  que  ha  obtenido  premios  honrosísimos,  y  que  es  un 
periodista  que  goza  en  su  patria  de  merecida  fama,  es  acreedor  por  su 
Crónica  de  la  Araucania  á  los  más  justos  elogios  de  nuestra  parte,  co- 
mo los  que  le  ha  prodigado  la  prensa  de  su  país. 

Entre  los  documentos  que  podríamos  citar  en  apoyo  de  la  opinión 
que  nos  hemos  formado  una  vez  leída  la  obra  del  Sr.  Lara,  figura  uno 
que  no  podemos  prescindir  de  copiar,  y  es  la  carta  que  le  dirigió  el  Ca- 
cique general  de  la  Araucania.  Dice  así : 

Ghochol,  19  de  Febrero  de  1889. 
Sr.  Horacio  Lara. 

Santiago. 
Muy  señor  mió : 

Aunque  no  tengo  el  honor  de  conocerte,  me  he  tomado  la  libertad 
de  escribirte,  á  lo  que  me  ha  obligado  la  gran  abnegación  que  has  de- 
dicado en  honra  á  nuestra  Araucania  con  la  ilustrada  publicación  de  tu 
libro. 

En  esta  virtud,  a  nombre  de  las  tribus  araucanas,  tengo  el  honor  de 
presentarte  la  más  afectuosa  consideración  de  nuestra  gratitud. 

No  tengo  expresiones  suficientes  para  poder  explicar  la  valía  del  tri- 
buto á  que  desde  hoy  se  halla  deudora  á  vos  nuestra  vieja  Araucania 
que,  encontrándose  ya  relegada  al  sepulcro  del  olvido,  la  has  hecho  re- 
vivir con  tu  libro  en  la  memoria  de  los  pueblos  civilizados. 

Gran  justicia  es  la  que  has  hecho  al  emplear  tu  noble  pensamiento 
en  la  memoria  de  tantos  mártires  de  mi  patria  de  Arauco,  que  derra- 
maron su  sangre  para  mostrar  cómo  se  debía  defender  la  libertad,  y  cu- 
yo recuerdo  de  sus  vidas  estará  desde  hoy  hasta  los  más  remotos  tiem- 
pos venideros  estampado  á  la  vista  de  todos. 

Mil  y  mil  veces  serás  tú  bendecido,  y  tu  nombre  será  pronunciado 
con  júbilo  en  nuestros  días  de  invierno ;  y  en  nuestra  hermosa  prima- 
mavera  serás  embalsamado  con  laureles  y  ñores  de  nuestro  suelo  de 
Arauco. 

Deseándote  un  feliz  porvenir,  te  saludo  Á  nombre  de  mi  nación. 

Tu  amigo, 

Domingo  CoSuepan, 

Caclqae  g«ntnl. 


208  REVISTA  NACIONAL. 


No  será  por  demás  decir  que  Domingo  Cofiuepan  es  descendiente  de 
una  antiquísima  estirpe  de  caciques  de  importancia,  tanto  por  la  in- 
fluencia de  que  han  gozado  en  la  Araucania,  como  por  sus  riquezas.  Es, 
según  el  testimonio  de  un  autor  chileno,  indígena  de  gran  inteligencia, 
que  no  ha  olvidado  sus  tradiciones  y  que  es  bastante  instruido. 

Con  vivo  interés  aguardamos  la  continuación  de  la  obra  cuyo  primer 
tomo  anunciamos  en  estas  breves  líneas,  porque,  como  afirma  nuestro 
estimado  colaborador  y  amigo  D.  Pedro  Pablo  Figueroa,  la  Orónica  de 
la  Araucanm  es  un  libro  que  por  sus  nobles  propósitos  y  sus  patrióti- 
cas páginas  está  destinado  á  figurar  entre  los  que  se  denominan  popu- 
lares, porque  sus  capítulos  son  la  expresión  verdadera  de  las  leyendas 
heroicas  de  una  época  memorable  cantada  por  la  epopeya  y  trasfigura- 
da  por  la  tradición  y  las  costumbres. — F,  S, 


Geografía  y  Estadística  de  la  República  Mexicana. — Se  acaba  de 
publicar  el  segundo  tomo  de  esta  importante  obra,  la  primera  en  su  gé- 
nero, debida  á  la  pluma  del  entendido  y  laborioso  escritor,  el  joven  D. 
Alfonso  Luis  Velasco. 

El  volumen  que  anunciamos,  comprende  la  Geografía  y  Estadística 
del  Estado  de  Sinaloa,  y  contiene  interesantes  noticias  sobre  población, 
producciones  minerales,  vegetales,  agrícolas  y  animales,  y  sobre  ferro- 
carriles, telégrafos  y  correos.  Datos  sobre  beneficencia  é  instrucción  pú- 
blica, y  una  curiosa  estadística  minera  antigua. 

A  reserva  de  ocuparnos  en  otra  ocasión,  y  con  la  extensión  que  me- 
rece, de  la  obra  que  ha  emprendido  el  Sr.  Velasco,  creemos  oportuno 
decir  aquí,  en  honor  de  la  verdad  y  de  la  justicia,  que  hasta  ahora  to- 
das las  geografías  de  nuestra  República,  habían  tenido  un  carácter  ele- 
mental, y  ninguna  había  comprendido  tantos  y  tan  copiosos  datos  co- 
mo la  presente. 

Sabemos  que  la  Geografía  y  Estadística  de  la  República  Mexicana^ 
escrita  por  el  Sr.  Velasco,  constará  de  31  volúmenes  en  4q,  de  los  que 
27  están  consagrados,  uno  respectivamente  á  cada  una  de  nuestras  En- 
tidades federativas,  dos  á  los  Territorios,  uno  al  Distrito  Federal,  y  el  úl- 
timo al  índice  de  toda  la  obra. 


LITERATURA  MEXICANA.  209 


LITERATURA  MEXICANA. 


CAPÍTULO  PRIMERO.» 

Elementos  de  qae  se  form6  la  Dación  llamada  Nueva  Espafia.^  Introducción  en 
ella  de  la  poesía  europea,  y  estado  de  ésta  durante  el  siglo  XVI.— Poetas  que 
allí  flf^uraron  en  el  mismo  período  de  quienes  quedan  noticias.— Motivos  i>or 
qué  se  conocen  pocos  poetas  mexicanos  del  siglo  decimosexto.  —  Po^ía  indo- 
hispana.  —Notas. 

Osados  aventureros  que  penetran  en  una  tierra  desconocida  poblada 
de  enemigos,  colonos  avaros  de  riqueza,  santos  misioneros  poseídos  de 
abnegación  cristiana,  indígenas  semi- civilizados  ó  completamente  bár- 
baros, estos  fueron  los  elementos  heterogéneos  con  que  empezó  la  na- 
ción llamada  Nueva  España.  Y  sin  embargo,  esos  elementos  contenían 
un  germen  de  civilización  que  se  desenvolvió  y  creció  más  adelante, 
conforme  á  las  leyes  del  orden  social.  La  terrible  espada  del  conquis- 
tador impuso  de  tal  modo  á  los  vencidos  que  preparó  nna  paz  inalte- 
rable de  tres  siglos,  rara  en  la  historia ;  la  actividad  del  colono  llevó 
del  antiguo  al  Nuevo  Mundo  las  mejoras  materiales  aquí  desconocidas ; 
el  humilde  fraile  ilustró  con  la  ciencia  europea  la  mente  del  america- 
no, y  sustituyó  con  la  moral  generosa  del  Evangelio  los  sangrientos  ri- 
tos de  los  númenes  aborígenes ;  el  indio,  abyecto  esclavo  bajo  el  domi- 
nio de  sus  reyes  y  seflores  naturales,  fué  transitoriamente  siervo  de  los 
encomenderos,  pasó  luego  á  pupilo  previlegiado  por  el  Código  protec- 
tor de  Indias,  y  ascendió  después  de  la  independencia,  al  puesto  de  hom- 
bre libre. 

*** 
La  poesía  europea  fué  uno  de  los  conocimientos  que  introdujeron  en 
México  los  españoles,  tan  luego  como  le  conquistaron,  siglo  XVI,  y  des- 

I  Este  capítulo  i>ertenece  &  la  segunda  edición,  corregida  |y  aumentada,  que  el 
Sr.  D.  Francisco  Pimentel  prepara  de  su  obra:  Histohia  CbItica  de  la  litera- 
tura Y  DE  liAS  Ciencias  en  México. 

La  Hevista  Nacional  tributa  al  eminente  literato  y  fllélogo  mexicano  Sr.  Pimen- 
telf  los  mAs  sinceros  agradecimientos  por  la  señalada  honra  que  le  dispensa  al  far 
cilitarle  este  capítulo  que  puede  considerarse  como  inédito,  puesto  que  contiene 
noticias  do  gran  importancia,  y  apreciaciones  que  sa  autor  no  pudo  consignar  en 
la  primera  edición  de  su  obra. 

No  será  esta  la  única  vez,  nos  complacemos  en  anunciarlo  A  nuestros  lectores, 
que  la  Revista  Nacional  engalane  sos  páginas  con  los  escritos  del  Sr.  Pimentel.  — 
La  Dirección. 

B.K.— T.n— u 


210  REVISTA  NACIONAIi. 


de  entonces  se  cuIüyó  allí  con  mucho  empefio.  El  Illmo.  Balbuena 
decía:  "que  la  facultad  poética  era  como  una  inñuencia  y  particular  cons- 
telación de  México,  según  la  generalidad  con  que  en  su  noble  juven- 
tud se  ejercita. ''  De  la  multitud  de  poetas  ó  por  lo  menos  aficionados 
á  la  poesía,  que  existían  en  Nueva  España,  en  la  época  que  nos  ocupa, 
nos  dá  también  testimonio  González  de  Eslava,  pues  en  su  coloquio 
El  Bosque  Divino  dice,  con  tono  burlesco,  por  boca  de  Do^  Murmura- 
ción :  "  Hay  más  poetas  que  estiércol. "  Adelante  veremos  que  á  un  so- 
lo certamen  poético  del  siglo  XVI  concurrieron  trescientos  conten- 
dientes. 

El  movimiento  poético  que  se  observa  en  nuestro  país,  desde  que  fué 
ocupado  por  los  europeos,  no  debe  causar  estrañeza  si  atendemos  á  las 
siguientes  razones.  La  poesía  no  tuvo  infancia  en  México,  se  presentó 
ya  formada,  precisamente  en  el  siglo  de  oro  de  la  literatura  española, 
cuando  España  era  la  maestra  de  las  letras,  así  como  la  señora  de  las 
armas.  Los  españoles  apenas  ocuparon  el  país  de  Anáhuac  fundaron 
en  él  establecimientos  de  educación,  no  sólo  de  primeras  letras  y  artes 
útiles  sino  de  ciencias,  literatura  y  bellas  artes.  Véase  sobre  este  parti- 
cular el  Discurso  acerca  de  la  instrucción  pública  en  México  durante  d 
nglo  XVIf  por  D.  Joaquín  García  Icazbalceta.  (Memorias  de  la  Aca- 
demia mexicana  correspondiente  de  la  Real  Española.  Tomo  2?)  Se- 
gún observa  Beristain,  "  España  envió  á  la  América  no  frailes  ignoran- 
tes, sino  maestros  de  las  órdenes  religiosas,  doctores  de  Alcalá,  de  Sa- 
lamanca y  de  París :  fundó  universidades,  colegios  y  academias :  erigió 
cátedras  de  jurisprudencia,  de  medicina,  de  matemáticas, 'de  teología, 
de  retórica,  de  poesía  y  de  lenguas;  y  ha  fomentado  activamente  las  le- 
tras y  premiado  á  los  sabios  con  generosidad. "  Fernández  Guerra  en 
su  obra  Juan  Ruíz  de  Alarcón  y  Mendoza  observa  lo  siguiente :  "Nun- 
ca hubo  como  entonces,  siglo  XVI,  en  la  Nueva  España  tan  pasmosa 
multitud  de  varones  doctísimos  en  cuantos  ramos  abarca  el  humano  sa- 
ber, nacidos  allá  ó  avecindados,  españoles  ó  procedentes  de  Alemania, 
Italia  y  Flandes  que  hacían  de  México  la  Atenas  del  Nuevo  Mundo."  El 
ingenio  de  los  mexicanos  ha  sido  y  es  á  propósito  para  el  ejercicio  de  las 
bellas  letras,  punto  que  trataremos  más  extensamente  en  el  capítulo  úl- 
timo de  la  presente  obra.  Por  otra  parte,  la  poca  oportunidad  de  lucir 
en  otro  terreno  los  inclinaba  al  cultivo  de  las  musas. 

El  entusiasmo  de  los  neo-hispanos  por  la  literatura,  en  el  siglo  XVI^ 
se  manifestaba  con  reuniones  literarias  que  tenían  lugar  en  los  monas- 


LITERATURA  MEXICANA.  211 

terios  y  colegios,  así  como  por  medio  de  certamen^  poéticos  y  repre- 
sentaciones dramáticas  que  se  verifícaban  con  motivo  de  alguna  solem- 
nidad civil  ó  religiosa,  de  lo  cual  iremos  hablando  en  algunos  de  los 
párrafos  que  siguen  al  tratar  de  los  poetas  que  figuraron  en  México  (épo- 
ca que  nos  ocupa)  de  quienes  quedan  noticias.  Esos  poetas  son  los  si- 
guientes : 

*** 

Cristóbal  Cabrera.  —  En  lo  poco  que  nos  queda  de  la  poesía  me- 
xicana del  siglo  XVI,  debemos  considerar  las  composiciones  poéticas 
dedicadas  á  los  autores  de  libros,  puestas  al  frente  de  sus  obras :  entre 
esas  composiciones  hay  varias  medianas  y  aun  buenas.  Seria,  pues,  in- 
teresante que  alguna  persona  curiosa  hiciera  y  publicara  una  colección 
de  dichas  poesías.  Nosotros,  como  un  ejemplo  de  ellas,  vamos  á  copiar 
ahora  una  composición  latina,  y  más  adelante  copiaremos  una  castella- 
na. El  autor  de  aquella  es  Cristóbal  Cabrera,  con  la  circunstancia  de 
aparecer  sus  versos  como  los  más  antiguamente  impresos  en  Nueva  Es- 
paña: lo  fueron  al  principio  de  la  obra  intitulada  Manual  de  Adultos, 
{México,  Juan  Cromberger^  1540.)  Nuestro  escritor  dio  á  sus  versos 
el  nombre  de  Dicolon  Icastichon,  palabras  griegas  que  en  sustancia  sig- 
nifican "composición  de  veinte  versos  alternados,"  pues  la  de  Cabrera 
consta  de  diez  hexámetros  y  diez  pentámetros  en  esa  forma. 

Si  paucis  prcenosse  cupis,  venerando  Sacerdos, 

üt  baptizan  quilibet  Indus  habet; 
Queque  príus  debent,  ccu  parva  elementa  docerí ; 

Quicquid  adultus  iners  scire  tenetur  ítem ; 
Quoeque  sient  priscis  patríbus  sancíta  per  orbem, 

Ut  foret  ad  ritum  tinctus  adultos  aqua, 
Ut  nc  despíciat,  fon,  tam  sublime  Charisma 

Indulos  ignauros,  terque  quaterque  miser: 
Hunc  manibus  versa,  tere,  perlege,dilíge  librum. 

Nil  minus  obscurum,  nil  magis  est  nitidum, 
Simpliciter  dorteque  dedit  modo  Yascus  acutus 

Addo  Quiroga  meus  pnasul  abunde  piu«. 
Singula  perpendes,  nil  inde  requirere  poesis. 

Si  placet,  omne  legas  ordine  dispositum, 
Ne  videare,  cave,  sacrís  ignavus  abuti.  • 

Sis  dccet  advigilans,  mittito  desidiam, 
Nempe  bonum  nihil  unquam  fecerit  oscitabundus. 


212  BEVIBTA  NACIONAL. 


Difficile  est  pulchium,  dictitac  Antíquitas. 
Sed  satis  est :  quid  me  remoraris  pluñbus?  inquis. 
Sit  satis,  et  facias  quod  precor,  atque  vale. 

Hemos  copiado  estos  versos  de  la  Bibliografía  Mexicana  del  siglo 
XVI  por  García  Icazbalceta,  quien  da  las  siguientes  noticias  de  Cabre- 
ra: "Cristóbal  Cabrera,  autor  de  los  versos  latinos,  era  natural  de  Bur- 
gos y  vecino  de  Medina  de  Rioseco.  Vino  muy  joven  á  México,  y  en 
1535  figura  ya  como  notario  apostólico,  certificando  un  testimonio  de 
la  erección  de  la  Iglesia  de  México.  Después  de  recidir  aquí  unos  doce 
afíos,  volvió  á  Europa,  y  basta  su  muerte  permaneció  en  Roma,  donde 
dejó  memoria  suya  con  la  fundación  de  un  hospital  para  mujeres,  en 
especial  españolas  peregrinas.  D.  Nicolás  Antonio  trae  un  largo  catá- 
logo de  las  obras  manuscritas  de  Cabrera,  que  se  conservaban  en  el  Va- 
ticano. Impresas  hay,  entre  otras,  las  siguientes : 

MeditatiuTiculce,  Valladolid  1548,  en  4  ^  Habla  en  ella  de  su  residen- 
cia en  México. 

Flores  de  consolaeióiif  dirigidas  á  la  viuy  iltistre  y  muy  generosa  Se- 
ñora, la  Señora  Dofla  Juana  de  Zúñiga,  Marquesa  del  Valle,  Valla- 
dolid, 1550,  en  8*^  En  la  dedicatoria  se  ve  que  el  libro,  escrito  en  latín 
y  sin  nombre  de  autor,  fué  enviado  por  el  obispo  de  México  á  la  Seño- 
ra Marquesa,  segunda  miyer  de  Hernán  Cortés,  y  que  ella  le  mandó 
traducir  á  un  individuo  residente  en  la  Nueva  España,  quien  fechó  la 
dedicatoria  en  Cuernavaca  á  25  de  Mayo.  Parece  que  este  libro  es  tra- 
ducción de  las  Meditaiíunculaij  con  aumentos. 

Beristain  no  hace  mención  de  Cabrera.  Es  digno  de  leerse  el  ar- 
tículo que  le  dedica  D.  Nicolás  Antonio,  Bibl.  Hisp,  Nova^  tomo  I, 
pág.  233.  Véase  además  BiblAmer  Feíiwí,  Add.,  págs.  110, 129, 163, 
171 ;  Gallardo,  Ensayo  de  una  Bibl.  de  libros  raros,  tomo  11,  col.  164." 

La  mención  aquí  de  Cabrera,  nacido  fuera  de  Nueva  España,  y  la  in- 
serción de  su  poesía  latina  requiere  algunas  explicaciones. 

Hemos  considerado  en  esta  obra  á  Cabrera  y  consideraremos  á  otros 
escritores  nacidos  fuera  de  México,  porque  nuestro  objeto  es  tratar  más 
bien  de  las  ideas  que  de  las  personas :  el  desenvolvimiento  y  progreso 
de  aquellas  poco  importa  se  haya  practicado  por  un  nacional,  ó  por  un 
extranjero,  con  tal  que  sea  en  México,  y  por  esto  hemos  llamado  al  pre- 
sente libro  "  Historia  Crítica  de  la  literatura  y  de  las  ciencias  en  Mé- 
adco. "  De  la  misma  manera,  pertenecen  á  la  literatura  latina  algunos 


LITERATURA  MEXICANA.  218 

escritores  españoles,  á  la  española  varios  portugueses,  á  la  italiana  al- 
gunos franceses,  etc.  Lo  dicho  se  entiende  de  cualquier  escritor  que  ha- 
ya figurado  entre  nosotros  sea  cual  fuere  su  origen ;  pero  en  lo  particu- 
lar respecto  á  los  españoles  debe  tenerse  presente,  que  durante  tres  si- 
glos México  y  España  formaron  una  sola  nación. 

Relativamente  á  haber  insertado  una  poesía  en  latín  y  no  en  caste- 
llano nos  remhimos  á  lo  explicado  en  el  capitulo  décimo ;  pero  desde 
ahora  observaremos  que  apenas  se  hizo  la  conquista  fué  muy  usado  en 
Nueva  España  el  idioma  latino,  y  se  perpetuó  ese  uso  durante  toda  la 
época  del  gobierno  colonial.  Véase  también  sobre  el  asunto  la  parte  de 
nuestro  libro  relativa  á  los  lingüistas. 

P.  Las  Casas,  quien  no  debe  confundirse  con  su  homónimo  el  cé- 
lebre obispo  de  Chiapas.  Nada  se  sabe  respecto  al  P.  Las  Casas,  ob- 
jeto del  presente  artículo,  y  sólo  le  conocemos  por  el  titulo  de  una  obra, 
citada  abreviadamente  por  los  traductores  de  Ticknor  (^Historia  de  la 
Literatura  Española) ^  el  cual  titulo  copió,  por  completo,  García  Icaz- 
balceta,  en  su  Bibliografía  Mexicana  del  siglo  XVI:  este  Señor  no  vio 
el  libro  á  que  nos  referimos ;  pero  sí  una  co^m  fotolitográfica  de  la  por- 
tada. El  mismo  García  Icazbalceta  duda  de  la  existencia  de  la  obra, 
aunque  sin  negarla  redondamente,  y  concluye  con  estas  palabras: 
''  Bien  sé  que  en  bibliografía  lo  inverosímil  suele  resultar  cierto.  Por 
lo  mismo  me  limito  á  presentar  la  cuestión,  para  que  la  ilustre  quien 
tenga  mejores  datos,  ó  el  entendido  lector  la  resuelva  conforme  á  su 
criterio,  pues  yo  no  me  atrevo  á  tanto. " 

El  título  de  la  obra  que  nos  ocupa  es  el  siguiente:  "  Caneioiiero  Es* 
piritual:  en  que  se  contienen  obras  muy  provechosas  y  edificantes:  en 
particular  unas  coplas  muy  devotas  en  loor  de  Nuestro  Señor  Jesucris- 
to y  de  la  Sacratísima  Virgen  Marta  su  madre :  con  una  farsa  intitu- 
lada]: el  Juicio  Final:  compuesto  por  el  R.  P.  Las  Casas  indigno  reli- 
gioso de  esta  Nueva  España :  y  dedicado  al  Illmo.  y  Rmo.  Sr.  D,  Fr, 
Juan  de  Zumárraga  primer  obispo  meritísimo  Arzobispo  de  la  gran  ciu- 
dad de  Tenoxtitlán,  México  de  la  Nueva  España.  Año  de  1546."  Al 
ñnal  dice  así :  "  Fué  impresa  la  presente  obra  por  Juan  Pablos  Lom- 
bardo primer  impresor  en  esta  insigne  y  leal  ciudad  de  México  de  la 
Nueva  España  á  20  días  de  Diciembre,  año  de  la  Encamación  de  Nues- 
tro Señor  Jesucristo,  de  1646. " 

Desde  luego  percibirá  el  lector  que  el  cancionero  citado  es  del  mayor 
interés  para  nuestra  literatura,  pues  contiene  la  primer  pieza  dramáti- 


214  REVISTA  NACIONAL. 


ca  y  la  primer  colección  de  poesias  líricas  que  merecieron  en  Nueva  Es> 
pafia  el  honor  de  la  imprenta.  Es  de  notar  que  las  poesias  líricas,  y  la 
dramática  del  P.  Las  Casas  pertenecen  al  género  religioso,  el  cual  pri- 
TÓ  en  México  durante  todo  el  tiempo  de  la  dominación  española.  Es 
sabido  que  el  carácter  dominante  de  la  literatura  castellana  fué  la  fé  ca- 
tólica, como  un  reflejo  de  las  creencias  de  la  nación,  de  las  cuales  par- 
ticiparon sus  colonias.  « 

Relativamente  á  la  introducción  del  Teatro  en  el  mismo  país  véase  el 
capítulo  que*sigue,  y  aquí  sólo  diremos  que  las  representaciones  drama* 
tico -religiosas  se  dieron  en  México  apenas  fué  hecha  la  conquista,  no 
faltando  en  Nueva  Espafla  personas  que  escribieran  obras  apropiadas 
al  carácter  y  á  las  costumbres  del  nuevo  pueblo,  probando  esto  la  cir- 
cunstancia de  que  ambos  cabildos  ofrecían  premiar  la  mejor  compo« 
sición  que  se  presentase.  De  la  afición  que  había  en  México  por  las  re- 
presentaciones dramáticas  desde  el  siglo  XVI,  da  testimonio  Balbuena 
cuando  dice  que  se  representaban  aüi  comedias  nuevas  cada  dia.  [  Oran'^ 
deta  Mexicana.'] 

Dr.  D.  Bartolomé  Meloarejo. — Natural  de  Toledo.  Pasó  á  Nueva  Es- 
pafla á  mediados  del  siglo  XVI,  y  en  1553  fué  nombrado  primer  cate* 
drático  de  cánones  en  la  Universidad  de  México.  Tradujo  al  castella- 
no, con  notas,  la  Sátira  de  Pernio,  M.  S.  que  menciona  D.  Nicolás  An- 
tonio. De  Melgarejo  habla  Plaza  en  su  Orániea,  Beristain  cita  á  nues- 
tro traductor  siguiendo  á  los  dos  escritores  citados.  La  Crónica  de  la 
Universidad  de  México,  por  Cristóbal  Plaza,  aún  existe  manuscrita  en 
la  Biblioteca  Nacional  de  la  misma  ciudad. 

Siguiendo  nosotros  cl  ejemplo  de  Beristain,  en  su  Biblioteca  His- 
pano Americana  Septentrional^  hemos  citado  aquí  á  Melgarejo  por  ha- 
ber residido  en  México,  aunque  no  sabemos  si  fué  precisamente  en  es- 
ta ciudad  donde  hizo  la  traducción  de  Persio,  cosa  nada  estrafia,  aten- 
diendo á  ciertas  consideraciones,  las  cuales  prueban  el  gusto  que  había 
en  Nueva  España  por  los  autores  latinos,  época  que  nos  ocupa. 

Los  jesuítas  de  México,  en  el  siglo  XVI,  introdujeron,  en  sus  cole- 
gios, el  estudio  de  los  clásicos  latinos,  y  aun  hicieron  reimprimir  algu- 
nos, como  varias  poesías  de  Ovidio  impresas  por  Antonio  Ricardo  (Mé- 
xico 1577).  Vicente  Lanuchi,  jesuíta  italiano,  y  el  primero  que  enseñó 
las  letras  humanas  en  el  Colegio  Máximo  de  la  compañía  de  Jesús  de 
México,  pretendió  que  no  se  leyesen  á  la  juventud  los  autores  gentiles; 
pero  jsu  pretensión  fué  desechada  en  dicha  ciudad  por  el  P.  Provincial 


LITERATURA  MEXICANA.  21& 

Sánchez  y  en  Roma  por  el  P.  Mercuriano,  General  de  la  Orden  jesuítica, 
quien  dijo,  en  carta,  Abril  8  de  1577 :  "  No  conviene  que  se  dejen  de 
leer  los  libros  profanos,  siendo  de  buenos  autores,  como  se  leen  en  to- 
das las  otras  partes  de  la  compafiia ;  y  los  inconvenientes  que  Y.  R.  sig- 
nifica, los  maestros  los  podrán  quitar  del  todo,  con  el  cuidado  que  ten- 
drán en  las  ocasiones  que  se  ofrecieren."  Más  adelante,  1596,  el  sevi- 
llano Diego  Megía,  tradujo  en  Nueva  España  las  HerUdas  de  OvidtOf 
según  manifestaremos  en  uno  de  los  siguientes  artículos  El  P.  Llanos, 
como  veremos  en  el  capitulo  lY,  publicó,  muy  á  principios  del  siglo 
XYII,  una  Poética  fundada  especialmente  en  poetas  latinos. 

P.  Juan  de  Gaona. — El  Sr.  Garda  Icazbalceta,  en  su  Bibliografía 
Mexicana  del  siglo  X  VI,  hablando  de  las  obras  del  P.  Gaona,  dice : 
"Por  último,  hallamos  mención  de  unas  Poeéiaa  (en  castellano?)  en 
alabanza  de  la  Purísima  Concepción,  impresas,  según  dice  el  P.  Fr.  Pe- 
dro de  Alva  en  su  Milüia  Immaculaia  Conceptionia  Virginia  Marice^ 
obra  que  no  he  visto,  y  hallo  citada  á  este  propósito  en  la  Biblioteca 
Franciscana  y  en  Beristain." 

Como  se  vé,  el  Sr.  García  Icazbalceta  duda  si  las  poesías  del  P.  Gao- 
na están  en  castellano.  Observaremos  nosotros  que  Beristain  así  lo 
-asegura,  y  que  este  bibliógrafo  parece  haber  visto  la  Müitia  del  P.  Al- 
va.  He  aquí  lo  que  textualmente  manifiesta  Beristain,  al  enumerar 
las  obras  de  Gaona :  "  Poesías  castellanas  en  alabanza  de  la  Concepción 
Inmaculada  de  la  Yirgen  María.  Las  cita  el  P.  Alva  en  su  Müitia.  *' 

Daremos  noticias  de  Gaona  al  tratar  de  los  prosistas. 

Don  Francisco  Cervantes  Salazar. — Hablaremos  de  Cervantes  Sa- 
lazar  al  tratar  de  los  historiadores,  y  aquí  mencionaremos  únicamen- 
te un  opúsculo  que  publicó  con  el  título  de  *' Túmulo  Imperial,  á  las 
exequias  del  invectísimo  César  Carlos  V.  Hecho  en  la  insigne  y  muy 
leal  ciudad  de  México,  por  mandado  del  Illmo.  Yirrey  de  la  Nueva  Es- 
paña.** (México,  1560).  Es  una  descripción  de  las  magníficas  honras 
fúnebres  que  celebró  México  al  emperador  Carlos  Y,  en  la  cual  descrip- 
ción se  incluyen  las  inscripciones  y  poesías  latinas  y  castellanas  con 
que  se  adornó  el  túmulo  levantado  en  honra  del  emperador  difunto: 
en  esas  inscripciones  y  poesías  hay  mucho  malo  y  aun  pésimo;  pero  tam- 
bién algo  regular.  Pueden  verse  fácilmente  en  la  reimpresión  del  opús- 
culo de  Cervantes  Salazar,  hecha  fpor  García  Icazbalceta,  Bibliografia 
Mexicana  del  siglo  XVL 

Fr.  Andrís  de  Olmos. — Tradigo  del  latin,  en  verso  castellano,  la 


216  REVISTA  NACIONAL. 


obra  intitulada  [de  HcBresihus,  por  Alfonso  de  Castro.  Según  Mendie- 
ta,  á  quien  debemos  esta  noticia,  la  traducción  de  Olmos  estaba  hecha, 
*'  con  mucha  curiosidad  y  artificio,  erudición  y  doctrina.  ^*  Torquema- 
da,  citado  por  Beristain,  copió,  en  parte,  la  noticia  de  Mendieta.  El  mis- 
mo Beristain  menciona  un  drama  de  Olmos  que  tenia  por  argumen- 
to el  Juicio  Final,  sin  decir  en  qué  idioma  se  escribió ;  pero  como  lo 
fué  en  mexicano,  según  el  referido  Mendieta,  hablaremos  de  esa  pieza 
dramática  al  fin  del  presente  capitulo,  cuando  tratemos  de  lapoesia  in- 
do-hispana. 

Del  P.  Olmos  daremos  noticias  al  hablar  de  los  lingüistas. 

Presbítero  Juan  Pérez  Ramírez. — Existe  una  pieza  dramática  suya 
manuscrita,  en  Madrid,  la  cual  fué  compuesta  en  1574,  con  motivo  de 
la  consagración  del  Arzobispo  Moya  de  Contreras.  El  título  de  la  pieza 
es  "  Desposorio  espiritual  entre  el  Pastor  Pedro  y  la  Iglesia  Mexica- 
na, ''  Pérez  y  Ramírez  recibía  cada  afio  cincuenta  pesos  de  minas  por 
hacer  las  listas  de  las  representaciones  sagradas.  Véase  la  obra  intitu- 
lada Cartas  de  Indias  pág.  660.  (Madrid  1877 .) 

Últimamente  el  Sr.  García  Icazbalceta  ha  recibido  una  copia  de  la 
pieza  dramática  de  Pérez  Ramírez,  la  cual  hemos  leido.  Es  un  auto  que 
no  carece  de  mérito,  pues  aunque  tiene  algunos  versos  mal  medidos  y 
algunas  locuciones  prosaicas  su  alegoría  es  propia,  los  puntos  teológi- 
cos pocos  y  sin  obscuridad,  el  bobo  ó  gracioso  tolerable.  Véase  nuestro 
juicio  sobe  los  autos  en  el  capítulo  siguiente. 

P.  Pedro  Morales.  —  He  aquí  las  noticias  que  sobre  este  escritor  y 
sus  obras  nos  da  Beristain,  en  su  Biblioteca.  "Natural  de  Valdepe- 
ñas en  el  arzobispado  de  Toledo,  doctor  en  ambos  derechos  por  la  uni- 
versidad de  Salamanca,  y  célebre  abogado  en  Madrid  y  Granada.  Sien- 
do de  33  aílos  dejó  el  bullicio  de  los  tribunales,  y  se  alistó  en  la  com- 
pañía de  Jesús  el  año  1570.  En  el  de  1576,  fué  destinado  á  México, 
donde  enseñó  la  teología  moral  y  el  derecho  canónico,  y  fué  rector  de 
varios  colegios,  especialmente  del  de  el  Espíritu  Santo  déla  Puebla  de  los 
Angeles,  que  engrandeció  sobremanera.  Asistió  como  consultor  cano- 
nista al  célebre  Concilio  III  mexicano ;  y  lleno  de  méritos  falleció  en 
México  á  6  de  Septiembre  de  1614.  Escribió : 

"Relación  de  las  fiestas,  que  hizo  México  para  recibir  las  Santas  Re- 
liquias, que  envió  de  Roma  el  Papa  Gregorio  XIII,  el  año  1570. "  Im- 
preso en  México  por  Antonio  Ricardo,  1579,  4.  Estas  reliquias  las  con- 
dujeron los  padres  jesuítas,  y  la  mayor  parte  se  conserva  en  la  capilla 


LITERATURA  MEXICANA.  217 

de  San  Pedro  de  la  Iglesia  metropolitana.  "  Expositio  in  Cap.  I.  Evan- 
gélii  S.  Mathcei,  ubi  de  Christo  DominOy  de  Sanctissima  Virgine  Dei- 
para  ac  de  vero  ejus  dulciasimo  el  virginale  Spofiao  Josepho,  LiAri  F." 
Editi  Lugduni  apud  Horatium  Cordón,  1614  fol.  "Vida  del  Illmo. 
P.  Dr.  Pedro  Sánchez,  primer  Prelado  de  los  Jesuitas  de  México. "  M. 
S.  La  vio  y  leyó  y  hace  mención  de  ella  en  su  Historia  el  P.  Florencia" 

Vamos  ahora  nosotros  á  dar  cuenta  de  la  obra  del  P.  Morales  que 
corresponde  al  objeto  del  presente  libro.  Esa  obra  tiene  el  siguiente  ti- 
tulo :  "  Carta  del  P.  Pedro  Morales  de  la  compañía  de  Jesús.  Para  el 
M.  R.  P.  Everardo  Mercuriano,  General  déla  misma  compaflía,  en  que 
se  da  relación  de  la  Festividad  que  en  esta  insigne  ciudad  de  México 
se  hizo  este  afío  de  78  en  la  colocación  de  las  santas  reliquias  que  nues- 
tro muy  Santo  Padre  Gregorio  XIII  les  envió."  (México  1579.) 

Para  tener  idea  de  las  festividades  religioso -literarias  de  México,  en 
el  siglo  XVI,  vamos  á  copiar  la  descripción  que  hace  el  P.  Morales  del 
paseo  con  que  se  anunció  la  fiesta  deque  él  trata:  "  Se  hizo  un  solem- 
ne paseo  de  los  estudiantes  de  nuestras  escuelas  y  colegios,  y  luego  se 
ofreció  con  mucho  amor  y  liberalidad  un  padre  de  un  colegial  del  co- 
legio de  San  Pedro  y  San  Pablo,  á  querer  tomar  este  asunto  y  que  su 
hijo  fuese  el  principe  y  asi  lo  sacó  el  día  del  paseo  que  fué  á  2  de  Oc- 
tubre próximo  pasado,  vestido  todo  rigurosamente  de  seda  y  oro,  en  un 
muy  hermoso  caballo  blanco  costosisí  mamen  te  enjaezado,  acompaña- 
do de  cuatro  lacayos  de  librea  y  dos  españoles  reyes  de  armas  que  con 
dos  cordones  de  seda  le  guiaban  el  caballo  7  de  esta  suerte,  vino  con 
mucho  ocompañamiento  y  música,  desde  su  cesa,  hasta  el  patio  de  nues- 
tras escuelas,  adonde  se  juntaron  en  breve  más  de  doscientos  estudian- 
tes todos  á  caballo  con  muy  ricas  libreas  de  seda  y  oro  en  diferentes 
cuadrillas  de  españoles,  ingleses  y  turcos.  Desde  allí  salieron  todos  en 
ordenanza  de  dos  en  dos  por  las  mismas  calles  que  había  de  ser  la  pro- 
cesión de  las  Santas  Reliquias.  En  la  delantera  iba  la  librea  de  la  ciu- 
dad de  colorado  con  su  música  de  atabales  y  trompetas:  en  seguimien- 
to las  dichas  cuadrillas  muy  concertadas  y  detrás  de  ellas  delante  del 
príncipe,  iba  un  rey  de  armas  en  un  gracioso  caballo,  el  cual  armado 
muy  ricamente  de  punta  en  blanco  llevaba  en  una  lanza  dorada  y  ban- 
da de  azul.  El  cartel  y  pista  literaria,  en  que  se  contenían  siete  certá- 
menes sobre  las  Santas  Reliquias.  Tenía  este  cartel  tres  varas  en  alto 
y  dos  en  ancho,  en  el  cual  iban  las  armas  de  la  ciudad  que  son  una  plan- 
ta de  tuna  campestre  en  medio  de  una  laguna,  y  encima  de  ella  una 


^  ftCViaiA  HACÍOl^AL. 


áifuíia  </^  uca  celebra  eo  d  pico.  Iba  también  el  cartel  puesto  en  el 
ccKTpo  áéi  áfíúia  qoe  eíia  misma  lo  abrazaba  y  sustentaba  oon  las  ollas. 
Por  nmsáfc  de  todo  iba  el  prínópe  en  la  forma  dicha  aoompafiado  de 
des  ci&IffiaJts  de  cada  colefio  hombres  graduados  oon  sus  becas  y  há- 
bito» cokfíales  tn  sos  muías  honestamente  aderezadas  que  daban  mu* 
cbo  ler  7  graredad  á  iodo  lo  que  se  hada.  Y  con  este  concierto  yendo 
á  tredios  algunos  dérigos  y  gente  principal  dudadana  que  los  guiaban 
y  accMDpafiaban  prosiguiere»  su  paseo  hasta  haber  pasado  lapladta  que 
dken  del  marqués  y  asomar  á  la  plaza  mayor  adonde  los  salieron  á  re- 
cÜHr  los  alcaldes  ordinarios  y  personas  del  regimiento  que  allí  se  halla- 
ron y  otros  muchos  caballeros,  hasta  llegar  á  las  casas  de  Ayuntamien- 
to en  las  cuales  á  una  rentana  estaba  ya  puesto  un  rico  dosel  donde  se 
fijó  el  cartel  oon  mucho  ruido  de  atabales  y  trompetas  y  regodjo  deto^ 
dos,  que  oon  mucho  contento  llegaron  luego  á  ver  y  leer  los  certáme- 
nes y  premios  que  con  liberal  mano,  como  acostumbra,  había  dado  el 
muy  ilustre  Ayuntamiento.  ** 

EPl.  Morales  describe  minuciosamente  los  relicarios  donde  iban  las 
Santas  Reliquias,  y  los  arcos  triunfales  que  se  levantaron  en  la  ciudad, 
"cosa,  dice,  dP.,  nunca  vista  en  esta  tierra/'  También  da  cuenta  de 
las  danzas,  diálogos  y  monólogos  dramáticos,  cantos  y  procesión  con 
que  se  solemnizó  la  fiesta. 

En  la  carta  de  que  vamos  hablando  copia  su  autor  las  inscripciones 
en  prosa  y  verso  que  se  pusieron  en  los  arcos  triunfales,  así  como  al- 
gunos ejemplos  de  las  composiciones  en  latín  y  castellano  que  se  pre- 
sentaron para  los  certámenes  literarios  habidos,  valiéndose  el  P.  Mo- 
rales de  las  siguientes  palabras :  "  Las  composiciones  de  latín  y  romance 
á  todos  los  certámenes  fueron  muchas  y  muy  buenas  par  ser  tales  las 
habilidades  de  esta  tierra,.  Pero  por  evitar  fastidio  y  proligidad  no  pon- 
dré más  que  una  de  las  de  verso  latino  en  cada  certamen.  Y  algunas 
más  de  romance  porque  será  más  universal  entretenimiento. " 

De  las  composiciones  poéticas  conservadas  por  el  escritor  de  que  se 
trata  vamos  á  copiar  como  ejemplo  una  Canción  á  las  Santas  Relir 
quiaSf  advirtiendo  que  entre  esas  composiciones  hay  varias  en  italiano 
y  una  en  azteca:  la  mayor  parte  de  ellas  son  prosaicas  y  aun  vulgares, 
siendo  la  Canción  que  copiamos  de  lo  menos  malo. 


¡  Qué  amor !  ]  qué  providencia  I 

¡  Y  qué  dulces  entrañas 
La  suma  piedad  de  Dios  nos  muestra  I 


LITEaA,TUBA  MEXICANA.  21» 

Pues  nos  da  su  clemencia 
Mercedes  tan  extrañas, 
Obra  es  de  su  ternura  y  de  su  diestra; 
Que  ya  la  tierra  nuestra 
En  cielo  se  convierte 
Con  tantos  celestiales : 
Celébrase  i  oh  mortales  I 
Vuestra  dichosa  suerte, 
T  no  en  México  solo; 
Mas  resuene  del  uno  al  otro  polo* 
Quien  nos  ha  concedido 
Su  protección  y  amparo 
El  consuelo,  la  luz,  la  medicina, 
El  don  esclarecido 
Que  le  costó  tan  caro 
De  su  preciosa  Cruz  y  Sacra  Espina, 
Sin  duda  determina 
Que  vaya  en  sumo  aumento 
Esta  tierra  dichosa, 
Y  no  so  niegue  cesa 
Delante  del  divino  acatamiento 
A  quien  pide  favores 
Con  tantos  y  con  tales  valedores. 

Lo  más  notable  que  contiene  la  carta  que  nos  ocupa,  es  una  tragedia 
representada  en  México  con  motivo  de  la  festividad  de  que  tanto  he- 
mos hablado.  Esa  tragedia  se  intitula:  "Triunfo  de  los  Santos  en  que 
se  representa  la  persecución  de  Diocleciano  y  la  prosperidad  que  se 
siguió  con  el  Imperio  de  los  Constantinos."  Los  personajes  que  figu- 
ran en  la  tragedia  son  los  siguientes:  Silvestre  Papa,  Magno  Constan- 
tino, Diocleciano  Emperador,  Daciano  Adelantado,  Cromacio  Presiden- 
te, San  Pedro  mártir,  San  Doroteo  mártir,  San  Juan  mártir,  Albinio 
Caballero,  Olimpio  Caballero,  San  Gorgonio  mártir.  Nuncio  Secretario, 
dos  Alguaciles,  Iglesia,  Fe,  Esperanza,  Caridad,  Gentilidad,  Idolatría, 
Crueldad.  La  pieza  consta  de  cinco  actos.  El  juicio  que  acerca  de  ella 
nos  hemos  formado,  vamos  á  manifestarle  en  pocas  palabras. 

La  obra  dramática  relativa  á  Diocleciano  y  Constantino  no  es  una 
tragedia  porque  carece  de  las  circunstancias  de  tal,  bastando  observar 
que  el  desenlace  es  feliz,  el  triunfo  de  Constantino.  Debe,  pues,  consi- 
derarse esa  pieza  literaria  más  bien  como  una  especie  de  auto  históri- 
co, pues  en  ella  hay  personiges  alegóricos  y  reales:  adelante  (cap.  2) 


220  REVISTA  NACIONAL. 


daremos  nuestra  opinión  respecto  á  los  autos,  según  hemos  manifesta- 
do al  hablar  de  Pedro  Ramirez. 

En  tal  concepto  diremos  que  la  supuesta  tragedia  no  carece  de  valor 
artístico,  pues  si  bien  tiene  defectos,  se  recomienda  por  buenas  cuali- 
dades. El  estilo  es  desigual,  lo  que  hace  creer  que  fué  obra  de  varios 
autores;  la  versificación  es  frecuentemente  mala;  hay  el  anacronismo  de 
dos  alguaciles  modernos,  aunque  es  sabido  que  los  anacronismos  fue- 
ron defecto  común  entre  los  antiguos  dramaturgos,  aun  de  mayor  im- 
portancia, como  Calderón  de  la  Barca  y  Shakespeare.  Buen  lenguaje 
generalmente,  trozos  de  versifícación  armoniosa;  pasajes  de  estilo  con- 
venientemente elevado;  rasgos  y  situaciones  dramáticas;  la  casi  caren- 
cia de  gracioso  impertinente,  que  rara  vez  asoma.  Pueden  verse  trozos 
escogidos  de  la  pieza  que  nos  ocupa  y  el  argumento  de  ella,  en  la  obra 
del  Sr.  García  Icazbalceta  Bibliografía  Mexicana  del  siglo  XVL 

Fernando  Córdoba  Bocanegra. — Nació  en  México,  Junio  de  1565. 
Por  espíritu  religioso  renunció  su  pingüe  mayorazgo  y  el  título  de  mar- 
qués de  Villamayor,  en  su  menor  hermano.  Iba  á  recibir  el  subdiaco- 
nado  cuando  murió  en  Puebla,  Diciembre  de  1589,  á  consecuencia  de 
la  maceración  y  del  ayuno.  El  cronista  Fr.  Alonso  Ramos  escribió  su 
Vida  y  la  publicó  en  Madrid,  aflo  de  1617,  con  varios  opúsculos  de 
nuestro  D.  Femando,  y  son:  "Canción  al  amor  divino."  "Canción  al 
Santísimo  nombre  de  Jesús."  "Doctrina  espiritual."  "Varias  cartas." 
Antes  se  había  dado  á  luz  un  tratado  suyo  de  mística.  (Madrid,  1616.) 

Fr.  Juan  Adriano. — Del  cual  dice  Beristain  lo  siguiente:  "Natural 
de  la  antigua  Espafia;  del  orden  de  San  Agustín,  de  cuyo  colegio  de 
Alcalá  pasó  á  esta  América.  Aprendió  la  lengua  llamada  tarasca  en  la 
provincia  de  Michoacán,  de  donde  fué  llamado  á  México  para  leerla  cá- 
tedra de  Sagrada  Escritura  en  la  Universidad,  después  de  haber  doc- 
trinado á  aquellos  indios,  y  cogido  abundantes  frutos  espirituales.  Fué 
tres  veces  prior  del  convento  de  la  Puebla,  otras  tantas  del  de  México, 
y  dos  provincial:  la  primera  en  1572  y  la  segunda  en  1590.  Obsequió 
en  su  convento  de  la  capital,  con  fraternidad  generosa,  á  los  primeros 
jesuítas  que  vinieron  á  fundar.  Instituyó  un  certamen  poético  en  culto 
y  elogio  de  Santa  Cecilia,  de  quien  era  singularmente  devoto,  y  de 
quien  era  voz  común  se  le  había  aparecido  en  una  enfermedad.  Murió 
con  sentimiento  general  por  sus  religiosas  virtudes  y  por  su  doctrina 
y  elocuencia,  en  1593.  El  maestro  Grijalva  en  su  Oóntca,  y  el  Illmo. 
Eguiara  en  sus  borradores,  aseguran  que  dejó  manuscritos  "varios 


LITERATURA  MEXICANA.  221 

opúsculos  teológicos  concionatorios  y  poétieoSj^^  cuyos  títulos  no  expre- 
san. Ni  debe  pasarse  en  silencio  que  el  maestro  Adriano  fué  fundador 
de  los  conventos  de  su  orden  de  San  Agustín  en  Jalisco,  Tonalán,  Oca- 
tlán,  Zacatecas,  Oaxaca  y  Atlixco.^^ 

Juan  Arista. — Nació  en  la  Nueva  España  y  fué  sacerdote  de  la  Com- 
pañía de  Jesús.  Siendo  ministro  del  colegio  de  San  Ildefonso  escribió, 
según  Beristain,  unas  octavas  reales  en  elogio  de  San  Jacinto  (impre- 
sas en  México,  1597).  £1  motivo  de  esas  octavas  fué  la  canonización 
del  santo  referido,  la  cual  se  celebró  en  la  capital  de  Nueva  España 
en  1594,  por  los  dominicos  y  los  jesuítas.  Según  dice  el  P.  Alegre 
"hubo  adornos  en  las  calles  con  tarjas,  carteles,  pinturas  de  diversas 
invenciones,  emblemas,  empresas,  enigmas,  epigramas,  himnos  y  gran 
diversidad  de  ruedas,  laberintos,  acrósticos  y  otros  géneros  de  versos 
exquisitos,  los  más  en  lengua  latina,  italiana  y  castellana,  y  algunos  en 
griego  y  en  hebreo.  Sobre  un  majestuoso  teatro  erigido  en  la  iglesia 
catedral  representaron  los  colegiales  del  Seminario,  en  loor  del  nuevo 
santo,  una  pieza  panegírica  repartida  en  tres  cantos  de  poesía  española, 
cuyos  intervalos  ocupaba  la  música." 

García  Icazbalceta  [^Bibliografía  Mexicana  del  siglo  XVI^  cree  que 
las  octavas  del  P.  Arista  forman  parte  de  un  libro  publicado  por  Fr. 
Antonio  Hinojosa  con  el  siguiente  título:  "Vida  y  milagros  del  glorio- 
so San  Jacinto,  del  orden  de  Predicadores,  Bula  de  su  canonización,  y 
noticia  de  las  fiestas  con  que  se  celebró  ésta  en  México."  (Imp.  allí 
por  P.  Balli,  1597.) 

Es  digno  de  notar  que  también  en  España  la  canonización  de  los 
santos,  así  como  otros  acontecimientos  religiosos  ó  civiles,  se  celebra- 
ban con  justas  literarias,  según  sucedió  cuando  la  canonización  de  San 
Jacinto:  entonces  obtuvo  premio  en  Madrid,  por  una  poesía,  el  famoso 
D.  Miguel  de  Cervantes. 

Fernán  González  Eslava. — Véase  el  capítulo  que  sigue  al  presente. 

DoSa  Catalina  de  Eslava. — Según  ofrecimos  en  el  artículo  relativo 
á  Cristóbal  Cabrera,  vamos  á  copiar  ahora  una  composición  poética  en 
castellano,  como  muestra  de  las  que  se  escribieron  en  el  siglo  XVI  de- 
dicadas á  los  autores  de  libros.  Escogemos  para  ello  un  soneto  de  Doña 
Catalina  de  Eslava,  dedicado  á  su  tío  Fernán  González  de  Eslava,  el 
cual  soneto  precede  á  los  Coloquios  Espirituales  y  Sacramentales  de 
aquel  poeta.  Nos  hemos  fijado  en  Doña  Catalina,  para  hacer  notar  que 
desde  el  siglo  XVI  el  bello  sexo  cultivaba  las  Musas  en  México. 


222  BEVIBTA  NACIONAL. 


El  sagrado  laurel  ciña  tu  frente, 
La  yedra,  el  anabian,  trébol  y  oliva, 
Porque  (aunque  muerto  estás)  tu  fama  viva 
T  se  pueda  extender  de  gente  en  gente. 

El  tiempo  la  conserve,  pues  consiente 
Que  el  levantado  verso  suba  arriba, 
T  en  láminas  de  oro  el  nombre  escriba 
Del  que  no  tiene  igual  de  Ocaso  á  Oriente. 

En  el  carro  de  Apolo  te  den  gloria. 
Digo  de  aquel  Apolo  soberano 
A  quien  con  tanto  amor  tan  bien  serviste: 

T  pues  él  hace  eterna  la  memoria, 
Con  que  muevas  mi  pluma  con  tu  mano 
La  gloria  alcanzarás  que  acá  nos  diste. 

D.  Antoi«io  de  Saatedra  Guzmán. — Véase  el  capitulo  III  de  la  pre- 
sente obra.  Hemos  destinado  capitulo  especial  á  González  Eslava  y  á 
Saavedra  Guzmán  porque  aquel  es  nuestro  mejor  escritor  de  piezas  sa- 
gradas, y  éste  fué  el  primero  que  escribió  en  Nueva  España  una  his- 
toria completa  rimada  sobre  el  interesantísimo  asunto  de  la  conquista 
de  México  por  los  españoles. 

Francisgo  Terrazas. — Lo  único  que  sobre  este  poeta  manifiesta  el 
bibliógrafo  Beristain,  es  que  fué  natural  de  Nueva  España,  y  en  segui- 
da copia  lo  que  respecto  á  él  dijo  Cervantes  en  su  Galatea. 

De  la  región  antartica  podría 
Eternizar  ingenios  soberanos. 
Que  si  riqueza,  hoy  sustenta  y  cría 
También  entendimientos  sobrehumanos: 
Mostrarlo  puedo  en  muchos  este  día, 
T  en  dos  os  quiero  dar  llenas  las  manos, 
Uno  de  Nueva  España,  y  nuevo  Apolo, 
Del  Perú  el  otro,  un  sol  único  y  solo. 


Francisco  el  uno  de  Terrazas  tiene 
El  nombre  acá  y  allá  tan  conocido. 
Cuya  vena  caudal  nueva  Hipocrene 
Ha  dado  al  patrio  venturoso  nido: 
La  mcsma  gloria  igual  al  otro  viene 
Pues  su  divino  ingenio  ha  producido 
En  Arequipa  eterna  primavera, 
T  éste  es  Diego  Martínez  de  Ribera. 


LITERATURA  MEXICANA.  223 

En  el  "Apéndice  á  la  Biblioteca  de  Beristain/*  manuscrito  pertene- 
•ciente  al  Sr.  García  Icazbalceta,  se  encuentran  las  siguientes  noticias 
sobre  Terrazas,  escritas  por  D.  José  Femando  Ramírez,  que  copiamos 
literalmente. 

"Fué  Francisco  de  Terrazas  hijo  primogénito  del  conquistador  del 
mismo  nombre,  del  cual  dice  Bernal  Diaz  haber  sido  mayordomo  de 
Cortés  y  persona  preeminente.  Mayor  es  el  elogio  que  Baltasar  Doran- 
tes hace  de  su  descendiente  con  estas  palabras:  "El  hijo  mayor  del  con- 
quistador fué  un  excelentísimo  poeta  toscano,  latino  y  castellano,  aun- 
que desdichado,  pues  no  acabó  su  Nuevo  Mundo  y  Conquista^  j  así 
dijo  de  él  en  su  túmulo  Alonso  Pérez. 

Cortés  con  sus  maravillas, 
Con  su  valor  sin  segundo, 
Terrazas  en  escríbillas 
Y  en  propio  lugar  subillas 
Son  dos  extremos  del  mundo. 
Tan  extremados  los  dos, 
En  su  suerte  y  su  prudencia, 
Que  se  queda  la  sentencia 
Besorvada  para  Dios 
Que  sabe  la  diferencia. 

Arrázola  dijo  de  nuestro  Terrazas,  lo  siguiente: 

Los  vivos  rasgos,  los  matices  finos 
La  brava  hazaña  al  vivo  retratada 
Con  visos  más  que  Apolo  cristalinos 
Como  del  mesmo  Apeles  dibujada. 
Ya  con  misterios  la  dejó  divinos 
En  el  octavo  ciclo  colocada 
Francisco  de  Terrazas,  fénix  solo, 
Único  desde  el  uno  al  otro  polo. 

Terrazas  fué  probablemente  mexicano,  pues  su  padre  se  quedó  esta- 
l)lecido  en  México,  donde  tuvo  varios  descendientes  legítimos  é  ilegíti- 
mos. Dorantes  menciona  algunos;  y  expresando  que  escribió  en  1604 
la  obra  en  que  habla  do  Terrazas,  se  viene  en  conocimiento  de  que  éste 
habia  muerto  ya  en  esa  fecha.  En  la  foja  491  repite  que  el  poema  in- 
titulado Nuevo  Mundo f  "era  obra  no  sacada  en  molde,  ni  aun  á  los  ojos 
de  nadie,''  presintiendo  que  el  manuscrito  correría  la  suerte  de  per- 
derse como  tantos  otros.'' 


224  REVISTA  NACIONAL 


Hasta  aqui  el  Sr.  Ramirez.  Por  nuestra  parte  agregaremos  que  co- 
nocemos tres  sonetos  de  Terrazas  y  algunos  fragmentos  de  su  poema  El 
Níievo  Mundo.  Los  sonetos  se  hallan  en  la  obra  intitulada:  "Ensayo 
de  una  Biblioteca  Española  de  Libros  Raros  y  Curiosos^'  (Madrid,  1863. 
Tom.  2):  esos  sonetos  pertenecen  á  una  compilación  de  Flores  de  va- 
ri(í8  poesías,  hecha  en  México,  1577.  Los  fragmentos  del  poema  han 
sido  publicados  por  el  Sr.  García  Icazbalceta  en  las  "Memorias  de  la 
Academia  Mexicana  correspondiente  de  la  Española'^  (Tom.  2) 

De  los  tres  sonetos  omitimos  uno  por  ser  de  argumento  impúdico,  y 
en  seguida  copiamos  los  otros  dos. 

Dejad  las  hebras  de  oro  ensortijado 
Que  el  ánima  me  tienen  enlazada, 

Y  volved  á  la  nieve  no  pisada 
Lo  blanco  de  esas  rosas  matizado. 

Dejad  las  perlas  y  el  coral  preciado 
De  que  esa  boca  está  tan  adornada; 

Y  al  cielo,  de  quien  sois  tan  envidiada, 
Volved  los  soles  que  le  habéis  robado. 

La  gracia  y  discreción  que  muestra  ha  sido 
Del  gran  saber  del  celestial  maestro 
Volvédselo  á  la  angélica  natura; 

Y  todo  aquesto  así  restituido, 
Veréis  que  lo  que  os  queda  es  propio  vuestro: 
Ser  áspera,  cruel,  ingrata  y  dura. 

Á   UNA  DAMA  QUB  DESPABILÓ   UNA   VELA  CON   LOS   DEDOS. 

El  que  es  de  algún  peligro  escarmentado 
Suele  tcmelle  más  que  quien  lo  ignora; 
Por  eso  temí  el  fuego  en  vos,  señora, 
Cuando  de  vuestros  dedos  fué  tocado. 

Mas  ¿vistes  qué  temor  tan  excusado 
Del  daño  que  os  hará  la  vela  agora? 
Sino  os  ofende  el  vivo  que  en  mí  mora, 
¿Cómo  os  podrá  ofender  í\iego  pintado? 

Prodigio  es  de  mi  daño.  Dios  me  guarde. 
Ver  el  pábilo  en  fuego  consumido, 

Y  acudirle  al  remedio  vos  tan  tarde: 
Señal  de  no  esperar  ser  socorrido 

£1  mísero  que  en  niego  por  vos  arde, 
Hasta  que  esté  en  ceniza  convertido. 


LITERATURA  MEXICANA.  225 

El  estilo  algo  afectado  de  los  sonetos  anteriores  descubre  el  gusto  de 
la  escuela  oriental,  sevillana  ó  de  Herrera;  pero  muy  especialmente  el 
primer  soneto,  donde  hay  algunos  rasgos  tomados  de  las  elegías  del  poe- 
ta español,  como  cuando  dice:  "Quedé  sujeto  y  sin  sentido en  las 

trenzas  de  oro  ensortijado."  En  otro  pasaje  compara  el  color  de  su  que- 
rida, con  "la  nieve  no  tocada,"  que  convirtió  Terrazas  en  "nieve  no  pi- 
sada." El  escritor  mexicano  pudo  conocer  bien  las  poesías  de  Herrenii 
pues  en  1582  se  había  publicado  en  Sevillla  un  tomo  de  ellas,  y  desde 
1580  sus  Anotaciones  á  Oarcüaso,  Relativamente  al  juicio  que  hace- 
mos del  estilo  de  Herrera,  no  creemos  necesario  presentar  pruebas,  por 
ser  punto  generalmente  reconocido,  y  sin  embargo  vamos  á  transcri- 
bir lo  que  dice  sobre  el  particular  uno  de  los  mejores  historiadores 
de  la  literatura  española,  Ticknor:  "Herrera  dio  á  sus  versos  una  en- 
tonación tan  grave  y  estirada,  que  á  veces  pasan  de  ser  imitaciones  del 
latín  é  italiano,  y  anuncian  ya,  aunque  obscura  y  confusamente,  el 
gongorismo  que  después  se  hizo  tan  de  moda." 

Entre  los  fragmentos  del  poema  de  Terrazas  se  encuentran  algunos 
de  estilo  sencillo,  y  otros  en  que  se  descubre,  como  en  los  sonetos,  el 
gusto  de  Herrera. 

Por  lo  demás,  hé  aquí  sumariamente  los  defectos  y  las  buenas  cua- 
lidades que  encontramos  en  esos  fragmentos.  Episodios  sin  enlace  con 
la  acción  principal,  versos  mal  medidos,  consonantes  triviales,  caldas 
prosaicas;  por  otra  parte,  lenguaje  castizo,  tono  poético,  trozos  agrada- 
bles y  aun  interesantes,  y,  en  el  conjunto,  un  término  medio  conve- 
niente entre  el  prosaísmo  y  el  gongorismo:  en  el  primer  defecto  incurrió 
Saavedra  Guzmán  al  escribir  el  Peregrino  IndianOj  y  en  el  segundo, 
Ruiz  de  León,  autor  de  la  Hernandiaf  poemas  de  autores  mexicanos 
con  el  mismo  argumento  que  el  Nuevo  Mundo,  preferible  éste,  por  lo 
tanto,  á  los  otros  dos.  Es,  pues,  muy  de  sentirse,  que  Terrazas  no  hu- 
biera concluido  su  obra  y  que  ni  siquiera  lo  que  escribió  tengamos 
completo. 

De  los  fragmentos  publicados,  el  que  nos  parece  de  más  mérito  lite- 
rario es  un  tierno  ó  ingenuo  episodio  referente  al  saqueo  del  pueblo 
de  Naucol,  donde  residían  tranquilamente  dos  jóvenes  amantes,  Huit- 
zel,  hijo  del  rey  de  Campeche,  y  Quetzal,  hija  del  rey  de  Tabasco. 

No  debemos  concluir  lo  relativo  á  Francisco  de  Terrazas  sin  agre? 

gar  una  noticia  tomada  del  Sr.  García  Icazbalceta,  lugar  mencionado. 

"Diego  Mufioz  Camargo  en  su  Hütoria  de  Tlaxcala,  cita  un  Tratado 

B.  V.-T.  11-16 


226  BEVIBTA  NACIONAL. 


dd  Aire  y  Tierra  escrito  por  Francüco  de  Terrazas,  en  que  se  conta« 
ban  los  inauditos  trabajos  que  Cortés  y  sus  compañeros  pasaron  en  la 
expedición  de  las  Hibueras.  No  sé  si  se  refiere  al  padre  ó  al  hijo:  la  pre- 
sunción está  en  favor  del  segundo,  por  cuanto  sabemos  que  era  hom- 
bre de  pluma,  lo  cual  no  nos  consta  del  padre,  pues  no  tiene  funda- 
mento la  opinión  de  los  que  le  atribuyen  la  célebre  relación  conocida 
con  el  nombre  de  El  Conquistador  Anónimo  y 

Arrizóla. — Hemos  copiado  anteriormente  unos  versos  de  este  poe- 
ta, dedicados  á  Francisco  Terrazas.  Entre  los  fragmentos  del  Nuevo 
Mundo,  publicados  por  el  Sr.  García  Icazbalceta,  de  que  hemos  habla- 
do, hay  algunas  octavas  de  Arrázola.  Del  mismo  poeta  es  el  siguiente 
soneto,  inédito,  que  nos  ha  facilitado  el  referido  Sr.  Garcia  Icazbalceta. 

SONETO 

Hecho  al  M,  R,  P.  Maestro  Fr,  Andrés  de  übilla,  que  á  la  sazón  era  confesor 
del  Virrey  D.  Luis  de  Velaaco,  que  fué  por  cuya  mano  se  mandó  hacer  esta 
Memoria,  author  Joseph  de  Arrázola. 

« 

Con  cinco  panes  Dios  la  muchedumbre 
Hartó  en  el  monte  suficientemente, 

Y  el  Santo  Apóstol  que  tendió  la  gente 
Desde  los  llanos  hasta  la  alta  cumbre. 

Sacro  Maestro,  vos  que  sois  la  lumbre 
-Que  alumbra  el  paso  al  Príncipe  excelente, 
Felipe  sois,  mediando  sabiamente 

Y  antorcha  ha  de  ser  que  nos  alumbre. 
Si  el  pan  es  poco,  el  dulce  padre  caro 

De  mi  dichosa  patria  condolido,* 
Ponga  el  intento  en  Dios  por  imitalle. 
Y  siendo  el  celo  tal  cual  vemos  claro, 
BI  Pan  por  su  largueza  repartido 
Harto  el  hambriento,  pan  ha  de  sobralle. 

Sacado  de  un  ^'Memorial  de  Hijos  de  Conquistadores  de  Nueva  Es- 
pafia  que  vivían  el  aflo  de  1590,  en  el  primer  gobierno  de  D.  Luis  de 
Velasco,  hecho  por  Luis  de  Tovar  Godínez,  secretario  de  la  goberna- 
ción de  este  reino.  Aflo  de  1622." 

Salvador  Cuenca. — Poeta  del  siglo  XVI,  mexicano  ó  residente  en 
México.  Entre  los  fragmentos  del  Nuevo  Mundo,  poema  de  que  ya  te- 
nemos conocimiento,  se  encuentra  la  siguiente  octava  de  Cuenca. 


LITERATURA  MEXICANA.  227 

Altísimo  saber,  sumo,  sagrado. 
Cuan  grandes  son  tus  trazas  y  rodeos, 
Que  llevas  al  siguro  apostolado 
De  aquel  incierto  cambio  á  San  Mateo, 

Y  al  tartamudo  sacas  del  ganado 

Para  lengua  y  caudillo  al  pueblo  hebreo, 

Y  de  Cuba,  ieleta  pobre  y  chica, 
Quien  tu  supremo  reino  multiplica. 

Poetas  Satíricos  del  siglo  xvi. — Lo  que  el  Sr.  García  Icazbalceta 
ha  publicado  de  Terrazas,  Arrázola  y  Cuenca  está  tomado  de  una  Be- 
lación  manuscrita  que  posee,  escrita  por  Baltasar  Dorantes.  Aquel  se- 
ñor ha  publicado  también,  sacados  de  la  misma  i^e^oci^M,  tres  sonetos 
de  poetas  desconocidos,  los  cuales  sonetos  creemos  conveniente  repro- 
ducir aquí  porque  son  de  autores  mexicanos  ó  residentes  en  México; 
porque  pertenecen  á  un  mismo  género  de  poesía,  el  satírico;  y  porque 
se  refieren  á  vicios  locales,  propios  de  la  Nueva  España. 

Minas  sin  plata,  sin  verdad  mineros. 
Mercaderes  por  ella  cudiciosos, 
Caballeros  do  serlo  deseosos. 
Con  mucha  presunción  bodegoneros: 

Mujeres  que  se  venden  por  dineros 
Dejando  á  los  mejores  más  quejosos; 
Calles,  casas,  caballos  muy  hermosos. 
Muchos  amigos,  pocos  verdaderos: 

Negros  que  no  obedecen  sus  señores, 
Señores  que  no  mandan  en  su  casa, 
.Jugando  sus  mujeres  noche  y  día: 

Colgados  del  virey  mil  pretensores, 
Tiánguez,  almoneda,  behetría, 
Aquesto,  en  suma  en  esta  ciudad  pasa. 


Kiños  soldados,  mozos  capitanes. 
Sargentos  que  en  su  vida  han  visto  guerra, 
Generales  en  cosas  de  la  tierra, 
Almirantes  con  damas  muy  galanes: 

Alféreces  de  bravos  ademanes, 
Kueva  milicia  que  la  antigua  encierra, 
Hablar  extraño,  parecer  que  atierra 
'  Turcos  rapados,  crespos  alemanes. 


280  REVISTA  NACIONAL. 


del  Lie.  Diego  García  de  Palacios,  oidor  de  Guatemala  y  México,  dada 
á  luz  con  esta  obra  en  México,  año  de  1583)  en  4",  que  le  sirve  de  ar- 
gumento. La  tercera  parte  se  subdivide  en  otras  tres.  En  la  primera 
se  observan  varios  metros  bucólicos  al  Nacimiento  y  Encamación  del 
Hijo  de  Dios.  En  la  segunda,  diferentes  asuntos  de  devoción  y  peni- 
tencia, con  las  tres  lecciones  del  Ofício  de  Difuntos  que  canta  la  Igle- 
sia. En  la  tercera,  obras  líricas  á  varios  santos,  en  Sonetos,  Canciones^ 
Estancias,  Cantos,  Salmos  de  loores,  y  una  versión  del  primer  trena 
del  Profeta  Jeremías.  La  cuarta  parte  de  la  obra  contiene  cinco  Cartas 
en  prosa.''  A  lo  dicho  conviene  agregar  que  la  Silva  de  Poesía  fué 
puesta  en  limpio  y  arreglada  para  la  prensa  en  México. 

Las  cartas  en  prosa  á  que  se  refiere  la  obra  descrita,  son  de  mérito 
literario  generalmente  reconocido,  y  se  han  publicado  en  Madrid,  1866, 
por  la  Sociedad  de  bibliófílos  españoles,  con  una  biografía  de  Salazar 
por  D.  Pascual  Gayangos.  De  esas  cartas,  una  relativa  á  los  Cataribe- 
ras  ó  pretendientes  de  empleos,  se  había  impreso  en  el  Semanario  eru- 
dito, y  más  adelante  lo  fué  en  El  Criticón;  pero  en  el  Semanario  trun- 
ca, reformada  y  atribuida  erróneamente  á  D.  Diego  de  Mendoza,  punto 
que  puso  en  claro  Alvarez  Baena  en  la  obra  citada  Hijos  de  Madrid^ 
asi  como  después  D.  Bartolomé  José  Gallardo  en  el  referido  periódico 
JK  Criticón,  En  La  mar  descrita  por  loe  mareados,  de  Fernández  Du- 
ro, se  ha  reimpreso  la  Carta  de  Salazar  que  lleva  el  siguiente  título: 
"Carta  escrita  al  Lie.  Miranda  de  Ron,  particular  amigo  del  autor,  en 
que  se  pinta  un  navio,  y  la  vida  y  ejercicios  de  los  oficiales  y  marine- 
ros de  él,  y  cómo  lo  pasan  los  que  hacen  viajes  por  la  mar.''  Respecto 
á  las  otras  tres  obras  de  Salazar,  que  hemos  mencionado,  únicamente 
observaremos  que  sólo  la  primera  se  escribió  fuera  de  México. 

Considerando  á  nuestro  D.  Eugenio  como  escritor  en  verso  comenza- 
remos por  decir  que  Alvarez  Baena  le  califica  de  excelente  poeta,  y  Ga- 
llardo como  autor  de  poesías  cultísimas.  Por  nuestra  parte,  no  podemos 
juzgar,  en  su  conjunto,  las  composiciones  poéticas  del  escritor  que  nos 
ocupa,  porque  sólo  conocemos  algunas  publicadas  por  Baena  y  tres  por 
Gallardo,  en  las  obras  citadas  anteriormente.  Tenemos,  pues,  que  re- 
ducirnos á  dar  nuestra  opinión  sobre  esas  poesías. 

Las  composiciones  poéticas  de  Salazar,  publicadas  por  Baena,  son 
tres  trozos  de  églogas  y  dos  sonetos,  uno  del  género  bucólico  y  otro  en 
estilo  cortesano,  y  las  que  dio  á  luz  Gallardo  son:  "Epístola  al  insigne 
Hernando  de  Herrera,  en  que  se  refiere  el  estado  de  la  ilustre  ciudad 


LITERATURA  MEXICANA.  229 

de  Guatemala,  empleo  que  desempeñaba  por  1580.  Se  trasladó  á  Mé- 
xico, 1581,  y  en  su  Universidad  se  graduó  de  Doctor,  Agosto  de  1591. 
En  98,  á  la  muerte  de  Felipe  11,  era  oidor  de  la  misma  ciudad,  donde 
permaneció  hasta  que  Felipe  III  le  llevó  á  su  corte  en  clase  de  Conse- 
jero de  Indias,  plaza  que  ocupaba  en  1601. 

Salazar  escribió  lo  siguiente:  Jeroglíficos  y  letras  con  que  se  adornó 
en  Guatemala  (1580)  el  túmulo  de  Doña  Ana  de  Austria.  Emblemaá 
y  poesías  para  las  honras  de  Felipe  II,  en  México.  Octavas  reales  re- 
comendando la  obra  Diálogoa  Militares  por  García  del  Palacio  (Méxi- 
co, 1583)  al  frente  de  la  misma  obra.  Un  gran  volumen  en  verso  y 
prosa  con  el  título  de  Silva  de  Poesía,  Un  poema  intitulado  Navega^ 
ei6n  del  alma  por  el  discurso  de  las  edades  del  hombre.  Tratado  de  los 
negocios  incidentes  en  las  Audiencias  de  Indias. 

La  última  obra  ha  sido  mencionada  por  León  Pinelo.  Salazar  la  lla- 
ma en  otro  de  sus  escritos  Puntos  de  Derecho:  es  un  manuscrito  en 
folio,  latín  y  castellano. 

El  poema  Navegaeián  del  Almu  existe  inédito  en  la  Biblioteca  Na- 
cional de  Madrid,  según  Fernández  Duro,  en  su  obra  La  Mar  descrita 
por  los  mareados,  Tom.  2,  pág.  260.  Salazar  explica  que  el  navegante 
es  el  alma;  navio  el  cuerpo  del  hombre;  piloto^  la  mente  ó  entendi- 
miento; timón,  la  prudencia;  calafate,  la  prevención;  maestre,  el  libre . 
albedrío;  condestable,  el  aborrecimiento  del  pecado,  y  así  va  compa- 
rando y  explicando  todas  las  partes  del  navio.  Lope  de  Vega  escribió 
una  comedia  sagrada  con  el  título  de  Viaje  del  Alma,  la  cual  no  tiene 
analogía  con  el  poema  Navegación  del  Alma  de  nuestro  Salazar. 

El  volumen  SUva  de  Poesía  se  encuentra  manuscrito  en  la  bibliote- 
ca de  la  Academia  de  la  Historia  de  Madrid,  y  de  él  hallamos  la  si- 
guiente descripción  en  la  obra  intitulada  Hijos  de  Madrid,  por  Alvarez 
Baena:  "Está  dividida  en  cuatro  partes:  La  primera  se  subdivide  en  dos: 
La  primera  de  éstas,  son  obras  bucólicas,  compuesta  de  Sonetos,  Églo- 
gas, Canciones  y  Mandriales  ó  Madrigales;  y  la  segunda  de  Canciones, 
Epístolas  en  tercetos,  y  Coplas,  Sestinas  y  Sonetos.  La  segunda  parte 
de  toda  la  obra  contiene,  á  diferentes  asuntos  y  personas,  Églogas,  Can- 
tos, Canciones,  Epístolas,  Sonetos,  una  Elegía,  una  Sátira,  Jeroglíficos 
y  Canciones  en  metro  castellano  é  italiano,  entre  las  cuales  poesías  se 
comprende  un  Canto  que  hizo  en  loor  de  la  traducción  de  los  libros  de 
JRc  müitari,  del  Secretario  Diego  Gracián,  que  se  imprimió  con  ella  en 
Barcelona  afio  de  1567,  y  otro  en  alabanza  de  los  Diálogos  mHUarei^ 


232  REVISTA  NACIONAL. 


Y  en  el  divino  altar  los  presentando: 

Aquí,  do  la  lealtad  y  la  excelencia 
El  gran  Cortés  mostró  de  su  persona, 
Su  fe  supliendo  de  su  Bey  la  ausencia; 

Juntando  un  orbe  nuevo  ú  la  corona 
Beal  de  España,  de  caudal  inmenso; 
Hecho  quo  mar  y  tierra  le  pregona: 

Aquí,  que  como  en  la  gentil  floresta 
La  linda  primavera  da  mil  flores. 
De  beldad  llenas,  con  su  mano  presta; 

Van  descubriéndose  otras  muy  mejores, 
lie  artes  y  de  ciencias  levantadas. 
Que  ilustren  estos  nuevos  moradores 


Las  poesías  de  Eugenio  Salazar  dan  lugar  á  las  siguientes  observa- 
ciones. 

Nuestro  poeta  imitó  á  otros,  especialmente  españoles  é  italianos.  Hé 
aqui  un  ejemplo.  Garcilaso  dice: 

Por  tí  el  silencio  de  la  selva  umbrosa. 
Por  tí  la  esquividad  y  apartamiento 
Del  solitario  monte  me  agradaba: 
Por  tí  la  verde  yerba,  el  fresco  viento. 
El  blanco  lirio  y  colorada  rosa: 
Y  dulce  primavera  deseaba: 
¡Ay  cuánto  me  engañaba! 


Salazar  dice: 


Por  tí  me  desagrada  la  ribera, 
El  más  florido  valle,  y  verde  llano. 
El  abrigado  monte,  y  la  frescura 
De  la  alta  sierra,  y  el  suave  viento. 
Por  tí  no  me  da  gusto  de  las  flores 
El  varío  olor  en  fresca  primavera; 
Ni  aplace  á  zzús  oídos  el  ruido 
De  la  alta  baya,  ni  del  verda  fresno 
Del  Euro  mansamente  sacudido; 
Ni  de  las  aguas  claras  el  murmullo. 
Por  tí  sabor  no  hallo  en  la  cuajada, 
Ni  en  fresca  leche,  ni  sabrosa  nata; 
La  dulce  miel  como  la  hiél  me  amarga. 


LITERATURA  MEXICANA.  233 

La  tendencia  á  la  imitación  se  nota  en  los  poetas  mexicanos,  ó  resi- 
dentes en  México,  desde  que  se  hizo  la  conquista  hasta  nuestros  días, 
según  veremos  en  el  curso  de  esta  obra. 

A  Salazar,  lo  mismo  que  á  Terrazas  y  á  otros  poetas  de  la  Nueva 
España,  durante  toda  la  época  del  gobierno  español,  les  fué  muy  fami- 
liar el  uso  del  italiano,  y  no  sólo  como  traductores,  sino  como  escrito- 
res originales  en  ese  idioma. 

En  las  poesías  de  Salazar  se  encuentran  rasgos  descriptivos  agrada- 
bles, y  versos  eróticos  que  no  carecen  de  sentimiento.  Uno  y  otro  gé- 
nero fueron  poco  cultivados  en  la  Nueva  España,  donde  los  asuntos 
que  dominaron  fueron  el  religioso  y  los  que  pueden  llamarse  de  ciV- 
cujistandaSy  como  cuando  nacía  un  príncipe  ó  moría  un  rey,  cuando 
se  canonizaba  un  santo,  se  estrenaba  una  iglesia,  etc.  Ya  hemos  indi- 
cado algo  de  esto,  y  lo  veremos  confirmado  más  adelante. 

Lo  que  el  escritor  que  nos  ocupa  dice  respecto  á  nuestro  país  en  su 
Imputóla  á  Herrera^  es  un  nuevo  testimonio  del  adelantamiento  que 
en  el  siglo  XVI  alcanzó  México  en  ciencias  y  letras.  (Véase  nota  1*  al 
fin  del  capítulo). 

Dr.  Dionisio  de  Ribera  Florez,  del  cual  dice  Beristain  lo  siguien- 
te: ''N'atural  de  la  antigua  España,  alumno  de  la  Universidad  de  Sala- 
manc^i,  presbítero,  doctor  en  cánones.  Pasó  á  México  el  año  1560,  y 
por  espacio  de  45  mereció  mucho  aplauso  en  el  ejercicio  del  pulpito. 
Era  cura  de  la  catedral  de  México  cuando  el  Sr.  Arzobispo  Moya  le 
nombró  promotor  fiscal  del  Concilio  tercero  Mexicano,  cuyo  oficio  des- 
empeñó con  acierto  y  alabanza.  Fué  consultor  de  la  Inquisición,  y  mu- 
rió canónigo  de  la  metropolitana.  Escribió:  "Aparato  con  que  el  tribunal 
de  la  Inquisición  de  México  celebró  las  exequias  del  Rey  D.  Felipe  II. 
Imp.  en  México,  1600." 

D.  Jerónimo  Herrera,  en  el  prólogo  que  puso  á  este  libro  insinúa 
otros  Opúsculos  de  nuestro  D.  Dionisio. 

El  verdadero  título  del  libro  de  Ribera,  citado  por  Beristain,  es  el 
siguiente:  "Relación  historiada  de  las  exequias  funerales  de  la  Majestad 
del  Rey  D.  Felipe  II  Nuestro  Señor,  hechas  por  el  Tribunal  del  Santo 
Oficio  de  la  Inquisición  de  esta  Nueva  España  y  sus  provincias,  y  estas 
Filipinas:  asistiendo  sólo  el  licenciado  D.  Alonso  de  Peralta,  Inquisi- 
dor Apostólico,  y  dirigida  á  su  persona  por  el  Dr.  Dionisio  de  Ribera 
Florez,  Canónigo  de  la  Metropolitana  de  esta  ciudad,  y  consultor  del 
Santo  Oficio  de  Inquisición  de  México,  donde  trata  de  las  virtudes  es- 


23i  REVISTA  NACIONAL. 


clarecidas  de  su  Majestad  (sic)  y  tránsito  felicisimo:  declarando  las  fi- 
guras, letras,  jeroglíficos,  empresas  y  divisas,  que  en  el  túmulo  se  pu- 
sieron, como  persona  que  lo  adornó  y  compuso,  con  la  invención  y 
traza  del  aparato  suntuoso  con  que  se  vistió  desde  su  planta  hasta  su 
fenecimiento.  (En  México,  en  casa  de  Pedro  Balli.  Año  de  1600.)" 

Las  exequias  de  Felipe  II,  á  que  se  refíere  la  relación  de  Ribera,  se 
verificaron  en  la  Iglesia  de  Santo  Domingo  de  México  el  1"  de  Abril 
a£ío  1599.  En  esa  relación  se  encuentran  varias  poesías  latinas  y  cas- 
tellanas, algunas  de  Ribera,  y  otras  de  diversas  personas  residentes  en 
la  capital  de  Nueva  España:  todas  esas  composiciones  carecen  de  mé- 
rito literario  y,  por  lo  tanto,  no  nos  detenemos  en  examinarías. 

Diego  Megía. — Natural  de  Sevilla  y  estudiante  de  su  Universidad. 
De  Sevilla  pasó  al  Perú  y  de  aquí  á  Nueva  España  en  1 596.  Caminan- 
do por  tierra  de  Sonsonate  á  México,  y  con  el  objeto  de  divertir  los 
ocios  del  camino,  tradujo  en  verso  castellano  algunas  Heroidas  de  Ovi- 
dio, las  cuales  acabó  de  traducir  en  México,  así  como  la  invectiva  In 
Ibin  que,  con  otras  poesías  y  el  siguiente  título,  publicó  en  Sevilla 
(1608):  "Primera  parte  del  Parnaso  Antartico  de  Obras  amatorias,  y 
las  21  Epístolas  de  Ovidio  y  el  Li  Ibin  en  tercetos."  En  la  edición  de 
Sevilla  se  incluyó  una  carta  poética  escrita  por  una  señora  á  Megía,  la 
cual  contiene  noticias  de  varios  poetas  de  la  América  del  Sur.  Esta 
carta  se  suprimió  en  la  edición  de  Fernández.  (Colección  Tom.  19). 
Sólo  la  traducción  de  las  Heroidas  se  ha  incluido  últimamente  en  la 
obra  intitulada  Biblioteca  Clásica^  Tom.  76.  (Madrid,  1884.) 

Megía,  en  la  introducción  de  su  obra,  explica  el  plan  de  ella,  mani- 
festando en  sustancia  lo  siguiente:  Que  hizo  la  traducción  en  tercetos 
por  parecerle  que  esas  rimas  correspondían  con  el  verso  elegiaco  lati- 
no; que  limó  su  traducción  lo  mejor  que  pudo,  adornándola  con  argu- 
mentos en  prosa  y  algunas  moralidades;  que  siguió  en  la  interpretación 
de  los  conceptos  más  difíciles  á  diversos  comentadores,  como  Huber- 
tino,  Ascensio,  etc.;  que  en  algunas  cosas  imitó  á  Remigio  Florentino, 
traductor  de  Ovidio  al  italiano;  que  añadió  algunos  conceptos  y  sen- 
tencias suyas  para  aclarar  más  las  del  poeta  latino  y  rematar  con  dul- 
zura algunos  tercetos;  que  aunque  se  tomó  algunas  licencias,  de  suerte 
que  puede  ser  mejor  llamado  imitador  que  traductor,  siempre  procuró 
conformarse  al  texto  latino;  que  quitó  todo  lo  que  en  algún  modo  podía 
ofender  los  oídos  castos,  dejando  de  traducir  algunos  versos  poco  ho- 
nestos. 


LITERATURA  MEXICANA.  285 

Por  otra  parte,  Megía  se  disculpa  de  lo  imperfecto  de  su  traducción, 
en  virtud  de  haberla  hecho  para  entretenimiento  de  tiempo  y  recrea- 
ción de  espíritu  y  no  con  presunción  de  ingenio,  asi  como  porque  era 
hombre  dedicado  á  asuntos  pecuniarios,  ocupado  en  ganar  la  vida,  tra- 
tando con  negociantes  y  no  con  hombres  de  letras. 

Si  bien  Megía  creyó  que  los  tercetos  eran  lo  más  á  propósito  para 
traducir  el  verso  elegiaco  latino,  Villegas  fué  de  opinión  contraria  cuan- 
do pensó  en  traducir  á  Dante.  De  todas  maneras,  la  traducción  del  poe- 
ta que  nos  ocupa  nos  parece  digna  de  elogio  por  su  lenguaje  correcto  y 
estilo  elegante,  aunque  contiene  versos  poco  Huidos  y  aun  ásperos. 

Al  hablar  de  Ochoa,  veremos  que  este  poeta  mexicano  tradujo  tam- 
bién las  Heroidas  de  Ovidio:  en  nuestro  concepto,  la  traducción  de 
Ochoa  es  superior  á  la  de  Megía.  Véase  el  cap.  XI  de  la  presente  obra. 

Illmo.  Dr.  Bernardo  de  Balbuena. — Es  tanto  lo  que  se  ha  escrito 
acerca  de  este  poeta  y  de  sus  obras,  que  nada  nuevo  podemos  decir  nos- 
otros, y,  por  lo  tanto,  nos  reduciremos  á  manifestsr  las  razones  por  que 
le  mencionamos  en  el  presente  capítulo.' 

Balbuena  nació  en  Valdepeñas  de  Espafia,  1568,  y  murió  en  Puerto 
Rico,  1627.  Empero,  Balbuena  pasó  á  México  desde  su  más  tierna  in- 
fancia, allí  hizo  sus  estudios  literarios,  se  graduó  de  bachiller  en  teo- 
logía, obtuvo  premio  en  algunos  certámenes  poéticos,  y  escribió  sus  co- 
nocidas obras  en  verso,  no  sólo  la  intitulada  Grandeza  Mexicana^  sino 
también  El  Siglo  de  Oro  y  El  Bernardo,  según  explica  Beristain  en  su 
Biblioteca.  Creemos  [conducente  al  objeto  de  nuestra  obra,  copiar  las 
siguientes  palabras  de  aquel  bibliógrafo,  cuando  trata  de  El  Bernardo: 
"  Y  el  autor  del  Semunario  Patriótico,  después  de  una  moderada  crí- 
tica de  este  poema  dice :  ''  De  cualquier  modo,  y  á  pesar  de  sus  defec- 
tos, esta  obra  es  la  mejor  de  cuantas  tenemos  de  su  clase  en  castellano : 
digna  de  los  curiosos  de  nuestras  cosas,  y  necesaria  á  cuantos  se  dedi- 
can á  cultivar  la  lengua  y  la  poesía  españolas ''  Lo  que  yo  no  he  podi- 
do entender  muy  bien  es  que  dicho  periodista  diga  "  que  la  parte  más 
sobresaliente  del  Bernardo  es  la  del  lenguaje,  versifícación  y  estilo  en 
que  no  consiente  comparación  con  ninguno  de  los  otros  poemas  caste- 
llanos :"  y  que  después  añada,  "  que  tiene  muchos  modos  de  decir  trivia- 
les y  bajos,  que  desdicen  del  tono  elegante,  que  corresponde  á  la  poe- 
sía. "  Y  lo  más  gracioso  es  que  atribuye  este  defecto  á  que  "  Balbuena 
escribió  en  México,  donde  serían  (dice)  cultas  y  elegantes  las  frases 
que  no  se  hubieran  sufrido  en  Madrid. "  Pues  y  Isl  parte  más  sobreea- 


286  REVISTA  NACIONAL. 


lienta  de  este  poema,  el  lenguaje  en  que  no  consiente  comparación  con 
otro  alguno  ¿dónde  lo  aprendió  Balbuena?  ¿en  México  ó  en  Madrid? 
"  Y  lo  rico  y  abundante  en  las  descripciones,  lo  patético  y  tierno  en  los 
afectos :  lo  fiero  y  fogoso  en  los  combates :  lo  inagotable  en  símiles  y  alu- 
siones ?  aquella  espontánea  facilidad  y  soltura  con  que  camina,  sin  que 
la  lengua  ni  el  metro,  ni  la  rima  le  pongan  embarazo,"  ¿lo  bebió  Bal- 
buena  en  el  rio  Manzanares  ó  en  la  laguna  de  Tenoxtitlán?  ¿Por  qué 
pues  se  nombra  á  México  únicamente  cuando  se  trata  de  los  defectos 
del  Bernardo :  y  no  se  hace  mención  de  esta  ciudad,  cuando  se  descri- 
ben los  primores  del  poema?  En  México;  sí :  en  México  aprendió  Bal- 
buena  la  poesía,  y  en  México  escribió  su  Bernardo :  en  México,  donde 
si  se  usan  frases  bajas  es  en  los  barrios,  como  en  Avapies  y  el  Barqui- 
llo ;  no  empero  en  las  aulas  de  la  Universidad,  en  las  academias  ni  en 
los  colegios  donde  aprendió  las  bellas  letras,  ni  entre  los  literatos  co- 
mo el  autor  del  Semanario  Patriótico,  de  los  cuales  hay  en  México  un 
número  copiosísimo,  como  en  toda  la  América  española,  donde  acaso 
se  conserva  el  idioma  castellano  del  siglo  XVI  con  más  pureza  que  en 
álgunas"provincias  de  la  Península;  y  de  donde  salieron,  entre  otros 
muchos  sujetos  ¡dignos  de  ocupar  el  puesto  de  secretario  de  la  acade- 
mia de  la  lengua  Española  y  de  ganar  el  premio  de  elocuencia  caste- 
llana; y  por  último  donde  el  gran  Balbuena  aprendió  á  decir: 

«A  llegar  con  mi  pluma  á  donde  quiero 
Fuera  Homero  el  segundo,  yo  el  primero. » 

Bernardo  lib.  3. 

La  composición  de  Balbuena  más  interesante  para  nosotros  es  la 
Grandeza  Mexicana  porque  además  de  haberse  escrito  en  nuestro  país 
é  impreso  aquí  por  primera  vez,  su  argumento  es  nacional,  la  descrip- 
ción de  la  capital  de  Nueva  Espafla.  En  la  Grandeza  Mexicana  inclu- 
yó su  autor  varios  escritos  en  prosa,  uno  de  ellos  intitulado ',"  Compen- 
dio apologético  de  la  Poesía."  Balbuena  resume] el  argumento  de  la 
obra  principal  en  la  siguiente  octava : 

<<Do  la  famosa  México  el  asiento. 
Origen  y  grandeza  do  edificios ; 
Caballos,  calles,  trato,  cumplimiento 
Letras,  virtudes,  variedad  de  oficios. 
EegaloB,  ocasiones  de  contento : 


LirERATURA  MEXICANA.  287 


Frimayera  inmortal  y  sus  indicios : 
Gobierno  ilustre,  religión  y  estado: 
Todo  en  este  discurso  está  cifrado, » 

En  lo  que  Balbuena  refiere  respecto  á  México  nos  parece  interesante 
copiar  aquí  lo  relativo  á  ciencias  y  literatura. 

Si  quiere  recreación,  si  gusto  tierno 

Be  entendimiento,  ciencia  y  letras  graves, 

Trato  divino,  don  del  cielo  eterno ; 
Si  en  espíritu  heroico  á  las  suaves 

Musas  se  aplica  y  con  estilo  agudo 

De  sus  tesoros  les  ganzúa  las  llaves ; 
Si  desea  vivir  y  no  ser  mudo, 

Tratar  con  sabios,  que  es  tratar  con  gentes, 

Fuera  del  campo  torpe  y  pueblo  rudo;" 
Aquí  hallará  más  hombres  eminentes 

En  toda  ciencia  y  todas  facultades 

Que  arenas  lleva  el  Qanje  en  sus  corrientes ; 
Monstruos  en  perfección  de  habilidades 

Y  en  las  letras  humanas  y  divinas 
Eternos  rastreadores  de  verdades. 

Fréciense  las  escuelas  Salmantinas, 

Las  de  Alcalá,  Lobaina  y  las  de  Atenas 

De  sus  letras  y  ciencias  peregrinas ; 
Fréciense  de  tener  las  aulas  llenas 

De  más  borlas,  que  bien  será  posible, 

Mas  no  en  letras  mejores  ni  tan  buenas ; 
Que  cuanto  llega  á  ser  inteligible, 

Cuanto  en  un  entendimiento  humano  encierra, 

Y  con  su  luz  se  puede  hacer  visible. 
Los  gallardos  ingenios  desta  tierra] 

Lo  alcanzan,  sutilizan  y  perciben 

En  dulce  paz;  ó  en  amigable  guerra 

Fiesta  y  comedias  nuevas  cada  día. 
De  varios  entremeses  y  primores 
Gusto,  entretenimiento  y  alegria 

No  debemos  concluir  este  articulo  sin  insertar  en  él  lo  que  Balbue- 
na dijo  respecto  á  certámenes  poéticos  en  uno  de  sus  apéndices  de  la 
Orandeza  Mexicana, 

*'  Fué  Delfos  un  museo  y  academia  de  Apolo,  donde  tenia  el  más  fa- 
moso oráculo  de  sus  adivinanzas  y  la  conversación  ordinaria  con  las 


240  BEVIBTA  NACIONAL. 


logHico  de  la  poesía^  impresa  á  principios  del  siglo  XVII,  le  llama:  d 
discreto  Rodrigo  Vivero,  Escribió : 

"Noticias  del  Nuevo  México."  M.  S.  —  En  el  archivo  de  la  provin- 
cia del  Santo  Evangelio  de  México. — "  Elogio  fúnebre  de  la  lUma.  Sra. 
Dofia  Inés  Pacheco  de  la  Cueva,  hija  del  Exmo.  Sr.  Marqués  de  Cerral- 
vo,  Virrey  de  la  Nueva  España. "  Imp.  en  México  por  Ruiz,  1631. 4." 

Lorenzo  de  los  Ríos  Ugarte,  fué  alguacil  mayor  de  la  Inquisición  en 
la  capital  de  Nueva  España.  El  Dr.  Balbuena  llamó  á  Ríos  Ugarte,  El 
estudioso j  en  su  Compendio  apologético  de  la  poesía^  donde  asegura  que 
"con  heroica  y  feliz  vena,  va  describiendo  Las  maravillosas  hazañas 
del  Oíd  Campeador, "  De  Ríos  Ugarte  se  conserva  un  soneto  en  la  ci- 
tada obra  de  Balbuena,  el  cual  soneto  copió  Beristain  en  su  Biblioteca^ 
artículo  referente  al  mismo  Balbuena.  Se  halla  también  ese  soneto  en 
las  Memorias  de  la  Academia  Mexicana,  t.  3,  pág.  95. 

Carlos  Sámano  y^Carlos  Arellano,  poetas  mexicanos  de  quienes  no 
hay  más  noticia  que  la  dada  por  Balbuena,  en  su  Elogio  de  la  poeda, 
tantas  veces  citado,  calificándolos  de  acabados  ingenios. 

Juan  Ruíz  de  Alarcón  y  Mendoza.' —  Este  célebre  dramaturgo  se  con- 
sidera más  bien  como  perteneciente  á  la  literatura  española  que  á  la 
nuestra,  por  haber  dado  sus  frutos  en  España.  Sin  embargo,  también 
pertenece  á  México,  porque  aquí  nació,  hizo  sus  principales  estudios, 
se  recibió  de  licenciado  'en  leyes  y  tuvo  sus  primeras  inspiraciones 
dramáticas,  según  opina  uno  de  los  mejores  biógrafos  de  nuestro  poe- 
ta, Fernandez  Guerra,  quien  concluye  de  tratar  este  asunto  con  las  si- 
guientes palabras :  "  Baste  por  ahora  creer,  como  harto  verosímil,  que 
á  la  patria  nativa,  y  en  los  años  de  1609  á  1611,  debió  rendir  las  primi- 
cias de  su  numen  dramático  el  autor  de  La  Verdad  sospechosa,  ^'  Por 
otra  parte,  Alarcón  ha  sido  tan  estudiado  en  México  como  en  España. 

Lo  dicho  es  suficiente  respecto  al  escritor  que  nos  ocupa,  porque  acer- 
ca de  él  y  de  sus  obras  se  ha  escrito  todo  lo  necesario  en  tratados  ge- 
nerales de  literatura  y  en  monografías :  la  más  completa  que  conocemos 
es  la  del  citado  Fernández  Guerra,  si  bien  contiene  errores  topográfi- 
cos que  fácilmente  percibe  cualquiera  que  conozca  á  México. 

Alarcón,  por  el  tiempo  en  que  vivió,  pertenece  al  siglo  XVI  y  al 
XVII ;  pero  por  su  escuela  literaria  á  la  buena  de  la  primera  época,  y 
no  á  la  degeherada  de  la  segunda. 

Don  Fernando  Alva  Pimentel  IxiLaxocHrrL,  murió  en  1649  á  los 
setenta  y  nueve  años  de  edad,  así  es  que  pertenece  á  los  siglos  XVI  y 


LITERATURA  MEXICANA.  211 

XVII.  Nosotros  le  ponemos  entre  los  poetas  del  siglo  XVI  por  su  es- 
cuela, por  su  buen  gusto  literario,  por  no  haberse  contaminado  de  gon- 
gorismo,  según  lo  demuestran  tres  poesías  suyas  que  nos  quedan,  una 
de  ellas  original.  Las  otras  dos  son  á  las  que  se  refíere  Boturini  en  su 
CWáZof/o cuando  dice:  "Un  manuscrito  contiene  dos  cantares  de  Net- 
zahualcóyotl traducidos  de  la  lengua  Náhuatl  en  la  castellana,  que  re- 
dujo á  poesía  D.  Femando  de  Alva. "  La  autenticidad  de  las  poesías 
de  Netzahualcóyotl  ha  sido  negada  modernamente  por  personas  de  buen 
criterio,  pero  siendo  punto  que  no  nos  toca  examinar,  sólo  hablaremos 
de  las  tres  composiciones  de  Ixtlilxochitl.  (Véase  nota  2*  al  fin  del  ca- 
pítulo. ) 

La  original  es  una  feliz  imitación  de  los  romances  españoles  sobre  el 
cerco  de  Zamora.  Fué  publicada  en  España  por  Fernández  Duro  en  las 
Memorias  históricas  de  Zamora,  tom.  IV,  y  en  nuestro  país  en  la  colec- 
ción de  documentos  para  la  historia  de  México  impresa  por  García  To- 
rres, 1856,  tercera  serie  tom.  1?  pág.  292.  Comienza  el  jomancecon 
estos  versos. 

A  los  muros  de  Zamora 
herido  estÁ  el  rey  Don  Sancho 
que  del  castigo  de  Dios 
no  hay  seguro  rey  humano. 

Este  romance  estuvo  y  aún  está  casi  desconocido,  no  citándole  ni  Be- 
ristain  en  su  copiosa  Biblioteca,  ni  D.  Fernando  Ramírez  en  su  exce- 
lente artículo  sobre  Ixtlilxochitl  inserto  en  el  Diccionario  de  historia 
publicado  en  México,  (tom.  4"),  ni  Sosa  en  sus  recientes  Biografías 
de  niexícanos  distinguidos,  (México,  1884). 

De  las  dos  poesías  atribuidas  á  Netzahualcóyotl  la  primera  es  una  oda 
que  comienza  asi : 

Un  rato  cantar  quiero, 

Pues  la  ocasión  y  el  tiempo  se  me  ofrece, 

Ser  admitido  espero. 

Si  intento  lo  merece; 

Y  comienzo  mi  canto, 

Aunque  fuera  mejor  llamarlo  llanto 

El  objeto  de  la  oda  es  lamentar  la  vanidad  é  instabilidad  de  las  co- 
sas humanas,  asunto  que,  como  de  observación  común,  ha  ocupado  á 

B.K.-T.U-1« 


218  SEVISTA  NACIONAL 


otros  muchos  poetas  antiguos  y  modernos,  por  ejemplo  Hacine  en  el  ac- 
to segundo  de  la  Atalia.  La  oda  de  Ixtlilxochitl  tiene  en  la  forma  algo 
de  oriental  por  lo  rico  y  ñorido  de  la  dicción,  aunque  sin  llegar  á  todo 
su  lujo  de  tropos  y  figuras,  y  en  el  fondo,  algo  de  epicureista  por  algu- 
na máxima  en  que  se  aconseja  gozar  de  lo  presente  y  desechar  el  te- 
mor de  lo  futuro.  Esa  oda  ha  sido  impresa  varias  veces  en  México,  Es- 
tados Unidos  y  Europa. 

La  otra  composición  del  poeta  que  nos  ocupa  es  un  buen  romance, 
cuyos  primeros  versos  son  estos : 

Tiene  el  florido  verano 
BU  casa,  corte  y  alcázar, 
adornado  do  riquezas, 
con  bienes  en  abundancia, 
con  disposición  discreta 
están  puestas  y  grabadas 
ricas  plumas,  piedras  ricas 
que  al  mismo  sol  se  aventajan. 

Este  romance  se  halla  en  la  citada  colección  de  García  Torres  pág 
289,  y  en  la  Hustración  Española  año  29  núm.  1. 

Al  hablar  de  los  historiadores  haremos  la  biografía  de  Ixtlilxochitl. 

*** 

En  la  segunda  sección  del  presente  capitulo  hemos  hablado  del  en- 
tusiasmo que  hubo  en  Nueva  Espafía  por  la  poesía,  durante  el  siglo 
XVI,  lo  cual  no  parece  confirmado  más  adelante,  pues  son  pocos  los  es- 
critores en  verso,  mexicanos  ó  residentes  en  México,  de  quienes  hemos 
dado  noticia,  y  raro  de  ellos  con  mérito  literario.  Conviene,  por  lo  tan- 
to, explicar  en  qué  consiste  esa  aparente  contradicción. 

En  primer  lugar,  lo  que  abundó  en  Nueva  España,  durante  el  siglo 
XVI,  fueron  los  aficionados  á  la  poesía ;  pero  no  los  verdaderos  poetas. 
En  segundo  lugar,  la  mayor  parte  de  las  obras  que  se  escribieron  en  el 
país  y  tiempos  referidos,  quedaron  manuscritas ;  en  tal  estado  fácilmen- 
te se  perdieron,  y  con  ellas  la  memoria  de  sus  autores. 

El  gusto  por  la  poesía  que  hubo  en  México,  supone  muchos  aficiona- 
dos á  ella ;  pero  cualquiera  comprende  que  aficionado  á  un  arte  no  es 
sinónimo  de  maestro.  Efectivamente,  la  mayor  parte  de  los  escritores 
en  verso  neo -hispanos,  de  la  época  que  nos  ocupa,  lo  eran  de  meras 


LITERATURA  MEXICANA.  213 

circunstancias,  autores  de  un  soneto  al  frente  de  un  libro,  de  una  octava 
para  un  arco  triunfal,  ó  de  un  distico  para  un  túmulo,  y  de  esta  clase 
de  escritores  nadie  se  ocupa  en  dar  noticias.  Por  otra  parte,  los  verda- 
deros poetas  en  todo  tiempo  y  lugar  son  escasos ;  á  rara  persona : 

Grato  el  cielo 

Otorgara  la  ardicnto  fantasía, 
El  genio  creador,  digno  tan  solo 
Del  sacro  lauro  del  divino  Apolo. 

Mucho  menos  puede  abundar  el  numen  poético  en  una  naciente  co- 
lonia á  donde  se  iba  con  el  objeto  de  hacer  fortuna,  ó  desempeñar  al- 
gún cargo  civil  ó  eclesiástico,  todo  lo  cual  no  dejaba  mucho  tiempo  li- 
bre para  hacer  versos,  cuya  formación  no  producía  un  solo  maravedí, 
cosa  que  generalmente  ha  sucedido  en  todas  partes.  Véase  lo  que  so- 
bre este  particular  observamos  al  tratar  de  Rodríguez  Galván.  Consi- 
derado el  ejercicio  de  poeta  en  México,  por  el  lado  de  la  honra,  puede 
observarse  que  los  poetas  fueron  apreciados  allí  y  agraciados  con  pre- 
mio los  que  sobresalían,  no  sólo  en  el  siglo  XVI,  sino  durante  todo  el 
tiempo  del  gobierno  colonial.  Empero,  esa  honra  estaba  reducida  á  los 
estrechos  límites  de  un  país,  y  para  lucir  en  campo  más  vasto,  era  ne- 
cesario traspasar  los  mares  como  hizo  Alarcón  y  Mendoza. 

£1  hecho  de  que  la  mayor  parte  de  las  obras  mexicanas  del  siglo 
XVI  quedaran  manuscritas  dio  lugar  á  su  fácil  destrucción,  por  las  ra- 
zones que  vamos  á  indicar. 

Según  observa  García  Icazbalceta,  en  su  Bibliografía  Mexicana  del 
siglo  XVI,  "el  clima  de  México  favorece  la  polilla  y  la  humedad,  con 
frecuencia  se  encuentran  libros  podridos  que  al  tocarlos  se  deshacen, 
especialmente  en  la  parte  inferior.  Se  conoce  que  como  las  librerías  de 
los  conventos  solían  estar  en  los  pisos  bajos,  lo  mismo  que  todas  las 
bodegas,  llegaba  muchas  veces  el  agua  á  los  primeros  plúteos  de  los  es- 
tantes, y  permanecía  estancada  el  tiempo  suficiente  para  podrir  los  li- 
bros. Pero  quizá  no  hubo  causa  más  eficiente  de  destrucción  que  la 
carestía  del  papel,  llegada  al  extremo  cuando  alguna  guerra  interrum- 
pía las  comunicaciones  con  España.  Entonces  se  echaba  mano  de  cuan- 
to había,  y  los  libros  viejos  contribuían  grandemente  al  consumo  del 
público.  Robles  en  su  diario,  refiriéndose  al  año  de  1677,  dice :  '^Este 
año  se  ha  encarecido  el  papel  de  suerte  que  vale  la  resma  treinta  pe- 
sos, la  mano  dos  pesos  y  el  pliego  un  real ;  el  quebrado  á  peso  la  ma- 


2M  REVISTA  NACIONAL. 


no,  el  de  marca  mayor,  á  real  y  medio  el  pliego,  el  escrito  á  dos  reales 
y  medio  la  mauo,  la  resma  á  seis  pesos  y  dos  reales.  Se  han  desbara- 
tado muchos  libros  para  vender  por  papel  escrito :  se  han  de¡ado  de  im- 
primir muchas  obras  y  han  estado  paradas  las  imprentas  y  lo  han  pa- 
decido los  ofíciales. ''  En  1739  "  cortó  la  afílada  tijera  de  la  carestía  del 
papel  el  hilo  de  las  noticias  antiguas  y  modernas, "  es  decir,  que  se  sus- 
pendió la  publicación  de  las  Gacetas  de  Sahagún.  Por  el  mismo  tiem- 
po se  quejaba  el  historiador  Mota  Padilla  de  que  para  sacar  una  copia 
de  su  obra  había  tenido  que  pagar  '^á  real  y  dos  reales''  el  pliego  de 
papel.  Aun  sin  esa  causa,  la  ignorancia  y  la  codicia  continuaron  des- 
truyendo las  librerías  ó  haciendo  salir  del  país  lo  mejor  de  ellas. " 

Para  comprobar  la  indicación  de  García  Icazbalceta,  respecto  á  des- 
trucción de  libros  por  la  ignorancia  y  la  codicia,  vamos  á  copiar  lo  que 
sobre  esto  dice  Beristain  en  su  Biblioteca^  artículo  relativo  á  Fr.  José 
Gabaldá.  "  Existían  los  manuscritos  de  Gabaldá  en  la  biblioteca  del  con- 
vento de  Guatemala,  hasta  que  la  indiscreción  de  un  R.  P.  comisario 
hizo  sacarlos  de  los  estantes  paro  acomodar  libros  impresos,  y  vender- 
los, (dice  el  cronista  Vázquez)  á  los  boticarios  y  pulperos.  Lo  mismo 
ha  sucedido  en  casi  todas  las  bibliotecas  de  esta  América ;  y  en  mis  días, 
más  sin  yo  saberlo,  en  la  antigua  y  famosa  del  real  colegio  de  San  Pa- 
blo de  PP.  Agustinos  de  la  capital  de  México,  de  donde  se  extrajeron 
cuatro  ó  seis  carros  de  manuscritos  y  libros  impresos  para  venderlos  á 
los  coheteros  de  orden  del  Rector  Mtro.  y  Dr.  Melero,  sin  anuencia  y 
con  harto  dolor  del  venerable  definitorio,  que  llegó  á  saberlo  muy 
tarde. " 

Es  de  advertir  que  la  destrucción  de  obras  mexicanas  del  siglo  XVI 
no  paró  en  las  manuscritas,  sino  que  se  extendió  á  muchas  ediciones 
de  las  impresas,  según  explica  García  Icazbalceta  en  la  obra  citada  an- 
teriormente. 

^% 

No  entra  en  el  plan  de  la  presente  obra  hablar  de  la  civilización  de 
los  antiguos  mexicanos,  de  influjo  nulo  en  la  nuestra;  pero  si  es  conve- 
niente manifestar  que  con  la  conquista  de  Anáhuac  por  los  españoles 
apareció  en  el  país  un  género  de  litenatura  mixta  que  llamaremos  in- 
do-hispana. 

Reduciéndonos  ahora  á  tratar  de  la  poesía  indo-hispana,  diremos 
que  se  compuso  de  dos  elementos:  generalmente  un  idioma  indígena 


LITERATURA  MEXICANA.  245 

y  arte  poético  europeo;  pero  algunas  veces  sólo  las  ideas,  el  asunto, 
pertenecían  á  la  nación  conquistadora,  mientras  que  el  idioma  y  el  arte 
métrico  eran  americanos. 

La  literatura  de  México  propiamente  dicha,  desde  que  se  hizo  la 
conquista,  es  la  que  consta  de  arte  europeo  é  idioma  castellano,  porque 
éste  es  el  dominante  en  nuestro  país,  en  todas  materias,  en  lo  oficial, 
lo  cientifíco,  lo  literario  y  el  trato  común,  mientras  que  los  idiomas  in- 
dígenas se  han  convertido  ó  se  van  convirtiendo  en  lenguas  muertas, 
con  la  circunstancia  de  carecer  de  literatura,  lo  que  no  sucede  con  otros 
idiomas  muertos,  como  el  sánscrito,  el  griego  y  el  latín.  Esto  supues- 
to, lo  que  nos  queda  de  la  literatura  indo-hispana  más  bien  debe  con- 
siderarse como  una  parte  de  la  lingüística,  y  en  tal  concepto  no  hare- 
mos aquí  otra  cosa,  respecto  de  aquella,  sino  citar,  por  vía  de  ejemplo, 
algunas  obras.  La  persona  que  desee  tener  noticia  de  todas  puede  ocu- 
rrir á  los  bibliógrafos,  especialmente  al  libro  intitulado:  ProofSheet 
of  a  Bihliography  of  the  Languajea  of  the  Norih  American  Indiana  hy 
James  Conatantíne  PíUíng, — [^  Washington- Ooveríiment  Prínting  Of- 
fice,— 1885.]  En  la  Biblioteca  Nacional  de  México  existen  manuscritas 
algunas  obras  de  la  clase  á  que  nos  referimos,  entre  ellas  una  colec- 
ción de  "Cantares  mexicanos,''  de  los  cuales  algunos  han  sido  tradu- 
cidos al  inglés  y  publicados  por  Brinton  (Filadelfia,  1887).  Dos  de  los 
Cantares  ha  trasladado  del  inglés  al  español  D.  J.  M.  Vigil,  y  se  hallan 
en  la  "Revista  Nacional  de  Ciencias  y  Letras,"  tom.  I,  pág.  361.  Según 
Brinton,  esas  poesías  fueron  hechas  antes  de  la  conquista,  punto  que 
nos  parece  dudoso  y  necesita  un  examen  especial. 
Lo  que  nosotros  tenemos  qúc  citar  es  lo  siguiente: 
Cánticos  de  las  Apariciones  de  la  Virgen  Marta  al  indio  Juan  Dic' 
gOj  por  el  príncipe  tepaneca  Don  Francisco  Plácido,  quien  los  recitó 
por  el  año  de  1535,  cuando  se  colocó  la  imagen  de  Guadalupe  en  su 
primera  ermita.  A  este  propósito  el  P.  Florencia  en  su  obra  "Estrella 
del  Norte"  (México  1785),  página  375  dice:  "que  los  indios  por  me- 
dio de  ciertos  metros  que  cantaban  en  sus  bailes  conservaban  los  su- 
cesos memorables,  y  que  uno  de  esos  cantares  compuso  D.  Francisco 
Plácido,  señor  de  Atzcapotzalco,  y  se  cantó  el  mismo  día  que  de  las 
casas  del  Sr.  Zumárraga  se  llevó  á  la  ermita  de  Guadalupe  la  sagrada 
imagen."  Agrega  Florencia  que  ese  cántico  se  lo  dio  D.  Carlos  de  Si- 
gúenza  y  Góngora,  quien  le  halló  entre  los  escritos  de  D.  Domingo 
Ghimalpain.  Es  notable  que  el  más  antiguo  poeta  lírico  de  Nueva  Es- 


316  REVISTA  NACIONAL. 


pafía  fuera  un  indio  de  sangre  real,  y  que  dedicase  su  lira  á  la  deidad 
indígena,  la  Virgen  de  Guadalupe,  tan  celebrada  en  todos  tiempos  por 
los  poetas  mexicanos,  según  observaremos  en  el  curso  de  la  presente 
obra.  Véase  por  otra  parte,  lo  que  indicamos  en  el  Epílogo  sobre  la 
noble  ascendencia  de  la  poesía  española,  y  véase  también  la  nota  3* 
al  fínal  de  este  capitulo. 

Diálogos  ó  coloquios  en  lengua  mexicana  entre  la  Virgen  María  y 
d  Arcángel  Saii  Gabriel^  por  el  Illmo.  D.  Fr.  Luis  Fuensalida.  Este 
religioso  fué  uno  de  los  doce  primeros  franciscanos  que  pasaron  de 
España  á  México  con  el  objeto  de  predicar  el  cristianismo,  y  sucedió 
como  prelado  á  Fr.  Martín  de  Valencia.  Murió  en  Puerto  Rico  el  afío 
1545.  De  sus  Diálogos,  que  hemos  citado,  dice  Beristain:  "Son  un  ma- 
nuscrito muy  original  y  curioso:  el  Arcángel  presenta  á  la  Santísima 
Virgen  varias  cartas  de  los  padres  del  Limbo,  en  que  le  ruegan  admi- 
ta la  embajada,  y  dé  su  consentimiento  para  la  Encarnación  del  Verbo 
Divino." 

Varías  canciones  en  verso  zapoteco  sobre  los  misterios  de  la  Religión 
para  uso  de  los  neófitos  de  la  Vera^PaZy  (manuscrito),  por  el  Ven.Fr. 
Luis  Cáncer.  Fué  uno  de  los  primeros  dominicos  que  pasaron  á  Amé- 
rica, y  el  que  con  más  ardor  defendió  la  libertad  de  los  indios  en  la 
junta  do  obispos  y  teólogos  verificada  en  México,  1546.  Murió  asesi- 
nado por  los  bárbaros  en  la  costa  de  Veracruz,  1549. 

Poesías  sagradas  de  la  Pasión  de  Jesiicrísfo  y  de  los  hechos  de  los 
Apóstoles,  en  idioma  kachiqíiel,  por  el  Illmo.  D.  Fr.  Domingo  Vico,  do- 
minico. Esas  poesías  quedaron  manuscritas,  y  las  cita  Remesal,  entre 
otras  muchas  obras  de  nuestro  Vico,  quien  escribió  tanto,  que,  según  el 
mismo  Remesal,  "sus  libros  pueden  apostar  con  los  de  Santo  Tomás 
de  Aquino.'^  El  escritor  que  nos  ocupa  vino  de  España  á  México  con  el 
Illmo.  Las  Gasas,  á  quien  acompañó  en  todas  sus  peregrinaciones  apos- 
tólicas por  las  provincias  de  Ghiapas  y  Vera-Paz.  Fué  prior  de  los  con- 
ventos de  Guatemala,  Ghiapas  y  Gobán.  Fundó,  entre  otros  pueblos,  el 
de  San  Andrés,  y  sin  dejar  sus  trabajos  apostólicos  murió  septuagena- 
rio, electo  obispo. 

El  Juicio  Finaly  auto  (manuscrito)  en  lengua  m^xicana^  por  Fr.  An- 
drés de  Olmos,  á  quien  hemos  mencionado  anteriormente.  Esa  pieza 
se  representó  en  la  capilla  de  Sr.  S.  José  de  México.,  á  presencia  del 
Virrey  Mendoza  y  del  Obispo  Zumárraga.  Según  Mendieta,  el  auto 
Juicio  Final  "causó  grande  edificación  á  todos,  indios  y  españoles,  pa- 


LITERATURA  MEXICANA.  217 

ra  darse  á  la  virtud  y  dejar  el  malvivir,  y  á  muchas  mujeres  erradas 
para,  movidas  de  terror  y  compungidas,  convertirse  á  Dios." 

Varim  cuntarea  aag^radoB  para  uso  de  loa  indios  de  Chilapa,  (ma- 
nuscrito), compuesto  por  el  Illmo.  D.  Fr.  Agustín  Coruña,  del  orden 
de  San  Agustín.  Habiendo  pasado  Corufía  de  España  á  México,  aquí 
aprendió  el  idioma  azteca,  y  con  este  conocimiento  se  dedicó  á  la  con- 
versión de  los  indios,  extendiendo  sus  conquistas  espirituales  por  las 
costas  del  mar  Pacífico,  cuyos  habitantes  civilizó.  Entre  diversas  villas 
que  fundó  nuestro  religioso,  sobresalen  Chilapa  y  Chilpancingo.  Más 
adelante  fué  catedrático  de  Teología  en  la  capital  de  Nueva  EspafU,  y 
luego  provincial  de  su  orden.  En  1562  se  le  nombró  obispo  de  Popo- 
yán.  Falleció  en  el  pueblo  de  Tamaña,  afío  1590.  Corufia  escribió  ade- 
más de  los  Cantares  citados:  ^'Relación  histórica  de  la  conquista  espi- 
ritual de  Chilapa  y  Tlapa."  ^'Doctrinal  fácil  para  enseflar  á  los  indios." 
"Constitución  para  los  Agustinos  de  Popoyan,"  (Genova,  1693). 

Tres  libros  de  comedias,  en  mexicano,  por  Fr.  Juan  Bautista,  los  cua- 
les tenía  prontos  para  la  prensa:  el  primero  de  la  penitencia  y  sus  par- 
tes; el  segundo,  de  los  principales  artículos  de  la  fe  y  parábolas  del 
Evangelio,  y  el  tercero,  vidas  de  Santos.  Esta  obra  se  halla  citada  en 
el  catálogo  de  las  de  Fr.  Juan  Bautista,  incluso  en  el  Sermonario  del 
mismo  autor.  La  vio  Torquemada,  quien  asegura  ser  de  mucha  erudi- 
ción y  elegancia,  [Monarquía  Indiana,  Lib.  XX,  cap.  79.]  El  mismo 
P.  Bautista,  Prólogo  á  su  Confesonario  en  lengua  mexicana  y  castella- 
na (Tlaltelolco  lo99),  dice:  *Tengo  larga  experiencia  que  con  las  co- 
medias que  de  estos  y  de  otros  ejemplos  he  hecho  representar  las  cua- 
resmas ha  sacado  Nuestro  Sefíor,  por  su  misericordia,  gran  fruto,  lim- 
piando y  renovando  conciencias  envejecidas  en  muchos  años  en  ofensa 
suya,  y  por  esto  tengo  hecho  un  libro  de  ellas  en  esta  lengua  mexicana, 
que  mediante  el  divino  favor  saldrá  presto  á  luz."  Daremos  razón  de 
Fr.  Juan  Bautista  al  hablar  de  los  predicadores. 

En  la  carta  del  P.  Morales,  citada  anteriormente,  hay  unos  versos 
aztecas,  los  cuales  pueden  servir  como  ejemplo  de  los  formados  de 
idioma  indígena  y  metro  castellano. 

A  todo  lo  dicho  relativamente  á  la  poesía  mexicana,  durante  el  si- 
glo XVI,  sólo  resta  añadir  que  despues]de  estudiar  en  los  capítulos  si- 
guientes á  González  Eslava  y  Saavedra  Guzmán,  explicaremos  el  carao* 
ter  general  de  dicha  poesía,  época  referida. — FRANasco  FimafreL. 


248  REVIBTA  NACIONAL. 


1*  Por  lo  expuesto,  respecto  á  Eugenio  Salazar,  consta  que  desde 
el  siglo  XVI  hubo,  entre  nosotros,  quien  cultivara  la  poesía  bucólica,  y 
lo  mismo  ha  sucedido  posteriormente,  segán  se  ve  en  el  resto  de  la 
presente  obra.  Por  lo  tanto,  nos  llama  la  atención  que  persona  tan  ilus- 
trada como  D.  Rafael  A.  de  la  Peña,  Prólogo  á  [las  poesías  de  Pagaza 
(México  1887),  no  mencione  más  poetas  bucólicos  mexicanos  que  á  Pa- 
ga^ y  á  Montes  de  Oca.  Acaso  Pefla  debió  haber  ocupado  su  Prólogo 
más  bien  en  hacer  una  resefía  histórica  de  la  poesía  bucólico-mexica- 
na,  que  en  defender  una  causa  difícil,  y  querer  resucitar  un  sistema 
antiguo  y  antiestético,  á  saber:  ''que  el  género  de  poesía  mencionado 
es  propio  de  nuestro  tiempo,  y  que  la  mitología  puede  usarse  conve- 
nientemente en  las  composiciones  poéticas."  Cierto  que  la  poesía  bu- 
cólica, bien  desempeñada,  es  agradable;  pero  de  aquí  no  se  infiere  que 
sus  imágenes  tranquilas  sean  propias  de  una  época  moralmentc  anár- 
quica y  turbulenta,  en  que  tanto  se  lucha  por  la  diversidad  de  creen- 
cias y  opiniones.  Según  manifiesta  un  buen  preceptista  de  la  escuela 
moderna.  Revilla  [PrincípioB  de  literatura],  "el  género  bucólico  puede 
hoy  considerarse  como  muerto  y  Sobre  el  uso  de  la  mitología  en  las 
obras  poéticas,  véase  el  cap,  9  de  esta  obra,  y  aquí  sólo  haremos  una 
observación.  Peña  cita  en  favor  suyo  unos  versos  de  Menéndez  Pelayo, 
quien  puede  ser  refutado  con  él  mismo,  pues  varias  veces  reprueba  el 
uso  de  que  se  trata,  en  su  Historia  de  l<is  ideas  estéticua  en  España,  Re- 
comendamos el  juicio  de  las  poesías  de  Pagaza,  publicado  en  El  Tiem- 
po, México,  Mayo  31  de  1888. 

2*  De  los  escritores  contemporáneos  que  han  negado  la  autenticidad 
de  las  poesías  de  Netzahualcóyotl,  bastará  citar  dos,  uno  mexicano  y 
otro  español,  García  Icazbalceta  \_Memorias  de  la  Academia  Mexicana] 
y  Menéndez  Pelayo  [Horacio  en  Esparta,  1885], 

3'  A  propósito  del  príncipe-poeta  Plácido,  haremos  una  observa- 
ción á  D.  José  Cuellar,  en  su  artículo  Literatura  Nacional,  Según  Cue- 
Uar,  '^en  Nueva  España  el  poeta  era  considerado  como  un  saltimban- 
qui, ajeno  á  toda  gravedad,  incompatible  con  toda  posición  social,  ente 
ridículo,  despreciado  de  los  nobles  y  de  los  ricos.''  Consta  en  el  curso 
de  la  presente  obra,  que  si  bien  México  independiente  ha  producido 
más  número  de  buenos  poetas  que  México  colonial,  no  es  menos  cier- 


A  LIDIA.  249 


to  que  durante  el  tiempo  del  gobierno  espafíol  la  poesía  fué  estimada 
y  protegida  en  nuestro  país,  y  que  entonces  hubo  aquí  multitud  de  es- 
critores en  verso,  americanos  y  españoles,  nobles  y  plebeyos,  ricos  y 
pobres,  eclesiásticos  y  seculares. 


A  LIDIA. 


(IMITACIÓN"    33E    HORACIO.) 


Me  tuo  longas'pereunta  noctes, 
Lydia,  dormís ! 


I 


En  muelle  lecho  que  á  soñar  convida, 
de  tu  palacio  en  el  recinto  mudo, 
mientras  al  pie  de  tu  ventana  gimo, 

Lidia,  tú  duermes! 

Duermes,  y  el  viento  que  girando  azota 
la  dura  puerta,  por  mi  mal  cerrada, 
los  moribundos,  de  mi  voz  se  lleva 

trémulos  ecos! 

II 

Ya  en  el  silencio  de  la  noche  exhale 
mi  voz  inútil  en  amante  ruego ; 
ya  con  acentos  que  el  dolor  inspire 

yo  te  maldiga 

Sorda  á  mi  voz  y  á  mi  clamor  ajena, 
ni  á  compasión  mis  lágrimas  te  mueven, 
ni  concitar  con  simulado  enojo 

logro  tus  iras! 


250  REVISTA  NACIONAL. 


III 

i  Goza,  que  aun  ñores  para  ti  la  vida 
tiene,  y  aromas  y  dorados  frutos ; 
y  el  rayo  ardiente  del  placer  corona 

de  oro  tu  frente! 

Púrpura  y  nieve  tus  mejillas  bailan, 

vivida  lumbre  tu  mirada  vierte 

de  ti  se  escapan,  vaporosas  ondas 

de  luz  y  vida! 


IV 


Mas  ay! el  tiempo  presuroso  vuela, 

siempre  llevando  en  agitado  curso, 
de  amor,  riqueza,  juventud  y  gloria 

yertos  despojos! 

¡  Ay  si  despiertas  del  tranquilo  sueflo 

cuando  la  flor  de  tu  belleza  muera ! 

nada  valdrá  que  suplicante  lleves 

dones  al  ara! 

nadie  al  compás  de  flaula  melodiosa 
vendrá  á  turbar  tu  sueño,  ni  á  decirte : 
mientras  al  pie  de  tu  ventana  gimo, 

Lidia,  tú  duermes! 


Voyme  vagando  cual  errante  sombra 
que  en  la  ribera  desolada  gime ; 
mientras  sacude  el  aquilón  violento 

la  dura  puerta ! 

¡  Quieran  los  Dioses  preservar  ¡  oh  Lidia  I 
tu  frágil  nave  de  huracán  sañudo, 
y  tienda  rumbo  á  saludable  puerto 

rápidas  velas! 


MlLK. 


ABEJA.  asi 


ABEJA. 


[Continúa.'} 

CAPITULO  XII. 

EN  EL  CUAL  SE  DESCRIBE  EL  TESORO  DEL  REY  LOG  TAN  BIEN  CUANTO 

ES  POSIBLE. 

Seis  afíos,  día  con  día,  habían  transcurrido  desde  que  Abeja  estuviera 
entre  los  Enanos.  El  rey  Loe  llamó  á  su  tesorero  á  palacio,  y  delante 
de  ella  le  ordenó  que  quitase  una  gran  piedra,  que  parecia  estar  escul- 
pida en  la  muralla ;  pero  que  en  realidod  no  se  hallaba  sino  sobrepues- 
ta. Pasaron  los  tres  por  el  hueco  que  dejó  la  gruesa  piedra,  y  se  en- 
contraron en  una  hendedura  de  la  roca,  por  donde  no  cabían  dos  per- 
sonas de  frente.  El  rey  Loe  avanzó  primero,  por  este  obscuro  camino, 
y  Abeja  lo  siguió  agarrada  á  una  punta  del  manto  real.  Caminaron  mu- 
cho tiempo.  Por  intervalos,  las  paredes  de  la  roca  se  juntaban  de  tal 
modo,  que  la  joven  creía  estar  presa ;  sin  poder  avanzar  ni  retroceder, 
pensaba  que  allí  iba  á  morir.  El  manto  del  rey  sin  cesar  desaparecía 
por  el  sendero  negro  y  estrecho.  Por  último,  el  rey  Loe  encontró  una 
puerta  de  bronce,  que  abrió,  y  apareció  una  gran  claridad : 

—  Pequeño  rey  Loe,  exclamó  Abeja,  no  sabía  hasta  ahora,  que  la  luz 
fuese  tan  hermosa. 

Pero  el  rey  Loe  la  tomó  por  la  mano,  la  introdujo  en  la  sala  de  don- 
de procedía  la  luz,  y  le  dijo : 

—  Mirad ! 

Abeja,  deslumbrada,  de  pronto,  nada  vio,  porque  aquella  sala  inmen- 
sa, sostenida  por  altas  columnas  de  mármol,  desde  el  piso  hasta  el  te- 
cho, era  toda  de  brillante  oro. 

En  el  fondo,  sobre  un  estrado  formado  por  piedras  preciosas,  engas- 
tadas en  oro  y  plata,  y  cuyas  gradas  estaban  cubiertas  con  un  tapiz  ma* 
ravillosamente  bordado,  se  elevaba  un  trono  de  marfil  y  oro,  con  un 
dosel  de  trasparentes  telas,  á  los  lados  del  cual  dos  palmeras,  de  tres 
mil  años  de  edad,  surgían  de  dos  vasos  gigantescos,  cincelados  en  otro 


262  REVISTA  NACIONAL. 


tiempo  por  el  mejor  artista  de  los  Enanos.  Subió  á  este  trono  el  rey 
Loe  y  colocó  á  su  derecha  á  la  joven,  quien  permaneció  en  pie. 

—^ Abeja,  le  dijo,  este  es  mí  tesoro;  escoged  todo  lo  que  os  agrade. 

Pendían  de  las  columnas,  inmensos  escudos  de  oro  que  recibían  los 
rayos  del  sol  y  los  reflejaban  en  brillantes  chispas ;  las  espadas  y  las 
lanzas  se  cruzaban  entre  si,  brillando  una  llama  en  sus  extremidades. 
Las  mesas  que  había  alrededor  de  las  murallas  estaban  cargadas  de  ca- 
chorros, vasos,  cálices,  copones,  patenas,  cubiletes  y  vinajeras  de  oro  > 
de  cuernos  para  beber,  de  marfil  con  anillos  de  plata ;  de  enormes  bo- 
tellas de  cristal  de  roca ;  de  platos  de  oro  cincelados,  de  cofres,  de  reli- 
carios en  forma  de  iglesia,  de  pebeteros,  espejos,  candelabros ;  de  lám- 
paras tan  admirables  por  el  trabajo  como  por  la  materia,  y  de  incensa- 
rios en  forma  de  monstruos.  Se  distinguía  sobre  una  de  las  mesas,  un 
juego  de  ajedrez  de  pedernal. 

—  Escoged,  Abeja,  repitió  el  rey  Loe. 

Pero  elevando  los  ojos  arriba  de  estas  riquezas,  Abeja  vio  el  cielo 
azul  por  la  abertura  del  techo,  y  como  si  hubiera  comprendido  que  la 
luz  del  cielo,  era  la  única  que  daba  á  estas  cosas  todo  su  brillo,  solamen- 
te dijo : 

— Pequeflo  rey  Loe,  desearía  volver  á  la  tierra. 

Entonces  el  rey  hizo  una  señal  á  su  tesorero,  quien  levantando  espe- 
sas cortinas,  descubrió  un  cofre  enorme  de  calados  herrajes  y  armado 
todo  con  láminas  de  fierro.  Abierto  este  cofre,  brotaron  rayos  de  mil 
diversos  y  encantadores  matices.  Cada  uno  de  estos  rayos  brotaba  de 
una  piedra  preciosa  artísticamente  tallada.  El  rey  Loe  introdujo  las  ma- 
nos, y  entonces  se  vio  rodar  en  una  confusión  luminosa:  la  amatista 
violada  y  la  piedra  de  las  vírgenes,  la  esmeralda  de  tres  especies :  una 
verde  oscura,  otra  llamada  mielada,  porque  tiene  el  color  de  la  miel ; 
la  tercera  de  un  verde  azulado  que  se  llama  berilo  y  que  produce  bellos 
sueños;  -el  topacio  oriental,  el  rubí,  tan  bello  como  la  sangre  délos  va- 
lientes, el  safiro  de  un  azul  sombrío,  que  se  llama  safiro  machOf  y  el  sa- 
firo  de  un  azul  pálido,  que  se  nombra  safiro  hembra;  el  jacinto  ;  el  ópa- 
lo, cuyos  tintes  son  más  dulces  que  la  aurora ;  la  agua  marina  y  el  gra- 
nate siriano.  Todas  estas  piedras  de  la  agua  más  límpida  y  del  más  lu- 
minoso oriente.  Y  gruesos  diamantes,  en  medio  de  estos  juegos  de  co- 
lores, arrojaban  deslumbrantes  y  blancas  chispas. 

—  Abeja,  escoged,  dijo  el  rey  Loe. 
Pero  Abeja  movió  la  cabeza  y  dijo : 


ABEJA.  258 

— Pequeño  rey  Loe,  á  todas  estas  piedras,  prefiero  yo  uno  solo  de 
los  rayos  de  sol,  que  se  quiebran  sobre  el  techo  de  pizarra  del  castillo 
de  los  Clarides. 

Entonces  el  rey  Loe  hizo  abrir  un  segundo  cofre  que  no  contenía  más 
que  perlas.  Pero  estas  perlas  eran  redondas  y  puras ;  sus  cambiantes 
reflejos  tomaban  todos  los  tintes  del  cielo  y  del  mar,  y  su  brillo  era  tan 
dulce,  que  parecía  expresar  un  pensamiento  de  amor. 

— Tomad,  dijo  el  rey  Loe. 

Pero  Abeja  le  respondió: 

— Pequeflo  rey  Loe,  esas  perlas  me  recuerdan  la  mirada  de  Jorge  de 
Blanchelande;  amo  estas  perlas,  pero  amo  más  los  ojos  de  Jorge. 

Al  oir  estas  palabras,  el  rey  Loe  volteó  la  cabeza.  Sin  embargo,  abrió 
un  tercer  cofre,  y  mostró  á  la  joven  un  cristal  en  el  que  una  gota  de 
agua  estaba  aprisionada,  desde  los  primeros  tiempos  del  mundo;  y 
cuando  se  agitaba  el  cristal  se  veía  moverse  la  gota  de  agua.  Le  mos- 
tró también  pedazos  de  ámbar  amarillo,  en  los  cuales,  insectos  más 
brillantes  que  las  pedrerías,  estaban  presos  desde  hacia  millares  de 
años.  Se  distinguían  sus  patas  delicadas  y  sus  finas  antenas,  y  se  hu- 
bieran lanzado  á  volar,  si  algo  poderoso  fundiera,  como  al  hielo,  su 
perfumada  prisión. 

— Estas  son  preciosas  curiosidades  naturales;  os  las  regalo.  Abeja. 

Pero  Abeja  respondió: 

— Pequeño  rey  Loe,  guardad  el  ámbar  y  el  cristal,  porque  no  podría 
darles  libertad,  ni  á  la  mosca  ni  á  la  gota  de  agua. 

El  rey  Loe  la  observó  algún  tiempo  y  dijo: 

— Abeja,  los  mejores  tesoros  estarán  bien  colocados  en  vuestras  ma- 
nos. Vos  los  poseeréis  y  no  os  poseerán.  El  avaro  es  presa  de  su  oro; 
sólo  aquellos  que  menosprecian  la  riqueza  pueden  ser  ricos  sin  peli- 
gro: su  alma  será  siempre  más  grande  que  su  fortuna. 

Habiéndose  expresado  así,  hizo  una  señal  á  su  tesorero,  que  presen- 
tó á  la  joven,  sobre  un  cojín,  una  corona  de  oro. 

— Recibid  esta  joya  como  una  prueba  de  la  estimación  en  que  os 
tenemos,  Abeja,  dijo  el  rey  Loe.  Se  os  llamai*á  en  lo  de  adelante  la 
princesa  de  los  Enanos. 

Y  él  mismo  colocó  la  corona  sobre  la  frente  de  Abeja. 


254  BEVIST^  l^^CIONAL. 


CAPITULO  XIII. 


EN  EL  QUE  EL  REY  LOC  SE  DECLARA. 


Los  Enanos  celebraron  con  alegres  fíestas  la  coronación  de  su  pri- 
mera princesa.  Juegos  llenos  de  inocencia,  se  sucedieron  sin  orden  en 
el  inmenso  anfíteatro;  y  los  pequeños  hombres,  teniendo  una  hebra  de 
helécho  ó  dos  hojas  de  encino,  coquetamente  atadas  á  sus  capuchones, 
saltaban  de  gusto  á  través  de  las  calles  subterráneas.  Los  regocijos  du- 
raron treinta  días.  Pie  guardó  en  la  embriaguez  la  apariencia  de  un 
mortal  inspirado;  el  virtuoso  Tad  se  aturdió  con  el  entusiasmo  públi- 
co; el  tierno  Dig  permitióse  el  placer  de  derramar  lágrimas;  Rug,  en 
su  gozo,  pedia  de  nuevo  que  Abeja  fuera  encerrada  en  una  jaula,  á  fín 
de  que  los  Enanos  no  tuvieran  el  cuidado  de  perder  princesa  tan  en- 
cantadora; Bob,  montado  en  su  cuervo,  llenó  el  aire  de  gritos  tan  ale- 
gres, que  el  pájaro  negro,  participando  de  la  alegría,  hacía  oir  peque- 
ños y  retozones  graznidos. 

Sólo  el  rey  Loe  estaba  triste. 

Luego,  al  trigésimo  dia,  habiendo  ofrecido  á  la  princesa  y  á  todo  el 
pueblo  de  los  Enanos  un  festín  magnífico,  subió  de  pié  en  su  sillón,  y, 
estando  así  su  buena  figura  á  la  altura  del  oído  de  Abeja: 

— Mi  princesa  Abeja,  le  dijo,  os  voy  á  hacer  una  pr^unta,  que  po- 
dréis acojer  ó  rechazar  con  toda  libertad.  Abeja  de  los  Clarides,  prin- 
cesa de  los  Enanos,  ¿queréis  ser  mi  mujer? 

Y  al  decir  esto,  el  rey  Loe,  tierno  y  grave,  tenía  la  belleza  llena  de 
dulzura  de  un  augusto  perro  de  aguas.  Abeja  le  respondió,  estirándo- 
le la  barba: 

— Pequeño  rey  Loe,  quiero  ser  tu  mujer  de  chanza;  pero  nunca  seré 
tu  mujer  de  veras.  En  el  momento  en  que  me  pedías  en  matrimonio, 
me  recordastes  á  Francoeur,  que  en  la  tierra  me  contaba  para  divertir- 
me las  cosas  más  extravagantes. 

A  estas  palabras,  el  rey  Loe  volvió  la  cabeza;  pero  no  tan  pronto  que 
no  permitiera  á  Abeja  ver  una  lágrima  detenida  en  las  pestañas  del 
Enano.  Entonces  Abeja  se  afligió  de  haberlo  hecho  sufrir. 

— Pequeño  rey  Loe,  le  dijo;  te  amo  como  á  un  pequeño  rey  Loe  co- 
mo eres  tú;  y  si  me  haces  reir  como  me  hacía  Francoeur,  no  hay  mo- 
tivo para  que  te  molestes,  porque  Francoeur  cantaba  bien,  y  hubiera 
sido  hermoso  sin  sus  cabellos  canos  y  su  nariz  roja. 


BIBLIOOBAFIA.  255 

£1  rey  Loe  le  respondió: 

— Abeja  de  los  Clarides,  princesa  de  los  Enanos,  os  amo  con  la  es- 
peranza de  que  algún  día  me  amaréis.  Pero  no  tendría  esta  esperanza 
si  no  os  amara  tanto.  No  os  pido,  en  cambio  de  mi  amistad,  más  que 
seáis  sincera  conmigo. 

— Pequeño  rey  Loe,  te  lo  prometo. 

— Y  bien,  Abeja,  decidme  si  amáis  á  alguno  con  quien  penséis  ca- 
saros. 

— Pequeño  rey  Loe,  no  amo  hasta  ahora  á  nadie. 

Entonces  el  rey  Loe,  sonriéndose  y  tomando  su  copa  de  oro,  brindó 
con  Toz  retumbante  por  la  princesa  de  los  Enanos,  y  un  rumor  inmen- 
so se  levantó  de  todas  las  profundidades  de  la  tierra,  porque  la  mesa 
del  festín  se  extendía  de  un  extremo  al  otro  del  imperio  de  los  Enanos* 


Anatole  Frange. 


[Continuará,] 

1 


BIltLIOGBAFU. 


Romancero  Colombiano — El  Sr.  General  D.  Lázaro  María  Pérez,  que 
ha  prestado  a  su  patria  — Colombia —  tan  grandes  servicios  con  su  es- 
pada como  con  su  pluma,  acaba  de  publicar  la  segunda  edición  de  la 
hermosa  obra  intitulada:  Romancero  Colombiano. 

Fué  en  el  año  de  1S83  cuando,  para  celebrar  el  centenario  de  Bolí- 
var, inició  la  formación  del  Romaiicero  Colombiano  el  inspirado  poeta 
D.  J.  A.  Soffia.  En  treinta  y  nueve  días  fué  ideado,  escrito  é  impreso 
el  libro;  ¡que  tantos  prodigios  obran  el  amor  á  los  héroes,  á  la  liber- 
tad y  á  las  letras! 

Hízose  reducidísima  edición  en  1883,  y  el  patriota  General  Pérez  al 
verla  agotada  se  propuso  no  solamente  hacer  otra  más  numerosa,  sino 
también  brindar  una  oportunidad  á  los  poetas  colombianos  para  corre- 
gir las  composiciones  escritas  con  tanta  festinación,  y  dar  lugar  á  las 
obras  de  aquellos  que  no  pudieron  por  diversas  causas  cantar  las  glo- 
rias del  ilustre  procer. 


25«  REVISTA  NACIONAL. 


Cumplidamente  ha  realizado  el  Sr.  Pérez  tan  noble  propósito,  pues 
la  segunda  edición  del  Romancero  Colombiano  es  por  todo  extremo 
digna  de  elc^os. 

Cuarenta  y  nueve  poesías,  muchas  de  ellas  de  grande  extensión,  es- 
tán contenidas  en  las  446  páginas  del  Romancero.  De  esas  poesías  son 
autores:  Rafael  Núñez,  Teodoro  Yalenzuela,  Ricardo  Carrasquilla,  M. 
M.  Madiedo,  Carlos  Sáenz  E.,  J.  M.  Quijano  Otero,  J.  M.  Pinzón  Rico, 
Roberto  Mao-Doual,  Lázaro  M.  Pérez,  J.  M.  Samper,  Rafael  Venegas 
N.,  J.  David  Guarín,  Adolfo  Sicard  y  Pérez,  José  Joaquín  Ortiz,  Enri- 
que Alvarez,  Agripina  Montes  del  Valle,  Ricardo  de  Francisco,  Rafael 
Pombo,  J.  Casas  Rojas,  Ruperto  S.  Gómez,  Diego  Fallón,  Próspero  Pe- 
reirá,  J.  Manuel  Marroquín,  Rafael  Tamayo,  Juan  I.  de  Armas,  José 
Caicedo  Rojas,  Eduardo  Gaicano,  J.  A.  Soffia,  Jorge  Roa,  Rafael  Pom- 
bo, Manuel  M.  Fernández,  J.  M.  Quijano  Wallis,  Rafael  M.  Merchan, 
J.  Argáez,  Enrique  Restrepo  G.,  Alirio  Díaz  G.,  M.  A.  Caro  y  José  Ri- 
vas  Groot. 

De  intento  hemos  dado  á  conocer  los  nombres  que  preceden.  Entre 
ellos  figuran  varios  que  son  muy  conocidos  y  estimados  en  nuestro 
país,  y  todos  revelan  cuan  extendido  está  en  Colombia  el  amor  á  las 
letras. 

Tarea  fácil  pero  impropia  de  una  noticia  bibliográfíca,  sería  la  de  se- 
ñalar las  bellezas  que  abundan  en  el  Romancero  Colombiano,  No  la 
acometemos  por  falta  de  tiempo,  y  nos  reducimos  á  recomendar  á  los 
amantes  de  lo  bello  la  adquisición  del  libro,  y  á  felicitar  muy  sincera- 
mente al  Sr.  General  D.  Lázaro  María  Pérez,  antiguo  amigo  nuestro, 
por  haber  llevado  á  feliz  término  la  publicación  de  un  libro  que  es  al 
propio  tiempo  que  un  homenaje  al  más  ilustre  de  los  héroes  Colom- 
bianos, un  nuevo  titulo  de  gloria  para  la  literatura  hispano-americana. 


F.  S. 


UNA  CARTA  INÉDITA  DEL  CCJRA  HIDALGO.  267 


UNA  CAETA  INÉDITA  DEL  CUBA  HIDALGO. 


"InmediatamJ*  7.*  F.  reciba  este  se  me  vendrá  á  presentar  al  lugar 
donde  Iioy  liaga  aÜo  el  ExércitOj  y  de  lo  contrario  mandaré  dos  compa- 
fitas  q.^  traigan  á  F.  amarrado. —  Qiiart}gralde  Ttgini  y  %re  4/810 
— Mig}Hidalgo — rúbrioa — Generalisimo — de  América — Sor  Ourade 
Jocotülany 


£1  original  de  esta  carta  lo  tuvo  un  apreciable  amigo  nuestro,  quien 
sacó  traslado  y  nos  lo  remitió  con  la  siguiente  noticia: 

Parece  ser  auténtica;  de  Hidalgo  sólo  son  la  fírma  y  la  expresión  de 
su  dignidad:  la  letra  de  la  carta  es  muy  semejante  á  la  del  amanuense 
que  escribió  el  documento  publicado  en  facsímile  por  la  Sociedad  de 
Geografía,  en  el  tomo  3?,  2*  época  de  su  Boletin. 

La  carta  está  escrita  en  un  plieguito  de  4*^:  ofrece  señales  de  ser  muy 
antigua,  estando  el  papel  enteramente  amarillo  y  roto  en  los  dobleces 
y  en  el  lugar  correspondiente  á  la  oblea.  El  plieguito  viene  doblado 
en  3,  y  la  dirección  de  la  carta  está  escrita,  como  entonces  se  acostum- 
braba, en  uno  de  los  3  dobleces  y  corriendo  los  renglones  paralelamen- 
te al  lado  más  corto  del  rectángulo  que  forma  el  doblez.  Dice  así  la  di- 
rección, de  letra  del  mismo  amanuense  de  la  carta: 

"-4¿  Sor  Cura  de  Jocotitlan, — He  pedido  un  Mozo  en  esta  Hac.^ 
pj  q.'  no  pase  F.  el  sonrrojo  de  </.*  lo  traigan  los  soldados —  Fa/e." 


B.  W^T.II-lT 


258  fUCVISTA  NACIONAL. 


CABLYLE.  • 


Figuraos  una  región  fuertemente  montañosa,  de  accesos  duros,  de 
grandes  paisajes  agrios ;  poco  frondosa,  todavía  menos  florida,  ingrata 
acaso ;  nunca  trivial.  Una  Escocia  de  las  tierras  altas,  amplificada  y 
retocada:  tal  me  figuro  á  Carlyle. 

Si  la  religión  como  él  mismo  dice,  es  lo  principal  que  existe  en  el 
hombre  "  entendiéndose  por  religión  lo  que  prácticamente  cree  cada 
quien,  lo  que  prácticamente  le  llega  á  lo  intimo  de  su  ser  y  tiene  por 
inconcuso, "  ocurre  desde  luego  preguntar  cuál  es  la  religión  de  Carly- 
le. Problema  de  resolución  ardua  como  el  que  más.  Si  por  una  serie 
de  aproximaciones  sucesivas  ( que  diría  un  matemático )  fuese  posible 
aquilatar  lo  que  hay  de  mahometano,  de  protestante,  de  católico  en  el 
fondo  de  una  de  esas  conciencias  que  ampara  ante  sus  respectivos  al- 
tísimos una  especie  de  ex-ergo  oficial  ¿qué  quedaría?  Considerad  aho- 
ra el  punto  respecto  de  imo  de  los  pensadores  más  complexos  que  co- 
nocemos. 

Por  de  pronto,  el  Dios  de  Carlyle  es  muy  diligente,  muy  imbuido  en 
las  cosas  de  este  mundo,  muy  personal  y,  como  es  de  suponer,  esen- 
<;ialmente  ejecutivo  (sin  dejar  por  eso  de  ser  parlamentario).  Un  buen 


1  La  Dirección  de  esta  Bevista  aproveclm  la  publicación  del  estudio  del  Sr. 
D.  Leopoldo  Zamora  sobre  Carlyle,  la  últlraa  prcKliiottión  de  nuestro  malogrado 
amigo  y  que  estaba  destinada  &  este  pcrlAillco,  \mr.\  tributar  &  su  memoria  un 
homenaje:  Éntrelos  escritores  muertos  jóvenes,  Leopoldo  Zamora  tiene  un  lu- 
gar muy  alto.  Cuando  hace  tres  ó  cuatro  afios  tratábamos  varios  amigos  de  fun- 
dar un  diario  de  inmensas  proporciones  en  que  se  retratasen  día  A  día  el  movi- 
miento industrial,  mercantil  é  intelectual  de  México,  empresa  que  &  pesar  de  con- 
tar con  elementos  poderosos  no  pudo  realizarse  al  fin,  por  unanimidad  conferimos 
la  dirección  de  aquel  trabajo  colosal  &  Zamora.  Porque  teníamos  la  más  absoluta 
confianza  en  la  fertilidad  de  su  talento,  en  la  solidez  sustancial  de  su  instrucción , 
en  su  admirable  buen  sentido,  en  su  aptitud  sorprendente  para  el  trabajo.  Le- 
yendo sus  producción :>4  en  la  Libertad  y  en  algunos  i>eriódicos  que  en  medio 
de  sus  complicadísimas  h;  endones  como  ingeniero,  encontraba  tiempo  para  re- 
dactar casi  solo,  se  vt'  lo  que  valían  sus  doctrinas,  muy  firmes,  muy  medita- 
das, extraordinariamenlc  exentas  de  toda  preocupación,  nutridas  por  ideas  muy 
exactas,  por  observaciones  muy  justas.  Cuando  se  recojan  esas  páginas  sueltas,  se 
comprenderá  hnsta  qué  írnido>ió  bien  y  vio  lejos  el  Joven  sabio  arrebatado  repen- 
tinamente A  la  ramilla,  A  la  patria,  A  la  ciencia.  Como  no  habla  territorios  del 
I>ensamiento  humnno  que  no  pretendiese  explorar,  A  pesar  de  sus  especiales  estu- 
dios económicos  ^-  matemáticos,  era  aficionadísimo  A  la  literatura.  £1  artículo 
que  publicamos  dlrA  A  nuestros  lectores  con  cuanto  acierto  y  con  cuanto  buen  éxi- 
to se  ocupó  en  esta  forma  elevada  de  la  vida  Intelectual.  —  La  Dirección. 


CARLYLE.  260 


Dios  inglés,  hasta  aquí.  Pero  la  tendencia  de  nuestro  autor  á  explicar- 
se el  mecanismo  del  Universo  por  virtud  de  influencias  psiquieaSy  es  ya 
un  aspecto  menos  británico  de  su  credo :  algo  de  ese  panteismo  trascen- 
dente de  Juan  Pablo  Richter  (uno  de  sus  favoritos)  una  especie  de  yo 
ansioso  al  extremo  de  hacer  suyo3  los  negocios  de  su  vecino,  en  esta 
inmensa  casa  de  huéspedes  que  llamamos  la  naturaleza.  Se  trata,  pues, 
de  una  máquina  que  carece  de  unidad :  que  no  es  genuinamente  ingle- 
sa. Desde  este  punto  de  vista  religioso,  diría  yo  que  es  de  fuerte  cons- 
trucción inglesa  la  caldera  y  alemanes  los  órganos  de  trasmisión.  De- 
bió trabajar  mal,  en  concepto  de  los  hijos  de  Albión. 

Richter  es  sobre  todo  un  soñador,  mientras  que  Garlyle,  místico  y 
asceta,  es  también  un  puritano  de  los  buenos  tiempos,  dispuesto  á  en- 
cauzar la  humana  corriente  á  la  manera  de  Gromwel  (  el  héroe  de  sus 
predilecciones  )  teniendo  al  alcance  de  la  diestra  una  biblia,  y  sobre  esa 
biblia,  la  espada.  Se  revela  en  él  una  impetuosidad  terca  y  fría,  por  de- 
cir así,  y  la  resolución  deliberada,  genial,  de  arrojar  pesadamente  so- 
bre la  balanza  su  frase^  sin  restricciones,  sin  vacilaciones  en  la  idea, 
asi  como  sin  primores  fastuosos,  ni  impertinencias  floridas  del  estilo. 
Este  no  es  alemán,  el  alemán  clásico  de  Mme.  Staél,  sino  acaso  desde 
Bismark  acá. 

Concibiendo  un  consejo  superior  de  administración  de  los  negocios 
humanos,  el  laisser-faire  le  indigna,  el  utilitarismo  formulado  por 
Bentham  es  objeto  de  sus  más  desdeñosos  sarcasmos.  A  la  verdad,  sea 
cual  fuere  su  importancia  en  la  actual  evolución,  esta  manera  de  ver, 
<»rresponde  á  la  constitución  más  fecunda  de  los  pueblos.  Suprimida 
la  intuición  ó  si  queréis,  la  fuerza,  que  repugna  el  utilitarismo,  los 
móviles  humanos  resultan  estrechamente  limitados,  anulados  frecuen- 
temente :  la  moral  que  se  funde  en  una  mutilación  semejante  tiene  que 
ser  el  privilegio  de  los  hombres  para  quienes  no  puede  existir  huma- 
namente ninguna  gran  coordenada,  ó  de  aquellos  que  se  resignan  á  no 
sé  qué  sacrificio  de  Abelardo  de  los  tiempos,  en  el  sentido  de  los  gran- 
des hechos.  El  utilitarismo  estrecho  es  arrollado,  tan  pronto  como  por 
cualquier  parte  se  desborde  la  humana  personalidad,  alterándose  las 
leyes  de  esa  especie  de  equilibro  contemporáneo  en  lo  mediocre. 

Es  honroso  para  todos,  pues,  que  Carlyle  al  juzgar  á  sus  héroes  ha- 
ga siempre  flotar  la  religiosidad  del  móvil  humano.  Lo  demás  es  una 
parsimonia  de  tendero  que  formula  un  correcto,  vulgar  balance  de  fín 
de  afio,  sin  necesitar  un  solo  átomo  de  heroismo.  Acaso  esa  incansa- 


200  BEVIBTA  NACIONAL. 


ble  tendencia  á  ílajelar  el  individjalismo  que  hiere  el  genio  inglés,  con- 
servador y  práctico,  explica  la  falta  de  simpatía  que  respecto  de  él  se 
nota  entre  los  suyos. 

Los  agentes  del  Dios  bíblico  de  Carlyle  son  los  hombres  superiores, 
y  de  su  alto  concepto  del  género  humano  deriva  su  moral  y  su  fíloso- 
fia  de  la  historia.  Oigámosla: 

"Todo  verdadero  trabajo  es  religioso.  Admirable  divisa  la  de  los  an- 
tiguos monjes :  Laborare  est  orare.  Hay  algo  de  divino  en  cualquier 
trabajo  manual,  con  tal  que  sea  ingenuo.  El  trabajo,  ancho  como  el 
mundo,  remata  en  el  cielo.  Sudor  de  la  frente,  y  más  arriba  sudor  de 
la  mente  y  del  corazón,  en  donde  se  contienen  los  cálculos  de  Kepler, 
las  meditaciones  de  Newton,  todas  las  epopeyas,  todos  los  heroísmos, 
todos  los  martirios,  hasta  aquella  agonía,  aquel  sudar  sangre  que  los 
hombres  todos  han  llamado  divina!  Si  esto  no  fiíese  orar,  peor  enton- 
ces para  la  oración  por  cuanto  á  que  es  lo  más  noble  que  existe  sobre 
la  tierra.  ¡  Oh,  tú,  que  te  quejas  de  una  vida  de  dura  faena,  convierte  tus 
miradas  á  lo  alto,  y  contempla  ahí  á  tus  hermanos  los  obreros,  sobre- 
viviendo, ellos  nada  más,  en  la  eternidad  de  Dios,  como  una  legión  sa- 
grada de  inmortales,  como  una  celeste  vanguardia  del  imperio  de  la 
humanidad!  Aun  la  débil  memoria  humana  los  recuerda  como  á  san- 
tos, héroes  y  dioses,  y  pueblan,  ellos  nada  más,  las  incomensurables 
soledades  del  tiempo.  Jamás  deja  para  ellos  de  ser  bondadoso  el  cielo, 
aunque  severo,  semejante  á  la  madre  Espartana  que  al  entregar  á  su 
hijo  el  escudo,  le  dice : "  vuelve  hijo  mío  con  él,  ó  sobre  de  él."  Asi  vol- 
verás tú,  obrero,  á  tu  remoto  hogar,  siempre  que  hayas  logrado  con- 
servar tu  escudo  después  de  la  batalla.  Tú  no  eres  un  extranjero,  sino 
un  ciudadano  en  los  profundos  reinos  de  la  muerte.  No  te  quejes,  que 
los  verdaderos  hijos  de  Esparta  no  saben  quejarse.   El  grande  hom- 
bre á  quien  diviniza  aquel  trabajo  que  hace  sudar  sangre,  el  hombre 
providencial,  el  héroe,  ved  aquí  el  arbitro  de  los  destinos  del  mundo, 
antítesis  del  rumiado  apotegma:  "no  hay  hombres  necesarios",  frase 
cara,  entre  paréntesis,  á  toda  nulidad  desde  que  habiendo  echado  á  ma- 
la parte  el  principio  de  igualdad  no  hay  quien  dude  que  hubiese  sido 
César,  Miguel  Ángel  ó  Hugo,  á  no  haber  quedado  huérfano  desde  muy 
niflo,  etc. ;  por  poco  en  fin  que  la  fortuna  le  hubiese  sonreído. " 

Ese  hombre  providencial,  el  héroe,  á  quien  va  convirtiendo  sucesi- 
vamente en  semi-dios,  en  dios,  la  perspectiva  cada  vez  más  lejana  de 
los  siglos,  es  Napoleón,  Shakespeare,  Cromwel,  Dante,  Mahoma,  Odin 


CARLYLB.  261 

(el  Júpiter  escandinavo)  adviértese  en  estagalerfa  cierto  aire  de  fami- 
lia que  ayuda  á  revelarnos  la  personalidad  del  mismo  Carlyle.  Todo  su 
odio  al  mercantilismo,  su  antipatía  hacia  la  máquina  relegaría  acaso  á 
un  segundo  término  vago  en  su  gran  cuadro  heroico  á  un  Adam  Smith, 
un  Arktwrighty  ó  un  Stephenson:  lo  que  sí  repugna  decididamente  son 
las  nulidades  pretensiosas,  las  medianías  que  logran  hacerse  volumi« 
nosas  á  fuerza  de  hojarasca,  esas  elegancias  de  importación  francesa, 
dice,  que  convierten  á  un  escritor  en  un  oficial  de  modas  y  adornos  mu- 
jeriles (the  oíd  strait-laced  microscopic  sect  of  Belles  Lettres  men). 

Concediendo  la  parte  de  exageración  que  en  esto  corresponde  en  ge- 
neral al  genio  inglés  y  en  particular  á  Carlyle,  lo  cierto  es  que,  cuando 
á  falta  de  cosas  de  más  meollo,  nos  da  por  ensalzar  hasta  las  nubes, 
sin  criterio,la  forma,  lo  trasparente  é  irreprochablemente  'equilibrado, 
el  genio  latino  (en  lo  que  tiene  de  frase  de  cajón,  por  supuesto)  con 
otras  pequeñas  fórmulas  empalagosas  que  sólo  revelan,  en  tesis  gene- 
ral, deficiencia  de  enérgica  é  independiente  personalidad;  paréceme  que 
Carlyle  llega  á  tiempo,  y  sus  golpes  de  vista  repentinos  sorprendiendo 
una  faz  escondida  de  las  cosas,  su  frase  sin  desperdicio,  y  como  troque- 
lada sobre  durísimo  metal,  la  misma  lengua  inglesa  de  tan  preciosos 
recursos  para  el  hondo  pensar,  nos  hacen  descansar  intensamente  de  lo 
mediano  como  uno  de  nuestros  grandes  paisajes  andinos  de  los  parterres 
muy  recortados,  muy  finamente  enarenados  y  muy  correctos.  Se  ha  abu- 
sado de  las  águilas  como  símil,  y  ¿de  qué  no?,  pero  hay  que  contemplar 
un  águila  cortando  majestuosa  el  vacío  azulado  de  una  gran  cañada,  en 
cuyo  fondo  rebulle  el  torrente,  mientras  se  nutre  arriba,  calladamente 
la  tormenta,  para  sentir  el  contraste  que  ofrece  un  ciudadano  cualquie- 
ra, buen  padre  de  familia  acaso,  que  atraviesa  azorado  la  calle  de  ado- 
quines en  día  de  lluvia,  moviéndose  según  ángulos  bruscos  bajo  un 
paraguas  desvencijado. 

Insisto  sobre  esa  actitud  siempre  bélica  de  Carlyle  frente  á  lo  media- 
no, porque  es  uno  de  sus  rasgos  más  característicos  que  "  no  hay  gran- 
de hombre  para  su  ayuda  de  cámara,  exclama ;  pues  peor  para  el  ayu- 
da de  cámara  del  grande  hombre ;  quiere  decir  que  el  tal  tiene  alma 
de  lacayo, ''  Cuando  por  haber  rebajado  el  concepto  del  grande  hombre, 
como  se  acortaría  el  traje  de  un  gigante  á  fín  de  que  pudiese  servir  á 
todo  el  mundo,  resulta  que  todo  el  mundo  se  cree  grande,  no  me  dis- 
gusta, por  ruda  que  sea,  esta  manera  de  decir  de  Carlyle:  ella  nos  re- 
cuerda que  el  módulo  del  grande  hombre  es  una  cosa  y  el  de  Don  cual- 


282  REVISTA  NACIONAL. 


quiera,  otra.  Las  democracias  dando  á  todos  acceso  en  todas  partes  (  co- 
sa de  que  debemos  regocijamos)  imprimiendo  su  espíritu  por  do  quie- 
ra, en  las  modas  del  día,  merced  á  las  cuales  viste  lo  mismo  el  agente 
de  inhumaciones  que  el  hijo  del  finado,  tiende  á  suprimir  ó,  mejor,  ha- 
ce fácil  y  aun  cómoda  la  supresión  del  grande  hombre,  sustituyendo  á 
este  una  cosa  en  mi  concepto  más  grande,  bien  que  anónima:  el  cuer- 
po social.  Entonces  ha  podido  dar  á  luz,  procedentes,  se  ignora  de  don- 
de, á  un  numeroso  cuerpo  de  insignificantes,  que  son  como  los  factores 
comunes  de  levita  negra  y  sombrero  de  copa,  de  los  grandes  apriscos 
de  nulidades. 

Por  lo  demás,  los  desdenes  olímpicos  de  Carlyle  están  en  su  lugar: 
son  el  aire  de  familia  de  los  grandes  críticos  que  en  todos  los  tiempos 
y  países  han  constituido  una  serenísima  república,  desenfadadamente 
arístocrátioa,  Y  luego,  no  queriendo  reverenciar  á  los  grandes  hombres 
¿nos  dispensamos  de  admirar  á  un  saltarín?  ¿no  admitimos  la  nece- 
sidad de  un  buen  portero?  Quien  es  grande  hombre  y,  sobre  todo, 
por  qué  es  grande ;  quién  y  por  qué  es  mediano  ó  nulo,  parece  una 
recordación  útil  en  momentos  en  que  estamos  perdiendo,  no  la  cos- 
tumbre de  alabar,  sino  la  noción  de  lo  que  merece  alabanza.  Nosotros, 
y  cuando  digo  nosotros,  quiero  decir  una  época,  como  en  el  convencio- 
nalismo decorativo  de  los  teatros  chinos,  admitiendo  en  la  escena  hu- 
mana la  necesidad  de  una  puerta  ó  un  árbol,  colocamos  ahí  una  silla 
en  la  cual  escribimos :  esta  es  puerta,  ó  árbol ;  de  la  misma  manera, 
tan  luego  como  necesitamos  una  eminencia  dada,  salimos  bruscamen- 
te á  la  calle  y  al  primer  individuo  que  se  nos  presenta  le  decimos :  eh! 
buen  hombre,  vd.  va  por  ahora  á  servirnos  de  esto :  Demóstenes,  Bur- 
ke,  Mirabeau,  ó  de  esto  otro :  Platón,  Descartes,  Kant,  etc.,  etc. 

Ya  se  comprende  cuál  debe  ser  el  concepto  de  Carlyle  sobre  la  liber- 
tad humana,  desde  el  punto  de  vista  social :  exprésala  con  su  acostum- 
brada resolución  y  perentoriedad  de  estilo: 

"Dícenme  que  la  libertad  es  cosa  divina;  mas  no  encuentro  yo  tan 
divina  la  libertad  de  morirse  de  hambre. 

¡La  libertad!  La  verdadera  libertad  de  un  hombre  consiste  en  en- 
contrar de  grado  ó  por  fuerza  su  camino  legítimo,  conveniente,  y  en  se- 
guida en  aprender,  ó  en  obligarle  á  que  aprenda  de  qué  trabajo  es 
actualmente  capaz,  y  poner  entonces  manos  á  la  obra,  ya  sea  por  vía 
de  permiso,  persuasión  ó  á  fuerza.  Tal  es,  verdadera  y  bendita  liber- 
tad, su  máximo  bienestar:  si  esto  no  es  la  libertad,  Tale  un  comino. 


CABLYLE.  263 

Vosotros  los  que  tenéis  juicio,  no  permitiréis  que  un  loco  se  arroje  á 
un  precipicio,  sino  que  atentaréis  contra  su  libertad  apartándolo  del 
precipicio,  aunque  sea  apelando  á  la  camisa  de  fuerza.  Ahora  bien, 
cualquier  necio,  cualquier  ignorante,  cualquier  tímido,  es  más  ó  me- 
nos un  loco.  ¡Oh!  tú  que  eres  mi  Sénior,  mi  Eider,  señor,  sacerdote, 
jefe,  conquístame,  mándame,  puesto  que  sabes  mejor  que  yo  lo  que 
es  bueno  y  justo.  Si  mi  peregrinación  en  la  tierra  termina  en  un  si- 
niestro, en  mortal  caída,  ¿qué  me  importa  que  los  periodistas  me  lla- 
men hombre  libre?  Llámenme  esclavo,  cobarde,  tonto  ó  empleen  cual- 
quier otro  dulce  califícativo,  con  tal  que  yo  sea  salvado" 


La  libertad  de  Carlyle  es  algo  superior  á  la  libertad  democrática 
científica.  La  libertad  democrática  científíca  es  una  fatalidad,  y  los  fe- 
nómenos en  lo  humano  se  anegan  en  el  cosmos.  Para  concebirlo  co- 
mo algo  extrahumano,  hay  que  seguir  la  dramaturgia  de  Carlyle. 

El  elegido,  el  jefe,  de  aspecto  terrible,  benéfico  siempre  en  el  fondo, 
brota  del  cerebro  de  Carlyle,  de  una  pieza,  como  tallado  en  roca  pri- 
mitiva por  ciclópeo  cincel:  es  más  ó  menos  un  Guillermo  el  Conquis- 
tador, uno  de  esos  cirujanos  de  cabecera  de  las  niidanes  (home  sur- 
geons),  que  como  aquel,  no  obstante  sus  tremebundas  hazañas  en  el 
Yorkshire,  en  el  Norte  reducido  á  cenizas,  y  á  causa  de  eso,  pudo  lograr 
"que  un  niño  pudiese  atravesar  la  Inglaterra  de  extremo  á  extremo  con 
una  bolsa  de  oro."  Dios,  luego  el  jefe,  semidiós,  héroe,  regulador,  pon- 
tífice, un  cuerpo  altamente  dotado  que  ejecuta,  una  aristocracia  delito, 
hé  aquí  el  gobierno  de  Carlyle. 

"Aristocracia  y  sacerdocio,  una  clase  que  gobierna  y  otra  que  enseña: 
separadas  en  ocasiones,  procurando  armonizar,  á  veces  unidas.  Un  rey 
pontíGce:  no  existió  ni  existirá  jamás  sociedad  alguna  sin  estos  dos  ele- 
mentos vitales.  Ellos  residen  en  lo  íntimo  de  la  naturaleza  humana: 
virtual  ó  actualmente,  encontraréis  esos  dos  poderes  en  ejercicio  aun  en 
el  más  remoto  villorio  del  más  republicano  país  del  mundo.  £1  hom- 
bre necesita  obedecer  á  un  superior:  es  un  ser  sociable  en  virtud  de 
esta  necesidad;  y  obedece  á  aquellos  á  quien  estima  mejores  que  él, 
más  valerosos,  más  sabios;  los  obedecerá  siempre,  y  aun  constituye  pa- 
ra él  un  deleite  esta  obediencia." 

¿Cuál  es  la  contrapartida  de  este  sistema?  Roberto  Bums  lo  ha  di- 


284  REVISTA  NACIONAL. 


cho:  todas  las  cartas,  constituciones,  luchas  intestinas,  se  reducen  á 
esto:  encontrar  una  docena  de  hombres  capaces  de  gobernar  un  país, 
hé  aquí  el  quid  (Here  is  the  rub,  que  dijo  Hamlet).  Así  lo  entiende 
Carlyle:  ''Una  mala  aristocracia;  los  males  que  acarrea  á  un  país;  su 
progresión  acumulada,  conducen  fatalmente  al  cataclismo:  llégase  asi 
de  escalón  en  escalón  á  un  Guillermo  el  Conquistador,  que  arrasando 
esa  aristocracia,  acaba  con  los  males  que  aquejan  al  país/' 

Por  momentos  se  cree  adivinar  en  nuestro  escritor  no  sé  qué  tre- 
menda lucha  interior,  que  se  traduce  en  sus  palabras  por  una  recru- 
descencia de  asperezas,  á  veces  brutales,  y  sin  embargo  ni  aun  enton- 
ces deja  de  ser  profundamente  humano,  reverencioso  ante  lo  que  es 
de  veras  grande,  fuerte. 

Como  crítico,  se  anticipa  á  la  escuela  contemporánea,  y  raya  tan  alto 
como  cualquiera  de  los  que  conocemos,  sin  exceptuar  á  Taine,  á  quien 
en  mi  humilde  concepto  supera  en  ocasiones,  porque  la  exactitud  y  la 
comprobación  rigurosa  del  documento,  encarna  en  él,  le  compenetra 
hasta  la  inspiración,  y  es  entonces  intenso  y  amplio  como  nadie;  el  vo- 
luminoso expediente  desaparece  dejando  en  su  lugar  unas  cuantas  fra- 
ses buriladas  de  inimitable  manera.  Recorred  su  galería  de  héroes 
(Héroes  and  Hero  worship).  Dante  es  allí  el  más  hermoso,  el  más 
Dantesco,  si  se  permite  la  expresión,  de  cuantos  ha*  resucitado  el  cris- 
tianismo histórico  y  literario:  es  más,  por  ser  la  Italia  y  los  italianos 
en  el  último  siglo  de  la  edad  media.  Su  Oliverio  Gromwell  es  su  obra 
maestra.  Su  Shakespeare  supera  con  mucho  al  de  Johnson.  Su  Na- 
poleón es  bajo  muchos  aspectos  el  de  Taine:  no  es  un  tipo  religioso,  es 
esencialmente  moderno,  utilitarista,  egoísta  y  excéptico;  gran  poeta  á 
veces,  que  es  cuando  Carlyle  se  siente  inclinado  á  admirarle.  No  sin 
esfuerzo  dejo  de  copiar  aquí  algunas  páginas  de  tan  interesante  y  cu- 
rioso libro. 

Nada  es  más  original  que  su  estilo,  y  es  sabido  que  llegó  en  Ingla- 
terra á  designarse  de  un  modo  especial:  carlilismoy  máquina  formida- 
ble de  guerra,  casi  siempre  en  movimiento,  amenazadora  aun  cuando 
en  reposo,  como  un  elemento  de  paz  armada;  capaz,  no  obstante,  de 
contener  como  molde  peregrino  los  más  altos,  hondamente  humanos 
y  nobles  sentimientos,  con  esto  de  una  matemática  precisión,  de  una 
nitidez  admirable  para  las  cosas  profundas:  nada  artificioso,  brutal  an- 
tes que  oscuro.  Más  que  de  un  historiador,  de  un  crítico  de  arte,  su  es- 
tilo es  el  de  un  publicista,  de  un  polemista  de  gran  aliento,  y  no  es  lo 


CARLYLE.  265 


menos  curioso  de  Cariyle  ver  al  propio  tiempo  ese  ardor  del  hom- 
bre de  combate,  y  el  juicio  sereno  del  crítico  sagaz,  amplio  y  en  cierta 
manera  impersonal. 

Humorista  penetrante,  mejor  diré,  flajelante  á  ratos,  sin  serlo  en  la 
genuina  acepción  de  la  palabra.  Si  el  humorismo  se  funda,  como  dice 
otro  crítico  inglés,  no  en  el  desprecio  sino  en  el  amor;  si  no  es  una 
dislocación,  una  exageración  de  las  formas  de  la  naturaleza,  sino  una 
especie  de  simpatía  profunda,  bien  que  juguetona  (playful)  con  esas 
formas,  el  humorista  por  excelencia  no  es  entonces  ni  Swift,  ni  Steme, 
ni  Thackeray,  sino  Cervantes.  Cariyle  no  tiene  ese  temperamento,  esa 
facultad  excepcional  de  vivir  al  propio  tiempo  que  en  lo  más  íntimo 
de  las  ansias  humanas,  en  una  región  serena  superior  á  ellas.  Antes 
bien,  se  cree  adivinar  en  él  no  sé  qué  tremenda  lucha  interior  que  se 
trasluce  en  sus  palabras  por  una  recrudescencia  de  asperezas  á  veces 
brutales.  Ensalzando  siempre,  eso  sí,  la  humana  personalidad,  reve- 
renciando lo  que  según  él  es  de  veras  grande,  amando  la  abnegación 
y  el  sacrificio,  sediento  de  verdades,  fuerte  con  la  creencia  de  su  Dios, 
dispuesto  cada  vez  á  cortar  por  lo  sano,  por  la  mano  de  algún  grande 
hombre,  cada  vez  que  es  necesario.  A  pesar  de  su  cefto  y  sus  aspere- 
zas no  haria  mal  papel  en  aquel  lugar  preferente  del  paraíso  pagano, 
destinado  según  Virgilio  á  los  poetas  piadosos. 

Es,  en  suma,  un  escritor  de  gran  talento,  de  genio  á  veces,  y  del  cual 
este  mal  surcido  articulo  dará  acaso  una  ligera  noción.  En  su  Vida  de 
Sterling,  el  mismo  Cariyle  dice:  "Un  contomo  verdadero  del  hombre 
más  pequeño,  de  las  escenas  de  su  peregrinación  en  esta  vida,  es  bas- 
tante á  interesar  al  más  eminente.  Un  retrato  humano  dibujado  con 
fidelidad  es,  de  todas  las  obras,  la  que  mejor  parece  sobre  un  muro 
humano.^*  La  dificultad  reside  en  hacer  ese  Dibujo  fiel,  sea  quien  fue- 
re el  original.  Tratándose  de  Cariyle,  para  el  que  esto  escribe  seme- 
jante tarea  es  una  absoluta  imposibilidad. 


Leopoldo  Zamora. 


REVIsTA  SACIOS JLL, 


CA5TABES. 


Yo  soy  qijíen  iin  amparo  erizó  la  TÍda 
en  £ij  n:;blada  aorora,  nlLo  doliente 
con  mi  alma  heñday 
el  lutrj  j  la  miseria  sobre  la  frente 
y  en  mi  hogar  solitarío  y  agonizante 
mi  madre  amante. 


Yo  soy  quien  Tagabundo  cuentos  fingía, 
y  los  ecos  del  pueblo  que  recogía 
tomé  cantares; 

porque  era  el  pueblo  humilde  toda  mi  ciencia, 
y  era  escudo,  en  mis  luchas  con  la  indigencia, 
de  mis  pesares. 


La  soledad  austera  y  el  libre  viento 
le  dieron  á  mi  pecho  robusto  aliento, 
fiera  entereza; 

y  sáíí  tuvo  mi  lira  cantos  sentidos, 
en  lo  intimo  de  mi  alma  sordos  gemidos 
de  mi  ¡lobrcza. 


La  nube  que  volaba  con  alas  de  oro, 
la  tórtola  amorosa  que  se  quejaba 
como  con  lloro; 

el  murmullo  del  aura  que  remedaba 
las  voces  expresivas  del  sentimiento 
copió  mi  acento. 


CANTARES.  207 


Y  el  bandolón  que  un  barrio  locuaz  conmueve, 
y  el  placer  tempestuoso  con  que  la  plebe 
muestra  contento; 

sus  bailes,  sus  cantares  y  sus  amores, 
fueron  luz  y  arroyuelos,  aves  y  flores 
de  mi  talento. 


Cantando,  ni  yo  mismo  me  sospechaba 
que  en  mi  la  patria  hermosa  con  voz  nada,, 
que  en  mi  brotaba 

con  sus  penas,  sus  glorias  y  su  alegría, 
sus  montes  y  sus  lagos,  su  lindo  cielo, 
y  su  alma  que  en  perfumes  se  desparcia.. 


Entonces  á  la  choza  del  jornalero, 
al  campo  tumultuoso  del  guerrillero 
llevé  mis  sones; 

y  no  á  regias  beldades  ni  peregrinas, 
sino  á  obreras  modestas,  á  alegres  chinas 
di  mis  canciones. 


¡Oh  patria  idolatrada,  yo  en  tus  quebrantos, 
ensalcé  con  ternura  tus  fueros  santos, 
sin  arredrarme; 

tu  tierra  era  mi  carne,  tu  amor  mi  vida, 
hiél  acerba  en  tus  duelos  fué  mi  bebida 
para  embriagarme! 


Yo  tuve  himnos  triunfales  para  tus  muertos,, 
mi  voz  sembró  esperanzas  en  tus  desiertos; 
y  complaciente, 

á  la  tropa  cansada  la  consolaba, 
y  oyendo  mis  leyendas  se  reanimaba 
riendo  valiente. 


208  REVISTA  NACIONAL. 


Hoy  merezco  recuerdo  de  ese  pasado 
de  luz  y  de  tinieblas,  de  llanto  y  gloria; 
soy  un  despojo,  un  resto  casi  borrado 
de  la  memoria 


Pero  esta  pobre  lira  que  está  en  mis  manos, 
guarda  para  mi  pueblo  sentidos  sones; 
y  acentos  vengadores  y  maldiciones 
á  sus  tiranos! 

Septiembre  de  1888. 

Guillermo  Prieto. 


IMPBESGBIPTIBILIDÁD  DEL  DOMINIO  NACIONAL. 


La  propiedad  en  nuestro  país  puede  referirse  á  épocas  distintas,  cu- 
yo encadenamiento  nos  ofrece  la  filiación  lógica  de  este  derecho,  que 
en  el  espacio  de  trescientos  afios  ha  sufrido  las  modifícaciones  que  en 
él  han  introducido  los  tiempos  y  sus  ideas  imperantes. 

El  hecho  cronológico  que  nos  servirá  de  punto  de  partida  para  ini- 
ciar nuestros  razonamientos,  será  aquel  en  que  destruida  la  autonomía 
de  las  naciones^^americanas,  vinieron  á  implantarse  las  instituciones 
advenedizas  del  pueblo  dominador  y  echar  los  cimientos  de  la  nueva 
civilización  que  preparó  paia  más  tarde  la  entidad  nacional  de  la  mo- 
derna patria. 

La  absorción  de  aquellas  soberanías  por  la  acción  de  las  armas,  en 
la  soberanía  monárquica  del  pueblo  conquistador,  se  traslucía  enton- 
ces por  la  idea  que  debe  regir  nuestra  argumentación  en  cuanto  á  la 
época  se  refiera,  y  que  consistía  en  considerar  el  reino  de  Espafia  como 
una  Herencia  real,  y  todo  su  contenido  como  cosa  propia  del  Monar- 
ca, á  quien  se  atribuía  una  Regalía  sobre  las  cosas  adquiridas  en  jus- 
ta guerra. 


IMPRESCBIPTIBILIDAD  DEL  DOMINIO  NACIONAL.  260 

Por  esta  razón,  sabemos  que  aunque  por  derecho  de  gentes  pudie- 
ron fundarse  poblaciones  sin  licencia  de  ninguna  potestad,  esto  no  obs- 
tante, no  fué  permitido,  al  menos  desde  el  siglo  XIII  en  que  se  forma- 
ron las  Siete  Partidas  y  el  Ordemamiento  real^  proceder  á  la  formación 
de  ciudades  sin  la  respectiva  Carta-puebla  que  debía  expedir  el  So- 
berano. 

Vigentes  estas  disposiciones  al  consumarse  la  conquista,  gravitaron 
de  una  manera  directa  sobre  los  países  conquistados,  pudiendo  en  con- 
secuencia decirse,  que  desde  el  momento  en  que  Cortés  penetró  á  la 
ciudad  indefensa,  cesaron  los  antiguos  derechos  públicos  y  privados,  y 
nacieron  los  de  dominio  de  la  Corona  Católica. 

En  esta  situación,  á  las  más  urgentes  necesidades  de  organización 
política  siguieron  inmediatamente,  y  con  la  misma  calidad,  los  relati- 
vas á  creación  de  la  propiedad  individual,  y  cuando  apenas  Mendoza  ha 
tomado  posesión  de  su  encargo,  empieza  á  fundarse  la  legislación  agra- 
ria colonial;  procediendo  por  un  sistema  de  repartimientos  privilegia- 
dos en  favor  de  los  pueblos,  de  los  indígenas,  y  por  fin,  de  aquellos  que 
contribuyeron  á  la  empresa  de  la  conquista. 

Después  de  estas  primeras  limitaciones  al  dominio  real,  quedaron 
sin  embargo  muchos  terrenos  libres^  que  á  diferencia  de  los  ya  ocupa- 
dos, se  llamaron  baldíos,  tierras  comunes,  por  la  razón  de  que  el  rea\ 
Señor  de  ellas  concedió  gratuito  y  reducido  usufructo  al  común  de  los 
vasallos. 

De  estas  tierras  también  conocidas  con  el  nombre  de  realengas:  se 
hicieron  después  mercedaciones  sucesivas,  que  rindiendo  al  Fisco  arbi- 
trios y  rentas  considerables,  merecieron  ser  sistemadas  especialmente 
y  con  tal  motivóse  expidieron  reglamentos  alusivos  \_ Recopilación  de 
Indias;— art,  5",  lib,  S''.— título  27,  libro  7 'í,— títulos  23  y  24  de  &» 
Novísima  Recopilación  de  leyes  de  CastUla'], 

Hasta  estos  momentos,  la  legislación  existente  es  la  que  ha  propor- 
cionado casi  todos  los  elementos,  para  la  reglamentación  de  las  nuevas 
tierras ;  pero  la  altísima  importancia  que  venía  ofreciendo  de  día  en  día, 
exigió  la  formación  de  otros  estatutos  que  se  reunieron  á  las  escasas 
hasta  entonces  confeccionadas. — I  Ley  J,  título  12,  libro  A**  déla  Re- 
copilación de  Indias.  Ordenanzas  de  9  de  Marzoy4:\de  Julio  de  1536]. 

Lo  que  hasta  aquí  se  había  establecido  no  fué  suficiente  para  definir 
eficazmente  las  confusiones  que  había  traído  consigo  la  precipitación 
con  que  tuvieron  que  satisfacerse  las  exigencias  de  aquel  período  de 


270  BEVI8TA  NACIONAL. 


formación  social,  y  hubo  necesidad  de  proceder  á  una  reglamentación 
posterior  más  formal  y  complementaria  de  las  primeras. 

Aquí  encontramos  por  primera  vez,  que  los  poseedores  deben  hacer 
mérüo  de  los  títulos  en  que  fundan  su  posesión,  exhibirlos  á  los  encar- 
gados de  las  composiciones,  y  recavar  los  nuevos  títulos  que  confirmasen 
su  propiedad,  restituyéndose  al  dominio  real  todo  aquello  que  no  fuere 
poseído  legalmente.  RecU  Cédula  delude  Noviembre  de  1591. 

Desde  esta  focha,  tanto  los  primitivos  poseedores,  como  los  que  en 
lo  de  adelante  pidieran  y  quisieran  algo,  debían  tener  sus  títulos,  y  la 
constancia  de  la  confirmación  real  de  acuerdo  con  su  Concejo,  con  el 
fin  de  hacer  más  segura  la  propiedad  y  evitar  las  incertidumbres  de 
aquel  estado. 

Aquellos  que  cumplidos  estos  requisitos,  justificasen  con  buenos  tí- 
tulos y  recaudos  su  posesión,  debían  ser  amparados  en  ella,  debiendo 
disponerse  á  voluntad  del  rey  de  aquellas  que  no  estuviesen  en  tales 
condiciones,  sin  que  pheda  suscitarse  pleito  alguno,  más  que  la  deela- 
ción que  acerca  de  ello  hicieren  los  que  tuvieren  comisión  y  poder.  Dos 
reales  cédulas  de  1**  de  Noviembre  de  1591. 

Luego,  con  motivo  de  haberse  presentado  la  gravísima  dificultad  de 
acudir  al  Rey  para  solicitar  sus  confirmaciones,  expidióse,  con  el  fin 
de  evitar  los  dispendiosos  gastos  que  originaban,  otra  real  cédula  en  la 
misma  fecha,  en  cuya  virtud  quedaban  los  virreyes  investidos  de  aque- 
llas facultades,  por  sí  mismos  ó  por  medio  de  los  funcionarios  en  quie- 
nes delegase  la  autorización* 

Así  las  cosas,  y  con  la  mira  de  cortar  desde  un  principio  toda  cos- 
tumbre viciosa  en  la  adquisición  de  tierras,  se  nos  ofrecen  otras  dispo- 
siciones, insistiendo  de  significativo  modo,  en  que  se  acuda  á  manifes- 
tar los  títulos  y  despachos  en  cuya  virtud  se  posean,  con  apercibimien- 
to de  ser  lanzados  y  despojados  en  caso  de  contravención. 

También  se  manifiesta  en  otra  de  sus  prevenciones  la  voluntad  de 
mantener  en  la  propiedad  á  los  poseedores,  aun  sin  haber  ocurrido  á 
las  confirmaciones  de  ordenanza,  siempre  que  en  los  títulos  que  debían 
exhibir  constase  haber  cumplido  con  la  obligación  antes  mencionada,  y 
que  si  no  tienen  títulos  les  bastará  la  justificación  que  hicieren  de  aque- 
lla larga  posesión  como  título  de  justa  prescripción. 

En  otro  lugar  dice  que  los  poseedores  de  tierras,  vendidas  ó  compues- 
tas por  los  subdelegados  desde  el  alio  de  1700,  no  pueden  ser  moles- 
tados, etc.,  confitándoles  tenerlas  confirmadas  por  mi  real  persona  ó  por 


IMPRESCRIFTIBILIDAD  DEL  DOMINIO  NACIONAL.  271 

los  virreyes,  etc.,  y  los  que  poseyeren  sin  esa  precisa  calidad  deberán 
acudir  á  impetrar  la  confirmación  de  ellas  ante  los  comisionados  al 
efecto. 

Por  último,  previniendo  los  abusos  que  son  consecuencia  de  situa- 
ciones mal  definidas,  resolvióse  que  se  acuda  á  componer  precisamente 
las  excedencias,  para  que  previa  medida  y  avalúo  se  les  despache  titulo 
y  confirmación,  con  apercibimiento  de  que  se  adjudicarán  los  terrenos 
asi  ocupados  en  una  moderada  cantidad,  á  los  que  las  denuncien,  ó  al 
real  patrimonio  para  venderlos  á  otros,  si  pasado  el  término  de  la  ley 
no  cumplen  sus  mandamientos,  sin  que  obste  las  circunstancias  de  es- 
tar labrados,  cultivados  ó  fabricados.  \^Instrucción  de  ^0  de  Octubre 
de  1754]. 

Para  completar  esta  enumaración  citaremos  el  art,  SI  de  la  Orde- 
nanza de  Intendentes,  que  concede  cierta  jurisdicción  judicial  á  los  In- 
tendentes. La  Real  cidula  de  23  de  Marzo  de  1798,  que  corrige  algu- 
nas disposiciones  anteriores  limitando  las  confirmaciones  á  los  nego- 
cios importantes,  y  suprimiéndolas  para  las  menudas,  enterando  cierto 
servicio  en  las  contadurías  respectivas. 

Desde  entonces,  basta  la  emancipación  del  país,  se  publicaron  otras 
disposiciones  de  menos  interés,  y  para  ilustración,  recordamos  la  ley 
de  4  cíe  Enero  de  1813,  reduciendo  los  baldíos  y  otros  terrenos  públi- 
cos á  dominio  particular,  concediendo  suertes  de dichosbaldíos dios  de- 
fensores de  España  y  á  los  no  propietarios. 

Consumada  la  independencia  nacional,  la  primera  ley  que  se  ofrece 
á  nuestra  consideración  es  la  de 

27  de  Marzo  de  1821, 

permitiendo  premiar  á  los  defensores  de  ta  patria  con  lotes  de  terrenos 
nacionales. 

11  de  Abril  de  1823, 

expedida  por  el  Congreso,  con  motivo  de  la  colonización  de  Texas  que 
se  proponía  bacer  Esteban  Austin  con  el  establecimiento  de  300  fami- 
lias. 
Los  decretos  de 

4  de  Junio  y  18  de  Septiembre  de  1823, 

que  mandaron  repartir  baldíos  á  los  individuos  del  ejército  inde|)en- 
diente,  el.de 


272  REViarrA  NACIONAIí. 


14  de  Octubre  de  1823 

sobre  formación  de  la  provincia  del  Istmo  de  Tehuantepec,  con  los  te- 
rrenos de  las  jurisdicciones  de  Acayucan  y  Tehuantepec;  la  ley  de 

1  ^  de  Agosto  de  1824 

que  no  se  colonizaran  con  extranjeros  los  terrenos  comprendidos  den- 
tro de  las  veinte  leguas  limítrofes  ó  en  las  diez  litorales  de  la  Repúbli- 
ca sin  permiso  del  Gobierno  general,  y  prohibió  que  en  una  sola  mano 
se  reunieran  como  propiedad  más  de  una  legua  cuadrada  de  tierra  de 
regadío  y  seis  de  abrevadero,  que  pudiesen  pasarse  á  manos  muertas  y 
que  pudiesen  conservarlas  los  que  residieran  fuera  del  país ;  las  de  6 
de  Abrilf  SO  y  2d  de  Noviembre  de  SS^  y  4  de  Abril  de  1837,  que  man- 
daron hacer  efectiva  la  colonización  de  terrenos  que  fuesen  de  propie- 
dad de  la  Nación,  por  medio  de  ventas,  enfíteusis,  é  hipotecas,  para  apli- 
car su  valor  á  la  amortización  de  la  deuda  nacional ;  el  decreto  de 

1?  de  Junio  da  1839 

que  hipotecó  al  pago  de  la  deuda  extranjera  cien  millones  de  acres  de 
baldíos  en  California,  Chihuahua,  Nuevo  México,  Sonora  y  Texas,  El 
contrato  celebrado  en 

3  de  Octubre  de  1843 

sobre  colonización  de  Tamaulipas  que  debería  establecerse  á  veinte  le- 
guas de  la  frontera,  y  asignó  á  los  colonos  la  fracción  determinada  por 
la  ley  de  18  de  Agosto  de  1824.  Los  decretos  de 

9  3/  29  de  Diciembre  de  1843 

sobre  pago  de  créditos  causados  por  la  moneda  de  cobre,  con  el  valor 
de  los  terrenos  baldíos,  aclarándose  que  la  porción  de  éstos,  debía  ser 
igual  al  importe  de  la  referida  deuda. 

El  de  ^  de  Junio  de  1849 

que  previno,  se  impidiese  á  mexicanos  y  extranjeros,  establecer  colo- 
nias en  las  fronteras  y  sobre  la  línea  divisoria  señalada  por  los  tratados 
de  Guadalupe,  sin  permiso  del  Gobierno  general. 


IMPRESCRIFTIBILIDAl)  DEL  DOMINIO  NACIONAL.  278 

Diversas  disposiciones  se  dictaron  en  otras  épocas  y  entre  otras  las 
siguientes : 

14  de  Mayo  de  1857, 
25  de  Julio  de  1851, 

11  de  Febrero  de  1852, 

12  de  Marzo  de  1853, 

previniendo  ésta,  se  pagaran  á  la  familia  de  I  tu  rbide  $200,000  con  tie- 
rras baldías  en  Baja  California,  Sonora  ó  Sinaloa,  por  no  habérsele  en- 
tregado el  millón  de  pesos  con  que  se  mandó  premiar  sus  servicios  por 
los  decretos  de  12  de  Febrero  de  1822  y  18  de  Abril  de  1835.  El  de- 
creto de 

25  de  Agosta  de  1853, 
sobre  extinción  de  colonias  militares  en  la  frontera:  el  de 

25  de  Noviembre  de  1853, 

que  declaró  que  los  terrenos  baldíos  nunca  habían  podido  enajenarse 
por  las  Legislaturas,  Gobiernos  y  autoridades  militares  de  los  Estados, 
que  siendo  nulas,  debía  reivindicarse  la  enajenación. 
La  disposición  de 

16  de  Febrero  de  1854, 

que  remitió  á  revisión  del  Gobierno  la  disposición  del  Congreso  para 
promover  en  Europa  la  colonización  y  dio  reglas  para  la  conducción  y 
auxilio  de  los  inmigrantes,  enagenación  de  baldíos,  etc.  El  decreto  de 

11  de  Julio  de  1864, 

sobre  revisión  de  títulos  de  enajenación  de  terrenos  baldíos,  hechos 
desde  1821  por  el  Gobierno  general  ó  por  las  autoridades  de  los  Esta- 
dos y  Departamentos,  nulificando  las  enajenaciones  verificadas  por  és- 
tos sin  conocimiento  de  aquel  y  las  efectuadas,  con  el  fm  de  colonizar, 
sin  que  éste  se  hubiere  cumplido,  sujetó  las  dichas  enajenaciones,  á  in- 
demnizaciones para  su  validez,  lo  mismo  que  á  las  porciones  de  tierra 
sin  titulo,  prohibió  á  los  extranjeros  no  naturalizados  la  adquisición  de 
propiedades  rurales  fueren  ó  nó  baldíos,  situados  en  una  zona  de  vein- 
te leguas  limítrofes  de  la  República,  y  declaró  que  todos  los  negocios 


274  REVISTA  XAaOXAL. 


relativos  á  baldíos  eran  del  resorte  exclusivo  del  Ministerio  de  Fomen- 
to :  y  por  último  otras  mochas  disposiciones  hasta  la  de 

« 
22  de  Julio  de  1863, 

dada  por  el  Sr.  Juárez  en  San  Luis  Potosí,  sobre  ocupación  y  enajena- 
ción de  terrenos  baldíos,  y  en 

31  de  Marzo  de  1875 
sobre  colonización,  exploración  y  deslinde  de  terrenos  nacionales,  y  en 

15  de  Diciembre  de  1883, 

la  ley  del  Congreso  de  la  Unión,  promulgada  por  Don  Manuel  Gonzá- 
lez, fijando  la  regla  para  el  deslinde  de  baldíos  y  colonización  de  ellos, 
cuyas  disposiciones  son  las  vigentes  sobre  la  materia. 

El  texto  solo  de  las  cédulas,  instrucciones  y  leyes  hasta  aquí  consig- 
nadas basta  para  demostrar,  que  independientemente  de  las  modalida- 
des ocasionales  de  los  diversos  tiempos  en  que  se  expidieron,  hay  en 
todas  ellas  algo  constante  y  uniforme,  cierto  carácter  esencial,  que  de 
un  modo  siempre  invariable,  se  viene  revelando  como  un  fondo  de  ver- 
dad científica,  y  es  el  hecho  de  que  en  todo  caso  se  deja  á  salvo  la  so- 
beranía que  la  Nación  tiene  en  los  terrenos  baldíos  y  que  impide  la  ad- 
quisición de  su  propiedad,  y  si  no  es  por  expresa  manifestación  de  quien 
posee  y  ejerce  su  dominio. 

Pero  como  esta  verdad,  se  ha  desconocido  por  los  defensores  de  la 
prescriptibilidad  del  dominio  público,  como  resulta  de  sus  doctrinas, 
vamos  á  emitir  los  principios  filosóficos  que  han  presidido  á  las  legisla- 
ciones respectivas,  examinándolas  con  la  atención  debida  para  demos- 
trar la  imprescriptibilidad  del  dominio  nacional. 

La  propiedad  consiste  en  el  conjunto  de  derechos  que  las  leyes  reco- 
nocen en  los  que  encontrándose  en  las  condiciones  que  ellas  estable- 
cen, pueden  ejercitar  los  actos  de  dominio  que  la  constituyen. 

Este  derecho  está  lejos  de  consistir  en  ese  poder  absoluto  ó  de  liber- 
tad, que  excluye  todo  límite  y  por  el  contrario  está  restringido,  á  cier- 
ta esfera  de  acción  determinada  por  el  derecho  de  los  demás.  Este  con- 
junto de  limitaciones  que  el  hombre  tiene  sobre  la  cosa,  objeto  de  su 
dominio,  se  encuentra  establecido  por  la  ley  con  relación  á  los  demás 


IMPRESCRIPTIBILIDAD  DEL  DOMINIO  NACIONAL.  275 

hombres  y  con  mayor  razón  cuando  se  les  considera  en  sus  relaciones 
con  el  Estado,  el  cual  exige  en  virtud  de  sus  necesidades  conocidas  con 
la  denominación  de  utilidad  pública  mayores  restricciones  y  aun  el  sa- 
crificio del  derecho  de  propiedad,  pues  le  es  permitido  proceder  á  la  ex- 
propiación, que  no  es  otra  cosa  que  la  privación  del  objeto  material  del 
derecho. 

Por  estas  consideraciones  el  estado  recobra  el  dominio  sobre  las  mi- 
nas cuya  explotación  se  abandona,  asi  como  sobre  los  terrenos  vendi- 
dos por  él,  cuando  dejan  de  satisfacerse  las  condiciones  de  colonización 
y  cultivo,  que  es  aquí  lo  que  constituye  el  interés  público  en  la  enaje- 
nación. 

La  expropiación  se  entiende  siempre,  mediante  las  indemnizaciones 
que  la  misma  ley  constitucional  establece,  y  aunque  parezca  una  ofen- 
sa al  derecho  de  propiedad,  no  lo  es,  porque  los  bienes  raices  están 
ligados  con  un  vínculo  superior  á  la  soberanía  del  país  en  que  se  en- 
cuentran ubicados,  soberanía  que  no  puede  ser  nunca  objeto  de  pro- 
piedad particular. 

El  territorio  nacional,  como  lo  han  repetido  nuestras  constituciones, 
forma  la  propiedad  pública  que  por  ser  de  una  naturaleza  especial  se 
descompone  en  "dominio  útil"  y  dominio  "eminente." 

Pero  como  el  mejor  medio  de  realizar  el  primero  es  vincularlo  al 
interés  particular,  procede  á  hacer  un  repartimiento  proporcional  de 
los  terrenos  que  le  pertenecen,  mediante  ese  sistema  de  divisiones, 
que  consiente  el  dominio  útil  quedando  siempre  ileso  el  dominio  emi- 
nente que  en  ningún  caso  puede  ser  materia  de  estas  operaciones. 

¿Cuáles  son  los  medios  con  que  la  Nación  puede  enajenar  su  pro- 
piedad? La  historia  del  derecho  nos  dice  que  son:  la  venta,  la  dona- 
ción, ó  mercedaciones  de  tierra,  y  en  fin,  todos  aquellos  en  que  inter- 
viene la  voluntad  de  enajenar  de  una  manera  positiva. 

La  tierra  conquistada  sin  más  soberano  que  el  que  la  había  adquirido 
por  medio  de  las  armas,  fué  dividida  por  éste  entre  los  que  le  habían 
ayudado  en  la  empresa,  y  aquí  vemos  manifestada  la  voluntad  de  ena- 
jenar; quiso  que  los  naturales  participasen  de  los  mismos  bienes  y  aquí 
volvemos  á  encontrar  la  misma  voluntad;  y  esto  que  al  principio  no 
reconocía  otro  móvil  que  la  gratitud  real  para  con  los  conquistadores 
y  la  necesidad  de  crear  la  propiedad  particular  en  los  nuevos  dominios, 
tuvo  después  razones  de  estudio  cuyos  intereses  exigían  de  las  enaje- 
naciones un  aprovechamiento  fiscal,  destinado  á  instituciones  de  de- 


2W  REVISTA  NACIONAL. 


fensa  pública,  como  la  creación  de  la  flota  de  Barlovento,  para  proteger 
los  intereses  coloniales.  Real  cédula^  1"  de  Noviembre  de  1591. 

La  propaganda  de  la  fe  católica  y  el  reconocimiento  de  la  domina- 
ción de  la  Corona,  constituían  otros  de  los  grandes  fínes  de  la  monar- 
quía, que  acompafüaban  á  las  mercedaciones  gratuitas  ú  onerosas,  á 
más  de  la  conveniencia  de  que  aquellas  distribuciones  se  practicaran 
en  cierta  proporción  equitativa,  propósitos  que  no  se  suponen  sin  actos 
positivos  de  gobierno,  ni  menos  encomendados  al  cuidado  individual, 
siempre  dispuesto  á  eludir  todo  aquello  que  limita  su  provecho  parti- 
cular. 

Con  este  motivo,  bien  justificado,  las  reales  cédulas  que  reglamen- 
taron aquellas  disposiciones  y  las  denuncias  que  en  lo  sucesivo  se  hi- 
cieron, tendían  constantemente  á  generalizar  la  práctica  de  acompañar 
al  hecho  de  la  posesión  el  documento  justificativo  del  derecho,  enca- 
reciendo incesantemente  la  confirmación  de  los  títulos  legítimamente 
adquiridos. 

Consecuente  con  estos  deseos,  vemos  repetida  esa  disposición,  y  con 
el  fin  de  allanar  las  dificultades  que  á  tal  práctica  se  opusiesen,  se  su- 
primieron primero,  las  confirmaciones  reales,  disponiendo  que  los  Vi- 
rreyes podían  hacerlas,  los  presidentes  de  audiencia  y  demás  agentes 
más  próximos  á  los  interesados,  hasta  quedar  totalmente  suprimidas 
en  los  negocios  menudos,  manteniendo  sin  embargo  las  otras  solemni- 
dades que  llamando  la  atención  del  Soberano,  traían  consigo  la  actua- 
lización de  su  voluntad. 

Verdad  que  en  una  ocasión  se  permitió  para  la  justificación,  que  á 
falta  de  títulos,  bastara  aquella  larga  posesión  como  título  de  justa 
prescripción;  pero  debemos  tener  en  cuenta  las  siguientes  considera- 
ciones: 

Hasta  la  fecha  de  la  ley  encontramos  las  cosas  en  este  estado:  tie- 
rras concedidas  á  pueblos,  indios  y  encomenderos,  según  las  primiti- 
vas reparticiones,  y  tierras  concedidas  por  los  subdelegados  á  los  par- 
ticulares, según  la  Cédula  de  91. 

Para  que  tales  propiedades  fueran  perfectas,  había  necesidad  de  que 
en  ellas  concurrieran  los  requisitos  de  la  última  disposición  sobre  la 
materia;  pero  como  resultaba  que  muchos  habían  desairado  las  relati- 
vas á  confirmaciones  por  las  dificultades  de  solicitarlas  del  Rey  mismo, 
ó  por  negligencia  de  las  obligaciones,  la  nueva  instrución,  en  lugar  de 
obrar  de  una  manera  absoluta,  y  colocándose  en  las  circunstancias  de  la 


IMPRESCRIPTIBILIDAD  DEL  DOMINIO  NACIONAL.  277 

situación,  buscó  un  paliativo,  una  especie  de  transacción  entre  los  de- 
rechos de  los  interesados,  aún  imperfectos,  y  la  necesidad  de  hacer 
obedecer  los  mandamientos  de  la  autoridad. 

De  aquí  resulta: 

1"  Que  esta  instrucción  tenía  en  parte  un  carácter  casuista  de  un 
efecto  transitorio,  como  un  acto  de  violencia  real. 

2"  Que  se  refería  á  indios,  es  decir  á  aquellos  que  eran  los  verda- 
deros sefiores  de  la  tierra,  que  encontrándose  frente  á  frente  de  insti- 
tuciones completamente  nuevas,  debían  obsequiar  exigencias  de  un 
orden  ajeno  á  sus  costumbres,  para  asegurar  aquella  especie  de  dere- 
cho adquirido  en  virtud  de  sus  decaídas  prácticas,  que  si  bien  no  te- 
nían autoridad  en  aquellas  circunstancias,  fueron  sin  embargo  prote- 
gidos, como  un  resto  de  respeto  compasivo  á  instituciones  destruidas 
por  la  conquista. 

3"?  Aquella  concesión  debía  entenderse  sin  perjuicio  de  ka  confirma- 
dones  ulteriores^  que  como  un  acto  positivo  debía  emanar  de  la  volun- 
tad real  para  ser  considerados  como  verdaderos  señores  de  la  tierra. 

4"  Las  demasías  y  excedentes  en  que  entraran  ilegalmente  los  po- 
seedores, debían  ser  compuestas^  adjudicándose  al  real  patrimonio  en 
caso  contrario,  aunque  estuviesen  labradas,  cultivadas  ó  fabricadas. 

Por  estas  consideraciones,  fundadas  en  los  datos  positivos  de  las  le- 
yes anteriores,  podemos  observar  ese  fenómeno  constante  que  consiste 
en  la  traslación  del  dominio  nacional  al  del  particular,  mediante  hechos 
positivos,  pudiendo  asentar  en  consecuencia,  que  nunca  se  ve  lo  con- 
trario, es  decir  la  enagenación  por  hecho  negativo. 

Y  no  podía  ser  de  otro  modo:  siendo  la  propiedad  pública  la  rela- 
ción necesaria  entre  el  Soberano  y  los  objetos  en  que  aquella  se  realiza, 
sólo  á  él  compete  la  facultad  de  concederla.  Esta  cesión  no  se  presume, 
sino  que  se  deduce  de  las  leyes  que  él  dicta.  Cuando  esto  tiene  lu- 
gar, se  reúnen  las  condiciones  que  quitando  á  la  propiedad  nacional 
la  naturaleza  especial  que  la  caracteriza,  la  hace  entrar  en  la  categoría 
de  propiedad  vulgar. 

De  otro  modo,  la  voluntad  personal  prevalecería  sobre  la  voluntad 
general,  atribuyéndose  la  adquisición  de  la  propiedad  en  su  favor,  que 
despreciando  lo  que  las  leyes  ordenan,  no  ha  tenido  más  títulos  que  la 
intención  de  poseer  por  tal  cual  tiempo  con  el  fin  de  adquirirla  en  me- 
noscabo de  la  soberanía  nacional.  ^ 

Si  reconocemos  el  derecho  de  la  Nación,  y  si  la  enajenación  es  un 


278  REVISTA  NACIONAL. 


atributo  de  su  soberanía,  ¿cómo  puede  ejercitarse  por  quien  no  es  sobe- 
rano? Si  el  solo  lapso  de  tiempo  fuera  la  única  razón  para  transferir 
la  propiedad,  hasta  los  extranjeros  hubiesen  podido  adquirirla  en  cual- 
quier lugar  de  la  República  mediante  aquel  requisito;  y  sin  embargo, 
es  sabido  que  muchas  leyes  se  opusieron  expresamente  á  ello,  porque 
así  lo  exigían  consideraciones  de  gran  utilidad. 

Si  las  leyes  españolas  hubiesen  querido  hacer  prescriptibles  las  tie- 
rras públicas,  no  las  hubiesen  denominado  "comunes,"  es  decir,  esta- 
blecidas en  benefício  de  la  comunidad,  ni  menos  hubieran  declarado, 
que  atendida  esta  calidad  no  debían  romperse,  venderse,  empeñarse 
ni  ^ercitarae  sobre  ellas  dominio  alguno  sin  previa  licencia  del  rey. 

La  prescripción  tiene  por  objeto  evitar  la  incertidumbre  de  la  pro- 
piedad; iy  bien!  ¿en  dónde  se  puede  presentar  tal  incertidumbre  res- 
pecto á  la  Nación?  ¿Cuándo  ha  dejado  de  pertenecerle?  Si  se  dice  que 
tiene  ese  objeto,  sólo  debe  entenderse  entre  particulares,  pues  como 
dice  Bentham  al  tratar  de  la  posesión  como  título  de  propiedad,  "siem- 
pre será  válido  contra  todo  otro  hombre  que  no  tenga  otro  titulo  que 
oponerle!''^ 

Aquí,  sí  es  procedente  la  prescripción,  por  esa  indeterminación,  en 
contra  de  la  cual  se  estableció  este  medio;  pero  la  Nación  que  no  ne- 
cesita de  él,  tiene  otros  más  expresivos  para  evitarla,  como  son  los  que 
establecen  que  sólo  aquellos  que  tengan  títulos  sean  reputados  como 
propietarios,  no  debiendo  considerarse  como  tales  aquellos  que  no  es- 
ten  dentro  de  estas  condiciones;  y  ¿no  es  lógico  que  mientras  no  se 
pruebe  lo  contrario  se  presuma  la  propiedad  en  favor  de  la  Nación,  que 
nunca  ha  tenido  necesidad  de  títulos  para  justificarla? 

No  pudiendo  ofrecerse  incertidumbre  alguna,  desaparece  la  necesi- 
dad de  la  precaución,  y  por  consiguiente  de  la  prescripción  de  los  te- 
rrenos baldíos. 

Y  no  se  crea  oponer  una  razón  poderosa  en  la  analogía  que  se  in- 
tentase establecer  con  los  bienes  nacionalizados,  porque  si  bien  estos 
pueden  adquirirse  por  el  uso,  también  lo  es  que  esta  clase  de  bienes 
conservaron,  al  verifícarse  la  traslación,  su  condición  adquirida^  esto 
es,  la  naturaleza  civil  que  las  corporaciones  les  habían  dado,  y  que  no 
podía  quitarles  la  Nación,  porque  no  podía  tener  más  derechos  que  los 
que  aquellas  les  había  dado. 

La  prescripción  como  se  ve,  pierde  su  significación  jurídica  cuando 
traspasa  el  límite  de  las  relaciones  privadas.  Entre  dos  personas  que 


IMPRE8CRIPTIBILIDAD  DEL  DOMINIO  NACIONAL.  279 

se  encuentran  en  condiciones  idénticas,  como  los  particulares,  procede 
esa  disposición,  porque  ella  tiene  por  sujetos  de  su  acción  á  persona- 
lidades semejantes,  y  por  tal  razón,  acatando  los  principios  de  equidad, 
las  leyes  que  por  una  parte  consideran  á  un  propietario  que  menos- 
preciando su  derecho  abandona  la  cosa,  y  por  otra,  á  un  poseedor  la- 
borioso que  aplica  su  industria,  su  trabajo  y  su  constancia  en  un  objeto 
que  sin  ser  suyo  no  encuentra,  sin  embargo,  resistencia  de  aquel  á  quien 
pertenece,  otorgan  su  preferencia  en  favor  de  este  último,  que  ha  evi- 
tado con  su  actividad  la  esterilidad  de  la  cosa  por  el  abandono. 

Adviértase  que  aquí,  como  en  todas  las  cosas,  la  adquisición  se  rea- 
liza contra  un  particular,  contra  aquel  desde  cuyas  manos  traía  la  cosa 
naturaleza  civil,  y  por  consiguiente  susceptibilidad  de  todos  los  atribu- 
tos del  derecho  privado. 

Sobre  estos  dos  sujetos  hay  un  interés  superior,  y  este  interés  su- 
perior es  el  bien  general  que  exige  se  determine  en  favor  de  aquel  que 
ha  sabido  merecer  con  sus  obras  esa  propiedad,  que  á  mantenerla  siem- 
pre en  favor  de  aquel  á  quien  perteneció  desde  un  principio,  sería  ha- 
cer á  unos  de  mejor  condición  que  los  otros. 

No  sucede  así  con  la  Nación,  porque  procediendo  de  ella  todo  poder, 
y  en  consecuencia  todo  derecho,  los  individuos  que  la  componen,  sólo 
gozan  de  aquellas  que  la  misma  les  concede,  y  jamás  la  Nación  ha 
querido  ni  puede  querer  que  sobre  su  interés,  que  es  el  colectivo,  pre- 
valezca al  interés  particular. 

Y  no  vayamos  á  creer  que  esto  entraña  un  privilegio,  palabra  que 
repugna  á  nuestras  convicciones  y  principios  liberales,  porque  el  pri- 
vilegio sólo  se  comprende  entre  seres  de  igual  condición;  ¿pero  acaso 
pueden  compararse  las  proporciones  jurídicas  del  particular  con  las  de 
la  Nación?  Evidentemente  que  no,  y  en  consecuencia  á  una  persona- 
lidad superior  deben  corresponder  derechos  superiores,  y  no  se  puede 
considerar  privilegiado  aquel  que  emplea  su  derecho. 

Privilegio  seria  en  efecto  negar  la  prescriptibilidad  de  aquellas  tie- 
rras que  habiendo  entrado  al  dominio  del  comercio,  entran  por  cual- 
quier motivo  al  de  la  Nación,  y  nuestras  leyes  que  no  admiten  ese  es- 
tado de  las  cosas  en  ningún  poder,  lo  dispone  terminantemente,  por 
temor  de  que  la  imprescriptibilidad  de  la  propiedad  que  está  en  la  con- 
ciencia pública,  se  generalizara  de  una  manera  irreflexiva  á  toda  clase 
de  bienes  nacionales. 

Con  estas  aclaraciones  se  alcanzará  cómodamente  el  espíritu  del  ar- 


280  REVISTA  NACIONAL. 


tículo  1184  del  Código  Civil  del  Distrito  Federal  y  Territorio  de  la  Ba- 
ja California,  que  dice: 

"La  Unión,  el  Distrito  y  la  California  en  sus  casos,  así  corao  los 
Ayuntamientos  y  todos  los  establecimientos  públicos,  se  considerarán 
como  particulares  para  la  prescripción  de  sus  bienes,  derechos  y  accio- 
nes que  sean  susceptibles  de  propiedad  privada,''' 

Esta  disposición  viene  á  damos  evidentes  pruebas  de  la  distinción 
en  que  descansa  gran  parte  de  nuestra  argumentación,  pero  condes- 
cendiendo con  la  pretensión  de  quererla  erigir  en  doctrina  subsidiaria, 
lo  que  equivaldría  á  olvidar  que  dicho  Código  es  local,  ni  aun  así  po- 
drían aprovecharse  nuestros  opositores,  porque  tenemos  un  cuerpo  com- 
pleto de  legislación  especial  para  la  materia  de  que  nos  ocupamos. 

Pero  si  no  nos  hiciera  pensar  así  la  lógica  de  nuestra  organización 
federal,  el  mismo  Código  en  su  artículo  806  nos  obligaría  á  separar- 
nos de  sus  preceptos,  diciéndonos: 

"Todo  lo  relativo  á  la  ocupación  y  enajenación  de  terrenos  baldíos, 
se  arreglará  á  lo  que  disponga  la  ley  orgánica  de  la  fracción  XXIV  del 
art.  72  de  la  Constitución." 

Se  quiere  saber,  en  fin,  por  qué  se  encuentra  aquella  disposición  en 
en  el  art.  1184  del  Código  Civil,  pues  ya  hemos  dicho  que  sólo  tiene 
explicación  respecto  de  aquellas  relaciones  en  que  el  Estado,  el  Distri- 
to, etc.,  se  equiparan  á  los  particulares,  aunque  reconocemos  que  para 
legislar  de  un  modo  más  conforme  con  nuestra  organización  política, 
debieron  los  autores  del  referido  Código  haberse  separado  un  poco  del 
texto  del  art.  2227  del  Código  Civil  francés,  que  fué  de  donde  se  trasla- 
dó literalmente  al  nuestro. 

Pero  supongamos  prescriptible  el  dominio  nacional,  como  contra 
toda  razón  se  intenta,  ni  aun  así  procedería  en  el  caso  que  examina- 
mos, porque  exigiéndose  en  el  espacio  en  que  se  consuma  el  conoci- 
miento de  aquel  contra  quien  corre,  mientras  ningún  acto  del  Gobier- 
no revela  dicho  conocimiento,  no  tendría  verificativo  la  enajenación,  y 
aunque  sabemos  que  basta  que  se  presuma  la  referida  condición,  tam- 
bién sabemos  que  respecto  á  la  Nación  no  es  comprensible  esa  especie 
de  coliciones  indirectas  muy  corriente  entre  particulares,  y  manifes- 
tándose aquella  por  actos  reales  y  decisivos,  vendríamos  en  última  ex- 
tremidad á  caer  en  una  declaración  de  la  soberanía  nacional. 

Si  por  cualquiera  sutileza  de  ingenio  se  ofreciera  una  situación  pare- 
cida á  un  conocimiento  tácito  de  aquella  voluntad,  nosotros  diríamos 


IMPRESCRIPTIBILIDAD  DEL  DOMINIO  NACIONAL.  i  31 

que  dejaría  de  existir  desde  el  momento  en  que  á  intervalos  poco  con- 
siderables desde  la  dominación  espafiola  á  nuestros  días,  se  han  ex- 
pedido leyes  en  que  se  dispone  de  la  propiedad  en  cuestión^  y  que  por 
tal  motivo,  interrumpiendo  constantemente  la  posesión,  faltaría  ese  uso 
continuado  que  se  necesita  para  la  prescripción. 

Estas  ideas  no  constituyen  una  novedad,  donde  quiera  las  encontra- 
mos confirmadas,  y  en  prueba  de  ello  nos  permitiremos  evocar  la  au- 
toridad del  pasado,  remontándonos  á  Roma,  cuna  de  las  legislaciones 
modernas. 

Estamos  en  pleno  período  clásico;  Roma  defendida  por  sus  institu- 
ciones inflexibles,  sólo  supone  capacidad  jurídica  á  sus  ciudadanos,  y 
fulmina  contra  todo  aquello  que  no  esté  en  el  límite  de  su  exclusivis- 
mo característico,  el  "adversus  hostem  externa  auctoritas,"  único  prin- 
cipio de  sus  relaciones  internacionales.  Para  16s  romanos  creó  nada 
más  la  umcapión;  aquel  modo  civil  de  adquirir  la  propiedad  que  defi- 
nían así:  Usucapió  est,  axdein  dominti  adeptio  per  continuatíonempoS' 
sessionia  amni  vet  bienniif  rerum  movilium  anni,  inmovüium  biennii. 

Lanzada  luego  á  sus  espediciones  de  conquista,  adquirió  un  número 
considerable  de  países  agregados  á  su  poderío  y  dominación,  en  cali- 
dad de  propiedad  del  pueblo  romano  ó  del  César,  y  en  tal  virtud  pri- 
vada de  las  condiciones  del  derecho  civil. 

Pero  había  necesidad  de  decretar  un  impuesto  sobre  ellas,  y  para 
realizarlo  era  indispensable  otorgar  garantías  á  los  poseedores,  y  el  Pre- 
tor, desnaturalizando  aquel  sistema  Tigaroso  del  jiLequiritiurrif  recurre 
á  una  ficción  y  da  nacimiento  á  la  quasipropiedad,  en  cuya  virtud  se 
amparaba  á  aquellos  que  habían  poseído  por  largo  tiempo,  {^preaerip- 
tío  long  temporis]  contra  ciialquiera  persona  que  quisiere  perturbarles 
en  ella. 

Hasta  aquí  la  prescripción  se  ha  mantenido  en  el  carácter  que  le  he- 
mos asignado,  es  decir,  reglamentaria  de  relaciones  privadas. 

Vino  Justiniano,  y  llamó  usucapión  á  la  adquisición  por  el  uso  de 
los  muebles,  y  prescripción  á  la  de  los  inmuebles. 

Sin  embargo — añadió — las  cosas  de  nuestro  Fisco  no  pueden  ser  ad- 
quiridas por  el  uso,  y  aunque  Papiniano  decía  que  las  que  se  conocían 
con  el  nombre  de  vacantes  estaban  comprendidas  entre  las  sujetas  á 
prescripción,  debe  observarse  que  esto  tenía  lugar  antes  que  los  denun- 
ciador hicieran  conocer  su  naturaleza  fiscal. 

Esta  disposición  está  robustecida  por  otro  pasaje  de  las  institutas,  en 


282  REVISTA  NACIONAL. 


que  califícando  de  viciosa  la  adquisición,  considera  imprescriptibles  las 
cosas  robadas y  las  cosas  del  Fisco. 

El  derecho  francés  previene  lo  mismo  en  sus  disposiciones  vigentes, 
ofreciéndonos  nuevos  elementos  de  convicción,  pues  aunque  su  Código 
Civil  en  su  art.  2227  habla  de  prescripción  contra  el  Estado,  ya  hemos 
insistido  en  otra  ocasión,  al  comentar  el  1184  del  nuestro,  cómo  debe 
entenderse;  y  con  el  fin  de  hacer  sensible  la  distinción,  recordaremos 
el  art.  8"  de  la  ley  de  2  de  Marzo  de  1832,  que  dice  que  los  bienes  na- 
cionales son  imprescriptibles  é  inalienables. 

El  Edicto  de 

30  de  Junio  de  1539. 

que  en  términos  enérgicos  establece  la  misma  prohibición. 

El  de  1566  y  el  de 

22  de  Noviembre  de  1790, 

que  determinan  los  casos  en  que  puede  enajenarse  el  dominio  nacio- 
nal, en  los  que,  como  se  puede  observar,  siempre  se  requiere  disposi- 
ción expresa. 

Todo  lo  que  hasta  aquí  hemos  acreditado  es  suficiente  para  asentar, 
como  una  consecuencia,  que  el  dominio  de  que  nos  ocupamos  no  está 
sujeto  á  las  mismas  consideraciones  qne  normalizan  las  relaciones  in- 
dividuales, y  que  por  lo  mismo  queda  perfectamente  demostrada  la 
imprescriptibilidad  del  dominio  nacional. 

Demetrio  S alazar. 


ABEJA.  288 


ABEJA. 

l^Chntínúa.'] 

CAPITULO  XIV. 

DONDE   SE   DICE   c5mO   ABEJA    VOLVIÓ  Á  VER   Á   SU    MADRE 

y   NO   PUDO   ABRAZARLA. 

Abeja,  con  la  frente  ceñida  por  una  corona,  estaba  más  pensativa 
aún  y  más  triste,  que  cuando  sus  cabellos  se  esparcían  en  libertad  so- 
bre sus  espaldas,  y  que  en  aquellos  días  en  que  iba  riendo  á  la  fragua 
de  los  Enanos,  para  estiraries  la  barba  á  sus  buenos  amigos  Pie,  Tad 
y  Dig,  cuyo  rostro  coloreado  por  el  reflejo  de  las  llamas,  tomaba  á  su 
llegada  cierto  aire  de  alegría.  Los  buenos  Enanos,  que  no  ha  mucho 
la  hacían  bailar  sobre  sus  rodillas,  llamándola  su  Abeja,  se  inclinaban 
sin  embargo  á  su  paso  y  guardaban  un  silencio  respetuoso.  Ella  echa- 
ba de  menos  el  no  ser  ya  una  ñifla,  y  sufría  con  ser  la  princesa  de  los 
Enanos. 

No  tenía  más  placer  que  ver  al  rey  Loe  después  que  lo  había  hecho 
llorar  por  su  causa.  Pero  lo  amaba  porque  era  bueno  y  desgraciado. 

Un  día  (si  es  que  puede  decirse  que  hay  días  en  el  imperio  de  los 
Enanos),  tomó  al  rey  Loe  por  la  mano  y  lo  condujo  bajo  aquella  hen- 
dedura de  la  roca,  que  dejaba  atravesar  un  rayo  de  sol  en  el  que  se 
agitaba  un  polvo  luminoso. 

— Pequeño  rey  Loe,  le  dijo;  yo  sufro.  Vos  sois  rey,  me  amáis,  y  sin 
embargo,  sufro. 

Al  escuchar  estas  palabras  de  la  linda  señorita,  el  rey  Loe  respondió: 

— Yo  os  amo.  Abeja  de  los  Clarides,  princesa  de  los  Enanos;  y  es 
por  esto  por  lo  que  os  guardo  en  este  mundo,  á  fin  de  enseñaros  nues- 
tros secretos,  que  son  más  grandes  y  más  curiosos  que  todos  los  que 
podríais  aprender  en  la  tierra  y  entre  los  hombres,  porque  los  hombres 
son  menos  hábiles  y  menos  sabios  que  los  Enanos. 

— Sí,  dijo  Abeja;  pero  son  mas  semejantes  ámí  que  los  Enanos,  por 
lo  cual  los  quiero  más.  Pequefio  rey  Loe,  dejadme  volver  con  mi  ma- 
dre, si  no  queréis  que  me  muera. 

El  rey  Loe  se  alejó  sin  responder. 


2M  REVISTA  NACIONAL. 


Abeja,  sola  y  desolada,  contemplaba  el  rayo  de  aquella  luz,  que  bafia 
toda  la  faz  de  la  tierra,  y  que  envuelve  con  sus  ondas  resplandecientes 
o  mismo  á  los  hombres  opulentos  que  á  los  mendigos  que  van  por  los 
caminos.  Lentamente  aquel  rayo  palideció  y  cambió  su  dorada  clari- 
dad en  una  luz  de  un  azul  pálido.  La  noche  había  extendido  su  man- 
to sobre  la  tierra.  Cintilaba  una  estrella  á  través  de  la  hendedura  de 
la  roca. 

Entonces,  siutió  que  alguien  tocaba  con  suavidad  su  espalda,  y  vio 
al  rey  Loe  envuelto  en  un  negro  manto.  Tenía  en  el  brazo  otro,  con  el 
que  cubrió  á  la  joven. 

— Venid,  le  dijo: 

Y  la  condujo  fuera  del  subterráneo.  Cuando  ella  volvió  á  ver  los  ár- 
boles agitados  por  el  viento,  las  nubes  que  pasaban  sobre  la  luna  y  to- 
da la  grandeza  de  la  noche  fresca  y  azul;  cuando  sintió  el  olor  de  las 
hierbas,  cuando  el  aire  que  había  respirado  en  su  infancia  entró  á  rau- 
dales en  su  pecho,  lanzó  un  prolongado  suspiro  y  le  pareció  morir  de 
gozo. 

El  rey  Loe  la  tomó  en  sus  brazos;  pequeño  como  era,  la  llevaba  con 
la  misma  facilidad  que  á  una  pluma,  y  los  dos  se  deslizaban  por  el  sue- 
lo, como  la  sombra  de  dos  pájaros. 

— Abeja,  volveréis  á  ver  á  vuestra  madre.  Pero  escuchadme.  Todas 
las  noches,  lo  sabéis,  envío  vuestra  imagen  á  vuestra  madre.  Todas  las 
noches  mira  vuestro  querido  fantasma;  le  sonríe,  le  habla,  le  abraza. 
Le  mostraré  esta  noche  á  vos  misma,  en  lugar  de  vuestro  simulacro. 
La  veréis;  pero  no  la  toquéis,  ni  le  habléis,  porque  entonces  el  encan- 
to será  desvanecido,  y  no  volverá  nunca  á  ver  ni  á  vos  ni  á  vuestra 
imagen,  que  ella  no  distingue  de  vos  misma. 

— Seré,  pues,  prudente,  jay  de  mí!  pequeflo  rey  Loe iMiradla! 

¡Miradla! 

En  efecto,  la  torrecilla  de  los  Clarides  se  elevaba  muy  negra  sobre 
el  monte. 

Abeja  apenas  tuvo  tiempo  para  enviar  un  beso  á  las  viejas  y  bien 
amadas  piedras,  y  ya  veía  desaparecer  á  su  lado  las  murallas  florecien- 
tes de  alelíes  de  la  ciudad  de  los  Clarides,  ó  ya  subía  por  una  rampa, 
donde  las  mismas  flores  lucían  y  brillaban  en  la  hierba,  hasta  la  puer- 
ta del  Castillo,  que  el  rey  Loe  abrió  sin  dificultad,  porque  los  Enanos, 
dominadores  de  los  metales,  no  se  detienen  ni  ante  las  cerraduras,  los 
candados,  las  aldabas,  las  cadenas  y  las  rejas. 


AB£JA.  385 

Subió  el  caracol  que  conducía  al  aposento  de  su  madre,  y  se  detuvo 
para  contener  con  las  dos  manos  su  corazón  que  latía.  La  puerta  se 
abrió  suavemente,  y,  á  la  luz  de  una  lamparilla  suspensa  en  el  techo 
del  aposento,  Abeja  vio,  en  el  silencio  religioso  que  reinaba,  á  su  ma- 
dre, á  su  madre  enflaquecida  y  pálida,  con  los  cabellos  canos;  pero  más 
bella  así  para  su  hija,  que  en  aquellos  días  en  que  se  adornaba  con 
magníficos  atavíos  y  con  elegantes  peinados.  Como  entonces  aquella 
madre  viera  á  su  hija  en  sueflos,  le  abrió  los  brazos  para  estrecharla. 
Y  la  niña,  riendo  y  sollozando,  quiso  arrojarse  en  sus  abiertos  brazos; 
pero  el  rey  Loe  la  arrancó  de  este  abrazo  y  la  llevó  como  una  paja  por 
los  campos  azules,  al  reino  de  los  Enanos. 


CAPITULO  XV. 

EN  EL  QUE  SE  VERA  L.V  GRAN  PENA  QUE  TUVO  EL  REY  LOC. 

Abeja,  sentada  sobre  las  gradas  de  granito  del  palacio  subterráneo, 
contemplaba  aún  el  cielo  azul  á  través  de  la  hendedura  de  la  roca.  Des- 
de ahí  se  veían  los  sauces  que  elevaban  sus  copas  hacia  el  sol.  Abeja 
se  puso  á  llorar.  El  rey  Loe  la  tomó  de  la  mano  y  le  dijo : 

— ¿Abeja,  por  qué  lloráis  y  qué  deseáis? 

Y  como  estuviera  triste  desde  hacía  muchos  días,  los  Enanos,  senta- 
dos á  sus  pies,  le  tocaban  aires  nativos,  con  la  nauta,  el  rabel  y  los  tim- 
bales. Otros  Enanos  para  divertirla,  daban  tales  saltos,  que  clavaban 
en  el  suelo,  uno  después  de  otro,  la  punta  de  su  capuchón  adornado 
con  escarapelas  de  follaje,  y  nada  era  más  agradable,  que  ver  los  jue- 
gos de  estos  pequeños  hombres  de  barbas  de  ermitaño.  El  virtuoso  Tad, 
el  sensible  Dig,  que  la  amaba  desde  el  día  en  que  la  vio  dormida  á  la 
orilla  del  lago,  y  Pie,  el  viejo  poeta,  la  tomaban  dulcemente  del  brazo 
y  le  suplicaban  les  confíase  el  secreto  de  su  pesar.  Pau,  cuyo  espíritu 
era  sencillo,  pero  justo,  le  presentaba  uvas  en  un  canastillo ;  y  todos  le 
estiraban  su  traje,  repitiendo  con  el  rey  Loe : 

— Abeja,  princesa  de  los  Enanos  ¿por  qué  lloráis? 

Abeja  respondió : 

— Pequeño  rey  Loe  y  vosotros  todos,  pequeños  hombres,  mi  pesar 
ha  aumentado  vuestra  amistad^  porque  sois  buenos ;  lloráis  cuando  llo- 
ro. Dejad  qne  llore  pensando  en  Jorge  de  Blanchelande,  que  debe  ser 


286  REVISTA  NACIONAL. 


ahora  un  valiente  caballero,  y  á  quien  no  volveré  á  ver.  Yo  lo  amo  y 
quisiera  ser  su  esposa. 

El  rey  Loe  retiró  su  mano  de  la  de  Abeja  que  estrechaba,  y  le  dijo: 

— Abeja  ¿por  qué  me  habéis  engañado,  diciéndome,  en  la  mesa  del 
festín,  que  no  amabais  á  nadie  ? 

Abeja  respondió : 

— Yo  no  te  he  engañado  en  la  mesa  del  festín.  No  pensaba  enton- 
ces casarme  con  Jorge  de  Blanchelande,  y  hasta  hoy  es  mi  deseo  más 
querido,  que  me  pidiese  en  matrimonio.  Pero  no  me  pedirá,  porque  no 
sé  donde  se  encuentra,  y  él  no  sabe  donde  me  hallo.  Por  esto  es  por 
lo  que  lloro. 

A  est^  palabras,  los  músicos  dejaron  de  tocar  sus  instrumentos ;  los 
acróbatas  interrumpieron  sus  saltos  y  permanecieron  inmóviles  de  ca- 
beza ó  sobre  sus  espaldas ;  Tad  y  Dig  derramaron  lágrimas  silenciosas 
en  el  vestido  de  Abeja ;  el  sencillo  Pau  dejó  caer  la  canastilla  con  los 
racimos  de  uvas,  y  todos  los  pequeños  hombres  lanzaron  desgarrado- 
res gemidos. 

Pero  el  rey  de  los  Enanos,  más  añigido  que  todos  ellos  bajó  su  coro- 
na de  flores  brillantes,  se  alejó  sin  decir  nada,  dejando  arrastrar  tras  s¿ 
su  manto  como  un  torrente  de  púrpura. 

CAPITULO  XVL 

DONDE  SE  REFIEREN  LAS  PALABRAS  DEL  SABIO  NUR  QUE  CAUSARON  UN  GOZO 

EXTRAORDINARIO  AL  PEQÜEÍlO  REY  LOC. 

El  rey  Loe  no  había  dejado  traslucir  su  debilidad  á  la  joven ;  pero 
cuando  estuvo  solo,  se  sentó  en  el  suelo  y,  teniéndose  los  pies  con  las 
manos,  se  abandonó  á  su  dolor. 

Estaba  celoso  y  se  decía: 

— Ella  ama  y  no  es  á  mí  á  quien  ama!  Sin  embargo,  yo  soy  rey  y 
estoy  lleno  de  ciencia ;  poseo  tesoros ;  sé  secretos  maravillosos;  soy  mejor 
que  todos  los  Enanos,  que  valen  más  que  los  hombres.  No  me  ama,  y 
ama  á  un  joven  que  no  tiene  la  ciencia  de  los  Enanos  y  que  nadie  ha 
podido  poseer.  Cierto,  no  estima  el  mérito  y  es  poco  sensata.  Debería 
reir  de  su  poco  juicio ;  pero  la  amo,  y  no  encuentro  ningún  placer  en 
el  mundo,  porque  no  me  ama. 

Durante  largos  días,  el  rey  Loe  vagó  por  las  más  salvajes  gargantas 


ABEJA.  287 

de  la  montaña,  agitado  su  espíritu  por  pensamientos  tristes  y  algunas 
veces  malévolos.  Pensaba  obligar  á  Abeja,  por  medio  de  la  prisión  y 
del  hambre,  á  que  fuese  su  esposa.  Pero  desechando  esta  idea  tan 
pronto  como  la  había  concebido,  se  proponía  ir  á  encontrar  á  la  joven 
y  arrojarse  á  sus  pies.  No  se  detenía  mucho  en  esta  resolución  y  no  sa- 
bía que  hacer.  En  efecto,  no  dependía  de  él,  que  Abeja  llegara  á  amar- 
lo. Su  cólera  se  dirigía,  de  repente,  contra  Jorge  de  Blanchelande ;  de- 
seaba que  este  joven  hubiese  sido  llevado  muy  lejos  por  un  encanta- 
dor, ó  por  lo  menos,  que  si  llegara  á  conocer  el  amor  de  Abeja,  lo  me- 
nospreciase. 

Y  el  rey  pensaba : 

— Sin  ser  viejo,  he  vivido  ya  mucho  tiempo  para  no  tener  penas.  Pe- 
ro mis  sufrimientos  por  más  profundos  que  fuesen,  serían  menos  des- 
apacibles que  los  que  ahora  experimento.  La  ternura  ó  la  piedad  que 
los  causaran  les  mezclarían  algo  de  su  celeste  dulzura.  Por  el  contrario, 
siento  ahora  mi  pesar  nutrido  y  acrecentado  por  un  mal  deseo.  Está 
árida  mi  alma,  y  mis  ojos  nadan  en  sus  lágrimas,  como  en  un  ácido 
que  los  incendia. 

Así  pensaba  el  rey  Loe.  Y  creyendo  que  los  celos  lo  hacían  injusto 
y  perverso,  evitaba  encontrar  á  la  joven,  temiendo  descubrir,  sin  pen- 
sarlo, el  lenguaje  de  un  hombre  débil  ó  violento. 

Un  día,  en  que  estaba  más  atormentado  que  de  ordinario,  por  el  pen- 
samiento de  que  Abeja  amaba  á  Jorge,  tomó  la  resolución  de  consultar 
á  Nur,  que  era  el  más  sabio  de  los  Enanos  y  que  habitaba  en  el  fondo 
de  un  pozo  cavado  en  las  entrañas  de  la  tierra. 

Este  pozo  tenía  la  ventaja  de  una  temperatura  igual  y  templada.  No 
estaba  oscuro,  porque  dos  pequeños  astros,  un  sol  pálido  y  una  luna  ro- 
ja, alumbraban  alternativamente  todas  sus  partes.  Descendió  á  este  po- 
zo el  rey  Loe  y  encontró  á  Nur  en  su  laboratorio.  Nur  tenia  el  rostro 
de  un  buen  viejecito,  y  llevaba  una  borlita  en  su  capuchón.  A  pesar  de 
su  ciencia,  participaba  de  la  inocencia  y  del  candor  de  su  raza. 

— Nur,  le  dijo  el  rey  abrazándolo,  te  vengo  á  consultar  porque  tu  sa- 
bes muchas  cosas. 

— Rey  Loe,  respondió  Nur,  podría  saber  muchas  cosas  y  no  ser  sino 
un  imbécil.  Pero  conozco  el  medio  de  aprender  alguna  de  las  inumc- 
rabies  que  ignoro,  y  por  esto  soy  justamente  renombrado  como  sabio. 

— Pues  bien,  replicó  el  rey  Loe,  ¿sabes  tú  donde  se  encuentra  actual- 
mente, un  muchacho  llamado  Jorge  de  Blanchelande? 


288  REVISTA  NACIONAL 


— No  lo  sé  y  nunca  he  tenido  la  curiosidad  de  averiguarlo,  respon- 
dió Nur.  Sabiendo  cuan  ignorantes,  tontos  y  perversos  son  los  hom- 
bres, me  cuido  poco  de  lo  que  piensan  y  de  lo  que  hacen.  Poco  más  ó 
menos,  para  conceder  algún  mérito  á  la  vida  de  esta  raza  orgullosa  y 
miserable,  los  hombres  tienen  el  valor,  las  mujeres  la  belleza  y  los  ni- 
ños pequeños  la  inocencia.  ¡  Oh  rey  Loe !  la  humanidad  entera  es  de- 
plorable ó  ridicula.  Sometidos  como  los  Enanos  á  la  necesidad  de  tra- 
bajar para  vivir,  los  hombres  se  han  revelado  contra  esta  ley  divina,  y 
lejos  de  estar  como  nuestros  obreros  llenos  de  júbilo,  prefieren  la  gue- 
rra al  trabajo,  y  quieren  mejor  matarse  que  ayudarse  entre  sí.  Pero  es  . 
preciso  reconocer,  para  ser  justos,  que  la  brevedad  de  su  vida  es  la  cau- 
sa principal  de  su  ignorancia  y  de  su  ferocidad.  Viven  muy  poco  tiem- 
po para  aprender  á  vivir.  La  raza  de  los  Enanos  que  habita  bajo  la  tie- 
rra es  más  feliz  y  mejor.  Si  nosotros  no  somos  inmortales,  por  lo  me- 
nos, cada  uno  de  nosotros  durará  tanto  tiempo  como  la  tierra  que  nos 
lleva  en  su  seno,  y  que  nos  comunica  su  calor  intimo  y  fecundo ;  mien- 
tras que  ella  no  tiene  para  las  razas  que  nacen  sobre  su  ruda  corteza 
sino  un  hálito,  unas  veces  abrasador,  otras  helado ;  soplando  la  muer- 
te al  mismo  tiempo  que  la  vida.  Los  hombres  deben  al  exceso  de  su 
miseria  y  de  su  terquedad  una  virtud,  que  hace  el  alma  de  algunos  más 
bella  que  las  de  los  Enanos.  Esta  virtud,  cuyo  esplendor  es  para  el  pen- 
samiento, lo  que  para  el  ojo  el  doble  brillo  de  las  perlas  ¡  oh  rey  Loe ! 
es  la  piedad.  La  enseña  el  sufrimiento  y  los  Enanos  la  conocen  mal, 
porque  más  sabios  que  los  hombres,  tienen  menos  penas.  También  los 
Enanos  salen  algunas  veces  de  sus  profundas  cavernas,  y  van,  sobre  la 
inclemente  corteza  de  la  tierra,  á  mezclarse  con  los  hombres,  á  sufrir  con 
ellos  y  para  ellos,  y  á  gustar  asi  de  la  piedad,  que  refresca  las  almas  co- 
mo un  celeste  rocío.  Tal  es  la  verdad  sobre  los  hombres,  i  oh  rey  Loe! 
pero  ¿no  me  has  preguntado   el  destino  particular  de  alguno   de 
ellos  ? 

Habiendo  repetido  su  pregunta  el  rey  Loe,  el  viejo  Nur  miró  en  uno 
de  los  anteojos  que  llenaban  el  cuarto.  Porque  los  Enanos  no  tienen  li- 
bros ;  los  que  entre  ellos  se  encuentran,  provienen  de  los  hombres  y  les 
sirven  de  juguetes.  Para  instruirse,  no  consultan  como  nosotros  signos 
sobre  el  papel ;  miran  en  sus  anteojos  y  ven  el  mismo  objeto  de  su  cu- 
riosidad. La  dificultad  solamente  está  en  escoger  bien  el  anteojo  y  en 
saberlo  dirigir. 

Los  hay  de  cristal,  de  topacio  y  de  ópalo ;  pero  aquellos  cuyo  lente 


ABEJA.  2» 


está  formado  por  un  brillante  pulido,  tienen  más  potencia  y  sirven  pa- 
ra ver  las  cosas  más  lejanas. 

Los  Enanos  poseen  también  lentes  de  una  substancia  muy  diáfana, 
desconocida  para  los  hombres.  Esta  permite  ver  á  través  de  las  mura- 
llas y  de  las  rocas,  como  si  fuesen  de  vidrio.  Otros,  más  admirables  to- 
davía, reproducen  tan  fíelmente,  como  un  espejo,  todo  lo  que  el  tiem- 
po ha  llevado  en  su  trascurso;  porque  los  Enanos  saben  volver  á  traer, 
desde  el  seno  infmito  del  éter  hasta  sus  cavernas,  la  luz  de  los  antiguos 
•días  con  las  formas  y  los  colores  de  los  tiempos  pasados.  Presentan  d 
espectáculo  del  pasado  y  recobran  las  gavillas  luminosas  que,  habién- 
dose un  día  quebrado  contra  la  forma  de  los  hombres,  rebotan  á  través 
de  los  siglos  en  el  éter  insondable. 

El  viejo  Nur,  era  excelente  para  descubrir  los  seres  de  la  antigüe- 
dad y  asimismo  aquellos,  imposibles  hoy  de  concebir,  que  vivieron  an- 
tes que  la  tierra  tuviese  el  aspecto  con  que  ahora  la  conocemos.  Asi 
pues,  no  fué  para  él  sino  un  entretenimiento,  encontrar  á  Jorge  de  Blan- 
chelande. 

Habiendo  visto,  durante  menos  de  un  minuto,  en  un  anteojo  muy 
sencillo,  le  dijo  al  rey  Loe: 

— Rey  Loe,  el  que  tú  buscas  está  entre  las  Ondinas,  en  la  mansión 
de  cristal  de  la  que  no  se  vuelve,  y  cuyos  irizados  muros  confínan  con 
tu  reino. 

— ¿Está  ahi?  ;  Pues  que  ahí  se  quede!  exclamó  el  rey  Loe,  frotán- 
dose las  manos.  Le  deseo  muchas  felicidades. 

Y,  habiendo  abrazado  al  viejo  Nur,  salió  del  pozo  riendo  á  carcajadas. 

En  todo  el  trayecto  del  camino,  se  tenía  el  vientre  para  reir  á  su  gus- 
to ;  se  balanceaba  su  cabeza ;  su  barba  subía  y  bajaba  sobre  su  estóma- 
go. — Ja !  ja !  ja !  ja!  —  Los  pequeños  hombres  que  lo  encontraban  se  po- 
nían á  reir  como  él,  por  simpatía.  Al  verlos  reir  otros  reían  también ; 
y  esta  risa  iba  aumentando  progresivamente,  de  suerte  que  todo  el  in- 
terior de  la  tierra  fué  sacudido  con  un  hipo  extremadamente  jovial.  Jal 
ja!  ja!  ja!  ja!  ja!  ja!  ja!  ja!  ja! 

CAPITULO  XVII. 

DONDE  SE  CUENTA  LA  MARAVILLOSA  AVENTURA  DE  JORGE  DE  BLANCHELANDE. 

No  rió  el  rey  Loe  mucho  tiempo;  al  contrario,  descubrió  bajo  las  col- 
chas de  su  lecho,  el  rostro  de  un  pequeño  hombre  muy  desgraciado. 

B.V.~T.n-19 


200  REVISTA  NACIONAL. 


Pensando  en  Jorge  de  Blanchelande,  cautivo  de  las  Ondinas,  no  pudo 
dormir  en  toda  la  noche.  También  á  la  hora  en  que  los  Enanos ;  que 
tienen  una  criada  constante  por  amiga,  van  á  traer  las  yacas  á  su  plaza, 
mientras  que  ella  duerme  con  los  puños  cerrados,  en  su  lecho  blanco ; 
fué  el  rey  Loe  á  ver  de  nuevo  al  sabio  Nur,  á  su  profundo  pozo. 

— Nur,  le  dijo,  no  me  has  dicho  qué  hace  entre  las  Ondinas. 

El  viejo  Nur  creyó  que  el  rey  Loe  había  perdido  la  razón,  y  no  se 
asustó  mucho,  porque  estaba  cierto  de  que  si  estuviese  loco  no  dejaría 
de  ser  un  loco  gracioso,  espiritual,  amable  y  benévolo.  La  locura  de  los 
Enanos  es  tranquila  como  su  razón  y  llena  de  una  fantasía  encanta- 
dora. Pero  el  rey  Loe  no  estaba  loco,  por  lo  menos  no  estaba  más  de 
lo  que  lo  están  de  ordinario  los  enamorados. 

— Quiero  hablarte  de  Jorge  de  Blanchelande,  dijo  al  anciano,  que  ha- 
bía olvidado  por  completo  á  este  joven. 

Entonces  el  sabio  Nur  dispuso  en  un  orden  exacto,  pero  tan  com- 
plicado que  tenía  la  apariencia  del  desorden,  los  lentes  y  los  espejos, 
é  hizo  ver  en  una  luna,  al  rey  Loe,  la  figura  propia  de  Jorge  de  Blan- 
chelande, tal  como  estaba  cuando  lo  arrebataron  las  Ondinas.  Poruña 
buena  elección  y  una  hábil  dirección  de  los  aparatos,  el  Enano  mos- 
tró al  enamorado  rey,  las  imágenes  de  toda  la  aventura  del  hijo  de 
aquella  condesa  á  quien  una  rosa  blanca  anunció  su  fín.  Y  hé  aquí, 
expresado  en  palabras,  lo  que  los  dos  pequeños  hombres  vieron  en  la 
realidad  de  las  formas  y  de  los  colores: 

Cuando  Jorge  fué  llevado  en  los  brazos  fríos  de  las  hijas  del  lago, 
sintió  que  el  agua  le  oprimía  los  ojos  y  el  pecho,  y  creyó  morir.  No 
obstante,  escuchó  canciones  semejantes  á  las  caricias,  y  sintió  que  le 
penetraba  una  deliciosa  frescura.  Cuando  abrió  los  ojos,  se  encontró  en 
una  gruta  cuyos  pilares  de  cristal  reflejaban  los  tintes  delicados  del  arco 
iris.  En  el  fondo  de  la  gruta,  una  gran  concha  nácar,  irizada  de  los 
colores  más  delicados,  servía  de  dosel  al  trono  de  coral  y  de  algas  de  la 
reina  de  las  Ondinas.  Pero  el  rostro  de  la  soberana  de  las  aguas,  tenía 
resplandores  más  tiernos  que  el  nácar  y  que  el  cristal.  Sonrió  al  niño 
que  las  mujeres  le  llevaron,  y  descansó  mucho  tiempo  en  él  sus  ojos 
verdes. 

— Amigo,  le  dijo  por  último,  sed  bien  venido  á  nuestro  mundo  don- 
de toda  pena  te  será  evitada.  Para  tí,  ni  lecturas  áridas,  ni  rudos  ejer- 
cicios; nada  de  grosero  que  recuerde  la  tierra  y  sus  trabajos,  sino  so- 
lamente las  canciones,  los  bailes  y  la  amistad  de  las  Ondinas. 


ABEJA.  2BI 

En  efecto,  las  mujeres  de  los  verdes  cabellos  enseñaron  al  niño  la 
música,  el  wals  y  miles  de  entretenimientos.  Se  complacían  en  anudar 
sobre  su  frente  los  petonclos  que  adornaban  sus  cabelleras.  Pero  él 
pensaba  en  su  patria  y  se  mordía  los  puños  con  impaciencia. 

Trascurrían  los  años  y  Jorge  deseaba  con  constante  ardor  volver  á 
la  tierra,  á  la  ruda  tierra  que  el  sol  quema,  que  la  nieve  endurece, 
donde  se  ama;  á  la  tierra  en  que  había  vivido  y  donde  volvería  á  ver 
á  Abeja.  Sin  embargo  llegó  á  ser  un  muchacho  grande,  y  un  fíno  bozo 
le  doraba  el  labio.  Con  la  barba  le  vino  el  valor;  un  dia,  se  presentó 
á  la  reina  de  las  Ondinas,  é  inclinándose,  le  dijo: 

— Señora,  vengo,  si  me  dais  permiso,  á  tomar  autorización  de  vos 
para  retirarme:  retomo  á  los  Clarides. 

— Hermoso  amigo,  respondió  la  reina  sonriendo,  no  puedo  acordar 
el  permiso  que  pedís,  porque  os  guardo  en  mi  mansión  de  cristal  para 
haceros  mi  esposo. 
— Señora,  repuso  Jorge,  me  siento  indigno  de  un  honor  tan  grande. 
— Es  efecto  de  vuestra  cortesía.  Todo  buen  caballero  nunca  cree  ha- 
ber obtenido  el  amor  de  su  dama.  Por  lo  demás,  sois  todavía  muy  jo- 
ven para  conocer  vuestros  méritos.  Sabed,  hermoso  amigo,  que  se  os 
quiere  mucho.  Obedeced  solamente  á  vuestra  dama. 

— Señora,  amo  á  Abeja  de  los  Clarides  y  no  quiero  á  otra  dama  más 
que  á  ella. 

La  reina,  muy  pálida,  pero  más  hermosa,  exclamó: 
— Una  joven  mortal,  una  grosera  hija  de  los  hombres,  Abeja,  ¿cómo 
podéis  amarla? 

— No  lo  sé,  pero  la  amo. 
— Está  bien,  se  os  pasará  este  amor. 
Y  retuvo  al  joven  en  las  delicias  de  la  mansión  de  cristal. 
No  sabía  lo  que  es  una  mujer,  y  se  parecía  más  á  Aquiles  entre  las 
mujeres  de  Licómedes,  que  á  Tannhauser  en  el  lugar  encantado.  Por 
esto  vagaba  triste  á  lo  largo  de  los  muros  del  inmenso  palacio,  bus- 
cando una  salida  para  huir;  pero  veía  por  todas  partes  el  imperio  mag- 
nífico, y  mudas  las  ondas  que  formaban  su  prisión  luminosa.  A  través 
de  los  muros  transparentes,  miraba  abrirse  las  anémonas  del  mar  y  el 
coral  el  ñor,  mientras  que  arriba  de  las  madréporas  delicadas  y  de  las 
brillantes  conchas,  los  pescados  rojos,  azules  y  dorados,  hacían  saltan 
chispas  al  golpe  de  sus  colas.  Estas  maravillas  no  dejaban  de  conmo- 
verle; pero  entretenido  por  los  cantos  deliciosos  de  las  Ondinas,  sen- 


992  REVISTA  NACIONAL. 


tía  poco  á  poco  que  se  ablandaba  su  voluntad,  y  que  todo  su  corazón 
se  conmovía. 

Estaba  entregado  al  abandono  y  á  la  indiferencia,  cuando  encontró 
por  casualidad,  en  una  galería  del  palacio,  un  libro  viejo,  muy  usado 
en  su  pasta  de  cuero  y  con  tachuelas  de  cobre.  Este  IíInk),  recogido  de 
un  náufrago  en  medio  de  los  mares,  trataba  de  la  caballería  y  de  las 
damas,  y  en  él  se  contaban  muy  pormenorízadamente,  las  aventuras 
de  los  héroes  que  iban  por  el  mundo  combatiendo  gigantes,  endere- 
zando entuertos,  protegiendo  viudas  y  recogiendo  huérfanos  por  amor 
á  la  justicia,  al  honor  y  á  la  belleza.  Jorge  enrojecía  y  palidecía  alter- 
nativamente, de  admiración,  de  vergüenza  y  de  cólera,  con  el  relato  de 
estas  bellas  aventuras.  No  se  pudo  contener: 

— También  yo  seré  un  buen  caballero;  también  yo  iré  por  el  mun- 
do castigando  á  los  perversos  y  socorriendo  á  los  desgraciados,  por  el 
bien  de  los  hombres  y  en  nombre  de  mi  dama  Abeja. 

Entonces,  henchido  el  corazón  de  audacia,  se  lanzó  espada  en  mano 
á  través  de  las  moradas  de  cristal.  Las  blancas  mujeres  huían  y  se 
desvanecían  á  su  paso,  como  las  ondas  argentadas  de  un  lago.  Su  rei- 
na le  vio  venir,  sola,  sin  temblar,  y  detuvo  en  él  la  mirada  fría  desús 
verdes  pupilas. 

Jorge  corrió  hacia  ella  y  exclamó: 

— Rompe  el  encanto  que  me  envuelve.  Ábreme  el  camino  de  la  tie- 
rra. Quiero  combatir  al  sol  como  un  caballero.  Quiero  encontrarme 
donde  se  ama,  se  sufre  y  se  lucha.  Vuélveme  la  verdadera  vida  y  la 
verdadera  luz.  Vuélveme  la  virtud  si  no  quieres  que  te  mate,  perversa 
mujer! 

Movió,  sonriendo,  la  cabeza  para  decirle  que  no.  Estaba  hermosa  y 
tranquila.  Jorge  intentó  herirla  con  todas  sus  fuerzas;  pero  su  espada 
se  rompió  contra  el  pecho  brillante  de  la  reina  de  las  Ondinas. 

— ¡Niño!  dijo  ella. 

Lo  hizo  encerrar  en  un  calabozo,  que  formaba  abajo  de  la  mansión 
una  especie  de  embudo  de  cristal,  á  cuyo  rededor  los  tiburones  abrían 
sus  monstruosas  mandíbulas,  armadas  de  una  triple  fíla  de  agudos  dien- 
tes. Parecíale  que  á  cada  esfuerzo  romperían  la  delgada  pared  de  vi- 
drio, de  modo  que  no  le  fué  posible  dormir  en  el  calabozo. 

La  punta  del  embudo  submarino  reposaba  sobre  un  fondo  rocalloso, 
que  servía  de  bóveda  á  la  caverna  más  lejana  y  menos  explorada  del 
imperio  de  los  Enanos. 


k 


16  DE  SEPTIEMBRE  DE  1810.  298 

Hé  aquí  lo  que  los  dos  pequeños  hombres  vieron  en  una  hora,  tan 
exactamente  como  si  hubieran  seguido  á  Jorge  en  los  días  todos  de  su 
vida.  El  viejo  Nur^  después  de  haber  presentado  la  escena  del  calabo- 
zo con  toda  su  tristeza,  habló  al  rey  Loe,  casi  como  hablan  los  Savo- 
yards,  cuando  han  mostrado  á  los  niños  la  linterna  mágica. 

— Rey  Loe,  le  dijo,  te  he  enseñado  todo  lo  que  tú  querías  ver,  y  sien- 
do perfecto  tu  conocimiento  nada  puedo  añadir.  No  me  inquieta  saber 
si  lo  que  has  visto  te  agrada;  me  basta  con  que  sea  la  verdad.  La  cien- 
cia no  se  cuida  de  agradar  ni  de  desagradar.  Es  inhumana.  No  es  ella, 
es  la  poesía  la  que  encanta  y  la  que  consuela.  Por  esto  la  poesía  es 
más  necesaria  que  la  ciencia.  Rey  Loe,  vete  á  entonar  una  canción. 

El  rey  Loe  salió  del  pozo  sin  pronunciar  una  palabra. 

Anatole  Frange. 

[QnUinuará,] 


16  DE  SEPTIEMBRE  DE  1810. 


La  noche  en  tomo;  la  luz 
de  la  aurora  no  lejana 
y  la  voz  de  la  campana 
llamando  al  pié  de  la  cruz. 
Entre  el  espeso  capuz 
de  las  sombras  que  se  van, 
voces  extrañas  que  dan 
sus  ecos  vagos  al  viento, 
que  grita,  á  veces,  violento 
con  ímpetus  de  huracán. 

En  el  espacio  dormido 
aun  cintilan  las  estrellas; 
deja  sus  pálidas  huellas 
la  exhalación  que  ha  partido 
en  el  zafir.  Encendido 
fulgor  argentado  inflama 


294  RBVI8TA  NACIONAL. 


á  Venus  que  dulce  clama 
al  Amor  en  el  espacio; 
y  es  el  Ether  un  palacio, 
y  el  alma  mística  llama! 

Flamea  en  el  infinito 
de  Tauro  el  ojo  sangriento; 
en  las  regiones  del  viento 
ígneo  estalla  el  aerolito. 
A  veces  agudo  grito, 
que  rompe  el  silencio  augusto, 
voces  de  duelo,  de  susto, 
levanta  en  ecos  lejanos, 
y  sombras  y  espectros  vanos 
giran  en  concierto  adusto. 

Medrosos  pasos,  rumores 
que  en  la  calle  se  confunden, 
un  vago  pavor  difunden 
por  la  villa  de  Dolores. 
Luego  son  sus  moradores, 
despertados  á  deshora 
por  la  campana  sonora, 
que  con  lengua  férrea  canta 
y  de  los  duendes  espanta 
la  turba  desveladora. 

Cae  el  viento;  estremecidos 
quedan  los  árboles  dando 
arrullo  amoroso  y  blando 
á  los  pájaros  dormidos. 
Por  entre  el  musgo  escondidos 
murmuran  los  arroyuclos, 
y  de  la  niebla  los  velos 
rompen  al  correr  sonoros, 
diciendo  en  risas  y  lloros 
su  monólogo  á  los  cielos. 

Se  apagan  las  nebulosas, 
brumas  con  ansias  de  astros, 


16  DE  8EPTIEMBRB  DE  1810.  205 

y  dejan  enormes  rastros 
de  polvo  de  blancas  rosas 
en  sus  rutas  prodigiosas; 
y  entre  la  noche  la  Tierra, 
del  llano  á  la  última  sierra 
copia  de  génesis  mudo, 
con  extraño  ímpetu  rudo 
elaborando  la  guerra. 

En  fulgor  de  ópalo  y  grana, 
al  Oriente  el  horizonte, 
se  enciende,  y  reviste  el  monte 
su  púrpura  soberana. 
Alborea  la  mañana, 
y  entre  la  iglesia  ya  abierta 
y  el  pueblo  que  se  despierta, 
se  yergue  un  severo  anciano 
con  fuerte  espada  en  la  mano 
como  guardando  la  puerta. 

¡Libertad!  grita  su  boca 
ante  la  atónita  gente 
que  alza  la  humillada  frente 
y  á  la  libertad  invoca. 
La  campana  herida  toca 
con  desusada  alegría 
y  al  viento  sus  notas  fía 
de  libertad  y  esperanza; 
la  luz  presurosa  avanza 
surge  el  sol,  y  nace  el  día! 

El  pueblo  con  hondo  afán 
armado  de  extraña  suerte, 
clama  libertad  ó  muerte 
con  alientos  de  volcán. 
Desde  el  procer  al  jayán, 
de  noble  entusiasmo  rojos, 
se  postran  todos  de  hinojos 
proclamando  empresas  locas. 


RBVI8TA  NACIONAL. 


y  rezan  todas  las  bocas, 
y  lloran  todos  los  ojos. 

Y  se  viene  á  recordar 

que  aquel  símbolo  cristiano 
que  trajo  el  soldado  hispano 

cuando  vino  á  conquistar, 

es  para  el  que  va  á  luchar 

el  más  glorioso  pendón : 

más  temible  que  el  cañón 

para  los  déspotas  viles 

y  presentan  sus  fusiles 

al  signo  de  redención ! 

Hidalgo,  el  anciano  noble 
de  heroica  virtud  ejemplo, 
penetra  seguido  al  templo 
del  pueblo  con  ansia  doble. 
En  tanto  el  marcial  redoble 
del  tambor  al  resonar, 
anuncia  t[ue  va  á  empezar 
el  sacerdote  patricio 
el  divino  sacriñcio 
de  la  patria  en  el  altar. 

El,  con  majestad  sencilla, 
ante  la  turba  inclinada, 
alza  el  hostia  consagrada 
y  la  gente  se  arrodilla. 
Blande  después  la  cuchilla 
aquel  oscuro  adalid : 
abierta  queda  la  lid, 
y  á  Dios  resonante  implora 
la  música  triunfadora 
de  los  salmos  de  David. 

Ah !  muy  pronto  entre  el  fragor 
de  la  lucha  desigual 
que  ríflen  el  bien  y  el  mal 
con  homérico  valor ; 


16  DE  SEPTIEMBRE  DE  1810.  Vt 

al  oirse  el  estertor 
del  infeliz  moribundo, 
alzarán  eco  profundo 
esos  cantos  sobrehumanos, 
que  anuncian  á  los  tiranos 
ia  libertad  de  este  mundo. 

Y  con  ansias  infinitas 
rugirá  el  león  safiudo, 
porque  un  castel  de  su  escudo 
ha  perdido  en  Granaditas. 
Ante  sus  glorias  marchitas 
yerá  los  nuevos  pendones ; 
bajo  ellas  los  corazones 
heroicos  á  todas  luces 
que  han  de  servir  en  las  Gnioes 
para  apagar  los  caftonei. 

Ah !  la  yictoría  á  sus  pies 
que  mueve  á  los  insurgentes 
el  hálito  de  valientes 
de  Cuauhtemoc  y  Cortés. 
El  triste  virrey  después, 
oye  en  su  mansión  sin  gloria 
los  clamores  de  victoria 
<;onque  libres  y  arrogantes, 
aquellos  nuevos  gigantes 
van  escalando  la  historia. 

Luego  á  Hidalgo,  al  Redentor, 
'el  vilipendio,  la  muerte ; 
•qne  se  guisan  de  esa  suerte 
la  grandeza  y  el  dolor! 
Jtf  as  creación  de  su  amor 
y  sus  heroicos  anhelos, 
de  nuestra  patria  en  los  cielos 
•deja  aquel  sol  que  perece, 
un  astro  que  resplandece 
•^in  ocaso:  el  gran  MorelosI 


298  REVISTA  NACIONAL. 


En  el  Ether  su  ideal 
flotando  alado  y  triunfante, 
bajo  él  su  sangre  humeante 
de  la  patria  agua  lustral. 
Bailo  de  luz  inmortal 
que  Chihuahua  recibió, 
y  en  ánforas  recogió 
de  gratitud  y  heroismo, 
y  el  ángel  del  patriotismo 
de  eterno  lauro  ciñó. 

Hidalgo,  Padre,  del  mar 
que  resuena  en  Veracruz, 
al  Pacifico  que  en  luz 
bafía  el  sol  al  declinar. 
Desde  donde  vio  pasar 
el  Maya  siglos  de  historia, 
hasta  la  linea  ilusoria 
que  linde  impone  al  estraño, 
creces,  Padre,  cada  afío 
con  nuestro  amor  y  tu  gloria ! 

Alza  de  la  tumba!  El  vuelo 
ven  á  mirar  un  instante 
de  nuestra  águila  arrogante 
por  las  regiones  del  cielo. 
¡  Cómo  ha  escrito  en  hondo  anhelo 
con  la  sangre  de  sus  venas 
tu  pueblo,  ya  sin  cadenas, 
páginas  dignas  de  Roma, 
dictadas  en  tu  idioma 
por  hombres  dignos  de  Atenas ! 


Septiembre  1889. 


J.  E.  Valenzuela. 


TOMA  DE  CAMPECHE  POR  LOS  HOLANDESES  EN  1088.  299 


TOMA  DE  CAMPECHE  POR  LOS  HOLANDESES  EN  1633. 


Amoldo  Van  Bergen  ó  Van  den  Berg,  quien,  siguiendo  la  costumbre 
de  su  tiempo,  latinizó  su  nombre,  y  es  más  conocido  por  el  de  Monta- 
nus,  pertenece  á  esa  pléyade  de  laboriosos  holandeses  que  durante  el. 
siglo  décimo  séptimo  dio  activo  movimiento  á  las  prensas  de  Amster- 
dam,  publicando  eruditísimos  trabajos  de  geografía  y  vastas  compila- 
ciones de  noticias  sobre  países  entonces  poco  conocidos,  principalmen- 
te las  Américas.  ^ 

Entre  las  numerosas  obras  que  Montan us  hizo  imprimir  en  su  ciu- 
dad natal,  figura  la  muy  importante  "  Descripción  del  mundo  nuevo  é 
ignorado '',  que  con  notable  lujo  de  tipografía  y  grabados  estampó  Ja- 
cobo  Meurs  el  aflo  1671,  dedicándola  al  ¡lustre  conde  Juan  Mauricio,, 
príncipe  de  Nassau,  conquistador  del  Brasil.  Para  dar  idea  de  su  ex- 
tensión y  grandes  detalles,  reproducimos  integro  el  contenido  de  la  ca- 
rátula. **  El  Mundo  nuevo  y  desconocido,  ó  sea  descripción  de  Ameri- 
ca y  de  la  Tierra  del  Sur,  comprendiendo  el  origen  de  los  Americanos. 
y  naturales  de  la  Tierra  del  Sur ;  los  viajes  dignos  de  memoria  hechos 
á  aquellos  países ;  la  situación  de  las  costas  firmes,  islas,  villas,  lugares, 
fortalezas,  pueblos,  templos,  montes,  fuentes,  rios,  casas ;  la  naturaleza 
de  los  animales,  árboles,  plantas  y  vegetales  exóticos,  religión  y  cos- 
tumbres, sucesos  extraños ;  guerras  pasadas  y  modernas,  ilustrada  con 
dibujos  hechos  en  América  del  natural,  y  escrita  por  Amoldo  Montano. 
En  Amsterdam.  (impresa)  Por  Jacobo  Meurs,  mercader  de  libros  y  gra- 
bador al  buril,  en  el  Kaisarsgraft,  contraesquina  del  Wester-markt,  en 
la  ciudad  Meurs.  Afio  de  1671.  Con  privilegio.  ^ 

Escrita  en  holandés,  y  hasta  ahora  traducida  solamente  al  alemán  ^, 

.  1  £1  que  deseare  conocer  particularmente  la  vida  de  Montanus  puede  consultar 
&  Van  der  Aa:  Biographisch  Woordenboek  der  Nederlanden,  (Haarlem,  1869.) 

.  2  De  Nleuween  onbekende  Weereld:  of  Bescbrljving  van  America  en  't  Zuid- 
Land,  vorvaetende  d'oorsprong  dor  Americaenen  en  Zuidlanders,  gendenkwaer- 
dige  togten  derwacrds,  gelegenheid  der  vaste  kusten,  eilanden,  steden,  sterkten, 
dorpcn,  tcmpel8,bergen,fonteinen,  stroomen,  huisen,  de[natunr;van  beesten^boo- 
men,  planten  en  vreemdc,  gewasscben,  Qods-dients  en  zeden,  wonderlijke  voor- 
vallen,  vereeuwdeen  nieuwe  corloogen.  Verciertmet  af-beeldsels  na 't  leven  in 
Amerika  gemaekt,  en  beschreeven  door  Amoldus  Montanus.  't  Amsterdam.  By 
Jacob  Meurs,  Boek-vcrkooper  en  Plaet-«iyder,  opde  Kaisarsgraft,  scbuin  over  de 
Wester-markt,  in  de  stad  Meurs.  Anno  1671.  Met  privilegie. 
3  Publicada  en  Amsterdam  el  afio  1978.  Van  der  Aa,  op,  cü. 


800  RKVISTA  NACIO^AL. 


esa  interesante  colección  de  noticias  americanas  es  enteramente  desco- 
nocida en  México,  no  obstante  que  ella  encierra  datos  curiosísimos  so- 
bre la  historia  y  la  ciudad  capital  de  nuestro  país.  Por  esta  razón,  pen- 
sando que  algunos  extractos  pueden  ser  de  utilidad  á  los  estudiantes 
que  no  entiendan  el  idioma  de  los  Países  Bajos,  hemos  vertido  al  cas- 
tellano la  narrativa  de  la  toma  de  Campeche  por  los  holandeses  el  mes 
de  Agosto  de  1633,  acompaflando  nuestra  versión  de  varias  observacio- 
nes y  notas  explicativas,  ^ 

Campeche,  situado  en  un  puerto  de  poco  fondo,  toma  su  nombre  del 
conocido  palo  de  tinta  así  llamado.  ^  El  capitán  inglés  William  Parker, 
con  cincuenta  y  seis  hombres,  desembarcó  en  ese  lugar  junto  al  con- 
vento de  San  Francisco :  sorprendió  á  quinientos  españoles  y  ocho  mil 

1  MontanuB  no  l^a  el  día  del  asalto  de  Campeche,  pero  CogoUado  dice  fué  el  9éi* 
bado  12  de  Agosto,  día  de  Santa  Clara.  Lo9  tres  sliflot  de  la  dominacUm  española  en 
YueatdH,  (Mérida,  1846),  t.  II,  p.  419. 

2  La  etimología  de  Campeche,  aunque  mny  discutida  por  las  mejores  autorida- 
des en  la  lengua  de  Yucatán,  no  ha  sido  hasta  ahora  definitivamente  l^ada.  Don 
Pío  Pérez  consideraba  la  voz  como  formada  de  las  palabras  can  »  cuatro  y  peoh» 
garrapata.  Traducía  Campeche  =>  cuatro  garrapatas.  Don  Pablo  Ancona,  cura  de 
Mazoantk,  admite  la  exactitud  de  esa  traducción ;  pero  no  estA  seguro  de  las  voces 
componentes.  Opina  que  pudieran  ser  kin  =  tiempo  +  pech»  garrapata;  por  lo 
mismo  kinpech=igarrapata  de  tiempo,  6  tiempo  de  garrapata.  Don  Julián  Tron- 
coeo  y  Don  Manuel  María  Castellanos  tienen  por  más  exacta  la  formación  canl- 
pech,  nombre  especial  de  una  garrapata  venenosa. 

Campeche  taé  descubierto  en  22  de  Marzo  de  1517  por  Francisco  Hernández  de 
Córdoba.  A  Juzgar  por  la  descripción  que  de  sus  templos  hizo  el  testigo  de  vistft 
Bernal  Díaz,  era  una  población  de  cierta  importancia.  £1  mismo  autor  asegura 
que  Córdoba  llegó  allí  un  domingo  de  Lázaro  y  &  esta  causa  le  dio  este  nombre, 
aunque  después  supo  que  **  por  otro  nombre  propio  de  Indios  se  dice  Campeche." 
<Cap.  III}.  En  nuestro  concepto,  los  españoles,  por  su  absoluta  ignorancia  de  la 
lengua  maya,  creyeron  que.  el  nombre  Campeche  era  el  del  lugar,  en  tanto  que, 
probablemente,  no  era  sino  el  del  Kalchunuinic  que  allí  mandaba.  Este  fué  quien 
recibió  el  nombre  de  Lázaro,  según  consta  en  la  carta  del  Justicia  de  la  ViUa  Ri- 
ca;  y  por  eso  su  pueblo  íüé  llamado  en  lo  sucesivo  el  puerto  del  cacique  Lázaro. 
Admitida  esta  hipótesis,  es  decir,  cambiando  en  personal  el  que  hasta  ahora  ha 
sido  considerado  como  nombre  de  lugar,  se  presentan  como  admisibles  las  si- 
guientes  versiones.  1  ?  Campectzll  =hablador,  chismoso,  bullicioso.  La  desecha- 
mos como  impropia  de  un  hombre  que  ejerce  autoridad.  2li  Can  +  Pech  =  culebra 
+  garrapata.  Uno  y  otro  vocablo  figuran  todavía,  separadamente,  comoapeUidos 
en  la  península  yucateca.  Hay  de  advertir  que  la  palabra  can,  en  su  significado  de 
culebra,  equivale  á  príncipe  ó  Jefe  distinguido;  por  tanto  Can  Pech  puede  tradu- 
cirse, el  cacique  Pech ;  el  cacique  Garrapata.  Este  nombre  nos  parece  igualmente 
impropio  de  una  autoridad  ó  de  una  íkmllia  aristocrática.  8?  Can  +  Pieh  =  cule- 
bra +  tordo,  el  cacique  Tordo,  es  más  aceptable  que  la  anterior.  El  sonido  de  la  1 
maya  se  dá  conteniendo  el  aliento  tan  pronto  como  se  ha  proferido  esa  vocal';  por 
lo  mismo  es  fácil  conítindirla  con  la  e  y  creer  que  suena  pech.  Loe  nontibres  de  pá- 
jaros y  otros  animales  eran  frecuentes  en  las  personas.  Esta  es  la  versión  que  pre- 
ferimos. Cogolludo  ( lib.  I,  cap.  2)  asegura  que  loe  Indios  dicen  Kimpech  (kin  -(- 
pech )  y  Don  Pablo  Ancona  propone  esos  componentes,  pero  su  traducción  kin» 
tiempo  (kinpech=garrapata  de  tiempo)  corresponde  mal  á  una  localidad  lo  mis- 
mo que  á  una  persona.  Kin  equivale  también  á  sacerdote:  Klnpieh  tendría  un 
jiigniflcado  análogo  al  que  presentamos. 


TOMA  DE  CAMPBGHS  POR  LOB  HOLANDESES  EN  1638.  801 

indios  que  YÍYÍaii  en  dos  pullos;  pero  los  españoles  que  pudieron  fu- 
garse juntaron  prontamente  fuerzas  y  marcharon  contra  los  ingleses. 
El  combate  fué  vivo,  y  Parker  habida  sucumbido  si  no  hubiera  emplea- 
do el  curioso  ardid  de  atar  á  los  prisioneros  brazo  con  brazo  y  ex- 
ponerlos á  las  balas.  Parapetado  de  esa  manera  pudo  volver  á 
bordo.^ 

Mejor  suerte  tuvo  el  almirante  holandés  Joan  Joans-zoon  van  Hoom.' 
Zarpó  de  Pemambuco  el  mes  de  Mayo  del  afio  1633  con  los  navios  La 
Fama  (de  Faem),  Middelburg,  El  León  de  oro  (de  Goude  Leeuv^)  y 
Zutfen.  Los  yates  La  Nutria  (d'Otter),  El  Braco  (Brak)  y  El  Ruisefior 
(Nachtegael),  y  la  chalupa  Gysseling,  reforzaron  la  flota.  La  Nutria, 
El  Braco  y  el  Gysseling  fueron  á  Marañan  para  apresar  los  buques  es- 
pañoles que  había  en  aquella  rada.  El  Zutfen  se  extravió. ' 

La  flota  holandesa  ancló  cuatro  leguas  (meilen)  distante  de  las  mu- 
rallas de  Campeche.  La  gente  de  guerra,  en  número  de  cuatrocientos 
hombres,  *  se  embarcó,  de  noche  en  los  yates  y  barcas;  las  lanchas  con- 
dujeron, cada  una,  doce  hombres. 

Distribuida  la  gente  en  dos  pelotones,  desembarcó  una  hora  después 
de  la  salida  del  sol  en  un  risueño  valle.  Dos  compañías  españolas,  sin 
contar  la  caballería,  ocupaban  la  ribera.  Esto  no  obstante,  las  dos  lan- 
chas, cada  cual  provista  de  un  pedrero,  así  como  El  Ruisefior  y  el  Gys- 
seling, hicieron  una  limpia  tal  con  su  artillería  que  los  españoles  tu- 
vieron que  refugiarse  tras  la  primera  trinchera,  de  donde  fueron  lan- 
zados á  viva  fuerza,  ^  y  con  el  mismo  empuje  también  de  la  segunda. 
Ante  el  tercer  baluarte  los  holandeses  encontraron  más  diflcultad.  El 
enemigo  descargó  tres  piezas  de  fíerro  y  continuó  bizarramente  el  fuego 
de  mosquetería.  Sin  embargo,  poco  después  abandonó  sus  cañones  á 


1  Ck)goUudo  [t.  II,  p.  97]  hace  una  relación  de  lo  ocurrido  en  Campeche  durante 
el  asalto  de  1507,  pero  nada  dice  sobre  el  emel  y  deshonroflo  comportamiento  de 
Parker  con  los  prisioneros.  La  noticia  de  Montanus  íüé  probablemente  tomada 
de  De  Laet.  Este  autor  trascribe  las  propias  palabras  de  un  informe  escrito  por 
William  Parker.  Nieuwe  Wereldt,  lib.  V,  cap.  XXII. 

2  No  debe  ser  confundido  con  el  pirata  Nicolás  van  Horn  que  en  oompafiía  de 
Lorencillo  saqueó  la  Nueva  Vera-Cruz  el  afio  1666.  El  historiador  de  Yucatán  [t.  II, 
páK*  ^10]  asienta  erradamente  que  Pié  de  Palo  era  el  Jefe  de  los  asaltantes  de  Cam- 
peche. Ese  apodo  fué  dado  por  los  espafioles  á  Komelis  Jols  y  no  á  van  Hoom. 
Véase  Alcedo.  PircUeria»  en  la  América  española  [Madrid,  1883],  p.  50. 

8  Cogolludo  [loe.  cU.^  corrobora  estas  noticias  diciendo  que  en  11  de  Agosto  (de 
1633)  parecieron  á  la  vista  de  Campeche  diez  navios,  siete  de  mediano  porte  y  tres 
grandes. 

4  "Más  do  500  infantes  de  diversas  naciones,*'  dice  Cogolludo. 

5  Cogolludo  asegura  que  estaba  abandonada. 


at2  REVISTA  NA€IONAL. 


4os  vencedoros:  éstos  les  rompieron  las  curefías  y,  ya  victoriosos,  mar- 
charon á  ocupar  la  plaza.  Seis  calles  que  conducían  á  ella  estaban  de- 
fendidas por  un  parapeto  de  cinco  pies  de  alto,  con  muchas  troneras. 
Dos  piezas  de  á  48  y  diez  piezas  de  á  14,  cargadas  de  metralla,  apun- 
•taban  contra  los  asaltantes:  todas  hicieron  fuego  de  súbito,  é  inmedia- 
tamente, llenos  de  coraje,  penetraron  los  holandeses  combatiendo  pica 
contra  pica  y  espada  contra  espada.  Por  ambos  lados  cayó  mucha  gen- 
te, la  mayor  parte  herida.  Por  último,  huyeron  los  españoles  subiendo 
á  las  azoteas  de  las  casas  y  de  la  iglesia,  en  que  había  parapetos  de 
piedra,  y  no  fué  posible  dominar  á  los  fugitivos  sino  con  mucho  trabajo. 
Si  éstos  hubieran  tenido  bastante  valor  habrían  podido  matará  los  ho- 
landeses á  pedradas.  El  gobernador  de  la  ciudad  Juan  de  Barros  *  re- 
husó dar  rescate  por  los  prisioneros  y  pagar  una  contribución  de  guerra 
para  evitar  el  saqueo.'  Las  casas  de  Campeche,  construidas  de  cante- 
ría, no  podían  sufrir  mucho  daño  de  un  incendio.  Por  los  prisioneros 
se  supo  que  cuando  los  holandeses  atacaron,  había  trescientos  cincuen- 
ta españoles,  cincuenta  negros  y  más  de  mil  indios  sobre  las  armas. ' 
El  botín  llevado  á  bordo  fué  cuantioso:  apresaron  veintidós  barcos  que 
«había  anclados  en  el  puerto,  la  mayor  parte  cargados  de  palo  de  Cam- 
peche y  de  cacao.  Algunos  fueron  rescatados  por  los  españoles;  los  de- 
más fueron  quemados.  Campeche  es  una  ciudad  bien  construida;  tiene 
hermosos  edificios  y  tres  Iglesias;  la  de  San  Román  y  la  de  Los  Re- 
medios son  las  más  notables.  Extramuros  hay  un  magnífico  convento 
«de  Franciscanos.  * 

Ángel  NúFIez  Ortega. 


1  CogoUudo,  que  registra  los  nombres  de  varios  capitanes,  no  menciona  el  de 
Barros.  Dice  solamente  que  el  alcalde  de  primer  voto  era  el  Jefe  de  la  mUioia. 

2  Van  Hoom  exigía  40,000  pesos,  según  CogoUudo. 

8  Ck)golludo  calcula  en  850  hombres  el  número  de  defensores  de  la  plaza.  Tenínn 
•tres  piezas  de  artillerfa. 

4  £1  convento  de  San  Francisco,  hecho  de  cal  y  canto,  con  claustro  alto  y  bajo, 
iglesia,  dormitorios  y  celdas,  estaba  &  la  orilla  del  mar.  Junto  al  convento  había 
un  pueblo  de  indios  que  hablaban  el  campechano,  dialecto  maya.  Un  cuarto  de 
legua  distante  estaba  ia  villa  de  los  españoles:  de  ésta  formaba  parte  el  barrio 
de  8an  Román  poblado  de  indios  mexicanos  descendientes  de  los  que  tomaron 
parte  en  la  conquista  de  Yucatán.  Véase  el  Vi€0e  de  Fray  Aloruo  Ponce,  t.  II,  p. 
4fi0sgtes. 


bibliografía.  sos 


BUtLIOGBAFIA. 


Ensayo  de  Oeografia  médica  y  dimatológiea  de  la  República  Meon- 
cana  por  el  Dr,  Domingo  Orvañanos,  dos  vols.  en  4  ^  mayor,  texto  y 
Atlas,  Imp.  de  la  Secretaria  de  Fomento. 

No  nos  atreveremos  á  emitir  un  juicio  sobre  el  mérito  intrínseco  de 
esta,  que  es  á  no  dudarlo  una  de  las  obras  más  trascendentales  y  me- 
jor desempeñadas  de  cuantas  el  incansable  é  inteligente  celo  del  Secre- 
tario de  Fomento,  ha  encomendado  á  nuestros  hombres  de  ciencia.  Es- 
to exige  un  estudio  tan  concienzudo  como  lo  es  el  trabajo  llevado  á  ca- 
bo por  el  laborioso  y  modesto  sabio  autor  del  libro  que  aqui  anuncia- 
mos. Daremos  una  idea  somera  de  su  composición  é  importancia. 

Nos  ahorraríamos  este  trabajo  si  tuviésemos  aquí  espacio  para  repro- 
ducir el  sustancial  y  elegante  prólogo,  en  que  el  eminente  profesor  Li- 
céaga  expone  el  método  empleado  por  el  Sr.  Orvafíanos.  Nos  bastaría 
indicar,  que  hace  tres  afios  que  vienen  aglomerándose  en  el  ministerio 
de  Fomento,  una  serie  de  datos  que  de  conformidad  con  un  cuestiona- 
rio excelente  han  ido  enviando  los  municipios  todos  de  la  República. 
Con  los  primeros  datos  así  reunidos,  el  malogrado  Dr.  Gustavo  Ruíz  San- 
doval  y  nuestro  querido  amigo  el  Dr.  Rodríguez  Rivera,  que  en  estos 
momentos  libra  suprema  batalla  contra  una  enfermedad  horrible,  que 
lo  ha  herido  en  los  momentos  más  prometedores  de  la  vida,  compusie- 
ron y  publicaron  un  volumen,  primero  de  una  vasta  colección.  Los 
municipios  han  seguido  correspondiendo  con  suma  lentitud  á  las  ex- 
citativas de  la  Secretaría  de  Fomento,  y  apenas  1625,  de  los  2,863  que 
hay  en  la  República,  han  mandado  sus  respuestas.  Sobre  ellas,  sobre 
noticias  médicas  de  otras  procedencias,  ha  trazado  su  trabajo  el  Sr.  Or- 
vafíanos, base  sólida  de  la  futura  geografía  médica  de  la  República. 

El  Ensayo,  ya  lo  dijimos,  se  compone  de  un  texto  y  un  Atlas.  El  tex- 
to de  cerca  de  200  páginas  comprende  dos  partes,  propiamente  dichas, 
la  mesología  y  la  geografía  pathológica.  La  mesología  ó  estudio  del  me- 
dio está  distribuido  en  varios  capítulos  en  que  con  mucha  sobriedad, 
pero  con  mucha  precisión,  se  han  reunido  una  serie  de  noticias  sustan- 
ciales sobre  la  geografía,  la  etnografía  y  la  climatología  de  México.  El 
autor  muestra  su  especial  competencia  en  esta  última  parte,  objeto  de 


8M  REVISTA  NACIONAL. 


SUS  estudios  desde  hace  yarios  afios.  Lo  que  propiamente  puede  llamar- 
se geografía  médica  está  dividid^i  en  tres  libros.  1  ^  Enfermedades  fimá- 
ticasy  constitucionales.  2?  Enfermedades  del  aparato  respiratorio.  3? 
Afecciones  intestinales. 

Pero  lo  que  más  llamará  la  atención  del  trabajo  del  Sr.  Orvafíanos  es 
el  Atlas,  compuesto  de  43  cartas,  las  primeras  once  son  mesológicas  y 
contienen  preciosas  indicaciones,  Jas  restantes  son  patológicas  y  da- 
dos los  incompletos  datos  que  se  han  podido  recoger  nada  podía  ha- 
cerse más  concienzudo  ni  mejor.  Según  el  sencillo  é  ingenioso  sistema 
adoptado  por  el  autor,  cada  una  de  las  cartas  contiene  todas  las  indica- 
ciones necesarias  para  hacerse  cargo  de  la  distribución  y  de  la  mayor 
ó  menor  intensidad  de  la  enfermedad  reinante.  El  Atlas  del  Sr.  Orva- 
ñanos  es  la  clave  de  nuestra  geografía  médica,  podrá  rectificarse,  mo- 
dificarse y  completarse,  pero  eix  composición  general  es  definitivo,  y  hon- 
ra á  un  tiempo  al  alto  funcionario  que  ordenó  esa  formación  y  al  inte- 
ligente facultativo  que  lo  ha  llevado  á  cabo. 

Pronto  volveremos  á  examinar  la  obra  del  Sr.  Orvafíanos,  para  tra- 
tar de  estraer  de  ella  y  clasificar  los  datos  sociológicos  de  primera  im- 
portancia y  que  no  contiene  La  France  prehütorique  por  E.  Cartailhac. 
La  antropología  prehistórica  es  una  ciencia  en  mantillas  puede  decir- 
se ;  sin  embargo,  los  datos  se  aglomeran  sin  cesar  y  son  de  superior  uti- 
lidad los  libros  que  como  el  que  aquí  anunciamos,  son  un  inventario 
de  los  conocimientos  en  este  ramo  del  saber  humano  y  contienen  in- 
dicaciones magistrales  sobre  los  puntos  aún  no  resueltos.  El  libro  se 
refiere  á  la  prehistoria  francesa,  pero  fuera  de  qqe  en  Francia  es  en 
donde  se  han  reunido  quizás  mayores  elementos  para  el  estudio  del 
Prehistórico,  muchas  de  las  conclusiones  que  en  el  libro  se  consignan 
pueden  generalizarse.  En  los  sepulcros  es  en  donde  el  autor,  que  es 
un  eminente  paleontologista,  ha  ¡do  á  buscar  principalmente  sus  noti- 
cias, y  las  que  ha  logrado  comprueban  una  vez  más  los  recursos  ines- 
timables que  esta  clase  de  relicarios  ofrecen  al  investigador. 


LITERATURA  MEXICANA.  M6 


LITERATURA  MEXICANA. ' 


El  eclectiolsmo  poético.— Poesías  de  D.  José  Joaquín  Pesado. 

Noticias  de  este  autor. 

Ni  el  arte  clásico  ni  el  arte  romántico,  ni  el  idealismo  gentílico  de 
Sófocles,  ni  el  rudo  realismo  de  Shakespeare  pueden  satisfacer  ya  el 
espíritu  contemporáneo,  según  hemos  visto  en  los  dos  capítulos  ante- 
riores, y  por  lo  tanto,  es  preciso  que  el  genio  del  poeta  busque  un  nue- 
vo ambiente  donde  mover  sus  alas.  Dos  sistemas  se  presentan  para  es- 
coger: el  llamado  libertad  filosófica  y  el  eclecticismo. 

Si  por  libertad  fílosófica  se  entiende  un  sistema  sin  principios  fijos  y 
sin  reglas  determinadas,  vamos  á  caer  en  todos  los  vicios  del  falso  ro- 
manticismo, que  hemos  impugnado  al  tratar  de  Rodríguez  Galván:  lo 
arbitrario,  lo  falso,  lo  feo,  lo  repugnante,  lo  inmoral ;  el  sistema  aconse^ 
jado  por  V.  Hugo  en  el  prólogo  á  Ororntoeü,  donde  ensefla  la  apoteo- 
sis de  lo  grotesco,  de  lo  horrible,  de  lo  bufón.  Si  la  libertad  filosófica 
respeta  algunos  principios  y  admite  algunas  reglas,  la  cuestión  queda 
por  resolver,  porque  es  preciso  convenir  antes  en  esos  principios  y  en 
esas  reglas.  Aunque  nuestro  guía,  en  Estética,  es  generalmente  Hegel, 
nos  separamos  de  él  cuando  nos  parece  oportuno,  según  sucede  respec- 
to al  principio  de  la  libertad  iilosófi^ca^  considerada  como  criterio  del 
gusto  literario.  Tal  principio  viene  á  parar  en  la  inadmisible  igualdad 
de  las  proposiciones  contradictorias,  en  que  es  lo  mismo  la  afirmación 
que  la  negación,  sistema  lógico  propuesto  por  Hegel,  y  que  el  buen  sen- 
tido de  muchos  escritores  ha  refutado  victoriosamente.  Véase,  por  ejem- 
plo, laobrade  Gratry  intitulada:  "  Los  sofistas  y  la  crítica. "  Al  sistema 
de  Hegel  viene  á  reducirse  el  de  Taine,  cuando  sostiene  en  su  Filoso- 
fia  del  Artey  "que  todas  las  escuelas  son  igualmente  aceptables.'*  En 
Estética,  como  en  cualquiera  otra  materia,  no  puede  admitirse  igual- 
mente al  que  dice  si  y  al  que  dice  no:  alguno  de  los  dos  se  equivocan. 
En  Metafísica,  Taine  ha  querido  también  amalgamar  sistemas  opues- 

1  Este  artículo  corresponde  al  capítulo  XV  de  la  Historia  CrItica  de  i«a  Li- 
teratura Y  DE  LAS  Ciencias  en  Mixico,  por  el  Sr.  D.  Fiandsco  Pimentc-l,  se- 
gunda edición  corregida  y  notablemeute  aumentada,  que  próximamente  verA  la 
luz  pública.  —  La  Dirección. 

R.  K.— T.  II-XO 


IM  REVISTA  NACIONAL 


t08|  el  idealismo  alemán  y  el  positivismo  inglés.  Consúltese  la  refuta- 
ción del  sistema  filosófico  de  Taine  hecha  por  Janet  {^Orísia  filosófica'}. 
Para  nosotros,  el  único  sistema  racional  y  posible  es  el  eclecticismo  poé- 
tico, esto  es,  la  combinación  de  lo  que  tienen  de  bello  el  clasicismo  y 
el  romanticismo,  con  exclusión  de  todo  lo  defectuoso. 

Para  hacer  comprender  nuestra  idea  nos  remitimos  á  lo  explicado 
anteriormente  sobre  las  escuelas  clásica  y  romántica,  y  además,  repro- 
duciremos aquí  lo  que  dijimos  al  tratar  el  punto  que  nos  ocupa  en  nues- 
tro opúsculo  sobre  la  poesía  erótica  de  los  griegos,  publicado  en  1872. 

"Aunque  la  palabra  romanticismo  no  está  aún  bien  definida,  y  no 
puedo  ahora  detenerme  á  analizarla,  sí  podré  manifestar  que,  por  mí 
parte,  no  soy  dáaico  ni  romántico,  según  generalmente  se  comprenden 
estas  escuelas.  En  literatura,  como  en  otras  materias,  propendo  al  eclec- 
ticismo; esto  es,  al  sistema  que  tiene  por  principio  adoptar  lo  que  pa- 
rece bueno  de  los  demás.  En  la  literatura  clásica  lo  que  encuentro  bien 
es  la  perfección  en  la  forma,  y  esto  me  agrada  de  ella,  pero  la  literatu- 
tSL  romántica  excede  á  la  clásica  en  la  expresión  del  sentimiento,  y  es- 
to me  cautiva  del  romanticismo.  Lo  expuesto  no  significa  que  toda  la 
Cteratura  antigua  sea  perfecta  en  la  forma,  ni  toda  la  moderna  sea  ra- 
cionalmente sentimental.  Entre  los  antiguos  hubo,  por  ejemplo,  verda- 
deros gongoristas,  y  entonces  los  autores  antiguos  no  son  perfectos,  ni 
por  la  forma  ni  por  el  fondo.  Lo  mismo  sucede  respectivamente  con 
algunos  modernos  llamados  ultra- románticos,  que  exageran  el  senti- 
miento, al  grado  de  desfigurar  la  naturaleza,  de  violentarla,  escritores 
frenéticos  que  caracterizó  bien  nuestro  Carpió  en  aquel  epigrama: 

Este  drama  sí  está  bueno, 
Hay  en  él  monjas,  soldados, 
Locos,  ánimas,  ahorcados. 
Bebedores  de  veneno 
T  unos  cuantos  degollados. 

''Siendo  todavía  mucho  más  explícito,  añadiré  que  para  mí  la  poe- 
sía perfecta  consiste  en  la  armonía  de  ella  con  nuestro  sistema  sicoló- 
gico, ó  en  otros  términos:  "Poesía  perfecta,  es  aquella  que  satisface  á 
la  razón,  la  imaginación,  el  sentimiento,  (sensibilidad  moral)  y  los 
sentidos.  ^^  Esta  es  la  definición  que  yo  adopto.  Veamos  ahora  de  qué 
manera  se  verifica,  expresándome  con  la  mayor  concisión  posible. 


LITBBATURA  MEXIOAVA.  807 

"  La  perfección  de  k  palabra,  esto  es,  de  la  forma  halaga  los  senti- 
dos, y  el  bello  ideal  eleva  la  imaginación.  Pero  lo  ideal  no  es  lo /abo 
sino  lo  posibldf  esto  es,  la  naturaleza  hermoseada,  perfeccionada  por  la 
imaginación,  como  una  virgen  de  Rafael  donde  cada  parte  está  tomada 
de  la  naturaleza ;  pero  armonizadas,  embellecidas,  perfeccionadas,  com- 
binadas por  el  artista,  al  grado  de  que  en  el  mundo  no  encontramos  un 
conjunto  tan  bello,  tan  perfecto.  De  esta  manera  el  bello  ideal  no  re- 
pugna á  la  razón  porque  es  veroaímü,  (  Véase  lo  que  acerca  de  lo  feo 
<  y  de  lo  verdadero,  en  literatura,  hemos  dicho  en  la  Introducción  ).  El 
acuerdo  de  la  razón,  la  imaginación  y  los  sentidos  reunido  á  la  expre- 
sión profunda  del  afecto,  elevan  los  sentimientos,  y  hé  aqui  todas  nues- 
tras facultades  sicológicas  obrando  puestas  en  armonía.  En  una  pala- 
bra :  **  Poesf a  perfecta  es  aquella  que  armoniza  la  idea  y  la  forma,  '*  con- 
forme  á  nuestra  doble  naturaleza  espiritual  y  corporal. 

'*  En  lo  general  hablando,  el  defecto  de  la  literatura  antigfua  era  ser 
demasiado  sensual ;  el  defecto  de  la  moderna  es  exagerar  lo  ideal,  to- 
cando en  la  vaguedad,  en  la  indeterminación. 

"  Corríjanse  y  reúnanse  ambos  elementos,  y  tendremos  la  literatura 
ecléctica.  La  greco -latina  es,  pues,  la  literatura  del  pasado,  la  román- 
tica del  presente,  la  ecléctica  del  porvenir,  (Véase  nota  If  al  fin  del 
<»pítulo.) 

"  Llamar  á  la  literatura  ecléctica  literatura  del  porvenir,  no  supone 
que  en  las  literaturas  existentes  no  haya  algunas  composiciones  reco- 
mendables, al  mismo  tiempo  por  el  fondo  que  por  la  forma;  lo  que  su- 
cede es  que  no  se  ha  llegado  á  la  perfección  del  sistema.  Gomo  ejem- 
plo de  escritor  que  se  acerca  á  realizar  las  aspiraciones  del  eclecticismo, 
citaré  á  Hacine.  Hé  aquí  las  cualidades  que  le  distinguen. 

*^  En  todo  lo  correspondiente  al  lenguaje  y  á  la  versificación  excede 
tanto  Hacine,  que  un  homl^re  de  exquisito  gusto,  Voltaire,  quería  que 
se  escribiesen  en  cada  una  de  sus  páginas  estas  palabras :  i  Bello,  subli- 
me, armonioso!  Otro  crítico,  de  escuela  distinta  á  Voltaire,  y  superior 
á  éste,  por  su  época  y  su  profundidad,  Federico  Schlegel,  llega  á  opi- 
nar que  Hacine  es  superior  por  la  forma,  aún  á  Virgilio.  Hé  aquí  las 
palabras  de  Schlegel:  "Entre  los  poetas,  Hacine  alcanzó  en  la  lengua 
y  en  la  versificación,  una  perfección  armónica  cual  no  se  encuentra,  á 
mí  entender,  en  Millón  y  en  Virgilio,  y  á  la  que  más  tarde  no  se  ha 
vuelto  á  llegar  en  la  lengua  francesa.  '*  En  nuestros  días  otro  crítico, 
Timoni,  ha  dicho:  "La  líi^enia,  la  Fedra  y  la  Atalía  de  Hacine,  son 


80B  REVISTA  NACIONAL. 


obras  maestras  que  se  pueden  considerar  superiores  á  todo  lo  que  en 
su  género  nos  ha  dejado  la  antigüedad.  *' 

"  Otros  escritores  menos  entusiastas  por  Racine,  suponen  que  es  al- 
go inferior  á  Virgilio.  Por  mi  parte,  creo  que  si  aquel  no  supera  á  és- 
te, por  lo  menos  le  iguala,  y  que  la  superioridad  del  idioma  latino 
respecto  al  francés,  es  lo  que  puede  hacer,  en  ocasiones,  á  Racine  in- 
ferior al  poeta  romano. 

''Por  lo  que  toca  á  la  representación  del  bello  ideal,  el  estilo  de  Ra- 
cine contribuyó  á  rodear  sus  héroes  de  un  idealismo  que  suele  llegar 
á  la  magnificencia,  é  ideales  son  las  pasiones  que  expresa,  los  caracte- 
res que  ha  creado,  sin  llegar  á  la  extravagancia,  á  la  inverosimilitud 
á  la  exageración  del  falso  romanticismo.  Sin  embargo,  no  puede  ne- 
garse que  en  algunos  caracteres  de  Racine,  sólo  hay  medias  tintas,  lo 
cual  puede  atribuirse  á  que  él  mismo  cortaba  las  alas  de  su  ingenio 
cuando  imitaba  á  los  antiguos,  porque  entonces  le  faltaba  el  propio  y 
natural  aliento,  único  que  produce  obras  maestras.  Cuando  Racine  pen- 
saba y  sentía  por  sí  solo,  creaba  obras  como  Atalía,  tragedia  llena  de 
sencilla  grandeza,  de  afecto,  de  interés  creciente,  de  caracteres  atrevi- 
dos é  imágenes  sublimes.  (Véase  nota  2^  al  fin  del  capítulo.) 

"Tocante  á  la  expresión  de  los  afectos,  el  carácter  distintivo  de  Ra- 
cine es  la  más  profunda  sensibilidad  y  la  más  exquisita  ternura ;  siem- 
pre en  los  límites  de  lo  natural  embellecido  por  el  arte.  Racine  expre- 
sa la  inímidad  suave  de  la  pasión ;  pero  sin  perderse  en  lo  vago,  en  lo 
indeterminado  que  se  observa  en  el  sentimentalismo  exagerado  de  al- 
gunos modernos.  '* 

En  España,  puede  señalarse  como  ecléctico  á  Rioja,  pues  reúne  la  sen- 
cillez, la  naturalidad  y  la  verdad  de  los  clásicos  con  la  ternura,  la  deli- 
cadeza, la  melancolía  de  los  románticos. 

Entre  los  contemporáneos  se  encuentran  algunos  poetas  eclécticos, 
bastando  citar  al  famoso  Tennison,  de  quien  se  ha  dicho :  "  es  el  poe- 
ta má8  dáeico  de  los  románticos  ingleses. ''  Es  clásico  en  la  forma,  y  ro- 
mántico en  las  ideas  y  sentimientos,  es  decir,  ecléctico,  según  compren- 
demos el  eclecticismo  poético.  En  teoria,  son  varios  los  autores  que  han 
indicado  el  eclecticismo  literario,  bastando  recordar  aquí  á  Chenier  y 
á  Revilla.  El  primero  dice :  Sur  des  pensées  nouvelleSf  faisons  de  vers 
antiqaes.  Revilla,  en  su  ^'  Discurso  sobre  el  naturalismo,  '*  enseña  esto : 
"la  nueva  escuela  conciliando  lo  que  hay  de  razonable  en  la  doctrina 
clásica  y  en  la  romántica  podrá  encontrar  la  fórmula  de  lo  porvenir. " 


LITERATURA  MEXICANA.  a09 

Agregaremos  ahora  á  todo  lo  dicho  que  el  eclecticismo,  como  todos 
los  sistemas  humanos,  ha  sido  impugnado  por  los  que  no  le  compren- 
den bien :  el  eclecticismo  no  es  la  fusión  de  sistemas  contradictorio8f  lo 
cual  sería  absurdo,  sino  un  método  que  consiste  en  buscar  la  verdad 
donde  quiera  que  se  halle,  lo  cual  es  el  dictamen  de  la  razón  y  el  buen 
sentido.  San  Clemente  de  Alejandría  dijo :  "  Por  filosofía  no  entiendo 
la  estoica,  la  platónica,  la  epicúrea  ó  la  aristotélica ;  lo  que  estas  escue- 
las hayan  enseñado  conforme  á  la  verdad,  á  la  justicia,  á  la  piedad,  á 
todo  esto  llamo  yo  selecta  fílosofía.''  A  tal  principióse  reduce  el  eclec- 
ticismo: á  admitir  y  combinar  lo  que  hay  de  bueno  en  cada  sis- 
tema. 

Entre  los  poetas  mexicanos  se  encuentran  varios  que  han  escrito  al- 
guna ó  algunas  poesías  eclécticas;  pero  el  que  más  generalmente  se  in- 
clina al  sistema  ecléctico  es  D.  José  Joaquín  Pesado,  aunque  sin  llegar 
á  la  perfección,  como  lo  demuestra  la  análisis  que  vamos  á  hacer  de 
sus  composiciones  en  el  mismo  orden  que  fueron  publicadas  (2*  edi- 
ción) á  saber:  eróticas,  morales,  religiosas  y  nacionales. 

La  mayor  parte  de  las  poesías  eróticas  de  Pesado  son  defectuosas,  y 
sus  defectos  consisten  en  alguna  de  las  circunstancias  que  vamos  á  ma- 
nifestar y  á  comprobar  por  medio  de  ejemplos. 

En  las  poesías  eróticas  de  Pesado  no  hay  nada  indecente,  y  aun  con- 
tienen rasgos  de  esplritualismo ;  pero  no  es  éste  el  que  domina,  sino  á 
veces  el  color  sensual  de  la  escuela  clásica.  Véase  lo  que  hemos  dicho 
sobre  el  clasicismo  al  hablar  de  Tagle,  y  recuérdese  lo  que  dijo  Hermo- 
silla  hablando  de  "El  consejo  de  amor''  por  Meléndez:  "Quisiera  yo 
que  se  hubiese  omitido  la  palabra  besOj  porque  tratándose  de  amantes 
presenta  con  excesiva  desnudez  una  idea  voluptuosa.  A  los  eróticos 
griegos  y  latinos  se  les  perdona  que  llamasen  pan  al  pan  y  vino  al  vi- 
no ;  pero  nuestros  oídos  son  más  quisquillosos  que  los  suyos. ''  Lo  ma- 
nifestado por  Hermosilla  va  de  acuerdo  con  el  precepto  deBoileau: 

"  Le  latin  dans  ses  mots  brave  Thonnétete : 

Mais  le  lecteur  franqais  veut  étre  respecté. 

Du  moindre  sens  impur  la  liberté  Toutrage '' 

(Véase  nota  3?  del  capítulo  13). 

"  Elisa  en  la  fuente"  es  un  soneto  que  tiene  por  asunto  presentar  i 
Elisa  desnuda  dentro  del  agua  excitando  esperanzas  vivas.  Pesado,  en 
la  segunda  edición  de  sus  poesías,  corrigió  el  soneto  del  modo  siguien- 
te.  En  la  primera  edición  se  encuentran  estos  dos  versos : 


810  REVISTA  NACIONAL. 


En  medio  dQ  la  fuente  bulliciosa 
Los  delicados  miembros  sumergías. 

En  la  segunda  edición  se  lee: 

Y  á  orillas  de  la  fuente  bulliciosa 
Ocultos  pensamientos  divertías. 

Lo  que  ganó  el  soneto  en  espiritualismo  lo  perdió  en  naturalidad^ 
pues  no  es  probable  que  una  persona  cuando  va  á  bailarse,  en  lugar  de 
entrar  al  agua,  se  entretenga  en  meditar.  Por  otra  parte,  quedó  sin  co- 
rregir la  circunstancia  de  que  el  recuerdo  de  Elisa  produjese  esperan^ 
gas  vivas,  lo  cual  podría  interpretarse  deshonestamente,  interpretacio- 
nes que  el  poeta  debe  evitar,  según  ya  hemos  explicado. 

En  la  composición  Adiós,  la  amada  estrecha  á  su  amante  con  exce- 
sivo empeño,  y  le  acaricia  con  demasiada  viveza. 

No  me  negarás  que  un  día 
Ligada  con  firmes  lazos 
Quisiste  llamarte  mía, 
Estrechándome  en  tus  brazos 
Con  amorosa  porfía. 


Tu  corazón  palpitaba 
Sn  tu  seno  con  presura. 
Tu  vista  me  contemplaba 
Y  con  pasión  y  ternura 
Tu  mano  me  acariciaba. 

Si  alguna  vez  desdeñosa 
He  heriste  con  tus  desvíos, 
¡  Qué  sensible,  qué  piadosa 
Con  esos  labios  de  rosa 
Sellaste  después  los  míos! 


Algún  poeta  liviano  de  Grecia  ó  Roma  parece  haber  dictado  los  sí' 
guientes  versos  del  "  Amor  malogrado,  *'  donde  el  poeta,  después  de  re- 
tozar con  su  querida,  se  siente  excitado  de  alma  y  cuerpo. 

Caricias  que  otro  tiempo  te  he  debido 

Me  encienden  en  amores, 
Y  tú,  ingrata,  me  entregas  al  olvido. 
En  despego  trocando  tus  favores. 


LITBRA.T  URA  MEXICANA.  tU 

]  Cuántas  veces  sentí  tras  blando  juego 

Insólitos  ardores  I 
Mi  pecho  se  abrasaba  en  vivo  fuego 

Y  sin  saber  de  amor,  ardí  de  amores. 

Más  valiera,  mi  bien,  no  haberte  visto, 

Que  no  sentir  ahora 
Ese  fuego  voraz  que  no  resisto 
T  el  alma  y  las  entrañas  me  devora. 

El  autor,  en  la  segunda  edición  de  sus  poesías,  cambió  la  2!  estrofii 
por  otra  menos  sensual ;  pero  siempre  sensual,  y  no  corrigió  las  demáp 
estrofas. 

El  mismo  tinte  que  en  los  versos  anteriores  se  percibe  en  las  com* 
posiciones  "A  Silvia,''  "Valle  de  mi  infancia"  y  otras  varias. 

Ven  I  adorada  I  arrójate  en  mis  brasoe, 
Estrecha  al  mío  tu  corazón  amante, 

Y  cíñeme  constante 

Entro  tus  dulces  lazos. 
Debajo  de  este  plátano  que  mece 
Sus  hojps  en  el  aire  blandamente: 

Orillas  de  esa  ñiente 

Que  vaga  se  adormece: 
A  la  luz  de  la  luna  que  menguada 
Con  turbia  claridad  nos  ilumina, 

Junto  á  mí  te  reclina 

¡  Oh  Silvia  enamorada  t 

Y  unidos  siempre  en  lazo  delicioco, 
Volar  dejemos  la  fugace  vida 

Tú  por  siempre  querida, 
Yo  por  tí  venturoso. 


Estos  versos  recuerdan  algunos  de  Quevedo  en  la  canción  Llamth 
miento  á  mi  amadaj  quitándoles  el  gusto  gongorino. 

^^  Ay,  si  llegases  ya  I  qué  tiernamente 
Al  ruido  de  esta  fuente 
Gastáramos  las  horas  y  los  vientos 
En  suspiros  y  músicos  acentos. 


til  BEVIHTA  NACIONAL. 


Fuéramos  cada  instante 

Nueva  amada  y  amante 

Y  ansí  tendría  en  firmeza  tan  crecida 

La  muerte  estorbo  y  suspensión  la  vida... '' 

Otro  defecto  de  la  escuela  neoclásica,  que  se  suele  encontrar  en  las 
poesías  que  nos  ocupan,  es  la  trivialidad,  como  en  la  letrilla  intitula- 
da: ''La  primera  impresión  de  amor.*'  Los  recursos  poéticos  que  usa 
el  autor  están  ya  muy  gastados,  como  comparar  el  semblante  de  la  da- 
ma á  la  rosa  y  al  jazmín ;  profetizar  la  muerte  del  amante  si  no  es  co- 
rrespondido; asegurar  que  lleva  grabado  en  el  pecho  con  duro  burüla, 
imagen  de  la  bella.  Composiciones  como :  "  La  primera  impresión  de 
amor,  **  cuando  mucho,  pueden  halagar  al  oído ;  pero  ni  interesan,  ni 
conmueven. 

De  la  escuela  moderna  se  encuentra  algunas  veces  en  las  poesías  eró- 
ticas de  Pesado  el  defecto  de  las  continuas  y  repetidas  quejas  y  lamen- 
tos del  enamorado,  alambicamiento  empalagoso  de  penas,  dolores  y 
martirios  imitados  de  Petrarca  ó  Herrera.  Pueden  servir  de  ejemplo  el 
soneto  intitutado:  "Recuerdos  inútiles,**  y  las  siguientes  octavas: 

I  Oh  qué  lentas  y  amargas  son  las  horas 
Del  que  no  mira  más  su  dueño  amado, 
Y  entregado  á  pasiones  destructoras 
Cuenta  el  tiempo  lloroso  y  desvelado ! 
Ni  tus  palabras  |ay  I  consoladoras 
Escucho,  ni  tu  rostro  sosegado 
Me  vuelve  con  su  vista  la  alegría : 
]  Triste  paso  la  noche,  triste  el  día  I 

De  esperanza  fugaz  favorecido 
Otro  tiempo  seguí  tus  luces  bellas. 
Ora  gimu  en  ausencia  desvalido 
Exhalando  en  las  sombras  mis  querellas. 
Ta  no  gozo  del  sol  esclarecido, 
Ni  me  alumbran  de  noche  las  estrellas: 
If  i  hermana  es  la  letal  melancolía 
I  Triste  paso  la  noche,  triste  el  día  I 

Este  rudo  tormento  que  quebranta 
Mis  fuerzas,  ya  carece  de  remedio: 
£1  cáliz  de  la  vida  en  pena  tanta 
Causa  á  mi  labio  ya  lánguido  tedio : 
Ta  para  separamos  se  levanta 
La  eternidad  inmensa  de  por  medio 


LITERATURA  MEXICANA.  818 


Tú  qued&s  á  gozar  placeres  ciertos, 
Yo  bajo  á  la  morada  de  los  muertos. 

Escucha,  pues,  las  quejas  que  te  envía 
Mi  voz  desfallecida  y  dolorosa: 
Un  suspiro  te  pido,  amada  mía, 
Que  no  me  negarás,  si  eres  piadosa. 
Mira  á  tu  triste  amante  en  su  agonfa. 
Concédele  una  lágrima  preciosa. 
Única  recompensa  que  ha  pedido 
Por  premio  del  amor  más  encendido. 

También  adolecen  las  poesías  que  examinamos  de  varios  defectos  en 
la  forma,  según  lo  aclararán  los  siguientes  ejemplos,  siendo  de  adver- 
tir que  nos  valemos  de  la  segunda  edición  que  es  la  más  auténtica  á  es- 
te respecto,  porque  la  vigiló  el  autor  mismo,  cosa  que  no  ha  sucedido 
con  la  tercera :  todos  saben  con  qué  facilidad  se  deslizan  variantes  en- 
tre escribientes,  impresores  y  editores. 

En  tu  seno  bellísimo  suspira 

Y  con  ardientes  lágrimas  lo  moja: 
Con  mano  cariñosa  le  consuelas 

Y  á  su  lado  le  asistes  y  le  velas. 

En  el  segundo  verso  se  usa  fo  y  en  los  últimos  le.  En  nuestro  con- 
cepto debe  siempre  decirse  le;  pero  Pesado  unas  veces  es  loida  y  otras 
leiHa,  no  sólo  en  los  versos  anteriores,  sino  en  otros  varios,  de  mane- 
ra que  no  sigue  sistema  fijo. 

Su  esquiveza  la  da  nuevos  arreos, 

Y  heridos  corazones  de  amadores 
A  sus  plantas  la  sirven  de  trofeos. 

Está  mal  dicho  la  en  lugar  de  fe,  pues  según  la  gramática  de  la  Aca- 
demia, otras  autorizadas  y  el  uso  de  buenos  escritores,  debe  usarse  le, 
en  dativo,  aun  refíriéndose  al  género  femenino.  Véase  la  Diaertadón 
que  publicó  en  México  D.  José  María  Bassoco  sobre  el  uso  del  pronom- 
bre en  caso  objetivo,  donde  se  trata  el  asunto  magistralmente. 

Cómo  te  vi,  te  di  I  ay  I  el  alma  mía. 

El  verso  anterior  es  cacofónico  por  tener  seis  monosílabos  seguidos 
y  por  la  concurrencia  áevij  di. 

Resplandece  á  las  puertas  del  OrienU, 


816  REVISTA  NACIONAL. 


Vamos  á  presentar  como  ejemplo  de  las  poesías  erótico-eclécticas 
del  poeta  que  estudiamos,  una  parte  de  ''Mi  amada  en  la  misa  del  al- 
baf  *  de  esta  manera  el  lector  percibirá  más  fácilmente  el  sistema  eró- 
tico-ecléctico,  que  pudiera  formularse  con  estas  palabras:  "Poesía  eróti- 
cas-ecléctica es  la  que  tiene  forma  clásica,  y  por  argumento  el  amor 
romántico,  espiritual.'' 

Cuando  en  el  templo  postrada 
Estás  ante  el  Ser  inmenso, 
Entre  una  nube  de  incienso 
Símbolo  de  la  oración. 

Me  parece  que  eres  ángel 
Que  al  trono  de  Dios  asiste, 

Y  que  por  el  hombre  triste 
Intercedes  con  fervor. 

La  candida  vestidura 
Ciñes  tú  de  la  inocencia, 

Y  brilla  la  inteligencia 
En  tu  frente  virginal. 

Sn  tu  corazón  se  ocultan 
De  amor  los  puros  afectos, 

Y  en  tu  mente  los  conceptos 
De  la  ciencia  celestial 

¡Oh I  cuánto  respeto  imprimes: 
Eres  bella,  ingenua,  pura, 

Y  reinas  en  una  altura 
Harto  superior  á  mí! 

Moradora  del  Empíreo, 
(No  sé  yo  cómo  te  nombre) 
¿Quién  es  el  hijo  del  hombre 
Digno  de  llegar  á  tí? 

Con  esas  formas  divinas. 
Que  acá  en  la  tierra  demuestras. 
Das  al  que  te  mira,  muestras 
De  la  hermosura  etcrnal. 

Ya  sé  lo  que  vale  el  alma 
Que  mis  sentidos  anima. 
Pues  que  conoce  y  estima 
£1  precio  de  tu  beldad. 

Si  gentil  hubiera  sido. 
Altares  te  levantara. 
La  rodilla  te  doblara, 

Y  fueras  mi  diosa  tú: 


LITERATURA  MEXICANA.  817 

Incienso  y  flores  rendido 
Tributara  á  tu  belleza, 
Emblemas  de  tu  pureza, 

Y  tu  fragante  virtud. 
Hoy  eres  á  estos  mis  ojos 

Imagen  por  excelencia, 
I>e  la  suma  inteligencia, 
Pues  que  cristiano  nací: 
Espíritu  que  me  guía 
En  los  caminos  del  mundo, 

Y  en  el  piélago  profundo 
Norte  fijo  para  mí. 

¿Qué  fuera  del  globo  triste. 
De  espanto  y  de  sombras  lleno, 
Si  no  brillara  en  su  seno 
Tu  rayo  consolador? 

Tú  disipas  los  temores. 
Todo  el  universo  alegras, 

Y  baces  sus  moradas  negras 
Pensil  donde  reina  amor. 

En  esta  composición  .(total  de  ella)  hay  variedad  de  metros  á  uso 
de  los  románticos;  pero  esto  no  impide  que  su  forma  sea  esencialmente 
clásica  por  la  corrección,  sencillez,  etc.,  según  hemos  explicado  del  sis« 
tema  ecléctico  en  poesía. 

A  lo  dicho  sobre  las  rimas  amorosas  de  Pesado,  sólo  debemos  afia- 
dir  que  nuestro  autor  hizo,  en  el  mismo  género,  varias  traducciones  é 
imitaciones,  unas  medianas  y  otras  buenas:  entre  éstas,  merecen  citarse 
especialmente  tres  odas  de  Horacio,  un  soneto  imitado  de  Zappi,  con 
el  titulo  de  "Cariño  anticipado,"  y  la  barcarola  "Paseo  del  mar,"  to- 
mada del  italiano. 

Sí  Pesado  se  extravió  en  algunas  de  sus  poesías  eróticas  imitando  la 
sensualidad  y  la  trivialidad  de  los  clásicos,  fué  más  original  en  las  mo- 
rales, de  tal  modo  que  ni  siquiera  pretendió  WwoíSíñsiS  filosóficas^  para 
que  no  se  le  creyese  discípulo  de  Zenón,  Demócrito  ni  aun  Sócrates: 
Pesado  era  cristiano  puro,  y  su  filosofia  la  del  Evangelio.  De  este  mo- 
do resulta  que  las  poesías  morales  del  escritor  mexicano,  mejor  que 
algunas  eróticas,  llevan  marcado  el  carácter  ecléctico,  esto  es,  forma 
clásica  ó  acercándose  á  ella,  y  fondo  romántico,  moderno  ó  cristiano. 
Vamos  á  demostrarlo,  examinando  las  composiciones  morales  á  que 
nos  referimos. 


818  AKVI8TA  HAOIONAU 


'^La  visión."  El  poeta  iSupone  que  se  le  aparece  el  alma  de  su  pro- 
pia madre  para  exhortarle  á  la  virtud.  Si  los  consejos  de  una  madre 
pueden  en  cualquier  circunstancia,  presentarse  no  sólo  como  tiernos 
y  consoladores,  sino  poéticamente,  mucho  más  cuando  el  poeta  ideali- 
za hasta  suponer  que  mira  el  espiritu  de  la  persona  que  le  dio  el  ser, 
y  viniendo  de  esas  regiones  misteriosas  que  el  pensamiento  apenas 
abarca  con  el  nombre  de  eternidad.  La  poesía  intitulada  "La  visión** 
no  carece  de  mérito  en  la  forma,  aunque  tiene  tal  cual  locución  pro- 
saica y  algún  verso  mal  medido. 

"El  sepulcro.**  El  argumento  de  esta  composición  es  recordar  la  va- 
nidad de  las  cosas  humanas,  consolándose  el  poeta  con  la  esperanza 
en  la  vida  futura.  Ese  argumento  no  es  nuevo,  y  bastaría  ocurrir  á 
^'La  igualdad  de  la  tumba,**  del  patético  San  Efrén,  para  encontrar  la 
mayor  parte  de  los  pensamientos  de  Pesado.  En  la  forma  de  "El  se- 
pulcro** hay  algunos  descuidos,  y  sin  embargo,  esa  poesía  se  recomien- 
da especialmente  por  las  siguientes  cualidades:  verso  suelto,  general- 
mente bien  manejado  y  propio  para  la  seriedad  del  asunto;  imágenes 
vivas;  novedad  en  el  incidente  de  localizar  el  poeta  su  idea,  presentan- 
do á  la  imaginación  los  restos  de  Cortés  y  Moctezuma. 

Tú  conseguiste 
Batallador  feliz  unir  dos  mundos 
Con  vínculos  funestos,  y  arrogante 
De  lo  alto  derrocar  al  trono  azteca, 
£n  duelo  convirtiendo  el  rudo  brillo 
De  su  agreste  poder.  De  sus  victorias 
Sólo  recuerdos  funerales  viven. 
También  mezclados  cabe  tí  reposan 
Los  carcomidos  huesos  del  monarca, 
Que  arrancaste  falaz  del  solio  regio. 
Así  el  sepulcro  despiadado  absorbe 
Al  guerrero  triunfante  y  al  vencido, 
Al  señor  poderoso  y  al  colono. 
Allá  en  sus  antros  con  olvido  eterno.... 


"El  hombre,"  recomendable  por  su  argumento  filosófico  y,  como  la 
anterior,  por  lo  bien  formado  del  verso  suelto.  Esta  composición  nos 
parece  inspirada  en  pensamientos  de  Lamartine,  tomados  de  varias 
de  sus  poesías. 


UTERATUBA  MEXICANA.  tlf 

^'A  un  nifio.^'  Bella  y  sentida  poesía  á  la  muerte  de  un  hijo,  apenas 
deslucida  por  algunos  rasgos  prosaicos  y  raro  descuido  de  otro  género. 

''El  sepulcro  de  mi  madre/'  Ternísimos  acentos  de  un  hijo  que  llo- 
ra á  su  madre  y  la  llama  en  auxilio  para  sostenerle  en  la  virtud.  Es 
im  precioso  romance  con  rarísimo  defecto. 

"Una  tarde  de  otoño.''  Composición  llena  de  dulce  melancolía;  el 
adiós  lastimero  del  hombre  que  sabe  sentir  los  encantos  de  la  natura- 
leza, á  los  últimos  días  del  buen  tiempo. 

"Pensamientos  fílosóficos  y  religiosos."  La  parte  primera  de  esta 
composición,  se  intitula  "El  ser,"  la  segunda  "El  dolor,"  y  la  tercera 
^'La  esperanza."  En  la  parte  primera  hay  algo  de  prosaísmo,  debido  á 
la  argumentación  escolástica  que  usa  el  autor.  En  la  parte  segunda 
y  tercera  se  marcan  mejor  que  en  otras  poesías  de  Pesado  la  diferen- 
<AeL  entre  el  mundo  antiguo  y  el  moderno,  entre  la  poesía  clásica  y  la 
romántica.  Las  aspiraciones  de  los  poetas  clásicos  están  resumidas  en 
estos  versos  de  Horacio: 

De  lo  presente  goza 
Y  el  porvenir  olvida. 

Pesado  es  un  representante  de  la  poesía  que  no  se  fija  en  lo  presen- 
te, sino  que  espera  en  el  porvenir:  expresa,  pues,  en  la  parte  intitulada 
"El  dolor,"  las  miserias  de  la  vida  terrestre,  y  en  la  intitulada  "La  es- 
peranza," los  goces  del  espíritu  en  la  mansión  divina. 

A  las  poesías  morales  de  Pesado,  pertenecen  varios  sonetos  de  ca- 
rácter espiritualista  y  á  veces  místico,  en  gusto  del  Dante  ó  Petrarca, 
de  los  cuales  sonetos  dará  idea  el  siguiente,  que  es  como  la  antítesis  de 
"Elisa  en  la  fuente,"  del  que  ya  hemos  hablado.  Esos  sonetos  apare- 
cen en  la  3"  edición  de  las  poesías  que  nos  ocupan  entre  las  fúnebres^ 
^í  como  otras  de  las  morales.  El  soneto  que  vamos  á  copiar  tiene  el 
iftulo  ''Apoteosis  de  Elisa." 

Era  la  aurora  ya,  cuando  dormido 
Una  hermosa  mujer  vi  en  el  Oriente: 
Blancas  rosas  ornábanle  la  frente 
£n  rizos  su  cabello  desprendido. 

Sujetaba  su  candido  vestido 
De  oro  fino  y  zafir  zona  luciente, 
T  de  color  de  llama  refulgente 
Deslumhraba  su  manto  descogido. 


890  REVISTA  NACIONAL. 


Verde  palma  llevaba  por  divisa: 
Su  rostro,  lleno  de  inmortal  decoro, 
¿i  mí  volvió  con  plácida  sonrisa: 

Víla  y  reconocí,  bañado  en  lloro, 
Entre  puros  espíritus  á  Elisa, 
Volando  al  inmortal,  celeste  coro. 


Este  soneto  es  una  imitación  de  las  apariciones  de  Beatriz,  después 
de  muerta,  al  Dante. 

A  las  poesias  morales  referidas,  hay  que  abnegar  otras  traducidas  ó 
imitadas,  siendo  censurable  que  no  se  expKque  asi,  por  resultar  caso 
de  plagio,  respecto  á  algunas  de  estas  últimas,  como  la  del  Dante  co- 
piada, una  de  Lamartine  y  una  de  Garcilaso,  cuyos  títulos  son:  "La 
inmortalidad,'^  "Prendas  de  amor.''  Esta  es  de  tercera  mano,  pues  Gar- 
cilaso imitó  á  Virgilio  cuando  dice  en  la  Eneida:  ^'Dulces  exuvim  dum 

faia  deusgue  sinebant "  Todos  los  que  han  escrito  sobre  Pesado 

consideran  erróneamente  suyas,  en  la  idea  y  en  ia  forma,  esas  compo- 
siciones. 

Purificado  nuestro  autor  en  las  poesias  morales  del  materialismo  pa- 
gano que  se  había  infiltrado  en  sus  rimas  amorosas,  le  fué  fácil  ele- 
varse al  más  puro  idealismo  en  ei  género  religioso,  y  por  este  motivo 
las  poesías  religiosas  de  Pesado  son  las  más  apreciadas,  como  que  ellas 
están  de  acuerdo  con  las  creencias  comunes,  con  el  sistema  de  moral 
generalmente  recibido,  con  las  aspiraciones  de  la  mayoría  de  hombres 
que  viven  á  la  sombra  de  la  civilización  cristiana.  El  poeta  que  no  sa- 
be expresar  las  ideas  de  su  época  no  puede  tener  popularidad,  y  Pe- 
sado la  tuvo  al  grado  de  que  todavía  muchas  personas  saben  de  memo- 
ria trozos  de  la  Jerusalem,  ó  de  su  versión  de  los  salmos. 

Las  composiciones  religiosas  de  Pesado  que,  en  todo  ó  en  parte,  pue- 
den pasar  por  originales,  son:  Fragmentos  de  un  poema  que  lleva  el 
titulo  de  "Moisés:"  estos  fragmentos  fueron  inspirados  en  la  poesía  de 
lo  sublime^  como  califica  Hegel  á  la  poesía  de  los  Hebreos.  El  "Moi- 
sés" está  en  versos  libres,  por  lo  general  buenos,  y  se  recomienda  es- 
pecialmente por  algunas  pinturas  bien  coloridas.  Principio  de  un  poe- 
ma intitulado  "La  Revelación,"  reminiscencias  del  Dante,  en  octavas, 
la  mayor  parte  armoniosas,  con  algunos  rasgos  de  inspiración,  y  bellas 
descripciones.  "María,"  poema  en  silva,  rara  vez  defectuosa.  "La  Je- 
rusalem."  Algunas  plegarias  y  varios  sonetos.  Como  ejemplo  de  estas 


LITERATURA  MEXICANA.  8ZI 

poesías  vamos  á  examinar  La  Jerusalem^  precioso  poema,  que  desgra- 
ciadamente tiene  el  defecto  de  contener  trozos  traducidos  de  Evasio 
Leone,  sin  que  Pesado  lo  explicara,  resultando  plagio  en  las  ideas. 

La  parte  primera  es  una  bella  apostrofe  á  la  ciudad  donde  floreció 
Jesucristo  y  donde  fundó  su  religión. 

En  la  parte  segunda  se  lamenta  el  autor  de  no  haber  visto  con  sus 
propios  ojos  á  Jerusalem;  pero  esto  da  lugar  á  que  poéticamente  la 
idealice  su  imaginación. 

No  haj  para  el  amor  distancia, 
Ni  tampoco  inconveniente, 
Lo  pasado  y  lo  presente 
Sabe  en  un  punto  juntar. 

Paréceme  que  salvando 
Selvas  y  montañas  densas. 
Las  soledades  extensas 
T  la  inmensidad  del  mar, 

Se  presentan  á  mis  ojos 
El  monte  de  las  Olivas, 
Los  estanques  de  aguas  vivas, 
£1  torrente  de  Cedrón; 

Los  sepulcros  de  los  reyes, 
Los  escombros  del  santuario. 
El  santo  monte  Calvario, 
Y  la  colina  de  Sión. 

El  primer  verso  es  casi  el  de  Meléndez,  en  La  Ausencia: 

Para  el  gusto  no  hay  distancias. 

En  la  segunda  parte  de  la  poesía  que  examinamos,  se  nota  el  defec- 
to de  que  los  versos  cuarto  y  octavo  suelen,  á  veces,  ser  asonantes  de- 
biendo ser  consonantes. 

La  tercera  parte  es  un  magnífico  trozo  lírico  dirigido  á  Jesús  como 
salvador  del  mundo,  é  inspirado  en  los  salmos,  con  alguna  reminis- 
cencia de  ellos,  según  puede  verse  de  las  siguientes  estrofas: 

Yaces  ¡ay!  enclavado 
A  una  cruz,  sobre  el  Gólgota  pendiente: 

Del  pecho  lastimado 

Lanzando  tristemente 
Suspiro  profundísimo  y  doliente. 


S24  REVISTA  NACIONAL. 


Tres  puertas  manifiesta  á  cada  yiento, 
Cada  una  por  un  Ángel  custodiada : 
Sus  muros  son  crisólitos  brillantes, 
Zafiros,  amatistas  y  diamantes. 


Terminaremos  la  noticia  de  la  Jerusalem,  haciendo  notar  su  carác- 
ter ecléctico.  Del  clasicismo  tiene  la  Jerusalem :  verdad  esencial  en  los 
pensamientos ;  corrección  del  lenguaje ;  sencillez,  claridad  y  naturali- 
dad del  estilo ;  buena  versificación ;  el  orden  del  plan.  Del  romanticis- 
mo se  encuentra  en  la  misma  poesia  el  argumento  moderno  ó  cristia- 
no ;  alguna  más  profusión  de  adornos  que  los  que  se  permiten  los  clá- 
sicos, sin  incurrir  por  eso  en  el  gongorismo;  concepciones  ideales; 
variedad  de  metros  que  no  usan  los  clásicos ;  arranques  líricos  más 
abundantes  de  los  que  admite  la  escuela  clásica  en  los  poemas.  En 
lo  general  hablando,  relativamente  al  lirismo  y  á  la  libertad  de  forma 
que  se  nota  en  La  Jeruaaleniy  haremos  una  observación.  Ese  poema 
pertenece  á  los  llamados  menores,  donde  se  permiten  las  circunstancias 
dichas,  según  buenos  preceptistas,  como  Revilla.  [^Prineipios  de  litera- 
tura. ] 

Se  cree  generalmente  que  las  mejores  traducciones  de  Pesado  se  ha- 
llan entre  las  del  género  religioso,  y  que  de  éstas  las  más  perfectas 
(  aunque  sin  ser  traducción  directa  del  hebreo )  son  el  Casuar  de  can- 
tares y  algunos  Salmos,  tanto  por  la  fidelidad  de  la  versión  como  por  la 
belleza  de  la  forma  en  castellano.  No  nos  detenemos  en  hacer  obser- 
vaciones sobre  la  belleza  de  la  poesia  hebrea  considerándolo  superñuo, 
cuando  tanto  se  ha  dicho  sobre  ella  por  autores  competentes  como 
Lowth,  Herder,  Hegel,  Genoude,  ete.  Basle  añadir  que  Pesado  fué  en 
México  uno  de  los  propagadores  más  entusiastas  de  ese  género  de  be- 
lla literatura,  si  bien  no  el  introductor,  como  observamos  en  el  capítu- 
lo 10"  al  tratar  de  Villerías  Roelas. 

Después  de  haber  engalanado  nuestro  autor  el  Parnaso  mexicano  con 
todas  las  producciones  que  hemos  ido  estudiando  ó  citando,  todavía 
quiso  enriquecer  nuestra  literatura  con  una  joya  de  gran  valía,  más  ca- 
racterística del  país,  indígena,  nacional,  en  una  palabra.  Tal  es  el  ca- 
rácter de  la  preciosa  colección  de  poesías  intitulada:  '*  Las  Aztecas, "  to- 
madas de  los  antiguos  cantares  mexicanos.  El  mérito  de  "  Las  azte- 
cas ^*  consiste  en  tres  circunstancias :  1  *  El  idioma  español,  en  que  es- 
cribe el  poeta,  generalmente  bien  manejado.  2^  La  forma  poética, 


LITERATURA  MEXICANA.  325 

acercándose  á  la  clásica,  según  lo  que  hemos  explicado  ya  varias  veces. 
3  ?  Conservado,  hasta  donde  es  posible  en  una  versión,  el  espíritu  de 
la  poesía  azteca,  de  la  cual  daremos  una  ligera  idea. 

Los  antiguos  mexicanos  median  sus  versos  para  que  tuviesen  rotun- 
didad y  armonía.  Con  el  fín  de  ajustarse  al  metro,  usaban  ciertas  in- 
terjecciones ó  sílabas  de  las  que  en  algunos  idiomas  se  llaman  vacíaSf 
esto  es,  que  no  tienen  sentido,  y  servían  á  los  mexicanos  para  comple- 
tar el  verso,  el  cual  otras  veces  constaba  de  una  sola  palabra  compues- 
ta formada  de  muchas  sílabas :  esa  clase  de  palabras  abundan  en  el  idio- 
ma mexicano,  y  son  propias  de  su  mecanismo  polisintético.  El  estilo 
poético  era  vivo,  brillante  y  figurado,  al  modo  oriental,  con  personifi- 
caciones ó  símiles  de  los  objetos  naturales.  Poemas  históricos,  himnos 
sagrados,  odas  morales  ó  eróticas,  descripciones,  todo  esto  comprendía 
la  poesía  antigua  de  los  Aztecas.  Debe  advertirse  respecto  á  los  canta- 
res  del  antiguo  México,  publicados  por  Pesado,  que  la  traducción  no  es 
suya ;  lo  que  hizo  fué  poner  libre  y  felizmente  en  magnifica  poesía  lo 
que  á  prosa  castellana  trasladaron  otros.  (Véase  nota  3?  al  fín  del  ca- 
pítulo). 

Como  poesías  nacionales  de  Pesado,  y  de  gran  mérito,  de  lo  mejor 
que  escribió  en  el  fondo  y  la  forma  deben  considerarse  también  los  so- 
netos descriptivos  intitulados :  "  Sitios  y  escenas  de  Drizaba  y  Córdo- 
ba," así  como  las  "Escenas  del  campo  y  de  la  aldea,"  donde  vemos 
pintadas  con  gracia  y  viveza  "  La  lid  de  toros, "  '*  La  carrera  de  caba- 
llos" etc.  Todas  estas  poesías  objetivas  son  de  más  importancia  artís- 
tica que  "  Las  Aztecas, "  porque  no  sólo  la  forma  sino  la  idea  pertene- 
cen al  escritor  mexicano,  salvo  alguna  reminiscencia  de  otro  poeta,  co- 
mo rasgos  de  Tibulo  que  se  notan  en  la  Imitación  con  que  comienzan 
las  EsceTias  del  campo. 

Epilogando  lo  que  hemos  dicho  respecto  á  Pesado  manifestaremos, 
«que  para  caracterizarle  bien  conviene  remontarse  á  las  literaturas  don- 
de se  inspiró,  con  cuya  mala  ó  buena  combinación  se  presenta  defec- 
tuoso, á  veces;  pero  otras  verdadero  ecléctico.  De  la  literatnra  greco - 
latina  tomó  Pesado,  en  ocasiones,  el  amor  algo  sensual  que  hemos  cen- 
surado'; pero  en  mayor  compensación  la  belleza  de  la  forma  que  hemos 
aplaudido.  En  la  escuela  italiana  estudió  el  amor  puro,  el  amor  plató- 
nico :  alguna  vez  Pesado,  como  los  demás  poetas  platónicos,  degeneró 
en  una  especie  de  metafísica  amorosa.  De  la  Biblia  sacó  nuestro  poeta 
el  estilo  oriental  de  sus  composiciones  religiosas.  Los  sentimentalistas 


822  REVISTA  NACIONAL. 


Como  trozado  lirio, 
Que  sufre  del  Agosto  los  rigores, 

Yaces  con  el  martirio: 

Cargaste  mis  errores, 
Y  eres  varón  de  penas  y  dolores. 

La  parte  cuarta  es  la  profecía  sobre  la  destrucción  de  Jerusalem,  ex- 
(n^ada  por  medio  de  armoniosos  versos  de  diez  silabas. 

En  esa  parte  se  usa  defectuosamente,  á  veces,  en  los  versos  4"  y  9", 
ya  asonante,  ya  consonante,  y  se  hallan  algunas  faltas  de  gradación^ 
como  cuando  se  dice  que  "los  levitas  tuvieron  pavor  y  susto. " 

La  parte  quinta  es  una  elegia  que  entona  el  poeta  al  contemplar  las 
ruinas  de  la  ciudad  santa,  elegia  notable  por  lo  sentido  del  tono  y  por 
la  viveza  de  las  imágenes. 

Su  grandeza  y  beldad  están  perdidas, 
Sus  calles  enlutadas  y  desiertas, 
Sus  torres  y  murallas  derruidas, 

Destrozadas  sus  puertas. 
Asentados  en  tierra  sus  ancianos 
Sobre  ceniza  vil,  gimen  dolientes; 
Sus  vírgenes  también  con  lloros  vanos 

Humillaron  sus  frentes. 

La  parte  sexta  es  un  correcto  romance  donde  sólo  una  vez  incurre 
el  autor  en  el  defecto  de  asonantar  los  versos  impares.  Tiene  por  ar- 
gumento pintar,  á  grandes  rasgos,  y  con  acento  lírico  de  pena,  los  su- 
cesos desgraciados  de  Jerusalem  en  la  época  de  los  Mahometanos,  de 
las  Cruzadas,  etc. 

La  parte  séptima  contiene  la  visión  del  juicio  final,  en  gusto  bíblico, 
y  por  medio  de  tercetos  generalmente  eufónicos  y  bien  trabados,  notán- 
dose pocas  veces  el  abuso  de  la  sinéresis  ú  otro  defecto  de  forma.  La 
falta  más  notable  de  la  parte  séptima  consiste  en  una  idea  mezquina,  ^ 
suponer  el  poeta  que  al  volver  de  un  éxtasis  vio  se  encontraba  en  un 
árido  desierto  á  la  luz  de  un  fósforo.  Concluye  la  parte  séptima  con 
un  bello  contraste,  la  descripción  de  Jerusalem  después  del  juicio  final. 

Los  montes  no  estorbaban  el  camino. 

Saltaban  de  contento  los  collados,  « 

Brillaba  en  lo  alto  el  cielo  cristalino. 


LITERATURA  MEXICANA.  323 

Claras  fuentes  y  lagos  sosegados, 
Vergeles,  huertos,  frescas  alamedas 
Hallaba  á  su  descanso  preparados, 
T  frutos  en  las  grandes  arboledas : 
La  mano  del  Eterno  le  cubría, 
Dando  sombra  á  sus  sendas  y  veredas. 
Jerusalem,  Jerusalem,  decía 
La  turba  innumerable,  y  sus  acentos 
La  bóveda  celeste  repetía. 
Entonces  resonaron  en  los  vientos 
Mil  himnos  de  alabanza  y  de  victoria, 
A  que  unieron  alegres  sus  concentos 
Los  espíritus  puros  do  la  gloria. 

En  el  verso  segundo  puede  observarse  una  figura  atrevida,  propia  de 
la  poesia  hebrea,  las  cuales  usa  el  autor  frecuentemente  en  sus  compo- 
siciones religiosas. 

La  parte  octava  es  el  himno  á  que  se  refieren  los  últímos  versos  de 
la  parte  séptima.  En  ese  himno  se  observan  dos  defectos:  algún  verso 
asonante  en  lugar  de  consonante,  y  una  locución  no  sólo  prosaica  sino 
vulgar,  y  que  choca  más  aplicada  á  Jehovah. 


Viva,  viva  Jehova,  que  on  la  guerra. 


Ningún  defecto  notable  se  encuentra  en  la  novena  y  última  parte 
del  poema,  siendo,  por  el  contrario,  una  magnifica  y  elevada  descrip- 
ción apocalíptica,  en  cadenciosas  octavas,  de  la  celestialJerúsalem,  con 
lodo  el  lujo  de  la  poesia  oriental. 

Los  ciclos  y  los  astros  de  repente 
En  pavesas  y  en  humo  se  deshacen.; 

Y  otro  cielo,  otro  sol  más  refulgente, 

Y  estrellas  más  espléndidas  renacen. 
El  alto  empíreo  muéstrase  patente, 

Y  entre  luces  sin  fin,  que  de  allí  nacen, 
Al  suelo  baja  una  ciudad  divina, 
Como  esposa  que  al  tálamo  camina. 

Y  llega  y  se  establece  en  el  cimiento 
Do  la  antigua  Solima  fué  labrada: 
Tiene  de  oro  macizo  el  fundamento 

Más  pura  es  que «1 -cristal,  más  acendrada: 


828  REVISTA  NACIONAL 


cine,  mientras  que  Demaugeot  en  su  Historia  de  la  literatura  francesa 
prefiere  Hacine  á  Shakespeare.  Amor  pairix  ratio  valentior  omnia. 
Es  natural  que  el  critico  inglés  defienda  á  su  compatriota,  y  el  francés 
al  suyo.  Nosotros,  respecto  á  los  dos  dramaturgos  en  paralelo,  repeti- 
mos aquello  de:  Magni  surUf  homines  tamen.  Cada  uno  tiene  sus  pe- 
culiares bellezas  y  defectos.  Racine  suele  pecar  por  estudiado,  y  Shakes- 
peare por  demasiado  llano.  César  Cantú,  haciendo  el  parangón  de  es- 
tos dos  poetas,  dice  que  Shakespeare  arrastra  al  espectador  á  través 
de  rocas  y  precipicios,  mientras  Racine  nos  lleva  suavemente  por  los 
senderos  de  un  jardín.  El  mismo  Cantú  elogia  las  medias  tirUas  del 
poeta  francés  que  otros  críticos  han  censurado  calificándole  de  pálido, 
entre  ellos  los  españoles  Menéndez  Pelayo  y  Giner.  Por  el  contrario' 
el  famoso  humanista  espafiol.  Burgos,  llama  á  Racine  "el  más  ilustre 
de  los  trágicos  modernos.**  (Nota  á  la  traducción  de  Horacio.)  Cha- 
teaubriand y  Madame  Stael  preferían  la  Fedra  de  Racine  á  la  de  Eurí- 
pides. Nos  extenderíamos  demasiado  si  hubiéramos  de  repetir  todo  lo 
que  se  ha  escrito  en  justo  elogio  del  dramaturgo  francés. 

3?  Como,  según  dijimos  en  el  capítulo  I,  no  entra  en  el  plan  de  nues- 
tra obra  remontamos  á  la  civilización  de  los  antiguos  mexicanos,  de 
influencia  nula  para  nosotros,  sólo  tocamos  ese  punto  incidentalmente 
cuando  viene  al  caso,  como  al  tratar  de  Pesado.  Agregaremos  ahora, 
que  los  aztecas  tenían  algunos  rudimentos  del  arte  dramático.  Repre- 
sentaban escenas  burlescas,  en  las  cuales  los  actores  se  fingían  cojos, 
sordos,  tullidos,  etc.,  ó  bien  se  vestían  de  sapos,  lagartijas  ú  otra  clase 
de  animales.  Estas  representaciones  facilitaron  la  representación  de  los 
dramas  religiosos  que  se  verificaron  recién  hecha  la  conquista.  El  poe- 
ta  más  célebre  de  la  raza  indígena  fué  el  rey  de  Texcoco,  Netzahual- 
cóyotl; pero  hubo  otros  muchos,  los  cuales,  por  lo  común,  pertenecían 
á  la  clase  sacerdotal.  Ixtlilxochitl,  en  su  Historia  Chichimecüy  habla 
de  una  famosa  poetisa  que  hubo  en  Tula.  En  la  Gramática  mexicana 
de  Carochi,  se  hallan  insertos  algunos  versos  de  los  antiguos  mexica- 
nos; y  de  su  Teatro  da  razón  el  padre  Duran,  á  quien  copió  Acosta,  y 
á  éste  otros  muchos.  Respecto  á  lo  que  hemos  llamado  poesía  indo- 
hispana,  véase  el  citado  capítulo  I. 

4*  Precedida  de  un  prólogo  del  Obispo  D.  Ignacio  Montes  de  Oca 
se  ha  publicado  una  tercera  edición  de  las  poesías  de  Pesado,  que  con- 
tiene las  incluidas  en  la  segunda  edición,  las  impresas  separadamente 
y  algunas  inéditas.  Nos  hemos  aprovechado  de  esa  tercera  edición 


LITERATURA  MEXICANA.  829 

para  hacer  á  nuestra  obra  varios  aumentos  y  correcciones.  Con  el  pró- 
logo de  Montes  de  Oca  varaos  de  acuerdo  en  parte;  pero  no  en  los  pun- 
tos que  brevemente  pasamos  á  examinar,  citando  las  páginas  respec- 
tivas. 

Página  VIL  Montes  de  Oca  cree  que  las  poesías  eróticas  de  Pesado 
(pertenecientes  á  la  primera  parte)  más  admiradas  son:  ''La  primera 
impresión  de  amor/'  ''Mi  amada  en  la  misa  del  alba'^  y  "Rendimien- 
to enamorado.''  A  nosotros  nos  parece  de  poco  mérito  la  primera,  por 
las  razones  dadas  en  el  capitulo  anterior. 

Página  VIIL  Según  Montes  de  Oca,  "Petrarca  y  Herrera  estaban 
presentes  en  la  memoria  de  Pesado  al  escribir  sus  rimas  amorosas.^* 
Falta  advertir  que  Pesado  no  sólo  imitó  á  esos  poetas  en  sus  bellezas, 
sino  á  veces  en  sus  defectos,  en  la  metañsica  amorosa. 

Página  VIIL  Hablando  Montes  de  Oca  de  la  pureza  de  sentimientos 
de  Pesado,  asienta  "que  el  que  osare  interpretar  torcidamente  versos 
que  la  niña  más  casta  puede  leer,  daría  pruebas  de  refinada  malicia  y 
poquísimo  criterio."  Dejando  á  un  lado  el  tono  de  regaño  que  tiene 
este  pasaje  de  Montes  de  Oca,  así  como  otros  de  su  Prólogo,  observa- 
remos que  dijo  bien  respecto  á  que  Pesado  no  fué,  en  sus  poesías,  obs- 
ceno ni  deshonesto;  pero  es  ir  muy  lejos  suponer  que  nuestro  poeta  no 
tomó,  en  ocasiones,  el  color  sensual  de  la  escuela  clásica.  Pesado  mis- 
mo corrígió  sus  poesías,  en  ese  sentido,  de  la  primera  á  la  segunda  edi- 
ción, y  dejando  todavía  algo  que  desear,  según  hemos  observado  nos- 
otros. Ahora  bien,  por  mucha  que  sea  la  penetración  de  Montes  de 
Oca,  no  ha  de  conocer  el  espíritu  de  las  obras  de  Pesado  mejor  que  és- 
te. Aquí  Montes  de  Oca,  como  vulgarmente  se  dice,  se  mostró  más 
católico  que  el  Papa. 

Página  VIIL  Declara  Montes  de  Oca  "que  le  encantan  varias  poe- 
sías eróticas  de  Pesado,  entre  ellas  la  intitulada  VcUle  de  mi  infanciay 
Precisamente  esta  es  una  de  las  que  tienen  el  color  sensual  de  la  lite- 
ratura greco-latina  á  que  nos  hemos  referido  antes. 

Página  X.  Asegura  Montes  de  Oca  que  en  materia  de  faltas  prosódi- 
cas "se  acomodó  Pesado  al  gusto  reinante  entre  los  literatos  en  las  di- 
versas épocas  en  que  escribió."  No  es  exacto,  pues  al  hablar  de  Ortega 
(capítulo  XII),  hemos  explicado  que  éste  dio  á  conocer  en  México  la 
buena  prosodia  castellana,  la  cual  Pesado  tuvo  bastante  oportunidad 
de  aprender  con  sólo  la  doctrina  y  la  práctica  de  su  compatriota. 

Página  XI.  Montes  de  Oca  hace  suyo  un  pasaje  de  Menéndez  Pela- 


880  REVISTA  NACIONAL. 

yo,  donde  califíca  á  Pesado  de  eximio  poeta  cMsico,  y  donde  ensalza  el 
verso  suelto  de  las  poesías  de  nuestro  poeta  intituladas  "El  Hombre/^ 
"El  Sepulcro"  y  "La  Inmortalidad."  Refutando  nosotros  á  Menéndez 
Pelayo,  hemos  explicado  en  el  Prólogo  de  la  presente  obra,  que  Pesado 
no  es  clásico  puro,  y  que  La  Inmortalidad  es  un  plagio  de  Lamartine. 
Véase  dicho  Prólogo. 

Página  XL  Considera  Montes  de  Oca  que  la  poesía  de  Pesado  inti- 
tulada La  Visión^  es  una  hermosa  muestra  "de  lo  que  han  dado  en  lla- 
mar subjetivo."  Creemos  qtie  los  que  han  dado  en  clasifícar  la  poesía 
en  subjetiva  y  objetiva,  han  dado  en  hacer  una  cosa  bien  hecha,  por  ser 
una  clasificación  lógica,  á  saber,  lo  perteneciente  al  poeta,  al  sujeto,  y 
lo  que  es  extemo,  el  objeto,  Menéndez  Pelayo,  una  de  las  autoridades 
de  Montes  de  Oca,  llama  á  Hegel  "el  Aristóteles  moderno,"  en  su  Hte- 
taria  de  la8  ideas  estéticas  en  España,  Pues  bien,  Hegel,  en  su  exce- 
lente Curso  de  estética^  ha  sido  uno  de  los  principales  propagadores  de 
la  clasifícación  dicha,  adoptada  hoy  por  los  mejores  preceptistas.  En 
el  capítulo  20  de  la  presente  obra,  nota  segunda,  tratamos  de  la  vicio- 
sa clasifícación  que  se  hace  en  México,  de  la  poesía,  por  los  que  toda- 
vía no  han  dado  en  adoptar  el  sistema  moderno. 

Pág.  Xn.  Dice  Montes  de  Oca  "que  sería  de  desearse  hubiera  allía- 
dido  Pesado  una  sección  intitulada  Imitación  de  diversos,  para  imponer 
silencio  á  los  que  le  han  acusado  de  aprovecharse  de  trabajos  de  los 
poetas  extranjeros."  Pero  como  esa  sección  no  se  puso,  resulta  que 
Pesado  hizo  mal  en  ello,  y  bien  los  críticos  en  acusarle  de  plagiario, 
cuando  entre  sus  versos  encuentran  algunos  ajenos  sin  aclaración  so- 
bre el  particular. 

Página  XIII.  Confiesa  Montes  de  Oca  que,  si  bien  el  nombre  de  Eva- 
sio  Leone  se  halla  en  la  advertencia  que  precede  al  Cantar  de  Carda- 
res, traducción  de  Pesado,  no  se  hizo  lo  mismo  en  el  poema  La  Jeru' 
salem  "donde  hay  versos,  estrofas  y  aun  cantos  enteros  traducidos  de 
Leone."  Disculpa  esto  Montes  de  Oca  diciendo  "que  el  plan  del  poe- 
ma de  Pesado  no  es  idéntico,  y  que  no  podemos  gwirdar  rencor  á  éste 
porque  nos  hizo  saborear  en  castellano  las  bellezas  del  carmelita  tos- 
cano."  En  crítica  no  hay  rencor  ni  amor,  sino  imparcialidad  y,  por  lo 
tanto,  el  crítico  tiene  que  declarar  plagio  en  las  ideas,  lo  que  hizo  Pe- 
sado con  algunos  trozos  de  Leone,  respecto  á  LaJerusálem,  Del  Can- 
tar de  Cantares  observaremos  que  al  citar  Pesado  á  Leone,  lo  hace 
como  uno  de  tantos  traductores  del  poema,  pero  sin  confesar  haberse 


LITERATURA  MEXICANA.  881 

servido  de  la  versión  de  aquel,  nuevo  pecadillo  literario  de  D.  José  Joa- 
quín que,  en  vano,  quiere  ocultar  Montes  de  Oca. 

Página  XIV  y  siguientes.  Explica  Montes  de  Oca  que  Pesado,  en 
algunos  salmos,  acomodó  al  castellano  los  metros  toscanos,  lo  cual, 
decimos  nosotros,  ser  permitido;  pero  el  mismo  Montes  de  Oca  decla- 
ra que  la  bella  expresión  ludibrio  del  viento  del  ImraelUa  en  Bahüo' 
nia  es  de  Mattei.  Hé  aquí,  pues,  otro  caso  de  plagio,  aunque  breve,  kr 
los  plagios  de  Pesado  disfrazados  por  Montes  de  Oca,  con  más  ó  me- 
nos sutilezas,  y  á  los  que  hemos  indicado  en  el  capítulo  anterior,  pu- 
diéramos añadir  otros  casos;  pero  para  no  ser  prolijos  baste,  por  ahora, 
el  siguiente  ejemplo.  Los  famosos  versos  de  '*Mi  amada  en  la  misa 
del  alba,''  que  comienzan  diciendo.  Si  gentil  hubiera  sido,  son  toma- 
dos sustancialmente  del  '^Judas  Macabeo''  de  Calderón  de  la  Barca, 
hablando  Lisias  con  Cloriquea.  Véase  Biblioteca  de  Rivadeneira,  tom. 
7,  pág.  320. 

Página  XVIII.  Montes  de  Oca  hace  suyo  un  pasaje  de  Menéndez  Pe- 
layo  donde  declara  "que  Pesado  va  al  frente  de  todos  los  poetas  me- 
xicanos.'' Pesado,  no  obstante  sus  plagios  y  demás  defectos,  es  un 
buen  poeta;  pero  no  el  mejor  de  México,  según  explicamos  en  el  Pró- 
logo de  esta  obra,  refutando  los  errores,  más  ó  menos  crasos,  en  que 
ha  incurrido  Menéndez  Pe]  ayo  al  escribir  sobre  autores  mexicanos. 

Resumiendo:  el  Prólogo  de  Montes  de  Oca  no  es  un  juicio  impar- 
cial, sino  una  defensa  apasionada  y,  en  consecuencia,  errónea,  como 
son  casi  siempre  esa  clase  de  escritos,  especie  de  alegatos  forzados,  de- 
dicados á  ocultar  defectos  y  abultar  buenas  cualidades,  que  se  forman 
para  dar  gusto  á  un  amigo,  y  que  debían  desterrarse  como  plaga  lite- 
raria. Si  no  se  cree  en  los  prólogos,  resultan  perjudicados  el  elogiado 
y  su  panegirista;  y  si  se  cree,  entonces  el  juicio  público  se  extravía. 
También  en  España  existe  la  plaga  de  los  prólogos:  según  la  obrita 
intitulada  Ripios  aridocrátieoa,  "en  aquel  país  no  hay  libro  malo  que* 
no  vaya  precedido  de  un  prólogo  de  Menéndez  Pelayo."  En  lugar  dé- 
los tales  escritos  se  usaban  antes  elogios  ridículos  en  prosa  y  verso,, 
de  los  cuales  se  burló  Cervantes,  en  el  Quijote,  así  como  el  sabio  co- 
mentador de  esa  novela,  Clemencín. 

El  caso  es  que,  en  México,  las  alabanzas  exajeradas  de  Montes  de 
Oca  y  de  Menéndez  Pelayo  á  Pesado  no  han  producido  entusiasmo  á 
favor  de  éste:  Roa  Barcena,  Acopio  de  sonetee  (página  146),  se  queja, 
en  sustantancia,  del  poco  oaio  que  se  ha  hecho  de  la  tercera  edicióD 


882  REVISTA  NACIONAL. 


de  las  poesías  que  nos  ocupan,  mientras  que  recientemente,  en  el  pe- 
riódico La  Juventud  Literaria  se  llama  á  Pesado,  con  toda  claridad, 
plagiario.  Nosotros  creemos  habernos  puesto  en  el  in  medio  virtus, 
entre  panegiristas  y  detractores. 

•  En  último  análisis,  propondríamos,  entre  los  amigos  y  enemigos  de 
Pesado,  esta  transacción  literaria.  ^ 'Hacer  á  un  lado  lo  relativo  á  pla- 
gios de  Pesado,  dando  por  supuesto  que  los  confesó,  y  declararle  exce- 
lente traductor,  á  veces,  hábil  imitador  en  otras,  y  buen  poeta  original 
algunas  ocasiones,  siempre  inclinado  al  eclecticismo,  á  la  combina- 
ción de  la  forma  clásica  con  el  fondo  romántico.^* 


FRANaSGO  PlMENTEL. 


LAS  BOCAS  DEL  LAGO. 


(TRADICIÓN  MEXICANA.) 


JLXj    SXiCZliTSliT'X'X:    JPO^lTJi^    Q-JJXIjXj^TÍ,1^0    FTi,XJS¡TO, 


EL  TECOLOTE. 


DeMto  mi  TOS  en  Mllosot,  me  aflijo  al 
recordar  que  debemos  abandonar  las  be- 
llas florea 

CantartM  Mexieanoi.  Trad.  de  loe  Srei. 
BrÍDton  7  YigU.  (Oa&tar  XI.) 


Duerme,  lago  de  Texcoco, 
reposa,  bendito  lago, 
que  ya  muy  pronto  la  luna 
en  tí  quebrará  sus  rayos. 

Ya  el  crepúsculo  se  esconde 
tras  de  los  montes  lejanos. 


LAS  ROCAS  DEL  LAGO.  8» 


y  deja  tras  si  una  cauda 
de  celajes  encamados 
que  flotan  como  las  plumas 
de  algún  sangriento  penacho. 

Duerme,  lago  cristalino; 
y  mientras  duermes,  ufanos, 
arrojarán  á  tus  ondas 
los  jardines  solitarios, 
yoloxóchiles  fragantes, 
floripondios  de  alabastro, 
cempoalxóchiles  de  oro, 
cacomites  atigrados. 

Duerme,  lago  de  los  indios, 
reposa,  bendito  lago: 
TenochtiUán  y  Texcoco 
están  tu  suefio  velando! 

Ya  la  noche  con  un  beso 
cerró  á  la  tarde  los  párpados, 
y  la  luna  melancólica 
lentamente  se  ha  elevado. 
Las  apipizcas  se  fueron; 
las  gallaretas  callaron; 
huyen,  volando  en  parvadas, 
las  garcetas  y  los  patos. . . . 
¡Tenochtitlán  y  Texcoco 
están  tu  suefio  velando! 
Deja  que  adornen  tu  frente 
los  jardines  perfumados; 
deja,  lago,  que  en  tus  ondas 
la  luna  empape  sus  rayos! 

*** 
Pasan  las  horas....  la  nube, 
que  el  horizonte  azulado 
manchó  un  instante,  subiendo 
oculta  la  faz  del  astro. 
Se  oscurece....!  Cruza  un  ave 
por  los  tulares  cercanos, 


m  AKVIBTA  NACIOHAL. 


y  el  canto  del  tecolote 
resuena,  triste,  en  los  campos! 
Llega....  sus  ojos  de  lumbre 
se  reflejan  en  el  lago; 
llega. ...  y  el  vuelo  detiene 
entre  las  frondas  de  un  árbol, 
y  se  ven  allí  sus  ojos 
pavorosos....  flameando, 
como  topados  dé  fuego 

en  la  tiniebla  engarzados 

¡Eh!  ¿quién  viene...?  se  oye  el  ruido 
de  algunos  remos,  lejano; 
y,  en  las  chinampas,  los  ecos 
están  prestos  esperando. 
¿Quién  se  aproxima...?  Más  cerca 
se  oye  el  rumor  temerario, 
y  sus  alas  impalpables 
•despliegan  los  ecos  raudos. 
¡Ea!  ¿quién  pasa...?  De  la  luna 
se  rasga  el  tenue  sudario, 
y  su  luz  tiñendo  el  aire 

cae  sobre  el  agua  jugando 

¡Ah,  mirad!  ¡una  canoa! 
¡Parece  un  ánade  blanco, 
que  va  tejiendo  una  cinta 
de  diamantes  sobre  el  lagol 
Dos  indios  bogan  en  ella, 
dos  indios  enamorados, 
•que  á  Texcoco  se  dirigen 

lentamente,  conversando 

T  se  aleja  la  canoa 

:¡Parece  un  ánade  blanco! 

*** 
¡Qué  pequeüa  es  la  cabafía 
y  qué  humilde!  Su  cercado 
es  una  malla  de  tules 
•donde  canta* el  aire  patrio; 


liAS  ROCAS  DEL  LAQO.  886 


con  otates  de  la  Sierra 

sus  paredes  se  formaron; 

y  su  techo  está  tejido 

con  las  pencas  que  en  el  campo 

los  magueyes  abandonan, 

de  dar  su  néctar  cansados. 

Y  desembarcan  los  indios, 
y  avanzan  con  lento  paso 
hacia  la  pobre  cabafia 
que  es  de  su  amor  el  palacio.... 
Oh!  llorosa  Tepazula! 
Oh!  palomita  del  lago! 
iQué  linda  es  tu  faz!  Tú  tienes 
más  sangre  en  los  gruesos  labios, 
que  la  que  ofrece  en  sus  fiestas 
á  Dios,  el  Teocali  santo; 
tu  tez  el  pifión  envidia; 
y  tus  ojos  desmayados 
son  negros  como  los  frutos 
del  capulin....  Y  tu  amado, 
ese  guerrero  que  esconde 
la  tempestad  de  su  cráneo 
bajo  el  plumaje  del  águila 
que  ñnge  su  rudo  casco, 
ése  también  es  hermoso: 
moreno,  esbelto  y  bizarro.... 
Oh!  Nopaltzín....  Tepazula, 
ya  oyó  vuestro  beso  el  lago....! 

Los  dos  indios  se  contemplan; 
avanzan  con  lento  paso, 
en  el  umbral  se  detienen, 
se  besan  más,  sollozando, 
y  ella  penetra  en  la  choza, 
y  él  se  aleja  cabizbajo. 

*** 
Duerme  el  lago  de  Texcoco ; 
reposa  el  bendito  lago, 


886  REVISTA  NACIONAL. 


y  el  indio,  de  su  canoa 
desata  los  rudos  lazos ; 
nervioso  empufia  los  remos, 
se  va  alejando,  alejando, 
y  derrama  su  tristeza 
en  la  soledad  del  lago ! 
I  Canta !  que  á  veces  el  hombre, 
de  llorar  avergonzado, 
forma  notas  con  las  lágrimas 
y  eleva,  entonces,  un  canto ! 

¡Canta! y  su  voz  se  deshace, 

como  el  humo,  en  el  espacio: 

''Tepazula Tepazula 

oh!  tortolita  del  lago! 

mi  voz  desato  en  sollozos, 

y  me  aflijo,  recordando 

que  abandonar  es  preciso 

las  flores  de  nuestros  prados. 

Aguarda,  vc^  á  la  guerra. 

¡Nuestro  amor  no  será  esclavo!". 

Desparece  la  canoa 

en  el  confin  azulado 

y  pasa  el  tiempo! La  nube, 

que  su  bandera  de  raso 
prendió  en  el  cielo,  la  extiende 
cubriendo  la  faz  del  astro. 

Atended! En  los  tulares 

se  oye  un  rumor  funerario : 
palidecen  las  estrellas, 
de  terror,  en  el  espacio ; 
se  ven  dos  dardos  de  fuego 
en  la  tiniebla  clavados, 
y  el  canto  del  tecolote 
solemne  inunda  los  campos! 


LAS  KOCAS  DEL  LAGO.  8S7 


II 

LAS  DOS  ROCAS. 


"  Que  mi  alma  m  enmelTa  ea  Tarlaa  floral ; 
que  M  cmbrlafiM  oon  ellas,  porque  pronto  debo 
ausentarme,  llorando  ante  la  ftw  de  nncetra 
madre.... 

...  .70  Í07  miserable  oomo  la  última  flor 

Oamtarm  Mexicano*  (Cantares  XI 7  XYin.) 


No  es  verdad !  no  fué  derrota 
el  final  de  esa  batalla : 
no  se  rindieron  los  indios, 
se  deshicieron  sus  armas ! 
No  es  verdad !  no  fué  valiente 
la  conquistadora  raza, 
que  despertando  los  odios 
de  los  pueblos  del  Anáhuac, 
los  unió  para  arrojarlos, 
como  leones  con  rabia, 
sobre  el  grupo  de  gigantes 
que  á  Tenochtitlán  guardaban. 
No  es  verdad !  El  honor  pide 
que  haya  igualdad  en  las  armas, 
y  alli  la  flecha  era  débil, 
y  alli  eran  fuertes  las  balas ;  * 
jamás  se  partió  el  acero 
al  golpe  de  la  obsidiana, 
y  el  heroísmo  fué  inútil 
ante  la  traición  armada! 
Vencer  así  no  es  victoria ! 
i  Hundir  de  un  golpe  una  raza 
que  al  encontrarse  sin  fuerzas, 

y  débil y  desarmada, 

aún  se  defiende  y,  sublime, 
de  su  existencia  hace  un  arma ! 

i  ah,  no  es  victoria ! Por  eso 

aún  vives,  tribu  bizarra ; 
por  eso  en  las  tibias  noches 

R.  K.— T.  II-M 


ttS  REVISTA  NACIONAL. 


de  la  tierra  americana, 
los  que  nos  hemos  dormido 
en  el  seno  de  tu  patria, 
solemos  oirtus  pasos 
allá  en  el  fondo  del  alma! 

¡Salud! Ya  puedes  altiva, 

vivir  la  vida  sagrada 

que  llaman  gloria  los  hombres, 

¡Salud! ¡Levántate,  y  anda! 

**♦ 

Duerme,  lago  de  Texcoco ; 
duerme,  serena  tus  aguas, 
que  ya  tendió  la  tormenta, 
rendida,  sus  fuertes  alas ! 

Se  va! Mírala:  recoge 

su  clámide  ensangrentada; 
aún  quiere  lanzar  su  fuego 
sobre  las  frentes  de  nácar 

de  los  volcanes y  en  vano! 

que  ya  las  fuerzas  le  faltan, 

y  se  aleja y  palidece 

y  silenciosa  se  apaga ; 

¡  ay !  sabedlo :  ¡  no  la  alientan 

de  Cuauhtemoc  las  miradas ! 

Ya  el  rey  cayó ;  ya  su  cetro 
le  quitaron,  y  ya  España 
recibe,  alegre,  en  sus  brazos 

el  cadáver  del  Anáhuac! 

1  Tal  vez  por  eso  anochece ! 
¡  Tal  vez  por  eso  en  bandadas 
se  alejan  del  triste  lago 
fúnebremente  las  garzas ! 
¡  Tal  vez  por  eso  la  luna 
se  ha  levantado  tan  pálida! 

¡  Quién  sabe ! Los  chupam  irtos 

—  arco -iris  de  la  enramada — , 
los  pájaros  zumbadores 


LAS  KOCAS  DEL  LAQO.  8» 


que — trémulas  esmeraldas — 
daban  reflejos  al  aire 
y  al  nido  rumor  de  alas; 
los  gorriones  que  en  los  fresnos 
alegremente  charlaban, 
cuando  á  la  aurora  despierten 

¿no  llorarán  por  la  patria? 

Duerme,  lago  de  Texcoco ; 
que  no  contemplen  tus  aguas 
de  Tenochtitlán  las  ruinas 
húmedas  y  ensangrentadas : 
allí  agitan  las  hogueras 
sus  desinfectantes  llamas, 
alli  las  hambrientas  turbas, 
enflaquecidas  y  pálidas, 
avanzan  sobre  cadáveres 

y  sobre  escombros,  calladas 

Flores,  aves,  lagos,  montes, 
sollozad  por  el  Anáhuac! 


*** 


Ya  es  media  noche ;  es  la  hora 
en  que  Tláloo— dios  del  agua — 
visita  del  triste  lago 
las  cristalinas  comarcas. 
Al  reflejo  de  la  luna 
brillan  las  hierbas  mojadas, 
y  doblan  lánguidamente 
las  entumecidas  ramas 
que  desfloró  el  aguacero 
con  el  choque  de  sus  alas ; 
y  allá  en  los  inmensos  llanos, 
y  allá  en  las  tristes  calzadas, 
como  escuadrones  de  muertos 
se  ven  las  turbas  que  pasan : 

son  los  indios ¡los  vencidos! 

7  avanzan  lentos,  con  calma. 


340  REVISTA  NACIONAL. 


sin  llorar,  porque  en  sus  ojos 
el  valor  secó  las  lágrimas ! 
Ay !  el  rumor  que  se  escucha 
de  sollozos  y  plegarias, 
no  es  la  expresión  de  sus  duelos 
ni  la  expresión  de  sus  ansias, 
es  el  rumor  funerario 
de  las  cadenas  que  arrastran. 
En  Texcoco,  en  la  ribera, 
está  esperando  una  barca ; 
en  ella  una  joven  india, 
inmóvil,  también  aguarda: 

es  la  pobre  Tepazula 

Amapola  del  Anáhuac, 

¿  qué  piensas  ?. . .  ¿  á*  quién  esperas  ? 

¿á  quién  sollozando  llamas? 

¿á  tu  patria  vencedora? 
¡  infeliz !  murió  tu  patria ! 

¿á  tu  amor? ése  no  ha  muerto, 

y  viene  á  tí  como  el  águila, 
que  triste  retoma  al  nido 
después  de  romper  sus  garras ! 

Por  eso  lejos muy  lejos 

se  escuoha  una  voz  que  canta : 
"Tepazula,  Tepazula, 
si  pereció  nuestra  patria, 
nuestro  amor  no  será  esclavo : 
espera,  tórtola,  aguarda!^* 


*** 


Ved :  se  aleja  la  canoa 
sacando  astillas  de  plata! 
¡Con  qué  ternura  sonríe 
la  pareja  enamorada  I 
La  Madre  Naturaleza 
al  silencio  entregó  su  arpa, 
y  solo  á  turbar  se  atreven 


LAS  ROCAS  DEL  LAGO.  811 


la  majestad  de  su  calma, 
el  temblor  de  algunas  hojas 
ó  el  roce  de  algunas  alas. 

Y  el  indio  suelta  los  remos, 
crispa  las  manos,  se  para, 
golpea  su  frente,  del  casco 

las  corvas  plumas  arranca, 
y  grita  con  voz  de  trueno 
que  hasta  el  conñn  se  dilata: 

"i Sí,  morir! Yo  no  soporto 

la  esclavitud  del  Anáhuac ! 

i  Que  el  alma  se  envuelva  en  flores, 

que  se  embriague  al  aspirarlas, 

porque  pronto  he  de  ausentarme 

de  ti,  mi  madre,  mi  patria !  '* 

Y  los  ecos  huyen  raudos, 

y  tornan  de  las  montañas, 

y  emprenden  de  nuevo  el  vuelo 

llevando  en  sus  tenues  alas 

las  frases  sollozadoras 

de  una  voz  apasionada: 

"  Ay !  yo  soy  más  miserable 

que  la  última  flor — exclama — 

yo  también  te  quiero  mucho, 

mí  tierra,  mi  linda  garza. 

Nopal tzin,  muero  contigo 

¿Adonde  irán  nuestras  almas?" 

Y  los  amantes,  serenos, 
tienden,  mudos,  sus  miradas 
por  los  campos,  por  los  montes, 
por  el  cielo  y  por  el  agua ; 

se  contemplan ;  por  sus  labios 
discurre  sonrisa  amarga ; 
sus  manos  trémulas  unen ; 

nerviosamente  se  abrazan 

¡un  suspiro! luego  un  beso!...., 

¡  y  ai  triste  lago  se  lanzan ! 


Ma  REVISTA  NACIONAL. 


¿Qué  VOZ  grita  entre  las  olas? 
¿Por  qué  los  pájaros  cantan? 
¡Ea!  ¿quién  viene  por  los  campos 
rompiendo  todas  las  ramas? 

El  lago  agita  convulso 
su  manto  de  plumas  blancas ; 
y  dos  rocas,  que  la  luna 
envuelve  con  luz  de  nácar, 
dos  rocas  que  no  existían, 
enlazándose,  abrazadas, 
con  solemne  y  hondo  estruendo 

surgen  del  fondo  del  agua! 

Obi  Nopaltzin Tepazula, 

os  manda  un  beso  la  patria! 


III 


EL  ÁGUILA. 


Al  pMMu*  oigo  como  rí  Terdaderamente 
laf  rocas  rcupondlenuí  á  lo^  daloe*  canto* 
d«  lat  flores ;  responden  las  laclen  tes  j 
murmuradoras  aguas ;  la  fuente  axnlada 
canta,  se  estrella  y  Toelre  á  cantar. . . . 

Cmmímrt»  MexieanM  (Cantar  I.) 


Dejadla!  que  tienda  el  vuelo, 
que  altiva  las  nubes  rasgue, 
y  que  en  la  luz  de  la  aurora 
sus  fuertes  alas  empape! 
Tiene  derecho:  es  la  reina 
magnifica  de  los  aires ; 

es  el  águila! ¡Qué  hermosa  I 

Corvo  el  pico ;  flameante, 
la  amarillenta  pupila; 
la  pluma  morena  y  suave ; 
chata  la  frente,  la  garra 
siempre  dispuesta  al  combate, 


LAS  ROCAS  DEL  LAGO.  8« 


y  el  ademán  victorioso^ 
á  la  vez  dulce  y  salvaje  I 

Y  en  el  espacio  la  aurora 
su  rojo  cofre  entreabre, 
y  da  al  cielo  flecos  de  oro , 
y  da  á  la  tierra  diamantes. 
A  lo  lejos,  pensativos, 
se  yerguen  los  dos  volcanes ; 
México  eleva  su»  torres 
que  fresco  acaricia  el  aire ; 
el  aroma  de  los  campos 
corre  despertando  el  valle, 
y  el  otoflo  sóndente 
sacude,  alegre,  los  árboles 
para  que  inunden  las  huertas» 
ya  picados  por  las  av«s, 
duraznos  de  terciopelo, 
madroños  color  de  sangre. 

El  sol  asciende ;  y  el  lago 
de  Texcoco,  iluminándose, 
sus  rocas  al  sol  ensefla, 
sus  rocas,  donde  el  ramaje 
ofrece  sombra  y  reposo 
á  las  palomas  del  valle 

Labriegos  que  vuestro  arado 
gastáis  en  la  triste  margen, 
¿porqué  miráis  esas  rocas 
con  terror? — ¡Dios  nos  ampare! 
Porque  en  las  noches  de  luna, 
cuando  el  sueño  al  mundo  invade, 
se  besan  allí  dos  muertos; 
¡dos  muertos  que  son  amantes  I*— 

*** 
Un  instante,  y  después  otro, 
y  después  miles  de  instantes 
indiferentes  formaron 
trescientos  afios  cabales. 


Há  BEVUrrA  XACIONAL. 


Oh!  Nopaltzin Tqmziila, 

^acasomeob? ¡Quién  sabe! 

¡Los  muertos  ¡ay!  aunque  escuchen 

jamás  contestan  á  nadie! 

Cuando,  tristes,  vuestras  almas 

llegan  en  alas  del  aire, 

y  en  las  rocas  de  Texcoco 

se  besan  dulces  y  amantes, 

¿vienen  acaso  buscando 

á  sus  dioses  tutelares? 

¿Buscan,  acaso,  anhelosas 

el  ignorado  paraje 

donde  reposan  los  huesos 

de  Cuauhtemotzin  el  grande  ? 

¿Buscan,  acaso,  el  arrojo 

de  aquel  pueblo  de  gigantes 

para  llevarlo  á  las  nubes 

y  formar  mil  tempestades? 

i  Ah !  no  vengáis,  pobres  almas ; 

no  vengáis,  muertos  errantes ! 

La  noche  guarda  á  la  tierra 
en  su  cofre  de  azabache ; 
brillan  dos  ojos  de  lumbre 

en  el  fondo  del  paisaje 

lEl  tecolote! ¿Quién  viene? 

''¡Virgen  santal ¡Los  amantes!** 

dicen  las  gentes  del  pueblo, 
rezan  algo  santiguándose, 
y  después,  en  la  alta  noche, 
cuando  el  sueño  al  mundo  invade, 
se  escucha  el  rumor  de  un  beso 
que  inunda,  lánguido,  el  valle! 


*** 


¿Será  verdad  lo  que  cuentan? 

¿Quién  fué  testigo? ¡Dios  sabe! 

Pero  dicen  que  al  reflejo 


LAS  ROCAS  DEL  LaGO.  dl5 

de  una  alborada  radiante^ 
á  mediados  de  Septiembre 
del  año  de  diez,  de  sangre 
se  tifió  un  momento  el  lago, 
y  un  momento  tembló  el  valle. 
Y  dicen  que  por  el  cielo 
vino  un  águila  salvaje ; 
que  en  las  rocas  de  Texcoco, 
detuvo  el  vuelo  un  instante; 
que  en  ellas  dejó  una  rama 
de  laurel,  j  que  en  los  árboles 
de  la  ribera  sonaron 
desconocidos  cantares 

¡ Pueblo !  entonces  ¿qué  sentiste? 
¿qué  cantaste  en  tus  romances? 
¡  La  libertad  te  dio  un  beso, 
y  tú  también  la  besaste! 

El  terror  huyó  vencido. 
Los  cercanos  habitantes 
no  hablaron  de  almas  en  pena, 
sino  de  honor  y  combate ; 
y  ya  no  volvieron  nunca, 
en  la  alta  noche,  á  besarse 
sobre  las  rocas  del  lago, 
las  almas  de  los  amantes. 

¡Oh  libertad! Bendecidla, 

campos,  montes,  flores,  aves ! ! 


*** 


Habla  el  lago  de  Texcoco 
en  voz  baja  á  los  tulares, 
y  lo  que  dice  indiscreto, 
escucha,  al  pasar,  el  aire. 


1 


W6  REVISTA  NAOlONAl  . 


Tras  de  la  sierra  de  Ajusco 
desciende,  lenta,  la  tarde ; 
y  prendiendo  una  guirnalda 
de  luz  á  los  dos  volcanes, 
el  iris  finge  en  el  éter 
un  pabellón  trígarante 

¡Ehl  ¿Quién  viene  allá  á  lo  lejos? 
¿Qué  rumor  inunda  el  valle? 
¿Quién  pone  un  arpa  en  mis  manos? 

¡Es  la  Tradición! esa  ave 

que  llega  buscando  el  nido 
donde  duermen  mis  cantares! 

¡  Oh  Anáhuac !  —  ¡  nave  incendiada 
sobre  un  océano  de  sangre  I — 
I  Oh !  pueblo  de  héroes  sublimes ! 
I  Oh !  Cuauhtemoc  admirable ! 

¡  Oh !  Nopal tzin Tepazula 

melancólicos  amantes! 

¡Despertad! venid! un  beso 

poned  en  mi  arpa  anhelante, 

y  vivid,  siquiera  un  día, 

en  brazos  de  m is  romances ! 

Mas  ya  la  noche  callada 
cerró  tus  párpados,  Tarde! 

¡Qué  obscuridad! ¿Quién  se  agita 

entre  los  mustios  tulares? 

¡El  tecolote! Miradlo: 

lánguido  y  roto  el  plumaje; 

los  anchos  ojos  sin  brillo ; 

triste mudo ¡  agonizante ! 

México,  Septiembre  19  de  1889. 

José  M.  BUSTILLOS. 


ABEJA.  817 


ABEJA. 


l^Conñnúa,'] 

CAPITULO  XVIII. 

EN  EL  CUAL  EL  REY  LOG  EMPRENDE  ÜN  TERRIBLE  VIAJV. 

Al  salir  del  pozo  de  la  ciencia,  el  rey  Loe  se  dirigió  á  su  tesoro,  to- 
mó un  anillo  de  un  cofre,  del  cual  sólo  él  tenía  la  llave,  y  se  lo  puso 
en  el  dedo.  El  engarce  de  este  anillo  despedía  una  luz  viva,  porque  es- 
taba form^o  de  una  piedra  mágica,  cuya  virtud  hará  conocer  el  curso 
de  nuestro  relato.  El  rey  Loe  fué  en  seguida  á  su  palacio ;  se  vistió  con 
un  manto  de  viaje ;  i^e  calzó  con  fuertes  botas  y  tomó  su  bastón ;  des- 
pués comenzó  á  viajar  á  través  de  calles  populosas,  de  grandes  cami- 
nos, de  pueblos,  de  galerías  de  pórfido,  de  cascadas  de  petróleo  y  de 
grutas  de  cristal,  que  se  comunicaban  entre  si  por  estrechas  aberturas. 

Parecía  pensar,  y  pronunciaba  palabras  que  no  tenían  sentido.  Pero 
caminaba  obstinadamente.  Las  montafias  interrumpían  su  camino  y  es- 
calaba las  montañas;  los  precipicios  se  abrían  á  sus  pies  y  bajaba  por 
los  precipicios ;  cruzaba  los  vados;  y  atravesaba  espantosas  regiones  obs- 
curecidas por  vapores  de  azufre.  Caminaba  por  ardientes  lavas  donde 
los  pies  dejaban  sus  huellas,  y  tenía  el  aire  de  un  viajero  extremada- 
mente testarudo.  Se  perdía  en  cavernas  sombrías,  donde  el  agua,  fil- 
trándose gota  á  gota,  corría  como  lágrimas,  á  lo  largo  de  las  algas,  y  for- 
maba sobre  el  suelo  desigual,  lagunas,  en  las  que  innumerables  crus- 
táceos cruzaban  como  monstruos.  Las  tortugas  enormes,  las  langostas, 
los  cangrejos  gigantescos,  las  arafías  de  mar,  luchaban  á  los  pies  del 
Enano ;  después  se  iban  abandonando  alguna  de  sus  patas,  y  desper- 
tando en  su  fuga  á  horrorosos  pez-espadas,  á  pulpos  seculares,  que  de 
repente  agitaban  sus  cien  brazos,  y  vomitaban  por  su  pico  de  pájaro  al- 
gún fétido  pescado.  No  obstante  esto,  el  rey  avanzaba.  Llegó  hasta  el 
fondo  de  las  cavernas,  donde  había  un  amontonamiento  de  caparazo- 
nes provistos  de  puntas,  de  pinzas  con  dobles  sierras,  de  patas  que  les 
subían  hasta  el  cuello  y  de  ojos  mohines,  armados,  por  último,  con  lar- 
gos brazos.  Trepó  por  el  flanco  de  la  caverna  agarrándose  á  las  aspe- 


Mi  REVISTA  3ÍACIOXAL 


rezas  de  la  roca :  los  mónstraos  acorazados  subían  con  él,  t  no  se  de- 
tOYO  sino  hasta  reconocer  y  tocar  una  piedra  que  sobresalía  en  medio 
de  b  bófeda  natura].  Tocó  con  su  mágico  anillo  la  piedra,  que  estalló 
de  repente  con  gran  estrépito,  y  á  la  Tez  una  oleada  de  luz  esparció  sos 
bellas  ondas  en  la  cat ema,  y  poso  en  fuga  á  las  bestias  que  habitaban 
en  las  tinieblas. 

El  rey  Loe  introdujo  la  cabeza  por  la  abertura  desde  donde  se  perci- 
bía el  dia,  y  tío  á  Jorge  de  Blanchelande  que  se  lamentaba  en  su  pri- 
sión de  TÍdrio,  pensando  en  Abeja  y  en  la  tierra.  Porque  el  rey  Loe 
había  emprendido  su  TÍaje  para  libertar  al  cautÍTO  de  las  Ondinas.  Pe- 
ro al  Ter  aquella  tosca  cabeza  llena  de  pelo,  de  cejas  arqueadas,  y  bar- 
buda, que  lo  miraba  desde  el  fondo  del  embudo  de  crista),  Jorge  creyó 
qoe  le  amenazaba  un  gran  peligro,  y  buscó  su  espada,  sin  recordar  que 
la  había  roto  en  el  pecho  de  la  mujer  de  los  ojos  Terdes.  Sin  embar- 
go, el  rey  Loe  le  contempló  con  curiosidad. 

—  ¡  Psit !  se  dijo,  ¡  si  es  un  niflo ! 

Era  en  efecto  un  niño  muy  sencillo,  y  debía  á  su  gran  sencillez  el 
haber  escapado  de  los  besos,  deliciosos  y  mortales,  de  la  reina  de  las 
Ondinas.  Aristóteles  con  toda  su  ciencia,  no  se  hubiera  salvado  con 
tanta  facilidad. 

Jorge,  viéndose  sin  defensa,  preguntó : 

— ¿Qué  me  quieres  tosca  cabeza?  ¿Porqué  hacerme  mal,  si  yo  nun- 
ca te  lo  he  hecho  ? 

El  rey  Loe  respondió  con  un  tono  entre  jovial  y  áspero : 

—  Bonito  mío,  no  sabéis  si  me  habéis  hecho  dafío,  porque  ignoráis 
las  causas  y  los  efectos,  las  acciones  reflejas,  y  en  general  toda  la  fílo- 
sofía.  Pero  no  hablemos  más  de  esto.  Si  no  os  repugna  salir  de  vues- 
tro embudo,  venid  por  aquí. 

Jorge,se  metió  al  instante  en  la  caverna,  deslizándose  á  lo  largo  de 
la  pared,  y,  cuando  estuvo  en  salvo : 

— Sois  un  valiente,  pequefio  hombre,  le  dijo  á  su  libertador;  os  ama- 
ré toda  mi  vida  ¿pero  sabéis  en  donde  está  Abeja  de  los  Clarides? 

— Sé  muchas  cosas,  respondió  el  Enano,  y  principalmente  que  no 
me  gustan  las  preguntas. 

Jorge,  al  escuchar  estas  palabras,  permaneció  muy  confuso,  y  siguió 
en  silencio  á  su  guía,  aspirando  el  aire  pesado  y  negro  donde  se  agita- 
ban los  pulpos  y  los  crustáceos.  Entonces  el  rey  Loe  le  dijo  con  burla: 

—  ¡  El  camino  no  es  para  carruajes,  mi  joven  príncipe ! 


ABEJA.  S48 

— Seflor,  le  respondió  Jorge,  el  camino  de  la  libertad  es  siempre  her- 
moso, y  no  temo  extraviarme  siguiendo  á  mi  bienhechor. 

El  pequeño  rey  Loe  se  mordió  los  labios. 

Cuando  llegaron  á  las  galerías  de  pórfido,  le  mostró  el  joven  una  es- 
calera, practicada  en  la  roca  por  los  Enanos,  para  subir  á  la  tierra. 

—  He  aquí  vuestro  camino,  le  dijo,  adiós. 

— No  me  digáis  adiós,  respondió  Jorge;  decidme  que  os  volveré  á 
ver.  Mi  vida  os  pertenece  después  de  lo  que  habéis  hecho  por  mí. 
El  rey  Loe  respondió : 

—  Lo  que  he  hecho,  no  ha  sido  por  vos,  sino  por  otra.  Mejor  será 
que  no  nos  volvamos  á  ver,  porque  no  podríamos  queremos. 

Jorge  repuso  con  tono  grave  y  sencillo : 

— No  creía  que  mi  libertad  me  causara  un  disgusto.  Pero  asi  ha  su- 
cedido. Adiós,  señor. 

—  ¡Buen  viaje!  exclamó  el  rey  Loe  con  voz  ruda. 

La  escalera  de  los  Enanos  confinaba  con  una  cantera  abandonada, 
que  se  hallaba  situada  á  menos  de  una  legua  del  castillo  de  los  Gla- 
ndes. 

El  rey  Loe  prosiguió  su  camino  murmurando : 

—  Este  muchacho  no  tiene  ni  la  ciencia  ni  la  riqueza  de  los  Enanos. 
Verdaderamente  no  sé  por  qué  es  querido  por  Abeja,  á  menos  que  lo 
sea,  porque  es  joven,  hermoso,  fiel  y  valiente. 

Entró  á  la  ciudad  riéndose  en  sus  barbas,  como  un  hombre  que  ha 
jugado  una  mala  pasada  á  alguno.  Cuando  atravesó  delante  de  la  casa 
de  Abeja,  introdujo  su  tosca  cabeza  por  la  ventana,  como  había  hecho 
en  el  embudo  de  vidrio,  y  vio  á  la  joven  que  bordaba,  sobre  un  velo,  ño- 
res de  plata. 

—  Sed  feliz,  Abeja,  le  dijo. 

—  Y  tú,  respondió  ella,  pequeño  rey  Loe,  ojalá  que  nunca  tengas  que 
desear  algo,  ó  por  lo  menos  que  sentir. 

Tenía  algo  que  desear,  pero  en  verdad  nada  que  sentir. .  Este  pensa- 
miento lo  hizo  comer  con  buen  apetito.  Después  de  haber  tomado  un 
gran  número  de  faisanes  trufados,  llamo  á  Bob. 

—  Bob,  le  dijo,  monta  sobre  tu  cuervo;  ve  á  encontrar á la  princesa 
de  los  Enanos  y  dile  que  Jorge  de  Blanchel ande,  que  fué  mucho  tiem- 
po prisionero  de  las  Ondinas,  está  ahora  de  regreso  en  los  Clarides. 

Dijo,  y  Bob  voló  sobre  su  cuervo. 


KO  REVISTA  NACIONAL. 


CAPITULO  XIX. 

QUE  TRATA  DEL  MARAVILLOSO  ENCUENTRO 
QUE  TUVO  JUAN,  EL  MAESTRO  SASTRE,  T  DE  LA  BUENA  CANCIÓN  QUE  LOS  PÁJAROS 

DEL  SOTO  CANTARON  Á  LA  DUQUESA 

Guando  Jorge  se  halló  sobre  la  tierra  en  que  había  nacido,  la  prime- 
ra persona  que  encontró  fué  á  Juan,  el  viejo  maestro  sastre,  llevando 
en  el  brazo  un  manto  rojo  del  mayordomo  del  castillo.  £1  buen  hom- 
bre lanzó  un  grito  á  la  vista  del  joven  señor. 

—  i  San  Jacobo !  dijo,  si  no  sois  monseñor  Jorge  de  Blanchelande, 
que  se  ahogó  en  el  lago  hará  veinte  años,  sois  su  alma  ó  el  diablo  en 
persona. 

— No  soy  ni  alma  ni  diablo,  mi  buen  Juan,  sino  Jorge  de  Blanche- 
lande, que  iba  á  vuestra  tienda  y  os  pedia  pedacitos  de  pafio  para  ha- 
cer vestidos  á  las  muñecas  de  mi  hermana  Abeja. 

Pero  el  buen  hombre  exclamó : 

— ¿No  os  habéis  ahogado,  monseñor?  Que  contento  estoy.  Estáis 
muy  buen  mozo.  Mi  nieto  Pedro,  que  se  subió  en  mis  brazos  para  ve- 
ros pasar  aquel  domingo  en  la  mañana,  á  caballo  y  al  lado  de  la  du- 
quesa, es  ahora  un  buen  obrero  y  un  hermoso  muchacho.  Es,  gracias 
á  Dios,  como  os  lo  digo,  monseñor.  Se  va  á  poner  contentísimo  al  sa- 
ber que  no  estáis  en  el  fondo  del  agua,  y  que  no  os  han  comido  los 
pescados,  como  él  creía.  Con  este  motivo  tiene  la  costumbre  de  decir 
las  cosas  más  chistosas  del  mundo ;  porque  está  lleno  de  gracia,  mon- 
señor. Es  un  hecho  que  se  os  sintió  en  todos  los  Glarides.  Prometíais 
mucho  en  vuestra  infancia.  Hasta  que  me  muera  me  acordaTé,  que  un 
día  me  pedisteis  mi  aguja  de  coser,  y  como  os  la  negué  porque  no  esta- 
bais en  edad  de  usarla  sin  peligro,  me  respondisteis  que  iríais  al  bos- 
que á  cortar  bellas  agujas  verdes  de  los  sabinos.  Dijisteis  esto,  y  toda- 
vía me  río.  ¡Por  mi  alma!  lo  dijisteis.  Nuestro  pequeño  Pedro  tiene 
también  excelentes  respuestas.  Es  ahora  tonelero,  á  vuestro  servicio, 
monseñor. 

— No  quiero  á  otro  más  que  á  él.  Pero  dame,  maestro  Juan,  noti- 
cias de  Abeja  y  déla  duquesa. 

—  {Oh!  ¿de  dónde  venís,  monseñor,  si  no  sabéis  que  la  princesa 
Abeja  fué  robada,  hace  siete  años,  por  los  Elnanos  de  la  montaña  ?  Des- 
apareció el  mismo  día  en  que  fuisteis  ahogado,  y  se  puede  decir  que 


ABEJA.  851 

aquel  día  los  Clarides  perdieron  sus  dos  más  bellas  flores.  La  duquesa 
tuvo  un  gran  pesar.  Por  esto  digo  yo  que  los  poderosos  de  este  mundo 
tienen  también  sus  penas  como  los  más  humildes  artesanos,  y  que  es- 
ta es  una  prueba  de  que  todos  somos  hijos  de  Adán.  En  consecuencia, 
lo  mismo  se  debe  ver  á  un  perro  que  á  un  obispo,  como  vulgarmente 
se  dice.  Con  tales  enseñanzas  es  como  la  duquesa  ha  visto  encanecer  sus 
cabellos  y  ha  perdido  toda  su  alegría.  Y  cuando'  con  traje  negro  se  pa- 
sea en  la  Primavera,  por  el  huertecillo  donde  cantan  los  pájaros,  el  más 
pequeño  de  ellos  es  más  digno  de  envidia  que  la  soberana  de  los  Cla- 
rides. Algunas  veces  su  pena  no  está  sin  una  poca  de  esperanza,  mon- 
señor ;  porque  si  no  tiene  noticias  de  vos,  sabe  á  lo  menos  por  sueños 
que  vive  su  hija  Abeja. 

El  buen  hombre,  Juan,  decía  estas  cosas  y  otras  muchas;  pero  Jorge 
no  le  escuchó  más,  desde  que  le  oyó  que  Abeja  era  prisionera  de  los 
Enanos. 

Pensaba : 

—  Los  Enanos  retienen  á  Abeja  bajo  la  tierra ;  un  Enano  me  sacó  de 
mi  prisión  de  cristal;  no  todos  estos  pequeños  hombres  tienen  las  mis- 
mas costumbres;  mi  libertador  no  es  ciertamente  de  la  raza  de  aque- 
llos que  robaron  á  mi  hermana. 

No  sabia  qué  pensar,  sino  que  debía  librar  á  Abeja. 

Sin  embargo,  atravesaron  la  ciudad,  y  á  su  paso,  las  comadres  que 
estaban  en  el  umbral  de  las  puertas,  se  preguntaban  entre  si,  quién  era 
este  joven  extranjero  y  convenían  en  que  tenía  buena  presencia.  Las 
más  avisados,  habiendo  reconocido  al  Sr.  de  Blanchelande,  creyeron 
ver  una  alma  en  pena  y  se  metían  poniéndole  la  cruz. 

— Es  preciso,  dijo  una  vieja,  echarle  agua  bendita  y  desaparecerá  de- 
jando un  desagradable  olor  á  azufre.  Se  llevará  al  maestro  Juan,  el  sas- 
tre, y  lo  sumergirá  vivo,  sin  remedio,  en  las  llamas  del  infíemo. 

—  Pocoá  poquito,  vieja!  respondió  un  vecino,  el  joven  señor  está 
muy  vivo  y  más  vivo  que  vos  y  que  yo.  Fresco  como  una  rosa  parece 
más  bien  venir  de  una  corte  galante  que  del  otro  mundo.  Viene  de  le- 
jos, buena  señora;  testigo,  el  escudero  Francoeur  que  vino  de  Roma  en 
el  San  Juan  pasado. 

Y  Margarita,  la  segadora,  habiendo  admirado  á  Jorge,  subió  á  su  apo- 
sento de  doncella,  y  arrodillándose  delante  de  una  imagen  de  la  Vir- 
gen Santa:  ''Santa  Virgen  decía,  has  que  encuentre  un  marido  pareci- 
do á  este  joven  señor.  ** 


882  REVISTA  NACIONAL. 


Cada  uno  hablaba  á  su  modo  del  regreso  de  Jorge,  tanto  y  tan  bien, 
que  la  noticia  voló  de  boca  en  boca  hasta  los  oídos  de  la  duquesa,  que 
á  la  sazón  se  paseaba  en  el  huerto.  Su  corazón  latió  muy  fuerte  y  es- 
cuchó que  todos  los  pájaros  del  huertecillo  cantaban,  anunciando  la  lle- 
gada de  Jorge. 

Francoeur  se  aproximó  á  ella  respetuosamente  y  le  dijo: 
— Señora  duquesa,  Jorge  de  Blanchelande  á  quien  creíais  muerto, 
ha  regresado ;  haré  una  canción. 
Sin  embargo,  los  pájaros  cantaban : 

Cui,  cui,  cui,  cui,  cui,  cui, 
Sí,    sí,    sí,    sí    sí,    sí, 
Está  aquí,  aquí,  aquí,  aquí,  aquí  aquí. 
Y  cuando  ella  vio  venir  al  nifio,  que  había  educado  comoá  un  hijo, 
abrió  los  brazos  y  cayó  desmayada. 

Anatole  Frange. 

[Coniinuard.] 


BUtLIOGBAFIÁ. 


lAra  de  la  niñez.-^Asi  se  intitula  un  librito  publicado  últimamente 
en  Mérida  de  Yucatán  por  el  fecundo  escritor  y  poeta  D.  Rodolfo  Me- 
néndez,  quien  lo  ha  dedicado  á  las  escuelas  latino-americanas. 

Un  periódico  yucateco,  al  anunciar  la  aparición  de  la  lAra  de  la  ni- 
.nez,  dice  lo  siguiente,  que  hacemos  nuestro  porque,  como  el  colega 
conocemos  y  estimamos  el  librito  de  que  se  trata: 

'*E1  sólo  titulo  de  la  obrita,  que  contiene  ciento  quince  pequeflas 
composiciones  poéticas  manifiesta  su  carácter  y  su  objeto,  siendo  á 
nuestro  juicio  el  más  provechoso  libro  de  lectura  que  pudiera  ponerse 
en  las  manos  de  la  niñez.  Las  ciencias,  las  artes,  las  industrias,  con 
todas  sus  múltiples  y  grandiosas  invenciones;  los  más  grandes  y  más 
nobles  sentimientos  del  corazón  humano;  la  familia,  la  patria,  el  ho- 
nor, la  virtud;  las  aspiraciones  más  honrosas,  la  gloria,  la  inmortali- 
dad, todo  lo  que  hay  de  levantado  y  de  ennoblecedor,  está  en  ese  libro 
delineado  en  preciosos  y  sencilfós  versos  de  fácil  comprensión  para 
las  inteligencias  incipientes. 

/'Creemos  un  deber  de  los  padres  proporcionar  uno  de  esos  precio- 
sos libritos  para  hacer  el  más  saludable  obsequio  á  sus  pequeñuelos.^* 


LA  NOCHE  TRISTE.  868 


LA  NOCHE  TRISTE. 


Era  el  Sr.  Don  Francisco  de  Hevia,  Coronel  del  Regimiento  de  Cas- 
tilla, un  militar  por  extremo  pundonoroso»  valiente  y  ameritado,  y  tan 
quisquilloso  en  punto  á  cosas  del  servicio,  que  pasaba  por  el  jefe  más 
exigente  y  terrible  de  cuantos  sostenían  en  la  Nueva  Espafia  los  dere- 
chos de  la  corona  de  Carlos  V. 

Nunca  placentera  risa  alegró  aquel  su  rostro  moreno,  donde  pare- 
cían unirse,  en  simpático  maridaje,  la  viveza  fogosa  del  morisco  y  la 
energía  férrea  del  castellano. 

Distinguíale,  por  desgracia,  un  carácter  fatalmente  impetuoso  y  colé- 
rico, del  cual  se  contaban  horrores  tamafios,  y  tales,  que  á  ellos  atri- 
buían muchos  el  que  no  hubiera  alcanzado  mayores  grados  en  los  rea- 
les ejércitos.  Ni  en  formación  ceñía  la  espada,  — según  fama —  por  ex- 
presa prohibición  del  Rey,  á  causa  de  haber  dado  muerte  á  un  recluta^ 
cierto  día  de  parada,  cegado  por  la  ira. 

Era  tan  aseado  que,  al  decir  de  sus  asistentes,  tenía  tantas  camisas 
cuantos  días  el  afio,  y  nunca  se  dio  caso,  ni  aun  estando  de  guerra,  que 
llevara  en  los  vestidos  la  más  leve  mancha. 

Cristiano  viejo,  como  buen  castellano,  aunque  un  si  es  no  es  malea- 
do por  aquel  liberalismo  regalista  y  declamador  de  la  Junta  de  Aran- 
juez,  que  por  boca  de  Quintana  y  en  proclamas  escritas,  á  juicio  de  Cap- 
many,  en  estilo  anfibio  con  voecAtUario  francés,  desahogó  sus  opiniones 
histórico -políticas;  nuestro  coronel  andaba  muy  extraviado  en  lo  que 
toca  á  fueros  eclesiásticos,  no  embargante  lo  cual,  cumplía  casi  de  dia- 
rio con  sus  deberes  religiosos,  como  si  los  tuviera  prescritos  y  amplia- 
mente precisados  en  la  Ordenanza. 

No  gustaba  de  compañeros,  ni  de  ñestas,  ni  de  holganzas,  huía  de 
aventuras  galantes,  aunque  no  era  insensible  á  recatadas  femeniles  be- 
llezas, y  tenía  por  fruto  vedado  las  alegrías  ruidosas  de  la  trashuman- 
te vida  militar.  Galante  y  cortés  con  las  damas,  cuyo  trato  no  buscaba^ 
pero  tampoco  veía  con  desdén,  mostrábase  carifioso  con  los  niños  y  leal 
y  franco  con  sus  amigos,  que  eran  pocos,  y  entre  los  cuales  se  conta- 

R.  H.— T.  II— tS 


«I  REVISTA  NACIONAL. 


1)an  uno  muy  docto  y  discreto,  el  Sr.  Dr.  Don  Miguel  Valentín  y  Tama- 
jo,  honor  y  gloría  del  pulpito  mexicano,  y  otro  muy  probo  y  benéfíco,  el 
acaudalado  peninsular  Don  Juan  Antonio  Gómez,  de  grata  memoria, 
introductor  de  los  mangos  de  Manila  y  del  café  en  las  comarcas  cordo- 
bei^as. 

j^lacíale  el  juego,  pero  de  un  modo  singular:  todos  los  días  pasaba 
largo  tiempo,  en  su  casa  ó  en  la  fonda,  jugando  al  solitario,  entreteni- 
miento infantil  que  le  ponía  á  salvo  de  incidentes  y  lances,  asaz  peli- 
grosos para  un  hombre  como  él  de  ímpetus  tan  fíeros. 

Bastaba  el  nombre  de  Hevia  para  alejar  las  guerrillas  insurgentes  al- 
gunas leguas  en  contomo,  y  á  tan  activo,  perito  y  afamado  jefe  debió 
muchos  triunfos  el  poder  virreinal  y  la  pacificación  de  las  Villas  de  Orí- 
zaba  y  Córdoba,  allá  por  el  afio  de  gracia  de  1820. 


IL 

Corría  tranquilo  el  de  19  y  los  habitantes  de  la  Muy  leal  Villa  de  Dri- 
zaba, por  herencia  pacíficos  y  laboríosos,  gozaban  de  los  beneficios  de 
la  paz,  sin  temor  de  que  americanos  ó  realistas  entraran  á  saco  su  prós- 
pera ciudad. 

El  comercio  y  la  agricultura  iban  recobrando,  aunque  poco  á  poco, 
la  actividad  perdida;  la  arrierada  del  Interior  bajaba  hacia  la  Costa,  y 
el  vecindario  comenzaba  á  reponerse  de  los  perjuicios  y  dafíos  que  la 
guerra  le  causara ;  más  otras  calamidades  lo  tenían  conturbado  y  en 
aflicción :  un  terremoto  había  echado  por  tierra  el  tercer  cuerpo  de  la 
torre  de  la  Concordia,  suntuoso  templo  de  los  PP.  Felipenses;  el  sa- 
rampión arrebataba  chiquillos  á  docenas,  y  fueríe  sequía  malogró  la 
cosecha  de  tabaco  en  la  cual  cifraban  los  orizabeflos  risueñas  esperan- 
zas de  pingües,  necesitados  medros. 

Afligidos  y  apenados  los  piadosos  moradores  de  la  pluviosa  Villa  ce- 
lebraron, como  de  costumbre  en  tales  casos,  solemnísima  novena  á  ho- 
nor de  la  milagrosa  imagen  del  Sr.  del  Cal  varío,  — don  precioso  del 
Ilustrísimo  Sr.  Obispo  de  la  Puebla  Don  Juan  de  Palafox  y  Mendoza,  — 
para  pedir  misericordia  y  remedio  de  males. 

Llenábase  de  gente,  día  con  día,  la  modesta  y  vetusta  capilla  del  ve- 
nerado Crucifijo,  á  las  horas  del  ejercicio  expiatorio,  durante  el  cual  se 
rezaba  la  Vla-sacra,  se  cantaba  la  Letania  de  loé  Santos,  el  Alabado  ó 


UL  NO(^E  TBI8TB.  «65 


el  Je9Ú8  Amoroso^  ^^ematando — como  dicen-  los  apuntamientos  de  un 
curioso  de  entonces — con  una  fuerte  dimplina  6  astotaina.^^ 

Era  costumbre  en  Drizaba,  en  aquellos  tiempos  de  severa  piedad  y 
liéroico  amor  patrio,  cuando  alguna  calamidad  afligía  á  los  vednos — 
y  muy  grande  fué  para  ellos  la  pérdida  de  las  cosechas — que  el  Cabil- 
do dirigiera  atento  ofício  al  M.  R.  P.  Guardián  del  Colegio  Apostélico 
de  San  José  de  Gracia,  pidiendo  misión  publicad  la  benemérita  Comu- 
nidad. Esta  accedía  gustosa,  y  á  los  pocos  días  se  daba  comienzo  al 
cristiano  ejercicio. 

Pidió  misión  esa  vez  el  Muy  Ilustre  Ayuntamiento,  presidido  á  lasa» 
zón  por  uno  de  sus  más  conspicuos  vecinos,  y,  con  asistencia  del  Ca- 
bildo, principiaron  los  buenos  frailes  franciscos  su  evangélica  tarea  en 
la  primera  quincena  del  mes  de  Octubre,  á  tiempo  que  una  oompafila 
de  volatines  y  faranduleros,  capitaneada  por  un  payaso  de  fama  llama- 
do Félix  Cancela,  tendía  maromas,  alzaba  tablado  y  sacudía  sus  aram- 
beles en  la  casa  de  la  Ronca  Llanos,  dueña  de  un  corral  ó  palenque  de 
gallos  situado  á  espalda  de  la  capilla  en  que  se  celebraban  los  cultos 
expiatorios. 

Ya  verás,  lector  mío,  como  la  farándula  provocó  un  ooíw  belU,  po- 
niendo frente  á  frente  la  espada  y  la  Cogulla. 


III 

Viernes  15  de  Octubre,  día  de  Santa  Teresa^  tercero  ó  cuarto  demi- 
sión, después  de  las  preces  reglamentarias  salieron  los  Padres  del  tem- 
plo parroquial.  

Tocaban  rogativa  las  campanas,  y  los  buenos  frailes  franciscanos,  se- 
guidos de  sus  legos  y  crucifijo  en  mano,  al  frente  de  diversos  numero- 
sos grupos,  tomaron  por  distintos  barrios  de  la  Villa,  cantando  el  him- 
no de  los  Corazones^  llamando  á  penitencia  y  dirigiendo  á  los  tibios  é 
indiferentes  con  quienes  se  topaban  al  paso  puuzadoras  saetillas.     .  . 

Así  llamaban  á  ciertas  coplillas  ó  versos  sueltos,  de  artemíniípa,  con 
que  daban  descanso  al  rezar  y  oportuno  alivio  al  fatigado  predicador. 

En  la  calle  más  amplia,  en  la  encrucijada  más  cómoda  se  cumplían 
los  actos  principales  del  ejercicio.  Allí  proporcionaban  los  vecinos  una 
mesa  monumental,  de  aquellas  de  pesado  cedro  y  ga):ras  de  león,  in- 
destructibles  y  casi  eternas,  que  pronto  quedaba  convertida  en  pulpito, 


866  REVISTA  KAOIONAL. 


á  las  veces  sustentador  de  notables  predicadores  en  quienes  rebosaban, 
y  justo  es  decirlo,  sólida  elocuencia  y  efícaz  unción. 

Terminado,  entre  lágrimas,  el  vehemente  discurso,  seguía  adelante 
la  procesión  para  detenerse  en  la  plazuela  próxima  donde  el  acto  era 
repetido. 

Asi  el  numeroso  concurso  podía  escuchar,  y  escuchaba,  conmovido 
y  lloroso,  tres  ó  cuatro  sermones  que  le  movían  á  penitencia  y  á  vivo 
dolor  de  sus  pecados. 

Al  caer  la  tarde,  cuando  la  noche  bajaba  á  todo  correr  de  los  cerros 
cercanos,  uno  de  los  grupos,  presidido  por  Joaquín  Ferrando,  y  que  ve- 
nía del  no  distante  monasterio  del  Carmen,  acertó  á  detenerse,  no  se 
sabe  si  casual  ó  intencionalmente,  junto  al  palenque  de  la  Llanos,  don- 
de volatines  y  faranduleros  se  daban  á  Satanás,  lamentando  la  fsdta  de 
concurrentes  que  no  llegaban  á  admirar  los  chistes  y  glosas  de  Cance- 
la, el  salto  mortal  de  su  más  hábil  volteador  y  el  saínete  incomparable 
que  daría  término  á  la  fíesta. 

Predicaban  frente  al  palenque  los  franciscos,  y,  cosa  rara  en  frailes 
españoles,  tronaban  contra  el  teatro  al  igual  del  mismísimo  Juan  Jaco- 
bo  Rousseau. 

Desesperados  los  volatines  y  temerosos  de  un  quebranto,  que  no  evi- 
taron, no  sabían  qué  hacer,  hasta  que  al  fin  Cancela,  enharinado,  pin- 
tarrajeado de  mil  colores  y  vestido  ya  con  su  grotesco  traje  sembrado 
de  oropeles,  se  decidió  á  jugar  el  todo  por  el  todo. 

Algunas  personas  tertuliaban  al  pié  del  tablado,  y  eran,  el  Subdele- 
gado Don  Pedro  María  Fernández;  algunos  oficiales  del  Batallón  de 
Castilla;  mi  abuelo  paterno,  cuyo  nombre  llevo  y  que  había  salido 
de  Córdoba  con  su  familia,  huyendo  del  vómito  que  aquel  afio  hacía  de 
las  suyas  en  la  Villa  de  los  Treinta  Caballeros y  con  ellos  el  mis- 
mísimo Hevia,  que,  por  caso  raro,  había  dejado  aquella  tarde  su  par- 
tida de  solitario. 

Dirigióse  Cancela  al  Coronel,  acaso  porque  de  sus  pocas  pulgas  y  de 
su  enérgico  carácter  esperaba  eficaz  remedio,  y  quejóse  del  mal  éxito 
del  espectáculo  anunciado,  por  culpa  de  los  PP.  que  á  la  puerta  echa- 
ban rayos  y  centellas  contra  la  diversión,  con  perjuicio  de  la  compañía. 

Oyóle  paciente  el  irascible  Coronel  y  cambiando,  en  voz  baja,  bre- 
ves y  terminantes  palabras  con  el  Subdelegado  le  ordenó  que  prestara 
aCensióñ  á  los  quejosos.  Don  Pedro  María  Fernández  salió  al  punto,  y 
suplicó  á  loa  misioneros  que  fueran  á  continuar  sus  sermones  á  sitio 


Ik 


ul  noche  triste.  asr 


más  apropiado,  y  obedientes  los  frailes  tomaron  calle  arriba  hasta  la 
plaza  del  Cura  y  casa  de  Don  José  Bermúdez,  hoy  esquina  de  la  4*  ca- 
lle det  Calvario  y  3*  de  San  Rafael. 

Pero  ni  por  esas  venía  la  gente  al  espectáculo,  y  Hevia,  que  tal  vez 
deseaba  dar  en  él  esparcimiento  á  su  ánimo,  comenzó  á  impacientarse, 
y  hablando  con  uno  de  la  farándula  supo  que  los  franciscos  seguían 
predicando  no  lejos  del  improvisado  coliseo.  Montó  en  ira  al  oírlo  y 
haciendo  á  los  oficiales  presentes  imperioso  ademán  para  que  le  siguie- 
ran, salió  rumbo  al  lugar  indicado. 

A  poco  andar  se  encontró  con  la  multitud  que  arrodillada  escucha- 
ba el  sermón,  y  pasando  entre  ella  con  no  poco  trabajo,  que  duplicaba 
lo  violento  de  su  ánimo,  emprendió  acercarse  al  orador;  más  no  había 
llegado  aún,  cuando  blandiendo  el  bastón  por  lo  alto  principió  á  gritar 
en  tono  de  mal  reprimida  cólera: 

— Padre,  ya  le  mandé  decir  que  fuera  á  predicar  al  Convento! 

£1  misionero  seguía  su  discurso  sin  darse  cuenta  de  lo  que  sucedíai 
cuando  el  pueblo,  que  había  comprendido  ya  la  actitud  amenazante  de 
Hevia,  prorrumpió  en  gritos  tremendos  de  "  /  Viva  Jetús  /  "  "  /  Muera 
d  Demonio  r^  que  por  tal  tuvieron  las  mujeres  y  muchos  hombres  al 
impío  que  así  iba  en  camino  de  arremeter  contra  el  que  predicaba  el 
Evangelio. 

Un  joven  llamado  Ángulo,  lechuguino  de  baja  clase  é  hijo  de  una 
viuda  que,  al  decir  de  los  contemporáneos,  no  era  de  malos  bigotes,  ni 
de  santa  vida,  logró  arrebatar  á  Hevia  el  bastoncillo,  yendo,  en  pocos 
segundos,  la  valiosa  caña  hasta  las  manos  del  orador. 

Esto  fué  como  la  señal  de  ataque:  todas  las  mugeres  se  precipitaron 
contra  el  irritado  militar,  dando  sobre  él  á  golpes  y  pellizcos. 

A  duras  penas  logró  salir  del  paso,  y  retrocediendo  tomó  por  las  ca- 
lles hoy  nombradas  de  San  Miguel,  de  la  Bóveda  y  de  la  Factoría,  has- 
ta las  casas  del  Marqués  de  la  Colina,  frente  á  la  plaza  del  mercado, 
donde  estaba  el  cuartel.  Entró  echando  espuma  y  desde  la  puerta  del 
cuarto  de  banderas  gritó  con  voz  tronante:  —  i  Granaderos,'arriba!  ¡Car- 
guen! 

A  poco  salió  al  frente  de  los  granaderos,  que  mandaba  el  Capitán 
Pasaron,  y  protegido  por  la  obscuridad  formó  á  sus  soldados  al  costa- 
do de  la  Parroquia  cuyo  cementerio  estaba  entonces  rodeado  de  altos 
muros,  como  los  que  ahora  vemos  en  la  iglesia  del  Carmen. 

Las  mujeres  saboreaban  su  triunfo,  el  sermón  había  concluido  y  frai- 


858  BEVJBTA  NACIONAL. 


les  y  devotos  cantaban  el  Alabado,  cuando  de  pronto  una  voz  terrífica 
loshizo  callar. 

—  I  Apunten !  ¡  Fuego ! 

Y  sonó  una  descarga.  Por  fortuna  Pasaron  había  ordenado  por  lo  ba- 
jo á  sus  soldados  que  dispararan  al  aire^  .  -   .  > 

.Hevia  naandó  cargar  de  nuevo,  pero  no  había  sobre  quienes  tirai*.  La 
multitud  se  había  dispersado,  buscando  refugio  en  las  casas  vecinas  y 
por  las  calles  próximas.  El  belicoso  jefe  refrenó  sus  iras  y  dispuso  qu^ 
los  granaderos  volvieran  al  Cuartel.  .  •      « .     . 

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IV, 

••••..  ■         ■    ■       •  •  •       •  .  •       •  ,        . 

Esto  es  to  que  en  nuestras  tradiciones  locales  se  conoce  con  el  nóm- 
bre  de  noche  triste  de  Qrizaba  y  derrota  de  Hevia  por  las  viejas. 
Noche  triste  fué  aquélla  para  todos,  noche  de  zozobras  y  de  susto. 

•  •  '    •  •  •  * 

Sq  cuenta  que  al  día  siguiente  la  plaza  del  Cura  estaba  cubierta  de  som- 
brero6«  rebqsfqs,  chanclas  y  sarapes,  que  sus  dueños  no  se  habían  atre- 
vido á  recoger. . 

.  El.  16.de  Octubre,  antes  del  medio  día,  la  Comunidad  del  Colegio 
Apostólico  de  San  José  de  Gracia,  representado  por  sus  miembros  más 
distinguidos,  y  presidida  por  su  guardián,  que  lo  era  un  santo  varón 
trasunto  de  los  Gante  y  Motolinia,  fray  Lorenzo  Socíes,  dio  á  Hevia  en 
su  alojamiento,  humildísima  satisfacción  por  los  sucesos  de  la  víspera, 
pidiéndole  que  olvidara  todo,  y  rogándole  por  Jesucristo  crudjusado  que 
viera  con  ojos  de  piedad  á  los  devotos  y  pacíficos  habitantes  de  la  "  Muy 
leal  Villa  de  Orizaba, " 

Drizaba,  Septiembre  de  1889. 

Rafael  Delgado. 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        8»* 


DATOS 


PARA  LA  biografía  BE  B.  MARIANO  ARISTA. 


Sin  tiempo  ni  pretensiones,  no  daré,  en  este  humildísimo  tral>ajo 
más  de  lo  que  ofrece  su  titulo,  que  es  á  la  vez  su  argumento ;  logrará 
mi  labor  valiosa  recompensa,  si  utilizándola  alguien  que  disponga  de 
lo  primero  y  merezca  tener  las  segundas,  puede  y  quiere  escribir  la  his^* 
toria  de  uño  de  los  más  probos  y  menos  afortunados  gobernantes  de 
México:  si  tal  hace,  estará  seguro  de  haberla  emprendido  sobre  docu- 
mentos fehacientes,  que  originales  tengo  en  mi  poder  y  he  presentado 
á  la  Dirección  y  Secretaría  de  la  '^Revista  Nacional  de  Letras  y  Cien- 
cias. "  Por  mi  parte,  pongo  punto  aquí  á  esta  introducción  ó,  mejor  di- 
cho, advertencia,  y  paso  á  coordinar  los  datos  á  que  me  refiero,  dando 
principio  por  la  Fe  de  Bautismo  que,  á  la  letra  dice : 

"  En  el  afio  del  Señor  de  mil  ochocientos  dos,  en  diez  y  nueve  di& 
Julio,  en  la  Iglesia  Parroquial  de  esta  ciudad  de  San  Luis  Potosí :  Yo  el 
Bachiller  Don  José  Mateo  Braceras,  Sacristán  Mayor  Substituto  de  es- 
ta dicha  Parroquia  de  licencia  que  me  confirió  el  Licenciado  Don  José 
Anastasio  Sámano,  Cura  por  S.  M.  de  esta  dicha  Ciudad  y  su  Partido» 
etc.,  bauticé  solemnemente,  puse  óleo  y  crisma  á  un  infante  español  de 
tres  días  de  nacido,  al  cual  puse  por  nombre  José  Mariano  Martín  Bue- 
naventura Ignacio  Nepomuceno,  hijo  legitimo  de  Don  Pedro  García  de 
Arista,  Ayudante  Mayor  del  Regimiento  Provincial  de  Dragones  de  San 
Carlos,  natural  de  la  ciudad  de  Lorca,  Reino  de  Murcia  en  Castilla,  y 
de  Doña  Juana  Nuez  y  Arruti,  natural  de  la  ciudad  de  Puebla.  Abue* 
los  paternos  Don  Juan  Francisco  García  de  Arista,  y  Doña  María  Sán- 
chez Tejedor,  de  los  Reinos  de  Castilla ;  Abuelos  matemos  Don  Félix 
Nuez,  Teniente  veterano  del  Regimiento  Provincial  de  Dragones  de  la 
Reina,  natural  de  Aragón,  y  Doña  María  Gertrudis  Arruti,  natural  de 
Puebla:  fueron  sus  padrinos,  Don  José  Isidro  Beltrán,  Ayudante  de  di- 
cho Regimiento  de  San  Carlos,  y  Doña  Josefa  Ladrón  de  Guevara,  ve- 
cinos de  esta  nominada  ciudad,  á  quienes  advertí  su  obligación.  Y  pa- 


880  REVI8TA  NACIONAL. 


ra  que  cofiste  lo  firmé  con  el  Sr.  Cura. — Lie.  José  Anastasio  de  Sá- 
mano. — José  Mateo  Braceras, — ^Al  margen  dice;  José  Mariano  Martin 
Buenaventura  Ignacio  Nepomuceno,  Español.  '^ 

Cuáles  fueron  sus  primeros  pasos  en  erejército  y  á  qué  edad  entró  á 
servir  en  él,  nos  lo  dice  el  siguiente  importante  documento  que  tam- 
bién nos  dá  su  retrato : 

''Regimiento  de  Dragones  provinciales  de  la  Puebla  de  los  Angeles. 
— Compañía  del  Teniente  Coronel. — Filiación — Don  José  Mariano 
Arista,  hijo  del  Sargento  Mayor  Don  Pedro  y  de  Doña  Juana  Nuez,  na- 
tural de  San  Luis  Potosí,  dependiente  del  corregimiento  del  mismo  y 
avecindado  en  Puebla:  su  edad  Q.  S.  P.  doce  años :  su  Religión  C.  A. 
R.:  sus  señales  éstas:  pelo  rubio  dorado;  ojos  negros:  color  blanco: 
cejas  rubias  doradas:  nariz  regular:  con  diferentes  pecas  en  el  rostro. 
Fué  admitido  de  cadete  en  virtud  de  superior  orden  de  18  de  Mayo  de 
mil  ochocientos  trece,  en  la  ciudad  de  Puebla,  el  día  primero  de  Junio 
de  1813,  y  se  le  leyeron  las  penas  que  previene  la  Ordenanza  en  pun- 
to á  deserción,  obediencia  y  falta  de  subordinación,  y  lo  firmó,  quedan- 
do advertido  de  que  es  la  justificación,  y  no  le  servirá  disculpa  alguna : 
siendo  testigos  el  Teniente  Don  José  Manuel  Frías,  y  el  Alférez  Don 
Juan  de  Arista,  ambos  del  mismo  cuerpo. — Mariano  Arista. — Notas: 
Apruebo  á  este  individuo  hoy  día  de  la  fecha. — De  Llano. — Presen- 
tado en  esta  caja  general  de  Puebla  en  primero  de  Junio  de  mil  ocho- 
cientos trece. — Saavedra. — Pasó  en  su  clase  al  cuerpo  de  Lanceros 
con  su  Padre,  en  primero  de  Septiembre  de  mil  ochocientos  trece. — 
Mora. — Campañas:  En  Julio  de  1814  se  halló  en  el  ataque  del  Puen- 
te del  Rey,  dado  por  los  Insurgentes ;  pasó  á  nado  un  río  con  la  Divi- 
sión del  capitán  de  Dragones  de  España  Don  Francisco  Arleguí,  que 
conducía  un  carro  de  Veracruz  á  Jalapa,  en  el  que  perdió  todo  su  equi- 
paje. En  Noviembre  de  1815  en  el  de  Vergara,  á  una  legua  de  Vera- 
cruz,  al  mando  del  Alférez  Don  Bernardo  Alvarez,  con  treinta  lanceros, 
en  el  que  se  mataron  tres  insurgentes  é  hirieron  dos,  cogiéndoles  va- 
rias muías  y  caballos:  y  en  la  toma  del  pueblo  de  la  Boca  del  Río  en 
5  de  Enero  de  1815. — Volvió  al  Regimiento  con  dicho  su  Padreen  1? 
de  Febrero  de  1816. —  Qalebras.  —  Pasa  al  Regimiento  de  Dragones  de 
México  de  orden  del  Sr.  Subinspector,  y  va  satisfecho  de  sus  haberes, 
hasta  el  día  de  la  fecha.  —  Puebla  31  de  Diciembre  de  1816. — Anto- 
nio Culebras.  —  Fué  promovido  á  Portaguión  por  despacho  provisio- 
nal del  Exmo.  Sr.  Virrey,  Don  Juan  Ruiz  de  Apodaca,  el  8  de  Octubre 


DATOS  PARA  LA  BIOORAFIA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        861 

de  1818. — Martd, — Regimiento  de  Dragones  de  México. — El  Porta 
Guión  Don  José  Mariano  Arista,  su  edad  diez  y  ocho  afios,  su  país  San 
Luis  Potosí,  su  calidad  noble,  su  salud  robusta,  sus  servicios  y  circuns- 
tancias los  que  se  expresan :  cadete  en  Provinciales,  cinco  aftos,  cuatro 
meses,  siete  días :  Porta  Guión,  dos  meses,  veintitrés  días :  total  de  tiem- 
po que  sirve  hasta  fin  de  Diciembre  de  1818,  cinco  afios,  siete  meses. 
— Regimientos  donde  ha  servido  y  clasificación  de  sus  servicios  con 
arreglo  á  las  Reales  Ordenes  de  26  de  Noviembre  de  1814, 20  de  Abril 
de  1815,  aclaración  de  11  de  Junio  del  mismo  afio,  y  Superior  Decre- 
to del  Exmo.  Sr.  Virrey,  Don  Félix  María  Calleja  de  22  de  Marzo  de 
1816:  en  Provinciales  de  Puebla  un  afio,  un  mes,  cuatro  días:  en  lan- 
ceros de  Veracruz,  dos  afios,  cuatro  meses,  veintisiete  días :  en  Drago- 
nes de  México,  dos  afios  veintinueve  días:  abono  de  campafia  desde  1* 
de  Junio  de  1813  hasta  fin  de  1818,  según  Superior  Decreto  del  Exmo. 
Sr.  Virrey,  Don  Félix  María  Calleja,  de  22  de  Marzo  de  1816,  cinco 
afios  siete  meses.— Total  de  servicios  deducido  el  Pasivo,  once  afios, 
dos  meses. — En  Julio  de  1814  se  halló  en  el  ataque  delPuente  del  Rey : 
en  Noviembre  de  1815  en  el  de  Vergara:  y  en  la  toma  del  pueblo  de 
Boca  del  Rio  en  5  de  Enero  de  1815. — De  Ayudante  de  órdenes  del 
Sr.  Brigadier  Don  Ciríaco  del  Llano,  Comandante  General  de  las  Pro- 
vincias de  Puebla  y  Veracruz,  el  tiempo  de  diez  meses  en  el  afio  de 
1818,  saliendo  con  dicho  Jefe  en  los  rigurosos  meses  de  lluvias  de  Ju- 
lio y  parte  de  Agosto,  á  recorrer  y  expedicionar  todo  el  camino  militar 
desde  Jalapa  á  Veracruz  y  sus  inmediaciones. — En  Noviembre  de  dicho 
afio  de  Ayudante  del  Sr.  Coronel  Don  José  Barradas  en  el  numeroso 
convoy  de  platas  que  este  Jefe  condujo  á  Veracruz,  desdé  cuya  plaza  sa- 
lió con  toda  la  División  de  dicho  convoy  á  sorprender  á  los  rebeldes 
de  Venta  de  Arriba  y  Nuhuistla,  lográndose  recoger  algunas  familias  y 
porción  de  caballos.  Regresó  con  el  propio  convoy  de  efectos  de  Jala- 
pa, sin  haberse  perdido  lo  más  mínimo.  En  20  de  Diciembre  del  pro- 
pio afio,  salió  con  la  División  expedicionaria  del  mismo  Sr.  Coronel 
Don  José  Barradas,  y  de  su  Ayudante  de  órdenes,  al  Barejonal,  contra 
las  gavillas  del  cabecilla  Guadalupe  Victoria,  en  cuya  acción  logró  dis- 
tinguirse y  mereció  particular  recomendación  de  dicho  Jefe.  Sucesiva- 
mente en  28  del  referido  Diciembre  se  halló  en  la  sorpresa  que  el  30 
del  propio  mes,  dio  en  la  Barranca  de  Palmas  á  la  reunión  de  Victoria 
el  Sargento  Mayor  de  caballería  de  Veracruz  Don  José  Ignacio  Iberri 
(procedente  de  la  División  del  Sr.  Barradas),  con  cuyo  Jefe  fué  Ayu- 


)»  ACVJUrTA  VACIONAU 


dante,  habiéndolo  pedido  con  mucha  instancia  antes  de  nombrarle.  En 
dicha  sorpresa  fué  derrotada  toda  la  infantería  rebelde  del  traidor  Vic- 
toria, y  de  sus  resultas  se  indultaron  los  cabecillas  y  tropa  enemiga  que 
le  seguía  j  quedó  tranquila  toda  la  banda  derecha  del  camino  de  Vera- 
cruz,  mereciendo  este  oficial  particular  recomendación  de  los  expresa- 
dos Jefes,  j  del  Sr.  Comandante  General  de  las  provincias  de  Puebla  y 
Veraeruz. — Por  Tacante  del  Sargento  Mayor:  Pedro  María  Oü,  capi- 
tán.— V?  B",  El  Marqués  de  Vivanco, — Valor,  acreditado:  aplicación, 
tiene:  capacidad,  regular:  conducta,  buena:  estado,  soltero. — De  Ft- 
varuio,'^ 

Su  Hoja  de  Servicios  formada  en  30  de  Enero  de  1851,  dá  los  siguien- 
tes detalles  de  los  servicios  de  Don  Mariano  Arista,  posteriores  á  la  fe- 
cha de  los  precedentes  documentos: 

**  En  la  Independencia  se  presentó  al  Jefe  del  Ejército  Trígarante  en 
la  sección  de  San  Juan  Bautista  Miota  en  11  de  Junio  de  1821,  con  un 
clarín,  cinco  cabos  y  veinte  dragones  del  Regimiento  de  esta  arma  de 
México,  bien  vestidos,  armados  y  montados,  y  á  más  cincuenta  solda- 
dos y  paisanos  de  varios  cuerpos,  que  fueron  en  el  acto  incorporados 
en  el  Batallón  de  la  Libertad.  Asistió  al  sitio  de  Puebla  en  el  que  el 
día  15  de  Julio  de  1821  fué  destacado  con  veinte  dragones  de  avanza- 
da á  la  garita  de  Cholula,  y  toda  la  maflana  se  estuvo  tiroteando,  has- 
ta que  á  las  cinco  y  media  de  la  tarde  se  empeñó  el  enemigo  en  quitar- 
le el  punto  que  guarnecía,  y  no  sólo  lo  defendió  con  el  mayor  entusias- 
mo, sino  que  los  rechazó  hasta  sus  parapetos,  teniendo  las  desgracias 
de  un  dragón  muerto,  dos  dragones  y  dos  caballos  heridos ;  no  pudien- 
do  saber  la  partida  del  enemigo  por  haber  sido  lo  más  reñido  de  la  ac- 
ción, debajo  de  los  fuegos  de  San  Javier,  que  era  punto  contrario.  Hi- 
so  varias  expediciones  al  mando  del  Sr.  Brigadier  Don  Pedro  Zarzosa. 
Estuvo  en  el  sitio  de  México,  con  la  circunstancia  que  fué  de  la  prime- 
ra División  que  se  apostó  en  el  frente  de  la  Villa  de  Guadalupe,  cons- 
tando ésta  de  cuatrocientos  hombres.  Estuvo  en  el  ataque  de  dicha  Vi- 
lla de  Guadalupe,  y  desempeñó  á  satisfacción  de  Don  Pedro  Zarzosa 
todas  las  comisiones  que  en  tiempo  de  la  Independencia  se  le  confía- 
ron.  Fué  de  los  militares  que  levantaron  el  estandarte  de  la  Libertad 
en  Cosa  Mata  el  2  de  Febrero  de  1823,  mostrando  el  mayor  entusias- 
mo por  este  sistema,  y  convenciendo  á  los  soldados  que  querian  mar- 
charse á  seguir  á  Iturbide,  y  últimamente  en  el  sitio  de  México,  hasta 
que  sucumbieron  los  imperiales  y  se  expulsó  al  tirano.  El  17  de  Junio 


DATOS  PARA  LA  BI06HAFIA  J>B  J>,  MARIANO  ARISTA.        888 

de  1824  asistió  á  la  acción  de  la  Hacienda  de  Coamacingo  y  logró  en* 
centrarse  en  el  alcance  con  un  individuo  de  la  gavilla  de  Góm^z,  nom- 
brado el  Charro,  al  que  le  dio  la  muerte,  después  de  haber  lidiado  eon 
un  alférez,  un  sargento  y  cuatro  granaderos  de  este  cuerpo,  que  salie- 
ron heridos  por  aquel.  Marchó  con  el  2°  Regimiento  en  el  Ejército  de 
ReQerva  al  mando  del  Sr.  General  Bustamante  el  2  de  Septiembre  de 
1829. — Se  pronunció  por  el  plan  de  Jalapa,  aprobado  por  la  ley  de  14 
de  Eneróle  1880,  en  5  de  Diciembre  del  afío  de  1829,  hallándose  en 
t^das  las  operaciones  del  Ejército. — Marchó  en  11  del  mismo,  man- 
dimdo  una  sección  de  quinientos  caballos,  en  auxilio  de  Jos  que  se  ha* 
bian  pronunciado  por  el  propio  Plan  de  Puebla,  y  entró  en  dicha  cru* 
dad  el  12  en  la  tarde,  á  pesar  de  cuatro  mil  cívicos  que  no  admüieroii 
el' plan.  De  «sta  ciudad  salió  con  una  sección  de  infantería  y  caballcT 
ría  sobre  México,  situándose  en  San  Martin  y  después  agregándose  al. 
Ejército. — Estuvo  en  el  mando  del  cuerpo  «n  todas  sus  operaciones; 
há  presentado  de  esta  expedición  oficios  en  que  los  Generales  Busta* 
mante  y  Múzquiz  le  dan  las  gracias  por  su  actividad  y  tino  en  auxiliar 
á  Puebla  en  menos  de  dos  días,  partiendo  desde  Perote. — El  27  de 
Abril  de  1832  marchó  con  noventa  infantes  y  ciento  cincuenta  caballoB, 
sobre  [Lerma,  donde  el  General  Inclán  se  había  pronunciado ;  logró 
apaciguar  el  expresado  pronunciamiento ;  mas  sublevándose  de  nuevo 
el  General  González  se  hizo  fuerte  con  más  de  setecientos  hombres  en 
Santa  María  del  Monte,  punto  militar  defendible  con  poca  fuerza;  le; 
presentó  acción  Arista,  llamándole  antes  á  avenimiento,  de  lo'  que  re- 
sultó que  González  fué  convencido  y  puesto  á  las  órdenes  del  Supremo 
Gobierno  con  toda  su  tropa,  la  que  el  expresado  coronel  Arista  condu*. 
jo  á  México  sin  la  menor  deserción,  quedando  en  quince  días  tranqui- 
lo todo  el  Valle  de  Toluca  por  sus  providencias,  y  en  consecuencia  me- 
reció que  el  Supremo  Gobierno  le  diese  las  gracias  por  su  infatigable 
activid&d,  acierto  y  aptitud. — El  16  de  Agosto  marchó  con  la  División 
del  Interior,  mandada  en  persona  por  el  Exmo.  Sr.  Presidente  Gene- 
neral  D.  Anastasio  Bustamante,  llevando  á  su  cargo  una  sección  de  ar- 
tillería, infantería  y  caballería,  hasta  Querétaro ;  apenas  llegó  á  este 
punto  se  le  destinó  con  sólo  ciento  cuarenta  hombres  en  auxilio  de  Mo- 
relia,  amenazada  por  Quijano  con  más  de  ochocientos  hombres ;  la  maro- 
cha se  ejecutó  en  tres  días  y  una  noche  y  salvó  á  este  Estado.  Luego 
que  llegó  organizó  la  guarnición  en  menos  de  vemticuatro  horas,  y  sa-. 
lió  con  pocos  má»dvicos  eli  persecu<ción  de  las  fuerzas  disidentes,  que 


M4  RBVIErrA  NACIONAL. 


huyeron  evacuando  el  Estado,  el  cual  quedando  libre  y  organizado  lo 
entregó  al  General  García  y  se  reunió  Arista  á  la  División  del  Interior. 
El  Supremo  Gobierno  General,  el  particular  del  Estado,  y  el  General  en 
Jefe  le  dieron  por  escrito  las  gracias  por  tan  importante  servicio  por  la 
increíble  actividad  con  que  lo  practicó. — Constantemente  mandó  la  sec- 
ción de  la  izquierda  en  la  División  del  Interior,  y  habiéndose  distingui- 
do esta  en  la  acción  del  Gallinero,  sujetando  al  enemigo,  que  constaba 
de  siete  mil  hombres,  con  sólo  cuatrocientos;  mar  de  dos  horas,  á  dis- 
tancia de  una  legua  de  las  fuerzas  restantes  del  Supremo  Gobierno;  y 
por  los  decisivos  ataques  que  recibió  de  la  fuerza  enemiga,  que  siempre 
fué  rechazada,  logró  Arista  particular  recomendación. — Siguió  la  sec- 
ción de  aquel  jefe  ocupando  los  puntos  más  riesgosos  en  la  marcha 
á  Zacatecas,  en  la  que  su  sección  llegó  sola  hasta  dos  jomadas  de 
esta  ciudad. — Después  en  el  auxilio  á  la  capital,  la  sección  del  Sr. 
Arista  estuvo  en  Gasa  Blanca,  siendo  la  primera  en  formar  la  linea 
de  batalla,  arrollando  á  los  cien  caballos  que  escaramuceaban. — Se 
halló  en  todos  los  encuentros  que  tuvo  la  División  del  Jnterior,  y  fué 
comisionado  para  celebrar  la  suspensión  de  armas,  y  posteriormente 
el  convenio  de  Zavaleta. — En  Diciembre  de  1832  fué  nombrado  por  el 
Supremo  Gobierno  para  conducir  á  Veracruz  una  conducta  de  millón  y 
medio  de  pesos,  y  la  <K)ndujo  sin  la  menor  novedad. — En  Marzo  de 
1833,  fué  nombrado  comandante  general  de  México  por  el  Supremo 
Gobierno,  y  siéndolo  fué  nombrado  en  Junio  de  dicho  afio  segundo  en 
Jefe  de  la  División  de  Operaciones  que  á  las  órdenes  del  General  Pre- 
sidente D.  Antonio  López  de  Santa  Anna  salió  de  esta  capital  en  prin- 
cipios de  dicho  mes,  y  birlándose  en  el  pueblo  de  Tenango  del  Aire 
con  una  sección  respetable,  se  pronunció  por  el  plan  que  en  Huexot- 
zingo  se  redactó,  y  en  sustancia  se  reducia  á  proclamar  el  sistema  cen- 
tral ;  por  el  cual  fué  dado  de  baja  en  el  ejército,  y  perseguido  hasta  que 
sucumbió  su  pronunciamiento  en  Guanajuato,  en  donde  fué  hecho  pri- 
sionero en  Octubre  de  aquel  afio ;  y  aunque  se  le  garantizó  por  el  Go- 
bierno su  vida  y  libertad,  sin  embargo  fué  reducido  á  prisión  estrecha, 
y  conducido  á  México,  de  donde  salió  desterrado  de  la  República  por 
orden  del  Supremo  Gobierno,  y  se  embarcó  en  Veracruz  en  Noviembre 
del  mismo  afio  para  los  Estados  Unidos  del  Norte.*' 

Los  empleos  que  obtuvo  á  partir  de  1821  fueron  según  la  hoja  de 
servicios,  los  siguientes:  En  2  de  Marzo  de  1821,  el  de  Teniente:  en 
26  de  Septiembre  del  mismo,  el  de  Segundo  Ayudante :  en  12  de  Di- 


k 


DATOS  PARA  LA,  BIOGRAFÍA  DS  D.  MARIANO  ARISTA.        865 

ciembre  del  mismo,  el  grado  de  Capitán  y  el  de  Teniente  Coronel :  en 
29  de  Julio  de  1824,  el  de  Capitán  efectivo:  en  8  de  Abril  de  1829,  el 
de  Teniente  Coronel:  en  12  de  Febrero  de  1831,  el  de  Coronel:  en 
9  de  Agosto  del  mismo,  el  grado  de  General  de  Brigada;  y  en  11  de  Abril 
de  1833,  el  empleo  de  General  de  Brigada  efectivo;  su  despacho  de  Te- 
niente lo  firmó  Don  Nicolás  Bravo ;  los  de  grado  de  capitán  y  de  co- 
mandante de  escuadrón,  Don  Vicente  Guerrero;  el  de  capitán  efectivo, 
Don  Guadalupe  Victoria;  el  de  Teniente  Coronel,  Don  Vicente  Guerre- 
ro; el  de  Coronel  y  el  del  grado  'de  General  de  Brigada,  Don  Anasta- 
sio Bustamante,  y  el  de  General  de  Brigada  efectivo,  Don  Valentín  Gó- 
mez Parias. 

Se  desprende  de  esta  enumeración  de  ascensos  que  en  nada  perjudi- 
caron al  General  de  Brigada  los  antecedentes  del  Alférez  que  hablada- 
do  sus  primeros  pasos  en  la  carrera  militar  aeosando  á  los  patriotas. 
Las  glorias  sobre  ellos  ad(iuirídas  por  Don  Mariano  estaban  olvidadas: 
su  hoja  de  servicios  formada  en  1851  pasa  sobre  ellas  como  sobre  as- 
cuas, y  cautamente  se  limita  á  decir:  '^En  lo  pasado  tuvo  varias  accio- 
nes, y  en  algunas  se  distinguió,  por  lo  que  logró  particular  recomenda- 
ción de  distintos  Jefes ;  obtuvo  comisiones  de  Ayudante  de  campo,  y 
otras  que  desempeñó  con  particularidad  y  buena  disposición.  '*  Tam- 
bién es  verdad  que  la  conversión  fué  absoluta;  entre  los  más  violentos 
escritos  contra  los  españoles,  los  de  Don  Mariano  Arista  pueden  pre- 
tender lugar  principal.  Su  Rejuresentación  dirigida  al  Soberano  Con- 
greso Nacional  en  16  de  Agosto  de  1831  pidiendo  la  expulsión  de  es- 
pañoles es  muestra  suficiente;  dice  en  ella  entre  otras  cosas:  "  La  ex- 
periencia de  lo  pasado,  el  temor  de  ver  nuevamente  mi  infelice  país 
conmovido  por  nuevas  disensiones,  y  la  intima  convicción  en  que  es- 
toy de  que  mis  compañeros  odian  como  yo  en  el  fondo  de  sus  corazo- 
nes á  sus  antiguos  dominadores,  me  ha  estimulado  á  este  paso.  Juzgo 
que  algunos  ilusos  me  criticarán;  pero  la  exhibición  de  mis  ideas  será 
recibida  benignamente  por  los  que  aman  el  sosiego  público  y  la  nacio- 
nalidad en  su  pureza;  el  juicio  de  los  otros  poco  me  importa.  Tengo 
un  anciano  y  respetable  padre  que  ha  nacido  en  la  península  españo- 
la; pero  yo  no  confundo  ni  confundiré  nunca  el  amor  filial  con  los  de- 
beres de  patriota;  él  mismo  sabe  esta  verdad:  mis  amigos  lo  cono- 
cen   Tal  es  el  horror  que  profesa  á  una  nación  que  ha  sacrifica- 
do más  de  veinte  millones  de  infelices  indígenas  á  su  sed  de  oro  y  do- 
minación   No  hay  que  alucinamos,  Señor;  los  mexicanos  no 


806  BEVI8TA  NACIONAL. 


querem6<r  á  los  espafiálesr,  y  desoir  la  voz  pública  es  querer  sumir  en 
nuevos  males  á  la  patria.  ¿Se  piensa  acaso  en  exasperará  los  mejica- 
nos, humanos  por  temperamento?  Se  Terá  que  sólo  en  este  particular 
no  lo  son,  y  que  cansando  su  paciencia  se  les  precipitará  á  hacer  correr 
la  sangre  de  tantos  españoles  indefensos.  Seria  una  barbaridad  horri- 
ble pero  inevitable,  porque  ¿quién  se  atreverá  á  defender  los  derechos 
de  unos  hombres  que  condena  la  opinión  pública  y  que  tantos  títulos 
tienen  para  el  aborrecimiento  nacional?  ¿Quién  querría  llevar  consigo 
el  título  de  espafiolista?  ¿Se  atrevería  alguno  á  derramar  la  sangre  me- 
xicana en  defensa  de  sus  opresores,  de  los  dominadores  más  bárbaros 
que  se  han  conocido  en  el  Universo? MuUitud  de  razones  ale- 
garía para  probar  que  si  se  anunciase  siquiera  esta  medida,  (la  no  ex- 
pulsión,) se  vería,  que  dejando  el  labrador  su  arado  y  los  pacíficos  ciu- 
dadanos sus  ocupaciones  domésticas,  correrían  á  las  armas  para  de- 
mostrar con  hechos,  tal  vez  espantosos,  que  no  quieren  jamás  la  paz 
con  los  españoles,  y  que  no  pueden  tolerar  á  su  vista  los  objetos  que 
les  recuerdan  la  degradación  á  que  los  condenaron  por  tres  centurias 
de  afios.  Desde  que  por  desgracia  de  México  volvieron  á  aparecer  en- 
tre nosotros  esos  hombres  del  siglo  XV,  hemos  observado  que  por  vías 
indecorosas  han  comenzado  á  introducir  rivalidades  contra  los  extran- 
jeros, teniendo  ellos  la  osadía  de  no  llamarse  tales El  bien  de 

la  Patria  es  superior  á  todo,  y  obra  en  el  que  representa  de  tal  modo, 
que  arrancando  de  su  corazón  sentimientos  los  más  tiernos,  sólo  le 
acuerda  que  nació  mexicano,  y  se  presenta  á  hablar  la  verdad  á  un 
Congreso  de  Republicanos,  á  quien  se  le  puede  decir  sin  temor,  para 
pedirle  con  el  mayor  respeto  impida  una  sangrienta  revolución  dese- 
chando el  proyecto  de  ley  de  que  se  trata,  no  tomando  en  consideración 
ninguna  proposición  que  pida  la  vuelta  de  nuestros  antiguos  domina- 
dores; y  atendiendo  á  los  clamores  de  la  opinión  pública  y  á  la  econo- 
mía de  sangre  mexicana,  dé  Vuestra  Soberanía  un  Decreto  para  que  sal- 
gan de  la  República  todos  los  españoles  que  no  exceptuó  la  ley  de  1829; 
los  que  se  encuentran  entre  nosotros  á  virtud  de  multitud  de  infrac- 
ciones vergonzosas  para  los  mexicanos  que  las  han  hecho,  vendiendo 
la  tranquilidad  de  su  Patria. "  Esta  Representación  de  Don  Mariano 
Arista  hecha  como  Coronel  del  segundo  Regimiento  permanente,  corre 
impresa  en  la  oficina  de  Alejandro  Valdés,  y  el  Congreso  la  recibió  mal, 
como  siempre  es  recibido  aquello  que  á  la  capa  de  la  virtud  y  del  pa- 
triotismo pugna  contra  los  sentimientos  nobles  y  naturales.   Dos  días 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        807 

después,  el  18  de  Agosto,  Don  Mariano  Arista  se  yíó  obligado  á  impri- 
mir en  la  oficina  de  Martin  Rivera,  una  nueva  Representación  protes- 
tando que  en  la  del  16  no  había  sido  su  propósito  coartar  la  libertad 
del  Cuerpo  Legislativo  en  sus  deliberaciones.  ^'Estuve  muy  lejos,  dice 
en  ella,  de  figurarme  que  la  franqueza  de  un  soldado  pudiera  interpre- 
tarse de  un  modo  que  sin  duda  no  me  era  dado  preveer.  Hablo,  Señor, 
de  revoluciones  en  mi  papel;  pero  hablo  para  que  se  evite,  no  para  que 
se  fomente.  En  mi  modo  de  ver,  la  vuelta  de  los  españoles  daría  una 
arma  terrible  á  los  descontentos,  que  nunca  faltan  en  las  naciones  nue- 
vas, para  calificar  á  los  altos  funcionarios  de  españolizados;  y  como  tal 
fibra  no  se  ha  tocado  nunca  sin  suceso  entre  nosotros,  la  Patria  se  ve- 
ria  expuesta  de  nuevo  á  las  convulsiones  á  que  por  una  fatalidad  la  he- 
mos visto  sujeta  un  lustro  entero Lo  expuesto  satisfará  á  vues- 
tra Soberanía,  que  nunca  ha  sido  mi  objeto  imponer  reglas  á  sus  libres 
y  augustas  deliberaciones.'' 

Golpe  bien  rudo  fué  aquel  para  el  pobre  padre  de  Don  Mariano,  que 
padre  al  fin  le  adoraba  con  toda  su  corazón:  poseo  las  cartas  relativas: 
en  una  de  ellas,  fechada  el  veinte  de  Agosto,  le  dice:  "  Mi  amado  hijo 
Marianito:  Hace  mucho  tiempo  que  con  mucho  gusto  he  hecho  la  ab- 
negación de  mi  voluntad  en  la  tuya;  y  en  tal  concepto  nada  (engo  que 
consultar  á  la  fílosofia  en  el  asunto  de  la  Representación  de  que  me 
hablas,  para  contener  la  resolución  de  las  Cámaras.  Cuando  lo  has  he- 
cho, estarás  bien  seguro  de  la  opinión  general  en  tu  sentido.  La  ley 
suprema  es  la  salud  de  la  Patria,  y  para  ello  basta  que  entienda,  aun- 
que así  no  sea,  que  tal  cosa  le  es  contraria. ''  Más  adelante  y  cuando 
estaba  ya  para  tomarse  la  impolítica  medida,  volvió  á  escribirle  así : 
"Estoy  malo  y  sabiendo  que  se  vaá  sancionar  la  expulsión  absoluta  de 
españoles,  bajo  pena  de  la  vida;  me  he  puesto  peor:  ¿qué  hemos  hecho 
de  malo  nuevamente?  Estoy  resuelto,  si  eso  fuere  cierto,  ir  antes  al  pa- 
tíbulo que  moverme  de  aquí.  Al  cabo  mi  muerte  sería  cierUsima  em- 
barcándome, conque  quitándomela  por  inobediente  ahorraré  otros  pa- 
deceres.  Adiós,  y  manda  á  tu  Papá,  que  detesta  la  existencia.'*  Afligi- 
do por  esta  queja.  Arista  escribió  á  su  padre  algo  á  que  el  padre  con- 
testó así:  "Amadísimo  hijo  Marianito:  Tu  preciosa  y  consolatoria  car- 
ta de  ayer,  ha  sido  un  bálsamo  que  ha  calmado  todas  mis  inquietudes; 
pero  de  un  modo  tan  completo  y  satisfactorio  como  no  puedo  explicar. 
Ningún  peligro  ni  contratiempo  me  pone  miedo  ni  perturba,  sino  cuan- 
do se  trata  de  la  posibilidad  de  abandonar  á  mis  hijos  y  á  esta  Patria 


SeS  REVISTA  NACIONAL. 


adoptiva  que  habito  y  amo  cuarenta  y  cinco  afios  hace.  Esto  explica  el 
enigma  de  cómo  estoy  tranquilo  en  los  mayores  peligros,  y  anonadado 

$n  sólo  éste Yo  estoy  mucho  mejor  desde  anoche,  gracias  á  tu 

preciosa  carta:  sólo  el  apetito  lo  he  perdido,  de  modo  que  nada  apetez- 
co.'' Y  no  era  que  el  pesar  de  abandonar  riquezas  lo  que  hacia  al  pa- 
dre de  Don  Mariano  temer  la  expulsión:  el  buen  anciano,  de  quien  su 
hijo  aprendió  la  probidad  que  nadie  se  ha  atrevido  á  negarle,  era  po- 
bre, pobririmo.  Su  hijo  le  auxiliaba  con  cuanto  le  era  dable,  y  en  la 
misma  carta  de  que  acabo  de  tomar  el  párrafo  que  precede,  se  lee  és- 
te: ^'Vino  el  dinero,  y  como  hace  mucho  tiempo  que  no  veo  junta  tan- 
ta cantidad,  por  poco  me  vuelvo  loco  como  Rosas  el  Poblano 

Hemos  estado  muy  pobres  porque  los  señores  Ministros  no  quisieron 
ó  no  pudieron  darme  mi  paga  de  este  mes  pasado,  y  si  no  hubiera  si- 
do por  G quién  sabe  qué  habría  sido  de  nosotros.'' 

Sabedor  en  los  Estados  Unidos  del  Norte,  de  que  por  el  Plan  de  Cuer- 
navaca  se  había  permitido  volver  á  la  República  á  todos  los  expatria- 
dos, vino  á  Veracruz  en  principios  de  Junio  de  1835,  y  aunque  por  lo 
pronto  fué  reducido  á  prisión  en  aquel  puerto,  después  se  le  permitió 
subir  á  la  capital,  y  estando  en  Jalapa  se  le  acusó  de  tener  parte  en  la 
revuelta  del  Castillo  de  Ulúa  cuya  guarnición  se  pronunció  por  el  cen- 
tralismo: por  ello  filé  conducido  á  Veracruz  donde  se  le  tuvo  cuarenta 
días  incomunicado.  Reclamó  Arista  el  fuero  civil  como  paisano,  y  el 
tribunal  competente  le  declaró  inculpable;  confírroada  esta  declaración 
por  el  Juez  respectivo  en  Jalapa,  obtuvo  permiso  para  pasar  á  la  capi- 
tal. Estando  en  ella,  en  V  de  Agosto  de  1836,  se  le  comunicó  su  res- 
titución al  empleo  de  General  efectivo  de  Brigada,  á  virtud  del  decreto 
de  amnistía  de  2  de  Mayo  de  1835,  concediéndole  cuartel  en  México, 
y  el  29  del  mismo  Agosto  se  le  nombró  ministro  del  Supremo  Tribu- 
nal de  Guerra,  en  la  vacante  que  dejó  el  General  Don  José  Ignacio  Or- 
maechea  que  pasaba  al  Congreso  como  diputado.  Cesó  de  ser  ministro 
del  Tribunal  en  20  de  Abril  de  1837,  fecha  en  que  se  instaló  la  Supre- 
ma Corte  de  Justicia  Marcial.  Por  orden  Suprema  de  12  de  Junio  de 
1837  se  le  nombró  miembro  de  la  Junta  de  redacción  del  Código  Mi- 
litar en  lugar  del  General  Don  Lino  J.  Alcorta,  y  en  19  de  Julio  vocal 
de  la  Junta  Consultiva  de  Guerra  con  los  Generales  Don  Gabriel  Va- 
lencia, Don  Francisco  de  Paula  Toro,  y  Don  Martín  Martínez  de  Nava- 
rrete.  En  23  de  Octubre  fué  nombrado  Inspector  de  la  Milicia  Activa 
en  sustitución  del  General  Ormaechea  que  desempefiaba  interinamen- 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MAJUANO  ARISTA.         308 

te  ese  empleo  de  que  era  propietario  el  General  Don  Manuel  Rincón: 
en  el  desempeño  de  ese  puesto  Arista  logró  que  los  cuerpos  fiel  arma 
se  organizaran,  instruyeran  y  presentaran  en  público  de  un  modo  bri- 
llante, por  lo  cual  el  Supremo  Gobierno  mandó  darle  las  gracias  más 
expresivas. 

A  la  vez  se  dedicó  á  mejorar  los  procedimientos  usados  en  la  agri- 
cultura, y  en  2  de  Abril  de  1838  el  Presidente  Don  Anastasio  Busta- 
mante  le  otorgó  un  privilegio  asi  concebido:  '*  Habiendo  declarado  el 
General  de  Brigada  Don  Mariano  Arista  ser  el  primer  introductor  de 
unas  máquinas  de  segar,  trillar  y  aventar,  y  calificadas  de  grande  im- 
portancia para  el  beneficio  económico  del  campo,  en  vista  de  los  dibu- 
jos y  descripción  que  ha  presentado,  le  aseguro  por  el  presente,  de 
acuerdo  con  el  Consejo  de  Gobierno,  el  derecho  de  construirlas  dentro 
de  la  República  por  diez  años,  sirviéndole  de  titulo  este  Decreto/*  La 
empresa  no  dio,  sin  duda,  resultado,  pues  hallo  en  una  carta  que  el  27 
de  Noviembre  le  dirigió  Don  Juan  Togno,  lo  siguiente:  "  Hasta  la  fe- 
cha no  hay  novedad  alguna  en  su  obrador,  y  no  saldremos  de  los  apu- 
ros en  que  nos  encontramos  á  cada  rato,  mientras  no  se  venda  alguna 
máquina.  Su  amigo  González  prometió  mucho,  mas  cuando  le  ocupé 
para  que  nos  prestara  tres  muías  para  hacer  el  experimento  de  la  má- 
quina de  trillar,  nos  salió  con  disculpas  y  no  cumplió  su  promesa:  de 
ahí  resulta  que  no  hicimos  nada." 

Dispuesta  en  Septiembre  de  1838  la  formación  de  una  brigada,  para 
marchar  á  Veracruz  á  contener  la  guerra  que  declaró  la  Francia,  se  le 
dio  el  mando  de  ella,  y  á  marchas  forzadas  salió  de  la  capital  á  poner- 
se á  las  órdenes  del  General  Don  Manuel  Rincón:  al  llegar  á  Paso  de 
Ovejas  recibió  la  noticia  de  la  toma  del  Castillo  de  San  Juan  de  Ulúa, 
ordenándosele  por  Rincón  se  detuviese  en  aquel  punto.  Después  se  le 
mandó  por  el  General  Santa  Anna  que  avanzase  sobre  Veracruz,  y  ha- 
biendo dejado  la  Brigada  en  Santa  Fe,  marchó  al  puerto,  donde  llegó 
el  día  4  de  Diciembre  á  las  nueve  de  la  noche. 

Los  sucesos  importantísimos  que  se  siguieron  serán  asunto  de  un 
nuevo  capítulo,  en  el  que  insertaré  documentos  muy  notables. 

Enrique  de  Olavarr/a  y  Ferrari. 


B.  N.-T.  11-24 


870  REVISTA  NACIONAL. 


"¿QUIEN  FUE  GBEGOmO  LÓPEZ?" 


C!on  motivo  de  haberse  encontrado  el  conocido  literato  peruano  Don 
Ricardo  Palma,  en  uno  de  los  tomos  de  MSS.  curiosos  de  la  Bibliote- 
ca de  Lima,  un  códice  intitulado  Declaración  del  Apocálipeü  por  Gre- 
gorio López,  el  escritor  que  se  cita,  con  el  mismo  titulo  que  nos  ha  ser- 
vido para  encabezar  estas  lineas,  escribió  otras  acerca  del  célebre  ere- 
mita de  Santa  Fe,  lineas  que  aparecieron  dadas  á  la  estampa  en  las 
páginas  de  109  á  113  del  tomo  I  de^Ia  Bevista  Nacional  de  Letras  y 
Ciencias^  que  se  publica  en  esta  ciudad  periódicamente. 

Dice  el  Sr.  Palma,  que  ^'no  son  el  sabio  ni  las  producciones  de  su 
ingenio  las  que  le  ocupan.  Es  el  hombre — agrega — quien  despierta 
nuestra  curiosidad." 

"¿Quién  fué  ese  Gregorio  López  colombrofio  del  afamado  jurista  co- 
mentador de  las  Partidas?"  "¿Fué  realmente,  como  muchos  opinan  un 
hombre  nacido  para  ser  monarca  legítimo  de  Espafla  y  de  las  Indias, 
y  que,  prefirió  á  tan  humana  grandeza  la  existencia  del  sabio  y  del 
eremita,  alcanzando  morir  en  América  en  olor  de  santidad?" 

"Tal  es  el  tema  que  ponemos  sobre  el  tapete  de  la  discusión,  prin- 
cipiando por  dar  rapidísima  idea  del  personaje " 

En  seguida  se  ocupa  el  Sr.  Palma  en  Gregorio  López,  haciendo  bre- 
ve su  biografia,  é  inserta  lo  que  el  Sr.  Riva  Palacio  ha  dicho  ya  acerca 
del  misterioso  Siervo  de  Dios,  en  la  página  588  del  tomo  II  de  México 
á  través  de  los  Siglos;  es  decir,  dudando  quién  sea  Gregorio  López ;  y 
concluye  el  Sr.  Palma  poniendo  todavía  el  asunto  á  discusión. 

Aun  cuando  el  mismo  escritor  opina  como  el  Sr.  Riva  Palacio,  la- 
mentamos profundamente  que  el  distinguido  literato  sudamericano  no 
nos  haya  proporcionado  el  gusto  de  conocer  ni  uno  de  los  fundamen- 
tos que  tenga  para  acrecentar  ó  echar  por  tierra  la  leyenda. 

Más  atrevidos  nosotros,  meteremos  nuestra  hoz  humilde  en  la  mies 
histórica  inclinándonos  al  lado  de  los  que  opinan  que  tanto  el  infante 
español  Don  Carlos,  como  Gregorio  López,  fueron  dos  personajes  ab- 
solutamente distintos  el  uno  del  otro.  Columbramos  ya  lo  débiles  que 
serán  nuestras  fuerzas,  sin  pretender  arrancar  lauros  a»  Tnunfo;  pero 
válganos,  al  menos,  la  más  buena  fe  y  las  mejores  intenciones. 


i  QUIEN  FUE  GREGORIO  LÓPEZ?  871 

Comencemos,  para  el  mejor  orden  de  estos  apuntes,  por  sentar  los 
siguientes  principales  puntos  que  iremos  desarrollando,  aun  cuando 
corramos  el  riesgo  de  que  se  nos  tilde  de  difusos: 

1?  Antecedentes  históricos  del  principe  Don  Carlos. 

2°  Antecedentes  históricos  de  Gregorio  López. 

3*^  Puntos  de  comparación  entre  las  vidas  de  ambos  personajes. 

4*^  Argumentos  principales  en  pro  y  en  contra  de  la  aserción  de  ser 
el  ermitaño  de  Santa  Fe  el  mismo  primogénito  de  Felipe  11. 

5?  Conclusiones  que  se  infieren  de  todo  lo  anterior. 

I 

Las  mil  invenciones  y  hechos  inverosímiles  que  en  tomo  de  la  figu- 
ra del  principe  Don  Carlos,  heredero  del  poderoso  trono  de  Felipe  II, 
se  han  levantado,  harían  por  cierto,  dificil  y  oscura  la  biografía  del  in- 
fante, si  la  historia  imparcial,  severa  y  sensata  no  se  abriera  paso  en- 
tre las  vulgaridades  para  presentar  iluminados  con  la  luz  de  la  verdad 
los  acontecimientos  que  narra.  Nos  hemos  cuidado,  por  lo  tanto,  de 
no  guiamos  por  medio  de  alguna  idea  predominante,  y  entre  las  mu- 
chas obras  que  á  nuestro  alcance  estaban  para  consultarlas,  hubimos 
de  escoger  las  que  nos  han  parecido  descansar  sobre  el  criterio  de  la 
verdad,  y  las  que  nos  servirán  de  norma  para  la  formación  de  estas  no- 
ticias. 

El  8  de  Junio  del  afio  1545,  el  príncipe  de  Asturias,  que  después  rei- 
nó con  el  nombre  de  Felipe  II,  y  su  augusta  esposa  la  infanta  Dofia 
María  de  Portugal,  celebraban  en  Valladolid  el  nacimiento  de  su  hijo 
primogénito  el  infante  Don  Carlos;  alegría  turbada  en  breve  por  el  fa- 
llecimiento de  la  princesa. 

El  nifio  se  crió  bajo  la  tutela  de  los  archiduques  Maximiliano  y  Ma- 
ria,  y  de  su  tía  patema  Dofia  Juana  .de  Portugal;  regentes  y  goberna- 
dores de  España  en  las  ausencias  del  emperador  Carlos  V  y  de  Don 
Felipe. 

"Desde  sus  primeros  años — dice  Don  Modesto  Lafuente  en  su  His- 
toria Oeneral  de  España,  ed.  de  1879,  tomo  III,  págs.  56  y  sigs. — co- 
menzó el  príncipe  á  descubrir  sus  malas  inclinaciones,  su  índole  avie- 
sa, su  genio  impetuoso  y  violento,  su  tendencia  á  la  crueldad,  citándo- 
se entre  otras  señales  de  su  natural  feroz  la  complacencia  y  fruición 
que  tenía  en  degollar  por  su  mano  los  gazapillos  que  le  traían  vivos  de 


872  IIK VISTA  NACIONAL. 


la  caza,  gustando  de  verlos  palpitar  y  morir.  De  lo  cual  auguró  mal  el 
embajador  de  Venecia,  trayendo  á  la  memoria  el  juicio  que  en  otro 
tiempo  hicieron  los  miembros  del  Areópago  de  Atenas  de  aquel  nifio 
que  sacaba  los  ojos  á  las  codornices.  La  blandura  y  las  consideracio- 
nes que  acaso  guardaron  con  él,  asi  los  reyes  de  Bohemia  Maximilia- 
no y  María,  como  la  princesa  viuda  de  Portugal,  no  atreviéndose  á  tra- 
tarle y  corregirle  con  la  severidad  que  hubiera  podido  hacerlo  un  pa- 
dre, fué  tal  vez  una  de  las  causas  de  que  se  viciara  más,  en  vez  de  mo- 
dificarse y  mejorar." 

No  valió  al  príncipe  la  enseñanza  que  quisieron  darle  sus  virtuosos 
é  ilustres  maestros  Honorato  Juan,  más  tarde  Obispo  de  Osma,  Don 
García  de  Toledo  y  Fr.  Juan  de  Matienzo,  antes  bien  Don  Carlos  era 
muy  desaplicado  é  indócil. 

"Incontrastable  verdad  histórica — nos  ha  dicho  el  Sr.  Don  Ricardo 
Palma — por  ser  la  única  en  que  están  uniformes  todos  los  historiado- 
res que  de  Felipe  II  y  del  infante  Don  Carlos  se  ocupan,  es  que  el  prín- 
cipe era  un  muchacho  sin  seso  y  enemigo  de  leer  é  instruirse.*' 

Celebramos  que  el  Sr.  Palma  camine  en  este  punto  con  nosotros, 
pues  sabrá  bien  que  especialmente  los  novelistas  extranjeros  pintan  á 
Don  Carlos  adornado  de  las  más  grandes  virtudes,  acomodándole — lal 
fin  novelistas! — ^una  instrucción  que  estuvo  bien  lejos  de  tener;  y  esto, 
de  tal  manera  que  sus  maestros  se  hallaron  en  la  necesidad  de  infor- 
mar á  Don  Felipe  de  la  pereza  de  su  hijo.  "Avisos  de  esta  especie — 
agrega  el  Sr.  Lafuente — ^ningún  preceptor  prudente  se  resuelve  darlos 
á  un  padre,  y  á  un  padre  que  es  rey,  y  á  un  rey  como  Felipe  II,  sino 
cuando  la  necesidad  los  fuerza  á  ello  y  cuando  adquieren  el  convenci- 
miento de  que  los  medios  de  persuasión  y  de  corrección  que  un  maes- 
tro puede  emplear  no  alcanzan  á  evitar  á  un  padre  la  amargura  de  de- 
nunciarle un  hijo  como  incorregible." 

Vuelve  en  seguida  la  novela  á  tomar  asiento :  á  la  muerte  de  María 
de  Inglaterra,  segunda  esposa  de  Felipe  II,  se  enlazó  éste  con  Isabel  de 
Valois  hija  del  rey  de  Francia  Enrique  II.  Pero  la  circunstancia  de  ha- 
berse convenido  primero  el  casamiento  de  los  dos  infantes  Garlos  é  Isa- 
bel, forjó  mil  decires  que  la  gente  desocupada  supo  explotar  á  maravi- 
lla. Contestada  está  ya  la  circunstancia  de  supuesta  rivalidad  entre  el 
padre  y  el  hijo,  si  se  atiende  á  que  con  esfuerzo  puede  creerse  que  exis- 
tiera una  pasión  vehemente  en  un  joven  de  trece  años  y  una  tierna  ni- 
ña que  apenas  contaba  doce.  El  matrimonio  del  rey  Felipe  se  verificó 


¿QUIEN  FUE  GREGORIO  LÓPEZ?  878 

éi  2  de  Febrero  de  1560,  siendo  padrino  el  mismo  príncipe  Don  Car- 
los; quien,  por  ser  su  padre  desde  la  abdicación  de  Carlos  V  en  1558, 
rey  de  España,  fué  jurado  el  22  del  propio  Febrero  de  1560,  solemne- 
mente heredero  y  sucedor  de  Felipe  II,  en  las  Cortes  de  Toledo :  no 
asistió  á  la  ceremonia  la  reina  por  haber  enfermado  de  viruelas;  y  á 
duras  penas  Carlos  tuvo  necesidad  de  estar  en  la  fiesta,  pues  las  cuar- 
tanas invadieron  su  débil  y  enfermizo  organismo,  al  grado  de  tener  que 
diferir  su  casamiento  con  la  princesa  Ana,  hija  de  sus  tíos  los  reyes  de 
Bohemia. 

Un  hecho,  ligero  al  parecer,  hizo  resaltar  el  carácter  de  Don  Carlos. 
Durante  la  jura  de  éste  como  sucesor  del  trono,  el  duque  de  Alva  se 
distrajo,  olvidándose  de  besar  la  mano  al  infante;  y  cuando  el  duque 
se  excusó,  le  trató  Carlos  con  tal  aspereza,  que  desde  ese  momento  no 
volvió  á  reconciliarse  con  el  de  Alva,  teniéndole  por  su  enemigo. 

Felipe  II  se  vio  obligado  á  despachar  al  principe  lejos  de  la  Corte, 
haciendo  que  se  distrajera,  y  por  conseguir  también  que  estudiara  algo 
de  latín  y  estuviese  en  contacto  con  los  hombres  eminentes  que  se  ha- 
llaban en  la  Universidad  de  Alcalá  de  Henares:  partió  Carlos  para  es- 
te punto,  acompañado  de  su  tío  Don  Juan  de  Austria  y  del  príncipe  de 
Parma,  Alejandro  Farnesio,  ambos  jóvenes  como  él. 

El  19  de  Abril  de  1562,  cayó  Carlos  rodando  la  escalera  de  su  pala- 
cio, lesionándose  gravemente  la  cabeza,  sufriendo  dolorosas  operacio- 
nes quirúrgicas  en  el  cráneo  y  en  los  párpados.  El  diagnóstico  fué  un 
día  desesperado;  y  Felipe  se  apresuró  entonces  á  trasladarse  á  Alcalá : 
mandó  hacer  rogaciones  por  el  principe  y  conducir  hasta  la  cámara  del 
moribundo  famosas  reliquias  de  santos.  Muy  verosímil  es  creer,  como 
se  ha  asegurado,  que  el  príncipe  quedó  á  consecuencia  de  la  fatal  caida 
con  el  cerebro  trastornado.  Nueva  enfermedad  postró  en  cama  al  in- 
fante en  19  de  Mayo  de  1564,  otorgando  su  testamento  ante  el  escriba- 
no Domingo  de  Zavala.  Con  este  motivo  observa  el  discreto  historia- 
dor de  España,  quien  vio  el  testamento  autógrafo,  que  cada  página  del 
original  lleva  la  firma  del  príncipe,  quien  escribía  muy  malj  y  las  letras 
son  como  garbanzos,  Claro  es  que  no  pueden  hacer  fuerza  como  argu- 
mento en  pro  de  las  virtudes  del  infante,  los  sentimientos  católicos  y 
piadosos  que  aparecen  en  el  testamento,  que  están  en  contradicción  con 
la  vida  del  príncipe ;  además  de  que  es  difícil  que  él  hubiera  redacta- 
do la  minuta;  pues  no  le  dejó  en  esos  momentos  su  confesor  Fr.  Die- 
go de  Chávez,  varón  piadoso  y  distínguido. 


874  REVISTA  NACIONAL 


No  sirvieron  los  males  del  cuerpo  para  disminuir  los  desmanes  de 
Don  Carlos,  antes  bien,  se  acrecentaron  sus  excesos  y  su  vida  liberti- 
na: era  un  colérico  sin  freno,  y  no  tuvo  respetos  ni  siquiera  para  su 
ilustre  ayo  Don  García  de  Toledo  á  quien  una  vez  quiso  golpear. 

Vuelto  á  Madrid  el  principe  supo  que  el  presidente  del  Consejo  de 
Castilla  Don  Diego  de  Espinosa,  había  desterrado  á  un  cómico  llama- 
do Cisneros,  el  cual  iba  á  representar  en  el  cuarto  del  infante.  Monta- 
do éste  en  cólera  se  echó  en  busca  de  Don  Diego,  con  un  pufíal  en  la 
mano,  y  habiéndole  encontrado  le  llenó  de  insultos  y  le  dijo: —  Ouri- 
Ua,  ¿á  mi  os  atrevéis  vaSy  no  dejando  á  Oisneros  que  venga  á  servirmef 
Por  vida  de  mi  padre  que  os  he  de  matar, —  Y  lo  hubiera  hecho,  á  no 
intervenir  algunos  grandes  de  Espafla. 

En  1565  intentó  huir  disfrazado  á  Flandes,  instigado  por  dos  genti- 
les hombres,  y  so  pretexto  de  ir  en  socorro  de  Malta;  pero  con  el  fín 
de  librarse  de  la  presencia  de  su  padre.  £1  príncipe  de  Eboli  á  quien 
quiso  llevar  en  su  compafiía,  le  disuadió  de  la  locura  de  la  empresa;  y 
sabedor  Don  Carlos  más  tarde  de  que  Felipe  II  había  nombrado  al  du- 
que de  Alva  general  en  jefe  del  ejército  destinado  á  los  Países  Bajos 
(1567),  trató  el  rencoroso  príncipe  de  vengarse  del  duque:  al  ir  éste  á 
besarle  la  mano,  para  despedirse,  Carlos  le  dijo  que  aquel  empleo,  el 
de  general  en  jefe,  sólo  le  correspondió  á  él  como  heredero  del  trono. 
El  duque  le  replicó  que  sin  duda  el  monarca  no  quería  exponer  á  su 
hijo  á  los  peligros  que  allí  podía  correr,  y  á  los  horrores  de  la  guerra; 
pero  el  infante  sacó  entonces  un  puñal  y  se  abalanzó  al  duque  dicién- 
dole: — Antes  os  atravesaré  el  corazón  que  consentir  en  que  hayáis  de  ir 
á  Flandes.  A  duras  penas  pudo  libertarse  el  de  Alva,  abrazando  fuer- 
temente al  príncipe  para  dejarle  sin  acción.  Tal  escándalo  llegó  á  co- 
nocimiento del  rey.  (Lafuente.  Obra  citada). 

Exacerbado  el  infante  por  el  mucho  tiempo  que  tardaban  en  reali- 
zarse sus  bodas  con  la  princesa  Doña  Ana  atribuyendo  la  causa  á  ma- 
la intención  de  su  padre  y  á  malquerer  del  presidente  Espinosa,  pro- 
yectó sin  licencia  del  rey,  escaparse  á  Alemania ;  pero  joven  arrebata- 
do y  »in  seso,  como  se  le  llama,  tuvo  la  imprudencia  de  dar  publicidad 
á  sus  designios,  escribiendo  á  varios  altos  personajes  para  que  le  ayu- 
daran. No  tardó  Felipe  en  saber  los  proyectos  de  su  hijo,  y,  alarmado 
reunió  en  consulta  á  varios  teólogos  y  juristas  entre  los  que  se  halla- 
ban el  maestro  Gallo,  el  confesor  Fr.  Diego  de  Ghávez  y  el  célebre  ju- 
risconsulto Martin  de  Azpilcueta  ó  el  doctor  Navarro,  nombre  con  el 


¿QUIEN  FUE  GREGORIO  LÓPEZ?  375 


cual  más  se  le  conoce.  Preguntó  el  monarca  si  podia  seguir  disimulaH- 
do  y  aparentando  ignorancia  con  el  principe  hasta  que  éste  partiera ; 
pero  él  doctor  Navarro,  con  acopio  de  fundadas  razones,  hizo  ver  lo 
perjudicial  del  disimulo. 

Por  su  parte,  el  principe  creyó  realizar  su  empresa  con  la  llegada  de 
su  guarda-joyas  Garci  Alvarez  Osorio,  que  traía  de  Andalucía  150,000 
escudos.  El  17  de  Enero  de  1568,  escribió  el  infante  al  correo  mayor 
de  postas  Raimundo  de  Tassis,  con  el  objeto  de  que  le  dispusiese  ca- 
ballos para  la  noche  próxima;  pero  Tassis  comprendiendo  que  el  prín- 
cipe los  quería  para  hacer  de  ellos  mal  uso,  le  contestó  que  en  ese  mo- 
mento los  caballos  estaban  ocupados  en  las  carreras ;  dando  parte  al 
rey  del  caso.  Don  Felipe  se  fué  inmediatamente  del  Pardo  á  Madrid 
para  impedir  cualquier  movimiento  de  Don  Carlos.  Al  siguiente  día 
domingo  18  salió  el  rey  á  Misa,  en  público,  en  compañía  de  Carlos  y 
de  los  príncipes  de  Hungría  y  Bohemia  que  allí  se  encontraban  de  visita. 

El  monarca  quizá  después  de  una  lucha  consigo  mismo,  al  fín  se  re- 
solvió á  dar  un  paso  enérgico  para  cortar  la  libertad  á  su  hijo.  El  mis- 
mo día  18,  poco  antes  de  la  media  noche,  don  Felipe  junto  con  el  du- 
que de  Alva  y  otros  elevados  personajes  de  la  corte,  se  llegó  al  aposen- 
to del  príncipe  para  prenderle :  le  despojaron  de  las  armas  y  clavaron 
las  puertas  y  ventanas.  No  pudo  oponer  resistencia  Don  Carlos,  porque 
le  era  imposible,  y  tuvo,  primero,  que  resignarse  á  su  suerte,  y  al  en- 
cierro, que  él  se  imaginó  sería  corto. 

Empero  el  rey  quiso  prolongar  la  prisión  por  más  tiempo:  determi- 
nó que  custodiaran  al  príncipe,  bajo  solemnes  juramentos,  de  seis  en 
seis  horas  dos  caballeros,  que  lo  fueron,  alternándose,  el  duque  de  Fe- 
ria, el  de  Lerma,  Rui  Gómez,  el  prior  Don  Antonio  de  Toledo,  Luis 
Quintanar  y  Don  Juan  Velasco.  La  comida  del  infante  era  registrada 
con  escrúpulo  y  se  le  servía  trinchada  para  evitar  se  quedara  en  la  pie- 
za todo  instrumento  cortante. 

El  día  19  mandó  reunir  Felipe  II  á  todos  los  consejos  en  su  cáma- 
ra, dando  cuenta  á  sus  respectivos  presidentes  del  grave  asunto  de  la 
prisión  de  Don  Carlos;  al  siguiente  día  nombró  una  comisión  para  ins- 
truir un  proceso  al  príncipe,  siendo  secretario  Pedro  del  Hoyo,  quien 
recibía  las  declaraciones  de  los  testigos;  y  sirviendo  de  pauta  al  proce- 
so que  Don  Juan  II  de  Aragón  hizo  formar  á  su  hijo  también  Carlos, 
príncipe  de  Viana;  proceso  que  se  llevó  á  Madrid,  de  Barcelona. 

Don  Felipe  creyó  conveniente  dar  cuenta  á  España  y  á  Europa  de  lo 


876  REVISTA  NACIONAL. 


acaecido,  noticia  que  dejó  á  todos  suspensos  y  asombrados.  El  rey  es- 
cribió con  fecha  20  de  Enero  de  1568  al  Pontífice  Pió  Vyá  la  reina  de 
Portugal;  haciendo  luego  y  en  otros  días  nuevas  cartas  para  todas  las 
ciudades  del  reino,  para  los  prelados,  cabildos,  consejos,  gobernadores 
y  corregidores ;  para  los  emperadores  de  Alemania,  duque  de  Alva  y 
algunos  soberanos  europeos.  Al  decir  de  los  más  sensatos  cronistas  que 
han  visto  los  originales  de  muchas  de  estas  cartas,  en  todas  ellas  cui- 
dó el  rey  de  no  decir  cuál  era  la  verdadera  causa  de  la  prisión  de  Don 
Carlos,  y  la  envuelve  en  un  misterio  del  que  bien  han  sabido  aprove- 
charse los  novelistas;  trasluciéndose,  sin  embargo,  un  asunto  que  de- 
bió ser  bastante  grave.  "Esta  mi  resolución — decía  don  Felipe  en  una 
de  esas  misivas — no  depende  de  culpa,  ni  inobediencia,  ni  desacato,  ni 
es  enderezada  á  castigo,  que  aunque  para  esto  había  sufíciente  materia, 
pudiera  tener  su  tiempo  y  su  término." 

Conjetúrase  que  una  doble  causa,  política  y  religiosa  determinó  és- 
te acontecimiento;  probablemente  por  la  inteligencia  que  creyó  encon- 
trar Felipe  entre  su  hijo  y  los  herejes  de  Flandes.  Tal  hecho  dio  pá- 
bulo á  multitud  de  versiones  que  hizo  volar  el  vulgo,  según  su  costum- 
bre, por  todas  partes. 

Esta  prisión  tan  repentina  dio  margen  á  asegurar  que  el  príncipe  Don 
Carlos  había  desaparecido  misteriosamente  y  no  faltó  quien  atribuyera 
á  Don  Felipe  la  muerte  de  su  hijo,  mandado  asesinar  á  causa  de  las 
fabulosas  relaciones  entre  la  reina — que  era  todo  un  modelo  de  virtu- 
des, dicho  sea  de  paso — y  el  infante  heredero  del  trono.  Otros  creye- 
ron que  como  el  príncipe  atentara  contra  la  vida  del  rey,  éste  le  man- 
dó dar  muerte;  aplicándose  al  caso, — dice  el  Sr.  Lafuente — lo  de  la 
Metamorfosis  de  Ovidio : 

f  ILIVs  ante  DIeM  patrios  InqVIrlt  annos ; 
y.  en  la  que  sumando  el  valor  numérico  de  las  mayúsculas  dieron  el  afio 
1568  en  el  cual  el  príncipe  atentaría  contra  la  vida  de  su  padre ;  come- 
tiendo un  doble  crimen,  un  parricidio  y  un  regicidio.  Todo  es  perfecta- 
mente posible  en  el  mundo  ;  pero  no  debemos  acoger  la  falsedad  de  la 
muerte  misteriosa  del  príncipe,  ni  mucho  menos  que  viniera  á  Amé- 
rica, como  un  autor,  por  desgracia  mexicano,  inventó  en  una  dispara- 
tada novela.  El  Misterioso ^  publicada  en  Guadalajara  en  1836,  suponien- 
do á  D.  Carlos  en  Yucatán.  Así  es  como  se  han  formado  muchos  absur- 
dos históricos,  y  que  lamentablemente  hasta  personas  ilustradas  los 
acogen :  así  se  han  inventado  entre  otras  muchas,  la  fábula  de  la  Pa- 


¿QUIEN  FUE  GREGORIO  LÓPEZ?  377 

pisa  Juana,  y  se  han  puesto  en  boca  de  Gal  íleo  las  célebres  frases  del 
epur  8Í  muove  que  jamás  sofiara  en  pronunciar.  ¿Qué  de  eslraflo  tie- 
ne, por  lo  tanto,  que  los  hombres  inventen  una  nueva  fábula?  ¿No  aca- 
so son  meras  mitologías  las  historias  referidas  en  versos  y  en  novelas? 
;  Cuántas  veces  por  ajustar  la  rima  á  las  reglas  de  literatura  se  falta 
impunemente  á  la  verdad  histórica! 

Volvamos  á  nuestro  interrumpido  relato,  y  sigamos  al  Sr.  Lafuente, 
á  quien  venimos  extractando.  El  principe  siguió  en  su  prisión  vigilado 
con  el  más  grande  escrúpulo ;  Felipe  II  en  todo  este  tiempo  no  salió 
de  Madrid  como  acostumbraba  hacerlo,  yendo  á  Aranjuez,  al  Escorial 
y  al  Pardo.  El  proceso  siguió  su  camino,  resultando  de  él  terrible  con- 
denación para  el  delincuente :  pero  el  monarca  luchaba,  y  en  la  lucha, 
se  puso  en  el  dilema  ó  de  emplear  todo  el  rigor  de  la  justicia  ó  la  cle- 
mencia :  no  se  ha  encontrado  huella  de  si  Felipe  sentenció  ó  no ;  y  mien- 
tras éste  pensaba  qué  giro  darle  al  asunto,  el  principe  se  desesperaba 
entre  las  paredes  de  su  cárcel,  desordenándose  más  y  más,  debido  tam- 
bién, sin  quizá,  al  mal  estado  de  sus  facultades  mentales ;  sólo  á  un 
hombre  cuyo  cerebro  se  trastorna,  se  le  ocurre  hacer  lo  que  el  prínci- 
pe hacía :  dio  en  beber  con  exageración  agua  helada ;  pasaba  las  noches 
enteras  paseándose  á  lo  largo  de  la  cámara  desnudo  y  descalzo ;  y  en 
muchos  días  se  empeñó  en  no  comer.  Visitándole  una  vez  el  rey,  su 
padre,  le  exhortó  á  que  se  alimentase,  y  entonces  el  infante  cometió  la 
extravagancia  de  comer  con  tal  exceso  y  destemplanza  que  contrajo  una 
fiebre  periódica  y  maligna  que  en  breve  le  agravó.  El  médico  Ontive- 
ros  le  comenzó  á  disuadir  de  que  la  muerte  vendría  pronto,  y  procura- 
se por  lo  mismo,  arreglar  sus  asuntos  espirituales :  recibió  en  efecto, 
los  Santos  Sacramentos  de  mano  de  su  confesor  Fr.  Diego  de  Chávez, 
en  21  de  Julio ;  se  convenció  al  rey  de  lo  preciso  que  era  darle  á  su  hi- 
jo la  bendición  antes  de  morir  éste,  y  así  lo  hizo  Felipe ;  aunque  por 
prudencia,  sin  verle.  El  príncipe  murió  á  las  cuatro  de  la  mañana  del 
día  24  de  Julio  de  1568,  víspera  de  Santiago  Apóstol,  patrón  de  Espa- 
ña. El  rey,  tan  luego  como  hubieron  pasado  las  primeras  sensaciones, 
pues  al  fin  quien  había  muerto  era  su  hijo,  se  apresuró  á  comunicar  la 
noticia  al  Marqués  de  Villafranca  y  á  las  grandes  personas  con  quienes 
el  monarca  estaba  en  relación.  £1  príncipe  fué  enterrado  con  toda  pom- 
pa en  el  convento  de  religiosas  de  Santo  Domingo  el  Real,  de  Madrid; 
y  en  8  de  Junio  de  1573,  viviendo  aún  Felipe  II  i,  se  trasladaron  los 

1  Este  rey  murió  en  el  Escorial  el  18  de  Septiembre  de  1508. 


878  REVI8TANACIONAL. 


restos  de  la  reina  Doña  Isabel,  tercera  mujer  de  Don  Felipe,  al  mismo 
tiempo  que  los  del  principe  Don  Carlos,  al  Escorial,  donde  descansan 
en  la  bóveda  destinada  al  Panteón  de  los  Infantes.  (El  Escorial,  des- 
cripción de  este  Monasterio. — Un  vol.  8" — impreso  en  la  casa  de  Es- 
calante—México — 1873. ) 

En  3  de  Octubre  del  propio  año  de  1568,  la  joven  reina  Doña  Isa- 
bel, que  apenas  contaba  22  años,  exbaló  el  postrimer  suspiro.  Por  su- 
puesto que  la  proximidad  de  la  muerte  del  infante  Don  CSarlos,  tam- 
bién preparó  material  abundante  para  una  escena  novelesca,  narrada 
con  fantasía  por  algunos  poetas  que  andan  siempre  á  caza  de  singula- 
res y  bien  notables  coincidencias. 


II 

Pasemos  abora  á  ocupar  nuestra  atención  en  el  misterioso  Gregorio 
López. 

Nació  en  la  villa  de  Madrid  el  día  4  de  Julio  de  1542  ignorándose 
hasta  ahora  quiénes  fueron  sus  padres ;  asegurando  muchos  que  tuvie- 
ron noble  y  elevada  alcurnia. 

A  los  ocho  años  de  su  edad,  dicese  que  huyó  de  la  casa  paterna,  en- 
cendido en  amor  de  servir  á  Dios,  viviendo  seis  años  en  los  montes  de 
Navarra.  De  alli  se  le  quitó  para  llevarlo  á  la  Corte  de  Valladolid  don- 
de sirvió  de  page  á  Felipe  II.  Pero  desde  luego  comenzó  á  revelar,  se- 
gún sus  más  verídicos  biógrafos,  una  vida  austera  y  contemplativa.  Se 
instruyó  en  las  ciencias  y  el  latín,  siendo  un  hábil  calígrafo  cuya  letra 
parecía  de  imprenta.  A  los  veinte  años  visitó  los  más  célebres  isantua- 
rios  de  España,  oyendo  en  el  de  Guadalupe  de  Extremadura  una  voz 
interior  que  le  llamaba  á  América.  Sus  deseos  se  vieron  cumplidos, 
embarcándose  en  Cádiz  y  llegando  á  Veracruz  el  año  1562 ;  repartió  su 
equipage  entre  los  pobres  al  venir  á  México,  y  ya  en  la  capital  de  la 
Colonia  sentó  plaza  de  escribiente  con  los  escribanos  de  gobierno  San 
Román  y  Turcios.  El  carácter  de  Gregorio,  que  harto  gustaba  del  ais- 
lamiento, le  hizo  abandonar  á  los  escribanos ;  y  en  la  casa  de  Don  Luis 
Zapata  donde  se  hospedó,  ayunó  la  cuaresma  entera  á  pan  y  agua. 

Más  tarde,  vestido  de  una  túnica  grosera  se  fué  á  la  provincia  de  Za- 
catecas; y  luego  descalzo,  sin  sombrero,  pasó  á  Atemajac  viviendo  en- 
tre los  indios  Chichimecas,  quienes  le  recibieron  con  bondad,  y  le  ayu- 
daron á  hacer  una  ermita.  Su  única  comida  era  maíz  tostado,  y  los 


¿QUIEN  FUE  GREGORIO  LÓPEZ?  S79 

soldados  que  solían  perseguir  á  los  indios  trataron  á  Gregorio  de  loco 
y  además  de  herege,  porque  no  oía  misa;  pero  se  afirma  que  cada  mes 
confesaba  y  comulgaba  devoto,  en  la  capilla  de  la  hacienda  de  Don  Pe- 
dro Carrillo  de  Avila,  á  cuyos  hijos  les  daba  Gregorio  López  clase  de 
primeras  letras  y  de  excelente  moral.  Fr.  Domingo  Salazar,  religioso 
dominico,  y  más  tarde  Obispo  de  Manila,  aconsejó  á  nuestro  Gregorio 
que  abandonase  aquellos  lugares  y  que  volviese  á  México,  y  le  ofreció 
refugio  en  su  convento.  Aceptó  Gregorio,  pero  instándole  á  que  toma- 
ra el  hábito  de  los  Predicadores ;  y  no  encontrándose  sin  duda  con  vo- 
cación ó  ánimo  para  ello,  prefirió  su  vida  solitaria  y  eremítica  á  la  de 
un  claustro. 

Partió  Gregorio  para  la  Huasteca,  y  allí  siguió  sus  prácticas  de  ora- 
ción y  penitencia,  estudiando  las  Sagradas  Escrituras,  al  grado  de  ha- 
berlas aprendido  todas  de  memoria  (Berístain,  Biblioteca  Hispano 
Americana  Septentrional),  Nuestro  anacoreta  enfermó  gravemente, 
llevándole  á  su  casa  el  párroco  Juan  de  Mesa ;  y  éste,  alarmado  por  la 
extrema  reserva  de  Gregorio  en  ocultar  ásus  padres,  pensó  delatarlo  al 
gobierno  ó  á  la  Inquisición,  desistiendo  luego  de  su  propósito. 

Pronto  cundió  la  fama  de  las  virtudes  del  misterioso  eremita,  siendo 
visitado  por  clérigos  de  valia  y  muc!ios  personages. 

Oigamos  ahora  cómo  conoció  á  Gregorio  López  su  célebre  compañe- 
ro el  Presbítero  Francisco  de  Losa,  que  escribió  la  biografía  de  aquel: 

" aunque  la  vida  de  Gregorio  era  inculpable — dice  en  su  Vida 

dd  Venerable  Siervo  de  Dios  Gregorio  López,  págs.  27  y  siguientes ; 
ed.  de  1727 — no  faltaron  algunos  que  miraban  esto  con  diferentes  ojos, 
y  assi  formaban  diversos  conceptos  del  modo  de  proceder  del  santo  Va- 
rón. Porque  como  á  su  parecer  no  tenía  algún  oficio,  ó  exercicio  en  que 
ocuparse,  juzgábanle  por  holgazán,  ó  hombre  sin  provecho,  y  aun  pas- 
saba  más  adelante  la  sospecha,  porque  algunos  le  tenían  por  herege, 
no  obstante  que  le  veían  en  aquel  tiempo  acudir  á  oir  misa,  y  á  las  de- 
más obligaciones  exteriores  de  Christiano  como  los  demás. 

'*  Y  porque  yo  en  esta  ocasión  tuve  la  primera-  noticia  de  su  mane- 
ra de  vivir,  contaré  la  relación  que  del  me  dieron.  Vino  entonces  un 
sacerdote  de  aquellas  partes  á  la  Ciudad  de  México,  y  entre  otros  ne- 
gocios que  traía  por  memoria  que  tratar,  era  uno :  Que  vivía  por  allá 
un  hombre,  de  quien  se  recelaba  mucho  no  fuese  un  herege  luterano, 
porque  no  traía  Rosario  en  que  rezar,  ni  hazla  otras  demostraciones 
con  que  los  buenos  Christiaiios  suelen  manifestar  su  devoción,  y  pe- 


880  REVISTA  NACIONAL. 


cho  sano.  Yo  le  pregunté  si  hablaba  bien  de  las  cosas  de  la  Fe,  y  qué 
tales  eran  sus  costumbres.  Respondióme  que  en  la  doctrina  de  la  Fe 
parecía  estar  muy  bien,  y  que  sabia  toda  la  Biblia  de  memoria,  y  que 
en  las  costumbres  era  un  hombre  inculpable,  y  casi  siempre  estaba  so- 
lo, como  si  tuviera  grandes  negocios,  aunque  con  ninguno  los  comu- 
nicaba. Estése,  dize,  mucho  tiempo  en  la  Iglesia,  y  no  podemos  sacar 
de  él  qual  sea  su  tierra,  sus  padres,  sus  deudos,  ni  otra  cosa  del  mun- 
do, más  que  sino  hubiera  vivido  en  él.  Yo  le  repliqué  familiarmente, 
que  no  quisiera  fuesse  éste  sacerdote  como  otro  Hely,  que  juzgaba  por 
efecto  de  embriaguez,  la  mudanza  que  Ana  hazla  de  su  rostro,  cuando 
amargamente  oraba  delante  de  Dios.  Si  á  un  ladrón  viéssedes  sin  Ro- 
sario, no  por  eso  le  tendriades  por  herege:  pues  quánto  menos  á  un 
hombre  de  tan  buenas  costumbres  y  que  tanto  sabe  de  las  Escrituras, 
y  cuyo  trato  debe  ser  sólo  con  Dios?  Convencido  el  Clérigo  con  ésta 
razón,  me  respondió,  que  le  parecía  bien  lo  que  yo  le  dezía,  y  que  de- 
bía de  ser  boníssimo  hombre.  Y  añadió :  yo  le  quiero  llevar  un  som- 
brero, que  no  le  trae  (quizá  porque  no  le  tiene)  y  dexar  de  denunciar 
de  él  á  la  Santa  Inquisición,  como  tenía  pensado. 

'^  Esto  me  pasó  con  el  dicho  Clérigo,  acerca  de  Gregorio  López,  á 
quien  yo  hasta  entonces  no  conocía,  ni  aun  entonces  supe  su  nombre, 
aunque  según  la  relación  dicha,  hize  buen  concepto  de  su  modo  de  vi- 
da, dando  Dios  Nuestro  Señor  principio  tan  sin  saberlo  yo,  á  las  gran- 
des mercedes,  j  misericordias,  que  por  medio  de  éste  su  Siervo  me 
haría  de  ^hazer  su  Divina  Magestad.  '^ 

Las  multiplicadas  visitas  que  Gregorio  recibía  como  hemos  dicho, 
le  hicieron  huir  á  Atlixco,  lejos  de  todo  bullicio  y  sociedad ;  allí  le  acu- 
saron como  un  hombre  sospechoso,  ante  el  Obispo  de  Tlaxcala,  quien 
le  declaró  inocente  y  por  mil  títulos  digno  de  veneración.  Dp  Atlixco 
pasó  nuestro  eremita  al  Santuario  de  los  Remedios  distante  tres  leguas 
al  oeste  de  la  Ciudad  de  México.  Las  gentes  que  veian  á  Gregorio  co- 
mentaban su  vida  de  diversos  modos ;  quién  le  suponía  verdaderamen- 
te un  hipócrita  y  herege;  quién — los  más  cuerdos — un  gran  varón. 
Entonces  el  Sr.  Arzobispo  de  México  Don  Pedro  Moya  de  Contreras, 
comisionó  al  R.  P.  Alonso  Sánchez,  de  la  Compañía  de  Jesús  y  al  P. 
Francisco  de  Losa,  cura  de  la  Metropolitana,  para  examinar  y  conocer 
á  Gregorio  López,  rindiendo  un  informe  acerca  de  su  vida  y  costum- 
bres. El  P.  Sánchez  le  examinó  con  preguntas  muy  sutiles,  respondien- 
do Gregorio  á  todas  fundadamente ;  refiriendo  las  heregías  contra  la  fe. 


¿QUIEN  FUE  GREGORIO  LÓPEZ?  881 

señalando  tiempos  y  principales  cabezas  de  Heresiarcas,  juntamente 
con  los  Santos  y  Escritores  Eclesiásticos  y  Doctores  que  impugnaron 
tales  heregías  y  escribieron  contra  ellas.  "Fué  ésto — agrega  el  P.  Lo- 
sa—  con  tan  gran  peso  de  sentencias  y  gravedad  de  palabras,  que  el 
Padre  quedó  admirado.  Pero  mucho  más  se  admiró  de  la  buena  sali- 
da que  le  daba  á  todas  las  dudas  y  objeciones  que  acerca  de  su  espíri- 
tu y  manera  de  vivir  le  proponía,  reconociendo  en  él  gran  caudal  de 
prudencia  divina  y  humana.  De  aquí  resultó  quedar  el  dicho  Padre,  no 
solamente  satisfecho  del  buen  Gregorio  López,  sino  también  muy  afí- 
cionado  y  devoto  suyo."  (Pág.  33,  ed.  de  1727.) 

Como  puede  inferirse  de  lo  anterior,  el  informe  rendido  no  pudo  ser 
mejor  para  el  anacoreta ;  declarándose  el  Padre  Losa,  su  amigo  íntimo 
y  discípulo. 

Gregorio  enfermó  una  vez,  y  el  cura  de  la  Metropolitana  se  apresuró 
á  llevárselo  al  Hospital  de  Huaxtepec,  fundado  recientemente  por  el 
venerable  Bernardino  Alvarez,  el  mismo  que  fundó  el  Hospital  de  San 
Hipólito.  El  Sr.  Arzobispo  envió  sus  criados  para  que  con  esmero  asis- 
tieran á  nuestro  Gregorio  el  cual,  restablecido  de  sus  males,  ayudó  á 
los  solícitos  sacerdotes  á  curar  á  los  enfermos  de  aquella  Santa  casa ; 
escribiendo  entonces  su  Tesoro  de  Medicinaj  opúsculo  muy  curioso 
arreglado  por  orden  alfabético. 

No  obstante  la  vida  ejemplar  de  Gregorio  López  acrecentáronse  en 
su  rededor  las  murmuracioQes,  siendo  preciso  que  el  Padre  Maestro  Fr. 
Pedro  de  Právia,  de  la  Orden  de  Predicadores,  y  gobernador  del  Arzo- 
bispado, fuera  á  conocerle,  aunque  con  disimulo,  y  á  sondear  su  es- 
píritu. Así  lo  hizo,  y  con  razón  dijo  de  Gregorio :  Eee  hombre  ea  supe- 
rior á  la  fama  que  tiene  de  santo. 

A  resultas  de  una  fíebre  grave,  se  trajo  al  eremita  de  Huaxtepec  á 
San  Agustín  de  las  Cuevas,  viniendo  después  á  México.  Tanto  cariño 
y  devoción  inspiró  Gregorio  al  Padre  Losa,  que  éste  renunció  el  Cura- 
to y  se  fué  á  hacerle  compañía  á  Santa  Fe.  Allí  se  levantó  una  ermita 
y  Gregorio  pudo  entrar  á  ella  el  22  de  Marzo  de  1589,  habitándola  has- 
ta su  muerte.     * 

La  ermita  fué  el  palacio  donde  nuestro  anacoreta  recibió  las  visitas 
de  innumerables  varones,  doctos  y  sabios:  allí  fueron  á  verle  canóni- 
gos y  doctores  eminentes ;  catedráticos  y  oidores  y  prelados  religiosos, 
hasta  el  mismo  virrey  Don  Luis  de  Velasco  el  segundo,  más  tarde  mar- 
qués de  Salinas,  y  quien  estaba  con  Gregorio  hasta  dos  y  tres  horas  tra- 


882  AEVIBTA  NACIONAL. 


tando  de  los  asuntos  más  espinosos  del  gobierno  de  la  Nueva  Es- 
paña. 

Al  cabo  del  tiempo,  vino  de  Manila  ya  obispo  de  aquella  Iglesia,  Fr. 
Domingo  Salazar)  fué  á  rer  ¿  Gregorio,  y  quedó  el  primero  agradable- 
mente sorprendido  al  oir  después  de  veinticiBca  afios,  idéntica  res- 
puesta en  los  labios  del  eremita  cuando  el  sefior  Obispo  le  interrogó  en 
qué  pensaba  nuestro  Gregorio: — En  el  amor  de  Dios  y  en  el  del  pró- 
jimo, replicó  éste. 

Absorto  Gregorio  en  las  meditaciones  supo  aprovecharlas,  sirviéndo- 
se de  la  oradán  teológica — como  dice  el  P&dre  Losa — para  escribir  su 
Exposicióndel  Apoealipsia  de  San  Juan.  Aprendió  asimismo  la  historia 
sagrada  y  profana,  matemáticas,  anatomía,  medicina,  botánica  y  agricul- 
tura, como  lo  demostró. 

Al  fin,  después  de  54  años  de  una  vida  ejemplar  y  33  de  eremítica, 
Gregorio  López  abandonó  el  mundo  en  20  de  Julio  de  1596.  México 
entero  asistió  á  sus  funerales,  depositándose  el  cadáver  de  orden  del 
Vicario  general  del  Arzobispado,  en  el  presbiterio  de  la  iglesia  de  Santa 
Fe.  En  1  ?  de  Marzo  de  1616,  el  Sr.  Arzobispo  Pérez  de  la  Sema  tras- 
ladó los  restos  al  Convento  de  San  José  de  Carmelitas  Descalzas,  de 
México  (Santa  Teresa  la  Antigua),  y  en  28  de  Marzo  de  1636  el  lllmo. 
Sr.  Don  Francisco  Manso  y  Zúfiiga,  igualmente  Arzobispo  de  México, 
proveyó  en  auto  para  pasar  los  restos  á  la  Capilla  del  Santo  Cristo  de 
la  Catedral  de  México,  donde  hasta  hoy  descansan  al  pié  del  altar  ma- 
yor, del  lado  del  Evangelio. 

Pasaron  los  afios,  pero  no  por  eso  se  extinguió  la  fama  gloriosa  del 
ermitaño  de  Santa  Fe.  El  rey  Felipe  III  pidió  con  instancias  á  Roma 
la  beatificación  del  Siervo  de  Dios,  y  otro  tanto  hicieron  Felipe  IV,  Car- 
los 11  y  Fernando  VI ;  intercediendo  con  éstos  monarcas  los  Obispos  y 
muchas  personas  de  México.  Volvieron  á  hacerse  nuevas  gestiones  en 
1752  y  entonces  el  P.  Maestro  Fr.  Bemardino  Membrive,  de  la  Orden 
de  Predicadores,  Consultor  de  la  Congregación  de  Ritos  y  postulador 
de  la  Causa,  presentó  á  la  Santidad  del  Pontifíce  Benedicto  XIV  varios 
opúsculos  relativos  á  las  doctrinas  y  vida  de  nuestro  Gregorio,  y  que 
conocemos,  respectivamente,  unos  con  el  título  de  Compendium  opería 
de  Studioso  Bibliorum  ad  opportunitatem  cuiisce  venerahüis  serví  Deí 
Gregorio  López — (En  Roma,  por  Antonio  deRubeis — 1751),  y  otros 
con  el  de  Colledío  opusculorum  de  venerabilí  Servo  Deí  Gjregorío  Lo- 
pesio — (En  Roma,  en  la  misma  casa — 1752). 


¿QUIEN  FUE  GREGORIO  LOPEZf  883 

La  beatificación  quedó  en  tal  estado,  sin  que  hasta  ahora  nadie  ha- 
ya vuelto  á  gestionarla. 

Gregorio  López  dejó  escritas  algunas  obras,  entre  ellas  las  que  he- 
mos citado  de  la  Exposición  dd  ApoecUipsiSf  que  tuvo  tres  ediciones; 
respectivamente  en  1727,  1787  y  1804.  El  Tesoro  (fe  Jfedieína,  publi- 
cado en  1672  y  1727;  un  KoUendario  perpetuo  MS.  y  una  Oronología 
de  Adán  hasta  el  reinado  de  Felipe  Ily  también  MS.  ( Véanse  León 
Pinelo,  Nicolás  Antonio  y  Beristain,  en  sus  Bibliotecas,) 

Ck)mo  se  vé,  Gregorio  López  fué  un  notable  personaje  que  tuvo  pane- 
geristas  distinguidos  como  los  Illmos.  Señores  Don  Pedro  Moya  de  Ck)n- 
treras,  Arzobispo  de  México ;  Fr.  Domingo  de  Salazar,  Obispo  de  Ma- 
nila, Don  Juan  Diez  de  Arce,  que  lo  era  de  Santo  Domingo;  y  los  Pre- 
lados de  Tlaxcala  y  Guadalajara,  Oaxaca  y  Guatemala;  de  Michoacán, 
de  Yucatán  y  de  Cebú,  asi  cómo  otros  sabios  y  conocidos  personajes , 
elogiando  á  nuestro  Gregorio  también  el  Emmo.  Sr.  Cardenal  Aguirre 
en  su  Colección  de  Concilios. 

El  recuerdo  de  este  hombre  venerable  y  santo,  nos  ha  quedado  en 
su  ermita  de  Santa  Fe,  la  cual  está  arruinándose  y  tiene  ésta  inscrip- 
ción que  por  fortuna  el  Sr.  Don  José  María  de  Agreda  copió  una  vez, 
y  nos  la  comunicó : 

"  O  mi  Dios  quien  tuviera  el  corazón  tan  encendidoy 
que  de  puro  amor  quedara  abrasado  y  consumido. 
Escuela  del  amor  de  Dios  y  desprecio  del  mundo. 
Redificose  el  año  de  1695.  ^* 

III 

No  tendríamos  tal  vez  necesidad  de  hacer  una  sucinta  comparación 
entre  la  vida  del  principe  Don  Carlos  y  la  de  Gregorio  López,  puesto 
que  hemos  procurado  conocer  ambas  lo  mejor  que  nos  ha  sido  posible, 
y  lo  permite  el  espacio  de  que  podemos  disponer;  si  nuestro  afán  por 
ver  realzada  la  verdad  no  nos  instigara  á  hacerlo,  consecuentes  también 
con  nuestro  propósito. 

Poco  es  por  cierto  lo  que  tienen  de  común  las  biografias  de  los  dos 
personajes  consabidos,  y,  yendo  un  poco  más  allá,  diremos  de  una  vez, 
que  por  más  esfuerzos  que  hacemos,  no  encontramos  ninguna  rela- 
ción. 

La  proximidad  de  los  años  de  los  respectivos  nacimientos,  quizá  pu- 


384  REVISTA  NACIONAL. 


diera  ser  un  punto  de  contacto ;  sin  embargo  de  que  el  principe  nació 
en  Valladolid  el  año  1545  y  Gregorio  López  en  Madrid  el  año  1542,  es 
decir,  tres  años  antes  que  el  infante. 

Otro  punto,  es  el  haberse  hallado  en  Valladolid  nuestro  Gregorio  al 
lado  de  Felipe  II.  Hemos  dicho  que  sirvió  de  page  al  monarca ;  pero 
esto  nada  tiene  que  ver  con  el  fondo  de  la  cuestión  objeto  de  este  bre- 
ve artículo. 

Respecto  de  la  educación  de  Don  Carlos  ¡qué  distinta  de  la  de  Gre- 
gorio !  Mientras  uno  era  un  holgazán  incorregible,  un  perezoso  de  cuen- 
ta, el  otro  sabia  latin  y  era  aplicado :  el  príncipe  tenia  una  letra  que 
parecía  como  garbamoSy  según  la  expresión  de  Lafuente :  el  eremita  es- 
cribía con  admirable  primor,  era  un  pendolista  consumado.  El  uno  te- 
nía un  genio  impetuoso,  violento,  irascible,  un  fondo  malo,  cruel,  co- 
mo se  ha  dicho,  genio  que  reveló  desde  sus  más  tiernos  años ;  el  otro 
llevaba  una  vida  austera,  penitente,  y  á  los  20  afios  de  edad  prefirió 
abandonar  la  opulencia  de  la  Corte,  para  venir  á  la  ardiente  América 
y  habitar  sus  soledades. 

Cuando  ya  nuestro  Gregorio  se  hallaba  en  la  Nueva-Espafla,  es  de- 
cir en  1564,  el  príncipe  cayó  enfermo  de  gravedad,  teniendo  que  ha- 
cer su  testamento.  En  1565  intentó  huir  á  Flandes,  y  cuando  á  los  dos 
afios  escasos  se  lanzaba  puñal  en  mano  sobre  el  duque  de  Alva,  causan- 
do escándalo  conducta  semejante,  Gregorio  López,  edifícaba  con  su  vi- 
da en  México,  á  cuantos  le  trataban  y  conocían  de  cerca.  ¡  Singular 
contraste  entre  el  heredero  del  trono  de  España  y  el  humilde  ermitaño 
de  la  América  I 

Don  Carlos  trató  de  huir  nuevamente  á  Alemania  en  1568,  y  en  ese 
mismo  año  18  de  Enero,  el  rey  su  padre  tuvo  necesidad  de  aprehenderle 
en  el  mismo  aposento  del  infante.  Conocemos  algunos  pormenores  y 
sabemos  también  que  el  principe  dejó  de  existir  en  24  de  Julio  de  1568, 
trasladándose  sus  restos  mortales  al  Escorial  en  8  de  Junio  de  1573. 

En  tanto,  Gregorio  López  quizá  ignoraba  lo  que  en  España  hacía  el 

primogénito  del  más  poderoso  monarca  de  aquel  entonces ;  entraba  á 

u  ermita  de  Santa  Fe  en  Mayo  de  1589  y  moría  al  cabo  de  treinta  y 

sres  años  de  una  vida  penitente  en  1596,  bendecido  por  un  pueblo  que 

tle  lloró  con  lágrimas  sinceras. 

Por  otra  parte,  los  restos  del  príncipe  yacen  en  el  soberbio  monaste- 
rio edificado  por  Felipe  II,  en  el  lugar  correspondiente;  y  los  de  Gre- 
gorio López  en  la  Catedral  de  México. 


¿QÜIBN  FUE  QREOORIO  LÓPEZ?  885 

No  sabemos  si  el  lector  habrá  deducido  alguna  semejanza,  por  lo  que 
antecede,  entre  nuestros  dos  personajes ;  pero  confesamos  no  haber  ha- 
llado nosotros  ninguna,  antes  bien,  bastante  se  separan  el  uno  del  otro. 

IV 

Parece  que  bastaria  con  lo  que  hasta  ahora  llevamos  apuntado,  pa- 
ra formular  una  conclusión  general ;  pero  no  queremos  que  el  curioso 
lector  desconozca  los  principales  argumentos  que  asientan  los  que  su- 
ponen que  fueron  uno  mismo  dos  personas  distintas. 

Bien  podemos  dividir  los  argumentos  en  pro  del  aserto,  en]cinco  prin- 
cipales, que  son : 

1  "^  El  misterio  que  envuelve  el  origen  de  Gregorio  López,  y  la  ab- 
soluta reserva  de  éste  en  descubrir  quiénes  fueron  sus  padres. 
2?  Semejanza  de  la  vida  del  principe  con  la  de  Gregorio. 
3?  La  desaparición  misteriosa  del  príncipe. 
4?  Parecido  entre  Felipe  II  y  Gregorio  López,  que  se  deduce  por  loe 
retratos  de  ambos. 

5?  Admitamos  la  equivocación  de  fechas  para  la  llegada  á  Veracruz 
de  Gregorio,  y  que  propone  como  verosímil  el  Sr.  Palma. 
Los  argumentos  en  contra,  serán  la  contestación  de  los  anteriores. 
Veamos  el  primer  punto. 

Muy  cierto  es  que  Gregorio  procuró  constantemente  callar  su  origCDi 
no  pudiéndose  saber  quiénes  fueron  sus  padres;  pero  esto  no  implica 
absoluto  misterio,  pues  si,  como  asientan  algunos,  nuestro  Gregorio  tu- 
vo elevada  cuna,  dado  su  carácter  humilde,  quizá  nunca  quiso  revelar 
lo  egregio  de  su  estirpe.  El  Padre  Losa  llega  á  decir  que  Gregorio  tuvo 
dos  hermanos  y  varias  hermanas ;  quien  sabe  eñ  que  se  fundó,  para 
asegurarlo,  el  benemérito  biógrafo. 

Concedamos  para  Gregorio  noble  cuna,  pero  no  por  esto  asentemos 
de  plano  que  fué  hijo  de  un  rey,  y  el  primogénito,  y  nada  menos  que 
principe  de  Asturias.  A  ser  hijo  legítimo,  quizá  no  se  hubiera  conierr.; 
mado  enteramente  con  andar  vagando  por  los  desiertos  de  la  Nueva 
España;  cierto  es  que  San  Luis  Gonzaga  trocó  la  púrpura  de  príncipe 
por  la  sotana  de  hijo  de  San  Ignacio;  pero  ¿lo  hubiera  hecho  el  infan- 
te Don  Carlos?  ¿No  es  creible  que  en  vez  de  venir  á  hacer  vida  eremí- 
tica habría  provocado  perturbaciones  en  la  colonia,  para  levantarse  con 
ella  y  proclamarse  rey?  Otros  ambicionaban  para  sí  el  título  sin  tener 

W.  B.-T.  !I-16 


886  REVISTA  NACIONAL. 


los  derechos  que  aquel  pretendido  Don  Carlos  ni  ser  hijos  de  mo- 
narcas. 

Podemos  sin  emhargo,  establecer  una  conciliación  que  puede  ser  po- 
sible :  Tal  vez  nuestro  Gregorio  fué  hijo  natural  de  algún  noble  espa- 
ñol: no  lo  dudamos  ni  tampoco  lo  afirmamos,  por  carecer  de  pruebas. 
No  lo  dudamos,  puesto  que,  por  una  parte  se  halla  la  reserva  misterio- 
sa dql  anacoreta  respecto  de  su  origen,  y  por  otra  lo  que  acerca  de  su 
noble  cuna  se  nos  ha  dicho,  asentándolo  el  mismo  Padre  Losa.  No 
sostenemos  nuestro  aserto,  por  el  riesgo  que  correríamos  de  ligeros, 
quitando  la  legitimidad  de  hijo  á  quien  de  hecho  la  había  tenido. 

Por  lo  que  hace  á  la  semejanza  de  vidas  de  nuestros  personajes,  cree- 
mos haber  demostrado  en  breve  comparación  que  no  hay  entre  el  prín- 
cipe y  Gregorio  nada  de  común,  como  se  afirma  falsamente. 

Quede  asi  contestado  el  punto  segundo. 

Respecto  de  la  singular  desaparición  del  infante  Don  Carlos,  la  his- 
toria ya  ha  dicho  lo  bastante,  y  el  lector  puede  juzgar  por  nuestro  re- 
lato en  la  parte  correspondiente  á  las  notas  biográficas  del  príncipe. 
Buen  cuidado  tuvimos  en  recoger  y  rectificar  fechas ;  reuniendo  por 
su  parte  el  más  verídico  de  los  historiadores  espafioles,  los  docu- 
mentos que  justifican  su  narración,  que  hemos  seguido.  Y  aun  supo- 
niendo que  el  príncipe  hubiera  muerto  (uedinado  ¿es  posible  que  se  hi- 
cieran solemnes  funerales  á  un  cadáver  distinto  al  del  infante?  ¿Cabe 
ea  lo  posible  que  la  superchería,  si  así  puede  llamarse,  se  hubiera  lle- 
vado al  extremo  de  trasladar  unos  restos,  que  no  eran  los  de  Don  Car- 
los, para  el  panteón  del  Escorial  ante  España  entera,  y  ésto  viviendo 
todavía  Felipe  II?  Claro  es  que  á  la  luz  de  estas  y  otras  no  menos  gra- 
ves razones,  no  cabe  duda  de  que  el  príncipe  murió  en  Madrid  y  no  en 
América,  muy  lejos  del  santo  varón  que  confundía  con  sus  virtudes 
ejemplares  y  extraordinarias. 

No  hemos  querido  tomar  en  consideración  el  argumento  del  Sr. 
Palma,  que  en  la  página  112  de  la  Remta  queda  impreso:  "Si  acep- 
tamos— dice-— que  el  Espíritu  Santo  ilumina  á  quien  iluminar  le  pla- 
ce, y  que  en  un  guiñar  de  ojos  toma  en  pozo  de  sabiduría  al  más  estú- 
pido pelgar,  bien  pudo  el  hijo  del  rey  Felipe,  adquirir  ciencia  infusa  al 
pisar  la  tierra  de  América.^*  Tal  cosa  nos  parece  absurda,  causándonos 
extrafieza  la  acepte  un  literato  tan  cuerdo  y  distinguido  como  el  bardo 
peruano.  Somos  nosotros  creyentes  como  el  que  más;  pero  creemos  en 
lo  que  la  Santa  Iglesia  admite  y  define;  por  eso  admitimos  los  mila- 


¿QUIEN  FUE  GREGORIO  LÓPEZ?  887 

gros  cuando  la  Autoridad  Suprema  de  la  Iglesia  Católica,  en  sus  deci- 
siones los  aprueba:  creemos  sin  vacilar  que  los  Apóstoles,  hombres  ad- 
mirables, extraordinarios  y  privilegiados,  tuvieron  ciencia  infusa  con 
sólo  un  soplo  del  Increado  Espíritu,  y  asi  pudieron  derramarse  por  la 
tierra;  fecundizándola  con  su  saber  y  con  la  voz  del  Evangelio ;  pero 
hasta  ahora  nunca  habíamos  sabido  la  metamorfosis  bien  singular  ope- 
rada en  el  infante  heredero  de  Felipe  II,  transformado  de  súbito  en  un 
hombre  que  no  solamente  era  ilustrado,  sino  merecedor  de  la  beatifi- 
cación. Hasta  ahora  no  se  sabe  ni  que  el  príncipe  Don  Carlos  tendie- 
ra á  ser  santo  ni  á  ser  un  hombre  docto  poseedor  de  bellísima  forma 
de  letra;  del  idioma  latino,  de  las  Santas  Escrituras  al  grado  de  saber- 
las casi  todas  de  memoria,  de  las  matemáticas  y  de  la  astronomía;  que 
conocía  las  propiedades  medicinales  de  las  plantas  y  que  su  saber  y 
discreción  le  condujeron  al  extr&no  de  ser  el  consultor  del  mismo  vi- 
rrey de  Nueva  Espafia;  y  uno  délos  virreyes  más  ilustres  que  envió  la 
corona  ibera  para  gobernar  la  entonces  más  poderosa  y  rica  colonia  del 
continente  americano. 

Destinamos  nuestro  punto  cuarto,  al  argumento  que  se  funda  en  la 
semejanza  que  se  nota  en  loa  retratos  que  representan  á  Felipe  II  y  á 
Gregorio  López. 

Desde  luego  ocurre  preguntar  si  es  suficiente  razón  para  creer  que 
•una  persona  sea  pariente  de  otra,  el  que  amba»  se  parezcan;  puede  ser 
que  lo  sean,  pero  entre  tantos  millones  de  seres  que  pueblan  la  supera 
ficie  de  la  tierra  ¿acaso  no  se  han  de  parecer  dos  y  tres  y  más?  Hemos 
procurado  fajamos  bien  en  esos  caracteres  de  semejanza  entre  el  mo- 
narca descendiente  de  Carlos  V  y  Gregorio  López;  tal  vez  tengan  pare- 
cido, á  no  dudarlo,  pero  en  realidad  es  poco.  Entre  los  retratos  que 
conocemos  de  Felipe  II,  hemos  visto  varios  grabados  y  entre  otros  &i 
lienzo,  uno  de  cuerpo  entero  en  nuestro  Museo  Nacional.  De  Grego- 
rio López,  conocemos  muchos  también  grabados  y  al  óleo:  uno  de  cuer- 
po entero,  quizá  el  mejor,  que  existe  en  la  Capilla  de  la  extinguida  Ai> 
chicofradía  del  Santísimo  Sacramento,  en  la  Catedral  de  México:  en  la 
parte  superior  se  lee  este  mote:  Quari  magna  eogüans. — Job.  15;  otros 
dos  retratos  existentes  en  Santa  Fe;  uno  de  medio  cuerpo  pertenecien* 
te  al  Sr.  Don  José  M.  de  Agreda;  otro  igualmente  en  lienzo,  en  el  Mu- 
seo Nacional  y  en  el  cual  lienzo  se  halla  también  el  retrato  del  P. 
Losa;  y  otros  varios.  Del  que  se  intercala  grabado  en  México  á  través 
de  los  Siglos f  no  conocemos  su  original  que  estuvo  últimamente  en  po» 


888  REVISTA  NACIONAL. 


der  del  Lie.  Don  Juan  José  Baz.  En  la  mayor  parte  de  los  retratos  que 
hemos  visto,  aparece  el  mote  Secretum  meum  mihi;  pero  en  ninguno 
lleva  el  eremita  el  índice  de  su  mano  sobre  los  labios,  como  dijo  el  Sr. 
Riva  Palacio,  quien  probablemente  asi  vio  alguna  pintura  que  nos  es 
desconocida. 

Si  nuestro  Gregorio  tiene  algún  parecido  con  el  rey  Felipe  II,  no  es 
por  cierto,  porque  el  primero  fuera  el  príncipe  heredero  hijo  del  mo- 
narca que  se  cita;  y  ya  hemos  admitido  a  priori  ser  probable  que  Gre- 
gorio López  haya  sido  hijo  natural  del  soberano  español. 

Poco  es,  en  consecuencia,  lo  que  pueden  probamos  los  retratos. 

Para  que  el  Sr.  Palma  no  nos  tache  de  inconsecuentes,  hemos  que- 
rido admitir — sin  conceder — una  equivocación  de  fechas  para  la  llega- 
da á  México  del  venerable  Siervo  de  Dios.  El  apreciable  escritor  sud- 
americano, supone  que  bien  pueden  haberse  adelantado  seis  afios  en 
las  crónicas,  es  decir,  supone  un  anacronismo,  y  esto  porque  repugna 
que  el  príncipe  Don  Carlos  haya  muerto  el  afio  1568  y  Gregorio  López 
estuviera  ya  en  México  el  año  1562. 

No  creemos  en  tal  equivocación.  La  historia  ó  biografía  más  verídi- 
ca que  de  Gregorio  López  tenemos  es  la  del  P.  Losa,  amigo  íntimo  y 
compañero  del  eremita.  La  primera  edición  de  la  obra  se  hizo  en  Mé- 
xico el  afio  1613,  y  suponiendo  que  hubiera  salido  equivocada,  en  la 
segunda  edición  aparecería  corregida  la  falta :  ésta  obra  se  imprimió 
en  Madrid  el  año  de  1648.  (Nótase  con  extrañeza  que  hay  en  esta  edi- 
ción documentos  de  1657.  ¿Seria  1684  la  fecha  de  la  impresión?)  Pe- 
ro todavía  se  hizo  nueva  edición,  que  conocemos  también,  y  con  la 
misma  fecha  de  la  libada  á  México  de  nuestro  Gregorio ;  dándose  á 
la  estampa  el  libro  en  1674.  La  cuarta  edición  contiene  lo  mismo  que 
las  otras,  mas  el  Tesoro  de  Medieina  y  el  ApocaJipm;  apareciendo  en 
Madrid  el  año  1727;  de  suerte  que  desde  1613  hasta  1727,  es  decir,  en 
derdo  catorce  años  no  hubo  quien  conociera  la  equivocación  de  las  fe- 
chad ni  quién  tampoco  las  i^ctificara,  como  debieron  hacerlo  todos  los 
que  posteriormente  han  copiado  al  P.  Losa;  luego  debemos  suponer  que 
dicha  fecha  e?tá  bien  asentada.  Nicolás  Antonio  en  su  Biblioteca  (nú- 
mero 15,  pág.  39),  nos  habla  de  una  edición  del  P.  Losa,  del  año  1645 
y  que  no  ha  llegado  á  nuestras  manos;  pero  debemos  inferir  que  esté 
en  fechas  lo  mismo  que  las  anteriores,  por  haber  aparecido  después 
que  la  de  1613  y  antes  que  las  de  1648  ú  84,  la  de  1674fy  la  última  de 
1727. 


¿QUIEN  FUE  GREGORIO  LÓPEZ?  880 

Desearíamos  saber  algún  fundamento,  si  es  que  lo  hay,  y  que  se  sir- 
viera exponérnoslo  el  apreciable  Sr.  Palma,  para  creer  yerosimil  la  su- 
puesta equivocación,  que  nosotros  desde  luego,  y  vistas  algunas  prue- 
bas, rechazamos  como  falsa,  no  existiendo  anacronismo  ninguno,  ni 
equívoco  en  los  panegiristas  de  Gregorio  López. 


Quédanos  algo  todavía  en  el  tintero  y  que  no  escribimos  por  haber 
fatigado  ya  al  bondadoso  lector;  pero  sí  podemos,  con  lo  que  antecede, 
sentar  las  conclusiones  siguientes: 

V  El  príncipe  de  Asturias  Don  Carlos  hijo  de  Felipe  II,  y  Gregorio 
López  ermitaño  de  Santa  Fe,  fueron  dos  personajes  absolutamente  dis- 
tintos el  uno  del  otro ;  separados  por  la  diferencia  de  educaciones,  de 
carácter  y  tendencias. 

2*  Gregorio  López,  dada  su  misteriosa  reserva  acerca  de  su  origen, 
bien  pudo  haber  sido  hijo  natural  de  algún  gran  personaje  ó  noble  es- 
pañol; y  quizá  hasta  del  mismo  rey ;  pero  nunca  haber  sido  el  infante 
Don  Carlos,  heredero  del  trono. 

Ambas  conclusiones  reasumen  cuanto  hemos  dicho  anteriormente. 

*** 

Basta  leer  con  suma  detención  la  biografia  del  infante  Don  Carlos 
así  como  la  de  Gregorio  López,  para  que  al  momento  se  deduzca  si  hu- 
bo ó  no  entre  ambos  personajes  algún  parecido,  alguna  concordancia 
en  sus  vidas. 

Tal  es  lo  que  hemos  pretendido  hacer;  mas  como  quiera  que  cree- 
mos no  haber  acertado  enteramente  en  nuestras  conclusiones,  desea- 
ríamos nuevamente  conocer  la  opinión  respetable  del  Sr.  Don  Ricardo 
Palma,  acerca  de  nuestras  observaciones. 

Queda  todavía  por  averiguar  el  verdadero  origen  de  Gregorio  López, 
pero  no  se  confunda  ya  lamentablemente  con  el  príncipe  Don  Carlos. 
Quédese  esta  confusión  para  novelistas  y  dramaturgos;  quienes  forman 
la  historia  á  su  capricho.  Por  eso  Felipe  II  se  halla  rodeado  de  miste- 
ríos  y  de  intrigas;  porque  asi  ha  querido  pintarlo  la  novela;  por  eso  los 
que  no  tienen  empacho  en  poner  y  quitar  honras  i  su  antojo,  foijan 
célebres  amoríos  entre  el  descendiente  de  Garlos  V  7  la  princesa  de 


890  RBVI8TA  NACIONAL. 


Eboli,  á  la  par  que  Antonio  Pérez,  privado  del  rey,  cortejaba  á  aquella 
dama  distinguida.  Asi  es  como  han  aparecido  muchas,  muchísimas  le- 
yendas que  con  sólo  ir  enunciando  una  á  una,  bastantes  cuartillas  de 
papel  habríamos  de  llenar. 

Concedamos  un  tanto  de  exageración  á  los  biógrafos  del  infante  Don 
Carlos;  concedámosla  también,  respecto  á  los  elogios,  á  los  panegiristas 
de  Gr^orio  López;  pero  no  por  esto  el  primero,  ante  los  ojos  de  la  His- 
toria más  imparcial  y  sensata,  dejará  de  ser  un  hombre  abominable  é 
incorr^ible,  y  el  s^undo  un  varón  santo  y  virtuoso. 

México;  Octubre  4  de  1889. 

Jesús  Galindo  t  Villa. 


SANTOS  VEGA. ' 


IZi    ZZZadllJrO    X>S3Zi    X>A.7A.X>OZt. 


En  pos  del  alba  azulada, 
ya  por  los  campos  rutila 
del  sol  la  grande,  tranquila 
y  victoriosa  mirada. 
Sobre  la  curva  lomada 
que  asalta  el  cardo  bravio, 
y  allá  en  el  bajo  sombrío 
donde  el  arroyo  serpea, 
de  cada  hierba  gotea 
la  viva  luz  del  rocío. 


1  EBtft  bellfBima  oompo«lel6n ,  perteneoe,  eomolaqne  imblidMncM  etk  la  pági- 
na 90  del  presente  tomo,  al  libro  qne  lu  ilustre  autor  prepara  para  UCprensa,  y  que 
nevara  el  título  Ae  lktbii das  t  t&adicionxs.  Batamos  ciertos  de  que  El  himno 
del  layador,  Ber&  reproducido  por  la  prensa  de  la  Capital  j  de  ;ios  Bstados  como 
sucedió  con  la  anterior,  aunque  sin  dignarse  decir  que  ÍUé  en  viada  original  A 
la  JtetUia  yackmal,  ^  La  Dmsooióir. 


SANTOS  VEGA.  «^ 


De  los  opuestos  confínes 
de  la  Pampa,  uno  tras  otro, 
sobre  el  indómito  potro 
que  vuelca  y  bate  las  crines, 
abandonando  fortines 
estancia,  rancho,  mujer, 
vienen  mil  gauchos  á  ver 
si  en  otro  pago  distante 
hay  quien  se  ponga  delante 
cuando  se  grita  á  vencer ! 

Sobre  el  inmenso  escenario 
vanse  formando  en  dos  alas, 
y  el  sol  reluce  en  las  galas 
de  cada  bando  contrario ; 
puéblase  el  aire  del  vario 
rumor  que  en  tomo  desata 
la  brillante  cabalgata 
que  hace  sonar,  de  luz  llenas, 
las  espuelas  nazarenas 
y  las  virolas  de  plata. 

De  entre  ellos  el  más  anciano 
divide  el  campo  después, 
señalando  de  través 
larga  huella  por  el  llano ; 
y  alzando  luego  en  su  mano 
una  pelota  de  cuero 
con  dos  manijas,  certero 
la  arroja  al  aire,  gritando 

**  Vuela  el  pato ¡Va  buscando 

un  valiente  verdadero  I  ^' 

Y  cada  bando,  á  correr 
suelta  el  potro  vigoroso, 
y  aquel  sale  victorioso 
que  logra  asirlo  al  caer. 
Puesto  el  que  supo  vencer 


REVISTA  NACIONAL. 


en  medio,  la  turba  calla, 
y  á  ambos  lados  de  la  valla 
de  nuevo  parten  el  llano, 
esperando  del  anciano 
la  alta  sefial  de  batalla. 

Dala  al  fín.  Hondo  clamor 
ronco  truena  en  el  circuito, 
y  el  caballo  salta  al  grito 
de  su  impávido  sefíor ; 
y  vencido  y  vencedor, 
del  noble  triunfo  sedientos, 
se  atrepellan  turbulentos 
en  largas  filas  cerradas, 
cual  dos  olas  encrespadas 
que  azotan  contrarios  vientos. 

Alza  en  alto  la  presea 
su  feliz  conquistador, 
y  su  bando  en  derredor 
le  defiende  y  clamorea. 
Uno  y  otro  aguijonea 
el  ágil  bruto,  y  chocando 
entre  sí,  corren,  dejando 
por  los  inciertos  caminos 
polvorosos  remolinos 
sobre  las  pampas  rodando. 

Uno  al  fín,  tras  la  pechada 
del  caballo,  recia  y  fija, 
logra  asir  de  la  manija 
la  presea  codiciada ; 
cae  su  dueño,  atropellada 
su  horda  sufre  mil  azares, 
y,  la  espuela  en  los  hijares, 
la  triunfante  abate,  huella, 
revolviendo  por  sobre  ella 
cual  la  tromba  de  los  mares. 


SANTOS  VEGA.  888 


Vuela  el  símbolo  del  juego 
por  el  campo  arrebatado, 
de  los  unos  conquistado, 
de  los  otros  presa  luego ; 
yense,  entre  hálitos  de  fuego 
varios  ginetes  rodar, 
otros  súbito  avanzar 
pisoteando  los  caídos, 
y,  en  el  aire  sacudidos, 
rojos  ponchos  ondear. 

Huyen  en  tanto,  azoradas, 
de  las  lagunas  vecinas, 
como  vivientes  neblinas, 
estrepitosas  bandadas ; 
las  grandes  plumas  cansadas 
tiende  el  chajá  corpulento, 
y  con  veloz  movimiento 
y  como  silban  las  balas, 
bate  el  carancho  las  alas 
hiriendo  á  hachazos  el  viento. 

Con  fuerte  brazo  les  quita 
robusto  joven  la  prenda, 
y,  tendido,  á  toda  rienda: 
— ¡"Yo  sólo  me  basto!" — grita. 
En  pos  de  él  se  precipita 
y  tierra  y  cielos  asorda, 
lanzada  á  escape  la  horda 
tras  el  audaz  desafio, 
con  la  pujanza  de  un  río 
que  anchuroso  se  desborda. 

Y  allá  van,  todos  unidos, 
y  él  los  azuza  y  provoca, 
golpeándose  la  boca, 
con  salvajes  alaridos. 
Dánle  caza,  y  confundidos, 


8»4  REVISTA  MACIOMAL. 


todos  el  cu6rpo  indinado 
sobre  el  arzóti  del  recado, 
temen  que  el  triunfo  les  roben, 
cuando,  volviéndose,  el  joven 
echa  al  tropel  su  tostado 

El  sol  ya  la  hermosa  frente 
abatía,  y,  silencioso, 
su  abanico  luminoso 
desplegaba  en  occidente, 
cuando  un  grito  de  repente 
llenó  el  campo,  y  al  clamor 
cesó  la  lucha,  en  honor 
de  un  sólo  nombre  bendito; 
que  aquel  grito  era  este  grito: 
"¡Santos  Vega,  el. payador!" 

Mudos  ante  él  se  volvieron, 
y,  ya  la  rienda  sujeta, 
en  derredor  del  poeta 
un  vasto  círculo  hicieron. 
Todos  el  alma  pusieron 
en  los  atentos  oídos, 
porque  los  labios  queridos 
de  Santos  Vega,  cantaban, 
y  en  su  guitarra  sonaban 
estos  vibrantes  sonidos: 

— "Los  que  tengan  corazón, 
los  que  el  alma  libre  tengan, 
los  valientes,  esos  vengan 
á  escuchar  esta  canción: 
nuestro  dueño  es  la  nación 
que  en  el  mtír  vence  la  ola, 
que  en  los  montes  reina  sola, 
que  en  los  campos  nos  domina 
y  que  en  la  tierra  argentina 
nos  da  su  patria  espaflola. 


8ANT06  VEGA.  806 


"Hoy  mi  guitarra,  en  los  llanos, 
cuerda  por  cuerda,  asi  vibre: 
hasta  el  chimango  es  más  libre 
en  nuestra  tierra,  paisanos! 
Mujeres,  niños,  ancianos, 
el  rancho  aquel  que  primero 
llenó  con  sólo  un  ite  quiero! 
la  dulce  prenda  querida; 
todo,  ¡el  amor  y  la  vida, 
es  de  un  monarca  extranjero! 

**Ya  Buenos  Aires,  que  encierra, 
como  las  nubes,  el  rayo, 
el  veinticinco  de  Mayo 
clamó  de  súbito:  guerra! 
Hijos  del  llano  y  la  sierra, 
pueblo  argentino,  ¿qué  haremos? 
¿menos  valientes  seremos 
que  los  que  libres  se  aclaman?.... 
De  Buenos  Aires  nos  llaman, 
á  Buenos  Aires  volemos! 


"¡Ah,  si  es  mi  voz  impotente 
para  arrojar,  con  vosotros, 
nuestra  lanza  y  nuestros  potros 
por  el  vasto  continente; 
si  jamás  independiente 
veo  el  suelo  en  que  he  cantado, 
no  me  entierren  en  sagrado 
donde  una  cruz  me  recuerde, 
entiérrenme  en  campo  verde 
donde  me  pise  el  ganado!^' 

Cuando  cesó  esta  armenia 
que  los  conmueve  y  asombra, 
era  ya  Vega  una  sombra 
que  allá  en  la  noche  se  hundía. 
fPátrial  á  0U8  almas  decía 


806  REVISTA  NACIONAL. 


el  cielo,  de  astros  cubierto, 
¡Patria!  el  sonoro  concierto 
de  las  lagunas  de  plata, 
¡Patria!  la  trémula  mata 
del  pajonal  del  desierto. 

Y  á  Buenos  Aires  volaron, 
y  el  himno  audaz  repitieron, 
cuando  á  Belgrano  siguieron, 
cuando  con  Güemes  lucharon, 
cuando  por  fin  se  lanzaron 
tras  el  Andes  colosal, 
hasta  aquel  día  inmortal 
en  que  el  héroe  americano 
batió  al  sol  ecuatoriano 
nuestra  ensefia  nacional. 


Rafael  Obligado. 


ABEJA. 


IConünúa.'] 

CAPITULO  XX. 

QUE  TRATA  DE  ÜN  ZAPATITO  DE  RASO. 

Apenas  se  dudaba  en  los  Clarides  que  Abeja  hubiera  sido  robada  por 
los  Enanos.  Era  ésta  también  la  creencia  de  la  duquesa;  pero  sus  sue- 
ños no  se  lo  revelaban  precisamente. 

— La  encontraremos,  decía  Jorge. 

— La  encontraremos,  respondía  Francoeur. 

— ^Y  se  la  traeremos  á  su  madre,  decía  Joi^e. 

— Y  se  la  traeremos  á  su  madre,  respondía  Francoeur. 


ABEJA.  397 

— Y  la  casaremos,  decía  Jorge. 

— ^Y  la  casaremos,  respondía  Francceur. 

Inquirían  con  los  habitantes  las  costumbres  de  los  Enanos  y  las  cir- 
cunstancias maravillosas  del  robo  de  Abeja. 

Fué  así  como  interrogaron  á  la  nodriza  Maurícia,  que  había  nutrido 
con  su  leche  á  la  duquesa  de  los  Clarides;  pero  ahora  Mauricia  no  te- 
nía ya  leche  para  los  niños  y  sólo  alimentaba  á  las  gallinas  de  su  co- 
rral. 

Así  la  encontraron  el  amo  y  el  escudero.  Ella  gritó:  Psit!  psit!  psit! 
pequeñitos!  ¿Sois  vos  monseñor?  psit!  psit!  psit!  ¿Es  posible  que  estéis 
tan  grande ípsit!  ¿y  tan  hermoso?  Psit!  psit!  chu!  chu!  chul  ¡Mi- 
rad á  esta  glotona  que  se  come  toda  la  ración  de  los  chiquitos!  Chu! 
chu!  chu!  Es  el  retrato  del  mundo,  monseñor.  Todo  lo  bueno  está  con 
los  ricos.  Los  flacos  enflaquecen,  mientras  que  los  gordos  engordan. 
Porque  no  hay  justicia  en  la  tierra.  ¿En  qué  puedo  serviros,  monse- 
ñor? ¿Aceptaríais,  cada  uno,  un  vaso  de  cerveza? 

— ^Lo  aceptamos,  Mauricia,  y  os  abrazaré  porque  habéis  nutrido  con 
vuestra  leche  á  la  madre  de  aquella  á  quien  amo  más  en  el  mundo. 

— Es  la  verdad  monseñor;  mi  criatura  tuvo  el  primer  diente  á  los 
seis  meses  y  catorce  días.  Con  este  motivo  la  difunta  duquesa  me  hi- 
zo un  regalo.  Es  la  verdad. 

— Pues  bien,  Mauricia,  decidnos  lo  que  sepáis  de  los  Enanos  que  ro- 
baron á  Abeja. 

— ^Ay!  monseñor,  no  sé  nada  de  los  Enanos  que  la  robaron.  ¿Y  có- 
mo queréis  que  una  vieja  como  yo  sepa  alguna  cosa?  Hace  mucho 
tiempo  que  olvidé  lo  poco  que  había  aprendido,  y  ahora  mismo  no  ten- 
go memoria  para  recordar  dónde  he  puesto  mis  anteojos.  ¡Me  cansaba 
de  buscarlos  y  los  tengo  en  la  nariz !  Tomad  esta  bebida,  está  fresca. 

— A  vuestra  salud,  Mauricia;  pero  me  han  contado  que  vuestro  ma- 
rido sabía  algo  del  robo  de  Abeja. 

— Es  la  verdad,  monseñor.  Aunque  no  recibió  instrucción,  sabía 
muchas  cosas  que  aprendía  en  las  ventas  y  en  las  tabernas.  No  olvi- 
daba nada.  Si  todavía  estuviera  en  el  mundo,  y  sentado  con  nosotros 
delante  de  esta  mesa,  os  contada  historias  hasta  mañana.  Me  contó 
tantas  y  tan  diferentes  que  se  me  han  revuelto  en  mi  cabeza,  y  no  sa- 
bría, ahora,  distinguir  la  cola  de  una  y  el  principio  de  otra.  Es  la  ver- 
dad, monseñor. 

Sí,  era  la  verdad,  y  la  cabeza  de  la  nodriza  podía  compararse  á  una 


88g  REVISTA  NACIONAL. 


vieja  y  rajada  mannita.  Jorge  j  Francoeur  tuvieron  todos  los  trabajos 
del  mundo  para  que  dijera  algo  de  provecho.  No  obstante,  le  sacaron, 
á  fuerza  de  circunloquios,  un  relato  que  comenzaba  de  este  modo: 

— Hace  siete  años,  monsefior,  el  mismo  día  en  que  huísteis  con 
Abeja,  y  que  no  volvisteis  ni  el  uno  ni  el  otro,  mi  difunto  marido 
fué  á  la  montaña  á  vender  un  caballo.  Es  la  verdad.  Dio  al  animal  un 
buen  pienso  de  avena  mojada  con  cidra,  á  fin  de  que  tuviera  la  corva 
cerrada  y  el  ojo  brillante,  y  lo  llevó  al  mercado  próximo  de  la  montaña. 
No  tuvo  que  sentir  la  avena  y  la  cidra,  porque  el  caballo  fué  muy  bien 
vendido.  Los  animales  son  como  los  hombres ;  se  les  estima  por  las 
apariencias.  Mi  difunto  marido  se  regocijó  con  el  buen  negocio  que  aca- 
baba de  hacer,  y  ofreció  de  beber  á  sus  amigos,  persuadiéndolos  con  el 
vaso  en  la  mano.  Sabed  ahora,  monseñor,  que  no  había  un  sólo  hom- 
bre en  todos  los  Clarides,  que  estimando  á  mi  difunto  marido,  lo  de- 
sairara con  el  vaso  en  la  mano.  Pues  bien,  aquel  día,  después  de  haber 
hecho  muchos  cumplimientos,  volvió  solo,  ya  de  noche  y  tomó  un  mal 
camino,  pues  no  pudo  reconocer  el  bueno.  Encontróse  cerca  de  una  ca- 
verna, y  percibió,  tan  distintamente  cuanto  era  posible,  en  su  estado  y 
á  tal  hora,  una  multitud  de  Enanos  que  llevaban  sobre  una  camilla  á 
una  joven.  Huyó  temiendo  un  desastre,  porque  el  vino  no  le  quitaba 
la  prudencia.  Pero  á  alguna  distancia,  habiéndosele  caído  su  pipa,  se 
inclinó  para  recogerla  y  alzó  en  vez  de  ésta  un  zapatito  de  raso.  Dijo 
á  propósito  de  esto  una  cosa  que  le  agradaba  repetir  cuando  estaba  de 
buen  humor:  '^Es  la  primera  vez,  decía,  que  una  pipa  se  cambia  en 
zapato."  Ahora  bien,  como  este  zapato  parecía  ser  de  una  muchachi- 
ta,  pensó  que  aquella  que  lo  había  perdido  en  el  campo  había  sido  ro- 
bada por  los  Enanos,  y  que  su  rapto  era  el  que  había  presenciado.  Iba 
á  poner  el  zapato  en  su  bolsillo,  cuando  los  Enanos  cubiertos  de  capu- 
chones, se  arrojaron  sobre  él  y  le  dieron  tal  número  de  bofetadas  que 
quedó  aturdido  en  aquel  sitio. 

— ¡  Mauricial  ¡Mauricial  exclamó  Jorge,  íes  el  zapato  de  Abeja !  ¡Dád- 
melo para  besarlo  mil  vecesl  Estará  todos  los  días  sobre  mi  corazón, 
en  un  saquito  perfumado,  y  cuando  me  muera,  lo  pondré  en  mi  ataúd. 

— ¡Con  gusto  lo  haría,  monseñor!  ¿pero  á  dónde  iríais  á  buscarlo? 
Como  los  Enanos  castigaron  á  mi  pobre  esposo  él  mismo  pensaba  que 
había  sido  tan  concienzudamente  abofeteado,  por  haber  tratado  de  echár- 
selo á  la  bolsa,  para  mostrarlo  á  los  magistrados.  Con  este  motivo  te- 
nía la  costumbre  de  decir,  cuando  estaba  de  buen  humor 


BIBLIOQBAFJÜt.  889 


— Basta!  basta!  Decidme  solamente  el  nombre  de  la  caverna. 

— ^Monseñor,  se  llama  la  caverna  de  los  Enanos,  y  le  conviene  bien 
este  nombre.  Mi  difunto  marido 

— Maurícial  ni  una  palabra  más!  ¿Pero  tú  Francoeur,  sabes  adonde 
está  la  caverna? 

— Monseñor,  respondió  FrancoBur  acabando  de  vaciar  el  tarro  de  cer- 
veza, no  lo  dudaríais  si  conocierais  mejor  mis  canciones.  Una  docena 
he  hecho  sobre  esta  caverna  y  la  he  descrito  sin  olvidar  ni  una^sola 
brizna  de  musgo.  Me  atrevo  á  decir,  monseñor,  que  de  las  doce  can- 
ciones, seis  son  de  verdadero  mérito.  Pero  las  otras  seis  no  son  del  to- 
do despreciables.  Os  voy  á  cantar  una  ó  dos 

— Francoeur,  exclamó  Joi^e,  nos  apoderaremos  de  la  caverna  délos 
Enanos  y  libertaremos  á  Abeja! 

— ¡Es  la  verdad!  respondió  Francceur. 

Anatole  Framce. 

[Omeluirá,] 


BUaiOGBAFU. 


Apuntes  histórico^eográficos, — Nos  es  muy  grato  tributar  merecido 
elogio  al  Sr.  Presbítero  D.  Manuel  Portillo,  por  la  publicación  del  libro 
intitulado  Apuntes  histórico-geográficos  del  Departamento  de  Zapcpan. 
El  Sr.  Portillo,  que  es  cura  beneficiado  de  la  parroquia  de  Zapopan  del 
Estado  de  Jalisco,  ha  prestado  no  sólo  á  los  habitantes  de  ese  dq)arta* 
mentó  ó  cantón,  sino  á  cuantos  se  interesan  en  loa  estudios  históricos, 
un  servicio  digno  de  reconocimiento. 

Para  comprender  hasta  dónde  el  Sr.  Portillo  se  aparta  de  los  sacer- 
dotes que  no  creen  cumplir  su  misión  si  no  es  predicando  en  contra  de 
las  leyes  y  de  las  autoridades  constituidas,  basta  leer  al  final  de  la  De- 
dicatoria de  su  libro  las  siguientes  palabras:  "Sólo  deseo  que  esa  Ilus- 
tre Corporación, — el  Ayuntamiento  de  la  villa  de  Zapopan, — acepte  es- 
te trabajo  como  una  prueba  de  mi  adhesión  y  respeto  á  las  autoridades 
constituidas/^ 


Mn  REVISTA  NACIONAL. 


Ahora,  para  que  nuestros  lectores  tengan  idea  de  la  importancia  y 
de  la  utilidad  del  libro  que  anunciamos,  diremos  que  en  él  se  trata  de 
la  situación  geográfica  del  departamento,  asi  como  de  su  aspecto  gene- 
ral, clima,  producciones  vegetales,  maderas  de  construcción,  plantas, 
flora,  zoología,  primeros  habitantes,  idioma,  teogonia,  fundaciones,  es- 
tado actual,  comercio,  agricultura,  industria,  gobiernos  civil  y  eclesiás- 
tico, biografías  y  notas  cronológicas. 

Desde  luego  despierta  la  lectura  de  los  Apuntes  del  Sr.  Portillo,  la 
idea  de  los  grandes  beneficios  que  produciría  á  la  República  el  que  en 
cada  una  de  las  fracciones  en  que  se  divide,  se  emprendieran  estudios 
de  esta  índole,  no  solamente  para  reunir  datos  completos  para  la  his- 
toria general  de  México  y  para  la  geografía,  sino  también  para  revelar 
las  riquezas  inexplotadas  de  todos  y  cada  uño  de  los  Estados  de  la  Con- 
federación. 

No  será  una  obra  perfecta  la  del  Sr.  Portillo;  pero  aun  asi,  debemos 
reconocer  que  puede  servir  de  ejemplo  para  trabajos  análogos. 


Jxi  Prüión  de  HMcUgq,  e^dios  criticas  de  historia  patria. — El  Dr. 
D.  Jesús  Diaz  de  León,  acaba  de  publicar  con  este  titulo,  en  Aguasca- 
lientes,  una  interesante  y  bien  perita  monografía  histórica,  en  la  que 
el  Padre  de  la  Patria  está  juzgado  desde  un  punto  de  vista  filosófico  é 
imparcial.  El  héroe  está  estudiado  como  caudillo  y  como  mártir,  en  to- 
da su  grandeza  y  magnitud.  Notables  son  las  reflexiones  que  hace  el 
autor,  con  motivo  de  la  retirada  de  Hidalgo,  después  de  la  derrota  de 
los  realistas  en  las  Cruces,  y  muy  juiciosas  las  observaciones  acerca  de 
su  último  Jfani/íeíto,  que  de  no  ser  apócrifo,  como  creen  muchos,  no 
tiene  **ante  la  historia,"  sino  "poca  significación,  puesto  que  sólo  con- 
cierne  á  la  conciencia  del  héroe. " 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        401 


DATOS 


PIBA  LA  biografía  DE  D.  MABIANO  ABISTA. 


II 


Dije  en  mi  primer  artículo  que  ni  hago  historia  ni  escribo  la  biogra- 
fia  de  Don  Mariano  Arista:  en  consecuencia,  no  se  busque  en  mi  tra- 
bajo humilde,  relación  desucesos]de  aquella  memorable  época,  pues  só- 
lo cabe  en  él  la  inserción  de  documentos  á  que  dio  algún  valor,  con- 
servándolos el  General  Arista,  cuya  hoja  de  servicios  dice,  después  de 
dar  noticia  de  su  llegada  á  Yeracruz  en  la  noche  del  4  de  Diciembre 
de  1838:  ^*  El  día  5,  á  la  madrugada,  fué  asaltada  la  casa  en  que  se  alo- 
jaba con  el  E.  S.  General  Santa  Anna,  y  en  ella  fué  hecho  prisionero 
por  los  franceses,  agoviado  por  el  número,  después  de  haber  hecho  la 
resistencia  posible,  y  no  se  rindió  á  más  de  cuatrocientos  que  ocupa- 
ron la  casa  sino  en  su  última  pieza,  defendiéndose  con  sólo  dos  solda- 
dos que  lo  acompañaban  y  que  ambos  perecieron.]'* 

He  aquí  como  él  mismo  describe  su  libada  á  Yeracruz,  en  un  Dia- 
rio que  por  desgracia  interrumpió  su  captura  por  los  franceses.  "  Diario 
que  empieza  desde  el  dia  4  de  Diciembre — Dia  4 — A  las  dos  de  la  ma- 
ñana recibi  en  Paso  de  Ovejas  orden  para  marchar  en  el  acto  con  mi 
sección  á  Santa  Fe.  Se  me  noticiaba  el  relevo  de  Rincón  por  Santa 
Anna. — Gran  conmoción  de  mi  espíritu. — Llamo  á  todos  los  jefes  y 
dispongo  la  marcha  en  el  acto,  resueltos  á  obedecer  i  Santa  Auna  á 
pesar  de  nuestros  íntimos  sentimientos. — Salió  la  sección  á  la  salida 
del  sol,  y  llegó  á  Santa  Fe  á  las  dos  de  la  tarde.  En  el  camino  recibí 
orden  de  Santa  Anna  para  marchar  sobre  Yeracruz  á  recibir  órdenes. 
— Salí  de  Santa  Fe  á  las  cinco  de  la  tarde  en  una  volanta  de  retomo: 
á  una  legua  se  cansaron  las  muías  de  la  volanta  y  tuvimos  Iturría  y  yo 
que  continuar  á  pié  hasta  Yergara. — Mucha  fatiga  por  la  arena. — Un 
negro  nos  ofrece  sus  caballos,  y  con  ellos  llegamos  á  Yergara,  donde 
hallamos  los  nuestros  y  la  escolta. — Terrible  emoción  del  pueblo  amon- 
tonado en  las  pequeñas  casas,  y  tiradas  las  mujeres  y  niños  en  los  la- 
dos de  la  playa.  Llegamos  á  la  Puerta  de  México  como  á  las  diez.  Se 
nos  abrió  y  fuimos  á  la  casa  de  Santa  Anna  que  se  estaba  bañando. 

R.  N.— T.  II— í6 


402  REVISTA  NACIONAL. 


Salió  después,  me  recibió  con  agrado  empachoso,  me  ofreció  café  y  des- 
pués de  él  hablamos  largo,  explayó  sus  ideas,  sus  proyectos.  Se  halla- 
ban presentes  Hernández  é  Iturria.  La  conversación  acabó  á  la  una  de 
la  noche,  despidiéndonos,  pues  debía  marcharme  temprano.  Nos  acos- 
tamos á  la  una  y  media  en  la  sala  de  la  casa. ''  Desde  la  mañana  de^ 
ese  dia  4,  Arista  había  escrito  á  Santa  Anna  reconciliándose  con  él,  lo 
siguiente:  "Esta  inacción  ó  derrota  en  que  parecía  [tíos  hallábamos, 
me  tenía  desesperado :  vamos  á  obrar  y  mi  alma  se  mueve  fijando  su 
objeto  que  no  puede  vd.  dudar  es  otro  que  hacer  triunfar  la  patria  ó  pe- 
recer en  sus  escombros. — Ciertamente  que  esta  época  nos  impone  el 
deber  de  damos  el  abrazo  fraternal,  olvidando  todo  resentimiento  de 
cualquiera  esfera  qne  haya  sido.  Yo  me  reconcilio  con  vd.  y  mis  que- 
jas las  sepulto  para  siempre  en  el  olvido,  recordando  sólo  que  hemos 
sido  amigos,  que  estuvimos  unidos  y  que  hicimos  uno  por  el  otro  sa- 
crificios que  nos  ligan  estrechamente  por  la  naturaleza  de  que  fueron. 
Lo  mismo  que  yo  se  expresan  los  señores  jefes  de  esta  sección,  que 
gustamos  de  ver  actividad  y  vida,  ansian  por  el  momento  de  pelear  con 
su  enemigo  que  sólo  en  la  desigualdad  de  poder  ha  podido  triunfar  por 
un  momento  en  Ulúa.  ^' 

Volvió  á  referirse  á  esto  en  la  siguiente  interesante  carta  escrita  sien- 
do ya  prisionero:  "Exmo.  Sr.  Presidente  Don  Anastasio  Bustamante. 
—A  bordo  de  la  Fragata  "La  Gloria."— Diciembre  18  de  1838.— Mi  es- 
timado general  y  amigo  de  todo  mi  respeto:^ — No  había  escrito  á  vd. 
mi  general  porque  temía  que  no  me  permitieran  hacerlo  sino  á  mi  fa- 
milia; mas  se  me  ha  concedido  el  permiso  de  hacerlo  á  vd.  y  me  ocu- 
po con  el  mayor  placer. — Ya  estará  vd.  por  menor  impuesto  de  mi  des- 
gracia el  día  que  fui  prisionero.  Obedecí  la  orden  de  ponerme  á  las  de 
Santa  Anna ;  mas  fué  necesario  hacerme  bastante  fuerza,  pues  que  no 
imaginaba  que  una  providencia  fuerte  fuera  dada  por  vd.  sin  indicar- 
me algo  en  amistad.  Yo  no  recibí  carta  de  vd.  y  el  cambio  era  terri- 
ble; no  obstante,  la  patria  era  primero;  sacrificando  todo  fui  á  obede- 
cer y  abriéndome  los  brazos  el  general  Santa  Anna,  sinceramente  lo 
estreché  entre  los  míos.  Poco  duró  esto;  tres  horas  después  yo  era  pri- 
sionero y  el  Sr.  Santa  Anna  estaba  herido.  La  suerte  ju^a  con  los  hom- 
bres y  así  ^lo  dispuso. — He  sido  trasladado  por  el  Sr.  Baudin  y  jefes 
franceses  con  el  mayor  decoro :  se  me  atiende,  se  respeta  mi  desgracia: 
en  fin,  estoy  altamente  reconocido  á  este  proceder  noble  y  caballero. — 
El  Sr.  Almirante  tuvo  la  bondad  de  visitarme  el  día  14  de  éste,  y  en 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        H» 

SU  conversación  me  aseguró  los  mejores  deseos  de  adquirir  la  paz,  y  las 
seguridades  de  que  jamás  se  ha  pensado  atacar  el  honor  y  la  indepen- 
dencia de  México.  Me  expresó  algunos  pormenores  de  las  conferencias, 
y  quedé  admirado  de  ver  la  diferencia  con  que  me  lo  habia  dicho  to- 
do el  Sr.  Cuevas.  En  fín,  me  dijo  que  la  guerra  sehaciapor  una  baga- 
tela. También  se  expresó  quejoso  de  no  haber  recibido  respuesta  auna 
carta  escrita  á  vd.  el  día  3.  Yo  le  dije  que  quizás  la  habría  vd.  recibi- 
do con  la  noticia  del  ataque  de  la  plaza,  y  no  entendiendo  el  sentido 
de  una  cosa  con  otra,  no  habría  contestado.  Con  motivo  de  pedir  al- 
gunas cosas  de  mi  equipaje,  escribí  á  mis  ayudantes,  saludando  á  to- 
dos los  jefes  mis  amigos ;  recibí  contestación  de  ellos  y  entre  otras  la 
que  original  adjunto  de  nuestro  amigo  Garda  Conde.  Esta  la  ensefié 
al  Sr.  Lainé  que  manda  esta  Fragata  y  á  quien  debo  el  trato  más  fino, 
y  él  se  la  mandó  al  Sr.  Baudin.  Este  al  devolvérmela  le  escribe  la  ad- 
junta carta,  escrita  del  mismo  pufio  del  Sr.  Baudin  y  que  le  pedí  al  Sr. 
Lainé  con  el  mayor  encarecimiento,  así  como  la  licencia  de  escribir  á 
vd.  y  mandársela  como  lo  hago.  Yo  juzgo  es  demasiado  interesante  su 
contenido,  y  por  esto  me  dirijo  sólo  á  mi  amigo  el  general  Bustaman- 
te,  sin  otro  título,  sin  otro  objeto  que  la  amistad  que  le  profeso:  por 
ella  le  ruego  que  salve  á  la  Nación,  que  si  es  positivo  que  no  se  ataca 
el  honor  ni  la  independencia,  que  se  salve  la  patria  y  mi  buen  amigo 
sea  su  libertador,  oyendo  á  la  filosofía,  consultando  la  razón,  y  miran- 
do el  porvenir.  Deseo  que  reciba  como  un  servicio  estas  noticias,  y  que 
seguro  de  mi  patriotismo  y  leal  amistad,  mande  cuanto  guste  á  su  des- 
graciado y  apasionado  amigo  que  lo  respeta  y  atento  B.  S.  M. — Maria- 
no Árida. " 

Deplorable  fué  el  efecto  que  esta  carta  hizo,  y  amargos  los  disgustos 
que  á  su  autor  produjo :  del  cómo  y  por  qué,  nos  entera  la  que  Arista  es- 
cribió al  general  Don  Felipe  Codallos,  el  seudo-espartano  que  en  sus  su- 
blimados odios  políticos  no  tiene  piedad  ni  para  los  individuos  de  su 
misma  sangre.  Arista  había  enviado  copias  de  su  carta  y  de  la  de  Bau- 
din á  Codallos,  jefe  de  las  fuerzas  estacionadas  en  los  Pocitos:  Coda- 
llos se  las  devolvió  permitiéndose  afearle  su  proceder  en  el  asunto.  He 
aquí  la  respuesta  del  prisionero.  "Exmo.  Sr.:  Sorprendido  he  queda- 
do al  leer  el  oficio  de  V.  E.,  que  he  recibido  hoy.  Ni  el  grado  de  V.  E. 
ni  el  empleo  que  ejerce  han  podido  jamás  autorizarle  para  insultar,  pa- 
ra robar  su  honor  á  su  General  que  se  ha  conducido  siempre  bien  y  go- 
za en  el  Ejército  mexicano  de  una  reputación  que  ganó  por  sus  servi- 


404  BEVISTA  NACIONAL. 


cios.  Ligeramente  me  pega  Y.  E.  y  atropellando  el  estilo  confidencial, 
sagrado  entre  hcmibres  de  honor,  califica  de  mala  una  acción  que  en 
si  es  un  servicio  á  mi  pais.  ¿Quién  pudo  imaginar  que  mi  franqueza 
en  el  seno  de  la  amistad  para  con  vd.  fuese  tomada  por  un  crimen? 
¿Asi  se  hiere  el  honor,  más  sagrado  que  la  vida  para  un  oficial  ?  ¿Qué 
fundamento  tiene  V.  E.  para  insultar  á  un  desgraciado  prisionero,  di- 
ciéndole  que  es  un  miserable  conducto  de  que  se  sirven  los  enemigos 
para  insultar  á  las  autoridades  mexicanas  ?  Lo  imaginó  sólo  V.  E.  por- 
que  no  puede  sin  duda  concebir  que  jo  sea  tratado  de  un  modo  tan 
franco  como  á  mi  se  me  trata.  No  he  necesitado  de  bajeza  alguna  para 
que  esto  sea  asi.  Ni  á  presencia  de  la  misma  muerte  se  me  arrancaría 
á  mi  la  menor  cosa  indigna  de  mi  decoro  que  sabré  guardar  como  me 
lo  demanda  mi  rango. — A  presencia  del  teniente  coronel  Arzamendi 
y  de  los  otros  dos  señores  oficiales,  que  fueron  prisioneros  conmigo,  se 
comenzó  á  tratarme  en  unión  de  ellos,  con  la  mayor  delicadeza  y  de- 
coro. Ni  la  presencia  de  los  oficiales  franceses  heridos,  ni  el  inmedia- 
to calor  del  combate  hizo  que  se  variase  esta  conducta.  En  ese  mismo 
día  se  me  permitía  escribir  y  cerrar  mis  cartas  sin[ser  vistas  por  nadie* 
Llame  V.  E,  á  esos  sefiores  oficiales  y  satisfágase  de  esto,  por  lo  que 
podrá  comprender  que  no  ha  sido  posible  que   estos  jefes  hiciesen 
la  barbarie  que  imaginó  V.   E.  de  obligarme  á  escribir  lo  que  les  ha 
agradado,  y  el  General  Arista  preferiría  cien  muertes  á  la  degrada- 
ción. V.  E.  ha  faltado  conmigo  á  la  buena  amistad,  á  la  justicia,  y  á  to- 
do lo  que  los  hombres  y  más  los  compañeros  se  deben  en  la  desgracia. 
Desgarra  el  honor  de  un  prisionero,  única  cosa  que  le  hace  llevadera 
su  desgracia,  toma  un  carácter  oficial  abusando  de  una  confianza  amis- 
tosa, y  en  lugar  de  consuelos  á  un  añigido  se  le  dá  el  golpe  más  atroz 
que  pudo  recibir  hombre. — Afligido  digo  porque  estoy  mirando  á  mi 
país  empeñado  en  una  lucha  en  que  yo  hice  voto  de  derramar  toda  mi 
sangre,  y  me  veo  condenado  por  la  suerte  que  no  pude  evitar,  á  ser 
prisionero  en  el  primer  encuentro  de  las  tropas  mexicanas.  Me  pesa  la 
vida,  que  soporto  porque  no  la  puedo  sacrificar  por  mi  patria. — Quedo 
por  todo  entendido  que  estoy  sentenciado  por  V.  E.  á  ignorar  de  mis 
deudos  y  amigos  y  á  no  esperar  auxilio  ninguno  del  Ejército  mexica- 
no á  que  tengo  el  honor  de  pertenecer.  —  Dirigía  una  carta'primero  al 
Supremo  Magistrado  que  es  mi  amigo,  y  si  bien  las  copias  que  acom- 
pañaba tenian  palabras  malas,  de  su  contenido  estoy  seguro  podía  sa- 
car el  mismo  Magistrado  cosas  importantes  para  el  Gobierno.  ¿Qué 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        406 

mal  hacia  esto  ?  Depositaba  en  el  seno  del  Jefe  supremo  cosas  que  mi 
cabeza  juzgó  necesarias  supiese,  aunque  fuera  otra  la  intención  de  los 
que  me  dieron  las  copias.  Por  consideración  y  amistad  al  general  Co- 
dallos  mando  abierta  esta  carta,  prueba  de  mi  buena  intención,  ¿y  se 
toma  el  estilo  ofícial  para  devolverla  con  la  nota  más  terrible  que  ha 
podido  escribirse  á  un  General  mexicano  en  la  desgracia? — Todo  lo 
podía  hacer  Y.  E.  quebrantando  lo  que  los  hombres  tienen  por  más  sa- 
grado, pero  no  me  arrancará  un  honor  que  sabré  conservar  á  costa  de 
mi  vida. — Pruebas  he  dado  ante  la  nación  que  no  temo  á  la  muerte, 
y  ningún  poder  podfa  empelerme  á  bajezas  que  V.  E.  ha  probado  al- 
gunas veces  que  son  lejos  de  mif  alma,  que  con  orgullo  puedo  llamar 
noble  y  fuerte. — Reñexione  V.  E.  si  su  empleo,  si  la  amistad  que  nos 
unia,  si  la  consideración  de  mi  clase  y  situación  le  han  podido  autori- 
zar para  tal  insano  proceder,  y  hágame  en  consecuencia  la  justicia  que 
merezco. " 

En  la  carta  que  sobre  el  mismo  asunto  dirigió  al  Presidente  Busta- 
mante,  el  Sr.  Arista  se  queja  así :  ''Abusa  el  general  Codallos  de  todo 
lo  más  sagrado  y  decide  con  rapidez,  lanzándome  la  infamia  en  un  pá- 
rrafo venenoso  que  jamás  podré  olvidar.  Creerme  capaz  de  ser  un  mi* 
serable  conducto  de  que  se  insulte  á  las  autoridades  mexicanas;  loh! 
Dios !  No  se  ha  ofendido  á  hombre  en  tan  alto  grado  como  á  mí,  por- 
que aunque  pese  al  Sr.  Codallos  yo  amo  á  mi  patria  más  que  él  porque 
no  es  mexicano,  y  juro  ante  Dios  que  hice  voto  de  perecer  en  esta  glo- 
riosa lucha Le  admira  al  Sr.  Codallos  que  se  me  trate  con  tanta 

franqueza  á  bordo,  porque  no  sabe  que  los  franceses  tienen  vanidad  en 
tratar  bien  á  sus  prisioneros,  y  sin  más  examen  me  dá  el  golpe  más  te- 
rrible   El  Sr.  Baudin  me  ha  detenido  aquí  en  esperanzas  de  que 

la  paz  se  haga  pronto,  y  tengo  entendido  que  si  esto  se  alarga,  debe  man- 
dárseme á  Francia:  yo  dirijo  al  Gobierno  la  adjunta  instancia  para  que 
se  sirva  determinar  lo  que  crea  justo,  para  que  un  General  que  en  defen- 
sa de  la  República  se  halla  prisionero  no  perezca  de  necesidad  ni  su 
familia. " 

.  El  oficio  de  Codallos  decía :  "  Comandancia  general  del  Departamen- 
to de  Veracruz..  —  Devuelvo  á  V.  S.  los  papeles  que  solicita  pasen  al 
E.  S.  Presidente  de  la  República,  por  considerar  que  no  debe  ser  V.  S. 
el  conducto  por  donde  el  Sr.  Baudin  y  sus  subditos  insulten  á  personas 
respetables  de  nuestra  Nación,  no  menos  que  al  primer  magistrado  de 
ella. — La  situación  de  V.  S.  de  prisionero  de  guerra  lo  pone  fuera  de  to* 


4»  REVISTA  NACIONAL. 


da  intervención  en  la  contienda  actual  entre  México  y  Francia,  y  aun 
cuando  por  compromisos  V.  S.  se  vea  estrechado,  debe  preferir  en  tal 
caso  cualquiera  consecuencia  antes  que  dar  lugar  á  esos  señores  á  juz- 
gar desventajosamente  la  conducta  de  V.  S.  en  su  desgraciada  prisión, 
que  bien  sabrá  considerar  toda  la  Nación. — Cuando  esos  señores  ten- 
gan que  dirigirse  á  alguna  autoridad  de  esta  Nación,  que  lo  verifiquen 
debidamente,  corriendo  al  efecto  el  parlamento  acostumbrado  entre  los 
Ejércitos  beligerantes,  según  uso  de  la  guerra. — Siento  que  me  haya 
cabido  tener  que  dirigir  á  Y.  S.  esta  nota,  por  la  consideración  personal 
que  V.  S.  me  merece,  particularmente  en  su  actual  situación ;  pero  el 
decoro  dice  en  todas  circunstancias  debemos  contener  con  los  que  quie- 
ran tratamos  como  hotentotes,  me  pone  en  este  caso. — Reciba  Y.  S. 
sin  embargo  las  consideraciones  de  mi  particular  aprecio. — Dios  y  Li- 
bertad. Cuartel  general  en  los  Pocitos.  Diciembre  24  de  1838. — Feli- 
pe Codallos, — Sr.  General  de  Brigada,  Don  Mariano  Arista." 

No  obstante,  la  carta  de  Arista  y  las  copias  de  las  de  Baudin  y  Lai- 
né,  llegaron  á  manos  del  Presidente,  quien  con  fecha  31  de  Diciembre 
escribió  al  prisionero:  ''Me  he  impuesto  del  contenido  de  la  carta  del 
Sr.  Baudin  al  Sr.  Lainé,  así  como  de  las  reflexiones  que  vd.  me  hace 
en  la  suya,  de  cuya  contestación  me  ocupo ;  pero  no  creyendo  conve- 
niente ni  propio  de  los  estrechos  limites  de  una  carta  entrar  en  discu- 
sión sobre  los  delicados  puntos  que  se  versan  en  la  cuestión,  me  con- 
traigo solamente  á  satisfacer  á  la  queja  del  Sr.  Baudin,  asegurando  á 
vd.  haber  dado  contestación  por  el  Ministerio  de  la  Guerra  á  la  nota 
que  me  dirigió  S.  E.  con  fecha  del  3,  según  vd.  verá  en  el  adjunto  Dia- 
rio, no  debiéndolo  hacer  por  mi  ciertamente  en  razón  de  que  como  vd. 
sabe,  nuestra  Constitución  prohibe  que  el  Presidente  de  la  República 
pueda  seguir  comunicación  alguna  ofícial  sino  es  por  el  conducto  de  al- 
gunos de  los  Secretarios  de  su  despacho,  que  son  los  órganos  legales." 

Otra  carta  del  Sr.  Iturria  ayudante  del  General,  da  sobre  él  asunto  las 
siguientes  noticias :  "  El  General  Santa  Anna  me  manifestó  su  senti- 
miento por  no  poder  mandarle  lo  que  pedía,  me  habló  de  que  vd.  no 
debía  escribir  nada  que  pasase  de  asuntos  de  familia,  y  me  advirtió  que 

• 

sentia  que  hubiese  vd.  sido  un  conducto  para  que  esos  señores  se  des- 
ahogasen contra  el  Gobierno En  estos  momentos  de  que  yo  forma- 
ba mis  razones  para  defender  las  que  vd.  pudo  tener  en  su  carta  al  Pre- 
sidente, llegó  un  papel  impreso  en  que  se  atacaba  la  reputación  de  vd. 
y  la  del  general  Bustamante,  suponiendo  su  perverso  autor  á  ambos  en 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        407 

combinación  para  entregar  á  Santa  Anna  y  permitir  una  gloria  á  las 

fuerzas  francesas Me  apersoné  al  Presidente  quien  me  recibió  bien, 

y  preguntándome  por  vd.  me  dijo :  "  Yo  he  recibido  una  carta  del  Sr. 
Arista  en  que  me  habla  de  algunas  cosas  relativas  á  asuntos  políticos, 
y  le  he  contestado  sin  hablar  de  esos  asuntos  porque  me  compromete- 
ría mucho  si  lo  hiciera.  Vd.  debe  aconsejarle  que  no  escriba  nada  de 
esas  cosas. ''  Yo  me  esforcé  en  persuadirle  que  si  vd.  se  había  ocupa- 
do del  asuuto  habría  sido  porque  amaba  al  país  y  deseaba  contribuirá 
su  bien  como  fuera  acequible.  Vi  después  al  Sr.  Torne!  que  me  habló 
del  asunto  aunque  más  seriamente,  y  entre  sus  palabras  tengo  presen- 
tes estas :  '^  El  general  Arista  se  ha  ocupado  de  escribir  asuntos  que 
merecían  hacerle  cargos  cuando  volviese  al  país."  Siguió  la  conversa- 
ción y  lo  vi  más  indulgente. " 

A  los  sinsabores  que  su  carta  al  Presidente  le  produjo,  uniéronse  los 
que  le  atrajo  la  forma  en  que  le  fué  devuelta  la  libertad  por  el  Almi- 
rante Baudin.  Véase  el  ofício  de  Arista  al  Jefe  de  la  escuadra  francesa: 
"Exmo.  Sr. — El  Sr.  Comandante  Lainé  me  ha  hecho  conocer  que  V. 
E.  ha  tenido  la  consideración  de  darme  la  libertad  á  condición  de  pro- 
testar bajo  mi  palabra  de  honor,  no  tomar  las  armas  contra  la  Francia 
en  la  presenta  guerra. — Adjunta  es  mi  protesta:  al  indicarla  á  V.  E. 
la  gratitud  me  impone  el  deber  de  darle  las  gracias  más  expresivas  por 
el  honroso  y  distinguido  trato  que  ha  mandado  se  me  dé,  y  por  las 
constantes  consideraciones  que  ha  tenido  V.  E.  para  hacerme  llevade- 
ra mi  situación. — Deseo  que  V.  E.  se  penetre  de  mi  reconocimiento 
así  como  de  mi  particular  aprecio  que  en  persona  me  merece. — Dios 
y  Libertad.  Antón  Lizardo,  á  bordo  de  la  Fragata  ''Gloria.'*  Enero  26 
de  1839. — Mariano  Arista, — Exmo.  Sr.  Almirante  de  las  fuerzas  na- 
vales francesas  en  el  Golfo  de  México. — Protesta. — El  General  de  Bri- 
gada del  Ejército  mexicano  que  suscribe,  prisionero  de  guerra  en  las 
tropas  francesas,  protesta  bajo  su  palabra  de  honor  no  tomar  las  armas 
en  la  presente  guerra  de  mi  Nación  con  la -Francia.  — Antón  Lizardo, 
A  bordo  de  la  Fragata  "Gloria."  Enero  26  de  1839.— ifariano  Arista.'' 

Véase  ahora  el  ofício  en  que  el  general  comunicó  á  Santa  Anna  su 
vuelta  á  la  patria:  "Exmo.  Sr.:  El  Sr.  Contraalmirante  francés  me  pro- 
puso el  día  25  del  presente,  por  medio  del  Comandante  de  la  Fragata 
"Gloria,"  donde  me  hallaba  prisionero,  que  si  prometía  bajo  mi  palabra 
de  honor  no  tomar  las  armas  contra  la  Francia  en  la  presente  guerra, 
sería  puesto  en  libertad. — Yo,  seguro  de  que  en  aquel  estado  no  podía 


40S  BEVI8TA  NA.CIONAL. 


ser  Otil  á  mi  patria,  y  que  otorgando  la  promesa  era  posible  ser  em- 
pleado en  otras  comisiones,  acepté  la  oferta  y  otorgué  mi  protesta. — 
En  tal  virtud  he  sido  puesto  en  libertad,  y  trasladado  hoy  en  un  bote 
francés  á  esta  plaza,  donde  he  llegado  á  las  cinco  de  la  tarde. — Maña- 
na me  dirijo  á  tomar  en  persona  las  órdenes  de  V.E.  y  mientras  tanto 
le  ruego  admita  las  protestas  de  mi  respeto  y  alta  consideración. — Dios 
y  Libertad.  Veracruz,  Enero  27  de  1S39  á  las  ocho  de  la  noche. — Ma- 
riano  Arista. — E.  S.  General  en  Jefe  Don  Antonio  L.  de  Santa  Anna.^* 

Igual  ofício  dirigió  al  Ministro  de  la  Guerra,  cambiando  únicamente 
así  el  último  párrafo:  "Mañana  marcho  á  Manga  de  Clavo  á  tomar  las 
órdenes  del  E.  S.  General  Santa  Anna,  y  á  pedirle  mi  pasaporte  para 
pasar  á  esa  capital  á  que  disponga  de  mi  el  Supremo  Gobierno. — Rue- 
go á  V.E.  dé  cuenta  al  E.  S.  Presidente,  y  admita  las  seguridades  de 
mi  respeto  y  particular  aprecio/* 

Después  de  conferenciar  con  Santa  Anna,  el  Sr.  Arista  ñrmó  el  si- 
guiente oficio:  ''Exmo.  Sr. — El  27  del  presente  he  venido  á  las  playas 
de  Veracruz  disfrutando  mi  libertad  á  virtud  de  habérmela  propuesto 
el  Sr.  Almirante  de  las  fuerzas  francesas,  con  la  condición  de  empeñar 
mi  palabra  para  no  tomar  las  armas  contra  aquella  Nación  durante  la 
guerra  que  existe  con  la  nuestra.  —  Mi  estado  de  prisionero  me  hacía 
inútil  á  mí  patria,  y  yo  aunque  vacilé  en  lo  que  deberia  hacer  cuando 
me  fué  propuesta  la  libertad,  determiné  por  fín  tomarla,  porque  la  pa- 
labra que  he  ofrecido  es  una  costumbre  admitida  generalmente  entre 
todas  las  naciones. — Luego  que  salté  en  tierra  di  aviso  al  E.  S.  Gene- 
ral en  Jefe  Don  Antonio  López  de  Santa  Anna,  poniéndome  á  sus  ór- 
denes, y  desde  luego  he  venido  á  recibir  verbalmente  la  de  marcha  á 
esa  capital  para  tomar  las  de  V.E.  á  quien  me  reservaba  hacer  esta  co- 
municación, para  que  se  sirva  imponer  de  ella  al  E.  S.  Presidente,  te- 
niendo la  bondad  de  manifestarle  que  si  el  volver  á  mi  patria  me  es 
satisfactorio,  es  únicamente  por  ofrecer  mis  servicios  al  Supremo  (xo- 
bierno. — Mañana  saldré  de  este  punto  y  tendré  el  honor  en  apersonar- 
me á  V.E.  á  quien  reitero  las  protestas  de  mi  respeto. — Manga  de  Cla- 
vo. Enero  28  de  1839.— E.  S.  Ministro  de  la  Guerra." 

El  Ministerio  contestó  asi:  "Por  el  oficio  de  V.  S.  de  28  del  próximo 
pasado  queda  enterado  el  E.  S.  Presidente  de  que  habiendo  sido  pues- 
to en  libertad,  se  ha  presentado  al  E.  S.  General  en  Jefe  de  la  División 
de  Vanguardia,  y  que  continúa  su  camino  para  esta  capital,  disponien- 
do así  lo  diga  á  V.  S.  en  respuesta. 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        409 

*^Con  tal  motivo  reproduzco  á  V.  S.  las  seguridades  de  mi  aprecio  y 
particular  consideración. — Dios  y  Libertad.  México,  Febrero  2  de  1839. 
— Por  indisposición  del  E.  S.  Ministro. — Joaquín  Velázguez  de  Lean,'' 

Don  Mariano  Arista  que  ese  día  2  había  llegado  á  la  capital,  sintió 
el  golpe  en  plena  alma  y  respondió  asi:  ^^Exmo.  Sr. — El  oficio  de  V.  E. 
de  2  del  corriente  en  que  se  sirve  contestar  de  enterado  á  mi  nota  de 
28  del  pasado,  en  que  doy  parte  al  Supremo  Gobierno  de  haber  sido 
puesto  en  libertad  de  la  prisión  que  sufría  en  la  Escuadra  francesa,  me 
ha  causado  un  profundo  sentimiento. — Estoy  seguro  de  que  he  cum- 
plido con  mi  deber,  que  he  dado  el  decoro  y  honor  que  me  demanda 
mi  rango  en  las  circunstancias  difíciles  en  que  me  hallé,  que  he  pade- 
cido infinito,  que  he  perdido  mis  intereses,  y  que  he  hecho,  en  fin,  los 
sacrificios  que  la  patria  exige  de  sus  hijos. — En  este  convencimiento 
¿podía  imaginar  que  recibiría  por  recompensa  de  mi  Gobierno  una  con- 
testación de  enterado? — Satisfecho  de  que  he  obrado  meritoriamente 
no  puedo  menos  que  patentizar  á  V.  E.  el  agravio  que  he  recibido  por 
una  tal  remuneración  á  mis  servicios,  y  le  ruego  que  si  duda  el  Gobier* 
no  de  mi  excelente  porte,  se  sirva  mandarme  enjuiciar  para  que  la  ver- 
dad sea  aclarada  y  mi  mérito  reconocido  justamente. —  Tales  drcuns* 
tancias  me  hacen  pedir  al  Supremo  Gobierno  el  que  se  sirva  acordar- 
me un  cuartel  para  el  pueblo  de  Tacubaya,  con  el  objeto  de  restablecer 
mi  salud  que  tanto  lo  necesita. — Sírvase  Y.  E.  dar  cuenta  con  todo  lo 
expuesto  al  E.  S.  Presidente,  para  que  S.  E.  resuelva  lo  que  crea  con- 
veniente, recibiendo  las  protestas  de  mi  respeto  y  debida  consideración, 
— Dios  y  Libertad.  México,  Febrero  7  de  1839. — Mariano  Arista. — 
E.  S.  Ministro  de  la  Guerra." 

Pero  todo  terminó  del  mejor  modo  posible:  dos  días  después  Arista 
recibió  la  siguiente  comunicación:  "Ministerio  de  Guerra  y  Marina. — 
Sección  y  Mesa  de  Operaciones. — Se  contestó  á  V.  S.  simplemente  de 
enterado  á  su  comunicación  de  28  del  mes  próximo  pasado  en  que  par- 
ticipó haber  sido  puesto  en  libertad  y  presentádose  al  E.  S.  General  en 
Jefe  del  Ejército  de  Vanguardia,  porque  habiendo  venido  á  esta  capital, 
se  esperaba  recibir  los  informes  que  había  acordado  el  E.  S.  Presiden* 
te  que  se  le  pidieren,  para  manifestarle  entonces  la  viva  y  cordial  sa- 
tisfacción que  le  había  producido  el  término  de  sus  padecimientos;  lo 
gratos  que  le  fueron  los  servicios  que  prestó  hasta  el  momento  de  su 
infausta  prisión,  y  la  dignidad  con  que  ha  sabido  sostener  el  rango  de 
un  General  mexicano  prisionero. — La  delicadeza  de  V.  S.,  á  que  hace 


410  REVISTA  NACIONAL. 


justicia  el  E.  S.  Presidente,  lo  ha  obligado  á  manifestarse  impaciente 
por  una  declaración  que  cubra  enteramente  su  honor,  y  S.  E.  me  man- 
da hacerla  tan  favorable  como  pueda  apetecer,  y  que  no  le  conceda  el 
cuartel  que  pide,  porque  el  Gobierno  y  la  Nación  esperan  de  V.  S.  pron- 
tos, nuevos  y  eficaces  servicios  á  la  Patria. — Yo  por  mi  parte,  que  siem- 
pre he  dado  á  los  servicios  de  V.  S.  el  valor  que  merecen,  me  congra- 
tulo porque  se  halle  en  disposición  de  continuarlos,  al  tiempo  mismo 
que  le  reitero  las  protestas  de  mi  justa  consideración  y  afecto. — Dios 
y  Libertad.  México,  Febrero  9  de  1839. —  Tomel.  —  Sr.  General  Don 
Mariano  Arista." 

De  los  sucesos  de  aquella  época,  su  hoja  de  servicios  dice  solamen- 
te: ^'Estuvo  prisionero  á  bordo  de  un  buque  de  guerra  de  la  Escuadra 
Francesa,  hasta  el  28  de  Enero  de  1839  en  que  fué  puesto  en  libertad, 
se  presentó  al  E.  S.  General  en  Jefe  de  la  División  de  Vanguardia,  re- 
cibiendo el  9  de  Febrero  un  oficio  del  Supremo  Gobierno  muy  satis- 
factorio, por  la  dignidad  que  mostró  en  su  prisión  entre  los  enemigos 
y  por  sus  servicios  prestados  antes  de  ella.  En  Octubre  de  aquel  año 
se  aprobó  por  la  superioridad  el  modelo  de  la  cruz  que  se  le  concedió 
en  10  de  Marzo,  en  recompensa  del  particular  mérito  que  contrajo  en 
la  guerra  contra  los  franceses  en  el  memorable  5  de  Diciembre  del  año 
anterior.  En  aquel  tiempo  se  le  mandó  por  el  E.  S.  General  en  Jefe  á 
desempeñar  una  comisión  cerca  del  E.  S.  Presidente,  y  la  cumplió  con 
exactitud  y  eficacia."  Cuál  fuese  esa  comisión  lo  dice  la  siguiente  car- 
ta de  Arista  á  Santa  Anna:  "Exmo.  Sr.  Don  Antonio  López  de  Santa 
Anna. —  México,  Febrero  5  de  1839. —  Mi  amado  General  y  amigo: — 
Llegué  á  esta  capital  el  día  2  del  presente  y  en  el  momento  impuse  al 
Sr.  Presidente  y  al  Sr.  Tornel  de  todos  los  puntos  á  que  se  contrajo  la 
comisión  que  tuvo  la  bondad  de  darme. — Se  dieron  al  siguiente  día  los 
pasos  más  activos  para  la  consecución  del  dinero,  principal  obstáculo 
á  los  deseos  de  V. — El  Sr.  Cortina  coincidiendo  con  el  mayor  empeño 
en  el  plan  de  V.,  no  ha  descansado  ni  un  momento  para  obtener  los 
doscientos  mil  pesos,  base  de  todo  el  proyecto.  —  Hay  esperanzas  de 
reunir  todo  el  dinero  de  parte  del  Clero,  porque  éste  ha  hecho  un  em- 
préstito de  quinientos  mil  pesos,  á  entregar  cincuenta  mil  cada  mes,  y 
el  empeño  es  que  dé  de  un  golpe  doscientos  mil  pesos. — Se  creyó  más 
seguro  esto  que  la  Junta,  por  la  dificultad  que  se  ha  pulsttdo  de  recabar 
por  la  fuerza  las  cantidades  que  se  asignen,  y  según  el  estado  de  alar- 
ma en  que  se  hallan  los  que  tienen  dinero,  se  estimó  por  más  eficaz 


DATOS  PAKA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.         411 

lo  del  Clero. — Yo,  para  activar  las  cosas  y  según  las  instrucciones  de 
V.  he  visitado  en  su  nombre  al  Sr.  Posadas,  y  he  visto  al  Padre  Don 
Pedro  Fernández,  patentizándoles  lo  urgente  que  es  atacar  la  revolu- 
ción con  la  mayor  violencia,  pues  de  otro  modo  ellos  serán  los  sacrifi- 
cados en  todos  sentidos. — Estos  sefiores  los  vi  tan  animados  que  debe 
esperarse  bueno  y  pronto  resultado,  aunque  no  den  el  todo  de  la  can- 
tidad, que  se  repartirá  ó  agenciará  entre  otras  de  las  medidas  que  se 
han  dictado  y  que  están  para  realizarse.  El  plan  de  operaciones  les  ha 
parecido  el  mejor  al  Sr.  Presidente,  el  Sr.  Cortina  y  el  Sr.  Tomel:  di- 
fiere el  primero  en  el  abandono  de  Matamoros,  pero  el  Sr.  Tomel,  se- 
gún los  últimos  datos  que  han  venido,  cree  indispensable  que  se  efec- 
túe lo  que  V.  indica. — La  división  de  México  está  para  completarse:  el 
Sr.  Tomel  dice  que  tiene  mil  quinientos  hombres,  y  le  parece  indis- 
pensable que  vengan  del  Ejército  de  Vanguardia  los  batallones  de  Tlax- 
cala  y  Toluca  para  el  completo  de  la  fuerza  de  dos  mil  doscientos  hom- 
bres.— Los  batallones  nombrados  para  marchar,  primero  y  segundo  de 
aquí,  están  divididos  en  tal  grado  que  casi  es  de  reclutas  la  fuerza  que 
existe  en  la  capital:  si  se  reunieran  estos  cuerpos  de  algo  servirían  por- 
que los  veteranos  harían  buenos  los  reclutas. — En  fin,  el  Sr.  Tomel, 
enterado  muy  por  menor  del  todo,  se  halla  entusiasmado  por  compla- 
cer á  V.,  y  todo  se  ha  puesto  en  movimiento  á  pesar  de  mis  males. — 
El  Sr.  Presidente  Bustamante  no  cesa  de  activar  la  salida  de  las  tro- 
pas, y  me  ha  dicho  que  no  le  ha  escrito  á  Y.  por  tener  el  gusto  de  dar- 
le positivas  noticias  de  adelantos  en  todos  los  deseos  de  Y. — En  fin,  mi 
General,  todos  los  encargos  de  Y.  están  desempeñados  del  modo  más 
eficaz  en  todo  lo  que  ha  consistido  en  mí. —  Celebraré  que  siga  Y.  ali- 
viado y  que  el  camino  no  sea  causa  de  que  se  atrase  su  curación,  que 
por  otra  parte  en  esta  capital  será  más  esmerada  por  la  multitud  de 
auxilios  que  aquí  se  encuentran. — Mientras  tengo  el  gusto  de  ver  á  Y. 
le  deseo  continuos  alivios  y  me  ofrezco  su  más  afmo.  amigo  y  atento 
servidor  que  lo  respeta  y  B.  S.  M. — Mariano  Arteta.^^ 

Yarios  de  los  documentos  que  he  incluido  en  esta  segunda  parte  de 
mi  trabajo  humildísimo,  se  publicaron  en  el  Manifiesto  que  el  General 
Arista  hizo  imprimir  en  la  casa  de  Galván  á  cargo  de  Mariano  Aréva- 
lo,  en  número  de  trescientos  ejemplares  de  dos  pliegos  de  entredós,  con 
gasto  de  cincuenta  y  tres  pesos  dos  reales,  importe  que  fué  pagado  en 
2  de  Mayo  de  1839.  Yo  los  he  tomado  de  los  originales,  de  pufio  y  le- 
tra del  Sr.  Arista. 


412  REVISTA  NACIONAL. 


En  mi  próximo  y  tercer  articulo  sobre  este  asunto  continuaremos 
este  trabajo  de  compilación  que  á  plumas  hábiles  podrá  servir  para  re- 
formar ó  completar  la  interesante  biografía  de  aquel  distinguidísimo 
personaje  tan  digno  de  ser  estudiado. 


Enrique  de  Olavarría  t  Ferrari. 


ENRICO  MARTÍNEZ. 


Enrico  Martin,  calificado  en  su  tiempo  de  extranjero,  fué  tenido  por 
tal  hasta  que  alguno,  tal  vez  fundándose  en  que  sus  contemporáneos  le 
llamaban  Martínez,  introdujo  la  duda  sobre  si  era  natural  de  Espafia  ó 
descendiente  de  español.  No  era  por  cierto  raro  en  el  siglo  décimo  sex- 
to y  el  siguiente  que  muchos  extranjeros  tradujesen  y  españolizasen  sus 
nombres  y  apellidos,  con  el  objeto  de  introducirse  en  las  Indias.  De  es- 
te subterfugio  usaron  frecuentemente  los  genízaros,  á  quienes,  no  obs* 
tante  la  declaración  hecha  por  Felipe  III  en  22  de  Agosto  de  1620,  ^  es- 
taba prohibido  emigrar  con  destino  á  América.  En  este  caso  puede  ha- 
berse encontrado  Enrico  Martin.  Tal  vez  naciera  en  la  villa  de  Aya- 
monte,  como  "dicen  los  más  enterados,"  ^  ¿e  madre  española;  pero 
que  era  de  linage  extranjero  nos  parece  fuera  de  duda  por  la  gran  au- 
toridad que  reconocemos  en  Torquemada.  Con  efecto,  este  prolijo  his- 
toriador, aun  cuando  le  nombre  Martínez,  patronímico  castellano,  di- 
ce, con  marcada  intención,  á  fm  de  que  nadie  le  tenga  por  español : 
"Enrique  Martínez,  extranjero."  ^  Y  aunque  esto  ocurra  una  sola  vez 
en  la  Monarchía  Indiana,  obra  de  una  manera  muy  parecida  la  adver- 
tencia hecha  con  anterioridad  ^  de  que  Enrique  Martínez  imprimió  su 
Reportorio  en  lengua  vulgar  castellana ;  aviso  innecesario,  explicación 
que  sólo  convenía  hacer  si  siendo  español  hubiera  escrito  en  otra  len- 

1  *'  Declaramos  que  cualquiera  hijo  de  extranjero  nacido  en  Espafia  es  verda 
deramente  originarlo  y  natural  de  ella.  Y  mandamos  que  cuanto  &  esto  se  guar- 
den en  las  Indias  las  Leyes  sin  hacer  novedad. " 

2  F.  Guerra  y  Orbe :  Don  Juan  Huix  de  AlarcOn  y  Mendoza  [BCadrld,  18711,  p.  90. 
8    Monarchía  Indiana^  lib.  5?.  cap.  LXX. 

4    JWíf.  Ub.  1°,  cap.  X. 


ENRICO  MARTÍNEZ.  413 


gua.  Pero  como  Enrico  era  extranjero  y  Torquemada  lo  sabía,  éste  juz- 
gó prudente  informar  que  el  Reportorio  estaba  en  castellano.  Por  de- 
cisivo tenemos  el  testimonio  de  quien,  escribiendo  en  Enero  de  1612,  ^ 
debe  haber  conocido  personalmente  al  maestro  Enrico,  encargado  en 
1608  de  las  obras  proyectadas  por  el  P.  Juan  Sánchez. 

Aunque  no  corresponda  á  un  contemporáneo,  pues  elfamoso  maes- 
tro de  obras  habia  muerto  sesenta  y  cinco  años  antes  de  la  llegada  de 
Gemelli  Careri  á  México,  ^  como  este  viajero  tuvo  amistad  y  conversó 
largamente  con  Don  Carlos  de  Sigüenza  y  Góngora,  gran  conocedor  de 
todo  lo  relativo  al  Desagüe  del  Valle,  la  calificación  de  "europeo"  que 
da  á  Enrico  Martin,  corrobora  lo  que  Torquemada  con  más  claridad 
asienta,  siendo  notable  que  no  dice  "  espafSol  de  Europa, "  como  fuera 
natural  si  únicamente  hubiera  querido  establecer  la  distinción  de  no 
ser  criollo.  ^ 

Humboldt  fué  quien  propagó  la  especie  de  que  Enrico  Martínez  era 
generalmente  tenido  en  México  por  holandés  ó  alemán.  Opina  que  su 
nombre  indudablemente  indica  descendencia  de  familia  extranjera,  aun- 
que parecía  haber  sido  criado  en  España.  ^  No  encontramos  indicio  al- 
guno de  extranjería  ni  en  el  nombre,  ni  en  el  patronímico  de  Enrique 
Martínez.  Tanto  el  primero  como  el  segundo  son  muy  castellanos,  si 
bien  es  cierto  que  también  pueden  ser  holandeses  (Hendrik  Maartensz). 
Heinrich  (Enrique)  es  asimismo  nombre  alemán,  y  en  Bohemia  exis- 
te el  patronímico  Martinitz,  de  terminación  eslava.  Mineros  alemanes 
hubo  en  México  enviados  por  Carlos  Quinto  para  instruir  á  los  espa- 
floles.  Con  anterioridad  al  afio  1542,  ellos  ó  sus  descendientes  ya  ex- 
plotaban algunos  criaderos  en  la  jurisdicción  de  Zultepec,  '  llamada  en- 
tonces Provincia  de  la  Plata ;  ^  pero  no  conocemos  datos  que  liguen  á 
Enrico  con  esos  mineros. 

Reforzando,  sin  intención,  á  los  que  le  suponen  natural  de  Ayamon- 
te,  villa  situada  en  la  embocadura  del  Guadiana,  frontera  de  Portugal, 
un  escritor  mexicano  dice  que  Enrico  puede  haber  sido  portugués. '  Por 

1  J&id,  Ub.  1?,  cap.  IV. 

2  Voy<Hf^  <iw  '¡^our  du  Monden  t.  VJ,  p.  7  y  p.  129. 

3  "  Henrl  Martínez  Européen. "  Ibid.,  t.  VI,  p.  123. 

4  Euaipolüique  sur  la  NouveUe-Efpagne,  lib.  8,  cap.  VIII.  Van  Kampen,  en  su 
obra  De  Nederlanders  butíen  Europcít  1. 1,  p.  321,  se  incUna  naturalmente  á  tener  & 
Enrico  por  holandés. 

5  Icazbalceta:  Bibliografía  mexicana  del  siglo  XF7,  fol.  XXVI. 

6  VlUaseflor:  TTiecrfro  americano  (México,  174«),  lib.  1?,  cap.  XLV. 

7  Berganzo  en  el  Diccionario  de  Historia  y  OeografUn  [México,  185é],  t.  V.,  p.  888. 


411  BEVIHXA  NACIONAL. 


Último,  no  ha  faltado  en  estos  últimos  tiempos  quien  haya  sobresalido 
concluyendo  que  no  hallándose  en  los  escritos  de  Martínez  anteceden- 
te alguno  relatÍTO  á  su  nacionalidad  extranjera,  debe  haber  sido  criollo 
de  México,  aunque  educado  en  Flandes. '  En  su  Rqwrtorío  de  los 
Tiempos,  libro  rarísimo,  por  el  mismo  autor  impreso  en  1606,  se  lee 
que  estuvo  en  el  ducado  de  Curlandia,  y  también  que  residió  algún 
tiempo  en  Elspafta; '  pero  no  sabemos  mencione  estancia  alguna  en  los 
Paises  Bajos. 

Sumando  lo  que  antecede  resulta  siempre  como  única  noticia  auto- 
rizada por  un  historiador  fidedigno,  contemporáneo  suyo,  que  Enrico 
era  extranjero.  A  esto  nos  es  dado  agregar  que  Amoldo  Montano  en  su 
importante  descripción  del  Nuevo  Mundo,  dá  cuenta  de  la  inundación 
de  México  reproduciendo  una  carta  de  Bernabé  Cabo  dirigida  al  P. 
Hernando  de  León,  de  la  CSompafiia  de  Jesús,  en  la  que  se  lee  lo  si- 
guiente: "El  Francés  Enrique  Martin  emprendió  ahondar  el  rio  de 
Cuautitlán,  que  desagua  en  la  Laguna,  y  hacer  mediante  esa  excava- 
ción, una  balsa  ó  dársena  donde  el  lago  derramase  el  exceso  de  sus 
aguas.  El  jesuíta  Juan  Sánchez  se  opuso  al  proyecto,  formulando  mu- 
chas objeciones ;  esto  no  obstante  continuaron  los  trabajos  y  el  agua 
bajó  de  tal  modo  que  podía  irse  á  pie  enjuto  hasta  el  Pefiol,  que  es  una 
roca  situada  á  una  legua  de  distancia  de  la  ciudad.'* ' 

Este  testimonio  de  otro  contemporáneo,  bien  instruido  de  la  contro- 
versia de  Martínez  con  el  P.  Sánchez  y  miembro  de  la  Sociedad  á  que 
el  mismo  pertenecía,  calificando  de  "francés'*  al  extranjero  Enrico,  re- 
suelve en  nuestro  concepto  la  duda  sobre  el  origen  del  célebre  maes- 
tro de  obras  del  Desagüe. 


Ángel  NúSez  Ortega. 


1  Diccioncario  anual  de  Estadíttiea  de  la  RepOblica  Mexicana  (México,  1886),  t.  III 
p.62. 

2  En  la  villa  de  Ofia,  cerca  de  Frías  y  de  Panoorvo,  provincia  de  Sargos.  Repor- 
torio  de  lo»  Tiempo»  y  Historia  natural  deUa  Nueva  E»paña  (México,  1006),  p.  127. 

8  De  Nieuwe  en  Onbekende  Weereld  {V  Amsterdam,  1671).  p.  283-281. 


TORRES  CAICEDO.  415 


TORRES  CAICEDO. 


No  es  únicamente  la  República  de  Colombia  la  que  debe  deplorar 
la  muerte  del  eminente  publicista  D.  José  M.  Torres  Caicedo,  ocurrida 
hace  pocos  días  en  Pads ;  es  toda  la  América  de  habla  espaflola  y  de 
instituciones  democráticas  la  que  ha  sufrido,  con  esa  muerte,  dolorosa 
pérdida,  pues  si  bien  el  suelo  colombiano  se  enorgullece  de  haber  sido 
cuna  del  fecundo  escritor,  éste  puso  al  servicio  de  todos  los  pueblos  la- 
tino-americanos su  inteligencia  clarísima  y  su  pluma  infatigable,  con 
noble  desinterés,  dejando  obligada  para  siempre  la  gratitud  de  cuantos 
de  reconocidos  se  precian. 

Fué  Torres  Caicedo  una  de  esas  excepciones,  bien  raras  por  cierto 
entre  los  centenares  de  híspano-americanos  que  llegan  á  residir  en  el 
Viejo  Mundo.  Conservó  en  su  corazón  vivo  y  puro  el  amor  á  la  tierra 
natal,  y  al  propio  tiempo  el  entusiasmo  y  la  admiración  por  las  glorias 
literarias  de  las  Repúblicas  hermanas  de  la  de  Colombia*  Honores, 
preeminencias,  cuanto  puede  llenar  de  orgullo  á  un  hombre  que  vive 
accidentalmente  en  los  grandes  centros  de  la  civilización  europea,  na- 
da bastó  á  desviarle  de  la  senda  que  se  trazó,  y  merced  á  él  fueron  co- 
nocidos muchos  nombres  de  las  más  conspicuas  personalidades  de  las 
naciones  por  el  esfuerzo  de  España  conquistadas  y  por  el  valor  de  sus 
hijos  inscritas  entre  los  pueblos  libres  y  soberanos. 

Torres  Caicedo  ejerció  en  Francia  el  apostolado  de  las  letras  hispano 
americanas.  Apresurábase  á  dar  á  conocer  en  sus  escritos,  los  libros 
así  argentinos  como  colombianos,  chilenos,  peruanos  ó  mexicanos ;  re- 
feria la  vida  de  los  autores  de  esos  libros,  los  circuía  de  una  aureola  de 
gloria,  los  enaltecía,  los  hacía  amar  y  despertaba  el  interés  por  conocer- 
los personalmente  y  por  leer  todas  sus  producciones.  Benévolo  de  con- 
tinuo, disimuló,  ó  cuando  menos,  atenuó  defectos  que  no  podían  pasar 
inadvertidos  para  quien,  como  él,  se  había  nutrido  con  la  lectura  de  los 
más  eximios  autores ;  y  ponderó  bellezas,  muchas  veces  de  segundo  or- 
den, porque  sabía  muy  bien  que  esa  ponderación  había  de  servir  para 
atraer  hacia  aquellas  bellezas  las  miradas  de  los  inteligentes. 

A  desempeñar  tarea  tan  laboriosa  no  le  impulsó  móvil  alguno  que 
no  fuese  puro  y  legítimo ;  su  pluma  pudo  ser  tachada  de  lisongera,  ja- 
más de  venal. 


418  REVISTA  NACIONAL. 


Juan  C.  Lañnur,  Esteban  Echeverría,  Luis  L.  Domínguez,  Vicente  G. 
Quesada'y  Juana  Manuela  Gorriti. 

Chile  está  representado  por  Guillermo  Matta,  Antonio  Blest  Gana, 
Eusebio  Lillo,  Miguel  L.  Amunátegui,  Vallejo,  Irrisarri,  Salvador  San- 
ftientes,  y  José  V.  Lastarria. 

Venezuela,  por  Rafael  María  Baralt,  Andrés  Bello,  José  Antonio  Mai- 
tín,  Abigail  Lozano  y  J.  Ramón  Yepes. 

El  Perú,  por  Ricardo  Palma  y  Manuel  Nicolás  Corpancho. 

México,  por  Fray  Manuel  Navarrete,  José  Joaquín  Pesado,  Rodrí- 
guez Galván  y  Guillermo  Prieto. 

Colombia,  por  J.  A.  Calcafto,  José  Fernández  Madrid,  Lázaro  María 
Pérez,  Julián  Torres  y  Peña,  J.  M.  Rivas  Groot,  Florentino  González, 
J'ulio  Arboleda,  José  Eusebio  Caro,  Silveria  Espinosa  de  Rendón,  y  Ma- 
diedo. 

Cuba  por  Plácido  y  José  María  Heredia. 

El  Ecuador,  por  José  Joaquín  de  Olmedo,  Antonio  Flores  y  J.  León 
Mera. 

El  Uruguay,  por  Juan  Garlos  Gómez,  Heraclio  Fajardo,  Magariños 
dervantes  y  Francisco  Acuña  de  Figueroa. 

Guatemala,  por  Antonio  J.  de  Irisarri. 

Si  Torres  Caicedo  en  los  estudios  sobre  autores  hispano-americanos 
no  se  ostentó  crítico  de  la  talla  de  Saint  Beuve  ó  de  Janin,  en  cambio 
puede  asegurarse  que  se  mostró  erudito  sin  hacerse  indigesto,  llano  en 
^u  estilo  sin  descender  á  la  vulgaridad,  y  profundo  conocedor  del  arte 
literario;  logrando  por  tales  merecimientos,  ocupar  distinguidísimo 
puesto  entre  los  publicistas  de  la  más  culta  de  las  capitales  europeas, 
de  lo  que  dan  elocuentes  testimonios  los  elogios  que  le  tributaron  ver- 
daderas eminencias  que  á  seguida  vamos  á  citar. 

Lamartine  decía  á  Torres  Caicedo  con  fecha  7  de  Agosto  de  1861  : 
'^  Después  de  haber  leído  las  primeras  obras  de  vd.  he  tenido  el  gusto 
ele  saber  que  vd.  se  prepara  á  publicar,  animado  del  mismo  espíritu,  un 
nuevo  volumen  más  importante  aún.  Yo  aseguro  para  vd.  nueva  glo- 
ria, encanto  para  sus  lectores,  utilidad  para  sus  nobles  compatriotas  del 
Nuevo  Mundo. 

"Vd.  sabe  que  yo  tengo  una  predilección  marcada  por  el  genio  so- 
cial y  poético  de  sus  conciudadanos.  Los  Americanos  del  Norte  no  han 
llevado  al  Nuevo  Mundo  sino  la  civilización  materialista,  fría  como  el 
«goismo,  ávida  como  el  lucro,  prosaica  como  el  mercantilismo  anglo- 


TORRES  CAICEDO.  419 


sajón:  Vdes.  han  llevado  las  virtudes  y  los  gustos  elevados  de  la  raza 
latina. 

'Ulago  muy  frecuentes  votos  porque  cesen  las  divisiones  de  esas  Re- 
públicas, para  que  vdes.  lleguen  á  ser  lo  que  merecen :  la  gran  colo- 
nia europea  de  la  civilización  espiritualista,  bajo  el  bello  sol  que  les 
alumbra  y  les  inspira.  ^' 

Bouchery,  refiriéndose  en  el  Echo  de  la  Presse  de  8  de  Noviembre 
de  1862  á  los  Ensayos,  dice :  "  En  los  estudios  biográficos,  obra  eminen- 
temente americana,  se  da  á  conocer  á  los  hombres  más  notables  de  las 
Repúblicas  del  Nuevo  Mundo,  y  se  analizan  y  critican  sus  obras  en  pro- 
sa y  en  verso,  con  suma  imparcialidad  y  aquilado  gusto  literario.  Ca- 
da artículo  contiene  una  disertación  literaria,  un  esbozo  biográfico,  y 
un  análisis  detallado.  Esta  obra  faltaba  á  los  americanos.  '^ 

Castelar,  hablando  en  1867  de  los  libros  de  Torres  Caicedo,  se  ex- 
presa asi :  "  Leídos  en  España  ávidamente,  dan  á  conocer  la  literatura 
americana ;  aproximan  dos  pueblos  que  el  despotismo  y  el  recuerdo  de 
la  guerra  habían  separado.  Y  no  solamente  realiza  el  Sr.  Caicedo  una 
gran  obra  social,  sino  que  realiza  una  grande  obra  estética.  La  litera- 
tura española  de  estos  últimos  tiempos  se  distingue  por  la  perfección 
admirable  de  la  forma,  por  la  belleza  del  lenguaje,  por  la  sonoridad  del 
verso.  Selgas  indudablemente  es  un  gran  poeta  lírico,  Ayala  induda- 
blemente un  gran  poeta  dramático.  Pero  la  literatura  española  se  dis- 
tingue también  hoy  por  su  divorcio  sacrilego  con  el  espíritu  del  siglo, 
con  la  causa  de  la  libertad.  Ya  no  puede  escribir  Quintana  que  repre- 
sentaba con  tanta  fidelidad  la  fe  política  y  filosófica  del  siglo  pasado ; 
ya  no  puede  escribir  Espronceda  que  representaba  con  tanta  fidelidad, 
la  duda  religiosa  y  moral  de  nuestro  siglo.  Zorrilla  á  pesar  de  su  ins- 
piración siempre  joven  y  de  su  vena  inagotable,  Zorrilla  dotado  de  un 
genio  poético  sin  rival,  parece  con  sus  viejas  y  candidas  leyendas  un 
espectro  que  vaga  sobre  las  ruinas  de  nuestros  monasterios.  Su  poesía 
es  tan  extranjera  á  nuestro  tiempo,  como  extranjero  á  la  democrática 
América  el  imperio  de  que  Zorrilla  se  creyó  poeta,  resucitando  tristes 
prácticas  de  pasados  tiempos. 

"  En  medio  de  esta  parálisis  del  espíritu  español,  vienen  los  libros 
del  Sr.  Torres  Caicedo  á  traerle  muy  oportunamente  la  electricidad  que 
hay  en  las  tempestades  americanas,  la  exuberancia  que  hay  en  la  vida 
del  Nuevo  Mundo.  Estos  poetas  de  América  se  distinguen  esencialmen- 
te por  cualidades  opuestas  á  las  cualidades  de  los  poetas  españoles.  Son 


áaO  REVISTA  NACIONAL. 


por  regla  general  incorrectos  en  su  forma,  descuidados  en  su  lenguaje 
pero  en  cambio  tienen  un  hervor  de  inspiración,  una  grandeza  de  ideas 
un  acento  de  libertad,  unas  tan  sublimes  aspiraciones  á  lo  porvepir 
que  acusan  bien  á  primera  vista  cómo  han  sido  educados  en  la  Repú 
blica,  y  cómo  son  hijos  de  su  siglo.  Unir  á  las  ideas  de  los  americanos 
al  arrebato  de  sus  gigantescas  inspiraciones  la  perfecta  forma  de  los  es 
pañoles,  seria  casi  una  revolución  estética.  A  esta  grande  idea  puede  con 
tribuir  el  Sr.  Torres  Caicedo  con  el  profundo  estudio  de  la  literatura 
americana  que  hay  en  sus  obras,  y  los  fragmentos  que  nos  ofrece  con 
tan  elevado  criterio. " 

Sin  temor  de  exagerar,  puede  asegurarse  que  no  ha  habido  una  so- 
la Revista  ni  un  sólo  diario  de  crédito  en  Francia,  Inglaterra,  España, 
Bélgica,  Alemania  y  América  que  no  haya  consagrado  brillantes  artícu- 
los para  analizar  y  encomiar  las  obras  de  Torres  Caicedo.  La  Edinhurg 
ReveWf  la  JReviie  des  Deux  Mondes,  el  Journal  des  Debats,  le  Suele, 
la  Presse,  y  centenares  de  publicaciones  que  no  citamos  por  no  pare- 
cer nimios,  han  saludado  con  júbilo  la  aparición  de  todos  y  cada  uno 
de  los  libros  del  fecundo  escritor  colombiano. 

El  gran  Julio  Janin  hizo  en  el  Journal  des  Debáis  de  19  de  Febrero 
de  1862  largo  y  por  todo  extremo  cumplido  elogio  de  las  obras  poéti- 
cas y  literarias  del  ilustre  revelador  en  Europa  de  los  tesoros  literarios 
de  la  América  Latina. 

Y  como  si  todo  eso  no  bastara,  en  1861  distinguidísimos  miembros 
del  Cuerpo  Diplomático  de  la  América  Latina,  en  Europa,  dirigieron  á 
Torres  Caicedo  la  siguiente  nota  colectiva  que  es  un  homenaje  de  in- 
apreciable valor. 

"  Sr.  D.  José  María  Torres  Caicedo. 

"  Estimado  señor  nuestro : 

"  Toda  patriótica  empresa  efícazmente  realizada,  es  una  noble  acción 
"  que  merece  recompensa  de  parte  de  los  hombres  honrados  y  de  ideas 
''  elevadas;  así  como  las  simpatías  de  todo  un  continente. 

*'  Es  á  vd.  señor,  á  quien  se  debe  haber  levantado  el  glorioso  pendón 
*'  de  los  Estados  Hispano -Americanos;  vd.  en  periódicos  españoles  y 
**  franceses,  ha  defendido  los  derechos  de  esas  Repúblicas,  siempre  que 
"  algunas  naciones  poderosas  han  pretendido  desconocer  la  justicia 
*'  que  á  ellas  asistía.  Vd.,  al  mismo  tiempo,  no  ha  cesado  de  predicar 
*'  sanas  doctrinas  políticas,  esforzándose  por  hacer  triunfar  el  principio 
**  fundamental  de  que  no  pueden  ir  separados  el  Derecho  y  el  Deber, 


TORRES  caí  CEDO.  421 


"  la  Libertad  y  la  Autoridad;  y  esto  sin  otro  interés  que  el  de  servir  á  la 
"  hermosa  causa  americana. 

"  Asi  es  que  por  sus  virtudes,  su  inteligencia  y  sus  escritos,  no  sólo 
'^  en  América  se  ha  captado  vd.  la  estima  de  los  hombres  de  bien,  de 
''  los  buenos  patriotas,  sino  que  también  en  Europa  ha  obtenido  vd. 
"  lauros,  y  la  amistad  con  que  le  honran  sujetos  de  alta  distinción  y 
"  célebres  en  todo  el  Continente. 

''  Siga  vd.  en  su  obra  filantrópica,  en  la  cual  trabaja  vd.  desde  hace 
"  muchos  años,  con  tanto  celo  como  desinterés,  y  obtendrá  las  bendi- 
"  diciones  de  todos  cuantos  rinden  culto  á  lo  Bello,  lo  Bueno  y  lo 
"  Grande. 

'*  Sírvase  vd.  aceptar  los  sentimientos  de  alto  aprecio  con  que  somos 
"  sus  atentos  servidores  y  afectísimos  compatriotas. 

Firmado :  Víctor  Heeirán,  Ministro  plenipotenciario  de  Honduras  y 
del  Salvador. 

P.  GÁLVEz,  Plenipotenciario  del  Perú. 

Carlos  Calvo,  Encargado  de  Negocios  del  Paraguay. 

J.  B.  Alberdi,  Ministro  plenipotenciario  de  la  República  Argen- 
tina. 

J.  DE  Francisco  Martín,  Ministro  plenipotenciario  de  la  Confedera- 
ción Granadina  y  de  Guatemala. 

Andrés  Santacrcz,  antiguo  protector  de  la  Confederación  Perú-Bo- 
liviana, y  antiguo  Ministro  plenipotenciario. 

F.  Corvaía,  Ministro  plenipotenciario  del  Ecuador  en  Francia. 

M.  M.  Mosquera,  Agente  fiscal  de  la  Confederación  Granadina  en 
Londres,  antiguo  Encargado  de  Negocios  de  la  Nueva  Granada. 

A.  Flores,  Ministro  del  Ecuador  en  Londres. 

Pedro  de  las  Casas,  antiguo  Ministro  de  Venezuela,  en  París,  y  Mi- 
nistro de  Relaciones  Exteriores. " 

Torres  Caicedo  fué  un  propagandista  incansable  de  la  idea  de  esta- 
blecer la  Unión  latino-americana.  Para  no  remontarme  á  más  lejanos 
días,  diré  que  en  1879  pronunció  en  París  un  discurso  elocuente  en 
apoyo  de  esa  idea,  del  cual  discurso  voy  á  reproducir  los  pasajes  que 
'  mejor  dan  á  conocer  el  ardentísimo  entusiasmo  con  que  Torres  Caice- 
do preconizaba  las  excelencias  de  aquel  pensamiento  y  los  medios  de 
realizarlo. 

"En  vista  — decía  el  orador —  de  los  progresos  del  panslavismo,  del 
pangermanismo  y  sobre  todo  del  anglosajonismoy  bajo  todo  punto  res- 


432  REVISTA  NACIONAL. 


petables,  creemos  que  por  nosotros  los  latinos  y  latino  americanos  es 
necesario  afirmar  altamente  este  noble  y  grande  sentimiento,  este  de- 
ber sagrado  que  se  llama  patriotümo,  y  de  desplegar  resueltamente 
nuestro  pabellón,  convidando  á  estrecharse  á  su  alrededor  todas  las  ra- 
zas latinas,  donde  el  espíritu  de  iniciativa  y  el  trabajo  fecundo  han 
traído  los  más  grandes  inventos,  y  en  todas  partes  han  hecho  predo- 
minar los  principios  del  derecho,  de  la  igualdad,  de  la  independen- 
cia y  de  la  confraternidad. 

Todos  nosotros  conocemos  la  historia  de  la  América  anglo-sajona; 
iodos  nosotros  admiramos  su  gran  producción  industrial,  agrícola  y 
mineral;  nosotros  amamos  á  sus  ciudadanos  libres  y  trabajadores;  nos- 
otros envidiamos  casi  su  presente  y  no  dudamos  de  su  porvenir.  Si  al 
contrario,  nosotros  volvemos  la  mirada  hacia  la  América  latina,  donde 
la  inteligencia  es  tan  clara,  la  imaginación  tan  viva,  las  cualidades  na- 
turales tan  brillantes,  nosotros  vemos  muy  á  menudo  al  lado  de  gran- 
des riquezas  naturales  faltar  los  medios  de  explotación,  y  las  más  se- 
rias empresas  paralizadas  por  falta  de  una  firme  dirección  ó  de  una 
unidad  de  vida  y  de  acción  de  parte  de  los  gobernantes. 

La  América  del  Norte  es  fuerte,  porque  está  Unida;  la  América  la- 
tina es  débil  porque  está  dividida, 

¿Qué  se  hará  para  remediar  este  estado  de  cosas? 

Realizar  resueltamente  el  dorado  sueño  de  Bolívar:  La  unión  Lati- 
no-Am,ericana,  La  unión  política?  No:  la  cuestión  política  pertenece 
al  porvenir;  vendrá  á  su  tiempo. 

Lo  que  importa  ahora,  por  la  falta  de  población,  los  inmensos  terre- 
nos aún  incultos,  las  grandes  distancias  á  recorrer,  y  los  caminos  de 
comunicación  defectuosos,  es  hacer  desaparecer  la  inferioridad  que  el 
aislamiento  produce  á  cada  uno  de  los  Estados  latino-americanos  en 
materia  de  diplomacia,  de  tratados  de  comercio  y  de  relaciones  inter- 
nacionales, por  la  creación  de  una  confederación,  liga  ó  unión  que  reú- 
na en  un  solo  y  robusto  haz  todas  las  fuerzas  esparcidas  de  la  Amé- 
rica central  y  meridional  para  formar  una  gran  nación,  mientras  que 
cada  Estado  conservada  su  autonomía  particular,  adhiriéndose  á  cier- 
tos grandes  principios  genérale^  discutidos  en  común,  y  que  se  podrían 
formular  de  este  modo: 


TORRES  CAICEDO.  42» 


PRINCIPIOS  GENERALES. 

V  Admisión  del  principio  de  la  nacionalidad  común  respecto  dé- 
los hijos  de  todos  los  Estados  latino-americanos,  que  se  considerarán 
como  ciudadanos  de  una  misma  patria,  y  deberán,  cualquiera  que  sea 
el  lugar  de  su  nacimiento,  gozar  de  los  mismos  derechos  civiles  y  po- 
líticos en  toda  la  confederación. 

2?  Adopción  de  un  principio  fijo  en  materia  de  limites  territoriales^ 
cuyo  punto  de  partida  será  el  uti  poaddetU  de  ISIO;  base  adicional;: 
admisión  de  límites  naturales,  no  excluyendo  siempre  las  compensa- 
ciones territoriales  cuando  fuere  necesario  fíjar  de  una  manera  defini- 
tiva y  justa  las  fronteras  del  territorio  disputado  y  que  convendría  con- 
ceder á  un  Estado  más  que  á  otro. 

3"^  Creación  de  un  Zollverein  americano  más  liberal  que  el  Zollve- 
rein  alemán. 

4?  Adopción  de  los  mismos  códigos,  pesos,  medidas  y  monedas. 

5"  Establecimiento  de  un  Tribunal  Supremo,  al  cual  se  deducirán 
las  cuestiones  que  pudieren  surgir  entre  dos  ó  más  Repúblicas  confe- 
deradas, y  que  en  caso  de  necesidad,  haría  ejecutar  sus  sentencias  con 
la  fuerza. 

6*^  Adopción  de  un  sistema  liberal  de  convenciones  postales,  esta- 
bleciendo la  libertad  y  franquicia  absoluta  para  los  diarios,  revistas, 
boletines,  libros,  etc. 

V'  Admisión  en  todo  el  territorio  de  la  Confederación  con  carácter 
obligatorio  en  la  parte  sustantiva,  de  la  validez  de  todo  acto  público  y 
privado  de  una  ú  otra  de  las  Repúblicas  Confederadas. 

8?  Establecimiento  de  un  sistema  federal  en  materia  de  comercio, 
sin  exceptuar  el  comercio  de  cabotaje. 

9?  Adopción  de  un  sistema  uniforme  de  enseñanza,  declarando  obli- 
gatoria y  gratuita  la  instrucción  primaria. 

10^  Consagración  del  gran  principio  de  la  libertad  de  conciencia  y 
de  la  tolerancia  de  los  cultos. 

11"  Adopción  de  los  principios  modernos  en  materia  de  extradición» 
admitida  por  delitos  de  derecho  común,  jamás  por  delitos  políticos. 

12?  Abolición  de  los  pasaportes,  de  todo  sistema  de  bloqueo  y  de 
los  privilegios  de  marca,  excepto  en  la  guerra  que  podría  haber  entre 
ima  ó  más  Repúblicas  confederadas,  y  una  ó  más  potencias  extran- 
jeras. 


424  REVISTA  NACIONAL. 


13"  Fijación  de  un  contingente  de  tropa  para  la  defensa  común. 

14?  Fijación  del  modo  y  de  los  términos  en  los  cuales  se  deberá, 
llegado  el  caso,  declarar  el  eatus  fctderis, 

15?  Adopción  de  principios  en  materia  de  tratados  de  comercio  y  de 
convenciones  consulares;  adopción  de  los  mismos  principios  en  lo  to- 
cante á  los  hijos  nacidos  de  extranjeros  en  el  pais. 

16?  Admisión  de  este  principio:  que  no  solamente  el  pabellón  de- 
fiende la  propiedad;  más  aún,  que  las  mercaderías  enemigas  son  libres 
bsgo  el  mismo  pabellón  enemigo,  limitando  siempre  la  naturaleza  de 
los  artículos  que  deben  considerarse  como  contrabando  de  guerra. 

17?  Obligación  para  todos  los  Estados  latino-americanos  de  no  ce- 
der jamás  parte  alguna  del  territorio  confederado,  á  poder  extranjero, 
ni  de  aceptar  el  protectorado  de  ningún  gobierno  extranjero. 

18?  Creación  de  una  Dieta  latino-americana,  que  cada  afio  se  reu- 
nirá en  un  punto  designado  del  territorio  confederado,  á  fin  de  estu- 
diar las  grandes  cuestiones  de  interés  general,  de  quien  las  decisiones 
tendrán  fuerza  de  ley. 

19?  Proclamación  de  este  principio  salvador  de  todo  Estado  débil, 
que  un  gobierno  legítimo  no  es  responsable  respecto  de  los  extranjeros 
de  todas  las  pérdidas  causadas  por  facciones  ó  guerras  civiles,  que  es 
la  misma  medida  que  aplica  á  sus  nacionales. 

20?  Propaganda  activa  contra  la  explotación  del  hombre  por  el  hom- 
bre; y  poco  importa  que  el  esclavo  sea  negro,  amarillo  ó  blanco. 

21?  Fundación  de  un  diario  redactado  en  idioma  francés,  cuya  mi- 
sión será  defender  los  intereses  latino-americanos^  y  de  hacer  conocer 
las  leyes,  las  riquezas,  los  progresos,  las  instituciones,  de  hacer  ver  la 
geografía  y  la  topografía  misma  de  cada  Estado,  que  constituye  la  gran 
patria  latino-americana,'^ 

Cuando  en  los  últimos  aftos  hemos  oído  proclamar  las  mismas  ideas 
por  Torres  Caicedo  divulgadas  ha  tanto  tiempo,  nos  ha  entristecido  el 
ver  que  no  se  le  cite  como  uno  de  los  primeros  y  más  fervientes  pro- 
pagandistas de  esa  unión  que,  por  utópica  que  parezca  á  los  pesimis- 
tas, es  el  único  medio  de  contrarrestar  las  tendencias  absorbentes  de  la 
República  Norteamericana.  Esta,  en  el  actual  momento,  so  capa  de 
querer  con  noble  desinterés  presidir  los  destinos  del  Nuevo  Continen- 
te, pone  los  medios  de  sujetar  con  férreo  yugo  á  las  naciones  latino- 
americanas convirtiéndolas  en  tributarias  de  su  comercio  y  de  su  in- 
dustria. Y  cuando  á  través  de  la  grosera  urdimbre  con  que  pretende 


TORRES  CAICEDO.  425 


la  poderosa  nación  vecina  de  la  nuestra  ocultar  sus  miras,  descubri- 
mos éstas  en  toda  su  desnudez,  nosotros  qu^  jamás  nos  ofuscaremos 
ante  la  grandeza  y  poderío  de  la  patria  de  Washington,  nos  sentimos 
más  que  nunca  dispuestos  á  enaltecer  y  á  honrar  la  memoria  de  To- 
rres de  Caicedo,  y  á  recordar  á  los  delegados  de  la  Ck)nferencia  convo- 
cada por  Mr.  Blain,  que  los  pueblos  por  ellos  representados,  jamás  y 
por  ningún  motivo  prestarán  su  asentimiento  á  decisiones  que  no  de- 
jen incólumes  su  soberanía  y  su  dignidad,  ya  se  trate  de  la  solución 
de  arduos  problemas  económicos,  ya  de  la  manera  de  regir  sus  des- 
tinos. 

¡Ah!  si  Torres  Caicedo  hubiese  vivido  y  foimado  parte  de  la  caca- 
reada Conferencia,  habría  sido  el  adalid  más  famoso  de  nuestra  raza 
y  de  nuestros  intereses!  Por  dicha,  no  abrigamos  el  temor  de  que  per- 
sonajes tan  patriotas  y  tan  ilustrados  como  deben  ser  sin  duda  los  que 
las  Repúblicas  hispano-americanas  han  enviado  á  Washington,  caigan 
en  las  redes  que  se  les  tienden  para  que,  extenuados  con  las  fatigas  de 
interminables  viajes  y  de  opíparos  banquetes,  obedezcan  á  las  suges- 
tiones del  coloso  del  Norte. 

Pero  es  preciso  terminar. 

Los  funerales  de  Torres  Caicedo,  celebrados  en  la  iglesia  de  Ateuil 
el  día  1  ?  del  corriente  mes  de  Octubre,  fueron  dignos  del  escritor 
colombiano,  concurriendo  todas  las  notabilidades  de  la  colonia  ameri- 
cana y  un  gran  número  de  personajes  políticos.  Entre  éstos  figuraron 
el  general  Brugere,  el  conde  Hoyos,  Embajador  de  Austria,  el  vicepre- 
sidente del  Senado  y  Director  del  Banco  de  Francia,  Mr.  Magnin ;  el 
Ministro  de  Negocios  Extranjeros  Mr.  Spuller;  Mr.  Meurand  antiguo 
Ministro  de  Negocios  Extranjeros;  el  Cónsul  general  de  Siam,  Grehaur; 
el  general  Rousseau,  Secretario  general  de  la  Orden  de  la  Legión  de 
Honor;  Algarete,  Passy  y  otros  muchos.  Como  Gran  Oficial  que  era 
de  la  Legión  de  Honor  le  fueron  tributados  los  honores  militares  de- 
bidos al  ser  conducido  su  cadáver  al  Cementerio  del  Pére  Lachaise. 


Francisco  Sosa. 


426  REVISTA  NACIONAL. 


HÁMLET  PADRE. 


Fragmentos  de  las  escenas  1?,  2?,  4?  y  5!  del  acto  I  del  "  Hamlet"  de  Shakespeare. 

YIRSIOX  DDICiDi  IL  SltOR  DR.  D.  Mí&CELUO  MIHIKDBZ  PHíTO. 


I 

Esplanada  ante  el  castillo  y  palacio  de  Ekinor. 
HORACIO.— MARCELO— BERNARDO. 

BERNARDO. 

Dime:  ¿Horacio  está  ahí? 

HORAaO. 

Hay  algo  suyo. 

BERNARDO. 

Bien  venidos  seáis,  Marcelo,  Horacio. 

MARCELO. 

¿Volvió  esta  noche  á  aparecerse  aquello? 

BERNARDO. 

Yo  nada  he  visto  aún. 

MARCELO. 

Horacio  afirma 
Que  fué  simple  ilusión:  crédito  niega 
A  lo  que  veces  dos  vimos  despacio. 
Trájele,  pues,  á  que  esta  noche  vele 
Por  si  el  Espectro  á  confirmarle  llega 
Lo  que  dijimos.  Hablarále  entonces. 

HORACIO. 

No  ha  de  volver. 


HAMLET,  PADRE. 


BERNARDO. 

Sentémonos  ahora, 
A  comentar  el  caso  que  seguidas  . 
Dos  noches  hemos  visto. 

HORAaO. 

Hable  Bernardo. 

BERNARDO. 

Anoche  nada  menos,  cuando  al  punto 
Donde  brillando  está,  con  paso  tardo 
Llegó  esa  misma  estrella  hacia  el  Oeste 
Del  polo,  ante  Marcelo  y  yo,  distinta 
Dando  la  campanada  de  la  una 

{Aparece  el  Espectro,'] 

MARCELO. 

Cállate  y  mira  ya  por  dónde  surge. 

BERNARDO. 

En  la  forma  de  anoche,  parecido 
Al  difunto  monarca. 

MARCELO. 

Habíale,  Horacio, 
Ya  que  hacerlo  sabrás. 

BERNARDO. 

Tú  le  interroga. 

HORAaO. 

¿Quién  eres  tú  que  usurpas  este  espacio 
De  la  noche,  y  al  par,  noble  y  altivo 
El  porte  y  ademán  con  que  marchaba 
El  rey  de  Dinamarca  estando  vivo? 
¡Habla!  En  nombre  del  cielo  te  conjuro. 

MARCELO. 

Se  ha  enojado. 


^  REVISTA  NACIONAL. 


BERNARDO. 

Se  aleja. 

HORACIO. 

¡Habla!  ¡Detente! 
{^Desaparece  el  E^ectro,'\ 

MARCELO. 

Se  fué  sin  responder.  ¿Qué  tal,  Horacio? 
¿Tiemblas? Hay  algo  más  que  ilusión  nuestra. 

HORACIO. 

Ante  Dios  lo  diré:  viéndole  sólo 
Creerlo  pude. 

MARCELO. 

¿Al  rey  no  se  parece? 

HORACIO. 

Como  á  ti  mismo  tú.  Lleva  la  propia 
Armadura  que  al  ir  contra  el  Noruego: 
£1  cefio  aquel  con  que,  encendido  en  ira 
En  parlamento  borrascoso,  vile 
Herir  al  rey  Polaco  y  derribarle 
En  el  hielo  sin  vida.  ¡Extraño  es  esto! 

MARCELO. 

Antes  asi  dos  veces  y  á  esta  hora 
Pasó  junto  á  nosotros  marcialmente. 

HORACIO. 

Su  objeto  ignoro;  mas  barrunto  á  ciegas 
Que  al  Estado  catástrofes  presagia. 

MARCELO. 

Sentémonos  en  tanto,  y  que  nos  diga 
Quien  lo  sepa  por  qué  noche  con  noche 
Esta  vela  que  á  todos  nos  obliga. 


HAMLET,  PADRE.  4¡29 


La  fundición  de  máquinas  de  ataque 
Y  de  extranjeras  armas  el  acopio? 


[^Reaparece  el  Etpeetro.'] 

HORAaO. 

¡Silencio^  calla!  Ved  por  dónde  vuelve. 
Al  paso  he  de  salirle,  asi  pudiera 
Aniquilarme.  ¡Tente!  Si  te  es  dada 
La  voz,  habíame  y  di  si  obra  factible 
Hay  para  alivio  tuyo  y  perdón  mío; 
O  si  amenaza  á  los  destinos  patrios 
Adverso  caso  que,  previsto,  falle; 
O  ya  si  en  vida  ilícitas  riquezas 
Enterraste  que  os  hacen  á  vosotras, 
Almas,  volver.  ¡Deténmele,  Marcelo! 

MARCELO. 

¿Le  agrediré  con  esta  partesana? 

HORAaO. 

Si  en  irse  insiste,  si 

BERNARDO. 

Por  aqui  huye. 

HORAaO. 

Por  aquí,  por  aquí. 

[Deéoprnece  el  Éspeetró.'] 

MARCELO. 

Se  desvanece: 
Desvanecióse  ya.  Noble  y  altiva 
Su  condición,  le  ofenden  los  amagos, 
Irrisorios  cuando  él  invulnerable 
Como  el  aire  ha  de  ser. 

BERNARDO. 

A  hablamos  iba 
Cuando  el  gallo  cantó. 


«o  RSVÍ&TA  NACIONAL. 


HORACIO. 

SolH-ecogióse 
Al  oirle,  cual  reo  que  es  llamado. 

II 

Sala  en  el  palacio  real, 

HAMLET.— HORACIO— MAKCELO.-BERN  ARDO. 

HAMLET. 

¿Qué  te  trajo  á  Elsinor? 

HORACIO. 

De  vuestro  padre 
Vine  á  los  funerales. 

HAMLET. 


¿Te  chanceas, 
Condiscípulo  mío?  ¿No  á  las  bodas 
De  mi  madre? 

HORACIO. 

En  verdad,  á  poco  fueron. 

HAMLET. 

Economía  pura.  Las  viandas 

Del  funeral  banquete,  apenas  frías, 

Las  mesas  de  la  boda  proveyeron. 

¡Que  en  el  cielo  no  hubiera  yo  encontrado 

Al  mayor  enemigo  nuestro,  antes 

Que  ver  tal  día,  Horacio!  ¡Padre  mío! 

Contemplándole  estoy. 

HORACIO. 

Señor,  y  en  dónde? 

HAMLET. 

En  la  imaginación. 


HAMLET,  PADRE.  4SÍ 


HORAQO. 

Una  vez  sola, 
Bien  me  acuerdo,  le  vi.  ¡Rey  excelentel 


HAMLET. 


Hombre  fué  tan  cabal,  que  parecido 
No  le  hallaré  jamás. 


Señor;  tal  creo. 


HORACIO. 

Le  he  visto  anoche, 

HAMLET. 

¿A  quién? 

HORACIO. 

A  vuestro  padre. 

HAMLET. 


¿Al  rey  mi  padre? 


HORACIO. 

Suspended  un  punto 
Vuestro  asombro  y  oíd,  oíd  el  caso 
Maravilloso  de  que  son  testigos 
Estos  Señores. 


HAMLET. 


— iOigalo;  mas  luego! 

HORACIO. 

Viéronle,  sí,  dos  noches  de  seguida, 

A  media  noche  y  en  su  guardia.  Recta 

Figura  á  vuestro  padre  parecida, 

Igual  más  bien,  de  punta  en  blanco  armada. 

Se  les  hizo  patente,  y  muy  despacio 

Y  con  aire  marcial  pasó  tres  veces 

Tan  cerca  de  ellos — á  distancia  apenas 

De  su  bastón — que  de  terror  transidos 


REVISTA  NACIONAL. 


No  pudieron  hablarle.  Me  lo  avisan 
Muy  de  secreto.  A  la  siguiente  noche 
Voy  la  guardia  á  montar  en  unión  suya, 
Y,  confírmando  su  relato,  viene 
La  aparición.  He  visto  á  vuestro  padre: 
Le  conocí:  mis  manos  una  á  otra 
No  se  parecen  más. 

UAMLET. 

¿Dónde  ha  sido  esto? 

HORAaO. 

En  la  esplanada:  allí  donde  se  vela. 


HAMLET. 


¿Y  le  hablaste? 


HORACIO. 


Le  hablé.  No  me  responde: 
Alza  el  rostro  una  vez  y  parecía 
Como  si  fuese  á  hablar;  y  el  gallo  canta 
A  esta  sazón  como  anunciando  el  día, 

Y  la  visión  oyéndole  se  espanta, 

Y  se  retira  al  punto  y  desvanece. 

'  HAMLET. 

Extraño  y  misterioso  me  parece 

HORACIO. 

Pero  tan  cierto  fué  como  que  existo; 

Y  que  debéis  saberlo  hemos  juzgado. 

HAMLET. 

Ello,  en  verdad,  me  inquieta.  ¿Y  esta  noche 
Dais  la  guardia? 

HARCELO. — BERNARDO. 

Los  dos. 

HAMLET. 

¿Decís  que  armado? 


■i. 


HAMLET,  PADRE. 


MARCELO. — BERNARDO. 

Armado,  si. 

HAMLET. 

¿De  punta  en  blanco? 

MARCELO.  —  BERNARDO. 

Justo: 
De  la  planta  al  cabello. 

HAMLET. 

¿Y  tú  le  viste, 


Horacio,  el  rostro? 


UORAaO. 

Sí,  Sefior:  alzada 


Llevaba  la  visera. 


HAMLET. 

¿Su  mirada 
Te  pareció  ceñuda? 

HORACIO. 

Su  semblante 
Más  que  irritado  parecióme  triste. 

HAMLET. 

¿Pálido,  ó  encendido? 


HORAaO. 

En  grado  sumo 


Pálido. 


HAMLET. 

¿Y  ha  fíjado  en  ti  la  vista? 

HORAaO. 

Con  asaz  insistencia. 

B.H.^T.II-« 


484  REVISTA  NACIONAL. 


HAMLET. 

¡Hubiera  estado 


Presente  yo! 


HORACIO. 

Que  os  aterráis  presumo. 

HAMLET. 

Es  muy  probable.  Y  dime:  ¿prolongóse 
Su  estancia  alli? 

HORACIO. 

Duró  lo  que  tardemos 
En  contar  hasta  cien  sin  mucha  prisa. 

MARCELO. — BERNARDO. 

Más. 

HORACIO. 

No  cuando  le  vi. 

HAMLET. 

¿Cana  la  barba? 

HORACIO. 

Cual  la  tuvo,  de  un  negro  ya  argentado. 

HAMLET. 

He  de  montar  la  guardia  con  vosotros, 
Por  si  vuelve,  esta  ncche, 

HORAaO. 

Ello  es  seguro. 

HAMLET. 

YJsi  en  la  forma  de  mi  padre  viene, 
Yo  le  hablaría  aunque  el  infíerno  mismo 
Me  mandara  callar.  Si  habéis  guardado 
Oculto  el  caso,  habedle  todavía; 
Y  viereis  lo  que  viereis  esta  noche, 


HAMLET,  PADRE.  485 


Meditadlo  y  no  habléis.  Viva  ha  de  seros 
Mi  gratitud.  ¡Adiós!  En  la  esplanada 
Entre  once  y  doce  nos  veremos. 

{Seden,  menos  Hamlet.) 

Algo 

Pasa  grave.  Sospecho  drama  inicuo. 
¡Oh  si  llegado  ya  la  noche  hubiera! 
Hasta  entonces,  aquiétate,  alma  mfa. 
Surgir  deben  los  crímenes,  aun  cuando 
La  tierra  toda  los  encubra  al  dfa. 

III 

Esplanada  del  castillo. 

HAMLET.— HORACIO.— MARCELO. 


• 

HAMLET. 

— El  aire  es  frío 

y  penetrante. 

HORACIO. 

Cierto. 

HAMLET. 

¿Qué  hora  es? 

HORACIO. 

No  dan  las  doce  todavía. 

MARCELO. 

Han  dado  ya. 

HORAaO. 

No  las  oí.  Se  acerca. 
Pues,  el  momento  en  que  el  Espectro  viene. 

(Suenan  trompetas  y  disparos.) 
Señor  ¿qué  significa  ese  ruido? 


186  REVISTA  NACJOHAL. 


HAMLET. 

Vela  el  rey  esta  noche,  y  á  la  orgia 
Se  abandona,  y  á  cada  sorbo  suyo 
De  acre  vino  del  Rhin,  parches  y  trompas 
Hacen  coro  á  sus  brindis. 

{Aparece  el  Efedro.) 

HORACIO. 

Ved,  ya  vino. 

HAMLET. 

¡Angeles  y  ministros  de  la  gracia. 
Amparadnos!  Espíritu  ya  seas 
Puro  ó  maligno,  y  celestial  ambiente 
O  vapor  infernal  te  asista  en  torno, 

Y  malvado  ó  piadoso  intento  abrigues, 
En  forma  para  mí  tan  cara  surges 

Hora,  que  hablarte  quiero.  He  de  llamarte 
Rey  Hámlet,  Padre,  Rey  de  Dinamarca. 
Respóndeme,  Señor,  y  no  en  la  duda 
Me  dejes  consumir.  ¿Por  qué  tus  huesos 
En  su  ataúd  rompieron  el  sudario ; 

Y  sus  marmóreas  fauces  el  sepulcro 
Donde  quedaste  en  paz  abre  y  te  vuelve 
Al  mundo  así?  ¿Cómo  es  que  tú,  cadáver. 
De  nuevo  revestida  la  armadura, 

Al  tibio  rayo  de  la  luna  vengas, 
A  la  noche  acreciendo  sus  horrores. 
Nuestra  propia  razón  atormentando 
Con  tal  prodigio  queá  entender  no  alcanza? 
¿Qué  significa?  Di.  ¿Qué  hacer  debemos? 

{El  Espectro  mueve  la  cabeza!) 

HORACIO. 

Que  le  sigáis  indica,  cual  si  á  solas 
Quisiera  hablaros. 


HAMIiET,  PADBB.  Mt 


MARCELO. 

A  lugar  distante 
Quiere  atraeros,  sí ;  mas  no  vayáis. 

HORAaO. 

No;  por  nada  en  el  mundo  I 

HAMLET. 

Hablarno  quiere; 
He  de  seguirle  pues. 

HORAao. 

No  tal  hagáis. 

HAMLET. 

¿Qué  habría  que  temer?  En  nada  tengo 
La  vida,  y  á  mi  espíritu  ¿qué  dafío, 
Siendo  inmortal  como  él,  amenazara? 
Me  llama  aún,  y  he  de  seguirle. 

HORAao. 

Pese 
Vuestra  razón  el  caso.  Si  os  atrae 
Hacia  el  abismo  ó  la  espantable  roca 
Sobre  su  pie  crecida  mar  adentro, 
Y  otra  forma  reviste  allí  que  os  hunda 
En  súbita  demencia?  Por  sí  solo 
El  lugar  enloquece  al  que  en  su  cumbre' 
Ye  de  tan  alto  el  mar,  debajo  le  oye. 

HAMLET. 

Me  llama;  insiste.  ¡Marcha!  ya  te  sigo. 

MARCELO. 

No  iréisi  Señor. 

HAMLET. 

Soltadme. 


48B  REVISTA  NACIONAL. 


HORACIO. 

Domínaos. 

HAMLET. 

Mi  destino  me  grita  y  da  á  mis  nervios 
Del  león  de  Nemea  el  vigoroso 
Temple.  Soltadme,  ó,  por  el  cielo,  en  humo 
A  quien  me  asió  transforme.  ¡Andal  ¡Te  sigo! 

(Salen  el  Electro  y  HanUet,) 

HORAaO. 

A  delirio  fatal  su  ardor  le  arrastra. 

MARCELO. 

Obedecerle  ahora  no  conviene: 
Sigámosle. 

HORAaO. 

Tras  él  vamos.  Cuál  sea 
El  resultado,  ignoro. 

MARCELO. 

Algo  hay  dañado 
Efi  Dinamarca. 

HORACIO. 

Remediarlo  el  cielo 
Dígnese! 

MARCELO. 

Mas,  de  pronto,  en  marcha  ¡Ea! 

(Salen) 

IV 

Otra  parte  de  la  esplanada. 
HAMLBT.— EL  ESPECTRO. 

HAMLET. 

¿A  dó  quieres  llevarme?  Habla.  De  aqueste 


Sitio  no  paso. 


HAMLET,  PADRE.  48D 


EL  ESPECTRO. 

Mírame. 

HAMLET. 

Te  veo. 

EL  ESPECTRO. 

Se  acerca  la  hora  que  á  volver  me  obliga 
A  mis  llamas  ardientes. 

HAMLET. 

¡Pobre  alma! 

EL  ESPECFRO. 

No  así  me  compadezcas ;  pero  oído 
A  lo  que  voy  á  revelarte  presta. 

HAMLET. 

Habla.  Estoy  obligado  á  oirte. 

EL  ESPECTRO. 

Estaslo 
A  vengarme  después  que  hayas  sabido.... 


HAMLET. 

¿Qué? 

EL  ESPECTRO. 

Soy  el  alma  de  tu  padre,  y  debo, 
Por  tiempo  fíjo,  aquí  vagar  de  noche 
Y  en  mi  cárcel  de  llamas  por  el  día 
Sin  refrigerio  estar  hasta  que  purgue 
De  mi  vida  mortal  las  culpas.  Fuera 
Lícito  los  secretos  revelarte 
De  tal  prisión,  y  mi  menor  palabra 
Tu  alma  y  sangre  de  joven  helaría ; 
Tus  ojos  de  sus  órbitas  hiciera 
Saltar,  y  tu  cabello^erizaría 
De  hirsuto  jabalí  como  las  púas ; 
Mas  de  la  eternidad  misterios  tales 


ém  REVIHTA  NACIONAL. 


Para  oidos  no  son  que  son  carnales. 
Óyeme.  Si  á  tu  padre  amaste 


HAMLET. 

]0h  cielosl 

EL  ESPECTRO. 

Venga  su  horrible  asesinato,  al  orden 
De  la  natura  opuesto. 

HAMLET. 

¡Asesinato! 

EL  ESPECTRO. 

Criminal  como  todos,  pero  aqueste 
Más  criminal  y  abominable. 

HAMLET. 

Pronto 
Hazme  su  relación,  porque  con  ala 
Más  rauda  que  de  amor  los  pensamientos 
A  la  venganza  vuele. 

EL  ESPECTRO. 

Hallóte  listo; 
Y  si  no  te  indignaras,  insensible 
Fueras  más  que  las  hierbas  que  en  su  orilla 
Bafiay  pudre  el  Leteo.  Escucha  ahora: 
Dijose  á  mis  vasallos  que,  durmiendo 
Yo  en  mi  jardfn,  mordióme  una  serpiente; 
Mas  sabe  tú  y  entienda  Dinamarca 
Que  el  reptil  que  dio  muerte  á  su  monarca 
Hoy  su  corona  real  lleva  en  la  frente. 

HAMLET. 

¡Bien  me  lo  dijo  el  corazón!  ¡Mi  tio! 

EL  ESPECTRO. 

Ese  adúltero  vil,  incestuoso. 

De  sus  palabras  dulces  con  la  magia 


HAMLET,  PADRE.  411 


Y  el  cebo  de  sus  dádivas — ¡Malditas 
Dádivas  y  dulzura  que  así  logran 
Seducirl^rectitud,  decoro  blando 
Hizo  á  mi  esposa  quebrantar,  rendirse 
A  vergonzosa  liviandad,  cuando  ella 
Dechado  de  virtud  era  creída 

Por  mí  y  el  mundo.  ¡Oh  Hámlet!  ¡Qué  calda 

La  suya!  Desde  mí  que  en  noble  y  digno 

Amor  pagué  los  juramentos  dulces 

Ante  el  ara  prestados,  abajarse 

A  un  miserable  tan  mezquino  en  dotes! 

Pero,  así  como  incólume  resiste 

Al  vicio  la  virtud  aunque  en  la  forma 

De  un  ángel  la  corteje,  la  impureza. 

Aun  enlazada  al  ángel,  dejaría. 

Por  hundirse  en  el  fango,  el  casto  lecho. 

Mas  siento  el  aire  matinal.  Escucha. 

Durmiendo  en  mi  jardín,  costumbre  mía 

Tarde  con  tarde,  en  el  seguro  entrando 

De  mi  descuido  y  soledad  tu  tío 

Con  recelosa  planta,  sutil  jugo 

De  beleño  letal  de  una  redoma 

En  mi  oído  vertió:  jugo  que  cunde 

Con  rapidez  de  azogue  en  nuestras  venas 

Y  que  la  sangre  liquida  coagula 

Cual  ácido  la  leche.  En  breve  instante. 
Como  corteza  el  árbol,  lepra  horrible 
Cubre  mi  cutis  limpio.  Asi,  durmiendo, 
La  diestra  de  un  hermano  me  arrebata 
Vida,  cetro  y  esposa  á  un  tiempo  mismo. 
Sorprendióme  la  muerte  en  ñorescencia 
Plena  de  mi  pecado,  careciendo 
De  eucarístico  pan,  del  óleo  sacro ; 
Sin  ajustar  su  cuenta,  acusadoras 
Llevando  sobre  mí  todas  mis  culpas. 
¡Caso  horrendo !  Si  en  tí  del  hombre  vive 
La  dignidad,  no,  Hámlet,  lo  toleres; 
No  el  tálamo  real  de  Dinamarca 


.  • 


442  REVISTA  NACIONAL. 


Dé  á  la  lujuria  y  al  incesto  nido! 
Mas,  al  obrar,  no  tu  designio  manches, 
Ni  oses  contra  tu  madre:  deja  al  cielo 

Y  á  sus  espinas  su  castigo.  El  alba 

La  luciérnaga  anuncia :  antes  que  pierda 
Su  ya  pálido  brillo,  para  siempre 
Adiós,  Hámlet,  adiós!  De  mi  te  acuerda! 

HAMLET. 

¡  Oh  vosotras,  milicias  celestiales! 

¡Tierra!  ¿Al  infierno  he  de  invocar?  ¡Oprobio! 

Cálmate,  corazón.  Súbito,  nervios 

Míos,  no  envejezcáis ;  antes  os  temple 

Redoblado  vigor.  ¿  De  tí  acordarme  ? 

¡Pobre  alma!  Si ;  mientras  aliente  vida. 

¡  De  tí  acordarme !  Aun  más :  de  la  memoria 

Todo  recuerdo  fútil,  arte,  ciencia, 

Placeres  vanos,  cuanto  en  ella  imprimen 

O  juventud  ú  observación  y  estudio 

He  de  borrar,  dejando  en  ella  vivo 

Sin  mezcla  alguna  tu  precepto  sólo. 

Sí,  por  Dios !  ¡  Oh  mujer  la  más  funesta ! 

¡  Oh  malvado !  ¡  Oh  hipócrita  malvado ! 

¡Hombre  execrable!  ¡El  de  la  risa  blanda! 

Y  ahora,  á  mi  consigna :  á  lo  que  manda : 

"  Hámlet,  de  mi  te  acuerda. ''  Lo  he  jurado. 

J.  M.  Roa  Barcena. 

México.— 4889. 


ABEJA.  448 


ABEJA. 


IConeluye.'] 

CAPITULO  XXL 

DONDE  SE  CUENTA  UNA  PELIGROSA  AVENTURA. 

En  la  noche,  cuando  todo  dormía  en  el  castíllo,  se  deslizaron  Jorge 
y  Francceur  en  la  sala  baja  para  buscar  las  armas.  Ahí,  bajo  fundas,  se 
hallaban  lanzas,  espadas,  dagas,  espadines,  cuchilloB  de  caza  y  brillan- 
tes puñales :  todo  lo  que  sirve  para  matar  al  hombre  y  al  lobo.  Deba- 
jo de  cada  viga,  una  armadura  completa  estaba  en  pié,  en  una  actitud 
tan  fírme  y  tan  fiera  que  parecía  llena  aún  del  alma  del  hombre  que 
ayer  la  había  revestido  para  las  grandes  aventuras.  Y  el  guantelete  es- 
trechaba la  lanza  entre  los  diez  dedos  de  fierro,  mientras  que  el  escu- 
do reposaba  sobre  el  muslo,  como  para  enseflar  que  la  prudencia  es 
necesaria  al  valor  y  que  el  precavido  hombre  de  guerra  está  armado 
lo  mismo  para  la  defensa  que  para  el  ataque. 

Jorge  escogió  entre  tanta  armadura  la  que  el  padre  de  'Ahcja  había 
llevado  hasta  las  islas  de  Avalón  y  de  Thule.  La  cifió  con  ayuda  de 
FranccBur  y  no  olvidó  el  escudo  sobre  el  cual  estaba  pintado  el  sol  de 
oro  de  los  Clarides.  Francoeor  revistió,  á  su  vez,  la  buena  y  vieja  cota 
de  acero  de  su  abuelo  y  cubrió  su  cabeza  con  un  bonete  ya  usado,  al 
que  añadió  una  pluma,  plumaje  ó  plumero  viejo  y  apolillado.  Lo  es- 
cogió por  fantasía  y  para  tener  el  aire  rejuvenecido ;  porque  pensaba 
que  la  alegría,  buena  en  todo  encuentro,  es  particularmente  útil  ahí 
donde  hay  graves  peligros  que  correr. 

Estando  así  armados,  se  fueron,  á  la  luz  de  la  luna,  por  el  campo. 
Francoeur  había  amarrado  los  caballos  á  la  orilla  de  un  bosque- 
cilio  próximo  á  la  poterna,  donde  los  encontraron  mordiendo  la  corte- 
za de  los  arbustos ;  estos  caballos  eran  muy  veloces,  y  les  bastó  menos 
de  una  hora  para  llegar,  en  medio  de  Duendes  y  apariciones  confusas, 
á  la  montaña  de  los  Enanos. 

—  He  aquí  la  gruta,  dijo  Francceur. 

Amo  y  escudero  echaron  pié  á  tierra  y  se  introdujeron,  espada  en 


441  REVISTA  NACIONAL. 


mano,  en  la  caverna.  Se  necesitaba  mucho  valor  para  tentar  tan  peli- 
grosa aventura.  Pero  Jorge  estaba  enamorado  y  Francoeur  era  fiel.  Y 
este  es  el  caso  de  decir  con  el  más  delicioso  de  los  poetas: 

i  Qué  no  'puede  la  amistad  condv^nda  par  el  Amor? 

El  amo  y  el  escudero  caminaron  por  las  tinieblas,  muy  cerca  de  una 
hora,  después  notaron  mucha  luz  que  los  deslumhró.  Era  uno  de  aque- 
llos meteoros  con  que  sabemos  que  se  iluminaba  el  reino  de  los  Ena- 
nos. 

A  la  luz  de  esta  claridad  subterránea  conocieron  que  se  hallaban  al 
pié  de  un  antiguo  castillo. 

—  He  aquí,  dijo  Jorge,  el  castillo  del  que  nos  vamos  á  apoderar. 

— Efectivamente,  respondió  Francoeur;  pero  dispensad  que  beba  al- 
gunas gotas  de  este  vino  que  he'  traído  como  una  arma ;  porque,  tanto 
vale  el  vino,  cuanto  vale  el  hombre,  tanto  vale  el  hombre  cuanto  vale 
la  lanza,  tanto  vale  la  lanza  cuanto  menos  vale  el  enemigo. 

Jorge,  no  encontrando  alma  viviente,  tocó  con  Aierza,  y  con  el  pufüo 
de  su  espada,  la  puerta  del  castillo.  Una  voeecüla  temblorosa  le  hizo 
levantar  la  cabeza  y  percibió  en  una  de  las  Tentanas  á  un  viejecito  de 
luenga  barba,  que  preguntó : 

— ¿Quién  sois? 

— Jorge  de  Blanchelande. 

— ¿Y  qué  queréis? 

— ^Recuperar  á  Abeja  de  los  Clarides,  que  retenéis  injustamente  en 
vuestra  topinera  \  villanos  topos  como  sois ! 

Desapareció  el  Enano  y  de  nuevo  Jorge  se;  encontró  solo  con  Fran- 
coeur quien  le  dijo : 

— Monseñor,  no  sé  si  exajero  en  declarar  que  en  vuestra  respuesta 
al  Enano,  no  habéis  agotado  todas  las  seducciones  de  la  elocuencia  per- 
suasiva. 

Francoeur  no  tenia  miedo  á  nada :  pero  era  viejo ;  su  corazón  estaba, 
como  su  cráneo,  gastado  por  la  edad;  y  no  le  gustaba  enfadar  alas  gen- 
tes. Jorge,  al  contrario,  se  agitaba  y  gritaba  con  fuerza : 

— ¡Viles  habitantes  de  la  tierra,  topos,  tejones,  lirones,  hurones  y  ra- 
tas de  agua,  abrid  solamente  la  puerta  y  os  cortaré  las  orejas  á  todos  I 

Pero  apenas  acababa  de  expresarse  en  estos  términos,  cuando  la 
puerta  de  bronce  del  castillo  se  abrió  sobre  sf  misma,  sin  que  se  pu- 
diera ver  quién  movía  las  enormes  hojas. 


ABEJA.  416 

Jorge  tuvo  miedo  y  no  obstante  franqueó  la  puerta  miaieriosa ;  por- 
que su  corazón  era  todavía  más  grande  que  su  temor.  Entró  al  patío, 
y  vio  en  todas  las  ventanas,  en  todas  las  galerías,  sobre  todos  los  te- 
chos, sobre  todos  los  pifiones,  en  la  linterna  y  hasta  en  los  tubos  de  las 
chimeneas.  Enanos  armados  con  arcos  y  ballestas. 

Escuchó  que  la  puerta  de  bronce  se  cerraba  tras  él  y  una  nutrida 
granizada  de  Hechas  comenzó  á  caer  sobre  su  cabeza  y  sus  espaldas. 
Por  segunda  vez  tuvo  mucho  miedo  y  por  segunda  vez  se  sobrepuso  á 
su  temor. 

Con  el  escudo  en  el  brazo,  empuñando  la  espada,  subía  las  escale- 
ras, cuando  de  repente  percibió,  de  pié  en  el  más  alto  escalón,  con  una 
calma  augusta,  llevando  el  cetro  de  oro,  la  corona  real  y  el  manto  de 
púrpura,  á  un  Enano  majestuoso.  Reconoció  en  él  al  hombre  que  lo 
habia  libertado  de  la  prisión  de  vidrio.  Entonces  se  arrojó  á  sus  pies  y 
le  dijo  llorando : 

— ¡Oh  mi  bienhechor!  ¿quién  sois?  ¿Sois  de  aquellos  que  me  han 
robado  á  Abeja,  á  quien  amo? 

— ^Soy  el  rey  Loe,  respondió  el  Enano.  He  guardado  á  Abeja  conmi- 
go para  enseñarle  los  secretos  de  los  Enanos.  Niño,  habéis  caldo  en  mi 
reino  como  el  granizo  en  un  vergel  de  ñores.  Pero  los  Enanos  menos 
débiles  que  los  hombres,  no  se  irritan  como  ellos.  Estoy  muy  por  en- 
cima de  vos,  por  la  inteligencia,  para  sentir  alguna  cólera  de  vuestros 
actos,  cualquiera  que  sean.  De  todas  las  cosas  en  que  soy  superior  á 
vos,  una  guardaré  con  celo:  es  la  de  la  justicia.  Voy  á  llamar  á  Abeja 
y  le  preguntaré  si  quiere  seguiros.  Haré  esto,  no  porque  vos  lo  que- 
réis, sino  porque  debo  hacerlo. 

Reinó  un  gran  silencio,  y  Abeja  se  presentó  en  traje  blanco,  con  sus 
blondos  cabellos  esparcidos.  Al  instante  en  que  la  vio  Jorge,  ella  corrió 
á  arrojarse  en  sus  brazos,  y  estrechó  con  todas  sus  fuerzas  el  férreo  pe- 
cho del  caballero. 

Entonces  el  rey  Loe  le  dijo : 

— ¿Abeja,  es  verdad  que  estáis  viendo  al  hombre  con  quien  queréis 
casaros? 

— Es  verdad,  muy  verdad  que  lo  veo,  pequeño  rey  Loe,  respondió 
Abeja.  Ved  todos,  pequen uelos,  como  río  y  como  soy  feliz. 

Se  puso  á  llorar.  Sus  lágrimas  corHan  por  las  mejillas  de  Jorge,  y 
eran  lágrimas  de  dicha;  mezclaba  á  las  risas  mil  encantadoras  pala- 
bras que  no  tenían  sentido,  parecidas  á  aquellas  que  talbuten  los  ni- 


446  REVISTA  NACXONAU 


fios.  No  pensaba  que  la  contemplación  de  su  dicha  podía  entristecer  el 
corazón  del  rey  Loe. 

— ^Amada  mia,  le  dijo  Jorge,  os  encuentro  tal  como  lo  deseaba:  la 
más  bella  y  la  mejor  de  las  criaturas.  Me  amáis!  Gracias  al  cielo,  me 
amáis!  Pero,  Abeja  ¿no  amáis  también,  un  poco,  al  rey  Loe,  que  me 
sacó  de  la  prisión  de  vidrio  donde  me  tenían  las  Ondinas,  lejos  de 
vos? 

Abeja  se  volvió  hacia  el  rey  Loe : 

— ¡Pequeño  rey  Loe,  tú  has  hecho  esto!  exclamó;  tú  quieres  y  has  li- 
bertado aquel  á  quien  amo  y  me  ama 

No  pudo  decir  más  y  cayó  de  rodillas;  la  cabeza  entre  sus  manos. 

Todos  los  Enanos,  testigos  de  esta  escena,  derramaban  lágrimas  so- 
bre sus  ballestas.  Sólo  el  rey  Loe  permanecía  con  el  rostro  tranquilo. 
Abeja,  descubrió  tanta  grandeza,  tanta  bondad,  que  sintió  por  él,  el 
amor  de  una  hija  para  con  su  padre.  Estrechó  la  mano  de  su  amante  y 
le  dijo: 

— Jorge,  os  amo;  Jorge,  Dios  sabe  cuanto  os  amo.  ¿Pero  cómo  dejar 
al  pequeflo  rey  Loe? 

— ¡Ah!  los  dos  sois  mis  prisioneros,  exclamó  el  rey  Loe  con  voz  te- 
rrible. 

Había  tomado  una  voz  terrible,  en  tono  de  chanza,  y  para  agradar 
más.  Pero,  en  realidad,  no  sentía  cólera.  Francoeur  se  aproximó  á  él 
j  poniendo  en  tierra  una  rodilla: 

— Sir,  le  dijo,  le  agradaría  á  Vuestra  Majestad  me  hiciera  compartir 
el  cautiverio  de  mis  amos  á  quienes  sirvo? 

Abeja,  reconociéndole,  le  dijo: 

— ¡Sois  vos,  mi  buen  Francoeur!  ¡qué  gusto  en  volveros  á  ver!  Te- 
néis un  penacho  bien  feo.   Decidme  ¿habéis  hecho  nuevas  canciones? 

Y  el  rey  Loe  llevó  á  los  tres  á  comer. 


CAPITULO  XXII. 

EN  EL  QUE  TODO  TERMINA  CON  FELICmAD. 

Al  día  siguiente,  Abeja,  Jorge  y  Francoeur,  se  pusieron  los  suntuosos 
vestidos  que  los  Enanos  les  habían  preparado,  y  se  dirigieron  á  la  sa- 
la de  las  fiestas,  donde  el  rey  Loe,  en  traje  de  emperador,  presto  vino 


ABEJA.  447 

á  juntárseles  como  lo  había  prometido.  Venia  seguido  de  sus  oficiales, 
que  traín  armas  y  trajes  de  pieles  de  una  salvaje  magnificencia;  y  en 
sus  cascos,  se  agitaban  plumas  de  alas  de  cisne.  Los  Enanos  acudían 
en  multitud,  entrando  por  las  ventanas  y  las  lumbreras,  y  se  deslizaban 
debajo  de  las  mesas. 

El  rey  Loe,  subió  en  una  mesa  de  piedra,  á  cuya  extremidad  estaban 
colocados  candelabros,  bujías,  cachorros  y  copas  de  finísimo  oro  y  de 
un  trabajo  maravilloso.  Hizo  sefíal  á  Abeja  y  á  Jorge  de  aproximarse, 
y  les  dijo: 

— Abeja,  una  ley  de  la  nación  de  los  Enanos  previene,  que  un  ex- 
tranjero recibido  en  nuestros  dominios  quede  libre  al  cabo  de  siete 
años.  Habéis  pasado  siete  años  entre  nosotros,  y  sería  un  mal  ciuda- 
dano y  un  rey  culpable  si  os  retuviera  más.  Pero  antes  de  dejaros  ir 
quiero,  no  habiendo  podido  ser  vuestro  esposo,  uniros  yo  mismo  con 
aquel  que  habéis  elegido.  Lo  hago  con  gusto,  porque  os  amo  más  que 
á  mí  y  que  á  mi  pena,  y  si  queda  ésta,  será  como  una  ligera  sombra 
que  vuestra  dicha  borrará.  Abeja  de  los  Clarides,  princesa  de  los  Ena- 
nos, dadme  vuestra  mano ;  y  vos  Jorge  de  Blanchelande,  dadme  la 
vuestra. 

Después  de  unir  la  mano  de  Jorge  con  la  de  Abeja,  el  rey  Loe  se  di- 
rigió al  pueblo  y  dijo  en  alta  voz: 

— Enanos,  hijos  míos,  vosotros  sois  testigos  de  que  los  dos  se  han 
prometido,  el  uno  al  otro,  casarse  en  la  tierra.  Que  vuelvan  juntos  y 
que  juntos  hagan  ñorecer  el  valor,  la  modestia  y  la  fidelidad,  como  los 
buenos  jardineros  hacen  abrirse  á  las  rosas,  los  claveles  y  las  peo- 
nías. 

A  estas  palabras,  los  Enanos  gritaron  mucho,  no  sabiendo  si  debían 
llorar  ó  alegrarse,  por  estar  agitados  de  contrarios  sentimientos.  El 
rey  Loe  se  volvió  de  nuevo  hacia  los  novios,  y  entregándoles  las  bu- 
jías, los  cacharros  y  toda  la  bella  orfebrería: 

— He  aquí,  les  dijo,  los  regalos  de  los  Enanos.  Recibidlos,  Abeja, 
como  un  recuerdo  de  vuestros  amigos ;  ellos  os  los  ofrecen  y  no  yo. 
Luego  sabréis  lo  que  quiero  daros. 

Hubo  un  largo  silencio.  El  rey  Loe  contemplaba  con  una  grande  ex- 
presión de  ternura  á  Abeja,  cuya  bella  cabeza  se  inclinaba,  coronada 
de  rosas,  sobre  las  espaldas  del  novio. 

Después  continuó  de  este  modo: 

— Hijos  mios,  no  es  suficiente  amarse  mucho;  es  necesario  quererse 


4m  REVISTA  NAdONAU 


bien.  Un  gran  amor  es  bueno,  sin  dada;  un  amor  hermoso  es  mej<M:. 
Que  el  Tuestro  sea  tan  dulce  como  duradero;  que  nada  le  falte,  y  que  á 
la  indulgencia,  mezcle  una  poca  de  piedad.  Sois  jóvenes,  hermosos  7 
buenos;  pero  sois  humanos,  y  por  esto  mismo,  sujetos  á  sus  miserias. 
Por  consiguiente,  si  no  entra  algo  de  piedad  en  los  sentimientos  que 
sentís  el  uno  por  el  otro,  estos  sentimientos  no  serán  apropiados  á  to- 
das las  circunstancias  de  Tuestra  vida  común;  serán  como  los  vestidos 
de  lujo  que  no  están  garantizados  ni  para  el  viento  ni  para  la  lluvia. 
No  se  aman,  sin  duda,  sino  aquellos  que  se  quieren  en  sus  debilidades 
y  en  sus  miserias.  Economizar,  perdonar,  consolar,  he  aquí  toda  la 
ciencia  del  amor. 

El  rey  Loe  se  detuvo,  presa  de  una  emoción  fuerte  y  dulce.  Después 
repuso: 

— Hijos  míos,  sed  f^Uces;  conservad  vuestra  dicha,  conservadla  bien. 

Mientras  que  hsMaba,  Pie,  Tad,  Dig,  Bob,  Truc,  y  Pau,  cogidos  del 
manto  blanco  de  Abeja,  cubrían  de  besos  los  brazos  desnudos  y  las  manos 
de  la  joven.  Le  suplicaban  no  los  abandonase.  Entonces  el  rey  Loe  sacó 
del  cinto  un  anillo  cuyo  engarce  arrojaba  ondas  de  luz.  Era  el  anillo 
mágico  con  el  que  había  abierto  la  prisión  de  las  Ondinas.  Lo  puso  en 
uno  de  los  dedos  de  Abeja  y  le  dijo: 

— Abeja,  recibid  de  mi  mano  este  anillo  que  os  permitirá  entrar  á 
toda  hora,  á  vos  y  vuestro  marido,  al  reino  de  los  Enanos.  Seréis  reci- 
bidos con  alegría  y  ayudados  en  todo.  Cuando  regreséis,  enseflad  á  los 
hijos  que  tuviereis  á  no  menospreciar  á  los  Enanos,  inocentes  y  labo- 
riosos, que  viven  bajo  la  tierra. 


Anatole  Frange. 


CRÓNICA  SUD  AMERICANA.  440 


CRÓNICA  8UD  AMERICANA. 

BAMOK  2?  HABBIET. 

(Bspeoial  para  la  **  Revista  IN'aoion.al"  de  AdCéxioo.) 


"Sa  existencia  se  parece  á  la  de 
esas  aves  que  vienen  Instantáneamen- 
te de  Ignoradas  reglones  y  después  de 
haber  henchido  el  aire  con  sus  goi^Jeos 
—la  e8tacl6n  de  las  flores  —  se  pierden 
presurosas  en  el  silencio  y  el  misterio." 

Emilio  Castelab. 
I 

— ¿Qué  es  un  poeta? 

— ¿Cómo  definir  á  ese  hombre  cuyo  genio  crea  obras  sublimes, — 
que  haciendo  de  su  pluma  un  pincel  traza  perfiles  y  figuras  maravillo- 
sas, por  el  arte,  el  buen  gusto  y  las  bellezas  que  las  distingue  ? 

La  fisonomía  histórica  y  la  ideal  del  poeta,  se  resisten  á  ser  retrata- 
das con  perfección  por  la  pluma. 

Su  lenguaje  es  superior  á  toda  elocuencia. 

El  ritmo  en  que  encierra  sus  pensamientos,  la  pauta  á  que  somete 
sus  ideas,  es  una  armonía  musical  que  reúne  en  cada  una  de  sus  no- 
tas, en  cada  sonido,  en  cada  tierna  vibración,  todos  los  trinos  de  las  aves, 
los  rumores  de  las  ñores,  los  suspiros  de  la  brisa,  los  murmullos  délas 
aguas  y  las  ondinas,  las  melodías  sublimes  del  Universo ! 

Sus  inspiraciones  condensan  toda  la  luz  de  los  astros,  los  matices 
del  cielo  y  de  las  ñores,  como  también  las  armonías  divinas  de  la  na- 
turaleza. 

El  poeta  es  un  trovador  constante  de  todo  lo  bello  que  existe  en  la 
creación,  y  que  en  la  realidad  más  estéril  encuentra  una  fuente  inago- 
table de  inspiración  y  de  estudio.  Canta  los  dolores  del  pueblo,  con  el 
mismo  sentimiento  con  que  invoca  la  imagen  del  ideal  querido. 

Arranca  mil  delicados  sones  á  su  lira  cuando  canta  los  amores  del 
genio,  como  cuando  su  estro  sublime  le  dicta  tiemísimas  canciones  al 
sentir  en  su  alma  rebosar  el  fuego  ardiente  del  entusiasmo  patrio. 

La  mujer  —  ese  ángel  de  divinas  alas  colocado  en  el  mundo  como 

V.  B.— T.  !I— 29 


im  RBvmrA  nacional. 


una  obra  de  la  grandeza  celeste  para  consuelo  del  hombre  j  dicha  dd 
hogar,— cuya  ternura  infinita  es  un  manantial  de  puros  amores,  es  pa- 
ra el  poeta  un  símbolo  de  glorías  é  inspiraciones  sublimes. 

Y  este  ser  todo  ternura,  de  naturaleza  artística  j  femenina,  de  alma 
ardiente  y  corazón  IcTantado,  en  nuestro  querído  Chile  es  sólo  un  ob- 
jeto de  lujo  que  se  muestra  en  la  historia  de  la  patría, — como  si  fue- 
ra un  diamante  luminoso  engastado  en  la  corona  de  gloria  que  cifie  su 
frente  y  que  ilumina  su  nombre  inmortal ! 

Los  poetas  en  Chile  son  ares  canoras  que  endulzan  los  dolores  de 
la  existencia  con  sus  gorjeos,  y  que  yítcu  oWidados  todos  los  días  de 
su  YÍda,  para  perderse  después  en  el  silencio  y  el  misterio  de  las  som- 
bras de  la  muerte! 

II 

El  joven  poeta  cuyo  recuerdo  trae  nuestra  pluma  á  la  memoria  de 
sus  conciudadanos,  fué  un  cantor  inspirado  de  cuanto  sentimiento  au- 
gusto surgió  en  su  espíritu. 

Avanzó,  como  un  celaje  esplendoroso,  por  el  mundo,  dejando  un  re- 
guero de  luz  en  el  cielo  de  su  patria,  cuyos  destellos  iluminarán  su 
nombre  y  sus  obras  eternamente. 

Ramón  2  ^  Harríet  no  tuvo  la  fortuna  de  merecer  los  honores  de  la 
notoriedad  y  de  la  fama,  porque  no  buscó  jamás  la  ruidosa  celebridad, 
ni  la  esplendente  gloria  de  sus  triunfos  para  su  genio  y  su  memoria, 
en  los  aristocráticos  salones  de  la  orgullosa*capital  de  la  República. 

Los  poetas  que  nacen  en  el  seno  de  las  sociedades  de  provincias,  en 
Chile  no  alcanzan  renombre  y  fortuna,  sino  piden  favores  á  la  metró- 
poli del  país. 

III 

Ramón  2"  Harriet  fué  un  poeta  de  inspiración  excelsa,  que  no  al- 
canzó fama  universal  entre  nosotros,  por  el  egoismo  que  reina  en  nues- 
tra patria. 

El  poeta,  el  literato,  el  periodista,  son  flores  que  viven  y  lucen  sus 
galas  en  los  jardines  de  la  sociedad,  exalando  aromas,  mientras  el  sol 
de  su  inspiración  les  brinda  su  calor  y  en  sus  destellos  les  da  lozanía 
y  vigor. 


CRÓNICA  SUD  AMERICANA.  451 

Ramón  2?  Harriet  fué  un  ruisefiorque  vivió  solitario  en  medio  de 
los  bosques  seculares  del  Sur,  consolándose  de  sus  dolores  y  amai^u- 
ras,  con  las  armonías  de  sus  trinos  y  gorjeos  melodiosos. 

¿No  es  esa  la  existencia  del  poeta? 

El  bardo — cuya  vida  es  una  cadena  prolongada  de  azarosos  sufri- 
mientos,— como  el  joyero  que  engasta  en  el  rubio  y  luminoso  metal 
la  piedra  cristalina  y  trasparente,  coloca  en  armónicas  estrofas  las  lá- 
grimas que  vierte! 

Su  naturaleza  femenina,  eminentemente  artística,  no  puede  resistir 
sin  profundos  dolores  las  vicisitudes  de  la  vida. 


IV 


Ramón  2^  Harriet  nació  en  Concepción  en  el  año  de  1851.  Hijo  de 
una  familia  distinguida  de  la  aristocrática  y  gallarda  hurí  del  Bío-Bío, 
adquirió  una  educación  esmerada  que  le  facilitó  el  conocimiento  de  mu- 
chos ramos  del  saber  humano. 

Desde  muy  niño  manifestó  la  viveza  de  su  carácter  y  la  claridad  de 
su  inteligencia. 

En  el  colegio  era  un  alumno  modelo,  por  su  comportamiento  y  su 
dedicación  al  estudio. 

De  ese  modo  hizo  sin  dificultad  sus  estudios  en  humanidades.  Las 
matemáticas  no  consiguieron  conquistaren  su  cerebro  el  lugar  que  ha- 
bían ocupado  ya,  la  filosofía,  la  literatura,  la  historia,  la  geografía  y  la 
economía  política. 

Su  espíritu  se  nutría  con  el  estudio  del  arte  y  los  conocimientos  que 
proporcionan  la  observación  de  lo  bello  y  lo  bueno,  pero  no  daba  im- 
portancia suma  á  los  signos  algebraicos,  á  las  proporciones  del  cálculo, 
á  las  líneas  del  dibujo,  ni  á  los  fenómenos  de  la  física  y  la  química. 

Su  sentimiento  era  más  vivo  ante  la  esplendente  hermosura  de  un 
lienzo  ó  un  pulido  trozo  de  mármol  tallado,  que  en  presencia  de  una 
figura  geométrica  ó  las  resoluciones  de  un  problema  de  aritmética.  La 
poesía  encerraba  para  su  alma  sedienta  de  infinito,  un  mundo  de  go- 
ces y  preciosidades  sin  fin,  en  sus  armonías  sublimes  ó  deliciosas. 

La  naturaleza  con  sus  tres  reinos — el  mineral,  el  vegetal  y  el  ani- 
mal,— no  tenía  tantos  encantos  para  su  aspiración  jamás  satisfecha  de 


4S2  REVISTA  NACIONAL. 


llegar  á  concebir  en  su  mente  la  fama  divinamente  poética  de  8U  ideal, 
como  encontraba  de  delicias  un  mundo  en  una  flor  y  su  perfume,  en 
una  belleza  encantadora,  en  las  melodías  de  una  música  solemne,  en  el 
bullicio  mismo  del  pueblo  que  lo  adornaba. 

Ramón  2?  Harriet  fué  un  hombre  de  igual  naturaleza  que  la  que 
dio  Dios  á  nuestro  inmortal  filósofo,  —  Francisco  Bilbao. — Como  él 
amaba  al  pueblo  y  sufría  con  sus  dolores. 

Admiraba  el  genio  y  el  arte  y  busc^tba  en  sus  delicadas  manifesta- 
ciones la  fórmula  del  progreso. 

Quería  la  felicidad  del  mundo  y  perseguía  el  bienestar  social  de  los 
individuos.  Había  en  aquella  alma,  tierna  como  una  flor  que  se  abre 
al  primer  beso  de  la  aurora,  arrullos  de  palomas  y  vibraciones  melo- 
diosas de  la  brisa  que  entona  dulces  canciones  entre  los  ayes  de  los  ár- 
boles. 

Su  inteligencia  se  despejaba  al  contacto  del  ardiente  pensamiento, 
como  se  abre  al  viento  la  flor  aromática  cuando  recibe  la  vivificante 
luz  del  sol. 


De  la  generación  de  jóvenes  que  desde  hace  40  afíos  viene  sobresa- 
liendo en  Concepción  por  su  inteligencia  y  amor  á  las  bellas  letras,  Ra- 
món 2  ?  Harriet  ha  sido  uno  de  los  más  conspicuos  y  de  más  esclare- 
cido ingenio. 

Con  notable  brillo  descolló  en  la  prensa  periódica  y  en  la  poesía,  en 
el  arte  dramático  y  en  la  tribuna  popular. 

Poseía  dotes  sobresalientes  de  tribuno.  Su  palabra  vivaz  trasmitía 
al  auditorio  que  le  escuchaba,  el  entusiasmo  de  su  corazón,  el  patrio- 
tismo y  la  energía  de  su  alma. 

En  los  comicios  populares  agitaba  á  las  masas  con  el  impulso  de  su 
poderosa  elocuencia. 

Sus  discursos  llenos  de  fuego,  eran  dignos  del  más  ilustrado  orador, 
pues  no  carecían  de  grandeza,  animación,  brillo,  elocuencia,  acción, 
energía,  posesión  del  asunto  que  trataba,  eco  sonoro  de  la  voz,  gesto 
imponente,  altivez  majestuosa  é  impetuosidad  sin  límites. 

Algo  de  Bilbao  y  de  Rómulo  Mandiola  había  en  aquel  tribuno  ar- 
diente y  vigoroso,  cuya  palabra  destellaba  rayos  de  luz  sobre  la  frente 


CRÓNICA  8UD  AMERICANA.  468 

del  pueblo!  Jamás  las  asambleas  de  la  ilustre  Peuco,  oyeron  de  los  la- 
bios de  un  hombre  frases  más  enérgicas  y  patrióticas  que  las  que  el 
eximio  tribuno  dirigía  en  medio  del  calor  de  las  batallas  politicaSi  que 
tenían  lugar  en  sus  grandes  campañas  electorales  de  esa  época. 


VI. 


Hemos  dicho  que  Ramón  2^  Harriet  era  poeta  y  tribuno  de  ingenio. 

Aquella  múltiple  naturaleza,  poseía  una  cualidad  que  la  hacía  ad- 
mirablemente poderosa :  era  un  terrible  periodista. 

La  prensa  en  sus  manos  adquiría  la  influencia  mortífera  del  rayo, 
contra  sus  adversarios. 

Su  pluma  hería  como  una  espada  cuando  dirigía  sus  ataques  al  ene- 
migo y  sobre  todo,  á  los  que  oprimían  al  pueblo.  ¡  Ah,  el  pueblo!  El 
pueblo  era  su  ideal !  El  pueblo  era  la  encamación  pura  y  bella  de  sus 
nobles  aspiraciones !  £1  pueblo  era  el  objeto  de  sus  hechos  y  sacrifí- 
cios,  porque  lo  amaba  con  ese  amor  puro  y  grande  con  que  el  artista 
ama  su  obra  predilecta,  como  el  soldado  ama  á  su  bandera,  como  el 
amante  fiel  á  la  amada  de  su  pensamiento,  como  el  creyente  ama  á 
Dios! 


VII 


Como  poeta  Ramón  2  ^  Harriet  se  distinguió  en  la  poesía  lírica  y  en 
«1  drama. 

Muchas  de  sus  inspiradas  canciones,  las  dio  á  luz  en  La  Semana, 
periódico  literario  que  publicó  en  Valparaíso  Julio  Chaigneau,  distin- 
guido escritor  satírico  nacional. 

Recordamos  siempre  con  placer  impregnado  de  tristeza,  una  poesía 
tierna  y  delicada  como  el  No  me  olvides  de  Alfredo  de  Musset,  titu- 
lada Lágrimas  que  leímos  de  Harriet  en  ese  periódico. 

Harriet  se  inició  en  la  prensa  allá  por  el  año  de  1868,  escribiendo 
amenos  artículos  literarios  y  dulces  poesías  para  La  Revista  del  Suri 
en  cuyas  columnas  empezó  su  carrera  literaria. 

Acompañaban  á  Harriet,  por  ese  entonces,  en  el  cultivo  de  la  ame- 
na literatura  y  la  poesía,  en  la  ilustre  Concepción,  los  inteligentes  é  ilus- 


46i  REVISTA  NACIONAL. 


Irados  jóvenes  escritores  y  poetas  Abelardo  Poblete  y  Leopoldo  Tu- 
renne. 

Harriet  no  se  encontraba  sólo  en  el  campo  de  las  letras^  Tenia  muy 
dignos  é  ilustres  compañeros. 

Poco  después,  en  1870,  fundó,  en  unión  de  esos  mismos  dignos  com- 
pañeros, el  periódico  literario  El  Alba,  el  primero  en  su  género  que 
Yió  la  luz  de  la  publicidad  en  Concepción. 

El  Alba  fué  una  revista  literaria  digna  de  todo  encomio.  Cola- 
boraron en  sus  ilustradas  páginas  los  jóvenes  más  distinguidos  é  inte- 
ligentes del  la  gallarda  reina  del  Bío-Bío. 

El  Dr.  D.  Ernesto  Turenne,  residente  en  Concepción,  fué  también 
uno  de  los  entusiastas  redactores  de  aquella  popular  hoja  literaria  que 
apareció  allí  como  el  primer  rayo  de  la  aurora  de  las  bellas  letras^ 
que  más  tarde  debían  lucir  esplendorosas  en  el  firmamento  del  pro- 
greso de  la  patria. 


VIH 

El  ilustrado  Dr.  Turenne  ha  sido  colaborador  de  La  Revieta  del 
Sur  desde  el  año  1868.  Es  autor  de  un  magnífico  libro  titulado  La 
Mujer, 

Tan  brillante  pluma,  acompañó  á  Harriet  que  era  una  noble  inteli- 
gencia, en  sus  luchas  de  la  prensa. 


IX 

Harriet  apareció  en  Concepción,  como  apareció  Bilbao  en  Santiago^ 
levantando  á  la  sociedad  antigua  de  su  postración,  provocando  luchas 
y  polémicas  en  todos  los  círculos. 

Sus  primeras  obras  fueron  las  impulsadoras  de  un  movimiento  in- 
telectual en  su  época,  agitación  que  aún  no  termina  y  sí  conmueve  el 
espíritu  viril  de  la  histórica  ciudad  del  majestuoso  y  tranquilo  Bío-Bío. 
Aquella  naturaleza  intelectual  poderosa,  tenía  todas  las  audacias  del 
genio ;  estaba  dotada  de  toda  la  fuerza  de  voluntad  y  abnegación  del  he- 
roísmo ;  había  en  su  alma  tiernas  armonías  de  la  brisa  y  estrepitosos 
mugidos  del  huracán,  arrullos  delicados  de  paloma  ó  terribles  rugi- 
dos de  león  embravecido  en  medio  de  la  selva  solitaria. 


CRÓNICA  8UD  AMERICANA.  465 


Ramón  2?  Harriet  ejercía  una  influencia  bien  marcada  en  los  acon- 
tecimientos políticos  de  su  pueblo. 

En  las  grandes  campañas  electorales  de  ese  período  de  la  historia 
patria,  Harriet  era  el  orador  predilecto  del  público  en  los  comicios  po- 
pulares, en  las  instituciones  republicanas  y  en  los  meetings  democrá- 
tioosi  donde  defendía  siempre  con  entusiasmo  y  talento  los  dogmas  del 
progreso  y  la  libertad.  Los  tribunos  populares  de  esa  época,  cuyo  re- 
cuerdo vive  fresco  en  la  memoria  de  sus  comprovincianoSi  eran  Ra- 
món 2*?  Harriet,  José  del  Carmen  Iglesias  y  Aníbal  Yafiartu. 

El  heredero  hoy  de  la  elocuencia  fascinadora  de  aquellos,  es  en  la 
heroica  Concepción,  ciudad  de  leyendas  y  tradiciones  memorables,  Gre- 
gorio Pinochet. 

Pinochet  es  un  abogado  probo  y  un  tribuno  de  talento. 

José  del  C.  Iglesias  se  distinguió  como  periodista,  en  la  redacción 
del  diario  La  Democracia  y  La  Revista  del  Sur,  en  cuyas  prestigiosas 
publicaciones  hizo  nutrido  fuego  contra  el  enemigo  de  toda  libertad, — 
el  clericalismo.  Iglesias  murió  en  el  afio  de  1876. 


XI 


Ramón  2*^  Harriet  fué  también  un  magnifico  autor  dramático. 

Los  preciosos  dramas  Elisa  Bravo  y  Amor  y  Amistad,  son  sus  me- 
jores obras. 

Estas  dos  piezas  dramáticas  están  escritas  en  verso,  pero  en  versos 
melodiosos  é  inspirados,  llenos  de  vigor  y  sentimiento. 

Se  debe  admirar  en  esas  obras,  hijas  Ic^^ítímas  de  su  iogenío,  la  ab- 
soluta y  varonU  entonadón  de  sus  bellísimas  ^rofas. 

Dramas  exactamente  nacionales,  tienen  todo  el  sabor  orígioal  de  la 
historia,  y  la  poesía  encantadora  de  la  tradición  y  la  leyenda. 

Repetidas  veces  se  pusieron  en  escena  en  el  teatro  de  Concepción 
esas  dos  «xelentes  piezas,  cautivando  siempre  al  auditorio  por  su  flui- 
da y  magnifica  versificación,  por  lo  que  recibió  su  autor  entusiastas 
ovaciones,  cual  no  las  ha  akan£ado  poeta  alguno  «n  nuesüra  patria. 


466  REVISTA  NACIONAL. 


XII 

Ramón  2^  Harriet,  poseía  una  naturaleza  múltiple. 

Ya  lo  hemos  visto  distinguirse  como  poeta  lírico  y  dramático:  aho- 
ra nos  resta  sefíalar  otra  nueva  faz  del  escritor:  estaba  dotado  de  ex- 
cepcionales cualidades  de  novelista. 

Las  dos  novelas  Alberto  el  jugador  y  El  Provinciano  en  Santia- 
go, recomiendan  su  talento  y  experiencia  de  autor  ilustrado  é  inge- 
nioso. 

Harriet  había  aprendido  á  conocer  á  los  hombres,  había  estudiado 
las  pasiones  que  luchan  en  el  diario  comercio  de  la  vida,  en  el  libro 
de  la  sociedad. 

Su  experiencia  y  versación  en  los  negocios  sociales,  le  hacían  un  es- 
critor de  costumbres  experimentado  y  correcto. 

XIII 

Ramón  2^  Harriet  fué  también  un  temible  escritor  de  folletos  poli- 
icos.  Allí  el  escritor  lanzaba  rayos  mortíferos  sobre  la  cabeza  de  su  ad- 
versario, en  vez  de  luminosos  destellos  de  su  pluma.  El  escritor  de 
partido  sólo  tenia  en  mira  el  triunfo  de  su  bandera  y  no  se  compade- 
cía del  enemigo.  La  piedad  no  era  para  él  más  que  un  ángel  que  lo 
acompañaba  en  sus  visitas  ingeniosas,  cuando  la  caridad  guiaba  sus 
pasos. 

Pero  en  todos  sus  folletos,  jamás  olvidó  las  ideas  y  principios  de- 
mocráticos. 

Fiel  discípulo  del  ilustre  fílósofo  chileno,  el  mártir  de  la  libertad, 
Francisco  Bilbao,  nunca  desertó  de  las  fílas  del  partido  radical  que  con- 
servara su  herencia  y  continuara  su  misión  en  el  país. 

El  clero  era  su  más  funesto  adversario. 

Combatía  á  ese  partido  antipatriótico,  más  que  por  partidarismo  por 
deber,  amaba  el  progreso  y  el  bienestar  de  la  sociedad  y  los  individuos, 
y  perseguía  á  todos  los  que  se  oponían  á  la  religión  de  tan  nobles  pro- 
pósitos. 

Para  él  los  cantorberianos  eran  los  enemigos  de  la  humanidad  y  los 
atacaba  con  todo  el  ardor  juvenil  de  sus  afios  y  la  fe  de  su  apostolado. 

El  dogma  de  la  libertad,  era  su  evangelio. 


CRÓMICA  8UD  AMERICANA.  4S7 

El  progreso  lo  consideraba  como  el  único  medio  de  que  fuera  feliz 
el  hombre ;  la  única  áncora  de  salvación  que  podía  alcanzar  la  huma- 
nidad en  medio  del  naufragio  de  todas  las  creencias  y  la  concepción  de 
los  propagandistas  de  la  religión  de  Jesús. 

Bilbao  como  Harriet,  buscó  los  mismos  horizontes,  investigó  las 
mismas  sabias  verdades,  luchó  durante  toda  su  vida  por  establecer  el 
reinado  de  la  justicia,  y  como  él  sólo  encontró  el  desengaño  y  las  per- 
secuciones. 

Era  por  eso  por  lo  que  odiaba  á  sus  enemigos  que  lo  son  también  de 
la  humanidad  entera. 

¿Quiénes  fueron  los  enemigos  de  la  independencia  de  las  naciones 
esclavizadas  de  la  América  Meridional  ? 

¿Quiénes  han  sido  los  adversarios  declarados  de  toda  reforma,  de 
todo  progreso,  de  toda  libertad  ? 

Ellos  I  los  enemigos  de  la  luz  y  la  verdad,  los  discípulos  de  Loyola 
;  Cantorberi ! 

Harriet  amó  al  pueblo,  porque  en  él  veía  á  la  humanidad  sufrir  el 
ominoso  yugo  de  la  ignorancia  y  del  fanatismo. 

Hojead  sus  opúsculos  políticos  y  encontraréis  en  sus  páginas  escrito 
el  evangelio  de  la  libertad,  el  sagrado  dogma  de  la  emancipación  del 
proletario. 

Harriet  amó  mucho  á  esta  patria  tan  querida  de  todos  sus  buenos 
hijos  y  tan  perseguida  por  los  ambiciosos  y  los  malvados ! 

Por  eso  le  debemos  gloria  perdurable,  gratitud  inmortal. 

XIV 

Ramón  2  ?  Harriet  ha  dejado  á  su  familia,  á  las  letras  y  á  su  patria, 
numerosas  composiciones  en  versoTy  prosa  que  algún  día  saldrán  á  luz, 
arrancándolas  al  olvido  y  al  silencio  de  los  afios. 

Días  antes  de  que  le  llegara  su  última  hora,  las  había  recopilado  con 
las  que  había  publicado  en  la  prensa  nacional,  para  editarlas  en  un 
libro. 

Desgraciadamente  este  último  deseo  de  su  alma  no  pudo  realizarse. 

XV 

Una  de  las  composiciones  en  verso  que  más  ha  llamado  nuestra 
atención,  inspiradas  por  la  sublime  musa  de  Harriet,  ha  sido  la  que 


4BB  REVISTA  NACIONAL. 


declamó  en  el  centenario  que  celebró  de  Voltaire  la  juventud  ilustra- 
da de  Concepción  en  1878. 

Allí  el  poeta  parece  que  vació,  por  decirlo  asi,  todo  lo  que  había  en- 
cerrado su  corazón  de  sentimiento,  su  genio  de  ideas  y  conocimientos. 


XVI. 


Cuando  Harriet  redactaba  El  Alba,  causó  una  verdadera  revolu- 
ción entre  los  clericales  y  demás  gentes  de  cogulla  y  manteo  con  unas 
sátiras  en  verso  que  escribía,  llenas  de  chiste  y  donaire. 

Las  más  picantes  que  salieron  de  su  fecunda  pluma,  fueron  las  fes- 
tivas fábulas  que  escribiera  contra  el  finado  obispo  Salas.  En  La  De- 
mocraeia  sostuvo  valientemente  la  candidatura  para  presidente  de  la 
República,  del  ilustre  patricio  de  las  letras  patrias,  Benjamín  ^Hcufia 
Mackenna. 

En  todos  los  períodos  de  su  vida,  fué  siempre  amante  fiel  de  la  cau- 
sa liberal. 

Siendo  nifto  aún,  era  alumno  del  seminario  de  esa  ciudad ;  y  como 
sus  profesores  quisieran  obligarlo  á  que  abjurara  de  sus  creencias,  se  de- 
jó expulsar  del  colegio  antes  que  abdicar  las  ideas  de  su  conciencia. 


XVII 


En  1881,  Harriet  deseoso  de  publicar  una  edición  de  sus  obras  se 
fué  á  Valparaiso,  donde  le  sorprendió  la  muerte,  revisando  sus  valio- 
sos originales. 

Los  restos  permanecen  todavía  allí,  esperando  que  la  juventud  libe- 
ral de  su  pueblo  los  haga  conducir  al  seno  de  la  ciudad  que  los  vio 
nacer. 

Puede  decirse  que  esos  despojos  venerandos,  están  lejos  de  su  ho- 
gar, donde  pasó  la  dulce  niñez  entre  quejas  y  sonrisas,  y  entre  los  elo- 
gios de  sus  amigos  y  las  caricias  de  sus  padres. 

¿  No  descansarán  sus  huesos  jamás  en  el  seno  de  la  ciudad  que  lo 
vio  nacer? 

Dejo  á  la  juventud  de  Concepción  la  respuesta. 


EL  JUEGO  Y  SUS  00N8ECUEMCIA8.  4EB 


XVIII 

Ramón  2?  Harriet  fué  una  inteligencia  distinguida  que  hubiera  pro* 
ducido  obras  más  valiosas,  si  el  escenario  donde  se  exhibió  le  hubiera 
ofrecido  más  vastos  horizontes. 

Bajó  al  sepulcro  demasiado  joven,  á  una  edad  en  que  podría  pres- 
tar á  su  patria  muchos  7  mayores  servicios.  Sucumbió  á  los  30  años, 
pues  nació  en  1851  como  dijimos  al  principio  de  este  articulo. 

Su  naturaleza  robusta,  cedió  al  fín  á  los  rudos  golpes  del  trabajo  y 
del  destino. 

Tal  vez  había  encerrado  Dios  mucho  genio  y  mucha  vida  en  una  es* 
tructura  demasiado  débil. 

Harriet  ha  dejado  un  nombre  ilustre,  que  inscribir  en  las  páginas  in* 
mortales  de  la  historia. 

Querido  de  sus  amigos,  apreciado  de  sus  admiradores,  su  memoria 
será  imperecedera. 

Pedro  Pablo  Figueroa.. 

Santiago  de  Chile.— 1880. 


EL  JUEGO  Y  SUS  CONSECUENCIAS 

BAJO  fiL  PUNTO  DE  YISTÁ  Bfi  ík  FJIMILU  T  D£  LA  SOCItDAB. 


Obsérvase  en  la  marcha  de  las  sociedades,  que  á  medida  que  avan* 
zan  en  civilización  se  desarrollan  en  su  seno  gérmenes  de  disolución  y 
.de  muerte.  Las  tribus  salvajes  que  obedeciendo  á  sus  pasiones  instin- 
tivas presentan  en  la  historia  cuadros  sangrientos,  crueles  y  despiada- 
dos, conmueven  menos  el  ánimo  de  los  hombres  pensadores,  que  aque- 
llos cuadros  sombríos  y  vesánicos  iluminados  por  la  luz  esplendente  de 
una  cultura  social  avanzada.  El  contraste  es  vivísimo.  Es  como  una 
úlcera  en  la  sonrosada  mejilla  de  una  hermosura  llena  de  vida.  Es  el 


4»  REVISTA  NACIONAL. 


miasma  mefítico  desprendido  de  pantano  inmundo  cerca  de  risuefio 
vergel  perfumado  con  el  aroma  de  sus  ñores 

Considerar  á  la  sociedad  bajo  el  punto  de  vista  de  sus  pasiones  y  de 
sus  vicios,  es  investigar  las  causas  patogénicas  de  los  estravios  de  la 
razón  al  través  del  desenvolvimiento  regular  y  progresivo  del  espíritu 
humano,  que  obedeciendo  á  las  leyes  eternas  del  progreso  lucha  sin  tre- 
gua por  su  perfeccionamiento  indefmido.  Pero  este  ideal  no  se  realiza 
en  las  sociedades  tan  fácilmente,  porque  no  todos  los  elementos  que 
las  forman  concurren  al  mismo  fm.  En  todas  partes  hay  causas  per- 
turbadoras, tanto  en  el  orden  moral,  como  en  el  político  y  el  religioso. 
La  lucha  de  la  inteligencia  comienza  entonces  tratando  de  allanar  las 
dificultades  sembrando  en  las  masas  ideas  salvadoras,  y  en  esta  cruza- 
da, efícazmente  auxiliada  por  la  ciencia,  va  ganando  palmo  á  palmo  el 
terreno  donde  sólo  impera  la  ignorancia,  la  superstición,  el  fanatísmo 
y  los  vicios. 

Entre  los  elementos  perturbadores  del  orden  social  que  lleva  su  in- 
fluencia desorganizadora  hasta  su  elemento  fundamental  que  es  la  fa- 
milia, debe  considerarse  el  juego,  el  cual  nos  proponemos  analizar  á  la 
luz  de  la  ciencia  para  poder  determinar  el  carácter  moral  del  jugador 
y  su  papel  perturbador  en  el  seno  del  hogar  y  de  la  sociedad. 

El  hombre  tiene  por  misión  ejercitar  y  perfeccionar  sus  facultades 
físicas  é  intelectuales,  para  contribuir  con  el  caudal  de  sus  progresos  á 
su  propio  perfeccionamiento  y  al  de  la  especie  que  debe  recibir  como 
herencia  fundada  en  las  leyes  del  progreso  y  del  orden  social  el  aho- 
rro de  experiencia  y  conocimientos  adquiridos.  Más  aún,  sus  esfuerzos 
no  deben  concretarse  á  conquistar  un  bienestar  cifrado  solamente  en 
la  mayor  suma  de  caudales  ó  de  instrucción,  sino  también,  y  quizá  sea 
•el  punto  más  delicado  de  su  misión  social,  la  mayor  suma  de  virtudes 
para  ser  un  hombre  moralmente  bueno  y  fundar  en  la  práctica  del  bien 
sus  más  nobles  aspiraciones.  Este  es  como  si  dejéramos  el  tipo  ideal 
del  homo  sapiens  en  su  estado  normal,  en  la  plenitud  de  su  desenvol- 
vimiento fisiológico,  psicológico  y  social.  Pero  este  tipo  tiene  su  ima- 
gen negativa.  Cada  una  de  sus  posiciones  tiene  su  antítesis • 

¡Cuan  grande  es  la  diferencia  entre  el  individuo  que  gasta  sus  energías 
en  labrar  su  propia  felicidad  y  en  trasmitirla  también  á  los  seres  que 
lo  rodean,  desde  el  hijo  que  es  sangre  de  su  sangre,  hasta  el  pobre 
huérfano  que  ve  en  él  la  emanación  de  una  providencia  que  vela  por 
los  desheredados,  y  el  ser  anómalo  que  consume  sus  fuerzas  y  su  for- 


EL  JUEGO  Y  SUS  CONSECUENCIAS.  481 

tuna,  que  debilita  su  inteligencia  y  agosta  sus  sentimientos  en  la  satis- 
facción continua  de  una  pasión  cuyas  consecuencias  llevan,  como  por 
inducción,  á  todos  los  seres  baflados  por  el  mismo  ambiente,  el  tem- 
blor nervioso  del  remordimiento,  el  estertor  de  la  desesperación  y  el 
frío  glacial  de  la  muerte! 

£1  juego  ha  nacido  con  el  impulso  natural  de  la  distracción  y  en  to- 
das las  épocas  ha  habido  diversos  medios  de  matar  el  tiempo  en  las 
horas  de  descanso  que  se  proporciona  el  hombre  después  de  llenar  las 
fatigas  del  día.  Bajo  este  punto  de  vista  nunca  será  vituperable  el  jue- 
go considerándolo  en  sus  variadas  y  múltiples  formas.  Pero  la  expe- 
riencia con  sus  severas  enseñanzas  ha  venido  á  demostrar  que  hay  al- 
gunos juegos  que  en  lugar  de  distraer,  enervan  y  acaban  por  subyugar 
á  los  caracteres  débiles,  abúlicos,  no  siendo  raro  el  caso  en  que  lleguen 
á  extraviar  aun  á  los  espíritus  elevados.  Los  juegos  denominados  con 
el  nombre  genérico  de  juegos  de  azar  son  los  que  determinan  un  esta- 
do mental  particular  no  comprendido  todavía  en  los  cuadros  etiológi- 
cos  de  las  vesanias,  sino  de  una  manera  vaga  y  difícil  de  reducir  á  una 
psicopatía  característica. 

Cuando  en  los  juegos  de  azar  se  despierta  vivamente  el  deseo  del  lu- 
cro, la  codicia,  la  ambición  y  todas  aquellas  pasiones  que  determinan 
lentamente  una  modificación  en  el  modo  de  ser  del  avaro,  se  revelan 
en  el  sistema  nervioso  por  energías  desconocidas  que  luchan,  se  aba- 
ten, se  levantan,  se  atropellan,  se  confunden  y  se  transforman  desarro- 
llando en  el  cerebro  y  el  corazón  del  jugador  un  oleaje  de  ideas  y  sen- 
timientos como  el  oleaje  de  las  escorias  fundidas  en  la  chimenea  de 
un  volcán.  La  ganancia  sirve  de  aguijón  á  la  codicia;  la  pérdida  des- 
pierta el  deseo  de  venganza  cubierta  con  el  disfraz  de  la  represalia.  Y 
entre  los  goces  del  albur  que  viene  y  las  contrariedades  del  albur  que 
se  niega,  el  carácter  se  va  modificando,  las  ideas  ordinarias  de  la  vida 
común  se  apagan  poco  á  poco  para  ser  sustituidas  por  las  que  dominan 
en  esa  atmósfera  donde  tiene  que  verificarse  una  verdadera  adaptación 
entre  el  jugador  y  el  medio  donde  pasa  la  mayor  parte  de  su  vida.  Ck)- 
mo  la  playa  al  pez  y  la  jaula  al  ave,  asi  va  siendo  el  hogar  para  el  apa- 
sionado por  las  cartas.  La  inclinación  se  acentúa,  y  mejor  dicho,  sede- 
fine;  el  cerebro  se  modifica  según  la  naturaleza  de  las  impresiones  que 
constantemente  recibe  y  que  vienen  á  ser  al  fin  su  estímulo  funcional; 
una  educación  especial  modifica  los  ideales  del  jugador,  quien  sólo  apre- 
cia la  felicidad  en  la  contemplación  de  aquel  cielo  verde  donde  se  es- 


4fí  REVISTA  ITAOIOKAL. 


pareen  y  entran  en  eonjunción  millares  de  soles  de  oro  y  estrellas  bri- 
llantes de  plata. 

El  primer  paso  está  dado.  ¿Quién  puede  contener  al  jugador  en  ese 
camino?  Su  medio  social  se  limita  cada  vez  más  verificándose  una  es- 
pecie de  selección  moral  é  intelectual,  pues  el  fomento  de  sus  pasiones 
sólo  está  cifrado  en  la  compafifa  de  los  jugadores.  Entonces  comienza 
el  amor  propio  de  su  nueva  carrera  á  ser  el  consejero  de  las  inclina- 
ciones egoístas.  Gusta  de  aparecer  audaz  y  ambiciona  conquistar  la  fa- 
ma de  lince,  Nuevas  aptitudes  se  desarrollan  en  su  físico  y  moral,  y 
se  forma  por  decirlo  asi,  una  segunda  naturaleza,  confirmando  el  pro- 
verbio vulgar  de  que  el  ejercicio  forma  al  maestro. 

El  amor  propio  ó  el  deseo  egoísta  de  sobreponerse  á  los  demás  con 
aptitudes  especiales  es  peculiar  á  todos  los  hombres,  más  alrededor 
del  tapete  verde  esta  pretensión  está  fundada  en  un  hecho  altamente 
inmoral,  cual  es  el  conocimiento  y  ejecución  de  todos  los  gambitos  á 
que  pueden  prestarse  los  juegos  de  azar.  El  tahúr  tiene  que  ser  un  há- 
bil escamoteador,  pues  de  lo  contrario  tendrá  que  hacer  siempre  el' pa- 
pel de  victima  ó  no  llega  á  conquistarse  el  respeto  debido  entre  los  afi- 
cionados. Y  preguntamos,  ¿con  qué  objeto  tiene  que  adiestrarse  en  el 

manejo  de  las  cartas? La  explicación  está  por  demás.  He  aquí 

alcanzada  la  segunda  modificación  en  la  personalidad  moral  del  juga- 
dor. Podemos  afirmar  ya,  que  en  este  periodo  comienza  á  pisar  los  um- 
brales de  la  vesania.  El  periodo  impulsivo  aparece  como  un  fulgor  en 
el  cielo  de  la  razón.  Moral  mente  el  jugador  ya  no  se  pertenece  á  si 
mismo,  mucho  menos  á  la  familia  ni  á  la  sociedad. 

Cuando  el  jugador  ha  llegado  al  período  emocional,  está  trazada  la 
órbita  de  su  destino.  Si  siempre  ganara  acabaría  por  aburrirse.  Por  lo 
común,  en  este  estado,  desaparece  la  avaricia  de  posesión,  para  dar  lu- 
gar á  la  codicia  del  momento.  En  una  noche  quisiera  ser  el  afortuna- 
do hasta  levantar,  él  solo,  el  campo  de  batalla.  Pero  si  se  le  garantiza- 
ra que  podía  alcanzar  una  gran  fortuna  á  condición  de  despedirse  del 
juego  para  siempre,  después  de  obtenida  aquella,  renunciaría  á  ser  ri- 
co, contentándose  en  continuar  siendo  modesto  jugador.  El  tahúr  ne- 
cesita arriesgar  la  fortuna  adquirida  para  apreciar  su  buena  ó  mala 
suerte,  su  talento  ó  su  audacia.  Y  esa  vida  de  emociones  que  forman 
su  segunda  naturaleza,  que  borra  de  su  cerebro  toda  idea  de  trabajo 
útil,  que  mata  los  arranques  del  genio  á  cuyas  expensas  se  desarrollan 
los  instintos  de  la  astucia  y  se  ejercita  en  las  operaciones  mecánicas  del 


EL  JUEGO  Y  SUd  CONSECUENCIAS.  4(B 

escamoteo,  será  el  motivo  de  una  degeneración  mental  y  moral  espe- 
cial. De  aquí  al  periodo  parodístico  como  el  del  dipsómano,  del  teriaki 
7  del  satiriaco,  no  hay  más  que  un  paso.  Las  eventualidades  de  la  for- 
tuna, las  condiciones  anteriores  de  vida  social,  la  educación  recibida, 
el  grado  de  cultura  intelectual  antes  de  degenerar  en  el  juego,  los  la- 
zos de  familia  legítimos  ó  ilegitimes,  el  grado  de  civilización  en  que  se 
halle  el  medio  en  que  se  vive,  la  mayor  ó  menor  perturbación  del  sen- 
tido moral  de  los  hombres  que  frecuentan  la  casa  de  juego,  son  otros 
tantos  factores  que  desenvolviéndose  y  combinándose  en  diversas  cir- 
cunstancias contribuyen  á  caracterizar  la  última  faz  de  la  vida  del  ta- 
húr. El  que  desgraciadamente  ha  llegado  á  este  estado  fatal,  se  aisla 
del  medio  social  enteramente  y  vive  como  un  parásito  nutrido  con  la 
savia  del  garito.  Y  perturbado  ya  el  sentido  moral  es  el  instrumento 
ciego  de  todas  las  maquinaciones  que  tienen  lugar  en  el  teatro  del  ta- 
pete verde  y  vive  como  los  soñadores  de  grandezas  imaginarias  con  la 
esperanza  de  llegar  á  ser  el  rey  de  los  jugadores  ó  el  Mefistófeles  de 
las  casas  de  juego.  Y  su  papel  es  tanto  más  natural  cuanto  que  en  aquel 
cerebro  ha  sonado  la  hora  del  silencio  para  toda  noble  aspiración.  Es 

• 

una  naturaleza  muerta  para  la  vida  social.  Vegeta  en  el  juego  y  como 
los  hongos  venenosos  que  no  es  tan  fácil  distinguir  de  los  inocentes, 
son  un  amago  constante  de  intoxicación  para  los  incautos 

Pero  dejemos  por  ahora  el  estudio  concreto  de  la  cuestión,  que  no 
pasa  de  tener  sino  un  tinte  de  oración  moral,  para  remontarnos  á  la 
investigación  filosófica  de  la  influencia  perturbadora  del  juego  en  la  fa- 
milia y  en  la  sociedad.  El  juego  constituye  un  problema  social  cuyas 
premisas  aón  no  han  sido  bien  definidas. 

Para  orientarnos  en  un  examen  tan  arduo  concretaremos  en  una  con- 
clusión, que  deberá  tener  el  carácter  de  definición  provisoria,  hasta  que 
las  pruebas  parciales  la  confirmen  ó  la  rechacen,  el  tema  capital  de  es- 
te trabajo. 

El  juego  tiene  una  influencia  nociva  sobre  el  individuo,  sobre  la  fa- 
milia y  sobre  la  sociedad.  ¿Por  qué? 

Porque  el  juego  es  una  p<isión  egoísta  que  determina  un  eretismo  ce- 
rebral  intermitente  hasta  ocasionar  la  perturbación  de  la  sana  razón  y 
el  sentido  m>oral^  concluyendo  por  caracterizar  una  neurosis  vesá- 
nica. 

El  análisis  de  cada  una  de  las  proposiciones  que  envuelve  la  ante- 
rior definición  rectificará  su  valor  científico,  planteando  cuando  menos 


4M  REVISTA  NACIONAL. 


la  fórmula  del  problema  ya  que  estamos  lejos  de  abrigar  la  pretensión 
de  resolverlo. 

Que  el  juego  es  el  símbolo  de  una  pasión  egoísta  nadie  podrá  dudar- 
lo. Del  reino  de  Birján  jamás  han  salido  hombres  distinguidos  por  su 
filantropía,  su  amor  al  trabajo  y  al  estudio.  Las  ciencias,  las  artes,  la 
industria,  etc.,  son  incompatibles  con  el  juego  que  enajena  los  sentidos 
del  hombre  que  á  él  se  consagra.  Los  Séneca,  Descartes,  Humboldt, 
Lavoisier,  Pestalozzi,  Froebel,  Franklin,  Juárez,  Ramírez,  Lucio,  etc., 
etc.,  no  han  quemado  las  alas  de  su  genio  en  la  hoguera  del  burlóte. 
Pero  no  es  necesario  buscar  las  grandes  figuras  que  han  prestado  ser- 
vicios eminentes  á  la  humanidad,  porque  entonces  vendría á  probarla 
proposición  con  excepciones  y  las  excepciones  están  fuera  de  la  regla. 
No,  el  hombre  de  genio  tiene  un  ideal  que  lo  desvía  de  un  pasatiempo 
en  el  cual  no  puede  nutrirse  su  espíritu  ni  enriquecerse  su  inteligen- 
cia; el  esclavo  del  trabajo,  en  cualquiera  esfera  social  que  se  le  consi- 
dere, tiene  el  sentimiento  del  deber  que  lo  ampara  y  más  aún  la  dulce 
satisfacción  de  sentirse  útil  y  necesario  para  el  sostén  de  su  familia  y 
el  bien  de  sus  semejantes.  Y  esta  inmensa  mayoría  de  los  soldados  del 
trabajo,  altruistas  inconscientes,  filántropos  sin  pretenderlo,  son  los  que 
consideramos  como  el  nivel  medio  del  buen  sentido  para  apartarse  de 
las  casas  de  juego  considerándolos  como  un  centro  peligroso.  Repeti- 
mos aquí  que  el  juego  ha  sido  siempre  un  medio  de  distracción  que  los 
hombres  han  adoptado  en  todos  los  países  para  distraer  las  pesadas  no- 
ches del  invierno  ó  con  cualquier  otro  pretexto,  con  el  fin  de  propor- 
cionarse la  oportunidad  de  estar  entre  buenos  amigos,  y  en  este  caso 
nada  tiene  de  censurable,  si  bien  que,  nunca  causa  la  misma  impre- 
sión ver  la  lucha  de  hombres  inteligentes  en  juegos  de  meditación  y 
de  cálculo  como  el  ajedrez  por  ejemplo,  á  ver  disputarse  aun  en  fami- 
lia los  favores  del  azar  como  sucede  con  los  juegos  de  cartas. 

Decíamos  que  el  juego  celoso  de  sus  favores  sólo  los  concede  á  quien 
se  le  consagra  con  pasión.  El  egoísmo  tiene  que  ser  el  primer  estigma 
característico  de  los  amafeurs.  Es  cierto  que  hay  tahúres  espléndidos, 
liberales,  pero  su  magnanimidad  es  verdaderamente  inconsciente,  por- 
que la  gran  mayoría  de  los  jugadores  no  conocen  el  valor  de  las  bue- 
nas acciones  y  sería  hasta  irrisorio  pretender  concederles  la  previsión  en 
los  resultados  de  la  semilla  del  bien  sembrada  á  tiempo.  El  jugador  no 
es  un  misántropo,  es  verdad,  porque  se  le  ve  siempre  en  sociedad  con 
los  jugadores,  pero  esta  sociedad  no  tiene  más  que  un  móvil,  el  juego 


EL  JUEGO  Y  SUS  (X)N8BCUENCIA&  465 

Para  un  jugador,  los  bíienoa  amigoSf  son  los  que  tienen  que  jugar,^ 
La  amistad  entre  jugadores,  es  una  liga  que  puede  romper  un  albur  á 
un  escamoteo.  Pero  se  necesitan  mutuamente  y  transigen  con  su  ma^ 
la  fe  ó  sus  caprichos,  no  por  virtud,  sino  por  conveniencia,  y  una  vez. 
unidos,  otra  odiándose,  otra  temiéndose,  pasan  la  vida  enlazados  por 
el  vinculo  de  las  cartas.  Esta  idea  no  es  nueva,  su  aplicación  esel  i^ 
sultado  de  la  observación  en  este  asunto.  Cicerón  lo  ha  dicho  ya  hace 
muchos  siglos  en  su  tratado  De  Amicitia:  ''Homines  malos  aliquando 
videmus  eadem  cupere,  eadem  odisse,  eadem  metuere;  sed  quoe  inter 
bonos  amicitia  dicitur,  hoec  inter  malos  factio  est.'*  Esta  dase  de  amis- 
tad es  la  que  llamaba  Ammianus  Marcellinus,  amicitia  alearea. 

El  carácter  de  aparente  desprendimiento  de  los  jugadores  se  áseme* 
ja  á  la  liberalidad  del  dipsómano,  que,  lo  mismo  ofrecen  lo  que  juzgan 
superñuo  para  ellos,  á  un  pobre  que  á  un  pillo;  la  acción  benéfíca  sal- 
vando con  sus  recursos  al  hombre  necesitado  ó  á  la  virtud  que  flaquea 
agotada  por  el  infortunio,  es  superior  á  sus  fuerzas  morales.  El  juga- 
dor es  un  avaro  curioso;  deliran,  se  afanan,  combinan,  se  pasan,  como 
el  héroe  de  Cervantes,  los  días  de  claro  en  claro  y  las  noches  de  turbio 
en  turbio,  expiando  una  combinación,  para  atesorar  dinero  como,  el 
avaro  más  desalmado.  La  diferencia  consiste  en  que  uno  goza  con  las 
peripecias  del  alza  y  baja  de  su  fortuna  y  el  otro  sólo  en  verla  crecer. 
Ni  el  uno  ni  el  otro  tendrían  valor  de  aventurarse  en  un  negocio  si  no 
es  que  las  utilidades  fuesen  exclusivamente  para  ellos.  ¿Y  serían  ca- 
paces de  plantear  una  industria,  de  auxiliar  á  un  hospital,  de  fomentar 
la  instrucción  pública,  de  robustecer  una  caja  de  ahorros?  La  expe- 
riencia de  todos  los  días  se  encargará  de  contestar  por  nosotros.  Nada 
de  lo  que  la  inteligencia  activa  y  creadora  emprende  para  mejorar  las 
condiciones  de  las  sociedades,  ni  de  lo  que  la  filantropía  ha  inventado 
para  aliviar  las  desgracias  de  los  desheredados,  están  en  el  programa 
de  la  vida  del  jugador.  Creemos  que  con  esto  será  bastante  para  dejar 
demostrado  su  carácter  egoísta. 

La  pasión  del  juego  es  una  fiebre  que  exalta  el  cerebro  y  conmueve 
todo  el  organismo.  Esta  es  la  segunda  proposición  que  encierra  la  de- 
finición provisoria  que  hemos  dado  sobre  el  juego.  Basta  recorrer  con 
la  mirada  todos  los  semblantes  de  los  aficionados  en  los  momentos  en 
que  se  corre  un  albur,  para  comprender  que  todos  aquellos  cerebros  no 
están  en  su  estado  normal.  El  brillo  de  la  mirada,  unas  veces  sinies- 
tro y  otras  chispeante,  la  contracción  diversa  de  los  rasgos  fisionómi- 

R.  K.— T.  11-80 


466  REVISTA  NACIONAL. 


eos  que  en  un  segundo  revela  distintos  y  aun  contrarios  estados  emo- 
cionales del  espíritu,  el  silencio  religioso  con  que  se  ve  correr  el  albur 
como  si  de  una  carta  misteriosa  pendiese  la  vida,  la  tensión  arterial  y 
la  respiración  anhelante  traducen  un  estado  de  excitación,  una  ñebre 
eñmera,  de  horas,  pero  que  gasta  actividad  nerviosa  y  deja  tras  si  el 
colapso,  el  decaimiento  físico  y  moral  que  sólo  podrá  volver  á  levan- 
tarse con  las  emociones  del  burlóte  ó  de  la  partida. 

La  carrera  del  vicio  tiene  siempre  sus  atractivos ;  la  satisfacción  del 
deseo  es  el  cebo,  el  hombre  va  porque  cree  realizar  goces  misteriosos 
sólo  concedidos  á  los  privados  de  la  fortuna;  después,  la  naturaleza  ad- 
quiere hábitos  que  se  transforman  en  cadenas  que  llegan  á  sojuzgar  la 
voluntad  y  desde  ese  momento  el  individuo  busca,  lo  que  cree  su  úni- 
co placer,  por  necesidad  psíquico-fisiológica.  Es  ya  un  pobre  sugestio- 
nado por  sus  propias  pasiones.  Pero  hasta  aquí  todavía  hay  personali- 
dad moral.  Fuera  de  la  casa  de  juego,  el  afícionado  vuelve  á  ser  hom- 
bre. Aun  no  ha  quemado  el  fuego  de  su  pasión  las  trasparentes  alas  de 
su  ser  moral.  Más  tarde,  cuando  esa  fíebre  intermitente  durante  el  jue- 
go, se  trasforme  en  una  fiebre  continua,  cuando  deifícando  el  azar,  con- 
fíe en  sus  dones  y  vea  impasible  hundirse  en  ese  tonel  sin  fondo  del 
tapete  verde,  el  fruto  de  su  trabajo,  la  herencia  de  sus  padres,  el  patri- 
monio de  sus  hijos,  la  dote  de  su  esposa,  el  dinero  de  sus  amigos 

entonces  habrá  alcanzado  el  verdadero  título  de  jugador! 

Hemos  dicho  que  el  eretismo  cerebral  á  que  está  sujeto  el  hombre 
que  se  deja  arrastrar  por  la  pasión  del  juego,  concluye,  en  un  lapso  de 
tiempo  más  ó  menos  largo,  por  perturbar  su  razón.  Para  determinar 
con  más  precisión  este  estado  mental  examinemos  que  es  lo  que  debe 
entenderse  por  la  razón.  He  aquí  un  escollo  para  dejar  satisfecha  la 
curiosidad  de  los  pensadores,  porque  pocas  palabras  de  un  uso  tan  co- 
mún, como  la  razóuy  tienen  un  sentido  tan  vago  cuando  se  busca  su 
connotación  al  través  de  la  historia  de  la  filosofía  que  es  la  que  ha  tra- 
tado de  analizar  siempre  las  facultades  del  alma  y  sus  estados.  Desde 
Platón  hasta  Littré  no  hemos  encontrado  una  definición  satisfactoria. 
En  nuestro  concepto  el  que  más  ha  precisado  esta  cuestión  es  el  ilustre 
Dr.  médico-legista  D.  Pedro  Mata,  quien  después  de  analizar  los  esta- 
dos del  organismo  en  relación  con  las  funciones  del  espíritu,  encuen- 
tra que  hay  un  estado  de  razón  que  corresponde  á  la  armonía  de  los 
actos  del  espíritu,  como  hay  un  estado  de  salud  que  es  la  resultante  ar- 
mónica de  las  funciones  orgánicas,  y  concretando  sus  razonamientos 


EL  JUEGO  Y  SUS  CONSECUENCIAS.  407 

dice:  ^^La  razón  es  aquel  estado  en  el  que  el  hombre  tiene  el  poder  de 
dirigir  por  medio  de  la  reflexión  y  sus  auxiliares  la  realización  de  sus 
impulsos  internos  con  arreglo  á  las  leyes  de  la  organización. "  Mala, 
Tratado  de  la  razón  kutnana  en  estado  de  salud,  pág,  318. 

Esta  defínición  satisface  nuestra  intención  para  abordar  con  fírmeza 
el  tema  que  vamos  desarrollando.  ¿Y  cómo  no  juzgar  un  estado  vesá- 
nico en  el  jugador,  victima  de  una  psicosis  hasta  hoy  poco  estudiada, 
cuando  toda  su  vida  está  encadenada  á  la  banca  como  Prometeo  á  la 
roca  solitaria  de  la  Escitia?  Para  el  hombre  en  quien  no  existen  aspi- 
raciones sociales,  que  no  tienen  significación  para  él  los  encantos  del 
hogar,  porque  todas  sus  alegrías  personales  se  reducen  á  las  emocio- 
nes del  juego,  no  es  posible  encontrar  justifícación  á  su  conducta  den- 
tro de  la  defínición  citada.  No  obra  con  arreglo  á  las  leyes  de  la  orga- 
nización, luego  está  pisando  á  los  umbrales  de  una  psicosis.  Obra  im- 
pulsado por  un  estado  vesánico;  obra  tiranizado  por  la  pasión  del  jue- 
go. Las  leyes  de  la  organización  nos  llaman  constantemente  al  ejerci- 
cio y  educación  de  todas  las  facultades  del  espíritu  con  el  fín  de  alcan- 
zar el  mayor  perfeccionamiento  posible,  con  el  objeto  de  independerse 
de  las  pasiones  y  ser  los  arbitros  de  nuestro  propio  destino.  Sólo  en 
lucha  con  las  pasiones  se  puede  realizar  el  ideal  á  que  está  llamado  el 
hombre,  de  ser  útil  á  sí  mismo  y  á  sus  semejantes. 

Determinemos  algunos  síntomas  que  caracterizan  la  vesania  del  ju- 
gador. 

La  base  fundamental  de  la  inteligencia  es  la  facultad  que  tiene  de 
comparar  y  apreciar  las  cualidades  de  las  cosas,  por  contraste,  y  esta 
facultad  constituye  el  primer  elemento  psíquico  de  la  razón.  El  hom- 
bre que  no  compara  degenera  en  las  monomanías.  Por  eso  el  fanatis- 
mo está  fuera  del  territorio  de  la  razón  porque  es  incapaz  de  compa- 
rar. Es  una  vesania  como  otra  cualquiera.  El  jugador  está  en  el  mis- 
mo caso.  Podrá  sostener  una  conversación  llena  d'esprü  pero  no  está 
en  aptitud  de  comparar  su  estado  de  jugador  con  el  que  guardaba  an- 
tes de  serlo.  La  manera  de  juzgar  sobre  las  cosas  y  sobre  los  estados 
del  espíritu  ha  cambiado  para  él.  Así,  el  jugador  jamás  consentirá  en 
que  sea  un  vicio  el  cultivo  del  arte  aleatorio;  para  él  es  un  arte  ó  una 
industria  de  especulación  y  sostiene  que  arriesgar  el  dinero  á  una  car- 
ta es  lo  mismo  que  exponerlo  á  las  eventualidades  de  un  negocio  pro- 
blemático. 

Causa  verdadero  asombro  ver  entre  jugadores,  la  religiosidad  con 


40B  REVISTA  NACIONAL. 


que  se  cubren  las  deudas  de  una  noche  de  estravio.  ¿Cuántas  veces  el 
hombre  que  ha  cuidado  toda  su  vida  de  conservar  ilesa  su  reputación, 
su  probidad  y  la  exactitud  en  cubrir  sus  compromisos,  no  vacila  en  ex- 
ponerse á  la  vergüenza  de  negarse  á  pagar  una  deuda  sagrada  contraí- 
da en  la  corriente  ordinaria  de  sus  negocios,  porque  apenas  tiene  pa- 
ra cubrir  la  caja  que  se  le  ha  abierto  en  la  partida  en  la  noche  ante- 
rior? Y  aquel  hombre  se  arruina,  el  fruto  de  su  trabajo  desaparece,  y 
todavía  para  cubrir  sus  sagrados  compromisos  en  el  juego  empefia  ó 
vende  las  alhajas  de  su  esposa,  los  trajes  de  sus  hijas  y  dispone  hasta 
del  diario  con  que  contaba  su  familia  para  el  alimento  más  indispen- 
sable. ¿  De  dónde  proviene  ese  modo  tan  estrafalario  de  concebir  el  ho- 
nor y  la  dignidad?  Evidentemente  que  de  la  perturbación  de  la  razón 
y  del  sentido  moral  que  no  le  permite  ya  distinguir  los  verdaderos  fac- 
tores de  la  honradez.  El  espejo  de  su  conciencia  iluminado  por  los 
destellos  de  un  juicio  recto  en  el  orden  natural  de  las  cosas  está  em- 
pefiado  en  esta  circunstancia  y  el  jugador  no  puede  ver  la  imagen  de 
su  propia  dignidad.  La  pasión  del  juego  lo  arrastra  á  tomar  como  sa- 
grada una  deuda  que  no  está  garantida  por  la  ley,  y  que  caso  de  no  ser 
honrado  jugador  se  vería  excluido  de  la  comunidad.  Esto  sería  para 
él,  no  sólo  un  oprobio,  sino  su  muerte  civil  entre  jugadores  y  su  vida 
ya  no  tiene  objeto.  Así  pues,  una  falsa  concepción  del  honor,  no  tie- 
ne más  origen  que  el  egoísmo  vesánico  de  poder  ser  siempre  jugador. 
Es  como  si  dijéramos,  la  patente  que  lo  autoriza  á  sentarse  entre  sus 
compañeros  de  banca.  Pagar  es  lo  que  importa  sea  cual  fuere  el  me- 
dio de  proveerse  de  dinero. 

Pero  aún  no  se  limita  á  esto  el  estravio  de  la  razón  del  tahúr.  La 
historia  nos  dice  que  los  antiguos  germanos  después  de  haber  perdido 
todo  su  dinero,  sus  armas  y  sus  caballos,  apostaban  su  mano  derecha 
y  si  la  perdían  se  la  cortaban  en  el  acto.  Jugadores  ha  habido  que  se 
apuestan  á  sí  mismos  dejando  firmada  su  esclavitud  por  medio  de  un 
as  ó  un  caballo.  Y  todavía  en  el  delirio  de  la  pasión  no  han  faltado  quie- 
nes apuesten  su  prometida,  su  hija  y  su  esposa.  ¿No  son  estos  actos 
propios  solamente  de  un  cerebro  que  debiera  estar  mejor  regenerándo- 
se en  los  jardines  de  un  manicomio? 

¿Y  qué  juicio  puede  formarse  del  carácter  moral  de  los  jugadores 
que  sin  escrúpulo  alguno  pierden  en  una  noche  su  fortuna,  tal  vez  el 
trabajo  acumulado  de  muchas  generaciones  y  aun  las  riquezas  que  no 
le  pertenecen?  ¿Y  del  que  loco,  insensato,  se  arruina  sin  que  haya 


EL  JUEGO  Y  BUS  CONSECUENCIAS.  460 

una  influencia  poderosa  que  lo  aparte  de  esa  pendiente  en  donde  ten- 
drá que  arrastrar  una  vida  miserable  y  tonta?  ¿Acaso  al  jugador  le 
importa  un  bledo  que  la  familia  de  su  victima  esté  en  la  miseria  ó  que 
s^a  que  el  afícionado  que  tiene  entre  sus  brazos  está  próximo  á  cu- 
brirse con  el  manto  de  la  deshonra  y  con  la  expulsión  del  seno  de  la 
sociedad  digna  y  que  rinde  culto  al  deber? 

En  los  grandes  salones  se  juega  también  dándole  el  carácter  de  una 
distracción  culta,  pero  en  el  fondo  el  tapete  verde  atrae  como  en  todas 
partes  y  fascina  y  extravia.  Los  hombres  se  arruinan  alli  pagando  su 
tributo  al  lujo,  á  la  vanidad  y  á  la  ambición ;  ó  bien  los  arrastra  la  de- 
sesperación de  encontrar  un  medio  de  rehacer  su  fortuna  mal  gastada, 
y  juegan  con  el  mismo  desenfreno  con  que  lo  hace  un  círculo  de  tahú- 
res de  profesión.  Es  que  las  pasiones  nivelan  mejor  que  las  leyes,  á 
todos  los  hombres.  Tan  inmoral  es  el  hombre  vulgar  que  gana  con  la 
cera  el  fruto  de  su  trabajo  al  candido  jornalero,  como  el  millonario  que 
arruina  al  comerciante,  al  industrial,  al  propietario  que  con  mil  afa- 
nes se  han  conquistado  una  buena  posición  y  que  en  una  noche  de  de- 
lirio arrojan  su  porvenir  á  los  pies  de  un  rey ! Decidle  al  primero 

que  con  su  ganancia  no  perjudica  realmente  al  afícionado  ó  al  apasio* 
nado,  sino  á  una  pobre  familia  que  está  votada  á  luchar  con  todos  los 
horrores  de  la  miseria,  y  se  encogerá  de  hombros ;  decidle  al  segundo 
que  con  el  dinero  que  expone  á  las  eventualidades  del  azar  puede  ha- 
cer el  bien  llevando  elementos  de  progreso  á  las  escuelas,  ó  de  consue- 
lo á  los  hospitales  y  de  vida  á  los  asilos,  y  mucho  hará  con  suscribirse 
en  una  lista  de  beneficencia  ó  de  mejoras  con  una  fracción  mezquina, 
en  el  momento  en  que  con  la  sonrisa  del  placer  satisfecho  ahogara  cou 
un  montón  de  oro  su  carta  favorita  I  ¿  No  es  esto  una  vesania  intelec- 
tual y  moral  perfectamente  caracterizada  ?  La  indiferencia,  la  falta  de 
sentimientos  humanitarios,  la  ninguna  emulación  cívica  no  revelan  una 

perturbación  moral  completa? ¿Será  preciso  darle  más  tintas  al 

cuadro  para  hacer  comprender  mejor  el  estado  moral  á  que  conduce  el 
juego?  Bien  podéis  anunciar  á  ún  tahúr,  en  los  momentos  de  más  exci- 
tación, que  su  madre,  su  esposa  ó  su  hija  están  en  agonía  y  lo  veréis 
seguir  apostando  frenético  ó  aparentemente  sereno,  pueiS  el  juego  se  ha 
sobrepuesto  á  todo  sentimiento  de  familia.  Decidle  que  á  unos  cuan- 
tos pasos  de  él  se  trata  de  cometer  un  crimen  y  que  en  su  mano  está 
prestar  eficaz  socorro ;  no  se  mueve,  mayor  crimen  le  parece  levantar- 
se cuando  está  corriendo  un  albur;  los  sentimientos  humanitarios  se 


470  REVISTA  NACIONAL. 

han  extinguido  en  su  corazón.  Decidle  que  un  amigo  tiene  un  com- 
promiso que  no  puede  cubrir  y  será  la  causa  de  su  ruina  y  os  contes- 
tará que  aquel  tiene  la  culpa  por  haberse  metido  en  malos  negocios  y 
rehusa  servirle  con  una  pequeña  suma ;  por  la  noche  pierde  cien  ve- 
ces más  de  lo  que  hubiera  desembolsado  para  hacer  una  buena  obra  y 
piensa  apostar  otro  tanto  la  noche  siguiente  para  desquitarse.  ¿Para 
qué  le  sirve  pues  el  dinero  al  jugador?  Para  sostener  el  vicio  de  la  co- 
munidad, para  asegurar  su  porvenir  de  jugador.  Podrá  ser  el  protec- 
tor de  mucha  gente  ociosa,  se  gastará  su  dinero  en  francachelas,  en  ba- 
canales, en  aventuras ;  jamás  será  el  protector  de  una  familia  pobre  y 
honrada  sino  cuando  sus  intenciones  no  sean  muy  sanas.  Para  él  no 
existe  la  virtud,  porque  no  la  comprende  y  si  alguna  vez  la  admira 
acaba  por  negarla  porque  le  conviene  que  no  exista. 

En  la  carrera  del  juego  hay  tantas  modalidades  individuales  co- 
mo en  el  vicio  de  la  embriaguez.  Asi  como  hay  cerebros  bien  organi- 
zados que  resisten  mucho  tiempo  el  uso  inmoderado  del  vino  y  forman 
una  segunda  naturaleza  de  constante  exitación  sin  que  se  perturbe  la 
inteligencia  ni  se  empafie  enteramente  el  sentido  moral,  asi  hay  mu- 
chos jugadores  que  saben  contenerse  en  ciertos  límites  que  no  ocasio- 
nen desastres  ni  á  sus  intereses  ni  á  su  familia.  Pero  preciso  es  con- 
venir que  estas  son  excepciones  y  dependen  casi  siempre  de  una  bue- 
na educación  del  carácter  y  de  la  rectitnd  de  principios  para  sobre- 
llevar, ó  mejor  dicho,  acatar  sin  perjuicio  individual  algunas  costum- 
bres sociales.  Y  aun  en  este  caso  el  hombre  no  puede  sustraerse  del 
todo  á  la  influencia  de  las  ideas  dominantes  que  forman  como  el  me- 
dio en  que  vive,  en  el  cual  se  alimenta  su  espíritu  y  donde  acaba  por 
adaptarse.  Hay  modas  y  costumbres  ridiculas  que  al  fin  llegan  á  im- 
ponerse á  fuerza  de  usarse  ó  repetirse.  Así  el  juego  se  impone  como 
una  costumbre  en  muchos  hombres  que  fuera  de  sus  negocios  no  tie- 
nen otra  distracción  que  los  atraiga,  ó  bien  tiene  toda  la  fuerza  de  ley 
de  la  moda  en  toda  tertulia  ó  reunión  donde  se  toma  como  pretexto  de 
distracción.  En  los  casinos  se  toma  como  un  entretenimiento  de  buen 
tono  y  en  los  cuarteles  es  el  aliciente  más  grande  del  soldado,  porque 
es  el  único  medio  que.se  le  presenta  para  mejorar  su  pré  y  satisfacer 
muchos  caprichos  propios  de  su  esfera  arruinando  á  su  compafiero  de 
armas. 

Alguien  ha  sostenido  que  el  juego  constituye  un  convenio  legal  por- 
que las  partes  arriesgan  lo  que  es  suyo  y  convienen  en  aprovecharse 


EL  JUEGO  Y  BUS  CONSECUENCIAS.  471 

de  las  ventajas  que  á  cada  quien  les  proporciona  la  suerte.  Este  argu- 
mento es  sofístico.  Haciendo  á  un  lado  la  consideración  de  que  alre- 
dedor del  tapete  verde  cada  uno  trate  de  arruinar  al  compañero  que 
tiene  al  lado,  y  que  del  espoleo  de  las  pasiones  no  resulta  sino  desmo- 
ralización y  vicio,  el  estado  mental  del  jugador  lo  pone  fuera  del  caso 
de  poder  celebrar  convenios  lícitos.  Las  estipulaciones  de  una  casa  de 
juego  están  fuera  de  la  ley  y  la  ley  en  este  punto  está  en  conformidad 
con  la  ciencia. 

Los  factores  que  inician  al  hombre  en  el  juego  y  las  circunstancias 
que  desarrollan  en  su  ánimo  la  pasión  por  él  son  pues  muy  complexos, 
pero  según  un  autor  contemporáneo,  todos  estos  estados  fenomenales 
se  reducen  á  un  instinto  propio  del  hombre,  el  deseo  de  poseer  pero 
pervertida  por  una  ambición  avarienta  muy  marcada.  Creemos  que  del 
estudio  de  las  condiciones  psicológicas  para  el  desarrollo  de  esta  pa- 
sión, pueden  alcanzarse  con  facilidad  las  aplicaciones  parciales  en  don- 
de quiera  que  se  trate  de  tocar  la  cuestión  del  juego.  Pero  si  bien  los 
factores  se  llegan  á  apreciar,  no  así  las  consecuencias  en  la  familia  y  la 
sociedad.  Como  tesis  general  puede  decirse  que  á  la  familia  se  lleva  el 
veneno  de  la  inmoralidad  que  lentamente  va  infiltrándose  en  el  alma 
del  jugador  con  la  frecuentación  de  las  casas  de  juego,  y  como  conse- 
cuencia natural  lleva  al  hogar  la  miseria  con  todos  sus  horrores,  con 
todas  las  tendencias  desesperadas  que  es  el  porvenir  de  los  seres  que 
el  destino  ha  ligado  á  la  existencia  indefinida  del  tahúr.  Para  esas  fa- 
milias no  hay  redención  posible.  Se  adaptan  á  los  vaivenes  de  la  for- 
tuna y  así  marchan  sin  cuidarse  del  mafíana  y  sin  procurar  mejorar  su 
suerte  por  medio  del  trabajo  honrado,  pues  saben  por  experiencia  ó 
por  instinto  que  el  ahorro  no  sería  sino  una  tentación  para  el  tahúr. 
Y  es  que  van  degenerando  moralmente  al  lado  del  vesánico. 

Bajo  el  punto  de  vista  social  la  infíuencia  perniciosa  del  juego  está 
comprobada  por  la  ley  fisiológica  de  la  imitación,  de  la  fascinación  que 
produce  en  los  espíritus  débiles  la  manera  de  improvisarse^  las  fortu- 
nas y  el  despilfarro  continuo  que  se  observa  en  los  jugadores.  Ade- 
más en  la  familia  tienen  su  aplicación  las  leyes  de  la  herencia  vesáni- 
ca y  bien  se  comprenden  cuáles  son  los  resultados  de  la  perversión 
moral  prematura  hereditaria. 

Si  la  ley  del  progreso  se  realiza  á  medida  que  la  sociedad  alcanza 
la  mayor  suma  de  bienestar  y  moralidad  para  el  mayor  número,  claro 
es  que  aquellos  individuos  que  no  concurren  con  su  contingente  de  in- 


472  BEVIBTA  NACIONAL. 


teligencia  y  de  trabajo  para  realizar  ese  bello  ideal  que  reasume  las 
aspiraciones  de  la  humanidad,  le  son  nocivos  porque  desequilibran 
las  fuerzas  del  perfeccionamiento  común  y  sustraen  á  la  industria  y  al 
comercio  un  capital  que  en  sus  manos  sólo  sirve  de  instrumento,  des- 
moralización y  de  cebo  para  atraer  constantemente  nuevas  víctimas. 

La  sociedad  no  debe  lanzar  sobre  la  frente  del  jugador  el  anatema 
que  lo  aisle  de  la  vida  común.  El  vicio  tiene  su  orgullo  y  contra  el 
rayo  de  la  critica  se  arma  con  el  escudo  de  la  independencia.  La  per- 
secución de  las  autoridades  convierte  á  los  jugadores  en  víctimas  y  ha- 
cen lo  que  los  cristianos  perseguidos  por  los  emperadores  romanos,  se 
refugian  en  las  sombras  y  allí  tocan  á  rebato  las  pasiones  todas. 

Conveniente  será  inculcar  en  las  ideas  dominantes,  que  las  deudas 
de  juego  no  tienen  más  validez  que  las  contraídas  por  un  demente, 
haciendo  ver  con  toda  claridad  que  el  honor  convencional  de  los  juga- 
dores pugne  con  los  principios  de  la  razón  y  es  sólo  un  síntoma  de  su 
estado  vesánico  individual  y  colectivo.  Para  lograr  este  fin  es  preciso 
que  los  médicos  alienistas,  pronuncien  su  fallo  en  esta  cuestión,  el 
cual,  estamos  seguros,  será  favorable  á  los  intereses  morales  déla  hu- 
manidad. Además  las  sociedades  de  emulación  y  de  propaganda  de 
buenos  principios  entre  las  masas,  deben  enseñar  constantemente  á  la 
juventud  las  consecuencias  vesánicas  de  la  pasión  del  juego,  y  más  pre- 
visora y  más  prudente  huirá  de  la  mansión  del  tapete  verde  donde  só- 
lo quedarán  los  tahúres  obcecados,  vesánicos  incurables.  La  casa  de 
juego  será  su  manicomio! 

Dr.  Jesús  Díaz  de  León. 


DATOS 

tABA  LA  biografía  DE  D.  MABUNO  ARISTA. 


III 


Después  de  su  referencia  á  la  prisión  y  libertad  de  Don  Mariano 
Arista  en  1838  y  1839,  su  hoja  de  servicios  prosigue  así :  '^  Fué  nom- 
brado para  mandar  una  brigada  que  salió  para  San  Luís  Potosí  con 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.         478 

destino  sobre  los  disidentes  que  se  hallaban  fortificados  en  Tampico. 
Salió  á  marchas  dobles,  y  habiendo  en  dicho  San  Luis  organizado  y 
arreglado  la  brigada,  marchó  con  ella  sobre  las  fuerzas  que  mandaba 
en  aquel  puerto  el  General  Don  Josa  Urrea,  á  quien  persiguió  en  reti- 
rada desde  Ciudad  Victoria  como  dependiente  de  la  División  que  man- 
daba en  jefe  el  Exmo.  Sr.  Presidente  Don  Anastasio  Bustamante,  y 
habiendo  llegado  cerca  de  Tampico  con  sólo  cuatrocientos,  hizo  capi- 
tular á  mil  doscientos  que  existían  en  aquella  plaza,  por  lo  cual  me- 
reció grandes  elogios  y  las  gracias  de  parte  del  Supremo  Gobierno. 
Entonces  fué  nombrado  Comandante  General  de  Tamaulipas,  y  ha- 
biendo obtenido  licencia  para  venir  á  esta  capital,  fué  nombrado  Gre- 
neral  en  Jefe  de  la  División  del  Norte  en  fines  de  1839,  á  consecuen- 
cia de  la  derrota  del  General  González  Pavón ;  y  habiendo  salido  á 
marchas  dobles,  llegó  á  Monterrey  donde  organizó  una  sección  de  ope- 
raciones, con  la  cual  tuvo  varios  encuentros  con  los  disidentes  de  los 
Departamentos  de  Oriente,  obligándolos  á  retirarse  en  la  misma  Ciu- 
dad de  Monterrey ;  y  persiguiéndolos  hasta  los  confínes  de  Coahuila  le 
presentaron  acción  en  Santa  Rita  Morelos,  en  cuyo  punto,  á  pesar  de 
que  hicieron  grande  resistencia,  los  derrotó  completamente,  y  des|més, 
como  consecuencia,  logró  pacificar  por  completo  aqcrelios  Departamen- 
tos: obturo  por  dicha  acción  ima  cruz  particular  de  honor,  cuyo  dise- 
ño aprobó  el  Gobierno.  En  seguida  marchó  á  Tampico  y  alü  evitó  ona 
asonada,  pasando  después  á  Iftatamoros  para  acabar  de  tranquilizarlos 
ánimos,  ya  con  la  investidura  de  General  en  Je£e  del  Cuerpo  del  Ejér- 
cito del  Norte.  Hecha  la  paz  en  aquellos  pueblos  por  tratados  suma- 
mente ventajosos,  que  le  fueron  elogiados  y  reconocidos  por  la  Supe- 
rioridad, se  dedicó  á  organizar  el  Ejército  para  la  defensa  de  la  inte- 
gridad del  territorio  nacional  contra  los  sublevados  de  Texas.  Asi  con- 
tinuó los  afios  de  1840  hasta  1845,  trabajando  sin  descansar  en  la  di- 
latada frontera,  donde  había  continuas  hostilidades  con  los  bárbaros  y 
los  usurpadores  de  Texas.  En  17  de  Septiembre  de  1841  fué  nombra- 
do general  de  División  por  el  E.  S.  Presidente  Don  Anastasio  Busta- 
mante,  y  después,  como  por  las  bases  de  Tacubaya  se  emprendieron 
estos  actos  del  Gobierno,  le  fué  revalidado  dicho  empleo  superior  por 
el  E.  S.  Presidente  Don  Antonio  López  de  Santa  Anna.  En  10  de  No- 
viembre del  mismo  año,  renunció  aquel  mando,  entregándolo  al  Sr. 
General  Don  Isidro  Reyes,  concediéndosele  cuartel  para  la  ciudad 
de  Monterrey.  Después  vino  á  esta  capital  de  orden  Suprema;  se  le 


474  REVISTA  NACIONAL. 


nombró  otra  vez  General  en  Jefe  de  aquel  Ejército  del  Norte  que 
desempeñó  poco  tiempo,  entregándolo  al  Sr.  General  Don  Adrián 
Woll,  y  cuando  se  verificó  la  revolución  de  México  del  6  de  Diciem- 
bre de  1844,  volvió  á  recibir  orden  de  encargarse  del  mando  en 
Jefe  del  Ejército  del  Norte,  que  aceptó  en  circunstancias  de  hallarse 
gravemente  enfermo  y  casi  agonizando,  porque  conoció  que  la  situa- 
ción era  muy  critica,  y  logró  que  antes  de  cinco  días  quedase  re- 
conocido el  nuevo  Gobierno  Nacional  del  E.  S.  Presidente  Don  José 
Joaquín  de  Herrera  en  todos  los  Departamentos  de  Oriente,  quedando 
restablecidas  la  libertad  y  las  leyes.  —  En  1846  á  la  incorporación  de 
Texas  á  los  Estados  Unidos  del  Norte,  y  en  el  acaecimiento  del  desem- 
barco de  fuerzas  americanas  en  el  territorio  nacional,  hizo  mil  esfuer- 
zos para  poner  respetable  la  Frontera,  proponiendo  cuantos  proyectos 
útiles  creyó  convenientes  para  la  defensa  de  aquel  país,  y  para  aumen- 
tar su  División  hasta  el  número  de  seis  mil  hombres ;  pero  no  pudien- 
do  ser  atendido  y  habiéndose  sublevado  contra  el  Gobierno  el  General 
Paredes,  con  toda  la  División  de  Reserva,  y  ascendido  á  la  Presiden- 
cia de  la  República,  se  le  ordenó  entregar  el  mando  y  se  retiró  á  una 
Hacienda  cerca  de  Monterrey. — Allí  se  hallaba  en  Abril  de  dicho  año 
de  1846  cuando  recibió  orden  del  4  del  mismo  de  tomar  el  mando  de 
la  División  del  Norte,  en  virtud  de  que  el  Gobierno  Supremo  supo,  el 
movimiento  que  hacían  las  fuerzas  enemigas  desde  Corpus  Cristi  hacia 
Matamoros,  y  confiado  el  Gobierno  del  Gral.  Paredes  en  el  Sr.  Arista 
interesado  en  la  defensa  y  la  organización  de  la  División  referida.  In- 
mediatamente aceptó  y  se  puso  en  marcha,  siendo  del  agrado  del  Supre- 
mo Gobierno  todas  sus  operaciones,  porque  mediante  ellas  se  tomaron 
al  enemigo  algunos  prisioneros  y  se  les  hizo  el  daño  posible :  pero  ha- 
biéndole sido  preciso  obligar  al  enemigo  á  una  batalla  el  5  de  Mayo  en 
el  punto  de  Palo  Alto,  se  reportaron  de  ella  grandes  ventajas,  sin  em- 
bargo de  que  al  día  siguiente,  en  segunda  acción,  la  fortuna  le  fué  ad- 
versa y  tuvo  que  retirarse  con  su  División  á  Matamoros,  después  de 
haberse  expuesto  mil  veces,  aun  haciendo  veces  de  soldado  en  las  di- 
ferentes cargas  que  personalmente  dio  al  enemigo,  que  por  la  superio- 
ridad de  su  artillería  le  desbarataron  sus  columnas,  á  cuya  cabeza  se 
le  vio  siempre,  y  los  mismos  enemigos  confesaron  su  bizarría.  Solici- 
tó que  se  le  juzgara  de  resultas  de  esta  desgracia,  á  fin  de  depurar  su 
conducta,  á  lo  que  condescendió  el  Supremo  Gobierno,  y  después  de 
haberse  retirado  desde  Matamoros  hasta  Linares,  se  le  ordenó  entre- 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.         fíS 

gar  el  mando  de  la  División  al  Sr.  General  Don  Francisco  Mexia,  lo 
cual  ejecutó :  después  de  algún  tiempo  y  cuando  sus  males  se  lo  per- 
mitieron vino  á  la  capital  para  ser  juzgado  en  consejo  de  guerra. 
— En  10  de  Diciembre  de  1846  se  le  concedió  la  cruz  de  constancia  de 
primera  clase,  conforme  al  tiempo  que  contaba  de  servicios.  En  la  su- 
maria que  se  le  formó  por  las  acciones  de  guerra  dadas  en  Palo  Alto  y 
la  Resaca  de  Guerrero  los  días  8  y  9  de  Mayo  de  1846,  y  posterior  eva- 
cuación de  la  ciudad  de  Matamoros,  la  Comandancia  general  del  Dis- 
trito y  Estado  de  México  á  quien  consideró  competente  el  Supremo 
Tribunal  de  la  Guerra,  de  conformidad  con  el  parecer  del  señor  fiscal 
y  consulta  del  sefíor  auditor,  declaró  con  fecha  27  de  Mayo  de  1848  no 
prestar  mérito  para  su  continuación  y  que  en  consecuencia  se  sobrese- 
yese en  ella,  publicándose  para  su  justa  vindicación  conforme  á  Orde- 
nanza por  la  orden  general  del  día,  y  á  fin  de  que  en  todo  tiempo  le 
sirviera  de  constancia  que  por  semejantes  acciones  en  nada  desmere- 
ció su  buena  reputación  militar,  justamente  adquirida,  cumpliendo  en 
esa  vez  con  lo  que  exigía  en  conciencia,  su  honor  y  obligaciones. — El 
día  14  de  Junio  de  1848  prestó  juramento  como  Secretario  del  Despa- 
cho de  Guerra  y  Marina,  y  su  firma  fué  dada  á  conocer  por  circular  del 
Ministerio  de  Justicia  y  Negocios  eclesiásticos,  de  la  propia  fecha.  En 
esta  comisión  se  portó  con  la  mayor  fidelidad,  honradez  y  circunspec- 
ción ;  sus  constantes  esfuerzos  en  el  Gabinete  y  asiduas  tareas  en  el 
despacho  de  los  negocios  del  ramo,  dieron  por  resultado  la  paz  y  tran- 
quilidad de  la  República,  y  muy  positivos  adelantos  en  la  disciplina, 
orden  y  reforma  del  ejército. — Por  decreto  de  la  Cámara  de  Diputados 
del  Congreso  general  de  8  del  mes  de  Enero  de  1851,  sancionado  al 
día  siguiente,  fué  declarado  conforme  á  los  artículos  84  y  85  de  la  Cons- 
titución Federal,  Presidente  Constitucional  de  la  República,  y  el  15  del 
propio  mes  prestó  el  juramento  correspondiente  ante  el  Soberano  Con- 
greso y  tomó  posesión."  Hasta  aquí  la  hoja  de  servicios  formada  el  30 
de  Enero  de  1851.  El  16  de  Marzo  de  1850  un  decreto  firmado  por 
Don  Juan  Alvarez  dio  noticia  al  público  de  que  el  Congreso  Constitu- 
yente del  Estado  de  Guerrero,  en  atención  á  los  grandes  servicios  pres- 
tados en  favor  de  la  independencia  del  Sur  para  que  se  elevase  al 
rango  de  Estado  Soberano,  declaraba  ciudadano  suyo  á  Don  Mariano 
Arista. 

Como  no  escribo  ni  una  historia  ni  una  biografía  de  aquel  hombre 
distinguido,  paso  por  alto  los  sucesos  relativos  á  su  Presidencia,  y  sigo 


476  REVISTA  NACIONAL. 


con  los  posteriores  á  su  renuncia  de  la  primera  Magistratura  fechada 
en  5  de  Enero  de  1853.  Retirado  en  su  hacienda  de  Nanac-amilpa,  el 

7  de  Marzo  escribiaá  su  fíel  amigo  Don  Fernando  Ramírez ''El 

pretexto  de  que  siempre  se  han  valido  contra  mi  Santa  Annay  los  su- 
yos á  falta  de  otros,  es  imputarme  connivencias  con  los  Estados  Uni- 
dos. Las  obras  hablan.  Yáfíez  fué  el  primer  ministro  mío,  Macedo  el 
segundo,  usted  el  tercero,  y  el  último  el  mismo  Yáflez:  todos  vieron 
mi  conducta  que  fué  decente.  En  mi  Administración  recibió  hostilidad 
el  Gobierno  americano,  y  se  agriaron  á  tal  grado  las  relaciones  que  el 
rompimiento  estaba  cerca  y  serio,  según  todo  su  aspecto.  ¿Qué'tiempo 
esperaba  yo  para  obrar  en  favor  de  esas  supuestas  relaciones  con  el 
Norte?  Sí  amigo,  recuerde  vd.  la  carta  que  dirigí  á  Wester,la  que  en- 
vié á  Filmore  en  contestación  á  su  amenazante  aunque  política  carta, 
y  jamás  Santa  Anna  ni  ninguno  de  esos  que  derraman  el  patriotismo, 
tendrán  títulos  más  hermosos  para  hablar  alto  sobre  ese  particular  co- 
mo los  tenemos  vd.,  el  Sr.  Yáflez,  el  Sr.  Macedo  y  yo.  —  El  general 
Santa  Anna  vendrá  en  buena  hora  contra  mí  y  contra  todos  los  que 
fueron  mis  ministros;  pero  respetará  á  vd.  porque  todos  lo  respetan  por 
su  saber,  y  su  dignidad,  y  valor  civil.  Es  vd.  mi  apoderado  y  defiende 
como  abogado  y  como  hombre  público  á  un  hombre  que  es  su  amigo 
y  su  compaflero:  así  espero  que  vd.  despreciando  todos  los  chismes  que 
son  comunes,  tome  mi  causa  por  suya,  seguro  de  que  jamás  me  he 
manchado  con  una  infamia  en  mi  gobierno,  porque  he  tenido  la  deci- 
sión de  que  nadie  ine  haga  bajar  los  ojos^  porque  me  sepa  una  aoeión 
indigna  de  un  hombre  que  ocupó  la  primera  Magistratura  de  México. 
— Quiero  me  haga  vd.  favor  de  hacer  una  visita  al  Sr.  Baranda  y  otra 
al  Sr.  Pacheco  dándoles  á  conocer  mi  gratitud  por  su  disposición  en 
mi  favor:  mucho  creo  adelantado  con  esto  y  aliento  la  esperanza  de  que 
no  saldré  de  mi  país,  cosa  que  para  mí  es  peor  que  arrastrar  una  cade- 
na en  un  presidio. — No  sé  cómo  siendo  vd.  un  hombre  vivo  y  versado 
en  conocer  á  los  hombres,  no  me  ha  conocido.  ¿Si  resistiré  á  las  ten- 

• 

taciones?  ¿Si  he  quedado  curado  y  escarmentado  del  puesto?  Ay!  ami- 
go! ¿Cree  vd.  que  si  ambición  ó  apego  al  mando  tuviera,  hubiera  deja- 
do el  poder  cuando  sólo  había  que  tomarse  el  mando  absoluto  para 
salvarme  en  el  caso  de  ser  ambicioso?  ¿Que  si  estoy  resuelto  á  un  plan 
que  me  propone?  Me  dice  vd.  que  es  necesario  renunciar  á  toda  rela- 
ción política.  Eso  está  ejecutado  con  tal  vigor  que  desde  mi  salida  de 
la  capital  encargué  á  Gutiérrez  que  abriera  mi  correspondencia,  y  no 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.         477 

me  mandara  aquí  lo  que  de  política  hablara,  contestando  él  en  mi  nom- 
bre á  todos Me  he  aislado  completamente  resuelto  á  vivir  en 

esta  hacienda  por  tanto  tiempo  cuanto  sea  necesario  para  que  todo  el 
mundo  palpe  que  no  amo  el  poder,  y  que  mi  deseo  es  concluir  mis  días 
tranquilo  y  lejos  de  la  política.  Me  agrada  el  plan  de  vd.  de  dirigir  al 
General  Santa  Anna  una  pregunta  al  llegar;  pero  esa  pregunta  debe  te- 
ner un  aspecto  noble,  pues  prefíero  la  muerte  á  la  humillación.  Opino 
que  vd.  sea  el  que  le  escriba  diciéndole  que  ha  recibido  poder  mío  y 
encargo  para  dirigirse  á  él  en  representación  de  mi  persona,  explicán- 
dole que  yo  estoy  resuelto  á  no  salir  del  país,  que  lo  considero  como 
una  pena  igual  á  la  de  presidio,  que  prefiero  los  calabozos,  los  casti- 
llos, y  lo  que  se  me  depare;  y  aun  la  misma  muerte.  Que  esa  resolu- 
ción está  apoyada  en  la  Constitución  que  me  prohibe  salir  del  país  un 
afio  después  de  haber  gobernado,  y  que  estoy  aquí  para  contestar  de 
mi  gobierno  en  el  modo  y  forma  que  la  ley  fundamental  quiere.  Que 
si  yo  quisiera  ser  revolucionario,  hubiera  abrazado  ese  camino  antes 
de  descender  del  puesto,  porque  ni  derrotas  ni  aflicciones  irremediables 
me  rodeaban  al  dejar  la  Presidencia.  Que  quiero  vivir  exento  de  la  po- 
lítica, y  que  si  hago  esta  promesa  no  es  por  humillación  ni  por  pedir 
favor  á  mi  enemigo  que  va  al  poder  de  que  yo  descendí,  sino  porque 
es  mi  voluntad  y  mi  resolución  fría  y  exentada  de  mi  comodidad  ó  de 
mis  intenciones  posteriores.  En  fin,  expresarle  que  yo  no  me  he  de 
humillar  á  nadie,  y  que  espero  lo  que  la  suerte  me  tenga  deparado. — 
Es  preciso  que  sepa  vd.  que  sigo  malo,  y  que  el  tumor  del  hueso  que 
tengo  en  el  carrillo  derecho,  no  me  deja  dormir  una  noche  sola,  y  que 
será  segura  mi  muerte  si  no  me  pongo  en  cura. — Supuesto  todo  lo  ex- 
puesto, obre  vd.  en  mi  nombre,  y  quíteme  vd.  el  tormento  que  no  me 
deja,  considerando  que  me  creen  un  hombre  semejante  al  imbécil  que 
para  atravesar  un  campo  lleno  de  abrojos  se  quitara  los  zapatos  para 
hacerlo  mejor.  Para  ser  revoltoso  despojarse  voluntariamente  de  la 
fuerza  y  de  los  medios  de  triunfar.  '* 

Antes  de  pasar  adelante  debo  decir  que  con  fecha  10  de  Enero  del 
mismo  afio  de  1853  se  le  expidió  requisitado  el  despacho  de  retiro. 
Volvamos  á  su  correspondencia,  toda  del  mayor  interés,  y  léase  la  si^ 
guíente  carta  dirigida  á  D.  Manuel  Gutiérrez  y  fechada  en  Nanao-amil- 
pa  el  18  de  Abril  de  1853:  "Mi  querido  y  buen  amigo.  Contesto  la 
grata  de  vd.  de  ayer  que  me  puso  en  nombre  de  nuestro  amigo  el  Sr. 
Escandón,  instruyéndome  de  los  términos  y  resultado  de  la  conferen- 


478  REVISTA  NACIONAL. 


cia  que  éste  tuvo  con  el  Sr.  General  Santa  Anna  respecto  á  mi  perso- 
na.— A  nadie  mejor  que  á  vd.  puedo  conferir  el  encargo  de  que  sea 
intérprete  de  mis  sentimientos  puesto  que  le  son  tan  conocidos,  y  co- 
mienzo por  decirle  que  manifieste  al  buen  amigo  Escanden  mi  cordial 
agradecimiento  por  su  oficiosidad  en  favor  mío.  Este  rasgo  de  su  cari- 
flo,  por  el  fin  noble  que  se  propuso  de  asegurar  la  quietud  en  que  vivo 
y  es  ahora  mi  único  consuelo,  jamás  será  olvidado  por  mí.  Debo  creer 
que  Escanden  asegurará  al  Sr.  Santa  Anna  que  estoy  firmemente  re- 
suelto á  no  tomar  participio  en  nada  que  siquiera  huela  á  política :  á 
dedicarme  al  trabajo  de  mi  Hacienda,  y  á  desear  de  todas  veras  el  asier- 
to  de  la  administración  pública.  Escanden  sabe  todo  esto  perfectamen- 
te y  pudo  y  podrá  cada  vez  que  se  ofrezca  esforzarse  en  el  particular, 
sin  el  menor  riesgo  de  compromiso,  pagando  un  tributo  á  mi  jus- 
ticia. Me  dice  vd.  que  el  Sr.  Santa  Anna  manifestó  á  Escanden  que 
viene  resuelto  á  no  perseguirme  ni  perseguir  á  nadie,  así  como  á  no 
exceptuar  á  ninguno  tampoco  en  la  aplicación  de  la  ley,  siempre  que 
haya  motivo  para  usar  del  rigor  de  ella ;  y  una  y  otra  cosa  honran  al 
que  tal  resolución  tiene,  porque  es  la  que  aconsejan  la  equidad  y  el 
bienestar  de  nuestra  infeliz  patria.  La  persecución  injusta,  además  de 
ser  un  agravio  á  la  razón  y  hasta  á  la  humanidad,  generalmente  dafSa 
más  al  perseguidor  que  al  perseguido ;  al  paso  que  la  firme  aplicación 
de  la  ley,  sin  distinción  de  personas,  es  la  que  puede  asegurar  el  orden 
y  los  adelantamientos  del  país. —  Estamos  pues  absolutamente  de  acuer- 
do en  estos  principios,  y  en  las  doctrinas  que  de  ellos  emanan.  Bajo 
tal  concepto  parece  que  nada  tengo  que  temer,  y  precisamente  por  es- 
to, es  decir,  porque  siempre  he  confiado  en  la  rectitud  de  Santa  Anna, 
no  quise  hacerle  la  ofensa  de  pedir  mi  pasaporte  para  fuera  de  la  Re- 
pública, porque  si  tal  hubiera  hecho  habría  dado  sobrado  mérito,  para 
que  se  tradujese  mi  comportamiento  como  una  manifestación  palma- 
ria de  que  tenia  á  Santa  Anna  por  un  inicuo  ó  mal  caballero.  Su  re- 
solución á  que  aludo  al  principio  de  este  párrafo,  me  agrada  por  justa 
y  no  podría  comprenderme  nunca. —  Quedo  impuesto  de  que  manifes- 
tó á  Escandón  su  temor,  favorable  también  á  mí,  de  que  los  anarquis- 
tas tomen  mi  nombre  por  pretexto  para  promover  algunos  trastornos, 
dando  mayor  facilidad  á  las  suposiciones  de  que  yo  fomentaría  sus  omi- 
nosos proyectos,  el  que  esta  Hacienda  se  halla  á  corta  distancia  de  esa 
Capital,  de  la  de  Puebla  y  de  otras  poblaciones  del  Estado  de  México; 
juzgando  por  lo  mismo  el  Sr.  Santa  Anna  conveniente  al  orden  y  aun 


DATOS  PARA  LA  BIOORAFIA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        479 

á  mi  persona,  que  me  separe  yo  de  ella,  pidiendo  mi  cuartel  para  alg^ 
punto  del  Estado  de  Oaxaca.  Me  dice  vd.  que  Escandón  debía  escri- 
birme para  aconsejarme  que  tomase  ese  partido,  y  por  lo  mismo  supli- 
co á  vd.  que  trasmita  á  este  amigo  las  reflexiones  que  paso  á  hacer. — 
Prescindo  por  supuesto,  de  que  en  mi  calidad  de  General  retirado  no 
podría  señalárseme  cuartel.  —  Cuantas  seguridades  se  quieran  y  cuan- 
tas quepan  en  la  esfera  de  lo  posible,  estoy  dispuesto  á  dar,  y  vd.  lo 
sabe,  acerca  de  mi  intima  aversión  á  las  revoluciones ;  de  mi  conven- 
cimiento de  que  ellas  orillan  al  país  á  su  ruina,  y  por  consecuencia 
precisa,  de  que  ni  ahora  ni  nunca,  ni  directa  ni  indirectamente  alen- 
tará ninguna  mi  voluntad  que  estuvo  siempre  fírme  contra  todas.  En 
este  sentido  he  estado  escribiendo,  aun  desde  la  época  de  mi  adminis- 
tración, á  todas  las  personas  con  quienes  llevé  relaciones ;  y  ya  vé  vd. 
si  puedo  sin  jactancia  apelar  al  testimonio  unánime  de  ellas.  He  he- 
cho más;  he  autorizado  á  vd.  y  á  todos  mis  amigos  para  que  aseguren 
al  Gobierno  que,  á  pesar  de  ser  la  expatriación  una  verdadera  y  grave 
pena  para  mí,  me  condenaría  á  ella  espontáneamente  en  el  momento 
mismo  en  que  me  persuadiera  de  que  mi  permanencia  en  la  Repúbli- 
ca daba  mérito  para  que  algunos  pretendieran  alterar  el  orden;  tendría 
la  energía  necesaria  para  dar  á  mis  soñados  partidarios  el  más  paten- 
te desengaño,  porque  tengo  bastante  patriotismo  y  él  me  aconsejaría 
semejante  conducta.  —  Ahora  bien,  ni  es  probable  que  conociéndose 
mis  ideas  y  firmes  propósitos  haya  nadie  que  quiera  valerse  de  mi  nom- 
bre, ni  es  presumible  que  la  Administración  que  va  á  establecerse, 
enérgica,  con  facultades  omnímodas  y  sin  trabas  ningunas  para  efec- 
tuar la  regeneración  de  la  República,  practicando  las  reformas  por  que 
todos  claman,  tenga  algunos  opositores,  ni  mucho  menos  opositores  te- 
mibles. ;  Ojalá  me  hubiera  yo  encontrado  legalmente  en  tan  próspero 
predicamento! — Por  lo  demás,  evitar  que  la  calumnia  me  persiga  y  se 
apodere  de  mi  nombre  en  verdad  que  raya  en  lo  imposible;  pero  ni  la 
razón  ni  la  justicia  del  Gobierno  deben  hacer  caso  de  la  maledicencia, 
ni  otra  cosa  aconseja  la  discreción  que  estar  á  la  mira  de  mi  compor- 
tamiento y  guiarse  en  virtud  de  pruebas,  despreciando  las  suposiciones 
gratuitas.  —  Pero  aun  cuando  concediéramos  que  se  me  implicase  por 
la  charla  pública  en  cualesquiera  conspiraciones,  en  mi  sentir  este  pun- 
to que  he  escogido  para  pasar  la  vida,  quieta  y  apartada  de  la  sociedad, 
es  mucho  más  á  propósito  para  que  se  me  observe.  Desde  que  vine  á 
la  Hacienda,  ni  leo  periódicos,  ni  recibo  visitas,  ni  escribo  cartas  que 


480  BEVISTA  NACIONAL. 


no  sean  puramente  de  interés  personal.  Todos  saben  que  en  una  ha- 
cienda pueden  ocultarse  mucho  menos  que  en  cualquiera  población  por 
pequefla  que  sea,  la  entrada  y  salida  de  los  emisarios,  y  las  conferen- 
cias ó  reuniones  de  gentes  sospechosas.  La  misma  inmediación  á  la 
Capital,  Puebla,  etc.,  facilita  la  acción  del  Gobierno  por  una  parte,  así 
como  por  otra  dificulta  y  hace  más  peligrosa  la  aproximación  de  los 
revolucionarios. — Mi  permanencia  en  la  Hacienda  es  conveniente  á  mi 
salud,  y  necesaria  para  el  arreglo  de  su  administración,  que  sin  mi  asis- 
tencia estaba  embrolladisima  como  á  Escandón  mismo  le  consta.  Y 
habiendo  yo  dejado  el  poder  por  virtud  de  mi  respeto  á  la  legalidad, 
y  para  pasar  á  la  condición  de  simple  ciudadano,  creo  que  en  tanto  que 
mi  conducta  no  dé  mérito  para  otra  cosa,  como  estoy  seguro  que  no  lo 
dará,  tengo  derecho  para  esperar  que  se  me  deje  tranquilo,  asi  como 
puedo  exigir  de  mi  buen  amigo  Escandón  y  de  algunos  otros,  que  in- 
terpongan su  valimiento  irabigando  en  este  sentido,  para  que  no  se  me 
obligue  á  sufrir  los  trastornos  de  un  viaje,  y  los  quebrantos  que  la  se- 
paración del  cuidado  de  mis  intereses  ocasionaría  en  ellos.  Cuidado 
que  es  la  única  garantía  de  mis  no  pocos  acreedores,  entre  quienes  se 
cuenta  Escandón.  Pídale  vd.  que  continúe  sus  buenos  oficios  hasta  el 
logro  de  mi  objeto,  diciéndole  que  no  le  perdono  que  me  escriba  acer- 
ca del  resultado.  —  Me  dice  vd.  también  que  el  Sr.  Santa  Anna  habló 
con  calor  á  Escandón  sobre  el  negocio  infausto  de  Falconnet,  y  que  es- 
te amigo  tomó  con  vehemencia  mi  defensa.  Nada  era  más  natural,  na- 
da más  justo,  y  así  me  lo  prometía  yo  no  tanto  de  su  amistad  como  de 
su  justificación ;  porque  él  mejor  que  nadie  sabe  que  yo  no  tengo  por 
qué  avergonzarme  en  aquel  negocio:  vio  la  rectitud  de  mi  manejo,  que 
no  tuvo  otro  origen  que  reconocer  la  justicia  de  los  acreedores  y  librar 
al  país  de  la  fea  nota  de  ingrato,  tominero  é  inicuo.  Supo  mi  empefio 
por  que  se  acreditase  al  Gobierno  que  la  suma  íntegra  de  los  dos  y  me- 
dio millones  llegaba  á  su  destino:  palpó,  en  fin,  la  independencia  y  ca- 
ballerosidad con  que  yo  me  manejé  en  todo,  sin  querer  siquiera  pre- 
venir el  juicio  de  mis  amigos  en  la  Cámara.  Está  bien  que  los  perió- 
dicos, el  odio  y  el  espíritu  de  partido  tergiversen  los  hechos  y  den  á 
mis  acciones  el  colorido  que  gusten;  tal  es  el  papel  que  les  toca  repre- 
sentar; pero  á  la  razón  y  á  la  justicia  el  opuesto  es  el  que  les  compete. 
Muy  especialmonte  dé  vd.  á  Escandón  las  gracias  porque  haya  tomado 
la  defensa  de  mi  honor  ofendido,  y  ojalá  que  el  Sr.  Santa  Anna  que- 
dase desimpresionado  de  las  suposiciones  calumniosas  del  vulgo,  por- 


DATOS  PARA  LA  BIOGEtAFIA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        4BI 

que  esto  importa,  más  que  á  mi,  á  la  honra  de  la  nación  á  que  todos 
servimos.  Escríbame  vd.  cuanto  antes,  y  que  haga  otro  tanto  Escan- 
den, para  saber  lo  que  debo  hacer  ó  lo  que  debo  esperar  sobre  el  asun- 
to de  esta  carta,  pues  él  deja  con  inexplicable  inquietud  á  su  afectísimo 
amigo  y  servidor  que  muy  de  veras  lo  estima." 

Mucho  más  clara,  enérgica  é  interesante  es  la  siguiente  carta  de  Aris- 
ta á  Don  Fernando  Ramírez,  fechada  también  el  18  de  Abril;  dice  asi: 
*^  Supuesto  el  paso  dado  por  Escanden  y  la  disposición  del  Sr.  Santa 
Anna,  creo  no  vendría  mal  que  vd.  como  mi  apoderado  se  acercase  á 
dicho  señor,  y  le  manifestase: — Que  lo  mismo  es  ir  á  Oaxaca  que  sa- 
lir de  la  República,  pues  lejos  de  mis  intereses  y  de  mi  ocupación  ac- 
tiva, la  pena  sería  igual  para  mí  que  la  de  presidio: — Que  obrando  el 
Sr.  Santa  Anna  con  justicia  no  tendrá  que  temer  de  mí,  pues  debe  re- 
ñexionar  que  jamás  me  ha  visto  á  la  cabeza  de  una  revolución,  desde 
el  aflo  de  33  á  la  fecha,  pues  mi  ánimo  es  decidido  en  contra  de  moti- 
nes, que  si  los  amara  no  hubiera  abandonado  el  poder  para  meterme 
á  conspirador  de  pacotilla: — En  fin,  que  soy  general  retirado,  y  que  por 
la  ley  puedo  vivir  en  donde  me  convenga,  no  estando  al  arbitrio  legal 
del  Gobierno  señalarme  residencia:— ^jue  hacerlo  sería  quebrantar  su 
propósito  de  no  perseguir  á  los  que  dice  sus  enemigos. — Por  otra  par- 
te, el  Estado  de  Oaxaca  es  el  más  propenso  á  revueltas,  y  no  sería  mi 
permanencia  allí  sino  una  alarma  de  su  Gobierno. — Que,  bien  mira- 
do, donde  quiera  que  me  ponga  tendrá  chismes  contra  mí,  inventados 
para  vengarse  de  mí  por  mis  ruines  enemigos. — Que  cerca  del  Gobier- 
no general  como  estoy  puede  vigilarme,  y  yo  mismo  seré  el  que  des- 
engañe á  los  que  invoquen  mi  nombre,  saliendo  del  país  el  día  en  que 
en  algún  punto  se  invocara  á  mano  armada. — ^En  fin,  que  yo,  seguro 
de  mi  justicia,  aguardo  lo  que  la  suerte  me  depare;  no  moviéndome  de 
mi  casa  sino  cuando  la  violencia  me  arranque  de  ella,  con  notoria  in- 
justicia, y  faltando  á  lo  que  ha  ofrecido  el  general  Santa  Anna  á  la  na- 
ción en  su  alocución  en  Veracruz  el  2  de  Abril,  "  que  no  viene  á  ven- 
gar antiguas  agravios^  etc,'' — Sobre  todo,  el  general  Santa  Anna  sabe 
que  soy  fuerte  y  que  lo  que  venga  sobre  mí  lo  sabré  sufrir  sin  faltar  á 
mi  propósito  de  odiar  las  revueltas;  y  que  si  él  es  todavía  mi  enemigo, 
lo  sea  como  lo  son  los  caballeros,  y  vengue  él  los  agravios  si  los  tiene, 
y  no  deje  á  la  mano  del  Poder  público  que  caiga  sobre  el  que  en  lo 
privado  crea  que  le  ha  ofendido.  Resuelto  á  todo  queda  su  amigo,  que 
desprecia  todo  lo  que  le  dicen  sobre  amenazas  y  seguridades,  pues  las 

B.  N.— T.  11-81 


tfi  REVISTA  NAaONAL. 


licencia,  y  si  no  finiese,  se  va  siempre;  vd.  compondrá  esto. — Contes- 
to su  nota  al  Gobierno  como  verá  vd.  en  la  copia  que  le  acompaño,  que 
si  conviene  se  publicará,  según  vd.  lo  graduará.  —  Me  escribirá  vd.  y 
todos  los  amigos  á  Londres,  dirigidas  sus  cartas  por  la  primera  vez  á 
la  Legación:  después  diré  á  vd.  á  dónde. — Ni  un  centavo  han  dado  pa- 
ra la  marcha  mía,  de  parte  del  Gobierno.  Salir  á  las  cuatro  horas  or- 
denando que  si  no  alcanzaba  el  Paquete,  quedara  preso  en  Ulúa.  Esto 
es  lo  que  dan  los  cobardes  que  mi  nombre  los  aterra.  Escriba  vd.  sin 
comprometerse,  por  Dios,  pues  lo  amo  á  vd.  mucho.  En  llegando  á  Ye- 
racruz  pondré  á  vd.  dos  palabras,  á  ver  si  dan  algún  dinero. — Reflexio- 
ne vd.  que  en  cuatro  horas  me  hicieron  salir:  que  lo  sepa  la  nación  y 
que  se  publiquen  estas  contestaciones.  La  verdad  sin  declamaciones 
será  lo  mejor." 

He  aquí,  ahora,  la  respuesta,  ya  conocida,  al  oficio  del  Ministro  de 
la  Guerra:  *Txmo.  Señor:  El  Sr.  Coronel  Andrade  me  entregó  á  las 
nueve  de  la  mañana  del  día  30  del  pasado  Abril,  en  mi  hacienda  de 
Nanac-amilpa,  la  nota  de  V.E.  de  27  del  mismo;  á  la  una  de  la  tarde 
ya  me  hallaba  en  camino  con  dirección  á  este  puerto,  según  se  me  exi- 
gió. Acabo  de  llegar  y  me  embarcaré  desde  luego  para  salir  hoy  mis- 
mo de  la  República. — No  concibo  en  qué  ó  por  qué  pueda  ser  obstácu- 
lo para  salvar  la  tranquilidad  y  el  orden  público  mi  permanencia  en 
el  pais,  cuando  por  mi  voluntad  he  dejado  la  primera  Magistratura,  re- 
nunciándola ante  las  Augustas  Cámaras  por  no  verme  en  el  caso  de 
faltar  á  la  Constitución.  —  Se  ejerce  conmigo  un  acto  arbitrario.  Sin 
delito  alguno  se  me  impone  una  pena  cruel,  desconocida  en  nuestras 
leyes,  con  el  solo  fin  de  tranquilizar  á  los  que  gobiernan  en  la  actuali- 
dad, por  consecuencia  de  una  revolución  que  no  se  comprende  todavía 
á  causa  de  sus  extraños  resultados.  Yo  debo  protestar  y  protesto  so- 
lemnemente por  semejaute  acto  de  tiranía;  y  demandaré  como  ciuda- 
dano mexicano  que  soy,  la  reparación  debida  por  los  daños  y  perjuicios 
que  se  me  infieren. —  Dios  y  Libertad.  Veracruz,  Mayo  5  de  1853. — 
Mariano  Arista, — E.  S.  Ministro  de  Guerra  y  Marina. — México." 

Quédanos  para  el  próximo  artículo  la  inserción  de  documentos  rela- 
tivos á  la  estancia  y  fallecimiento  de  Don  Mariano  Arista  en  Europa. 
De  su  importancia  é  interés  mis  lectores  juzgarán. 


Enrique  de  Olavarría  y  Ferrari. 


D.  MIGUEL  CABRERA.  tt5 


D.  MIGUEL  CABRERA, 

(N0TICU8  BIOGRÁFICAS.) 


Escasas  son  las  noticias  que  hasta  ahora  han  proporcionado  los  bió- 
grafos, sobre  D.  Miguel  Cabrera,  el  más  fecundo  y  distinguido  de  los 
artistas  mexicanos  del  siglo  XVIII. 

Más  afortunados  nosotros,  aunque  no  del  todo,  vamos  á  ofrecer 
al  lector  en  el  presente  articulo,  los  datos  que  por  nuestra  parte  hemos 
reunido,  datos  que  nos  comunicaron  nuestros  estimables  y  eruditos 
amigos,  los  Sres.  D.  José  María  de  Agreda  y  D.  Manuel  Martínez  Gra- 
cida. 

Hasta  hoy,  ignorábase  el  lugar  y  la  fecha  en  que  nació  Cabrera.  Unos 
lo  hacían  natural  de  San  Miguel  el  Grande,  Estado  de  Guanajuato,  fun- 
dándose]en  una  tradición  verbal  que  alcanzó  en  sus  mocedades  D.  Ber- 
nardo Couto,  y  otros,  en  vista  también  de  otra  tradición,  afírmaban  qué 
era  natural  de  Tlalixtac,  Estado  de  Oaxaca,  é  indio  zapoteco  de  raza 
pura. 

En  efecto,  en  dicho  pud)lo  existe  una  partida  de  bautismo  ^  de  un 
D.Miguel  Cabrera,  pero  que  indudablemente  fué  homónimo  de  nues- 
tro insigne  artista. 

A  nuestro  juicio,  Miguel  Galnrera,  el  pintor,  no  nació  en  San  Miguel 
el  Grande,  ni  en  Tlalixtac,  sino  en  la  ciudad  de  Antequera  (hoy  de 
Oaxaca),  pues  asf  lo  dijo  él  mismo,  en  las  siguientes  palabras  de  su 
testamento : 

''  En  el  Nombre  de  Dios  Nuestro  Señor  todo  Poderoso.  Amén.  Sea 
notorio  á  los  que  el  presente  vieren,  como  Yo  D.  Miguel  Cabrera,  Pro- 
fesor del  Noble  Arte  de  la  Pintura,  Natural  de  la  ciudad  de  Anteque- 
ra EN  EL  Valle  de  Oaxaca,  Vecino  de  esta  corte  de  México,  etc " 

Y  lo  confirma  su  verdadera  fe  de  bautismo  que  asi  dice : 

''En  la  ciudad  de  Antequera,  en  veinte  y  siete  de  Febrero  de  mil  y  seis- 
cientos y  noventa  y  cinco  años;  Baptisé,  puse  óleo  y  chrisma  á  Miguel, 

1  "  £n  caatro  de  Octubre  de  noyenta  y  ocho  aflos,  baatlcd,  pose  óleo  7  crisma  A 
Miguel  hijo  de  Domingo  Cabrera  y  Julia  S.  Pablo.  Fueron  compadres  Marcos  de 
Zarate  y  Andrea  de  ZArate.— Fr.  Diego  de  Haro. "  (Libro  de  Bautismos  marcado 
con  el  núm.  2,  que  comienza  el  7  de  Mayo  de  1678  y  concluye  el  4  de  Octubre  de 
1715.  La  partida  se  encuentra  asentada  en  el  año  de  1606. ) 


4M  REVISTA  NACIONAU 


hijo  de  padres  no  conocidos :  fueron  padrinos  Gregorio  de  Cabrera  y 
Juana  de  Reina.  Y  para  constancia  lo  firmé. — JuandeGuzmán."  (Li* 
bro  núm.  4,  pág.  224,  partida  de  bautismo  sin  número.) 

Asi  pues,  no  se  sabe  quienes  fueron  sus  padres ;  pero  sí  que  hizo  en 
su  ciudad  natal  los  primeros  estudios  en  el  noble  arte,  y  que  recibió 
una  esmerada  educación. 

Desde  muy  joven  comenzó  Cabrera  á  pintar,  pues  á  la  edad  de  vein- 
ticuairo  años  en  que  se  trasladó  á  México,  sin  duda  con  el  objeto  de 
dar  mayor  vuelo  y  perfeccionamiento  á  sus  estudios,  ya  había  dejado 
en  la  Catedral  de  Oaxaca  un  Apostolado,  otro  en  Teococuilco ;  en  Anal- 
co y  otros  templos  varios  cuadros,  y  muchas  pinturas  en  poder  de  par- 
ticulares. 

Vino,  pues,  á  México  el  afio  de  1719,  y  en  1740,  según  parece,  con- 
trajo matrimonio  con  Dofía  Ana  María  Solano  y  Herrera,  en  la  que 
tuvo  varios  hijos,  de  los  cuales  vivían  7  cuando  murió ;  cinco  mujeres 
y  dos  varones,  á  saber:  Dofia  María  de  la  Luz,  que  casó  con  Don  Pe- 
dro Lucas  de  Quintana;  Dofia  María  de  Jesús,  que  al  morir  su  padre 
tenía  22  afios  de  edad ;  Dofia  María  Gertrudis  de  14;  Dofia  María  Lui- 
sa de  13, que  entró  á  un  convento,  pero  que  no  profesó  por  enferme- 
dad ;  D.  Bernardo  Joachín  de  10  y  D.  Joseph  Rafael  de  7  á  8  afios. 
Otra  de  sus  hijas  fué  monja  del  Convento  de  Capuchinas  de  México, 
donde  vivió  y  murió. 

Pronto  el  genio  de  Cabrera,  como  artista,  se  dio  á  conocer,  al  grado 
que  el  Arzobispo  D.  Manuel  Rubio  y  Salinas,  le  nombró  su  pintor  de 
cámara,  y  á  este  respecto  refiere  el  P.  Gay,  ^  una  curiosa  anécdota,  que 
de  ser  cierta,  prueba  el  valor  dte  Cabrera  y  la  convicción  que  tenía  de 
su  mérito,  pues  como  se  verá,  tuvo  el  atrevimiento  de  tocar  una  obra 
de  cierto  pintor  y  de  cambiar  el  asunto  de  uno  de  sus  cuadros,  de  un 
modo  que  podía  haberíe  costado  caro  en  aquellos  tiempos.  Hela  aquí: 

"Simulando — dice — que  ignoraba  el  arle  de  Apeles,  pidió  á  un  exce- 
lente pintor  que  por  entonces  tenía  de  encargo  un  cenáculo,  que  lo  en- 
sefiase.  Recibido  como  aprendiz,  se  empleó  por  algunos  días  en  moler 
colores.  Concluido  el  cenáculo,  el  maestro  pasó  personalmente  á  dar 
aviso  al  lllmo.  Sr.  Arzobispo  D.  José  Manuel  Rubio  y  Salinas,  á  quien 
el  cuadro  debía  pertenecer  en  lo  sucesivo.  El  tiempo  empleado  por  el 
pintor  en  ir  de  su  casa  al  Arzobispado,  fué  suficiente  á  Cabrera  para 

1  Historia  de  Oaxaca^  tomo  II,  cap.  XII,  nota  á  la  pág.  293. 


D.  MIGUEL  CABRERA.  487 


desfigurar  el  hermoso  cenáculo,  haciendo  empufiar  á  San  Pedro  un 
agudo  pufial  y  mudando  de  un  modo  semejante  la  expresión  y  actitud 
de  los  otros  apóstoles.  Inútil  es  decir  cuan  sorprendido  quedó  el  maes- 
tro al  contemplar  tan  lastimosamente  transformado  el  cuadro  que  sin 
defecto  había  salido  de  su  inspirado  pincel.  Sospechó  que  Cabrera  fue- 
se el  autor  de  aquel  trastorno  y  lo  denunció  como  culpable  al  sefior 
Arzobispo,  quien  descubriendo  en  los  toques  atrevidos  pero  maestros 
del  aprendiz  la  obra  del  genio,  se  declaró  su  protector.*' 

No  sólo  gozó  de  esta  protección  Cabrera;  todos  á  porfía  se  disputaron 
sus  pinturas:  la  '^Universidad,  las  comunidades  religiosas,  los  templos, 
los  establecimientos  públicos,  y  principalmente  los  jesuítas/*  '^Cabre- 
ra — dice  el  Sr.  Couto — fué  el  pintor  de  la  Compañía,  y  entre  el  artista 
y  aquella  sabia  Corporación  mediaron  las  relaciones  más  estrechas. 
Las  casas  de  los  jesuítas  estaban  llenas  de  cuadros  suyos.  Por  último, 
sus  mismos  compañeros  de  profesión,  ¡cosa  notable  entre  gentes  de  un 
oficio!  aceptaron  llanamente  el  principado  que  el  voto  público  le  con* 
cedía  en  el  arte." 

El  año  de  1753,  se  concibió  el  proyecto  de  fundar  una  Aeademiade 
la  muy  noble  é  inmemorial  arte  de  la  Pinturay  á  semejanza  de  la  que 
por  entonces  se  había  establecido  en  Blspaña.  Esta  Academia  constaba 
de  un  Presidente,  seis  Directores,  un  Maestro  de  matemáticas,  un  Se- 
cretario y  un  Tesorero. 

Cabrera  fué  nombrado  Presidente  perpetuo,  es  decir,  se  le  dio  el  car- 
go {NÍncipal,  y  esta  distinción  de  que  fué  objeto,  demuestra  la  alta  es* 
tima  en  que  siempre  se  le  tuvo. 

Como  escritor  se  dio  á  conocer  también^  publicando  un  opúsculo  in- 
titulado: 

Maravilla  Americana  ||  Y  Conjunto  ||  De  Raras  Maravillas,  ||  Ob- 
servadas II  Con  la  dirección  de  las  Reglas  de  el  Arte  ||  de  la  Pintu- 
ra II  En  La  Prodigiosa  Imagen  ||  De  Nuestra  S'^*  De  Guadalupe  ||  De 
México  ||  Por  Don  Miguel  Cabrera,  ||  Pintor  ||  De  El  III**^-  S*-  D. 
Manuel  ||  Joseph  Rubio,  Y  Saunas  ||  Dignísimo  Arzobispo  de  México, 
y  de  el  Consejo  de  su  Majestad,  etc.,  ||  A  Quien  Se  La  Consagra.  ||  Con 
Licencia:  |  |  En  México  en  la  Imprenta  del  Real,  y  más  Antiguo  Co- 1 1  legio 
de  San  Ildefonso.  ||  Año  de  1756. 

En  4?,  conteniendo  ocho  hojas  preliminares  con  la  dedicatoria,  apro- 
baciones, licencia  y  protesta  del  autor;  30  páginas  de  texto,  y  al  fin  tres 
hojas  sin  foliar,  con  los  pareceres  de  los  pintores  D.  Josef  de  Ibarra,  D. 


«8  REVXHTA  NACIONAL. 


Maunel  Osorio,  D.  Juan  Patricio  Morleie,  D.  Antonio  Vallejo,  D.  Josef 
de  Alcibar  y  D.  Ventura  Arnaez. 

Fué  reimpresa  en  Madrid,  el  afto  de  1785,  en  el  tomo  I,  pág.  613,  de 
los  Opúsculos  Ouadalupanos, 

Motivó  la  publicación  de  este  escrito,  el  que  el  Abad  y  Cabildo  de  la 
Colegiata  reunieron,  en  80  de  Abril  de  1751,  á  los  más  celebrados  pin- 
tores, para  que  examinasen  el  lienzo  de  la  Vii^n  de  Guadalupe  y  emi- 
tiesen sobre  ella  su  juicio. 

Cabrera,  que  fué  uno  de  los  designados,  opinó  que  la  pintura  em- 
pleada en  el  colorido,  era  de  "cuatro  modos:  al  óleo,  al  temple,  al  agua- 
zo y  labrada  al  temple,"  y  que  "mano  más  que  humana  fué  la  que 
ejecutó  en  este  lienzo  las  cuatro  especies  dichas,  tan  disímbolas. " 

Hay  quien  crea  que,  en  el  opúsculo,  los  jesuítas  "  le  habían  llevado 
la  pluma"  á  Cabrera,  pues  dudaban  que  lo  hubiese  escrito,  y  el  Dr. 
Bartolache  da  á  entender,  que  la  imagen  fué  examinada  "más  con  los 
ojos  de  la  devoción  que  con  los  del  arte." 

Sea  de  esto  lo  que  fuere,  el  mismo  Bartolache  elogia  la  obrita  de 
Cabrera,  en  estos  términos: 

"  Demasiado  fué  que  un  hombre  lego  y  sin  otros  estudios  que  los 
honrados  domésticos  del  caballete  y  la  paleta,  acertase  á  componer  un 
opúsculo  en  que  unió  la  precisión  con  la  claridad,  instruyendo  y  delei- 
tando." ' 

El  año  de  1768,  habiendo  caído  enfermo  en  cama,  consideró  Cabre- 
ra que  el  ñn  de  su  existencia  se  aproximaba,  pues  el  14  de  Abril  otor- 
gó testamento  ante  el  notario  Don  Mariano  Buenaventura  de  Arroyo. 
Nombró  albacea  á  su  esposa,  Dofia  Ana  María  Solano  y  Herrera,  en 
su  defecto  á  Don  Pedro  Lucas  de  Quintana,  y  herederos  á  sus  hijos. 
Bien  poco  legó,  porque  una  casa  que  poseía  en  la  calle  del  Puente  Que- 
brado, la  tenía  hipotecada  en  dos  mil  pesos  á  su  citado  yerno  D.  Pe- 
dro. * 

Cabrera  murió,  pues,  pobre,  á  pesar  de  haber  pintado  muchísimo ; 
pobre,  como  mueren  generalmente  los  literatos  y  los  artistas  en  Mé- 
xico. 

Su  partida  de  defunción,  que  existe  en  el  Sagrario  de  esta  Capital, 
es  la  que  sigue: 

1  Manifiesto  scUi^actorio,  Parte  1?,  núm.  17. 

2  El  testamento  de  Cabrera,  del  que  hemos  sacado  no  pocas  n  otlclas  para  este 
articulo,  se  encuentra  en  el  protocolo  del  Ayuntamiento. 


D.  MIQU£L  CABRERA.  489 


"Don  Miguel  Cabrera.  —  En  diez  y  seys  de  Mayo  del  año  del  Sefior 
de  mil  setecientos  sesenta  y  ocho  murió  Don  Miguel  Cabrera,  casado 
con  D*  Ana  Solano,  recibió  los  santos  sacramentos.  Vivía  en  la  calle 
de  Santa  Theresa.  Se  enterró  en  la  Iglesia  de  Santa  Inés  donde  estu- 
vo su  cuerpo  con  licencia  del  Illmo.  Sr.  Arzobispo. — Pereda." 

£1  cadáver  de  Cabrera  fué  sepultado  al  pie  del  altar  de  los  pintores, 
que  había  en  Santa  Inés,  é  ignoramos  si  todavía  se  conservan  allí  sus 
restos. 

Formar  un  catálogo  completo  de  los  cuadros  de  Cabrera,  sería  em- 
presa ardua,  y  más  que  ardua  casi  imposible,  como  dijo  Couto ;  pues 
son  incontables  las  pinturas  que  dejó  en  los  claustros  de  los  conventos, 
en  los  templos,  en  los  colegios,  y  en  poder  de  particulares. 

Vamos  sin  embargo  á  enumerar,  para  que  se  tenga  una  idea  de  lo 
fecundo  de  su  pincel,  aquellas  de  que  hemos  podido  tener  noticia. 

En  el  claustro  de  la  Profesa:  la  Vida  de  San  Ignacio  que  constaba 
de  32  cuadros,  y  en  la  portería,  varios  que  representaban  al  Hombre 
degenerado  por  el  pecado  mortal  y  regenerado  por  la  religión  y  la  vir- 
tud. En  uno  de  los  cuadros,  de  la  vida  de  San  Ignacio,  se  retrató  el 
mismo  Cabrera  dentro  de  una  cárcel. 

En  el  claustro  de  Santo  Domingo:  la  Vida  de  éste,  en  iguales  con« 
diciones  que  la  de  San  Ignacio. 

En  la  sacristía  de  San  Agustín:  tres  grandes  cuadros  representando 
sucesivamente  una  PláHca  entre  Santa  Mónica  y  San  Agustín;  á  San 
Poeidio  contemplando  el  cadáver  de  San  Agustín,  en  los  momentos  en 
que  un  ángel  le  sacaba  el  corazón,  y  al  mismo  San  Agustín  elevándose 
á  los  cielos  y  arrojando  plumas  á  los  doctores  de  la  Iglesia  para  que 
difundiesen  su  doctrina.  En  el  claustro  del  Convento  existía  la  Vida 
de  San  Agustín,  ohrsL  también  de  Cabrera. 

En  el  templo  de  Santa  Inés,  y  en  el  altar  de  los  pintores  donde  fué 
sepultado  Cabrera,  cuatro  óvalos  representando  pasajes  de  la  Pasión 
del  Redentor. 

En  San  Francisco,  en  la  parte  exterior  de  la  puerta  del  costado,  de  la 
iglesia  principal,  el  Tránsito  de  San  Francisco,  y  dentro  de  la  Capilla  de 
Balvanera,  cuatro  óvalos:  la  Virgen  como  reina  de  los  patriarcas,  de  los 
profetas,  de  los  mártires,  y  de  las  vírgenes.  Además  en  la  misma  Ca- 
pilla, debajo  de  su  coro,  una  copia  de  la  invención  de  la  imagen.  Nues- 
tra Señora  de  Balvanera  de  España, 

En  el  templo  de  la  Santísima,  un  San  Homobono. 


490  REVISTA  NACIONAU 


En  el  Colegio  de  San  Ildefonso,  en  la  escalera  principal,  donde  está 
ahora  un  fresco  de  Cordero,  existía  un  San  José  cubriendo  con  su  man- 
to á  los  jesuítas,  y  en  el  paso  del  Colegio  grande  al  chico,  junto  á  la 
puerta  de  la  antigua  biblioteca,  un  Calvario  también  con  los  jesuítas. 

En  la  Academia  Nacional,  La  ApoccUlpsia,  La  regtUueión  de  San 
Jaséf  San  Bernardo^  San  Anselmo,  y  Nuestra  Señora  de  la  Merced. 

En  el  Museo,  el  retrato  del  primer  conde  de  Revillagigedo  que  for* 
ma  parte  de  la  galería  de  los  Virreyes  de  México,  el  del  Dr.  D.  José 
Antonio  Flores,  Obispo  de  Nicaragua,  firmado  en  1757,  y  el  de  D.  Ma- 
nuel Ignacio  Beye  Cisneros  y  Quijano,  rector  de  la  Universidad  y  fun- 
dador en  ella  de  la  primera  biblioteca  pública  que  hubo  en  México. 

En  poder  de  particulares  existen  en  México  muchas  pinturas  de  Ca- 
brera. El  Sr.  D.  Manuel  Rincón,  posee  una  virgen  de  Guadalupe  y  otra 
D.  Francisco  Alcántara,  y  en  casa  de  nuestro  fíno  amigo  el  Sr.  Agreda 
hemos  visto  un  precioso  San  Juan  Nepomuceno,  y  el  retrato  del  sabio 
jesuíta  mexicano,  Nicolás  Segura,  que  fué  estrangulado  en  su  celda 
de  la  Profesa,  por  un  lego,  una  noche  del  mes  de  Marzo  de  1743.  Fué 
propiedad  del  Lie.  D.  Modesto  Olaguíbel,  "un  precioso  escudo  de  mon- 
ja en  lámina  de  cobre  pequefio  y  circular,  y  fírmado  en  1749,  perfecta- 
mente acabado  y  de  belleza  sin  igual  todas  las  figuras."  ^ 

Fuera  de  México  existen  multitud  de  pinturas  de  Cabrera.  En  Te- 
pozotlán,  El  Salvador  Besucitado  y  un  San  José  cubriendo  con  su  man- 
to á  los  jesuítas.  En  Querétaro,  en  la  iglesia  de  la  Congregación,  una 
Virgen  de  Guadalupe;  en  el  Instituto  una  Virgen  de  la  Luz,  y  otra 
en  el  altar  del  templo  de  la  Cruz;  en  el  de  Santa  Rosa,  varios  lienzos 
de  la  vida  de  San  José,  y  en  la  misma  iglesia  junto  á  la  puerta,  el  re- 
trato del  famoso  capitán  de  la  Acordada,  2>.  Miguel  Vel&zquet  Lorea. 
En  San  Luis  Potosí,  en  la  Catedral,  una  Trinidfid,  y  en  San  Francis- 
co, una  Santa  Bosalia,  tres  cuadros  de  la  Vida  de  San  Antonio,  y  va- 
rios de  la  de  Sarda  Clara,  En  Morelia,  un  retrato  de  Don  Juan  de 
Palafox  y  Mendoza  en  la  iglesia  del  Carmen.  En  Puebla,  en  la  Cate- 
dral, un  Via-'Crucis,  que  consta  de  catorce  óvalos  de  dos  varas  de  altu- 
ra, cada  uno,  y  en  el  crucero,  pasajes  de  la  vida  de  San  Felipe  Neri, 
pintados  en  uno  de  los  muros.  En  Oaxaca,  ya  hemos  hecho  mención, 
de  un  Apostolado  en  la  Catedral,  otro  en  Teococuilco,  y  algunos  cua- 
dros en  Analco.  Finalmente,  dice  el  Sr.  Orozco  y  Berra  "lo  que  re- 

1  Diccionario  Universal  de  Historia  y  OeografUu  México,  1853-1856.— Artículo:  Oor 
brera  Miguel^  escrito  por  D.  Manuel  Orozco  y  Berra. 


\ 


D.  MIGUEL  CABRERA.  481 


putan  mejor  los  inteligentes,  es  lo  pintado  en  la  sacristía  de  la  iglesia 
de  Tasco,  donde  se  encuentra  una  vida  de  la  Virgen  Santísima,  dis* 
tinguiéndose  todavía,  entre  aquellos  cuadros  el  del  Nacimiento,  por  la 
contraposición  de  luces  y  la  frescura  del  colorido." 

Respecto  al  mérito  de  las  obras  de  Cabrera,  reproduciremos  los  jui* 
cios  de  personas  competentes  en  el  asunto,  como  lo  son,  á  no  dudarlo, 
los  Sres.  D.  Rafael  Lucio,  D.  Bernardo  Couto,  D.  Genaro  Ruz  de  Cea, 
y  el  viajero  Beltrami. 

Dice  el  sabio  Dr.  Lucio: 

''He  visto  cuadros  de  él  de  1750,  59,  60,  65,  67,  etc.:  pintor  fecun- 
dísimo, de  mucha  imaginación;  produjo  las  colecdones  más  vastas  que 
se  han  hecho  en  México;  muchos  claustros  de  la  capital  y  de  fuera  de 
ella  han  sido  pintados  por  él;  hada  cuadros  grandes  y  pequeños,  en 
lámina,  en' tabla  y  en  lienzo;  fírmaba  frecuentemente  sus  cuadros;  no 
se  le  puede  juzgar  indistintamente  por  cualquiera  de  sus  obras,  pues  le 
ayudaban  en  ellas  muchos  pintores  de  un  mérito  inferior  al  suyo.  No 
hay  exageración  en  decir  que  sus  obras  pueden  contarse  por  centena- 
res. Su  estilo  caracteriza  el  de  su  época:  en  lo  general  su  manejo  era 
suelto,  ligero  y  fácil,  sus  pinturas  poco  pastosas  y  no  muy  concluidas; 
su  color  tiene  algún  brillo  y  poca  solidez;  muy  superior  en  el  dibujo  y 
en  la  expresión  de  las  cabezas,  dibujadas  más  correctamente  que  las 
manos  (aunque  el  mal  dibujo  de  las  manos  es  casi  general  en  to« 
dos  los  pintores  mexicanos  de  los  siglos  pasados).  Cabrera  tomó 
mucho,  en  la  parte  de  la  composición,  de  las  antiguas  pinturas  es* 
pafiolas  que  había  en  México,  pero  conservando  su  colorido  propio  y 
su  manejo  de  pincel:  aun  en  las  copias  que  hizo,  como  en  la  de  la  Vir« 
gen  del  coro  de  Catedral,  conservó  su  manera  habitual.  Tomó  mucho 
de  estampas,  pero  no  todas  sus  composiciones  se  limitan  á  reproducir 
obras  ajenas:  algunas  veces  ejecutó  sus  propias  invenciones  con  acierto 
y  belleza:  algunas  de  sus  obras  son  estimables,  y  aunque  tiene  defectos, 
puede  reputarse  el  mejor  artista  del  siglo  XVIII."  ^ 

Ahora,  hé  aquí  lo  que  dice  Couto: 

''Cabrera  es  en  México  la  personificación  del  grande  artista,  del  pin* 
tor  por  excelencia;  y  un  siglo  después  de  muerto  conserva  intacta  la 
supremacía  que  supo  merecer,  y  que  nadie,  á  lo  que  entiendo,  le  dis- 
putó en  vida. 


1  Besefla  histórica  de  la  Pintara  Mexicana,  en  los  siglos  XVII  y  XVIII.— Mézt. 
co,  Ofloina  tlpogr&flea  de  la  Seoretarí^  de  Fomento,  18W.— Pág.  16. 


402  REVIBTA  XACIONAL. 


f  * 


'Tiene  tan  buenos  títulos  para  mantenerla!  Lo  primero  que  siem- 
pre ha  llamado  la  atención  en  él,  es  una  fecundidad  sin  ejemplo.  For- 
mar la  lista  de  sus  obras  seria  cosa  imposible,  porque  materialmente 
llenó  de  ellas  el  remo,  y  no  sólo  las  hay  en  todas  las  grandes  pobla- 
ciones, sino  que  suele  encontrárselas  hasta  en  las  pequefias,  y  aun  en 
el  campo.  Esta  fecundidad  no  provenía  únicamente  de  lozanía  de  ima- 
ginación, sino  de  una  facilidad  y  soltura  de  ejecución,  que  hoy  no  po- 
demos concebir.  Entre  sus  obras  clásicas,  ocupa  señalado  lugar  la  vi- 
da de  San  Ignacio,  que  dejaron  los  jesuitas  en  los  corredores  bajos  del 
primer  patio  de  su  casa  profesa. 

Son  32  cuadros  al  óleo,  cada  uno  con  muchas  ñguras,  casi  todas  del 
tamaño  natural,  trabajadas  con  esmero  y  bien  concluidas.  Yo  me  que- 
dé admirado  cuando  leí  en  los  cuadros  mismos  que  la  obra  se  había 
empezado  el  día  7  de  Junio  de  1756,  y  se  habia  terminado  en  27  de 
Julio  de  57;  es  decir,  en  menos  de  14  meses,  tiempo  que  apenas  bas- 
taría hoy  á  un  artista  ejercitado  para  pintar  tres  ó  cuatro  de  aquellos 
lienzos.  Pero  mi  admiración  subió  de  punto,  cuando  hallé  que  la  vida 
de  Santo  Domingo,  que  hay  en  los  claustros  de  su  convento,  de  igua- 
les condiciones  que  la  de  San  Ignacio,  filé  trabajada  en  el  mismo  año 
1756.  Justamente  se  celebra  que  Vicente  Garducho  hubiese  cumplido 
el  contrato  que  en  1626  hizo  con  el  prior  de  la  Cartuja  del  Paular,  com- 
prometiéndose á  pintar  en  cuatro  años  cincuenta  y  cinco  cuadros  de  la 
vida  de  San  Bruno  y  de  sucesos  de  la  Orden,  es  decir,  á  rasón  de  14 
cuadros  por  año.  ¿Qué  hombre  era,  pues,  Cabrera,  que  podía  dar  cima 
á  empresas  cuatro  veces  más  laboriosas  que  aquella?  Es  necesario  ver 
sus  dos  colecciones  para  apreciar  todo  lo  que  en  ellas  tuvo  que  hacer. 
Paréceme  que  nuestro  artista  pintaba  cuadros,  como  en  el  siglo  ante- 
rior Lope  de  Vega  componía  comedias.'' 

*'  El  dibujo,  prosigue  el  Sr.  Couto,  aunque  no  puede  decirse  total- 
mente correcto,  sin  embargo,  saca  ventaja  al  de  los  más  de  los  pinto- 
res mexicanos.  El  colorido  en  general  es  de  la  escuela  de  Rodríguez» 
pero  sin  la  exageración  en  que  otros  cayeron.  Por  lo  que  mira  á  la  in- 
vención, si  bien  algunas  veces  se  le  ve  apelar  á  alegorías  y  aun  al  mez- 
quino medio  de  letreros  que  salen  de  las  bocas  de  los  personajes,  en 
lo  general  escoge  con  juicio  sus  argumentos,  y  sabe  componerlos  con 
habilidad.  Sus  figuras  están  bien  distribuidas  en  cada  lienzo,  y  bien 
agrupadas  donde  conviene.  El  carácter  que  más  resalta  en  él  es  la  sua* 


D.  MIQUEL  CABRERA.  408 


vidad,  la  morbidez,  y  cierto  ambiente  general  de  belleza  que  se  derra« 
ma  en  todo  lo  que  hace.  No  tenia  sin  duda  la  buena  escuela,  ni  el 
acendrado  gusto  de  Baltasar  de  Echave  el  viejo,  y  ciertamente  carecía 
del  vigor  que  distingue  á  Sebastián  de  Arteaga  en  alguna  de  sus  obras; 
pero  no  sé  qué  magia  hay  en  Cabrera,  que  siempre  se  le  vé  con  placer, 
siempre  gusta.  Una  de  las  cosas  en  que  más  sobresale,  es  en  las  cabe- 
zas, que  casi  todas  son  bellas "  ^ 

Don  Genaro  Ruz  de  Cea  decia  de  Cabrera  en  1862 : 

"  El  pintor  mexicano  dejó  como  un  rico  reguero  de  obras  maestras 
en  México,  en  Puebla,  en  Toluca  y  Guadalajara.  La  fecundidad  de  su 
pincel,  comparable  á  la  de  Lope  de  Vega  en  sus  numerosos  dramas, 
iba  á  la  par  con  la  variedad  de  su  estilo.  Sombrío  á  veces  como  Tur- 
barón  y  Rivera,  á  veces  tierno  á  la  manera  de  Murillo,  según  los  asun- 
tos que  trataba;  en  la  vida  de  San  Ignacio,  de  Santo  Domingo,  en  la 
pasión  de  Cristo,  apacible  como  el  Guido,  y  aun  como  Carlos  Dolce, 
cuando  pintaba  la  vida  de  la  Virgen  y  su  sublime  Bambino.  Cabrera 
es  tanto  más  admirable,  cuanto  que,  sin  haber  salido  de  su  patria  y  sin 
más  guía  que  los  modelos  que  le  iban  de  España,  é  inspirado  déla  be- 
lla naturaleza  mexicana,  nos  ofrece  en  su  obra  múltiple,  la  síntesis  del 
realismo  elegante,  del  ideal  religioso  y  del  encanto  antiguo,  cuya  últi- 
ma expresión  son  Vinci,  Rafael,  el  Ticiano,  y  á  veces  el  Correggio  y 
Andrés  del  Sarto  "  ^ 

Y  por  último,  el  extranjero  Beltrami,  juzga  al  gran  artista  mexicano 
de  este  modo : 

"Algunas  pinturas  de  Cabrera  se  llamaron  maravillas  america- 
nas, y  todas  fueron  de  un  mérito  relevante.  La  vida  de  Santo  Domin- 
go pintada  por  él  en  el  claustro  de  este  nombre;  la  vida  de  San  Igna- 
cio y  la  historia  del  corazón  del  hombre  degradado  por  el  pecado  mor- 
tal y  regenerado  por  la  religión  y  la  virtud,  en  el  claustro  de  la  Profesa, 
ofrecen  dos  galerías  que  en  nada  ceden  á  las  del  claustro  de  Santa  Ma- 
ría la  Nueva  en  Florencia  y  al  camposanto  de  Pisa.  Me  aventuro  tal 
vez  demasiado  diciendo  que  Cabrera,  en  estos  dos  claustros,  vale  lo 
que  todos  los  artistas  juntos  que  han  pintado  las  dos  galerías  magnífi- 
cas italianas.  Cabrera  tiene  los  contomos  de  Correggio,  lo  animado  de 


1  Diálogo  sobre  la  historia  de  la  Pintara  en  México,  por  Bernardo  Oonto.'-r  Mé> 
xlco— Oflcina  tipog^ráflca  de  la  Secretaría  de  Fomento.— 1880,  págs.  59  y  01. 

2  Biogra/iaa  de  Mexicanos  Distinguidos,  por  Francisco  Sosa.— EdiciOn  de  la  Se- 
cretaría de  Fomento.— 1881.— Pttg.  178. 


íH  AflVIBTA  NACÍOXAU 


Dominguillo,  lo  poético  de  Morillo.  Sus  episodios,  como  los  Angeles, 
etc.,  tienen  una  beldad  rara.  En  mi  concepto,  es  un  gran  pintor.  Fué, 
además,  arquitecto  y  escultor  en  madera:  en  fin,  el  Miguel  Ángel  de 
México. " 


Luis  González  Obregón. 


VIRREINAS  DE  NUEVA  ESPAÑA. 


Los  nombres,  títulos  y  honores  de  los  virreyes  de  la  Nueva  España 
son  bien  conocidos';  pero  no  así  los  de  las  consortes  de  esos  altos  fun- 
cionarios ;  y  aunque  es  cierto  que  no  todas  fueron  virreinas,  muchas 
gozaron  esa  preeminencia.  La  siguiente  lista,  aunque  incompleta,  con- 
tiene los  nombres  de  la  mayoría  de  esas  damas,  incluyendo  las  dos  es- 
posas del  conquistador  Don  Hernando  Cortés. 

Dofía  Cathalina  Xuarez,  hija  de  Diego  Xuarez  Pacheco,  hijodalgo » 
de  la  casa  de  Niebla,  y  de  María  de  Marcayda. 

Doña  Juana  Ramírez  de  Arellano,  hija  del  2*?  conde  de  Aguilary  de 
Doña  Juana  de  Zúñiga. 

Doña  Catharina  de  Vargas,  hija  de  Don  Francisco  de  Vargas,  esposa 
de  Don  Antonio  de  Mendoza. 

Doña  Anna  de  Castilla  y  Mendoza,  hija  de  Don  Diego  de  Castilla,  se- 
ñor de  Gor,  mujer  de  Don  Luis  de  Velasco,  señor  de  Salinas. 

Doña  Leonor  de  Vico,  de  la  casa  de  los  Caraccioli,  2  desposa  de  Don 
Gastón  de  Peralta,  tercer  marqués  de  Falces. 

Doña  María  Manrique,  hija  del  marqués  de  Aguilar,  esposa  de  Don 
Martín  Henriquez  de  Almanza. 

Doña  Catharina  de  la  Cerda,  hija  del  2"  duque  de  Medina  Coeli,  es- 
posa de  Don  Lorenzo  Suárez  de  Mendoza,  4?  conde  de  la  Coruña. 

Doña  Blanca  de  Velasco,  hija  del  4*^  conde  de  Nieva,  esposa  de  Don 
Alvaro  Manrique  de  Zúñiga,  marqués  de  Villa  Manrique. 

Doña  María  de  Yrcio  y  Mendoza,  [hija  del  capitán  Martín  de  Yrcio, 


VIRREINAS  DE  NUEVA  ESPAÑA.  iSS 

conquistador,  Encomendero  de  Tepeaca,  y  de  Doña  María  de  Mendo- 
za, esposa  de  Don  Luis  de  Velasco,  primer  marqués  de  Salinas  del  Rio 
Pisuerga. 

Doña  Inés  de  Velasco  y  Aragón,  hija  de  Don  Iñigo,  condestable  de 
Castilla,  duque  de  Frías,  esposa  de  Don  Gaspar  de  Zúfiiga  y  Acebedo, 
5*^  conde  de  Monterrey.  ^ 

Doña  Ana  Mesia  Gonsalvi,  3*  marquesa  de  la  Guardia,  1*  esposa  de 
Don  Juan  de  Mendoza  y  Luna,  tercer  marqués  de  Montes  Claros. 

Doña  Luisa  Antonia  Portocarrero,  viuda  del  4*^  marqués  de  la  Guar- 
dia, 2!  esposa  de  Don  Juan  de  Mendoza  y  Luna. 

Doña  Ana  María  Riederer  de  Paar,  austriaca,  dama  de  la  reina  Do- 
ña Margarita,  esposa  de  Don  Diego  Fernandez  de  Córdoba,  11  *?  señor 
y  primer  marqués  de  Cuadalcázar.  Era  hija  de  Don  Juan  Jorge  Rie- 
derer y  de  Doña  María  Ysabel  Adorno  de  Amerín. 

Doña  Leonor  de  Portugal,  viuda  del  conde  de  Jelves,  1^  esposa  de 
Don  Diego  Carrillo  Mendoza  y  Pimentel. 

Doña  Francisca  de  la  Cueva,  hija  del  6"  duque  de  Alburquerque, 
esposa  de  Don  Rodrigo  Pacheco  Osorío,  tercer  marqués  de  Cerralvo. 

Doña  Luisa  Bernarda  de  Cabrera  y  Bobadilla,  hija  del  marqués  de 
Moya,  1  *  esposa  de  Don  Diego  López  Pacheco,  7  *?  duque  de  Escalona. 
Doña  Juana  de  Zúñiga,  hija  del  8  **-  duque  de  Béjar,  2  !  esposa  de 
Don  Diego  López  Pacheco. 

Doña  Antonia  de  Acuña  y  Guzmán,  esposa  de  Don  García  Sarmien- 
to, conde  de  Salvatierra. 

Doña  Hipólita  de  Cardona,  esposa  de  Don  Luis  Henríquez  de  Guz- 
mán, conde  de  Alba  de  Aliste. 

Doña  Juana  Francisca  de  Rivera  y  Armendáriz,  marquesa  de  Cade- 
reyta,  condesa  de  la  Torre,  camarera  mayor  déla  Reina,  esposa  de  Don 
Francisco  Fernández  de  la  Cueva,  8^  duque  de  Alburquerque. 

Doña  María*]  Ysabel  de  Ley  va,  2  f  condesa  de  Baños,  marquesa  de 
Leyva,  hija  del  conde  de  Baños,  esposa  de  Don  Juan  de  la  Cerda,  5*? 
marqués  de  Ladrada  y  de  Leyva. 

Doña  Leonor  María  de  Carretto,  hija  del  marqués  de  Carretto,  espo- 
sa de  Don  Sebastián  de  Toledo,  2  ?  marqués  de  Mancera. 

Doña  María  Luisa  Gonzaga,  hija  de  Don  Vespasiano  Gonzaga  y  de 
Doña  María  Luisa  Manrique,  esposa  de  Don  Tomás  Antonio  Manrique 
de  La  Cerda,  marqués  de  la  Lagima,  conde  de  Paredes. 
Doña  Antonia  Jiménez  de  Urrea,  Clavero  y  Sessé,  hija  de  los  seño- 


496  REVI8TA  NACIONAL. 


res  de  Barbeder,  condes  de  Aranda,  esposa  de  Don  Melchor  Portoca- 
rrero  Lasso  de  la  Vega,  conde  de  la  Monclova,  alias  Brazo  de  Plata. 

Doña  Maria  de  Atocha  Giizmán,  hija  de  Don  Luis  Ponce  de  León, 
If  esposa  de  Don  Gaspar  de  la  Cerda,  8"  conde  de  Galve. 

Doña  Elvira  Maria  de  Toledo,  hija  de  Federico,  marqués  de  Villa- 
franca,  2  *  esposa  de  Don  Gaspar  de  La  Cerda, 

Doña  Maria  Andrea  de  Guzmán  y  Manrique,  de  la  casa  de  los  du- 
ques de  Sesa,  esposa  de  Don  José  Sarmiento  Valladares,  conde  viudo 
de  Montezuma,  después  primer  duque  de  Atrisco. 

Doña  Juana  de  La  Cerda,  hija  del  duque  de  Medina  Coeli,  esposa  de 
Don  Francisco  Fernández  de  la  Cueva  Enriquez,  duque  de  Alburquer- 
que,  marqués  de  Cuellar. 

Doña  Mariana  de  Castro  y  Sylva,  hija  del  marqués  de  Guvea,  espo- 
sa de  Don  Fernando  de  Aiencastre,  duque  de  Linares. 

Doña  Antonia  Padilla,  esposa  de  Don  Juan  Francisco  Güemes  y  Hor- 
casitas. 

Doña  Luisa  Maria  del  Rosario  y  Ahumada,  esposa  de  Don  Agustín 
de  Ahumada  y  Villalón,  marqués  délas  Amarillas. 

Doña  María  Josefa  de  Acuña  Vázquez  Coronado,  esposa  de  Don  Joa- 
chin  de  Monserrat,  marqués  de  Cruillas. 

Doña  María  Josefa  Valcárcel,  esposa  de  Don  Martín  de  Mayorga. 

Doña  Felicitas  Saint  Maxent,  natural  de  Nueva  Orleans,  esposa  de 
Don  Bernardo  de  Gálvez,  conde  de  Gálvez. 

Doña  Juana  María  Pereyra,  esposa  de  Don  Manuel  Antonio  Florez. 

Doña  María  Antonia  Godoy,  hermana  del  Príncipe  de  la  Paz,  esposa 
de  Don  Manuel  de  la  Grúa,  marqués  de  Branciforte. 

Doña  María  Josefa  Alegría,  condesa  viuda  de  Contramina,  esposa  de 
Don  Miguel  Josef  de  Azanza. 

Doña  María  Ynés  de  Jáuregui  y  Arístegui,  esposa  de  Don  José  de 
Yturrigaray. 

Doña  María  Rosa  Gastón,  esposa  de  Don  Juan  Ruiz  de  Apodaca,  con- 
de de  El  Yenadito. 

Doña  Francisca  de  la  Gándara,  esposa  de  Don  Félix  María  Calleja 
del  Rey,  Conde  de  Calderón. 

Doña  Josefa  Sánchez  Barriga,  esposa  de  Don  Juan  O'Donojú. 


Ángel  NüSez  Ortega. 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        497 


DATOS 

PARA  LA  biografía  DE  D.  MARUNO  ARISTA. 


IV 


La  digna  y  decorosa  respuesta  de  Arista  á  la  orden  para  su  destierro 
excitó  contra  él  el  odio  ciego  de  sus  enemigos,  y  dio  origen  á  la  circular 
siguiente  que  marca  el  paso  por  Londres  del  general  expulsado :  "Lon- 
dres, Julio  28  de  1853. — Constantes  mis  enemigos  políticos  en  su  co- 
nocida mania  de  atribuirme  los  mayores  crímenes  para  hacerme  apa- 
recer ante  mis  compatriotas  como  un  monstruo  aborrecible,  han  inven- 
tado y  me  atribuyen  un  ofício  en  que  me  declaro  abierta  y  descarada- 
mente en  favor  de  la  anexación  de  nuestra  Patria  á  los  Estados  Unidos. 
En  medio  de  esta  desgracia  tengo  el  consuelo  de  observar  que  han 
cargado  de  tan  negros  tintes  su  falsificación,  que  ninguna  persona  de 
mediana  crítica  podrá  darle  crédito,  y  acaso  ni  aun  la  gente  más  vul- 
gar. Yo  debo,  no  obstante,  hacer  los  mayores  esfuerzos  para  denunciar 
y  desmentir  semejante  hecho  ante  mis  compatriotas,  advirtiéndoles  tam- 
bién de  que  quizás  no  será  ésta  la  última  vez  en  que  se  me  calumnie. 
Los  malvados  que  á  la  sombra  de  una  revolución  se  han  puesto  en  ap- 
titud de  hacer  tales  infamias,  no  se  paran  á  considerar  las  consecuen- 
cias que  sobrevendrán  á  la  degradante  invención  de  que  hay  mexica- 
nos de  alguna  categoría  que  opinen  por  la  muerte  de  nuestra  naciona- 
lidad y  desaparecimiento  de  la  noble  raza  espacióla  en  nuestro  conti- 
nente. Yo  creo,  por  el  contrario,  que  no  hay  traidores  en  nuestra 
República,  sino  son  los  que  se  arrojan  á  decirlo  para  deprimir  á  un 
mexicano  que  habiendo  ocupado  puestos  eminentes  entre  nosotros,  ha 
marcado  con  hechos  indelebles  su  amor  á  la  Patria  y  su  decisión  por 
sacrificarse  y  salvarla  de  los  males  que  la  llevan  á  un  abismo  insonda- 
ble. Elste  crimen  se  comete  al  mismo  tiempo  que  cesa  la  impresión  y 
publicación  de  los  periódicos  de  México,  y  no  me  queda  otro  recurso 
que  escribir  á  cuantos  amigos  pueda,  para  que  hagan  la  revelación  del 
hecho,  y  que  pongan  en  conocimiento  de  todos  los  mexicanos  la  justi- 
cia con  que  protesto,  en  contra  de  tan  escandalosas  calumnias.  Tres 
días  ha  que  esto  llegó  extrajudicialmente  á  mis  noticias  y,  sin  esperar 
las  que  vendrán  por  el  próximo  Paquete  inglés,  he  concedido  que  des- 


496  R£VISTA  NACIONAL. 


de  luego  se  publiquen  juntas,  aquí  y  en  París,  la  Terdadera  respuesta 
que  dirigi  desde  Vcracruz  al  Sr.  Tomel  y  la  infamante  que  se  me  atri- 
buye, tomándola  cual  aparece  en  el  "Heraldo"  de  Nueva  York. — De 
ambas  acompafío  á  vd.  copia,  y  me  remito  al  juicio  que,  en  vista  de 
ellas,  le  dicte  su  patriotismo,  porque  sin  duda  alguna  me  será  favora- 
ble bajo  todos  aspectos ;  y  en  esta  justa  confianza  concluyo  repitiéndo- 
me de  vd.  su  afectfsijpio  amigo  y  seguro  servidor  que  B.  S.  M. " 

Copié  ya  al  fin  del  anterior  capitulo  la  respuesta  que  dirigió  á  Tor- 
nel,  desde  Veracruz,  y  es  la  misma  que  inserta  la  circular  como  la  ver- 
dadera: después  prosigue  así:  "La  nota  fraguada  que  han  supuesto 
mía,  y  que  aparece  en  el  *^  Heraldo  "  de  Nueva  York  en  inglés,  tradu- 
cida al  castellano  dice: — Veracruz,  Mayo  5  de  1853 — Exmo.  Sr. — 
El  Coronel  Don  Miguel  Andrade  me  entregó  á  las  9  de  la  mafiana  el 
día  30  último  en  mi  hacienda  de  Nanac  Amilpa  la  comunicación  de 
V.  E.  del  27  de  Abril,  y  á  la  una  del  mismo  día  estaba  en  camino  pa- 
ra este  puerto  como  se  exigía  de  mí.  Acabo  de  llegar  á  esta  ciudad  y 
hoy  mismo  dejaré  la  República. — No  puedo  imaginar  cómo  ó  por  qué 
puede  ser  un  obstáculo  para  conservar  la  tranquilidad  y  el  orden  pú- 
blico mi  presencia  en  el  país,  á  menos  de  que  no  se  me  haga  un  cri- 
men por  haber  mantenido  algunas  relaciones  amistosas  en  lo  particu- 
lar con  Carbajal  y  otros  federalistas  Norte  Americanos,  establecidos  en 
la  frontera  del  Norte,  como  parece  indicármelo  la  expresión  de  que  ha- 
ce uso  V.  E.  en  la  nota  que  contesto,  diciendo  que  mientras  permanez- 
ca en  Europa  disfrutaré  mi  paga  y  rango.  Debo  observar  que  á  pesar 
de  mis  ideas  federales,  y  las  simpatías  que  tengo  por  la^  instituciones 
Norte  Americanas,  no  he  cometido  el  menor  acto  que  pueda  ser  causa 
para  el  castigo  de  destierro  que  se  me  aplica.  Deseo  la  dicha  de  mi 
país,  y  para  alcanzarla  no  veo  otro  camino  sino  el  de  las  instituciones 
federales,  y,  si  se  quiere,  la  anexión  á  los  Estados  Unidos,  en  la  que 
México  encontrará  una  fuente  inagotable  de  riquezas  y  prosperidad, 
aunque  pueda  perder  ese  gran  enigma,  esa  cuadratura  del  círculo,  lla- 
mada por  el  General  Santa  Anna,  nacionalidad.  —  Dia  llegará  en  que 
esto  suceda. — Entretanto,  debo  protestar  y  protesto  solemnemente  con- 
tra el  acto  de  tiranía  que  sobre  mí  recae,  y  á  su  tiempo  pediré  la  de- 
bida reparación  por  Ips  daños  que  se  me  imponen.  —  Dios  etc. — Ma- 
riano Arista — Al  E.  S.  Ministro  de  guerra  en  México." — Son  copias 
la  primera  del  original  y  la  segunda  de  la  traducción  hecha  por  el  cón- 
sul mexicano  en  esta  ciudad.  (Londres). — Mariano  Arista.,''^ 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        490 

Si  los  lectores  de  estos  artículos  comparan  uno  y  otro  documento,  el 
verdadero  y  el  falso,  y  observan  como  en  éste  fué  quitado  cuanto  en- 
volvía una  censura  contra  el  gobierno  de  Santa  Anna  para  ser  sustitui- 
do con  una  torpe  imbecilidad,  cualquiera  comprenderá  que  de  aquella 
administración  partió  la  grosera  sustitución. 

Sin  embargo,  con  supina  ligereza  ó  tal  vez  por  más  censurable  mo- 
tivo, la  calumnia  fué  acogida  por  una  publicación  francesa  respetabilí- 
sima: véase  este  asunto  en  la  siguiente  carta  muy  notable  ^  '^Monsieur 
Buloz,  Directeur  déla  Revue  des  Deux Mondes. — Paris  le  24  Fevrier 
1854 — Monsieur. — Je  vous  prie  de  recevoir  Mr.  Oseguera,  á  fin  qu'il 
vous  explique  certains  faits  qui  se  rapportent  á  mon  gouvemement:  il 
était  pour  vous  tres  difilcile  de  les  apprécier  sous  leur  véritable  jour, 
n'ayant  pas  vu  les  documents  qui  justifient  le  contraire  de  ce  que  vous 
avez  affírmé  dans  VAnniiaire  des  Deux  Mondes:  ees  documents  vous 
seront  presentes  par  Mr.  Oseguera. — Si  votre  livre  n'avait  que  la  va- 
leur  éphémére  d^un  joumal,  j'aurais  laissé  passer  vos  arréts  sans  nulle 
protestation :  mais  votre  livre  appartient  á  la  catégorie  de  ceux  que 
sont  lus  et  commentés  par  leshommes  sérieux. — Je  n^ai  pas  la  pré- 
tention  de  croire  que  tousmes  actescomme  Président  du  Mexique,  ne 
méritent  point  votre  censure  et  celle  de  mes  concitoyens :  tout  homme 
chargé  de  la  tache  difQcile  de  gouverner  sous  un  régime  constitution- 
nel,  est  forcé  d^agir  conformement  á  la  charte  et  aprés  Topinion  des 
majorités  parlamentaires.  II  est  forcé  de  faire  acte  d^abnégation  comple- 
te, malgré  ses  propres  convictions. — Toujours  est-il,  que  si  je  souffre 
de  Tarbitraire  intronisé  au  Mexique,  c^est  pour  n^avoir  pas  violé  la 
Constitution. —  Pas  un  de  mes  compatriotes  n*a  le  droit  de  me  taxer 
de  faiblesse  vis-a-vis  le  gouvemement  des  Etats-Unis  duNord. — Le 
mémoire  sur  la  concéssion  Garay  écrit  par  la  plume  savante  et  lumi- 
neuse  de  Mr.  Ramírez,  mon  anclen  ministre  derélations  extérieures- 
celui  de  Mr.  Larrainzar  et  les  instructions  par  moi  données  á  nos  re- 
présentans  á  Washington,  sont  lá  pour  témoigner  que  les  interéts  du 
Mexique  etnotre  nationalitén^avaient  jamáis  étédeféndus  avec  autant 
d'énergie  et  de  patriotisme.  Je  n^ai  pas  méme  reculé  dévant  la  mena- 
ce  d'une  rupture. —  Les  mémoiresdont  je  parle  ontétépubliésenFran; 
ce  et  aux  Etats-Unis  du  Nord;  ils  constatent  que  comme  fonctionnai- 

re  publique,  comme  soldat,  et  comme  citoyen,  je  ne  veux  étre  le  sujet 

1  Advertimos  que  esta  copia  es  íntegra  y  textual. 


500  REVISTA  NACIONAL. 


d'aucune  nation,  encoré  moins  celui  des  Etats-Unis,  quelque  grandes, 
quelque  glorieux  qu'elles  soient,  quelque  malhereux  que  le  Mexique 
devienne. — Militaire  sous  le  libérateur  Iturbide,  j'ai  juré  de  me  sacri- 
fier  pour  Tindépendence  de  mon  pays:  je  tiendrai  ce  sermenl.  — Mes 
amis  le  savent  tout  aussi  bien  que  les  ennemis  de  mon  administration. 
Quelques  uns  parmi  les  derniers  ont  eu  recours  kfal&ifler  la  note  que 
j^adressai  au  Ministre  du  Dictateur  Santa  Anna;  ils  ont  le  príncipe  in- 
fame d'arríver  au  bout  quelque  soient  les  moyens  qu^ils  emploient  pour 
y  parvenir. —  La  note  falsifiée  appareit  dans  le  Diario  de  la  Marina  de 
de  la  Havane ;  le  méme  joumal  quelque  temps  aprés  celle  que  j'avais 
réelement  écrite  au  Ministre  Tomel  et  me  donna  la  satisfaction  düe  con- 
formement  á  la  demande  que  je  fís  au  Capitaine  general  de  Tile  de 
Cuba.  Le  Times  bláma  le  faussaire  efpublia  en  méme  temps  ma  note 
origínale.  L^Eco  de  Ambos  Mundos  imprimé  á  Paris  protesta  centre  le 
calomniateur,  ainsi  que  certainsjoumaux  des  Etats-Unis. — II  y  a  plus; 
j'adressai  une  lettre  aux  américains  du  Nord  publiée  par  le  New  York 
Herald  du  17  Juilletl853pourdémentir  la  note  falsifíée:  elle  contient 
ma  profession  de  foi  á  Tégard  de  Vindependanee  absolue  de  mxm  pays 
basée  sur  le  príncipe  de  la  démocratie  la  plus  large.  Par  le  principe 
démocratique  Thostilité  qui  existe  entre  le  Mexique  et  les  Etats-Unis,. 
n'a  plus  sa  raison  d'étre,  et  leurs  intéréts  peuvent  se  combiner  sansse 
Huire  réciproquement ;  par  le  développement  de  Tinfluence  espagnole 
nous  nous  assimilons  la  civilation  latine  dont  le  foyer  est  la  France. 
— Je  con90Ís,  Monsieur,  qu'un  journal  quelconque,  soit  Techo  d'une 
calomnie  vulgaire ;  mais  lors  qu'il  s'agit  d*écrívains  tels  que  yous  dont 
la  mission  est  celle  de  diré  la  vérité,  et  de  la  diré  dans  un  récueil  his- 
torique,  il  me  semble,  qu'ils  doivent  consultertoutes  les  opinions,  tous 
les  documens  qui  etablissent  la  réalité  des  faits.  —  II  est  dit  á  la  page 
730  de  VAnnuaire  desDeux  Mondes :  il  est  á  craindre  méme  que  Tanne- 
xion  ne  fmisse  par  faire  de  prosélytes  au  Mexique,  et  que  cette  idee  ne 
devienne  le  drapeau  des  partis. — *^Plus  d\in  symptóme  pourrait  attes- 
ter  ce  mouvement,  mais  le  plus  etrange,  á  coup  súr^  c*est  une  manijes* 
tation  récente  de  V anden  président  mexicain^  du  general  Aristaj  qui 
au  moment  oú  el  recevait  Vordre  de  quitter  le'pays  il  y  a  peu  de  [temps, 
adressait  au  gouvemement  une  protestation  oü  il  fesait  ouvertement 
profession  d'annexionisme. "  —  II  y  a  plu  á  mes  ennemis  de  provoquer 
toutes  les  revolutions  possibles  pour  m'obliger  ¡á  chercher  la  liberté 
d^action  au  dépens  de  la  loi  fundaméntale  et  de  la  liberté  publique,  ma 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        501 

onscience  a  été  plus  forte  que  leur  machiavélisme ;  il  leur  a  plu  de 
m'exiler  parce  que  je  n'ai  pas  voulu  étre  parjure. —  En  mefesantjouer 
le  role  á^annexionide  ils  ont  voulu  familiariser  mes  concitoyens  avec 
ridée  que  le  chef  de  TEtat  peut  sacrifier  les  intéréts  les  plus  sacres  et 
la  nationalité,  ils  ont  deversé  la  calomnie  infame  d'annexianisme  sur 
tous  les  démocrats  du  Mexique  n^ont  vendu  pour  20  millions  de  dol- 
lars  Tarticle  11  du  traite  de  Guadalupe  et  les  39  millions  d'acres  ce- 
des aux  Etats-Unis  par  le  gouvemement  dictatorial. — II  y  a  un  autre 
point  sur  lequel  je  dois  attirer  votre  attention,  c'est  celui  qui  se  rs^- 
porte  au  contrat  Serment.  Tous  les  documents  envoyés  par  Mr.  Ramí- 
rez, par  la  Legation  du  Mexique  á  Londres  et  par  celle  accréditée  au- 
prés  des  Etats-Unis,  constatent  que  les  2.500,000  piastres  de  Tindem- 
nité  américaine  ri^ont  paa  été  envayéa  de  Washington  á  Londres,  mais 
<le  Washington  á  México  et  de  México  á  Londres  á  la  disposition  du  co- 
mité des  teneurs  des  bons  mexicains.  D^aprés  le  traite  stipulé  aveceux, 
leMexique  ne  pouvait  prélever  nul  droit  sur  les  fonds  que  le  gouvernement 
doit  leur  payer. — Les  documents  presentes  á  Mr.  Drouyu  de  Lhuys  par 
la  Legation  de  Mexique  en  France,  ainsi  que  Tafaire  terminée  au  gré 
du  gouvemement  de  TEmpereuret  celui  de  mon  pays  en  font  foi. —  U 
est  fort  pénible,  Monsieur,  de  sortir  de  Tobscurité  á  laquelle  un  expa- 
trié est  condamné,  pour  demander  á  vous,  ecrivain  consciencieux,  la 
rectification  des  erreurs  ínvoluntaires,  je  me  piáis  á  le  croire,  dans 
lesquelles  mes  calomniateurs  vous  ont  fait  tomber.  — Yous  fairez  acte 
de  justice,  si  vous  voulez  bien  publier  cette  lettre  dans  votre  revue, 
afin  de  détruire  Tefifet  défavorable  qui  ne  manquera  pas  de  produire 
au  Mexique  et  partout  le  précis  hütorigue  que  vous  avez  écriL — L'hon- 
neur  est  le  plus  cher  patrimoine  de  Thomme,  la  tache  de  traitre  á  la 
patrie  est  la  mort  du  citoyen. — Je  suis  avec  la  consideration  la  plus 
parfaite. — Votre  tres  humble  serviteur. — Le  General — Mariano  Aris- 
ta.— 51  Rué  Neuve  Saint  Augustin.'^  Volveremos  á  ver  tratado  este 
asunto  en  el  estracto  que  voy  á  hacer  de  la  correspondencia  de  Arista 
con  Don  Femando  Ramírez  en  1854.  Me  parece  inútil  encarecer  la  im- 
portancia de  su  lectura.  Dice  así:  '^No  puede  vd.  figurarse  el  placer 
<[ue  me  causó  recibir  su  muy  fina  de  27  de  Diciembre  próximo  pasado, 
pues  á  más  de  ver  letra  de  un  amigo  á  quien  tanto  aprecio,  he  tenido 
el  gusto  de  encontrar  un  hombre  de  valor  y  lealtad  tal,  que  se  atreva 
á  defender  la  verdad  y  la  justicia  delante  de  la  tiranía  misma. — Sien- 
to muchísimo  que  la  persecución  le  haya  tocado  á  vd.,  lo  siento  como 


502  REVISTA  NACIONAL. 


amigo  verdadero  que  soy  de  vd.  Si  viera  ese  negocio  políticamente,  me 
alegraría,  porque  tal  vez  desengañará  á  vd.  de  que  los  conservadores 
y  los  retrógrados  no  son  los  que  salvarán  nuestro  desgraciado  país. 
I  Ojalá  que  el  Ramírez  de  1832  se  acuerde  de  que  en  aquellos  princi- 
pios está  la  suerte  y  la  independencia  de  México!  Nadie  podrá  ser  más 
útil  á  la  patria  que  aquel  señor,  que  tiene  valor,  saber  y  consecuencia. 
Al  menos  no  está  vd.  identificado  con  ese  partido  bárbaro,  tonto  y  pue- 
ril.— Por  Dios  amigo  que  reflexione  vd.  en  esto;  hay  pocos  hombres 
en  el  país ;  es  vd.  uno  de  los  más  eminentes ;  sea  vd.  su  ayuda  con  fé 
y  valor. — Esos  hombres  van  á  caer  tarde  ó  temprano;  la  reacción  es 
peligrosa  si  no  cae  en  manos  patriotas  y  hábiles.  Ello  dirá.  —  En  el 
''Anuario  de  los  Dos  Mundos''  se  escribió  muy  mal  de  mi  administra- 
ción, dando  al  fin  por  seguro  que  yo  había  escrito  la  carta  que  fragua- 
ron mis  enemigos  sobre  anexionismo. — Oseguera  ha  redactado  mi  res- 
puesta, y  en  primera  ocasión  irán  el  ataque  y  la  defensa.  —  Estoy  ac- 
tualmente sujeto  á  curación  de  los  males  de  la  presidencia,  que  se  me 
han  fijado  en  un  cachete ;  he  sufrido  mucho,  pero  hay  esperanzas  de 
sanar." — *^  Abril  25,  Aprovechóla  marcha  del  Sr.  Montluc  (amigo 
mió  á  quien  recomiendo  á  vd.  mucho),  para  enviar  á  vd.  una  copia  de 
la  carta  que  he  dirigido  al  Editor  de  la  "Revista  de  Ambos  Mundos." 
— Esto  fué  hecho  en  virtud  de  una  porción  de  hechos  que  relataba  la 
"Revista"  de  52  á  58,  en  que,  enteramente  desorientado  el  Editor, 
dice  cosas  vulgares  é  inexactas,  tal  como  la  de  dar  por  seguro  que 
yo  mismo  me  declaraba  'anexionista,  porque  daba  por  cierta  la  car- 
ta fraguada  por  mis  enemigos. — Yo  creo  que  vd.  tendrá  esa  Revista, 
y  si  no  la  tendrá  Doyle  y  podrá  verla.  — El  Editor  de  la  Revista  está  con- 
vencido por  mi  carta  y  documentos,  y  ha  ofrecido  rectificar  ese  juicio 
en  el  primer  Semestre,  que  saldrá  en  principios  de  Julio,  y  yo  cuidaré 
de  remitirlo  á  vd. — Mayo  23.  Llegó  la  Memoria  de  vd.  y  he  tenido  el 
gusto  de  leerla.  Me  doy  mil  veces  la  enhorabuena  por  haber  tenido  á 
mi  lado  un  hombre  como  vd.,  que  no  sólo  hace  honor  á  nuestro  país»^ 
sino  que  por  su  saber,  prudencia  y  energía  ha  presentado  ala  Historia 
una  época  de  Gobierno  sostenido  en  medio  de  todos  los  inconvenien- 
tes, con  el  mayor  número  de  trabas  que  jamás  ha  encontrado  Admi- 
nistración alguna;  y  ese  sostén  no  ha  sido  obra  de  otra  cosa  que  de  la 
inteligencia  previsora  y  poderosa  de  vd.  Parece,  ó  más  bien  es  cierto, 
que  todos  se  agitaban  por  desorganizar  y  amontonar  inconvenientes,  y 
que  vd.  y  yo,  por  mi  parte,  combatíamos  contra  todos,  con  el  fin  no- 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        508 

ble  que  apenas  ahora  conocerán  algunos.  —  Esa  convicción  y  la  de- 
mostración hábil  de  Td.  en  ese  documento  precioso,  consuelan  mi  des- 
gracia, avivan  mi  gratitud  y  premian  en  parte  mis  afanes ;  porque  es 
cosa  que  sólo  á  vd.  era  dado  intentar,  defender  mi  administración  faz 
á  faz  de  ese  hombre  que  me  abomina  y  que  quiere  mostrar  á  todos 
que  yo  soy  el  más  perverso  de  cuantos  mexicanos  han  nacido.  —  No 
puede  vd.  figurarse,  amigo  mío,  cuanto  me  ha  gustado  la  revolcada  tan 
noble,  pero  tan  completa  que  ha  dado  vd.  á  Litcher,  origen  de  que  se 
me  difamase  más:  si,  mi  amigo,  porque  ese  señor,  contrariado  en  to- 
das sus  miras  y  vencido  siempre  por  la  previsión  y  habilidad  de  vd., 
se  disculpaba  ante  su  país  con  decir  que  vd.  era  el  único  obstáculo  á 
la  conservación  de  sus  miras  y  al  establecimiento  de  una  política  fal 
como  se  deseaba  en  Washington:  con  estas  especies  y  las  que  mis  ene- 
migos hicieron  correr  calumniándome,  mi  reputación  padeció  hasta  el 
grado  que  yo  mismo  no  sabia  hasta  que  leí  su  interesante  obra.  ¡Infa- 
mes! no  conocen  á  Arista  los  que  han  dudado  de  mi  asendrado  patrio- 
tismo, ó  más  bien  dicho,  no  merece  la  generalidad  los  sacrifícios  pa- 
trióticos que  yo  he  hecho  por  el  bien  público,  prestándome  como  un 
Cristo  á  ser  sacriñcado  por  salvar  la  Sociedad! — Agradezco  á  vd.  mu- 
cho lo  que  dice  respecto  de  otras  cosas,  y  acerca  de  unas  de  ellas  diré 
á  vd.  que  su  cariño  finísimo  y  su  cuidado  por  mí,  le  hacen  no  cono- 
cerme cuando  ha  imaginado  otras  veces  y  pudiera  aún,  que  yo  no  es- 
toy curado  del  deseo  de  mando,  ó  deambición,  propiamente  hablando. 
No,  mi  leal  y  fino  amigo,  conózcame  vd. :  yo  no  seré  pretendiente  ja- 
más ;  y  el  extremo  puede  que  llegue  hasta  el  grado  de  que  alguna  vez 
vea  usted  mi  absoluta  resistencia  á  volver  á  los  puestos  públicos. — 
Despojado  de  ambición  como  lo  probó  mi  renuncia,  se  conoció  clara- 
mente que  mi  intención  y  miras  eran  por  el  bien  general,  aguardan- 
do de  las  generaciones  presente  é  inmediata,  ingratitud,  para  la  Histo- 
ria, justicia  y  una  mención  proporcionada  ámis  sacrificios. — Nadie  se 
ha  atrevido  á  hacerme  invitaciones,  pero  si  las  hicieran  esté  vd.  segu- 
ro hallarán  una  resolución  firme  y  tomada  hace  tiempo :  por  esto  poco 
me  importa  que  no  estén  curados  algunos,  y  todavía  tengan  que  notar- 
me.— Repito  á  vd.  mi  reconocimiento  por  su  valor,  lealtad  y  generoso 
esfuerzo  en  defender  al  desgraciado. — Esté  vd.  seguro  que  esas  accio- 
nes nobles  llenan  el  corazón  de  quien  las  hace,  y  dan  motivo  al  res- 
peto y  estima  de  los  hombres  justos. — Agosto  30.  Contesto  su  grata 
de  1?  de  Julio,  siéndome  satisfactorio  que  agradara  á  vd.  la  respuesta 


GM  REVISTA  NACIONAL. 


que  di  á  los  Editores  de  la  "Revista de  Ambos  Mundos" — Esa  mane- 
ra enérgica  ha  producido  su  efecto,  pues  el  Editor  ha  venido  reciente- 
mente á  verme  y  á  pedirme  datos  del  estado  actual  del  país  para  la  Re- 
vista de  este  año  en  la  que  va  también  á  salir  mi  vindicación  por  ellos 
mismos. — Yo  no  he  perdidosa  ocasión ;  he  puesto  á  Oseguera  de  acuer- 
do con  el  Editor,  y  va  á  hacer  aquel  una  resefia  de  los  actos  de  los  que 
hoy  gobiernan  el  país,  á  la  que  el  Editor  quitará  sólo  la  vehemencia  ó 
la  exaltación. — Aquí  han  sucedido  cosas  grandes:  Pacheco  ha  recibi- 
do orden  de  librar  contra  Almonte  por  seiscientos  mil  pesos  del  trata- 
do de  la  Mesilla.  La  ha  recibido  también  ahora  dd  puño  y  letra  de 
Santa  Arma  y  á  excusas  de  Bonilla  y  Lares,  para  embarcar  cuatro  mil 
suizos:  el  General  suizo  pone  la  condición  de  obedecer  sólo  á  Santa 
Anna.  Todo  está  preparado  para  esta  infamia  que  se  va  á  hacer  al  país. 
Huise,  oficial  de  la  Legación,  ha  salido  con  pliegos  para  México,  y  has- 
ta su  vuelta[no  saldrá  la  expedición ;  es  decir,  que  hasta  de  aqui  á  dos 
meses.  ¿Qué  sucede  con  esos  señores  que  Santa  Anna  ya  no  se  vale 
ni  fia  de  ellos?  Así  paga  el  diablo  etc.  ¿Sufrirán  esto  los  mexicanos? 
Dios  nos  salve! — Saldré  pronto  de  Paris  á  Boulogne  donde  ochenta 
mil  franceses  harán  curaciones  en  ejercicios  generales.  Las  cartas  ci- 
tadas aquí  fueron  escritas  en  París.  Prosigamos  con  las  demás : — ^^Ber- 
liriy  SepUevnhre  27  de  1854. — No  habiendo  conseguido  los  médicos  de 
París  curarme  del  dolor  continuo  de  mi  cara,  me  decidí  á  abandonar- 
me á  la'naturaleza,  conformándome  con  padecer,  supuesto  que  esto  no 
mata,  y  empecé  por  fin  mi  'viaje  por  algunas  partes  de  Europa. — Salí 
de  París,  fui  á  Boulogne,  vi  allí  juntos  y  maniobrando  ochenta  mil  firan- 
ceses  mandados  por  el  mismo  Emperador.  Salí  de  allí  y  estuve  en  Bru- 
selas, capital  de  la  Bélgica.  Esta  pequeña  nación  es  un  verdadero  mo- 
delo de  orden  y  de  todo  lo  que  puede  desear  un  pueblo,  i  Qué  envidia 
me  ha  dado  esa  nación !  i  Quién  pudiera  ver  nuestra  patria  así ! — Es- 
tuve una  semana  en  Bruselas,  y  seguí  para  Alemania;  he  pasado  dos 
dias  navegando  las  márgenes  del  Rhin,  país  pintoresco,  río  hermoso,  y 
por  fin  estoy  en  la  capital  de  Prusia. 

En  cada  nación  que  visito  me  hago  de  su  estadística,  su  historia,  los 
planos  de  su  extensión,  y  la  Constitución  que  la  rige:  me  impongo  de 
su  hacienda  y  sus  gastos,  de  su  ejército  y  agricultura,  y  como  apasio- 
nado de  esta  última  me  he  hecho  de  buenas  obras,  y  practico  lo  que 
cada  nación  usa. — En  esto  me  empleo,  y  todos  los  días  veo  tanto,  tan- 
to bueno  y  capaz  de  r^enerar  nuestro  país,  que  lamento  que  no  viajen 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        506 

nuestros  hombres  distinguidos.  ¡Cuánto  ganaria  México  si  esto  se  hi- 
ciera!"— "Romüy  Noviembre  16  de  1854.  Me  destroza  el  corazón  ver 
el  estado  á  que  se  ha  llevado  á  nuestra  patria,  y  lo  que  se  le  espera. — 
Yo  me  presenté  como  Cristo  á  librarla  ó  á  morir:  no  tuve  apóstoles  ni 
me  comprendieron;  y  mis  amigos  y  los  que  hicieron  esfuerzos  tuvieron 
que  perder. — No  me  arrepiento  de  lo  que  hice,  ni  me  quejo  de  lo  que 
sufro,  porque  es  buena  causa.  —  Salgo  el  19  de  ésta  para  España:  me 
radico  en  Sevilla,  después  de  mi  viaje  por  casi  toda  Europa.  Asi  lo  ne* 
cesitan  mis  tenaces  males,  y  mi  deseo  de  encerrarme  allí  á  leer  todo  el 
caudal  de  libros  que  he  adquirido,  sobre  agricultura,  sobre  estadística, 
sobre  la  organización  política  de  todos  los  pueblos  que  he  visto,  y  el 
por  qué  de  su  felicidad  ó  atraso. — Allí,  en  Sevilla,  quisiera  yo  convi- 
dar á  vd.  á  que  comiéramos  juntos.  ¡  Qué  buenos  vinos,  qué  ricos  es- 
cabeches y  todo  lo  que  guisan  en  Andalucía!  A  esto  nos  reduce  á  ve- 
ces la  suerte;  á  leer  y  vegetar,  ya  que  no  he  podido  ser  bueno  para  na- 
da, ni  librado  al  país  de  desgracias  como  las  que  lo  atormentan  hoy. 
— He  tenido  una  audiencia  con  Su  Santidad:  me  ha  recibido  como  á 
un  príncipe,  dándome  asiento.  Me  habló  en  castellano  con  decisión  por 
los  mexicanos.  Estoy  muy  contento  de  esto,  y  del  Cardenal  Antonelli. 
Me  han  llenado  de  concesiones  para  mi  capilla,  de  reliquias,  y  de  in- 
dulgencias.—  Es  grandioso,  sublime,  el  modo  de  dar  culto  á  Dios  en 
estos  templos  suntuosos.   La  sencillez  y  el  decoro  presiden  en  todo. 

¡Qué  diferencia  por  allá!" —"Sevilla, Enero  21  de  1855.  Calcule  ' 

vd.  cuan  sensible  me  habrá  sido  por  lo  mucho  que  lo  amo,  el  saber  que 
al  fin  desterraron  á  vd.  como  con  razón  lo  temía  á  cada  instante. — Per- 
fidias, y  más  que  todo  envidia  á  su  saber  y  fama  que  no  pueden  tole- 
rar Bonilla  y  Lares.  —  Siento  lo  que  le  ha  pasado  por  los  trastornos  y 
gastos  que  se  originan  en  estos  casos:  por  lo  demás,  purificación  y  glo- 
ria es  que  esos  vándalos  persigan  á  uno. — Creo  dije  á  vd.  que  á  Espa- 
ña venía  á  concluir  mi  viaje  emprendido,  y  aquí  en  Sevilla  me  he  pro- 
puesto pasar  el  invierno  que  es  bastante  suave." — "Sevilla,  CaUe  de  San 
Pablo,  número  17. — Mayo  15  de  1855. — Me  tiene  vd.  en  Sevilla  en  el 
tercer  mes  que  estoy  en  curación  de  mi  dolorosísima  enfermedad:  todo 
ese  tiempo  lo  llevo  á  líquidos  porque  no  pasa  la  garganta  cosa  sólida. 
Tengo  un  ojo  tan  inñamado  que  no  me  es  permitido  leer  ni  escribir. 
El  médico  espera  curarme,  y  yo  tengo  esperanza.  Cuando  me  alivie, 
mi  primer  paso  será  buscar  á  vd.  en  París,  el  mejor  centro  posible  en 
Europa.   No  tengo  esperanza  de  que  sea  eso  sino  en  Julio:  mientras 


508  REVISTA  NACIONAL. 


tanto,  escríbame  vd.,  consuele  á  un  amigo  que  las  dolencias  tienen  pos- 
tradoi  y  necesita  la  voz  de  vd.  que  tanto  estima.  —  No  puedo  escribir 
mucho,  pues  me  cuestan  dolores  agudos  las  letras. — No  puedo  más,  y 
concluyo." 

A  los  padecimientos  de  una  enfermedad  que  pronto  iba  á  terminar 
con  la  muerte,  uniéronse  para  Don  Mariano  Arista  los  sufrimientos  de 
la  escasez  de  recursos.  Indignamente  olvidado  por  sus  perseguidores. 
Arista  habíase  mantenido  hasta  entonces  con  cierta  holgura  con  las  can- 
tidades que  de  Don  Manuel  Escanden  recibía  en  su  calidad  de  socio 
de  la  Compañía  de  Tabacos :  con  ellas  compró  la  hacienda  de  Nanao- 
amilpa  en  veinte  mil  pesos ;  con  ellas  se  proporcionó  una  libranza  de 
cuatro  mil  pesos  sobre  Londres,  y  otra  de  cinco  mil  sobre  París ;  con 
ellas  atendió  á  la  vez  á  los  gastos  de  su  hacienda  y  de  su  familia;  pero 
cuando  al  separarse  de  la  Empresa  creía  aún  contar  á  su  favor  con  un 
saldo  de  algo  más  de  diez  mil  pesos,  se  encontró  con  que  le  eran  reti- 
radas las  cartas  de  crédito  de  que  venía  disfrutando.  Este  contratiem- 
po le  sobrevino  hallándose  en  Roma.  Ya  no  como  Director  de  la  Com- 
pafiía  del  Tabaco,  sino  como  amigo,  Don  Manuel  Escandón  continuó 
facilitándole  algunas  cantidades,  pero  esto  no  podía  por  menos  de  mor- 
tifícarle  y  contribuyó  no  poco  á  que  se  agravase  su  enfermedad  que, 
según  se  ha  visto  por  algunas  de  sus  cartas,  nunca  el  Sr.  Arista  creyó 
que  fuese  una  enfermedad  mortal.  Esperando  siempre  una  curación 
completa  ó  un  positivo  alivio,  desde  Sevilla  había  escrito  al  Sr.  Escan- 
dón, con  fecha  28  de  Mayo:  "Mi  salud  comienza  á  dar  señales  de  que 
también  hay  médicos  en  España  tan  buenos,  ó  mejores,  como  los  de 
Francia. "  Desgraciadamente  su  confíanza  no  bastó  á  salvarle,  y  en  la 
estación  de  los  calores,  fortísima  en  Sevilla,  la  enfermedad  se  exacerbó 
hasta  desalentarle  y  hacerle  prever  su  próximo  fallecimiento.  He  aquí 
su  carta  última  que  hubo  de  dictar  á  un  amanuense,  y  que  sólo  tiene 
de  su  puño  la  firma  y  la  rúbrica:  "Sr.  Don  José  Femando  Ramírez. — 
Cádiz,  Agosto  4  de  1855. —  Mi  muy  estimado  amigo:  Los  males  que 
hace  tiempo  me  afligen  se  agravan  más  cada  día.  Persuadido  de  que 
nada  puedo  esperar  de  la  medicina  en  España,  he  resuelto,  aunque  con 
sumo  trabajo,  ponerme  en  marcha  para  regresar  á  París,  en  donde  la 
ciencia  se  halla  más  adelantada  y  quizás  podrá  proporcionarme  recur- 
sos que  salven  mi  existencia.  Mañana  me  embarco  en  este  puerto,  y  si 
tengo  la  fortuna  de  soportar  las  fatigas  del  viaje  penoso  que  voy  á  em- 
prender, pronto  tendré  el  gusto  de  ver  á  vd.  —  Si  por  el  contrario  su- 


DATOS  PAKA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        607 

cumbiere,  como  no  será  remoto  atendida  la  postración  de  mis  fuerzas, 
reciba  vd.  por  medio  de  ésta,  mi  más  afectuosa  despedida. — Contando 
con  la  amistad  de  vd.  de  que  tengo  tantas  pruebas,  dejo  á  Td.  conñado 
el  arreglo  de  mis  negocios  en  un  poder  para  testar  que  otorgué  en  su 
favor  en  Sevilla.  Este  documento  con  mi  equipaje  y  demás  efectos  míos 
que  traigo  conmigo,  le  será  á  vd.  entregado,  ó  por  el  Sr.  Don  Javier 
ürribarren  á  quien  hoy  le  escribo  sobre  el  particular,  ó  por  Alvarez  mi 
ayuda  de  cámara.  Le  ruego  á  vd.  tenga  la  bondad  de  recibirlo  todo, 
procediendo  de  acuerdo  con  Gutiérrez  y  Suárez  al  cumplimiento  de  mi 
última  voluntad  y  al  de  las  obligaciones  que  reportan  mis  bienes,  con- 
forme á  las  instrucciones  que  dejo  y  que  asi  mismo  se  le  entregarán. 
— Queda  muy  confiado  en  vd.  su  afectísimo  amigo  que  lo  estima  y  aten- 
to L,  B.  L.  M. — Mariano  Árütay 

Poco  tardaron  en  verse  cumplidos  sus  presentimientos.  Cuatro  días 
después  de  escrita  la  precedente  carta,  el  Vicecónsul  de  México  en  Lis- 
boa, Don  Francisco  Batalha,  recibía  de  la  Agencia  de  los  Paquetes  In- 
gleses en  la  capital  portuguesa  la  siguiente  comunicación:  "Ilustrísimo 
Señor:  Participo  á  vd.  que  el  general  Arista,  expresidente  de  la  Repú- 
blica de  México,  pasajero  á  bordo  del  Paquete  Inglés  "Tagus"  venido 
de  Cádiz  en  6  del  corriente,  falleció  ayer  á  las  diez  y  veinte  minutos  de 
la  noche.  El  general  embarcó  en  Cádiz  ya  enfermo.  Trajo  dos  criados. 
Según  consta  á  bordo,  tiene  testamento  y  valores,  todo  lo  que  está  ba- 
jo la  custodia  del  capitán;  por  eso  se  hace  necesario  que  pase  vd.  cuan- 
to antes  á  hacerse  cargo  de  esos  objetos  y  practicar  los  demás  actos  que 
juzgue  necesarios,  teniendo  en  cuenta  que  el  Paquete  parte  mañana  á 
las  ocho  de  la  mañana. — Dios  guarde  á  usted. — Lisboa,  8  de  Agosto  de 
1855. — Arthur  Van  ZeUer. — Ilustrísimo  Sr.  Rodríguez  Batalha." 

Inmediatamente  dispuso  el  Vicecónsul  que  el  cadáver  fuese  desem- 
barcado, y  después  de  haber  hecho  que  se  le  extrajera  el  corazón,  se- 
gún las  disposiciones  del  finado,  el  cuerpo  recibió  sepultura  en  el  pan- 
teón de  familia  del  Sr.  Batalha,  sito  en  el  Cementerio  Alto  de  San  Juan, 
ocupando  el  nicho  número  274.  Esto  se  hizo  el  día  9  de  Agosto. 

Coincidencia  extraña:  el  mismo  día  en  que  acogido  con  cariño  y  res- 
peto por  una  familia  y  una  tierra  extranjera  era  sepultado  el  cadáver 
del  general  Don  Mariano  Arista,  su  enconoso  perseguidor  el  general 
Don  Antonio  López  de  Santa  Anna  se  veía  obligado  á  fugarse  de  la  ca- 
pital, aborrecido  y  destronado  por  sus  mismos  compatriotas.  Para  Aris- 
ta, más  ó  menos  tarde  había  de  sonar  la  hora  de  su  glorificación,  y  ha- 


608  REVISTA  NACIONAL. 


bia  de  abrir  su  seno  la  tierra  de  la  patria  para  recibirle  en  él  como  en 
regazo  amoroso:  para  Santa  Anna  aquel  día  comenzó  la  muerte  poli- 
tica  sin  posible  resurrección.  Para  Don  Mariano  Arista  el  transcurso 
del  tiempo  sublimaría  el  recuerdo  de  sus  virtudes  públicas;  para  Santa 
Anna  la  expatriación  iba  á  ser  la  puerta  del  Inñerno  del  Dante. 

Comunicada  á  Don  Fernando  Ramírez  la  infausta  nueva,  éste  con- 
testó así:  "Sr.  Vicecónsul  Don  Francisco  Batalha. —  París,  Agosto  29 
de  1855. —  Muy  señor  mió :  En  la  apreciable  de  vd.  fecha  18  del  que 
acaba,  recibí  ayer  el  testimonio  del  testamento  otorgado  por  mi  finado 
amigo  el  Sr.  Don  Mariano  Arista,  la  copia  cuenta  de  los  gastos  eroga- 
dos en  su  muerte,  valiosa  de  mil  novecientos  cincuenta  y  cinco  francos 
cincuenta  y  cinco  céntimos,  y  el  recibo  que  otorgó  Don  José  Benito  Al- 
varez,  del  corazón,  papeles  y  equipaje  del  finado,  con  la  obligación  de 
conducirlos  á  esta  ciudad  para  entregar  al  Sr.  Don  J.  Javier  Uribarren. 
— Quedo  igualmente  entendido  por  su  citada,  que  el  cadáver  del  Sr. 
Arista  se  conserva  como  en  depósito  y  á  mi  disposición  en  el  panteón 
de  la  familia  de  vd.,  mientras  se  determina  cuál  sea  su  destino  final. 
— rYo  no  sé,  señor  Vicecónsul,  cómo  manifestar  á  vd.  mi  agradecimien- 
to por  sus  bondades  y  delicadas  atenciones;  y  por  lo  mismo  será  nece- 
sario dejarlas  al  único  que  conoce  y  sabe  recompensar  las  acciones  de 
misericordia. — El  importe  de  la  cuenta  de  gastos  será  pagado  inmedia- 
tamente que  se  presente  la  letra  que  vd.  me  anuncia. — Nada  puedo  de- 
cir á  vd.  por  ahora  respecto  á  la  traslación  del  cadáver,  porque  no  sé 
si  aun  á  mí  mismo  me  sería  permitido  entrar  en  mi  país.  Envuelto  en 
la  desgracia  que  persiguió  al  Sr.  Arista,  debo,  así  como  él,  continuar 
mi  peregrinación,  hasta  que  Dios  ó  los  hombres  le  pongan  término. 
Ruego  á  vd.  por  tanto  que  me  permita  aguardarlo,  pues  ya  había  visto 
en  el  testamento  que  el  finado  no  se  olvidó  de  su  sepulcro.  Aprovecho 
esta  ocasión  para  ofrecerme  á  las  órdenes  de  vd.  como  su  muy  atento 
y  S.  S.  Q.  B.  S.  M.,  José  F,  Ramírez.'' — El  digno  Vicecónsul  contestó 
el  3  de  Octubre  esta  carta,  diciendo  entre  otras  cosas:  ^  ^Respecto  al  ca- 
dáver del  Sr.  Arista,  en  cualquier  tiempo  ú  ocasión  que  se  quiera  se  le 
dará  consideración  especial  en  panteón  exclusivo,  ó  se  enviará  por  don- 
de se  quiera,  si  así  se  me  ordena,  entretanto  se  conservará  en  el  de  mi 
familia  con  la  distinción  que  he  hecho  poner  para  que  se  encuentre 
cuando  se  desee.'' 

Con  bastante  exactitud  una  biografía  del  Sr.  Arista  publicada  en  el 
Diccionario  The  New  American  cyclopedia^  dice  de  él :    "  En  1857  el 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        509 

"  Gobierno  del  general  Alvarez  dispuso  que  sus  restos  mortales  fuesen 
"  trasladados  á  su  patria  á  expensas  del  Erario.  Fué  reconocido  su  va- 
"  lor,  y  por  un  decreto  especial  que  ratificó  el  Congreso  Constituyente 
"  declaróse  que  había  merecido  bien  de  8u  patria^  honra  ésta  la  más  al- 
"  ta  que  México  puede  conferir.  Fué  Arista  hombre  de  pasiones  fuer- 
"  tes,  temperamento  sanguíneo,  sensible  como  una  mujer,  y  de  corazón 
"  bondadoso.  Escribió  mucho;  expresaba  sus  ideas  y  pensamientos  con 
'*  claridad  y  vigor,  en  un  estilo  notablemente  conciso.  Era  entusiasta 
"  por  la  prosperidad  de  la  agricultura.  Primero  tuvo  una  posesión  cer- 
"  ca  de  Monterrey:  después  la  vendió  y  compró  otra  en  los  Llanos  de 
"  Apan,  dedicándose  á  ella  con  todo  esmero.  Se  empeñaba  en  conocer 
'*  toda  clase  de  mejoras  introducidas  en  la  agricultura,  y  cuando  en 
*'  1833  fué  desterrado  de  México,  prestó  particular  atención  á  las  me- 
''  joras  de  los  instrumentos  agrícolas  de  los  Estados  Unidos,  é  introdu- 
"  jo  á  su  regreso  muchas  de  ellas  en  su  propiedad.  Fué  casado,  no  h¡- 
"  zo  fortuna,  pues  aunque  poseía  una  valiosa  propiedad,  para  comprar- 
"  la  tuvo  que  ser  auxiliado  por  sus  hermanos.  Puesta  en  liquidación 
"  su  testamentaría,  nada  sobró  después  de  pagadas  sus  deudas.'' 

Veintiséis  años  durmieron  sus  cenizas  en  tierra  portuguesa;  al  cabo 
de  ellos  y  con  fecha  12  de  Octubre  de  1880,  el  Gobierno  del  general 
Don  Manuel  González  dispuso  que  ^'  siendo  un  acto  de  estricta  justicia 
conservar  en  el  país  las  cenizas  del  benemérito  General  Mariano  Aris- 
ta, se  mandase  al  Cónsul  de  México  en  Lisboa  Don  Luis  Bretón  y  Ye- 
dra, procediera  á  dar  los  pasos  convenientes  para  su  traslación.''  Al 
mismo  tiempo  comisionó  al  capitán  Don  Felipe  García  Moreno  y  te- 
niente Don  Enrique  Torroella,  para  conducir  los  restos  desde  Lisboa á 
México.  Inmediatamente  que  el  citado  cónsul  recibió  las  instrucciones 
respectivas,  y  ^Wisto  el  gasto  exorbitante,  (son  sus  palabras  en  su  oficio 
de  30  de  Diciembre  al  Ministerio  de  Relaciones)  que  ocasionaba  la 
traslación  aun  siendo  efectuada  en  modestísimas  condiciones  y  sin  os- 
tentación oficial  de  ninguna  clase,  valiéndose  sólo  de  sus  relaciones  par- 
ticulares gestionó  y  consiguió  el  transporte  gratuito,  sin  que  hubiese  de 
ser  necesario  otro  gasto  que  el  de  cuatrocientos  ó  quinientos  pesos  pa- 
ra gratificar  empleados  y  curas  del  cementerio,  disponer  allí  la  capilla 
ardiente  y  construir  la  urna  para  los  restos:  con  fecha  22  de  Marzo  de 
1881  el  Gobierno  envió  al  Cónsul  una  letra  por  ochocientos  pesos.  Pa- 
ra esa  traslación  el  Gobierno  portugués  puso  graciosamente  á  disposi- 
ción del  cónsul  mexicano  el  vapor  "África"  de  su  Marina  de  Guerra, 


filo  REVISTA  NACIONAL. 


que  conduciría  los  restos  á  Cádiz:  allí  los  tomaría  el  vapor  ^^CSoruña" 
de  la  Compafiia  espafiola  de  Antonio  López  que  se  prestó  á  ese  servi- 
cio con  la  más  generosa  espontaneidad,  y  los  transportaría  hasta  la  Ha- 
bana: en  este  puerto  los  tomaría  á  su  bordo  el  vapor  "Blasco  de  Garay" 
de  la  Marína  de  Guerra  Espafiola  puesto  por  su  gobierno  á  disposición 
de  los  comisionados  de  la  República  de  México.  Asi  las  cosas  el  17  de 
Agosto  de  1881,  á  las  seis  de  la  tarde,  se  procedió  á  la  exhumación  en 
presencia  de  las  autoridades  locales  y  del  Sr.  Rodríguez  Batalha  pro- 
pietario del  panteón  donde  reposaban  los  restos  del  ilustre  general  Aris- 
ta. Sus  despojos  en  esqueleto  fueron  depositados  en  una  urna  cineraria 
de  plomo  colocada  dentro  de  otra  de  madera  de  rosa  con  adornos  de 
plata  cincelada.  A  las  ocho  de  la  mafiana  del  día  18  las  tropas  portu- 
guesas, de  gran  uniforme,  cubrieron  la  carrera  y  la  fúnebre  comitiva 
salió  del  cementerio  formando  en  ella  los  cuatro  generales  Palmeirin, 
Talaya,  Maldonado,  y  Castilo  Branco  en  representación  del  Rey  y  del 
Gobierno  portugueses:  la  urna  cubierta  con  la  bandera  mexicana  y  con- 
ducida en  suntuoso  coche  fúnebre  fué  saludada  en  la  plaza  del  Comer- 
cio con  veintiún  cañonazos,  y  conducida  después  á  la  galeota  real  ar- 
mada  en  capilla  ardiente:  esta  conducción  se  hizo  entre  dos  filas  de 
personas  principales  portadoras  de  blandones  encendidos;  las  tropas  pu- 
sieron armas  á  la  funerala,  y  las  bandas  militares  hicieron  sonar  acor- 
des apropiados  á  la  solemnidad:  "  esta  galeota^  dice  el  Cónsul  en  sus 
comunicaciones  oficiales,  es  llamada  de  los  Reyes,  porque  sólo  se  des- 
tina al  transporte  del  Jefe  del  Estado/*  A  la  galeota  seguían  en  visto- 
sa fiotilla  de  lanchas  el  Comandante  general  de  la  Armada,  su  Estado 
Mayor,  los  representantes  del  Rey,  el  alto  personal  del  Ministerio  de 
Marina,  y  la  oficialidad  de  los  buques  portugueses  anclados  en  el  Tajo, 
los  cuales  hicieron  las  salvas  de  duelo.  A  las  diez,  la  urna  quedó  de- 
positada en  la  cámara  ardiente  del  "África**  y  el  vapor  se  hizo  inme- 
diatamente á  la  mar  con  rumbo  á  Cádiz,  entrando  en  el  puerío  espafiol 
el  día  19:  allí  se  recibió  de  la  urna  la  Compañía  Antonio  López  y  á  las 
ocho  y  media  de  la  mafíana  del  30  de  Agosto  fué  conducida  á  bordo 
del  vapor  "Corufla,"  con  asistencia  del  Obispo,  del  Gobernador  civil 
y  militar,  del  vice-Almirante  de  la  Armada  y  les  miembros  del  Cuer- 
po consular:  las  fuerzas  militares  de  la  guarnición  hicieron  los  hono- 
res de  ordenanza,  y  no  los  especiales  que  el  caso  requería  por  haberse 
descuidado  el  participar  al  gobierno  español  la  fecha  del  arribo  de  los 
restos  á  Cádiz. 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        611 

A  las  dos  y  media  de  la  madrugada  del  17  de  Septiembre  el  vapor 
"Corufia*'  entró  en  el  puerto  de  la  Habana:  á  la  salida  del  sol,  la  em- 
barcación izó  á  media  asta  el  pabellón  espafüol,  y  fué  visitada  por  el 
Cónsul  de  México  y  personas  distinguidas :  en  la  cámara  principal  del 
buque  decorada  con  lujo  y  con  guardia  de  honor  montada  por  marinos 
del  equipaje,  yacía  la  urna  cineraria  sobre  la  bandera  española  y  cu- 
bierta con  la  mexicana.  A  las  siete  de  la  mañana  del  domingo  18,  el 
contra-Almirante  Don  Ramón  Topete,  comandante  general  del  Apos- 
tadero, y  numerosa  oficialidad  y  personas  distinguidas,  se  trasladaron 
al  "Corufia.^*  El  Cónsul  interino  de  México  entregó  al  general  Topete 
la  urna  que  fué  depositada  en  la  falúa  de  aquella  autoridad  y  conduci- 
da entre  los  acordes  de  la  Marcha  Real  española  al  vapor  de  guerra 
'^Blasco  de  Garay,*'  en  el  que  fué  colocada  en  un  catafalco  cubierto  con 
las  banderas  española  y  mexicana.  Un  sacerdote  cantó  un  solemne  res- 
ponso, y  en  seguida  el  contra-Almirante  mandó  ejecutar  los  disparos 
de  ordenanza,  armar  á  media  asta  su  insignia  y  la  bandera  española  de 
popa,  izar  á  igual  altura  en  el  tope  mayor  la  bandera  mexicana,  y  em- 
bicar vergas  en  señal  de  duelo.  Incontinenti  el  Sr.  Topete  pronunció, 
visiblemente  conmovido,  las  elocuentes  siguientes  frases: 

'*  Señores:  Lamento  con  toda  mi  alma  el  sentimiento  que  experi- 
"  mentó  la  Nación  mexicana,  con  la  sentida  pérdida  del  ilustre  patrí- 
^^  cío  cuyas  cenizas  yacen  en  estos  momentos  depositadas  bajo  los  pa- 
"  bellones  de  España  y  México,  unidos  en  señal  de  luto  por  esta  fúne- 
'^bre  ceremonia.  —  Pero  ya  que  asi  Dios  lo  dispuso  me  ha  cabido  la 
"  honrosa  y  señalada  distinción  de  presidirla  y  ordenar  se  ejecute  lo 
^'  dispuesto  por  el  Gobierno  español  y  que  me  fué  comunicado  por  la 
^^  superior  autoridad  de  esta  isla,  asociada  atan  solemne  acto,  para  que 
"  uno  de  nuestros  buques  de  guerra  conduzca  á  las  aguas  de  Veracruz 
"  los  venerados  restos  del  ex-Presidente  de  la  República  Mexicana,  ge- 
"  nerai  Arista.  Honra  cabe  ciertamente  á  España  por  esta  disposición, 
"  demostrando  al  mismo  tiempo  la  deferencia  y  afecto  que  S.  M.  el  Rey 
"  Don  Alfonso  XII  y  nuestra  Nación  sienten  por  México.  Deferencia  y 
'*  afecto  dignos  de  una  madre  cariñosa,  de  una  madre,  si,  porque  le  dio 
"  el  ser,  religión  é  idioma.  Es  mi  patria  España,  militar  español  soy, 
"  y  celoso  como  el  que  más  de  sus  glorias  y  esclarecido  renombre;  pe- 
**  ro,  señores,  nací  en  tierra  mexicana,  y  mexicana  era  la  madre  que 
"  me  dio  el  ser. — Descansa  en  paz,  ilustre  patricio  cuyas  cenizas  hoy 
"  guarda  España,  custodiadas  por  su  marina.  Que  bajo  su  enseña  arri- 


512  REVISTA  NACIONAL. 


"  ben  felizmente  con  la  ayuda  del  Todopoderoso,  á  la  que  fué  su  patria, 
"  y  espera  la  devolución  de  sus  restos  mortales.  Allí  nació  y  aquella 
"  tierra  ha  de  recibirlos  en  su  seno.  Allí,  honrada  su  memoria  por  sus 
'^  conciudadanos,  descanse  para  siempre  con  la  paz  de  los  muertos,  y 
"  sean  patrimonio  de  esos  conciudadanos  mismos  las  virtudes  que  pa- 
**  ra  prosperidad  y  grandeza  de  la  nación  mexicana  practicó  el  ilustre 
"  fínado.  Diga  la  lápida  de  su  sepulcro  á  las  generaciones  venideras, 
"  que  allí  descansan  sus  cenizas  llevadas  desde  Europa  á  las  aguas  me- 
"  xicanas  por  marinos  de  Espafia,  y  sea  esta  expresión  del  puro  senti- 
"  miento  que  la  inspira,  un  lazo  más  de  sincera  y  afectuosa  unión  so- 
"  bre  los  ya  estrechos  y  sagrados  vínculos  que  ligan  á  ambas  nacio- 
"  nes. " 

El  Sr.  Gutiérrez  Zamora,  encargado  del  Consulado,  dio  con  oportu- 
nas frases  las  gracias  á  Espafia,  al  Rey  y  al  contra-Almirante,  y  termi- 
nado aquel  acto,  el  "Blasco  de  Garay"  continuó  los  honores  de  orde- 
nanza que  consistieron  en  el  disparo  de  un  cañonazo  cada  cuarto  de 
hora.  Por  esperar  el  cañonero  mexicano  "Libertad'^  la  salida  de  la  Ha- 
bana se  difírió  hasta  el  29  de  Agosto:  en  las  primeras  horas  de  la  ma- 
ñana del  4  de  Octubre  el  "  Blasco  de  Garay  "  con  las  vergas  cargadas, 
con  el  pabellón  español  á  popa  y  á  media  asta,  y  en  el  palo  mayor  el 
mexicano  también  de  duelo,  fondeó  en  Veracruz,  y  estuvo  disparando 
un  cañonazo  cada  cuarto  de  hora  hasta  las  cinco  de  la  tarde,  hora  en 
que  saludados  por  las  tropas  y  fuertes  de  la  plaza  se  encontraron  en 
tierra  mexicana  los  restos  de  Arista,  y  en  la  noche  del  5  entraron  en  la 
capital.  Al  día  siguiente  el  Diario  Oficial  decía:  "  El  Presidente  de 
la  República  está  muy  complacido  de  las  demostraciones  que  ha  tribu- 
tado el  pueblo  al  recuerdo  del  general  Arista ;  pero  también  lo  está,  y 
mucho,  de  que  los  gobiernos  de  Portugal  y  de  España,  se  hayan  digna- 
do significar  la  alta  estima  en  que  tienen  á  la  Nación  mexicana,  mani- 
festada en  hechos  que  enaltecen  la  memoria  de  uno  de  sus  ilustres  hi- 
jos. Portugal,  cubierto  con  su  bandera,  nos  devuelve  el  precioso  depó- 
sito. España  lo  recibe,  lo  envuelve  en  su  pabellón,  y  á  bordo  del  "Blas- 
co de  Garay"  lo  conduce  con  religioso  cuidado  hasta  las  playas  mexi- 
canas. Gracias  á  tanta  deferencia  tenemos  la  honra  de  que  se  encuen- 
tre entre  nosotros  el  capitán  de  navio  Don  Ángel  Topete,  uno  de  los 
más  distinguidos  jefes  de  la  marina  española. —  La  República  Mexica- 
na no  olvidará  los  títulos  que  acaban  de  adquirir  á  su  gratitud  los  go- 
biernos de  España  y  de  Portugal;  tributando  honores  á  la  memoria  del 


DATOS  PARA  LA  BIOGRAFÍA  DE  D.  MARIANO  ARISTA.        618 

general  Arista,  asociándose  al  duelo  del  pueblo  mexicano  por  aquella 
inmensa  pérdida,  las  dos  naciones  han  estrechado  más  los  lazos  frater- 
nales que  nos  unen  á  ellas.  Ea  el  último  servicio  que  han  ofrecido  ásu 
patria  los  retios  del  genial  Arisia^ 

El  Sr.  Don  Ángel  Topete,  capitán  de  navio  de  primera  clase,  y  Ma- 
yor general  del  Apostadero  de  la  Habana  y  Escuadra  de  las  Antillas, 
era  hermano  del  contra-Almirante  Don  Ramón  Topete,  quien  delegó 
en  él  la  honra  de  acompañar  á  México  los  restos  y  entregarlos  al  Go- 
bierno: en  ese  acto  Don  Ángel  se  ei^presó  así:  ''El  Gobierno  de  la  Na- 
ción española  que  aceptó  gustoso  el  honroso  cargo  de  devolver  al  sue- 
lo mexicano  los  restos  de  su  ilustre  y  preclaro  hijo  el  ex-Presidente  y 
general  Don  Mariano  Arista,  confírió  esta  comisión  á  su  marina  de  gue- 
rra, que  recibió  tan  venerable  depósito  en  la  bahia  de  la  Habana  para 
conducirlo  á  este  puerto  de  nuestro  territorio  haciendo  la  travesía  dig- 
namente acompañado  por  un  buque  de  nuestra  Nación.  Bien  hubiera 
querido  el  distinguido  Almirante  que  manda  la  escuadra,  haberla  des- 
empeñado por  si  mismo,  asistido  de  su  Estado  Mayor;  pero  las  múlti- 
ples atenciones  de  su  elevado  cargo  le  obligaron  á  delegar  en  un  jefe 
de  los  que  lo  componen,  el  cumplimiento  de  tan  enaltecido  ser- 
vicio. 

Honrado  con  su  representación,  tanto  más  cuanto  más  solemne  es 
la  ocasión  qué  la  hace  recaer  en  mi  humilde  personalidad,  cúmpleme 
declarar  en  los  momentos  en  que  mi  misión  termina,  que  la  Nación 
española  y  su  marina,  aunque  indignamente  por  mi  representadas,  tri- 
butan á  estas  cenizas  ilustres  que  os  entrego  la  veneración  sagrada  y  el 
respeto  profundo  que  inspiran  en  los  pueblos  sensatos,  la  memoria  im- 
perecedera de  patricios  que,  como  el  general  Arista,  esmaltan  de  glo- 
ria y  honra  la  historia  de  su  país,  recordando  altos  hechos  en  la  suya 
consignados,  y  en  los  qu^  supo  sacrificar  con  sublimidad  de  alma,  las 
ambiciones  del  mundo  y  los  halagos  de  la  posición,  á  los  nobles  debe- 
res del  ciudadano  de  un  pueblo  libre.^' 

Los  restos  de  Don  Mariano  Arista  fueron  conducidos  la  misma  no- 
che de  su  llegada  al  edificio  de  Minería  y  expuestos  en  la  magnífica  ca- 
pilla ardiente  que  en  su  gran  patio  se  dispuso,  hasta  el  sábado  8  de 
Octubre  del  citado  1881,  en  que  con  solemnidad  extraordinaria  fueron 
sepultados  en  la  "Rotonda  de  los  Hombres  Ilustres"  en  el  Panteón  de 
Dolores.  Falta  aún  que  el  respeto  que  le  deben  sus  compatriotas  le  le- 
vante alU  un  monumento  sepulcral  por  modesto  que  sea  y  que  hasta 

K.  B.— T.  !I— 33 


614  REVISTA  NACIONAL. 


hoy  no  tíene.  Olvidemos  en  honor  de  aquel  ilustre  mexicano  nuestra 
inveterada  costumbre  de  dejar  las  cosas  incompletas. 


Enrique  de  Olavarría  t  Ferrari. 


LA  BATALLA  DE  SAN  PEDRO  EN  SINALOA. 


Discurso  de  recepción  en  la  Sociedad  Mexicana  de  Qeogra/ia  y  Estadislica, 

SeíSores  : 

Honrado  por  esta  ilustre  Corporación  hasta  un  punto  que  ingenua- 
mente creo  superior  á  mis  escasos  merecimientos,  he  querido  escoger 
para  tema  de  mi  discurso  inaugural  un  asunto  de  tal  magnitud  é  im- 
portancia, que  ya  que  mis  fuerzas  no  logren  hacerle  digno  de  vosotros, 
él  por  si  mismo  se  recomiende  á  nuestra  sabia  solicitud  y  diligente  pa- 
triotismo. 

Ese  asunto  es  la  memorable  batalla  de  San  Pedro,  librada  el  22  de 
Diciembre  de  1864,  por  las  tropas  republicanas,  contra  las  orgullosas 
huestes  napoleónicas ;  suceso  que  no  obstante  su  altísima  sígnífícación 
histórica,  apenas  ha  merecido  la  atención  y  examen,  no  ya  de  los  es- 
critores franceses,  sino  de  los  mismos  escritores  mexicanos,  que  se  han 
ocupado  en  historiar  el  período  de  la  intervención  extranjera  en  Mé- 
xico. Keratry,  Gaulot,  Lefébre,  Niox  y  otros,  ó  bien  guardan  silencio 
inexplicable  sobre  un  hecho  de  armas  que  no  debe  haberles  sido  igno- 
rado, ó  bien  se  dignan  mencionarle  en  breves  y  desdeñosos  términos. 
Fierre  Larousse,  que  habla  extensamente  en  su  gran  Diccionario  Uni- 
versal de  la  acción  de  Veranos,  menos  brillante  para  nosotros  y  me- 
nos funesta  para  el  enemigo,  no  dice  absolutamente  nada  de  la  batalla 
de  San  Pedro. 

El  Sr.  Vigil  sólo  le  consagra,  en  el  tomo  V  de  México  á  través  de 
los  sigloSy  las  siguientes  palabras,  con  alguna  inexactitud  en  las  cifras : 

" ;  y  el  22  derrotó  Rosales  en  el  pueblo  de  San  Pedro  una  sec- 
ción de  500  hombres,  compuesta  de  franceses  y  mexicanos,  que  con- 


LA  BATALLA  DE  SAN  PEDRO  EN  SINALOA.  615 

ducjda  en  el  vapor  "Lucifer^'  había  desembarcado  en  el  puerto  de  Al- 
tata.  Quedaron  en  poder  de  los  republicanos  dos  piezas  rayadas,  todo 
el  material  de  guerra,  ochenta  y  cinco  prisioneros  franceses  y  argelinos, 
entre  los  que  se  hallaba  Gazielle,  comandante  del  "Lucifer*'  y  en  jefe 
de  la  expedición,  y  seis  oficiales,  dejando  además  diez  heridos  y  vein- 
te y  tantos  muertos.  De  los  auxiliares  quedaron  ciento  y  tantos  prisio- 
neros. " 

El  Ensayo  Histórico  del  I^érciio  de  Occidente,  obra  escrita  por 
el  mencionado  Sr.  Vigil  en  colaboración  del  Sr.  Híjar  y  Haro,  se  ex- 
tiende un  poco  más  en  la  descripción  de  la  batalla,  (y  proporciona  in- 
teresantes datos  para  la  biografía  del  general  Rosales),  pero  no  le  con- 
cede mayor  trascendencia  que  á  cualquiera  otro  de  los  muchos  triun- 
fos obtenidos  en  Sinaloa  sobre  el  enemigo  invasor  y  sus  aliados. 

Los  Sres.  Prieto  y  Oviedo  Romero  mecionan  únicamente  la  muerte 
de  Rosales;  Zarate  apenas  le  incluye  entre  los  defensores  de  la  patria; 
Pérez  Yerdía  no  le  cita  siquiera;  Payno  ignora  por  completo  las  cam- 
pañas del  Ejército  de  Occidente.  Otros  autores  más  elementales,  de 
sobra  está  decir  que  también  son  mudos  en  el  particular.  El  compendio 
del  Sr.  Roa  Barcena  termina  con  la  consumación  del  tratado  de  Gua- 
dalupe Hidalgo  y  el  fusilamiento  del  Padre  Jarauta.  No  conozco  la  ex- 
tensa obra  que  está  publicando  por  entregas  el  Sr.  Rivera  Cambas,  so- 
bre nuestra  segunda  Independencia. 

Quien  verdaderamente  proporciona  documentos  para  escribir,  no  ya 
una  disertación,  sino  una  detallada  monografía  de  la  célebre  batalla, 
es  el  Sr.  Licenciado  Eustaquio  Buelna,  en  sus  Breves  apuntes  para  la 
historia  de  la  guerra  de  Intervención  en  Sinaloa.  Con  ayuda  de  sus  da- 
tos voy  á  permitirme  relataros  lo  más  importante  y  substancial  del  épi- 
co episodio. 

El  primer  incidente  de  la  guerra  extranjera  en  Sinaloa,  que  dio  hon- 
ra á  las  armas  del  Estado,  le  ocasionó  el  31  de  Marzo  de  1864  la  cor* 
beta  "  Cordelliére,"  que  durante  cinco  horas  estuvo  arrojando  sin  éxito 
bombas  sobre  nuestras  improvisadas  fortificaciones,  y  que,  contestada 
por  una  sola  pieza  al  raso  de  la  playa,  se  retiró  con  notables  averías, 
del  alcance  de  nuestros  tiros.  El  13  de  Noviembre  del  mismo  afio  hizo 
su  entrada  en  Mazatlán  el  invasor,  protegido  por  su  poderosa  escuadra 
del  Pacifico,  y  el  10  de  Diciembre,  el  jefe  de  la  armada  y  el  coman- 
dante superior  de  la  plaza,  de  común  acuerdo,  resolvieron  despachar, 
bajo  las  órdenes  de  Gazielle,  el  aventurero  espafiol  Domingo  Cortés  y 


W  REVISTA  NACIONAL. 


el  ex-comandante  Jorge  Carmonai  una  expedición  sobre  la  ciudad  de 
Culiacán.  Se  daba  por  seguro  el  triunfo,  y  tanto  Gazielle,  como  Ciortés, 
que  debía  tomar  el  mando  militar,  después  de  la  victoria,  y  encargarse 
de  la  pacifícación  del  país,  entendiéndose  con  los  jefes  republicanos,  lle- 
yaban  perfectamente  determinadas  sus  respectivas  atribuciones  y  de- 
beres, en  pliegos  y  papeles  oficiales  que  sólo  sirvieron  para  aumentar  la 
ignominia  de  la  derrota.  Tenían  preparadas  las  proclamas  impresas,  las 
ofertas  á  quienes  se  adhiriesen  á  la  causa  del  imperio  y  las  coronas  de 
laurel  en  que  ceñir  sus  sienes. 

Tan  luego  como  desembarcaron  en  Altata  los  invasores,  escribieron 
Cortés  y  Carmona  al  Sr.  Rosales,  invitándole  á  defeccionar  y  encare- 
ciéndole la  superioridad  militar  de  la  fuerza  intervencionista.  La  res- 
puesta del  héroe,  como  él  dice,  en  su  parte  oficial,  fué  cortés,  pero  ne- 
gativa. 

.  El  día  19  á  la  una  de  la  tarde  recibió  aviso  el  ^C.  Cioronel  Antonio 
Rosales,  gobernador  y  comandante  general  del  Estado,  que  habían  lle- 
gado á  Altata  los  expedicionarios,  é  inmediatamente  hizo  avanzar  en 
observación  la  mayor  parte  del  escuadrón  "Lanceros  de  Jalisco,^'  al 
mando  de  su  jefe  el  C.  Francisco  Tolentino.  Las  fuerzas  de  Rosales, 
con  las  que  en  la  madrugada  del  día  13  se  había  escapado  de  Maza- 
Uán,  atravesando  por  entre  las  hordas  de  Lozada,  que  en  combinación 
con  la  escuadra  francesa,  cerraban  la  salida  terrestre  de  la  ciudad,  as- 
cendían escasamente  á  300  hombres  de  la  antigua  guardia  nacional. 
Pudo  reclutar  ciento  y  tantos  más  entre  aguadores  y  muchachos  de  Cu- 
liacán, y  con  tan  exiguo  ejército  salió  el  día  20,  siendo  su  2  ^^  en  jefe  el 
coronel  Joaquín  Sánchez  Román,  y  pernoctó  en  el  pueblo  de  San  Pedro, 
distante  cinco  leguas  de  aquella  capital. 

Al  amanecer  del  21  se  emprendió  la  marcha  sobre  el  enemigo,  el 
pual  había  venido  siendo  hostilizado  por  nuestras  avanzadas,  desde 
Sachimeto  hasta  Navolato ;  pero  como  los  expedicionarios  no  salieran 
de  los  cercos  y  los  bosques  en  que  se  habían  atrincherado,  se  reti- 
raron nuestras  fuerzas  á  San  Pedro,  con  excepción  de  la  caballería, 
que  continuó  provocándolos  al  combate  para  conducirlos  á  un  lugar 
descampado.  Los  franceses  se  movieron  en  efecto  la  mañana  del  22 
sobre  San  Pedro,  bajo  el  vivo  fuego  de  los  dragones  de  Tolentino, 
que  en  su  lenta  retirada  se  mantuvieron  sin  cesar  á  tiro  de  pistola  de 
sus  adversarios. 

Formó  el  enemigo  su  línea  de  batalla,  entre  el  camino  real  y  un  va- 


LA  BATALLA  DE  SAN  PBDBO  EN  SINALOA.  517 

liado,  á  doscientos  metros  de  nuestro  campo,  según  el  Boletín  de  No- 
ticius  del  Estadoy  y  á  400,  segün  el  parte  oficial  de  Rosales,  colocando 
traidores  en  su  izquierda,  en  su  derecha  franceses  con  dos  obuses  de 
montaña,  y  en  su  centro  argelinos  y  mexicanos. 

El  coronel  Rosales  colocó  en  su  centro  cuatro  piezas  de  artillería  de 
montaña,  dirigidas  por  el  teniente  Evaristo  Gronzález,  y  un  trozo  de  in- 
fantería,  enfilando  el  camino  real.  En  la  izquierda  situó  el  batallón 
'^  Mixto,  ^^  mandado  por  su  comandante  el  C.  Jorge  Garda  Granados, 
y  dos  piezas  ligeras.  A  la  derecha  desplegó  el  batallón;  "Hidalgo,"  á 
las  órdenes  del  coronel  Correa.  La  caballería  quedó  de  reserva. 

Tales  eran  las  posiciones  de  los  dos  ejércitos  al  dar  conmienzo  verda- 
deramente la  batalla.  Más  de  media  hora  duró  el  fuego  de  fusil  y  de  ca- 
ñón. Los  franceses  intentaron  en  seguido  apoderarse  de  las  dos  piezas  de 
artillería  de  nuestra  izquierda,  lo  que  evitó  el  intrépido  Granados,  ha- 
ciéndolos retroceder.  Desgraciadamente  en  esos  momentos  fué^heridoen 
el  vientre  á  quema-ropa  par  una  bala  de  pistola.  Una  carga  de  la  reserva 
hizo  volver  á]sus  posiciones  á  los  franceses.  Continuó  la  acción  más  reñi- 
da que  nunca.  El  coronel  Rosales  ordenó  entonces  que  toda  la  brigada 
cargara  á  la  bayoneta.  Este  ataque  general  se  ejecutó  con  precisión  y  brío 
y  en  él  murió  gloriosamente  el  malogrado  capitán  Femando  RamfreZi 
al  firente  de  su  compañía.  El  comandante  Miranda  y  Castro,  mayor  de 
la  brigada^  que  fuéá  apoyarlo,  se  condujo  con  tal  bizarría  ext  el  desem- 
peño de  su  difícil  movimiento,  que  mereció  los  elogios  de  todos  sus 
compañeros  de  armas.  El  joven  José  María  Bucheli,  ayudante  de  Rosa- 
les, el  jefe  del  Estado  Mayor  Jorge  Green,  el  mayor  del  "Mixto*'  José 
Palacios,  que  sucedió  en  el  mando  á  Granados,  y  el  capitán  graduado 
Lucas  Mora  se  distinguieron  notablemente  en  el  vigoroso  ataque  orde- 
nado por  Rosales.  El  enemigo,  sin  abandonar  su  actitud  imponente, 
principió  á  perder  terreno,  sosteniendo  una  tenaz  retirada  por  más  de 
media  legua  y  durante  tres  horas,  hasta  que  las  cargas  dadas  por  el  es- 
cuadrón de  Tolentino  acabaron  de  decidir  el  éxito  de  la  batalla.  Los 
destrozados  restos  de  la  expedición  clavaron  sus  armas  en  las  arenosas 
márgenes  del  río  Humaya,  testigo  de  la  heroica  jomada,  y  la  patria  tu- 
vo una  fecha  más  que  inscribir  en  el  inmortal  índice  de  sus  aniversa- 
rios. 

Se  hace  mención  del  denuedo  con  que  combatieron  durante  toda  la 
batalla,  además  de  los  jefes  y  oficiales  mencionados,  del  teniente  coro- 
nel Cleo&s  Salmón,  él  mayor  Pedro  Betanoourt,  el  capitán  Martín  Iba- 


518  REVISTA  NACIONAL. 


rra,  el  subteniente  Jesús  Velis,  el  sargento  segundo  Pedro  Pérez  y  el 
cometa  Francisco  Ramírez,  apenas  de  once  afios  de  edad. 

Los  franceses  tuvieron  veintiséis  muertos  y  veinticinco  heridos,  y  un 
número  considerable  de  traidores;  contándose  entre  los  muertos  el  je- 
fe de  los  tiradores  argelinos  y  tres  ofíciales.  Cayeron  prisioneros  no- 
venta y  ocho  franceses,  inclusos  el  capitán  del  '^Lucifer**  Gazielle,  co- 
mandante de  la  expedición,  y  siete  oñciales  más,  y  casi  doble  número 
de  mexicanos,  que  como  clase  de  tropa  forzada,  fueron  perdonados  é 
incorporados  en  la  brigada.  Los  expedicionarios  perdieron,  además, 
dos  piezas  rayadas,  una  banderola,  multitud  de  medallas  y  condecora- 
ciones, todo  su  parque  y  demás  útiles  de  guerra. 

Nuestra  pérdida  consistió  en  treinta  y  tantos  muertos  y  gran  núme- 
ro de  heridos. 

En  merecida  recompensa  á  la  victoria  alcanzada  por  nuestros  valien- 
tes, el  Supremo  Gobierno  les  manifestó  desde  Chihuahua  su  satisfac- 
dón,  confiriendo  el  grado  de  general  de  brigada  al  C.  Antonio  Rosales, 
el  mismo  grado  al  C.  Joaquín  Sánchez  Román,  el  empleo  de  teniente 
coronel  á  los  comandantes  Miranda  y  Granados,  el  de  comandante  al 
graduado  Lucas  Mora  y  los  ascensos  correspondientes  á  todos  los  indi- 
viduos recomendados  en  el  parte  pormenorizado  del  combate.  Al  va- 
liente capitán  Femando  Ramírez,  que  inmoló  su  existencia  en  aras  de 
la  patria,  se  le  consideró  con  el  ascenso  á  comandante  de  batallón,  acor- 
dándose que  fuese  atendida  su  familia  con  la  debida  preferencia.  Su 
cadáver  fué  conducido  en  una  camilla  á  Culiacán,  en  medio  del  corte- 
jo triunfal  del  ejército  victorioso. 

El  Sr.  Buelna,  en  sus  ApunUa,  refiere  algunos  episodios  ocurridos 
después  de  la  batalla,  dignos  de  mencionarse. 

Un  oficial  de  tiradores  franceses,  llorando  de  cólera,  se  resistía  á  en- 
tregar su  espada  á  un  sargento  mexicano.  Rosales,  que  lo  vé,  grítale 
con  voz  tronante:  ''Sois  mi  prisionero  de  la  cabeza  á  los  pies,  sin  con- 
dición alguna;  entregad  vuestra  espada. "  Y  el  prisionero  la  entregó. 
Gazielle,  entonces,  se  apresuró  á  poner  la  suya  en  manos  de  Rosales, 
que  le  dijo  benévolo:  ''Guardadla,  comandante,  sois  muy  digno  de  lle- 
varla." Un  subteniente  argelino  quiso  besar  la  mano  al  héroe,  pero  és- 
te la  retiró  diciéndole:  "En  mi  país  no  se  acostumbra  besar  la  mano 
á  los  hombres."  Sabiéndose  que  el  balazo  recibido  por  Granados  le  ha- 
bía sido  disparado  deslealmente  por  un  oficial  francés  rendido.  Rosales 
hizo  pasar  las  filas  de  los  prisioneros,  para  que  le  reconociese,  delante 


LA  BATALLA  DE^  SAN  PEDRO  EN  8INAL0A.  61tf 

de  la  camilla  del  herido.  Pero  el  magnánimo  Granados  dijo:  '^No  es- 
tá.** Y  sin  embargo,  allí  estaba.  Rasgos  son  éstos,  exclama  el  Sr.  Buel* 
na,  que  dan  á  conocer  el  temple  de  alma  de  los  vencedores  de  San 
Pedro. 

De  los  fugitivos,  sólo  lograron  escaparse  Cortés,  Carmona,  y  el  capi- 
tán del  puerto  de  Altata,  Alejandro  Santa  Cruz,  que  sirvió  de  guia  á 
los  imperialistas. 

El  23  se  verificó  la  entrada  solemne  del  ejército  mexicano  en  Culia- 
cán,  cuyos  habitantes  no  acababan  de  pasmarse  ante  un  triunfo  que 
juzgaban  inverosímil,  y  desde  entonces  no  se  atrevieron  ya  los  france- 
ses á  penetrar  al  centro  del  Estado,  manteniéndose  acorralados  en  la 
plaza  de  Mazatlán,  por  las  tropas  del  general  Corona,  hasta  el  término 
de  la  guerra. 

D.  Ignacio  Ramírez,  que  en  sus  Cartas  á  Fidel  había  pronosticado 
meses  antes  que  Rosales  sería  un  héroe,  porque  tenía  las  condiciones 
de  tal,  describe  así  la  batalla  desde  Guaymas,  á  Febrero  de  1865,  en 
una  de  dichas  cartas: 

"Rosales  reúne  en  silencio  á  sus  soldados,  y  marcha á  situarse  apo- 
cas leguas,  en  el  puebleciUo  de  San  Pedro,  que  tenía  muy  bien  estu- 
diado; una  plaza  extensa,  cercada  por  modestas  casas ;  un  grupo  irre- 
gular de  jacales  hacíala  salida  de  la  aldea;  algunos  bosquecillos  de  ár- 
boles, entre  los  que  se  distinguen  la  parota  y  el  caprichoso  baniano; 
el  rio  Humaya  á  la  izquierda  de  nuestro  campo;  y  al  frente  el  enemi- 
go: así  han  pasado  la  noche  los  patriotas  mexicanos. 

'^Rosales  posee  la  elocuencia  militar;  breves  palabras,  pero  inflama- 
das; y  órdenes  dictadas  por  el  acierio.  Embosca  dos  de  las  pequeñas 
piezas  que  llevaba  apoyándolas  con  unos  piquetes;  deja  cien  hombres 
de  reserva  en  el  centro  del  poblado;  y  se  adelanta  por  el  camino,  lle- 
vando doscientos  hombres  para  provocar  el  combate. 

"Los  franceses  no  dormían:  resisten,  se  organizan,  se  precipitan  arro- 
llando á  Rosales,  cantan  victoria;  entonces  )a  muerie  los  asalta  por  los 
flancos;  Rosales  recoge  su  reserva;  los  invasores  se  contienen,  vacilan, 
se  ven  diezmados,  y  retroceden.  Aprovecha  Rosales  los  momentos,  y 
se  lanza  sobre  los  fugitivos;  éstos  organizan  su  retirada,  y  se  rinden  so- 
bre las  cenizas  de  su  último  cartucho.  Rosales  había  presentido  (pie 
era  un  héroe,  y  la  gloria  se  lo  ha  confirmado." 

Después  de  la  elocuente  palabra  del  tribuno  del  pueblo,  oigamos  el 
reposado  razonar  del  admirable  estadista  D.  José  Maria  Iglesias,  quien 


sao  REVISTA  NACIONAL. 


describe  en  una  de  sus  famosas  Revütaa  Hietóricas,  con  la  pluma  de 
Tácito,  el  legendario  acontecimiento,  y  afiade: 

"Este  triunfo  es,  en  sus  resultados  materiales,  el  más  importante  que 
hasta  ahora  han  alcanzado  las  armas  republicanas.  Por  primera  vez 
han  quedado  en  nuestro  poder  la  artillería  y  tren  de  guerra  del  ^emi- 
go,  en  unión  de  sus  jefes  y  oficiales,  con  excepción  únicamente  de  los 
que  sucumbieron  en  el  combate.  El  arrojo  de  nuestras  tropas,  probado 
ya  en  tantos  campos  de  batalla,  ha  dado  en  esta  vez  el  feliz  resultado 
que  les  había  estado  negando  la  adversa  fortuna.  La  nación  contará  en- 
tre sus  días  más  felices  al  lado  del  glorioso  5  de  Mayo  de  1862,  el  22 
de  Diciembre  de  1864,  en  el  que  ha  vuelto  á  probarse  al  mundo  ente- 
ro, que  nuestr(^  soldados  son  capaces  de  batirse  con  los  franceses  y  de 
derrotarlos." 

En  varias  partes  de  su  obra  alude  el  Sr.  Iglesias  con  enconüo  á  la 
acción  de  San  Pedro,  y  al  general  Rosales,  y  ya  casi  al  terminarla, 
asienta  que  las  hazañas  de  las  brigadas  unidas  de  Sinaloa  y  Jalisco, 
después  Ejército  de  Occidente,  al  mando  del  general  Corona,  figuran 
entre  los  actos  más  memorables  de  la  lucha  con  los  intervencionistas. 
Allí  están,  para  patentizarlo,  las  gloriosas  jomadas  de  Siqueros,  Vera- 
nos, Palos-Prietos,  Villa-Unión,  Cópala,  Marisma  del  Pescador,  Con- 
cordia, Agua  Zarca,  Valamo,  Rancho  del  Colorado,  y  la  del  Espinaza 
del  Diablo,  donde  tan  caro  costó  su  relativo  triunfo  á  los  franceses.  El 
^ército  invasor  no  tuvo  una  sola  victoria  en  forma,  durante  todo  el  pe- 
ríodo de  la  guerra,  en  el  territorio  de  Sinaloa,  ni  logró  nunca  romper 
el  círculo  de  hierro  con  que  el  patriotismo  mexicano  le  mantuvo  ence- 
rrado siempre  en  el  estrecho  recinto  de  la  ciudad  de  Mazatlán,  defen- 
dida por  la  escuadra  del  Pacífico^  Si  vale  la  frase,  puede  decirse  que 
Mazatlán  fué  el  San  Juan  de  Acre  del  ejército  francés  en  México.  Sa- 
lió de  allí  el  13  de  Noviembre  de  1866,  dos  afios  exactos  después  de 
su  entrada,  en  medio  de  la  misma  indiferencia  pavorosa  y  hostil  con 
que  había  sido  recibido.  El  22  de  Diciembre  de  1866,  dos  años  exac- 
tos también  después  de  la  batalla  de  San  Pedro,  tomó  posesión  del  go- 
bierno del  Elstado,  por  elección  de  la  Legislatura,  el  Sr.  general  D.  Do- 
mingo Rubí,  quedando  así  restablecido  el  orden  constitucional. 

La  batalla  de  San  Pedro,  señores,  constituye  la  más  brillante  página 
de  la  historia  de  Sinaloa.  Rosales  venció  á  las  huestes  invasoras  con 
soldados  bizoños,  reclutados  en  parte  la  víspera,  con  menor  fuerza  nu- 
mérica, con  inferioridad  en  todos  sentidos  de  elementos  de  guerra,  sal-^ 


DOÑA  JUANA  MANUELA  GORRITI.  621 

YO  el  tener  cuatro  piezas  más  de  artillería.  Rosales  no  abrigaba  esperan- 
za en  el  triunfo  y  estaba  resuelto  á  morir  por  su  patria  en  la  liza  del  ho- 
nor. La  fortuna  fué  propicia  á  su  genio,  á  su  valor,  á  las  armas  naciona- 
les; la  victoria  ornó  su  frente  con  inmarchitable  lauro;  y  sobre  el  mismo 
ensangrentado  campo  de  batalla,  ungido  para  los  siglos  con  su  aliento 
heroico,  desplegó  luego  la  magnanimidad  de  su  corazón  y  la  energía 
de  su  carácter.  Fué  misericordioso  con  los  vencidos,  perdonando  la  vi- 
da á  todos  sus  prisioneros, — soldados  de  un  ejército  para  quien  el  incen- 
dio, la  violación  y  el  asesinato  eran  familiares,— -como  décadas  ahtes  lo 
había  hecho  también,  en  análogas  aunque  más  aflictivas  circunstancias, 
el  egregio  paladín  insurgente  D.  Nicolás  Bravo. 
1  Gloria  eterna  y  eterna  remembranza  al  vencedor  de  San  Pedro! 

FRANasco  GÓMEZ  Flores, 


DOÑA  JTáNA  mañuela  GOSBITI. 


Gloriase,  y  con  razón,  la  patria  de  San  Martín  y  de  Echeverría,  de 
contar  entre  sus  eminencias  literarias  á  la  Srá.  Dofia  Juana  Manuela 
Gorriti,  por  ser  esta  noble  dama  una  de  las^  más  ilustres  escritoras  de 
la  América  Latina.  ■ 

El  nombre  de  la  Sra.  Gorriti  seria  popular  en  México,  si  el  injusti- 
ficable aislamiento  en  que  hemos  vivido  respecto  de  las  Repúblicas 
Sud- americanas,  no  hubiese  ocultado  á  los  ojos  de  la  inmensa  mayo- 
ría de  nuestra  sociedad,  las  producciones  de  tantos  y  tan  egregios  au- 
tores como  forman  el  tesoro  de  hs  letras  en  aquellas  Repúblicas  her- 
manas, en  tanto  que  durante  nrachos  afios  se  ha  nutrido  esa  mayoria 
con  los  firutos  casi  siempre  insubstanciales  de  literatura!^  que  no  respon- 
den á  los  ideales  de  un  pueblo  como  el  nuestro. 

La  mujer  mexicana,  con  marcadísimas  excepciones,  ha  leído  exclu- 
sivamente, no  por  su  propia  ;voluntad  sino  por  sugestión,  los  libros  es- 
crito!^ por  personas  de  su  mismo  sexo,  llegando  á  formarse  la  concien* 
cia  de  que  procediendo  así,  deja  de  contaminarse  con  las  ideas  subver* 


622  REVISTA  NACIONAL. 


sivas  que  le  han  hecho  creer  que  encierran  las  producciones  de  los 
hombres.  Y  como  se  ha  cuidado  de  poner  á  su  alcance  únicamente 
aquellas  que  la  encaminen  á  perpetuar  las  creencias  y  las  costumbres 
heredadas,  ha  sucedido  por  tal  modo,  que,  á  titulo  de  robustecer  sus 
sentimientos  morales,  se  ha  prescindido  de  despertar  en  la  mujer  el 
amor  y  la  admiración  á  las  más  excelsas  producciones  del  arte  litera- 
rio, fomentando  su  afición  á  la  lectura  de  las  que  están  destituidas  de 
fodo  mérito  pero  abundantes  en  lecciones  que  presumiendo  moralizar 
acaban  en  último  análisis  por  viciar  la  inteligencia  y  el  corazón  de  la 
miger.  Lo  primero,  porque  tales  obras  carecen  de  belleza  estética,  y  lo 
segundo,  porque  la  enseñanza  que  de  ellas  pudiera  derivarse  se  adquie- 
re después  de  haber  asistido  al  desarrollo  de  dramas  en  que  figuran  ó 
actúan  pasiones  que,  por  dicha,  aún  no  conturban  el  espíritu  de  la  mu- 
jer de  nuestros  hogares. 

Ajeno  á  mi  carácter  es  dirigir  reproches  sin  fundamento,  y  por  lo 
tanto,  antes  de  proseguir,  juzgo  necesario  presentar  en  apoyo  de  lo  que 
llevo  expuesto,  lo  que  uno  de  los  mejor  reputados  críticos  españoles 
dice  á  propósito  de  la  mayoría  de  las  escritoras  de  su  patria,  que  son 
las  que  gozan  en  México  la  predilección  délos  padres  de  familia,  y  son 
por  ende  las  mismas  á  que  he  aludido. 

"Hay  todavía — dice  Leopoldo  Alas — quien  niega  á  la  mujer  el  de- 
recho de  ser  literata.  En  efecto,  las  mujeres  que  escriben  mal  son  po- 
co agradables ;  pero  lo  mismo  les  sucede  á  los^hombres.  En  España,  es 
preciso  confesarlo,  las  señoras  que  publican  versos  y  prosa  suelen  ha- 
cerlo bastante  mal.  Hoy  mismo  escriben  para  el  público  muchas  da- 
mas que  son  otras  tantas  calamidades  de  las  letras,  á  pesar  de  lo  cual 
yo  beso  sus  pies.  Aun  de  las  que  alaba  cierta  parte  del  público,  yo  no 
diría  sino  pestes  una  vez  puesto  á  ello.  Hay,  en  mi  opinión,  dos  escri- 
toras españolas  que  son  la  excepción  gloriosa  de  esa  deplorable  regla  ge- 
neral: me  refiero  á  la  ilustre  y  nunca  bastante  alabada  Doña  Concep- 
ción Arenal,  y  á  la  señora  que  escribe  La  Cuestión  palpitante. 

"  La  literata  española  no  suele  ser  más  instruida  que  la  mujer  espa- 
ñola que  se  deja  de  letras :  todo  lo  fía  á  la  imaginación  y  al  sentimien- 
to, y  quiere  suplir  con  ternura  el  ingenio.  Lo  más  triste  es  que  la  mo- 
ralidad que  esas  literatas  predican,  no  siempre  la  siguen  en  su  con- 
ducta. Emilia  Pardo  Bazán  que  tiene  una  poderosa  fantasía,  ha  cul- 
tivado las  ciencias  y  las  artes,  es  un  sabio  en  muchas  materias  y  habla 
cinco  ó  seis  lenguas  vivas.  ^* 


^ 


DOÑA  JUANA  MANUELA  GORRITI.  623 

La  escritora  argentina,  objeto  del  presente  artículo,  lejos  de  hallarse 
comprendida  en  la  regla  general  de  Leopoldo  Alas,  es  en  la  América 
Latina  lo  que  las  Sras.  Arenal  y  Pardo  Bazán  en  Espafia.  Sus  obras, 
— como  ha  dicho  un  distinguido  publicista  chileno — que  son  nume- 
rosas y  notables,  la  colocan  al  nivel  de  los  más  egregios  literatos  cono- 
cidos ;  su  vida  es  mucho  más  venerable  aún,  pues  su  existencia  ha  si- 
do una  odisea  de  martirio  y  de  gloria.  ¿  Cómo  pues  dejar  de  llamar  la 
atención  de  los  lectores  de  la  Bevüta  Na^donai,  hacia  una  personali- 
dad que  desde  cualquier  punto  de  vista  que  se  le  estudie,  es  una  glo- 
ria para  la  América  Latina?  ¿Cómo  dejar  que  arraiguen  más  y  más 
en  nuestras  damas  la  ignorancia  y  la  preocupación  respecto  de  las  obras 
que  tanto  la  Sra.  Gorriti  como  otras  ilustres  escritoras  hispano  ameri- 
canas han  producido? 

Nació  Dofia  Juana  Manuela  Gorriti  en  la  provincia  de  Salta,  en  Ju- 
nio de  1819,  siendo  su  padre  el  Sr.  general  D.  José  Ignacio  Gorriti, 
ilustre  procer  de  la  independencia  argentina,  que  empleó  en  el  soste- 
nimiento de  esa  noble  causa  una  inmensa  fortuna,  que  fué  un  gober- 
nante probo,  y  que  murió  en  el  destierro,  pobre  pero  con  un  nombre 
glorioso  é  inmaculado. 

La  Sra.  Gorriti  compartió  con  su  padre  el  ostracismo,  desde  la  edad 
de  doce  años,  en  la  República  de  Bolivia,  en  donde  más  tarde  se  unió 
en  matrimonio  con  el  coronel  D.  Manuel  Isidoro  Belzú,  personaje  de 
celebridad  prestigiosa.  Belzú  al  decir  de  un  escritor  sud- americano, 
tuvo  como  ninguno  el  talento  de  fanatizar  á  las  masas  hasta  el  punto  de 
merecer  el  nombre  que  con  justicia  se  le  ha  aplicado  más  de  una 
vez,  de  Mahoma  boliviano.  El  pueblo,  y  la  indiada  que  en  ese  país  es 
muy  numerosa,  le  adoraban  de  una  manera  extrafla;  si  ha  habido  un 
nombre  popular  en  el  sentido  genuino  de  la  palabra,  en  algún  país,  ese 
nombre  es  el  de  Belzú  en  Bolivia.  No  hay  quien  no  lo  sepa,  y  aún  en 
el  día  los  indios  de  las  altas  mesetas  de  la  Cordillera  vierten  lágrimas 
á  su  recuerdo. 

Soldado  revolucionario  el  marido  de  la  .Sra.  Gorriti,  derrocó  á  dos 
de  los  supremos  mandatarios  de  su  patria,  gobernó  durante  siete  afios, 
viajó  diez  por  Europa  y  al  regresar  á  Bolivia  en  1865  encabezó  una 
nueva  revolución  contra  el  general  Melgarejo,  quien  después  de  una 
terrible  batalla  en  las  calles  de  la  Paz  venció  á  Belzú  y  le  dio  muerte 
en  su  propio  palacio. 

La  breve  noticia  que  acabamos  de  dar  respecto  al  hombre  que  unió 


584  REVISTA  NACIONAL. 


SU  suerte  á  la  de  la  ilustre  escritora  argentina,  basta  para  comprender 
que  lejos  ésta  de  encontrar  un  lenitivo  á  las  amarguras  del  destierro, 
halló  en  el  matrimoirío  nueva  fuente  de  pesares.  Mas  quiso  el  cielo 
brindarle  un  bálsamo  purísimo,  dotándola  de  raras  y  excelentes  cuali- 
dades para  el  cultivo  de  las  bellas  letras. 

La  primera  obra  de  la  Sra.  Gorriti  fué  una  novela  intitulada  La 
Quena,  inspirada  en  la  historia  de  los  Incas  de  Marmontel.  En  ella 
hace  una  pintura  de  la  grandeza  peruana  en  sus  días  de  esplendor,  por 
tal  extremo  suntuosa,  que,  como  dijo  un  crítico,  los  tesoros  de  Monte- 
cristo,  inventados  por  la  aurífera  codicia  de  Dumas,  son  una  miseria, 
que  ni  aun  reunida  con  las  talegas  del  capitán  Nemo  harían  un  mon- 
tecillo  digno  de  compararse  con  aquella  vastísima  ciudad  kibterránea 
del  Cuzco,  á  donde  la  fértil  novelista  hace  descender  á  la  madre  de 
Chaska  Naui  iconduciendo  los  restos  de  su  padre. 

Hablando  el  Sr.  Pelliza  de  uno  de  los  más  hermosos  pasajes  de  la 
QtAenay  dice:  "Este  cuadro  no  parece  trazado  por  la  mano  de  una  es- 
critora improvisada.  Ni  el  contomo  ni  la  idea  acusan  encogimiento  ó 
excitación.  La  ñrmeza  del  genio  y  el  exquisito  sentimiento  de  la  ma- 
ternidad iluminan  la  hermosa  página  que  dejamos  transcrita.  Bemardi- 
no  Saint- Fierre  no  pinta  con  más  fuego;  ni  la  interesante  y  amena 
Delfina  Gay  escudriña  mejor  los  secretos  arcanos  de  la  pasión,  ni  des- 
cribe con  naturalidad  más  espontánea  las  tremendas  inflexiones  del  do- 
lor y  la  esperanza." 

A  esa  novela,  publicada  en  1845,  siguieron  otras:  El  guante  negro, 
OvM  Amaya,  Un  drama  en  el  Adriátieo,  Fragmentos  del  álbum  de 
una  peregrina,  La  novia  del  muerto,  La  hija  del  mashorquero,  Una 
apuesta,  El  lucero  del  manantial,  Una  noehe  de  agonía.  El  lecho  nup- 
cial, Tres  nxiches  de  una  histoiia.  El  ángel  caído.  Tesoro  de  los  Incas, 
Quien  escucha  su  mal  oye,  Si  mal  haces  no  esperes  bien.  Una  hora  de 
coquetería,  El  ramillete  de  la  velada.  Una  redondilla.  El  naranjo  y  el 
cedro,  La  fiebre  amarilla,  Gfuemes,  etc.,  etc. 

Refiriéndose  Torres  Caicedo  en  1863,  á  las  novelas  hasta  entonces 
publicadas  por  la  ilustre  saltefía,  emitió  el  siguiente  juicio: 

"La  Sra.  D*  Juana  Manuela  Gorriti  no  pertenece  como  Jorge  Sand, 
á  una  escuela  filosófica  ni  como  ella  tiene  los  refinamientos  del  arle  y 
del  estilo;  pero  en  cambio  posee  el  sentimiento  de  lo  bello  y  de  lo  bue- 
no, que  distinguió  á  la  autora  de  Margarita  6  los  dos  amores,  la  malo- 
grada Delfina  Gay, — Mad  de  Girardin. — Sin  la  corrección  de  lenguaje 


DOÑA  JUANA  MANUELA  OOBRITI.  £26 

de  Fernán  Caballero,  tiene  como  esta  afamada  escritora  espaQola  el 
amor  á  la  verdad,  á  la  sencillez,  y  sin  ser  realista,  describe  fielmente 
la  naturaleza,  animándola  con  los  tintes  de  lo  ideal.  La  escritora  no 
olvida  á  la  mujer;  la  literata  recuerda  siempre  que  es  cristiana;  y  por 
eso  sus  novelas  son  siempre  recreativas,  morales,  y  pueden  sin  recelo 
ponerse  en  manos  de  las  vírgenes  y  entrar  por  la  puerta  principal  en 
el  hogar  de  la  familia  que  más  dada  sea  á  la  práctica  de  la  virtud. 

"  Lejos  está  la  literata  argentina  de  poseer  las  ricas  facultades  de  la 
autora  de  Indiana  y  Valentina;  pero  lejos  está  la  escritora  francesa  de 
poseer  la  noble  sencillez  y  el  espíritu  moralizador  de  la  autora  del  Lu- 
cero del  manantial.  Aquella  se  presta  á  la  discusión  y  conmueve  todas 
las  pasiones :  ésta  arrulla  dulcemente  el  alma  y  hace  pasar  las  horas 
en  grata  paz.  La  literata  francesa  ha  perdido  su  sexo,  como  dice  Mr. 
de  Lamartine,  en  las  luchas  filosóficas  y  políticas;  la  literata  argentina 
se  ha  mostrado  mujer  por  el  corazón  y  por  el  lenguaje,  por  la  sencillez 
y  la  moralidad. 

''La  novela,  después  de  la  forma  dramática,  ha  dicho  Planche,  es  la 
forma  más  popular  del  pensamiento ;  pero  si  puede  sanar  muchas  he- 
ridas, puede  también  abrir  otras  que  son  incurables.  Esto  lo  ha  com- 
prendido por  intuición  la  Sra.  Gorriti,  y  por  ello  trata  de  armonizarla 
pureza  de  la  forma  con  la  elevación  de  los  sentimientos.  En  muchas 
de  las  novelas  de  la  literata  argentina  hay  ausencia  de  episodios,  los 
<;^racteres  q)enas  son  delineados,  las  descripciones  dejan  que  desear; 
pero,  en  cambio,  hay  rapidez  en  la  acción,  altura  en  los  pensamientos, 
dignidad  en  la  expresión,  moralidad  en  el  fin  que  se  propone,  y  si  las 
descripciones  son  cortas,  las  que  presenta  son  exactas  y  revelan  lo  que 
hoy  se  llama  el  sentimiento,  estético  y  el  color  local." 

Antes  de  proseguir,  haremos  notar  que  de  muchos  de  los  defectos 
apuntados  por  Torres  Caicedo  en  el  juicio  que  acabamos  de  copiar,  se 
ven  expurgadas  las  obras  posteriores  de  la  Sra.  Gorriti,  sin  que  en  és- 
tas se  note  que  á  la  perfección  de  la  forma  hubiese  sacrificado  la  na- 
turalidad y  el  vigor  del  pensamiento. 

Volvamos  á  la  vida  íntima  de  la  Sra.  Gorriti  para  hablar  después  de 
sus  últimas  producciones. 

Las  tempestades  políticas  la  arrojaron  del  suelo  natal,  siendo  como 
dijimos  ya,  todavía  ñifla,  y  las  mismas  tempestades  la  condujeron  de 
Bolivia  al  Perú. 

Para  disipar  la  nostalgia,  fundó  en  la  hermosa  capital  del  Rimac  un 


526  BEVXSTA  NACIONAL. 


colegio  de  señoritas,  y  como  si  tan  penosa  labor  no  fuera  bastante  pa- 
ra llenar  sus  horas  y  agotar  sus  fuerzas,  dedicó  las  noches  al  cultivo 
de  la  literatura  y  convirtió  su  hogar  en  un  verdadero  Ateneo,  reunien- 
do en  él  á  las  inteligencias  superiores  de  la  patria  de  Ricardo  Palma. 
De  esas  reuniones  surgió  la  idea  de  fundar  El  Correo  del  Perú,  publi- 
cación que  alcanzó  grande  celebridad. 

En  1865  publicó  su  hermoso  libro  Sueños  y  BealidadeSf  en  Buenos 
Aires,  acrecentando  con  él  la  reputación  de  gran  novelista ;  después 
Panoramas  de  la  vida  y  El  mundo  de  los  recuerdos. 

En  1875,  al  retornar  á  la  patria  fué  la  Sra.  Gorriti  objeto  de  las  más 
cariñosas  y  entusiastas  manifestaciones  por  parte  de  las  seductoras  bo- 
naerenses, quienes  la  obsequiaron  con  un  álbum  y  una  estrella  de  ex- 
quisito mérito.  También  el  distinguido  editor  D.  Carlos  Casavalle,  el 
benemérito  de  las  letras  argentinas,  le  dedicó  un  recuerdo,  que  consis- 
tió en  un  folleto  impreso  con  elegancia,  en  el  que  reunió,  con  el  titu- 
lo de  Palma  Literaria  y  Artística,  varias  de  las  poesías  escritas  en 
honra  de  la  popular  novelista. 

Y  en  verdad  que  los  homenajes  tributados  á  la  Sra.  Gorriti  faeron 
justos  y  merecidos.  Ella  había  tenido  para  la  patria,  en  sus  días  de 
proscripción,  los  mejores  recuerdos ;  ella  había  honrado  por  donde  quie- 
ra el  nombre  argentino  y  conservado,  con  inalterable  cariño,  sus  rela- 
ciones con  sus  conterráneos,  sin  que  brotaran  nunca  de  su  pluma 
amargos  reproches,  sin  que,  ni  por  un  solo  día,  en  sus  horas  de  triste- 
za nostálgica,  buscase  una  distracción  en  escribir,  como  bien  podría 
haberlo  hecho,  la  historia  de  la  dominación  ignominiosa  que  soportó 
durante  largos  años  el  pueblo,  sin  dar  muestras  de  virilidad  y  de  he- 
roísmo para  arrancar  de  raíz  la  tiranía  que  sobre  él  pesaba. 

Y  llama  la  atención,  cuando  se  estudian  los  numerosos  escritos  de 
la  Sra.  Gorriti,  ver  cómo  en  ellos  no  procura  sino  por  el  contrario  evi- 
ta, hablar  de  sí  misma.  Es  un  hecho  perfectamente  demostrado  que  la 
mujer  que  se  dedica  á  la  literatura,  con  muy  contadas  excepciones,  se 
hace  fastidiosa  é  intolerable  por  su  afán  de  pregonar  la  excelsitud  del 
ingenio  femenino,  volviendo  por  los  fueros,  que  ningún  pensador  ultra- 
ja, de  las  mujeres  superiores,  y  enumerando,  venga  ó  no  al  caso,  á  las 
que  desde  la  antigüedad  más  remota  hasta  nuestros  dias  han  adquiri- 
do alguna  celebridad. 

También  debe  señalarse  entre  las  más  características  dotes  de  la  Sra. 
Gorriti  la  modestia,  y  su  ninguna  pedantería.  Regístrense  sus  obras,  y 


DOÑA  JUANA  MANUELA  GORBITI.  527 

se  verá  que  jamás  hace  en  ninguna  de  ellas  la  más  ligera  alusión  á  los 
triunfos  por  ella  alcanzados,  ni  menos  hace  alarde  de  poseer  conoci- 
mientos que  la  elevan  sobre  el  vulgo  de  las  escritoras.  Los  efectos  de 
relumbrón,  las  frases  rebuscadas,  la  poesía  impertinente  que  muchos 
escritores  confunden  con  la  grandilocuencia,  no  tienen  cabida  en  las 
páginas  por  la  Sra.  Gorriti  escritas. 

Tampoco  se  le  podría  tachar,  como  á  muchas  otras  literatas,  de  ex- 
plotadora de  los  sentimientos  religiosos  de  sus  lectoras.  Ella  no  hace 
alarde  de  su  piedad  ni  quiere  ostentarse  apóstol  de  las  creencias  que 
profesa.  La  moral  purísima  de  sus  obras  no  se  infiltra  en  el  alma  por 
medio  de  esas  cansadas  disertaciones  que  á  guisa  de  predicación  doc- 
trinal siembran  en  sus  libros  los  que  desean  congratularse  con  los  que 
se  dicen  directores  de  la  conciencia  humana. 

Un  crítico  que  se  ha  distinguido  no  solamente  por  la  severidad  de 
sus  juicios,  por  su  variada  y  profunda  instrucción  y  por  su  depurado 
gusto,  sino  también  por  su  extremado  apego  á  los  principios  ultra  ca- 
tólicos, de  los  que  es  esforzado  paladín,  tiene  en  tan  alta  estima  las  ex- 
celencias de  la  novelista  saltefia,  que  hace  apenas  un  afio  que  publicó 
en  Buenos  Aires  un  brillante  artículo  en  elogio  de  la, Sra.  Gorriti.  De 
ese  artículo  vamos  á  extractar  algunos  pasajes  que — mejor  que  cuan- 
to nosotros  pudiéramos  decir — dan  cabal  idea  de  la  dama  y  de  la  es- 
critora. 

''Nacida  en  medio  de  agitaciones — dice  D.  Santiago  Estrada —  la 
vida  de  Juana  Manuela  Gorriti  se  ha  desenvuelto  entre  tempestades. 
Parece  que  todos  sus  actos  participaron  del  aspecto  agreste,  á  la  par 
que  grandioso,  de  los  Andes  de  Salta,  su  cuna;  de  Bolivia,  su  refugio 
en  la  prescripción ;  del  Perú,  su  oasis  en  las  penurias  de  larga  peregri- 
nación. Las  alas  de  su  espíritu,  parecidas  á  las  del  cóndor,  la  llevaron 
del  valle  á  las  alturas  de  la  cordillera.  Visitada  por  la  inspiración,  di- 
vide con  la  Avellaneda  el  imperio  literario  de  la  mujer  americana  en 
la  América  española.  Lo  que. de  viril  y  adusto  le  imprimió  el  infortu- 
nio, lo  ha  modificado  el  sentimiento  femenil,  tierno  y  delicado,  desbor- 
dante de  su  corazón  como  la  savia  de  la  floresta  colombiana,  ó  la  re- 
ciña del  tronco  herido  por  el  hacha,  del  sándalo  de  la  India. 

"Apenas  tras  ruda  batalla  recuperó  la  serenidad  del  ánimo,  reapa- 
reció en  ella  la  soñadora  de  lo  bueno,  la  utopista  délo  bello,  la  imagi- 
nación creadora  del  artista,  que  la  impulsó  á,  ver  flores  en  el  campo 
erial  y  virtudes  en  los  corazones  empedernidos.  Los  hijos  de  su  fanta- 


628  REVISTA  NACIONAL. 


sidí  aparentemente  menos  amados  que  los  de  sus  entrañas,  en  consor- 
cio con  la  bondad  del  carácter,  alejándola  de  la  misantropía  compañe- 
ra de  las  decepciones,  la  han  entregado  como  maniatada  al  optimismo 
más  generoso.  Pocos  argentinos  han  Jeido  tanto  como  ella  en  el  libro 
de  la  naturaleza.  Una  intuición  superior  infunde  en  su  espiritu  la  vi- 
sión de  las  cosas  ignotas.  La  práctica  de  la  vida,  las  reminiscencias  de 
la  juventud,  la  circunstancia  de  haber  tomado  parte  en  episodios  ex- 
traordinarios de  nuestra  historia,  constituyen  la  fuente  inexhausta  de 
su  conversación  interesante,  instructiva,  encantadora,  que  encuentra  la 
fuerza  en  el  ingenio,  y  la  gracia  en  la  palabra  brillante  y  apropiada, 
que,  como  el  agua  de  las  cumbres  de  la  sierra,  se  purifica  incesante- 
mente en  virtud  de  la  elevación  de  la  caida. 

'^  Juana  Manuela  Gorriti  lo  ha  contemplado  todo :  el  campo  de  bata- 
lla de  los  bandos  y  de  los  pueblos ;  el  desgarramiento  de  los  sentimien- 
tos ajenos  y  la  lucha  solitaria  de  las  propias  pasiones.  Observadora, 
no  sólo  ha  visto,  sino  que  ha  estudiado  cuanto  ha  caído  bajo  su  mira- 
da: afectos,  ideas,  aspiraciones  y  fibras  de  la  naturaleza  humana.  Na- 
rradora por  inclinación,  no  puede  dejar  de  repetir  lo  que  es  idea  de  su 
cerebro  ó  visión  de  su  fantasía.  Analiza  el  espiritu  como  un  psicólogo, 
diseca  la  entraña  como  un  fisiólogo,  y  de  aquí  que  algunas  de  sus  obras 
parezcan  haber  tenido  por  buril  un  escalpelo,  y  por  escritorio  la  mesa 
de  un  anfiteatro.  Artista  minuciosa  y  delicada,  reuniendo  los  elemen- 
tos grandes  y  pequeños,  ha  concertado  los  colores  variados  de  ciertas 
narraciones,  con  la  paciencia  inteligente  de  los  fabricantes  de  mosai- 
cos de  Florencia.  En  aquella  cabeza  de  mujer  dibujada  por  ella,  bri- 
llan las  tintas  de  su  abundante  paleta,  como  los  toques  lucidos  de  los 
esmaltes  de  Limoges.  Algunas  breves  leyendas  que  apenas  forman  una 
escena,  recuerdan  los  bajos  relieves,  reducidos  y  artísticos,  de  los  pla- 
teros de  la  época  de  Cellini.  Encuéntrase  en  la  colección  de  sus  obras, 
marcos  primorosamente  labrados,  conteniendo  composiciones  de  im- 
portancia dudosa,  que  involuntariamente  traen  á  la  memoria  algunos 
lienzos  italianos,  que  sobreviven  por  las  comizas  venecianas  que  for- 
maron uno  de  los  ramos  del  arte  escultórico  de  la  antigua  reina  del 
Adriático. " 

Más  adelante,  agrega  el  Sr.  Estrada : 

^' Juana  Manuela  Gorriti  empleando  con  acierto  el  instrumento  de 
la  palabra,  ha  encontrado  el  camino  de  la  belleza  de  la  forma  que  in- 
mortalizó el  arte  griego.  La  manera  particular  de  manejar  la  pluma, 


DOÑA  JUANA  MANUELA  OORRITI.  68» 

Ó  la  palabra,  constituye  el  derecho  de  propiedad  del  estilo  en  los  artis- 
tas del  pensamiento.  Nuestra  paisana  ha  conquistado  el  derecho  dé 
que  se  le  reconozca  ese  titulo,  expresándose  originalmente  en  la  len- 
gua de  Cervantes.  Ella  ha  escuchado  en  las  yungas,  en  las  punas,  en 
los  valles  y  en  las  pampas  americanas,  el  lenguaje  de  las  criaturas  sen- 
sibles é  insensibles,  el  gemido  del  viento,  la  querella  del  indio,  el  so- 
llozo de  la  quena,  y  después  de  describir  el  desfiladero  escabroiso,  la 
huaca  profanada,  la  silueta  agria  de  la  montaña,  el  perfíl  adusto  del 
arriero  curtido  por  las  inclemencias,  la  figura  melancólica  del  payador 
errante,  ha  compuesto  tragedias  y  dramas  al  parecer  escritos  ora  &  la 
luz  deslumbradora  del  sol  de  los  trópicos,  ora  al  reflejo  de  la  hoguera 
de  los  campamentos,  ya  deslumhrado  por  el  candil  de  la  posada  del  ca- 
minante, ya  en  la  granja  rodeada  de  aldeanos,  ora  en  el  hogar  circun- 
dado de  mozos  y  de  mozas,  ávidos  de  recoger  en  la  memoria  esas  crea- 
ciones maravillosas,  alternadas  con  cuadros  cómicos  en  que  predomi- 
nan la  virtud  y  el  amor,  la  sencillez  de  los  hábitos  y  la  inocencia  del 
corazón. " 

No  menos  encomiástica,  y  no  menos  equitativa,  es  la  opinión  que 
otro  critico,  ya  citado  por  nosotros,  expone  respecto  á  una  de  las  más 
hermosas  producciones  de  la  Sra.  Gorriti. 

"En  las  brillantes  páginas  de  Peregrinadanes  de  una  alma  triste, 
dice  el  Sr.  Pelliza,  el  interés  novelesco  no  es  lo  que  más  subyuga;  su 
principal  atractivo  reside  en  la  descripción  de  las  localidades ;  en  el 
panorama  del  suelo  americano  desplegado  en  todo  su  maravilloso  es- 
plendor; en  la  pintura  de  las  costumbres  sencillas  y  patriarcales  de  la 
vida  campestre,  diseñadas  allí  con  hábil  maestría.  I  Cuánta  profunda 
observación  ha  dejado  consignada  la  autora  en  el  paso  fugitivo  de  es- 
ta voluntaría  romería !  Jamás  las  armonías  del  estilo  lucieron  con  tan 
humildes  atavíos,  y  el  arte  del  escrítor  pocas  veces  fué  mejor  explota- 
do para  fingir  la  realidad,  creando  la  vida  y  la  acción  en  medio  de  la 
naturaleza  solitaria.  Con  esta  obra  la  Sra.  Gorriti  ha  entrado  en  la  nue- 
va senda  por  que  conducen  la  novela  los  primeros  escritores  de  la  épo- 
ca presente:  el  romanticismo  con  sus  amores  volcánicos,  donde  toda  la 
acción  se  desarrolla  en  la  violencia  de  las  pasiones  y  en  el  fuego  délos 
efectos  llevados  á  una  temperatura  sofocante,  había  pervertido  el  gusto, 
después  de  estragar  la  literatura  con  sus  creaciones  inverosímiles  y  fu- 
nestas para  la  quietud  y  el  sosiego  doméstico.  Hoy  se  le  pide  á  la  no- 
vela algo  más  que  la  pintura  de  las  costumbres,  y  sobre  todo  de  esas 

K.  B.— T.  11-44 


OO  REVISTA  NACIONAL. 


N 


costumbres  suntuarias  que  han  llegado  al  más  completo  refinamiento. 
Esto,  por  si  sólo,  no  es  de  provecho  para  los  pueblos  americanos. '' 

2x1  tierra  natal  es  el  título  del  último  libro  publicado  por  la  Sra.  Go- 
rritiy  en  el  corriente  afio. 

Es  la  narración  amena  de  un  viaje  emprendido  por  la  autora  á  la 
provincia  de  su  nacimiento ;  narración  sembrada  de  anécdotas  y  de  re- 
cuerdos, 7  en  la  que  con  facilidad  y  gallardía  admirables  desenvuelve 
ante  la  vista  del  lectorios  más  hermosos  paisajes.  Increíble  parece  que 
tanta  frescura,  tantas  galas,  broten  de  la  pluma  de  una  escritora  que  ha 
vivido  ya  setenta  años,  y  más  increíble  aún,  que  esa  misma  anciana 
tenga  en  preparación  cuatro  nuevas  obras :  Cocina  ecléctica^  Lo  ín- 
timOi  Perfiles  históricos  y  Perfiles  divinos. 

Nuestra  admiración  crece  más  y  más  cuando  recordamos  las  terri- 
bles pruebas  por  que  ha  pasado  la  Sra.  Gorríti  durante  su  larga  existen- 
cia. Se  necesita  poseer  una  naturaleza  excepcional  para  resistir  el  em- 
bate de  los  dolores  que  han  acibarado  el  corazón  de  la  fecunda  escri- 
tora, y  de  los  que  hemos  hecho  ligera  mención  porque  no  era  nuestro 
pensamiento  sino  el  de  dar  á  conocer  en  México  las  obras  literarias  de 
la  Sra.  Gorríti.  Aunque  de  imperfecto  modo  hemos  cumplido  nuestro 
propósito,  y  sólo  nos  resta  decir,  para  terminar,  que  entre  los  descen- 
dientes de  la  ilustre  argentina  se  cuenta  á  la  poetisa  Mercedes  Belzú 
de  Dorado.  La  hija  de  la  Sra.  Gorríti  goza  de  merecido  renombre  por 
«US  obras  así  originales  como  traducidas. 


Francisco  Sosa. 


EL  CONDE  DE  LESM08. 


I 

En  la  altura,  en  el  castillo, 
habita  el  Conde  de  Lesmos ; 
abajo,  en  el  llano,  la  hija 
de  Cosme  Agíl  el  montero. 


EL  CONDE  DE  LEBMOS.  OÍ 


En  la  altura  el  noble  anciano, 
débil,  encorvado,  viejo, 
con  el  corazón  lo  mismo 
que  en  los  juveniles  tiempos. 
Abajo,  la  hija  de  Agfl, 
más  hennosa  que  un  ensueflo, 
y  con  quince  primaveras 
en  el  alma  y  en  el  cuerpo. 

II 

Tiene  la  casa  de  Cosme 
un  jardín  y  tiene  un  huerto, 
y  un  lago,  que  es  del  color 
del  color  que  tiene  el  cielo. 
Es  lo  mismo  que  un  semblante 
que  refleja  el  pensamiento : 
sombrío  si  está  sombrío, 
risueño  si  está  risueño. 
En  su  cristal  la  doncella 
retrata  el  rostro  hechicero, 
y  en  él  se  mira  los  ojos 
y  ante  él  se  peina  el  cabello. 

III 

Muñéndose  estaba  Cosme 
y  llamó  al  conde  su  duefio, 
y  le  hizo  entrega  de  su  hija, 
como  se  entregan  los  huérfanos. 
Ya  el  jardín  no  tiene  flores, 
flores  ni  frutos  el  huerto, 
y  en  las  orillas  del  lago 
espira  la  onda  en  silencio. 


Ya  vive  Alina  en  la  altura, 
vive  junto  al  noble  viejo 
que  de  amor  por  ella  muere, 
loco  de  amor  y  dé  celos. 


«a  REVISTA  NACIONAL. 


IV 

A  media  legua  del  lago 
y  del  castillo,  está  el  puerto ; 
7  salta  al  muelle  una  tarde 
el  hijo  del  conde  Lesmos 
y  al  saltar  detuvo  el  paso 
y  hasta  detuvo  el  aliento, 
y  hasta  detuvo  el  latido 
el  corazón  en  su  pecho, 
que  ha  visto,  al  dejar  el  hote, 
del  muelle  en  el  otro  extremo, 
á  Alina,  á  quien  nunca  ha  visto, 
atravesar  el  sendero. 
— ¿Qué  os  pasa,  señor?  le  dice 
Ginés,  que  era  su  escudero. 
— ¿Pues  qué  me  pasa  Ginés, 
que  á  decírtelo  no  acierto? 
Volemos  tras  de  esa  dama ; 
mas,  viene  el  conde  á  mi  encuentro. 

y  seguirla  es  necesario 

sigúela  tú,  yo  no  puedo 

allá  vá corre  tras  ella 

vestida  de  rojo  y  negro 

vé  que  roba  á  mi  alma  el  alma 
y  la  idea  al  pensamiento, 
como  la  noche  le  roba 
sus  resplandores  al  cielo. " 
Y  parte  Ginés,  á  punto 
que  llega  el  conde  de  Lesmos 
con  la  sonrisa  en  los  labios 
y  con  los  brazos  abiertos. 

V 

*^  Padre  que  vida  me  diste, 
pues  yo  la  vida  te  debo 
me  estás  causando  la  muerte 
con  salirteme  al  encuentro.  ^^ 


k. 


EL  CONDE  DE  LESM06.  533 


Asi  piensa  en  tal  instante 
el  contrariado  mancebo; 
que  el  amor  cuando  es  amor 
impera  él  solo  en  su  reino, 
como  el  león  en  la  selva 
y  la  palma  en  el  desierto, 
y  como  el  sol  cuando  apaga 
los  soles  del  firmamento. 

VI 

— ¿Cómo  Ginés,  al  castillo 
llegar  pudiste  primero? 
— Aquí  me  trajo  la  dama 
á  quien  venia  siguiendo. 
— ¿Aquí  vive? 

— Lo  supongo. 
— ¿Preguntaste? 

— Por  supuesto. 
— ¿Quiénes? 

— Alina,  la  bija 
de  Ciosme  Agfl  el  montero. 
— ¿Dueña  tiene? 

— Tiene  duefía. 
— ¿  Quién  es  la  tal  ? 

— Dofia  Elo, 
la  misma  que  me  crió 
con  la  sangre  de  sus  pecbos. 
— ¿La  conoces? 

— Está  loca 
porque  volvimos  á  vemos, 
y  duefio  soy  de  su  lengua 
cual  vos  de  la  mfa  duefio. 
— Dile  que  le  diga  á  Alina 
que  la  ama  Pedro  de  Lesmos, 
y  el  mar  que  me  echó  á  sus  plantas 
no  es  más  que  mi  amor,  inmanso. 
Que  vi  bien  que  ella  me  vio, 


681  RBVI8TA  NACIONAU 


y  al  no  sentir  lo  que  siento, 

valiera  más  que  al  mirarme 

me  hubiera  al  momento  muerto. 

Valiera  más  que  al  nacer 

la  luz  me  dejara  ciego, 

que  para  ver  cuanto  he  visto 

de  encantador  y  hechicero, 

y  verla  después  á  ella 

sin  su  amor  que  tanto  anhelo, 

fuera  bien  no  haberlo  visto 

que  volver,  sin  él,  á  verlo — 

Asi  lo  dices,  Ginés, 

y  asi  á  Alina  Dofia  Elo ; 

si  con  palabras  de  más 

sin  una  palabra  menos. 

VII 

Ama  á  Alina  el  viejo  conde 
y  Alina  idolatra  á  Pedro, 
y  porque  el  amor  se  vende 
vendióse  al  conde  de  Lesmos. 
Y  en  el  alma  del  anciano 
dan  los  celos  en  ser  tercos; 
nútrense  de  las  tinieblas 
encerradas  en  su  pecho, 
y  celos  que  así  se  nutren 
odios  son  que  no  son  celos, 
y  odia  el  de  Lesmos  á  Alina 
lo  mismo  que  odia  á  Don  Pedro. 

VIII 

¿Qué  piensa  el  conde  infelice? 
¿qué  medita  en  sus  desvelos? 
¡parece  que  Satanás 

inspira  sus  pensamientos!. , 

Se  detiene vuelve  á  andar.  •• 


EL  CONDE  DE  LE8MOS.  6>& 


deja  el  sillón,  torna  al  lecho 

habla,  gime,  reza,  jura, 

llora  y  ríe  á  un  tiempo  mesmo. 

Tal  serán  de  abominables 

sus  designios,  de  siniestros, 

que  él  mismo  de  ellos  se  espanta, 

¡que  él  mismo  se  espanta  de  ellos! 

IX 

Por  las  orillas  del  lago 
vaga  Alina  en  paso  lento, 
unas  veces  ella  sola, 
otras  veces  con  Don  Pedro. 
Allí  sonríe  el  amor, 
7  allí  colman  sus  deseos 
en  los  labios  las  promesas, 
y  en  las  miradas  los  besos. 
Allí  al  murmullo  del  agua, 
del  bosque  lejano  al  eco, 
se  acompañan  amorosos 
suspiros  y  juramentos. 
Eso  cuando  está  el  galán 
enamorado  y  contento; 
mas,  cuando  ella  queda  sola 
todo  cambia  y  es  diverso: 
tras  honda  melancolía 
la  acosa  el  presentimiento 
de  un  mal  que  está  por  venir, 
que  está  cerca  ó  está  lejos. 
Se  le  imagina  que  el  aire 
solloza  al  pasar  ligero, 
que  oye  voces  que  la  llaman 
en  sepulcrales  acentos, 
que  en  las  neblinas  que  flotan 
se  confunden  mal  envueltos, 
fantasmas  amortajados, 
fatídicos  esqueletos. 


686  REVISTA  NACIÓN Ali. 


Y  se  imagina  aquel  lago, 
su  amor,  su  amigo,  su  espejo, 
el  guardador  de  sus  lágrimas, 
¡tumba  de  sus  pensamientos! 


X 


Del  torreón  del  Castillo 
en  un  obscuro  aposento, 
al  mediar  de  largo  día 
se  estaba  muriendo  Lesmos. 
¡Qué  morir  tan  angustioso 
el  del  alma  y  el  del  cuerpo, 
si  es  del  cuerpo  y  es  del  alma 
yerdugo  el  dolor  á  un  tiempo! 
— Muriendo  estoy,  hijos  míos, 

lo  sé  bien ya  no  hay  remedio; 

mas  sé  de  amor  desdichado 

que  ha  de  morirse  primero 

— Padre ¿qué  amor? 

— Qué  amor,  padre? 
— ¡Qué  amor  ha  de  ser!  ¡el  vuestro! 

— Mi  amor 

— ^Mi  amor 

— Imposibles: 
¡Alina  es  tu  hermana,  Pedro! 
Uno  del  otro  se  apartan 
la  doncella  y  el  mancebo 
y  en  tierra  clavan  los  ojos, 
pálidos  como  los  muertos. 

XI 

Anochece.  En  un  sillón 
don  Pedro  de  angustia  lleno; 
respirando  mal,  apenas, 
el  moribundo  en  el  lecho; 
una  lámpara  apagándose, 
como  la  vida,  en  silencio. 


EL  CONDE  DE  LE8M09.  637 


y  un  sacerdote  que  reza 

de  rodillas  en  el  suelo 

Se  abre  de  pronto  la  puerta 
que  da  paso  al  aposento, 
y  entra  Ginés  con  el  rostro 

azorado  y  descompuesto 

quiere  hablar hablar  no  puede 

que  se  le  trunca  el  aliento. 

—Habla  Ginés dílo dílo 

qué  te  pasa di ¡lo  quiero! 

— Señor,  desde  la  alta  reja 
de  mi  elevado  aposento, 

la  vi  cruzar  la  llanura 

lyo  muy  alto! ¡Ella  muy  lejos! 

la  escalera el  puente salgo 

del  castillo corro llego 

llego  al  llano lel  lago!  lEl  agua 

se  había  tragado  el  cuerpo 

di  un  grito 

— Alina!  imi  Alina! 
gritó  Don  Pedro,  riendo 
á  carcajadas: — Hermana, 
allá  voy! Padre,  hasta  luego! 

XII 

En  la  iglesia  del  Castillo 
se  ve  un  catafalco  ardiendo; 
misa  de  cuerpo  presente 
están  cantando  á  tres  muertos. 
Reza  Ginés  en  el  coro 
y  junto  á  él  Dofia  Elo, 
y  al  terminar-«l  oficio 
dijo  asi  Ginés  muy  quedo: 
— ^Mira  el  semblante  de  Alina 

que  triste y  el  de  Don  Pedro 

¡qué  tristes  están  los  dos 
durmiendo  el  último  snefiol 


538  REVISTA  NACIONAU 


Pero  ¡caso  original! 

mira  bien  cómo,  entre  ellos, 

parece  que  se  sonríe 

el  Sefíor  Conde  de  Lesmos! 

México,  Mayo  10  de  1889. 

José  Peón  t  Cíontreras. 


TABARÉ. 


Sr.  D.  Francisco  Sosa. 

Tu  casa.  Noviembre  25  de  1889. 
Muy  fino  y  querido  amigo : 

Te  ofrecí,  y  estoy  arrepentido,  como  de  mis  pecados,  decirte  mis  im- 
presiones sobre  el  poema  del  Sr.  Zorrilla  San  Martín,  titulado  Tabaré, 
que  con  tanta  ñnura  y  con  antecedentes  tan  estimables  para  mí,  pusis- 
te en  mis  manos,  á  nombre  del  Sr.  D.  Ramón  Mendoza,  Ministro  Ar- 
gentino. 

Te  confieso  que  mi  deseo  de  servirte  y  de  corresponder  á  tu  estima- 
ción, me  arrancaron  tal  promesa,  sin  tener  en  cuenta  ni  mi  ignorancia, 
ni  mi  aversión  á  esa  clase  de  trabajos,  ni  mi  pereza  genial,  cultiva- 
da y  como  con  raices  en  mis  achaques  y  en  mis  setenta  y  un  inviernos. 

Por  otra  parte,  dar  cuenta  á  sangre  fría,  de  una  alucinación,  de  im- 
presiones del  alma  en  un  estado  anormal,  cuando  la  sensibilidad  está 
como  adormida,  los  nervios  en  calma,  y  la  razón  fuera  de  la  atmósfe- 
ra que  la  cautivó,  es  para  mí,  poco  menos  que  imposible.  Así  pues, 
confórmate  con  que  de  una  manera  desairada  é  incompleta,  te  dé  razón 
de  mis  reminiscencias,  como  quien  pretendiera  con  palabras  y  con  im- 
perfecta mímica  producir  en  un  confidente  el  asombro  y  encanto  de 
uno  de  los  cartones  de  Rafael. 

Ante  todo,  me  infundió  una  nueva  simpatía  el  autor,  por  su  manera 
de  concebir  y  definir  el  arte.  Dice  el  Sr.  Zorrilla  San  Martin: 

*^E1  arte  contribuye  al  mejoramiento  social,  porque  por  medio  de  él, 
el  común  de  las  gentes  participa  la  visión  de  los  hombres  excepciona- 


TABARB.  5» 


les  y  se  eleva  y  ennoblece  en  la  contemplación  de  aquello  cuya  exis- 
tencia no  reconocería  si  el  poeta  no  le  dijera:  levanta  la  frente,  sube 
conmigo  á  las  regiones  de  la  belleza ;  la  atmósfera  es  pura  porque  aca- 
ba de  atravesarla  la  majestad  del  genio,  que  como  las  tempestades  de 
la  tierra,  purifíca  el  ambiente.  En  una  palabra,  el  arte  no  es  otra  cosa 
que  la  reproducción  sensible  de  la  vida  ideal.  De  ahí  que  la  única  fuen- 
te de  belleza  sea  el  pensamiento  en  que  el  bien  se  difunde  y  la  ver- 
dad esplende. " 

Ya  verás  que  quien  asi  sabe  anunciarse,  exhibe  títulos  deunagerar- 
quía  superior  en  la  legítima  aristocracia  de  las  letras ;  y,  por  no  dejar, 
en  la  breve  nota  puesta  al  fín  del  prólogo,  hacemos  conocimiento  con 
el  hombre  de  corazón  infortunado,  tras  el  velo  místico  de  un  recuerdo 
lleno  de  ternura.  He  aquí  por  qué  yo,  comencé  por  admirar  y  por 
amar  al  hombre,  y  me  hice  más  y  más  inepto  para  la  crítica. 

Tal  vez  por  mis  escasas  y  desordenadas  lecturas,  mi  concepción  de 
la  epopeya  se  relaciona  con  lo  sobrenatural  y  lo  heroico,  con  los  gran- 
des dramas  en  que  se  deifícan  los  actores,  y  sirven  de  escenario  los 
grandes  espectáculos  de  la  naturaleza,  y  las  transformaciones  de  los 
pueblos. 

Sin  fijamos  en  la  India,  ni  en  la  Persia,  la  Iliada  brota  resplande- 
ciente entre  las  civilizaciones  asiática  y  griega. 

De  éntrelas  tumultuosas  y  sangrientas  correrías  de  Atila,  surgen  los 
Nibelungen.  Dante  crea  con  su  genio  sorprendente  la  epopeya  mís- 
tica; sobre  el  Santo  Sepulcro  atraviesa  los  aires  con  su  lira  de  bronce, 
Tasso,  el  poeta  guerrero ;  Milton  hace  un  poema  de  la  rebelión  de  los 
ángeles  del  Señor,  y  Klopstoc  ensalza  la  redención  alzando  éntrelos  cie- 
los y  la  tierra  la  cruz  sacrosanta  que  sirvió  de  patíbulo  á  Jesús  y  de 
fuente  purísima  de  la  moderna  civilización. 

Tabaré  á  nada  de  esto  se  asemeja :  es  otro  el  teatro,  otros  los  acto- 
res, desconocidos  en  la  tradición  europea. 

Sirve  de  teatro  al  imponente  drama  la  naturaleza  grandiosa  del  nue- 
vo mundo,  con  sus  ceibas  gigantes  y  sus  torrentes  atronadores,  sus  ro- 
cas inmensas  y  sus  tempestades  terribles.  En  el  fondo  de  ese  cuadro 

"  El  Uruguay  y  el  Plata 

vivían  su  salvaje  primavera; 

la  sonrisa  de  Dios  de  que  nacieron 

aún  palpita  en  las  aguas  de  las  letras. 


610  REVISTA  NACIONAL. 


He  ahí  el  punto  de  partida  de  nuestra  alma  al  emprender  el  viaje  á 
través  del  poema,  acompañados  del  inspirado  poeta  que  nos  conduce  y 
que  desdeña  llevar  en  sus  manos  la  lira  de  oro.  El  quiere 

"  Una  lira  de  hierro 

"  la  más  pesada  y  negra ; 

"  esa,  la  de  apoyarse  en  las  rodillas 

"  y  sostenerse  con  la  mano  trémula. 

"  La  de  cantar  sentado  entre  las  ruinas 

'^ como  el  ave  agorera; 

"  la  que  arrojada  al  fondo  del  abismo, 

"  del  fondo  del  abismo  nos  contesta. 

"  Al  desgranarse  las  potentes  notas 

"  de  sus  heridas  cuerdas, 

"  despertarán  los  ecos  que  han  dormido 

'*  sueños  de  siglos 

Nos  hallamos  enmedio  de  una  naturaleza  virgen,  totalmente  ameri- 
cana, y  no  por  la  aglomieración  de  nombres  extraños  de  aves,  fieras  y 
reptiles,  desiertos  y  volcanes,  sino  porque  reconocemos  la  vida  real,  tí- 
pica de  nuestra  América;  lo  que  imprime  un  sello  de  positiva  origina- 
lidad á  la  concepción  poética. 

Acaso  por  ese  amor  ingenuo  é  íntimo,  á  la  naturaleza,  el  poeta  se 
abandona  á  la  contemplación  de  los  cuadros  que  recorre,  y  sueña  can- 
tando hasta  perder  de  vista,  ó,  por  lo  menos,  interrumpir  la  narración 
que  borda  y  esmalta  con  exquisito  primor.  Por  lo  demás,  la  parte  dra- 
mática del  poema  es  tan  interesante  como  sencilla. 

Recordarás  que  en  las  poblaciones  ó  puntos  militares  avanzados  pa- 
ra custodia  de  nuestras  fronteras,  se  mantenían  guarniciones  al  mando 
de  jefes  de  confianza.  Estos  presidios  los  reglamentó  entre  nosotros  el 
Visitador  Gálvez. 

Aquellas  guarniciones  estaban  destinadas  á  la  persecución  constan- 
te de  los  salvajes,  con  éxito  vario,  y  en  asaltos  y  encuentros  feroces  y 
sangrientos. 

En  una  de  esas  expediciones,  un  indio  de  raza  charrúa  Caracé^  jefe 
guerrero,  mientras  sus  hermanos  combaten  y  codician  rico  botin,  él  ha- 
ce prisionera  á  una  joven  blanca,  porque 

"  Caracé  sólo  quiere 

^'  en  su  toldo  á  la  blanca  prisionera 


TABARÉ.  511 


"  que  de  su  techo  encenderá  los  fuegos, 
*'  los  fuegos  del  amor  y  de  la  guerra. 

Pasan  soles  y  lunas 

"  Un  nifío  llora,  los  vagidos  se  oyen 

"  del  bosque  en  el  secreto, 

^^  unidos  á  las  voces  de  los  pájaros 

'^  que  cantan  en  las  ramas  de  los  cedros. 

En  el  aduar  de  la  vida  primitiva,  al  rugir  de  las  Aeras,  vastago  de  la 
pasión  brutal  se  desarrolla  aquel  niño,  teniendo  las  reminiscencias  va- 
gas de  un  cielo  de  caricias  y  de  un  ángel  de  ternura  y  bondad,  que  co- 
mo  que  le  trasportaba  á  regiones  de  ventura  y  de  luz. 

Una  nueva  guarnición  llega  á  la  frontera  cuando  Tabaré,  que  es  el 
nombre  del  salvaje  mestizo  de  pief  ^e  nieve  y  ojos  azules,  había  senti- 
do las  auras  juveniles  desordenando  su  cabellera  rubia. 

El  jefe  de  la  nueva  guarnición,  representa  al  guerrero  fiel  á  su  rey  y 
sumiso  á  la  consigna;  Dofia  Luz,  su  esposa,  la  pasión  por  el  exterminio 
del  salvaje;  su  hermana  Blanca  la  piedad  en  su  expresión  más  poética 
y  angélica. 

"  Blanca  la  hermosa,  la  inocente  Blanca, 
''para  quien  brillan  esos  ojos  negros 
"  profundos  hasta  el  alma, 
''  y  en  que  la  luz  del  sol  de  Andalucía 
'*  brillo  de  estrellas  presta  á  sus  miradas. 

La  pintura  del  charrúa  es  soberana : 

"  Se  advierte  en  su  mirada 

"  un  constante  recelo 

"  y  una  impasible  languidez  que  tiene 

"  algo  de  triste,  mucho  de  siniestro. 

"  Son  esbeltas  sus  formas, 

"  duros  sus  movimientos, 

"  la  tez  cobriza,  el  pómulo  saliente, 

"  negros  los  ojos,  como  el  odio  negros. 

'*  Sobre  los  fuertes  hombros 

*'  se  derrama  el  cabello 


«42  REVISTA  NACIONAU 


''  en  crenchas  lacias,  rígidas  y  obscuras 
"  que  enlutan  más  aquel  huraño  aspecto. 
*'  Pupila  prolongada, 
"que  prolongó  el  asecho etc 

En  un  grupo  de  esos  indios  prisioneros,  aparece  Tabaréf  pálido,  con 
sus  ojos  azules  y  su  aspecto  excepcional. 

"  Hay  en  su  cráneo  hogar  para  la  idea, 
"  hay  en  su  frente  espacio  para  el  genio. 

¿Por  qué  tiembla? 

"  Es  que  Blanca,  al  pasar,  le  está  mirando. 

La  niña  inquiere,  indaga  de  aquel  indio  enfermo.  La  respuesta  es 
que  se  le  llama  el  loco  y  que  es  furibundo  en  la  pelea. 

La  primera  impresión  de  Blanca  se  manifíesta  al  interceder  miseri- 
4X)rdiosa  por  Tabaré,  á  quien  se  ha  dado  por  cárcel  el  pueblo. 

La  perturbación  intensa  de  Tabaré  se  adivina  por  su  actitud,  por  su 
distracción,  porque  se  acentúa  la  especie  de  enajenación  que  le  preo- 
cupa y  desde  ese  momento  el  lector  entra  en  el  drama,  sintiendo  y  tra- 
duciendo las  emociones  de  dos  seres  separados  hostilmente  como  por 
un  mar  de  imposibles : 

"  El  prisionero  pasa 
"  sin  mirarla  jamás,  nublado  el  ceño 
"  y  al  pasar  junto  de  ella  se  apresura 
'<  y  se  aleja  temblando,  casi  huyendo. 

Blanca,  una  vez  que  no  puede  contener  su  emoción  al  ver  al  indio, 
le  pregunta:  ¿por  qué  huyes,  temes  algún  daño? 

"  El  indio  alzó  la  frente ;  miró  á  Blanca 
"  de  un  modo  fijo,  iluminado,  intenso : 
"  habia  en  su  actitud  indescifrable 
"  terror,  adoración,  reproche,  ruego. 

Después  de  manifestar  su  asombro  de  que  le  hable  la  española,  des- 
pués de  que  escucha  de  los  labios  de  ella  que  no  odia  al  charrúa,  apo- 


TABARÉ.  513 

aerándose  de  él  la  pasión,  sintiendo  al  abismo  sonar  en  su  cerebro,  la 
dice  impetuoso  y  apasionado : 

"  Oh  si  I  yo  sé  que  acechas 

"  mis  horas  de  dolor, 

"  sé  que  remedas  alas  de  gilgeros 

"  donde  yo  estoy. 

"  Yo  sé  que  tú  el  secreto 

"  conoces  de  mi  ser, 

"  y  sé  que  tú  te  escondes  en  las  nieblas ; 

"  todo  lo  sé. 

"  Que  gimes  en  el  viento, 

"  que  nadas  en  la  luz, 

"  que  ríes  en  la  lira  de  las  aguas 

"  del  Iguasú. 

Esa  entrevista,  acaso  por  lo  prolongada  y  por  los  recuerdos  de  la  ma- 
dre de  Tabaréf  perjudicial  al  drama,  es  como  la  revelación  entre  som- 
bras, luces  y  reñejos,  de  una  pasión  que  desenvuelve  con  energía  en  su 
mente  la  inventiva  del  lector. 

Toóaré.emprende  paseos  solitarios,  se  le  vé  taciturno  en  lugares  apar- 
tados, en  la  noche  discurre  como  un  fantasma  en  torno  de  la  habita- 
ción de  Blanca,  y  entonces  se  le  acosa,  se  le  persigue,  y  á  pesar  de  los 
ruegos  de  la  misma  Blanca  se  le  expulsa  del  pueblo,  interpretando  sus 
acciones  como  resultado  de  un  proyecto  contra  los  blancos. 

El  lector  sabe  que  es  la  pasión  de  Blanca  el  móvil  único  de  su  con- 
ducta. 

Después  de  algunos  incidentes  más  ó  menos  importantes  para  la 
enérgica  acción  del  drama,  los  charrúas  hacen  una  embestida  sobre  la 
guarnición  que  manda  Gonzalo ;  se  traba  lid  sangrienta,  en  la  que  los 
horrores  del  incendio  y  de  la  matanza  se  despliegan  con  inconcebible 
ferocidad.  Un  salvaje  se  apodera  de  Blanca  que  había  quedado  aban- 
donada, y  al  huir  con  ella  se  recrea  lascivo  en  sus  formas  y  su  her- 
mosura. Sabe  el  rapto  Gonzalo,  y  lo  atribuye,  frenético,  á  Toiará.  Es- 
te encuentra  al  raptor,  se  avalanza  á  él  y  le  estrangula  sobre  su  presa. . . 
apartándose  de  ella,  casto  y  respetuoso,  á  la  vez  que  llega  Gonzalo  y 
creyendo  moribunda  á  Blanca  mata  cruelmente  á  Tabaré,  y  ambos,  en 
una  mirada  sublime  de  ternura  y  de  pureza  confunden  sus  almas  en  un 
éxtasis  de  amor  infinito. 


511  REVISTA  NACIONAL. 


¿No  crees  tú  que  habría  algo  de  villano  y  de  envidioso  en  disminuir 
la  impresión  que  produce  este  poema  señalando  faltas  de  prosodia,  in- 
correcciones gramaticales,  y  pecados  contra  Horacio  y  Hermosilla?  Yo 
no  quiero  hacer  eso.  Los  policías  de  las  letras,  sea  cual  fuere  su  méri- 
to, no  son  ni  los  amigos,  ni  los  proceres  de  las  letras. 

Por  lo  demás,  como  dije  al  principio,  el  poema  seduce  porque  vive 
en  él  nuestra  pasión,  porque  indica,  y  completamos  con  nuestros  sen- 
timientos como  sucede  con  las  concepciones  de  los  grandes  genios,  co- 
mo se  verifica  en  JSamlet  y  en  el  Rey  Lear  de  Shakespeare,  en  él  Mé- 
dico de  8u  honra  de  Calderón,  en  el  Drama  NuevOy  y  en  otras  obras 
maestras. 

Aunque  el  asunto  pudiera  recordar  al  autor  de  Atalüj  en  nada  se  pa- 
rece, ni  se  parece  el  lenguaje  de  los  guerreros  á  los  hiperbólicos  can- 
tos de  Osian. 

Es  un  poema  típico,  delicioso,  lleno  de  grandeza,  de  ternura,  y  de 
verdad. 

A  mí  me  encantó,  y  es  lo  que  en  resumen  te  puede  decir 


Tu  viejo  que  te  ama 


Guillermo  Prieto. 


Nota. — Confiado  en  la  benevolencia  de  mi  buen  amigo  el  Sr.  Prieto, 
me  he  permitido  insertar  en  la  Revista  Nacional  la  carta  que  precede. 

m 

He  propongo  publicar  igualmente  la  contestación  que  daré  al  Sr. 
Prieto,  contestación  que  he  tenido  que  diferir  por  causas  agenas  á  mi 
voluntad.  Creo  que  el  poema  del  Sr.  Zorrilla  San  Martín,  ilustre  poe- 
ta uruguayo,  es  digno  de  los  mayores  encomios,  y  me  propongo  hacer 
notar  á  los  lectores  de  la  Revista  Nacional  algunas  de  las  inumerables 
bellezas  que  el  Tabaré  contiene. — Francisco  Sosa. 


ISL  8ITI0  DB  VSRACRUZ.  5i5 


EL  SITIO  DE  YEBAOBUZ. 


No  Chalchíuhcueyecan,  sino  Tepanoayan,  por  metaplasmoTenoyaDi 
era  probablemente  el  apelativo  indígena  del  sitio  que  en  la  actualidad 
ocupa  la  Nueva  Veracruz.  Ese  nombre  es  el  que  aún  conserva  el  ria- 
chuelo cuyas  aguas,  pasando  por  un  barrio  de  la  ciudad,  salen  al  mar 
entre  la  Punta  de  Santiago  y  la  de  Los  Hornos. 

Para  sustentar  nuestra  hipótesis  presentamos  las  siguientes  conside- 
raciones. 

La  voz  Tenoyan  (Tepanoayan)  significa  en  lengua  mexicana  paso 
de  piedra. 
Sus  componentes  son : 
Tetl=piedra 
panauia=pasar  un  río 

yan=particula  terminal  que  denota  lugar  donde  se  ejecuta  la  ac- 
ción indicada  por  el  verbo  que  la  precede. 
También  puede  estar  formada  de  las  voces  tenolli=arco  6  puente 
de  piedra  y  de  la  mencionada  partícula  terminal  de  los  nombres  ver- 
bales de  lugar.  Se  comprende  que,  para  evitar  la  cacofonía,  el  uso  su- 
primiera el  último  sonido  de  la  palabra  tenolli  y  formara  Teño  ( — ^lli) 
yan,  Tenoyan. 

Empero,  así  en  el  primer  caso  como  en  el  segundo,  resulta  siempre 
un  mismo  significado :  paso  ó  puente  de  piedra. 

Las  condiciones  geológicas  de  aquella  parte  del  litoral  veracruzano 
son  muy  conocidas :  en  la  menuda  arena  allí  depositada  por  el  trabajo 
de  las  olas  y  los  vientos,  no  hay  rocas  que  puedan  servir  de  puentes 
naturales.  De  ello  deducimos  que  el  paso  de  piedra  sobre  el  riachuelo 
era  una  obra  de  arte  de  más  ó  menos  importancia.  Nos  inclinamos  á 
creer  esto  último,  tanto  porque  no  era  necesario  construir  un  puente 
de  grandes  proporciones  sobre  tan  pequeño  caudal,  cuanto  porque  las 
villas  principalmente  beneficiadas  por  aquella  obra  deben  haber  sido 
miserables  caseríos  aun  antes  de  la  invasión  de  los  aztecas.  Además, 
de  una  construcción  voluminosa,  hecha*  de  piedra,  habrían  quedado 
vestigios  aparentes  en  la  época  de  la  C!onquista  y  su  existencia  no  ha- 
bría pasado  desapercibida. 


646  R8VIBTA  NAOIONAU 


En  el  estudio  de  los  nombres  de  lugar,  los  medios  de  tránsito  figu- 
ran con  mucha  frecuencia,  como  lo  prueban  numerosos  ejemplos  en  el 
Estado  de  Veracruz.  Nada  tiene  de  extraordinario  suponer  que  los  in- 
digenas  llamaran  paso  de  piedra  á  un  lugar  determinado  de  la  costa 
donde  en  realidad  la  naturaleza  hacia  útil  ó  necesario  un  puente ;  y  su- 
ponemos estaba  en  el  sitio  de  la  Nueva  Veracruz,  porque  la  vía  más  fá- 
cil para  los  caminantes  que  se  dirigiesen  de  Zempoala  al  pueblo  que 
Grijalba  llamó  de  San  Juan,  era  el  de  la  playa  y,  siguiéndola,  tenían 
que  cruzar  el  Tenoyan  á  corta  distancia  de  su  salida  al  Golfo  mexi- 
cano. 

No  hay  memoria  de  la  existencia  de  un  puente  de  piedra  en  aquel 
lugar  á  la  llegada  de  los  españoles,  pero  el  significado  de  la  palabra 
Tenoyan  es  tan  claro,  y  la  persistencia  de  esa  palabra  en  una  comarca 
donde  casi  todos  los  nombres  locales  son  voces  castellanas,  es  un  apo- 
yo de  tal  gravedad  que,  unido  á  la  explicación  etimológica,  bien  puede 
sostener  la  opinión  anteriormente  manifestada.  Si  la  tenacidad  y  la 
duración  de  los  nombres  propios,  dice  el  erudito  Buschmann,  son  muy 
notables  tratándose  de  personas,  los  nombres  de  lugar  poseen  esas  cua- 
lidades en  grado  superlativo.  "  Los  hombres  cambian  y  desaparecen; 
están  sujetos  al  influjo  de  la  actualidad;  la  tierra  subsiste  inmóvil ;  so- 
bre ella  pasan  las  generaciones  y  los  pueblos  y  ella  permanece  mudo 
testigo  de  la  suerte  que  tuvieron.  ^*  ^ 

La  única  mención  que  conocemos  en  la  historia  de  la  conquista  del 
riachuelo  nombrado  Tenoyan,  se  encuentra  en  el  libro  que  escribió 
Bemal  Díaz  del  Castillo.  Refiere  el  minucioso  cronista  que  Gonzalo  de 
Sandovaldió  cuenta  á  Cortés  de  haber  enviado  desde  la  Villa  Rica  dos 
soldados,  vestidos  como  indios,  al  real  de  Narvaez,  cuando  este  capi- 
tán estaba  en  Los  Arenales,  antes  de  pasar  á  Zempoala.  Fueron  am- 
bos soldados  al  rancho  de  Salvatiarra  y  le  vendieron  ciruelas ;  y  "cuan- 
do hubieron  vendido  las  ciruelas,  el  Salvatierra  les  mandó  que  le  fue- 
sen por  yerba,  creyendo  que  eran  indios,  alli  junto  á  un  riachuelo  que 
está  cerca  de  los  ranchos,  para  su  caballo,  e  fueron  e  cogieron  unas 
carguillasdella.^*  ^ 

Generalmente  se  cree  que  el  sitio  nombrado  Los  Arenales  es  la  pla- 
ya frontera  al  castillo  de  San  Juan  de  Ulúa  donde  fué  mercedado  Juan 


1  BoBChmann,  Ueber  die  OMUkiichen  Orttnamen  (Berlín,  1868),  I.  AbUi.,  p.  8. 

2  Historia  verdadera^  cap.  CXV. 


EJLSITIOI»:  VffiüLCBUZ.  617 

Buitrósi,  66  decir,  Yeracruc  No  fitrtícipaasios  de  esa  oreenda,  pero  na- 
da significa  para  el  caso  que  ahora  nos  ocupa,  porque  en  las  oeroante 
no  hay  otras  corrientes  á  que  pnedan  oonvenir  las  palabras  de  Bemal 
fBIaflc  Bl  Rio  de  SoAa  Inés  está  donasiado  lejos,  j  los  oallos  ó  derra- 
mes de  h  ensenada  dd  Mocambo,  aunque  fig^uran  en  mapas  del  «inlo 
•pasado,  tnmica  han  tenido  softidoros  «Mistantes.  Narraos  desembarcó 
éñ.  NMembre  de  lfil8,  tiempo  4e  nortes,  que  generalmente  eiegan  las 
bocas  y  barras  pequefias. 

£¡6  indfrdabk  que  Bermd  Diaz  dd  Castillo  reooirió  ia  oomarca  tera- 
únuana:  sabemos  que  en  ella^cstoTo  dos  veces  distinttts,  la  primera 
<xm  Grijalba;  kiego  oon  Hernando  Cortés,  fin  esta  última  ooasidn  hu- 
bo de  explorar  lo  que  Uamamos  la  orilla  de  V^Racniz  en  busca  de  aE 

* 

«téntoa  para  sustentarse  \  motivo  >que  deja  miponer  un  examen  atento 
y  si  hubiera  visto  una  obra  de  arquitectura  notable,  siquiera  por  suta 
mafio,  no  habría  dejado  de  reeordiúr  su  oxisitenda.  Interesa  hacer  me 
ihoriadé  esto  para  vi^ar  las  condusiones  de  nuestro  estudio,  pero  de 
bemos  advertir  que  las  reférendas  geo^fícas  del  soldado  cronista  exi 
f^  un  uso  cuidadoso,  y  que  especialmente  desechamos  lo  que  tscritió 
-sobre  «raa  isla  que  nombra  Uiéa. 

Historiadores  que  ^zan  jnsta  fama  deaaiaíos  dioentfneChakhiufa- 
cueyecan  era  el  nombre  dado  por  los  indígenas  al  sitio  donde  se  en- 
enentra  la  Nueva  VeracruE.  Hernán  Cortte  es  d  primero  quenne^sa  pa- 
labra eottrafia  al  puerto  de  la  provincia  de  San  Juan  de  Uláa  donde  sur- 
giercm  las  naves  de  Panfilo  deNarvaez,  el  mismo  donde  habían  sur^- 
do  las  de  1SU  propio  mando  'el  21  de  Abril  de  1519.  El  Conquistador 
tuvo  conocimiento  del  nombre  Chalchiuhoieyecan  al  ver  el  miq)a  que 
Moctecuzohma  hizo  pintar  para  la  exploración  del  golfo  mexicano  en 
busca  de  un  buen  puerto  ^.  Al  dar  cuenta  de  sus  disposiciones  sobre 
este  punto,  mendona  d -nombre  en  su  segunda oarta al  Emperador;  lo 
repite  en  la  cuarta  y  quinta,  y  también  en  la  que  dirigió  á  la  dudad  de 
México  avisando  tm  regreso  de  las  Hftueras  ^.  La  probanza  de  Lexal- 
de,  ejecutada  á  pedimento  de  Cortés,  y  en  cuyos  resultados  está  visible 

1  *<  TcBifainai  entonooi  txsalUto  de  BumtenlmleBtM  porque  ya  el  casabe  amar- 
gaba de  mohoso,  podrido  y  sucio  de  íátnlas  (fótolas,  cocaiachas),  y  si  no  Íbamos 
a  xiariscar  no  comismos."  Osp.  XL. 

2  *'£n  otro  día  me  tnUeron  figurada  en  un  pafio  toda  la  costa......  B  con  d  re. 

Qandoq[iieéldló«epairtl«xony  Itaerensportodala  costa,  desde  él  pnerto  de  dial- 
cmicneca  qne  dicen  detSañ  Joan,  donde  yo  desembarqué,  etc.**  fieman  Cortés, 
Carta  Seintndct, 

8  Mayo  de  iras.  JEkorttoff  ftfeMot  de  Jrerndn  CbrMff  (México.  ISn],  p.  1^ 


MS  REVISTA  NACIONAL. 


SU  persona,  dice  asimismo  que  la  bahía  de  San  Juan  se  llamaba  de 
Chalchiuhcueyecan ». 

Todos  los  documentos  contemporáneos  que  conocemos,  no  redacta- 
dos por  Cortés,  ó  con  auxilio  de  sus  apuntes,  cuando  se  refieren  al 
puerto  ó  bahía  de  San  Juan,  dicen  San  Juan  de  Lúa  ó  de  Ulúa. 

Bemal  Díaz  del  Castillo  declara  enfáticamente  que  Chalchiuhcueye- 
can era  el  nombre  de  un  rio,  el  mismo  que  los  expedicionarios  de  Gri- 
jalba  llamaron  Río  de  Banderas  ^. 

El  Padre  Duran  registra  el  nombre  indígena,  pero  no  determina  el 
sitio  á  que  correspondía^.  Tezozomoc  no  vacila  en  decir  que  es  la 
Nueva  Veracruz  ^.  Torquemada  deja  percibir  una  duda  inquieta  cuan- 
do dice  que  Cortés  llegó  á  la  isla  de  Sacrificios,  y  que  todo  lo  recono- 
cido por  este  capitán  hasta  aquel  lugar,  se  llamaba  en  lengua  mexica- 
na Chalchiuhcuecan  ^ 

Clavigero  ^,  Ramírez  ^  y  Orozco  ^  siguieron  á  Tezozomoc.  Mucho  he- 
mos vacilado  antes  de  decidimos  á  emitir  una  opinión  contraria  á  la  de 
tan  respetadas  autoridades.  Los  tres  eruditos  y  sagaces  historiadores 
mexicanos  deben  haber  estudiado  este  interesante  punto  de  nuestra 
historia  nacional.  Sus  aserciones  no  tienen  sin  embargo,  el  apoyo  de 
Cortés,  quien,  como  propagador  del  nombre  Chalchiuhcueyecan  debe 
haber  sabido  con  certeza  á  qué  lugar  correspondía. 

La  palabra  Chalchiuhcueyecan  indica  más  bien  que  una  corriente 
de  agua,  como  quiere  Bemal  Díaz,  la  presencia  de  una  villa  situada  en 
márgenes  frondosas  y  de  risuefio  aspecto.  Pertenece  á  la  lengua  mexi- 
cana y  está  formada  de  dos  sustantivos,  sincopados  para  su  aglutina^- 
ción,  y  de  una  partícula  terminal. 

Son  los  primeros : 


1  loazbaloeta,  Documentos  para  la  hUtoria  de  MéxUxr,  U  I,  p.  421. 

2  Cap.  CLX  y  cap.  CLXIII. 
8  Cap.  LXXI. 

4  '*  Chalchluhcueehecan,  que  hoy  es  la  ciudad  de  la  Veracruz.  "  Cfróniea  Mextr 
cana,[México,  1878],  p.  697. 

5  ^Monarchia  Indiana,  Ub.  IV,  cap.  XVÍ. 

6  **  AUorché  arrlvaronoaquell'  isoletta  ch'essl  appellarono  S.  Qlovannl  d'Ulüa, 
poco  plú  d*un  mlglio  dlscosta  dalla  splaggla  di  Chalchiuhcuecan.  *^  8toria  anUca 
del  Me89ico,  Ub.  VIII,  par.  I. 

7  Nota  5?  al  cap.  LXXI  de  la  Ilittoria  de  las  Indias  de  Nueva  España^  por  Fny 
Diego  Durdn  [México,  1867-1880]. 

8  "Chalchiuhcuecan,  lugar  de  conchas  preciosafi,  y  poco  más  6  menos  ahí  se 
alza  ahora  la  ciudad  y  el  puerto  de  Veracruz. "  Historia  antigua  y  de  la  conquUta 
deJf&dco,  t.  IV,  p.50. 


EL  arrio  de  vebacrüz.  640 

— 

Chalchiuhuitl¿=piedra  yerde  semejante  á  la  esmeralda,  muy  es- 
timada de  los  antiguos  pobladores  de  nuestro  pais,  y 

Cueitl=saya,  faldellín,  nagua  (en  lengua  de  las  Antillas);  par- 
te del  trage  mugeril.  Tiene  su  raíz  en  la  yoz  cueyotl,  onda  (  cue- 
cueyotia  significa  hacer  ondas  la  mar). 

Can = monosílabo  terminal  de  uso  frecuente  en  los  nombres 
de  lugar. 

Restableciendo  las  sílabas  sincopadas  tendremos:  Chalchiuhuitlcuei- 
tlcan,  cuya  yersión  forma  esmeralda+nagua+lugar ;  es  decir,  lugar  que 
tiene  naguas  de  esmeralda,  Toces  que  conducen  rectamente  á  la  idea 
de  un  sitio  regado  por  una  agua  zarca,  agradable  á  la  vista.  Y  si  con 
referencia  á  tan  docta  autoridad  como  la  de  Fray  Andrés  de  Olmos, 
aceptamos  en  la  partícula  can  el  significado  de  pueblo  ^,  la  traducción 
más  completa  sería  Villa  del  Río  Verde. 

Esta  versión  no  agota  el  análisis  de  la  palabra  ni  comprende  el  exa- 
men de  sus  relaciones  con  la  humanidad,  pero  no  choca  con  la  natu- 
raleza de  la  comarca  ni  con  el  aspecto  ameno  del  río  que  los  explora- 
dores llamaron  de  Banderas ;  por  último,  toma  fuerza  en  el  recuerdo 
de  la  ciudad  de  Tlaxcala,  nombrada  Chaichiuhapan  por  una  fuenteei- 
lla  que  corría  tras  de  las  Gasas  Reales,  cuyas  aguas,  diceTorquemada, 
hacían  visos  verdes  y  azules,  á  manera  de  unas  piedras  que  los  indí- 
genas llamaban  Chalchihuites  ^.  Tiene,  ciertamente,  más  lazos  de  co- 
rrespondencia con  la  vega  del  mencionado  río,  que  con  las  playas  de 
Buitrón  y  el  melancólico,  riachuelo  que  las  surca. 

Si  en  vez  de  desagregar  todos  los  componentes  de  la  palabra  Chal- 
chiuhuitlcueitlcan,  sólo  le  quitamos  la  última  sílaba,  resulta  la  voz 
Chalchiuhuitlcueitl,  cuyo  significado  textual,  falda  de  esmeralda,  poco 
serviría  nuestro  propósito  si  no  supiéramos  que  ese  nombre  y  el  de  Ma- 
tlalcueye  correspondían  á  la  Diosa  del  Agua  K 

Matlalcueye  significa  naguas  azules.  La  diferencia  entre  los  colores 
azul  y  verde,  principalmente  en  sus  tintes  desvanecidos,  no  es  tan  gran- 
de que  no  pueda  confundirse.  Es  cierto  que  la  lengua  mexicana  ofire- 
ce  las  dicciones  cuiltic,  verde,  y  texoutli,  azul,  pero  quizá  en  tiempos 
remotos  los  pueblos  que  dedicaron  la  elevada  y  poética  montaña  de 
Doña  Marina  á  la  Diosa  del  Agua  no  hicieran  la  completa  distinción 


1  Arte  para  aprender  la  lengua  mexicana,  cap.  VIII. 

2  Llb.  VI,  cap.  XXni. 
SlMd. 


5»  BJEVIBTA  NACHOKAIi. 


de  los  colores.  Alguaos  hay  ea  la  América  central,  abrigadero  de  los 
fugitivos  toltecaSy  que  exaltan  el  valor  de  ciertas  piedras  diciendo :  ''Son 
verdes  como  el  cida  K^  Las  lenguas  quiche,  poconchi  y  cachiquel,  y 
aún  la  peruana,  tienen  una  sola  palabra  para  designar  los  doscoloreSi 
y  el  mexicano  presenta  como  sinónimos  matlaltic,  axul  mas  fino  ó  ver- 
de oscuro,  y  xoxouhqui,  azul  celeste  ó  cosa  verde. 

Queda  por  examinar  el  valor  de  la  partícula  can.  Fray  Andrés  de 
Olmos  dice  que  es  una  de  las  diversas  silabas  con  que  por  la  mayor 
parte  fenecen  los  nombres  de  pueblos.  Cuando  va  agregada  á  ciertos 
sustantivos  derivados  de  verbos  compuestos  con  nombres,  vale  tanto 
como  yan,  ó  sea  el  lugar  donde  se  ejercita  la  acción  del  verbo.  Ense- 
fia  además  que  la  partícula  ca,  la  que  según  Fray  Diego  de  Paredes  es 
lo  mismo  que  can,  vale  tanto  como  las  cuatro  proposiciones  en,  de,  á^ 
por,  y  cita  de  ejemplo  la  palabra  coyonca,  que  signifíca  en  la  ventana^ 
de  la  ventana,  á  la  ventana  y  por  la  vaitana  ^.  El  Códice  Ramírez  di- 
ce que  la  partícula  yan  denota  lugar  y  presenta  un  ejemplo  que  con- 
curre con  el  dicho  de  Olmos  \  Este  mismo  documento  advierte  que 
ca  significa  posesión  ^;  y  según  Don  Carlos  de  Tapia  y  Zenteno  cuan- 
do la  partícula  can  se  compone  con  noml»'es,  es  casi  lo' mismo  que 
tlan  ''y  assi  dicen:  Goyoacan,  HuitziquUoean,  Nopallocan,  nombres  de 
lugares. "  ^ 

Como  en  el  caso  á  que  nos  referimos  la  partícula  can  está  unida  á 
mi  nomlHre  compuesto  de  dos  sustantivos  no  derivados  de  verbos,  e» 
inútil  buscar  el  significado  en  una  acción  que  sea  á  ellos  referente,  j 
creemos  debe  admitirse  como  silaba  final  bastante  usada  en  los  nom- 
bres tópicos,  é  indicadora  de  sitio  donde  se  encuentra  tal  ó  cual  cosa.. 
En  suma,  Ghalchiuhcueyecan  significaría  morada  ó  villa  de  la  Diosa 
del  Agua. 

En  el  lienzo  de  Tlaxcala,  pintura  conmemorativa  de  los  hechos  de 
los  tlaxcaltecas  durante  la  conquista  de  México,  hay  nn  cuadro  que 
r^resenta  el  transporte  de  material  de  guerra,  de  la  costa  del  Golfo  al 
interior  del  país,  destinado  al  sitio  de  Tenochtitlán.  En  él  se  ve  nna 
casa»  orillas  del  mar,  cuyo  basamento  tiene  por  adorno  cierto  número 


1  Ximénez,  Leu  hittorUi»  del  origen  de  Ice  Indioe  LVlen»,  18S7]i  p.  15.  E&  te  lengniL 
del  Perú,  khomer  significa  verde;  no  hay  voz  para  el  azul. 

2  Op.  cüf  cap.  IX. 

8  OMice  Ramitez  [México,  1878],  p.  19. 

4  P.  18. 

5  Arte  novittima  de  lengua  Mejicana  [México,  1753],  p.  6. 


EL  SrriO  DE  VEBAOBUZ.  661 

de  bolas  unidas  por  ua  hilo,  formando  un  collar  semejante  al  que  lle- 
vaba la  Diosa  del  Agua.  La  palabra  Chalchicueyeca,  escrita  á  un  lado 
de  la  casa,  declara  el  significado  que  aquella  figura  tenía  entre  los  in- 
dígenas. ^ 

¿Qué  condiciones  tenía  aquel  lugar?  ¿Chalchiuhcueyecan  era  simple- 
mente el  nombre  de  la  desierta  playa  donde  fué  mercedado  Juan  Bui- 
trón? ^  Nos  parece  poco  probable.  La  naturaleza  de  aquella  ribera  es 
tan  ingrata  que  nunca  puede  haber  sido  considerada  como  estancia  na- 
tural ó  favorita  de  una  diosa  fecundadora  de  la  vegetación.  Además,, 
cuando  un  nombre  mitológico  corresponde  á  determinado  sitio,  puede 
decirse  que  la  existencia  de  un  santuario  es  allí  indefectible.  3erá  una 
gruta  ú  otro  accidente  natural  del  terreno,  ó  bien  una  obra  de  arqui- 
tectura mediocre  ó  suntuosa ;  pero  sea  como  fuere,  la  huella  humana 
queda  fuertemente  estampada  en  aquel  lugar  ó  sus  contomos. 

Ya  hemos  probado,  hasta  donde  es  posible,  que  el  afio  1519  no  ha- 
bía edificios,  ni  restos  de  ellos  en  el  lugar  que  ahora  ocupa  Veracruz; 
ni  se  han  visto  después,  al  remover  el  suelo  para  construir  las  casas 
de  la  ciudad  ó  de  sus  barrios. 

Busquemos,  pues,  otro  asiento  para  Chalcbiuhcueyecan :  la  Diosa 
del  Agua,  que  era  tan  reverenciada  de  todos  los  indígenas  ^  debe  ha- 
ber tenido  un  adoratorio  de  alguna  manera  notable  en  el  lugar  que  la 
estaba  dedicado.  Busquemos  los  restos  materiales  del  fervor  religioso 
en  aquella  comarca;  busquémoslos  en  las  páginas  de  los  cronistas  es- 
pafioles  que  dieron  á  conocer  aquellas  playas  al  mundo  civilizado.  Di- 
cen que  en  una  isla  cercana  á  la  oosta  donde  surgieron  las  naves  de 
Juan  de  Grijalba  un  día  jueves  á  17  de  Junio  de  1618  había  dos  tem- 
plos. 

Pero  antes  de  comenzar  el  examen  de  esas  páginas,  diremos  algo 
sobre  los  que  las  escribieron.  Trea  son  los  autores  fidedignos  que  haa 
hecho  relación  del  descubrimiento  de  la  isla  de  Sacrificios ;  los  dos  fue- 
ron testigos  de  vista;  el  tercero,  sin  serlo,  puede  reputarse  como  tal, 
porque  no  hace  sino  transcribir  los  informes  de  otro  que  lo  fué  y,  por 
derto,  el  más  caracterizado.  Nos  referimos  primeramente  á  Juan  Días, 
capellán  de  la  armada  de  Grijalba ;  á  Bernal  Díaz  del  Castillo,  y  á  Gon- 
zalo Fernández  de  Oviedo,  cronista  de  las  Indias,  que  reeibió  de  Die- 

1  México  á  troves  de  lo*  siglot^  1. 1,  p.  883. 

2  Mercedado  en  99  de  Julio  de  1G86  pan»  eetolüeoer  una  irenta  en  la  tierra  firme 
de  San  Joan  de  Ulúa. 

8  Duran.  Historia  delaalndiat  de  iVu«va  JiqNiAa»^ II, eap^  XGVII. 


6S2  BEVI8TA  NACIONAL. 


go  Velázquez,  gobernador  de  Cuba,  copia  certificada  de  los  informes 
del  jefe  de  la  expedición  ^. 

Las  noticias  del  Capellán  son  especificadas  é  indican  un  examen  de- 
tenido de  los  edificios  de  la  isla.  Calculó  y  aún  midió  sus  proporcio- 
nes ;  dá  una  idea  general  de  su  aspecto,  por  comparación  á  una  obra 
de  arquitectura  bien  conocida  en  Europa,  y  con  varios  detalles  impor- 
tantes, formó  un  conjunto  de  datos  que  permite  decidir,  con  buenas  es- 
peranzas de  acierto,  sobre  el  destino  particular  de  aquellos  edificios. 
Sus  informes  son  preferentes  á  los  de  Bemal  Diaz.  Era  natural  que  el 
eclesiástico,  y  no  el  mozo  aventurero,  fijara  más  su  atención  en  cons- 
trucciones evidentemente  dedicadas  á  un  culto  religioso. 

Bemal  Díaz,  tan  verdadero  y  puntual  en  muchas  ocasiones,  es  des- 
graciadamente inexacto  en  su  descripción  de  la  isla  y  sus  edificios. 
Probablemente  no  había  aún  comenzado  á  escribir  los  apuntes  que  le 
sirvieron  para  redactar  su  bellísima  crónica  en  avanzada  edad,  y  fian- 
do demasiado  en  sus  recuerdos,  hizo  confusiones  lamentables.  Nos  pa- 
rece que  algunas  de  estas  tomaron  origen  en  la  lectura  de  noticias  erró- 
neas publicadas  en  Europa,  que  consultó  como  ayuda  de  memoria  ^. 

Oviedo,  como  ya  advertimos,  copia  el  diario  de  Grijalba.  El  texto  que 
conocemos  tiene  el  sello  de  honradez  y  discreción  que,  según  Las  Ca- 
sas, eran  dotes  personales  de  aquel  desventurado  capitán.  ^ 

Ahora,  tomando  como  base  la  relación  del  Capellán,  que  es  la  más 
detallada,  vamos  á  comprobar  sus  noticias,  y  á  examinar  si  la  isla  de 
Sacrificios  era  ó  no  el  sitio  nombrado  Chalchiuhcueyecan. 

Las  alturas  montuosas  á  que  se  refiere  el  Capellán  Juan  Diaz  son 
los  médanos  de  la  Casamata,  que  favorecidos  por  la  humedad  de  las 
ciénegas  de  Malibrán,  siempre  han  de  haber  estado  cubiertos  de  arbo- 
leda. Las  cuatro  naves  de  la  expedición  de  Grijalba  surgieron  el  17  de 
Junio  de  1518  en  el  fondeadero  de  Sacrificios,  ó  sea  "junto  á  una  ba- 
hía que  se  hace  entre  la  tierra  firme  y  una  isleta  que  hay  entre  la  ba- 
hía y  la  mar  ^. "  Bernal  Diaz,  invirtíendo  el  orden  cronológico,  hace 


1  "Esto  tengo  yo  signado  y  por  testimonio  que  me  ÍU6  dado  por  el  teniente  Die- 
go Velázquez.  "  La  Historia  general  de  las  Indias  [SeviUa,  1535],  lib.  XVII,  cap. 
2CVIII.  Oviedo  llevó  &  España  esas  relaciones,  que  debemos  consderar  oficiales, 
*'para  dar  noticia  deste  descubrimiento  ala  cesárea  magestad. "  Ibid. 

2  Así  aparece  de  muchos  pasages  de  su  historia  verdadera  en  que  sigue  á  los 
mismos  escritores  que  intentó  impugnar. 

8  Las  Casas,  Historia  de  las  Indias  [Madrid,  1877],  t.  IV,  cap.  CXI V. 
4  Oviedo,  lib.  XVII,  cap.  XV.  En  la  ensenada  de  Collado,  entre  la  punta  de  los 
Hornos  de  Saenz  Rico  y  la  del  Mocambo. 


EL  Bino  DE  VERACRUZ.  668 

desembarcar  á  los  expedicionarios  en  la  playa  del  Río  de  Banderas 
llamado  ahora  Lance  de  Pámpanos,  antes  de  reconocer  á  Sacrificios,  y 
coloca  esta  isla,  distante  un  tercio  de  legua  de  la  costa,  á  una  y  media 
leguas  de  ella  ^. 

Dice  y  repite  el  Capellán  que  los  edificios  de  la  isla  eran  de  "  cal  y 
arena. ''  Bernal  Díaz  escriben  "  Hallamos  dos  casas  hechas  de  cal  y  can- 
to y  bien  labradas. ''  Oviedo :  "  viéronse  algunos  edificios  de  piedra  an- 
tiguos, á  manera  de  adarves,  ruinados  por  el  tiempo  y  derribados  en 
partes, " 

Los  tres  testigos  certifican  la  importancia  de  las  construcciones.  Es 
verdaderamente  estrañq  el  empeño  del  Capellán  en  hacer  constar  que 
eran  de  cal  y  arena.  En  nuestra  opinión  su  advertencia  sólo  indica 
que  estaban  revocados  con  argamasa:  los  edificios  eran  de  piedra,  que 
abunda  en  los  arrecifes  y  aún  en  la  misma  isla,  pues  sabemos  que  al 
terminar  el  siglo  16"^  se  hizo  en  ella  gran  parte  de  la  cal  destinada  á 
la  fortaleza  de  San  Juan,  utilizando  probablemente  los  mencionados 
edificios  ^.  Aun  cuando  los  antiguos  pobladores  de  Cuetlaxtlan  pose- 
yeran, como  los  mayas,  el  secreto  de  hacer  excelentes  argamasas,  no 
se  concibe  la  existencia  de  un  arco  de  las  proporciones  del  de  Mérida 
erigido  sin  usar  de  piedra  en  sitio  donde  la  habia. 

Mucho  se  ha  discutido  sobre  si  la  disposición  arquitectónica  del  ar- 
co y  de  la  bóveda  era  ó  no  conocida  de  los  indígenas,  no  bastando  la 
vista  de  los  temazcalli  sembrados  por  todo  el  país  para  satisfacer  las 
dudas  del  Barón  de  Humboldt,  tan  inclinado  sin  embargo  á  favor  de 
la  civilización  americana  ^.  Ya  Clavigero  sostuvo,  en  nuestro  concep- 
to con  pobres  recursos,  el  conocimiento  de  ambas  construcciones  ^. 
Orozco  también  lo  defiende  ^ :  nosotros  sólo  podemos  decir  que  los  ha- 
bitantes de  la  costa  del  Golfo  fabricaron  arcos  y  bóvedas  de  diversas 
formas  y  tamaños  ^.  Ignoramos  si  el  capellán  Juan  Díaz  era  extreme- 

1  Cap.  XIII. 

2  En  16  de  Marzo  de  1590  recomendó  el  fhmoso  Ingeniero  Juan  Bautista  Antone- 
lli  se  mezclase  la  cal  de  la  isla  de  Sacrificios  con  la  de  la  estancia  del  Dr.  Palacio. 
\Doc,  inéd,  de  Indias,  t.  XIII,  p.  519].  La  mencionada  Isla  es  un  atoll  cuya  laguna 
está  completamente  cegada  por  las  arenas.  El  arrecife  anular  de  Sacrificios  es 
obra  de  la  Madrepora  meandritis. 

8  Vues  des  Cordilltres  et  des  monumerUs  des  peuplesináigénes  de  VAmérique  [París, 
1816],  1. 1,  p.  108.  **  No  se  halla  [edificio]  alguno  con  bóveda, "  dice  Alonso  de  Zu»> 
zo.  Carta  al  Prior  de  la  M^forada  fecha  14  de  Noy.  de  1521. 

4  Staría  antica  del  MessicOy  UIÍ,  11b.  VII,  §.  53. 

5  Historia  anttgtuiydela  eonq.  de  México^  1. 1,  p.  351. 

6  "  Labran  de  cantería  los  templos  y  muchas  casas,  una  piedra  con  otra,  sin  ins 
trumento  de  hierro,  que  no  lo  alcanzan,  y  de  argamasa  y  bóveda.*'  Qomara,  J7i«- 


664  BjSVISTA  NACIONAL. 


fio,  pero  debemos  suponer  que  conocía  el  arco  deMérida  y  por  esa  cau- 
sa lo  tuvo  en  recuerdo.  Su  comparación  es  singular  y  muy  precisa:  sin- 
gular, porque  de  ese  arco  de  Mérida  se  ha  dicho  que  ni  en  Roma  ni  exi 
parte  alguna  hay  cosa  que  se  le  parezca  ^,  y  precisa  porque  el  Capellán 
no  declara  mera  semejanza,  sino  conformidad  de  aspecto,  lo  cual 
indica  exactitud  en  la  semejanza,  relación  absoluta  entre  dos  co- 
sas. 

Interesante  es  el  informe  de  Oviedo  sobre  la  apariencia  exterior  de 
los  edificios.  "  A  manera  de  adarves,  '^  escribe  el  cronista ;  es  decir,  al- 
menados. Las  mismas  almenas  existían  en  el  cercado  del  templo  de 
Cozumel,  donde  según  Gomara,  encontraron  los  españoles  una  cruz 
de  cal  tan  alta  como  diez  palmos  ''  á  la  cual  tenían  y  adoraban  por  dios 
de  la  lluvia"  ^.  También  se  ven  figuradas  en  la  estampa  que  represen- 
ta á  Tlaloc  en  el  códice  de  Mr.  Aubin  ^.  Estaban  "  ruinados  por  el  tiem- 
po y  derribados  en  partes. "  Aquellos  edificios  no  podían  ser  moder- 
nos. Conquistado  el  territorio  de  Cuetlaxtlan  en  1461  por  los  ejércitos 
confederados  de  México,  Tezcuco  y  Tlacopan,  quedó  incluso  en  los  do- 
minios comunes,  tributarios  por  partes,  según  lo  estipulado  entre  los 
monarcas  confederados.  Los  recursos  de  la  antigua  república  apenas 
bastaban  al  pago  de  los  tributos  exigidos  ^.  Por  muy  ardiente  que  fue- 
ra el  celo  religioso  de  los  cuetlaxtecas,  no  es  creíble  que  estos  cons- 


Unia  de  la»  Indias:  Costumbres  de  lucatan.—  Véase  la  figura  núm.  13  en  el  plano 
de  las  minas  de  una  dudad  antignut  oerca  de  Mlzantla  [[BoUtlLn  de  la  Soe.  mex.  de 
geogra^iOj  t.  II,  p.  296-900],  y  el  dibi\Jo  del  arco  de  la  Akabn&  [Hacienda  de  Aké, 
Yucatán]  en  la  obra  de  F.  A.  Ober  ITrceoeU  in  México  and  li/e  among  (he  Mexicant 
[Boston,  1884],  p.  86.  Stepbens  describe  un  arco  aislado,  como  parece  era  el  de  la  it- 
la  de  Saoriflclos,  que  existe  en  Kabab. 

1  El  arco  de  Mérida  &  que  alude  el  Capell&n  es  probablemente  el  que  llaman  aF* 
00  de  Santiago.  Véase  Colmenar,  Délioet  de  VEspagne  et  du  Portugal  [Amsterdam, 
1741],  t,  IV,  p.  184.  Se  cree  que  ÍUé  construido  en  tiempo  de  Octavlano  Augusto. 
Mados,  Dieeionario  geográfico  de  España,  verb.  Mérida. 

2  Omquisía  de  México:  La  religión  de  Acuzamil. 

8  Cbavero,  Explicación  del  Cñdice  gerogUfico  de  Mr,  Aubin,  p.  166,  lám,  XV. 

4  Tributaban  lo  que  sigue:  400  cargas  de  buipiles  y  naguas ;  400  cargas  de  man- 
tas medio  colchadas;  400  cargas  de  mantillas,  con  cenefas  de  blanco  y  negro;  400 
cargas.de  mantas  de  4  brazas  cada  manta,  la  mitad  listadas  de  negro  y  blanco;  400 
cargas  de  mantas  grandes  blancas  de  4  brazas  cada  manta :  160  cargas  de  mantas 
ricas  muy  labradas;  1200  cargas  de  mantas  listadas,  más  de  blanco  que  de  negro. 
Esos  tributos  entregaban  cada  seis  meses.  Además,  tributaban  [una  vez  al  afio:  2 
piezas  ricas  de  armas  con  sus  rodelas  guarnecidas  de  plumas  ricas ;  una  sarta  de 
chalcbibuitl ;  400  manojos  de  plumas  verdes  ricas,  largas,  llamadas  quezaU;  20  be- 
zotes de  birills  esmaltados  de  azul  y  engastados  en  oro:  20 bezotes  de  ámbar  claro, 
guarnecidos  con  oro;  200  cargas  de  cacao  yl  quezaltlalpiloni  [[estandarte]  de 
plumas  ricas.— £!rpiicaci6n  de  ¿a  CMecoión[de  Mendoza,  II,  p.  84.  [Kingsborougb, 
Mexican  Aniiquities,  voL  V]. 


EL  Bino  PE  y  EBACKUZ.  585 

truyesen  edificios  taa  notables  después  de  su  sumisión  al  extranjero ; 
en  cambio,  es  fácil  comprender  quedasen  arruinados  tras  de  un  medio 
siglo  de  empobrecimiento  y  desveniura. 

En  los  otros  edificios  míeaeionados  por  el  Capellán,  cuyos  cimientos 
tenían  la  altura  de  dos  hombres^  reconocemos  el  cuerpo  fundamental 
de  los  teocalliy  según  lo  describe  el  Conquistador  anónimo.  "Fabrican, 
dice,  una  torre  cuadrada  de  ciento  cincuenta  pasos  ó  poco  más  de  lar- 
go, y  ciento  quince  ó  ciento  yeinte  de  ancho.  Empieza  este  ediñcio  todo 
macizo,  y  en  llegando  á  una  altura  como  de  dos  hombres,  dejan  por 
tres  lados  una  calle  de  cosa  de  dos  pasos,  y  por  uno  de  los  lados  largos 
van  haciendo  escalones  hasta  levantar  como  otros  dos  cuerpos  de  hom- 
bre.^'^  El  Capellán  no  hace  referencia  á  las  gradas,  pero  Oviedo  y  Bemal 
Díaz  no  las  olvidaron.  El  soldado  conquistador  supone  dos  edificios 
con  las  condiciones  antedichas;  el  Capellán  es  algo  confuso  en  la  ma- 
nera de  expresarse.  Oviedo  dice  que  casi  en  la  mitad  de  la  isla  "esta- 
ba un  edificio  algo  alto,''  y  no  menciona  otro  de  esa  clase. 

El  edificio  redondo  que  según  el  Capellán  tenía  hechura  de  torre,  y 
quince  pasos  de  ancho,  era  probablemente  la  misma  construcción  que 
Bemal  Díaz  calificó  de  altar.  La  forma  redonda  era  característica  del 
templo  de  Quetzalcoatl.' 

De  los  datos  que  anteceden  aparece:  que  el  edificio  principal  de  la 
isla  era  un  teocalli;  que  estaba  cercado  de  un  muro  almenado,  coma 
los  templos  consagrados  al  Dios  de  la  lluvia  en  México  y  en  Yucatán; 
que  ese  cercado  tenía  un  arca  al  estila  maya  y  que  el  altar  tenía  una 
fonna  redonda  como  el  templo  de  QuetzalcoatL  Recordemos  que  este 
personaje  misterioso  vestía  un  manto  adornado  de  cruces,  signos  co- 
rrespondientes á  Tlaloc,  de  quien  se  decía  embajador.'  En  suma,  lo 
que  sabemos  de  aquellas  construcciones  ifidica  la  preseneia  del  Dios 
de  la  lluvia.  Era  Ghalchinhcueye  su  inseparable  compaflera,  y  el  nom- 
bre de  esta  divinidad,  na  el  de  Tklo^  es  ü  que  registra  k  historia  con 
relación  á  un  sitio  de  aquella  parte  de  la  costa  veracruzaaa.  Bien  cree- 
mos que  las  referidas  oondiciones  arquitectónicas  del  templo  de  Sacri- 
ficios declaran  su  advocación  á  la  Diosa  del  Agua  y  que  podríamos  fijar 
desde  ahora  el  nombre  Chalchiuheueyecan  en  aquella  isla:  preferimos, 
sin  embargo^  continuar  el  examen  de  las  noticias  comunicadas  por  los 

1  Jtelaeión  de  aigunas  cotas  de  la  Nueva  España,  par.  XIV. 

2  Torquemada,  Monarchla  Indiana,  Ub.  VI,  cap.  XXIV. 
8  IMd,,  cap.  XXIII. 


656  REVISTA  NACIONAL. 


cronistas  para  satisfacer  las  dudas  que  existan  sobre  la  exactitud  de 
nuestra  opinión. 

El  animal  hecho  de  mármol,  á  manera  de  león  con  la  lengua  de 
fuera,  descrito  por  el  Capellán  y  por  Oviedo,*  puede  haber  repre- 
sentado á  Quetzalcoatl  disfrazado  de  Tlaloc.  La  figura  simbólica  del 
aire'  es  parecida  á  una  cabeza  de  león  con  la  boca  abierta:  una  pie- 
dra redonda  servía  de  pedestal  á  la  estatua;  Quetzalcoatl  asumió  algu- 
na vez  el  aspecto  de  una  fiera;  su  presencia  en  Cuetlaxtlan  como  ha- 
cedor de  milagros  había  sido  sumamente  notable.'  En  cambio,  la 
imagen  de  ese  hechicero  ó  impostor,  divinizado  en  Cholula,  era  de  ma- 
dera, y  esta  particularidad  tiene  bastante  importancia  en  la  iconología 
religiosa;  los  cronistas  dejan  entender  que  el  ídolo  tenía  cuerpo  de 
animal,  circunstancia  que,  unida  al  hueco  de  la  cabeza  para  quemar 
perfumes,  hace  pensar  si  no  era  un  simple  turiferario. 

Un  escritor  contemporáneo  que  no  fué  testigo  de  vista,  pero  tuvo  no- 
ticias auténticas^,  dice  también  que  el  león  era  de  mármol,  pero  á  la 
vez,  refiriéndose  á  los  ídolos  de  la  isla,  agrega  que  los  había  de  talla* 
y  que  uno  de  ellos  era  de  sexo  viril*,  expresión  más  usada  que  la  voz 
masculus  cuando  se  refiere  al  hombre.  Ese  ídolo  viril  era  el  que,  se- 
gún el  Capellán,  tenía  una  pluma  en  la  cabeza:  Oviedo  dice:  "un  plu- 
maje,'' lo  cual  signifíca  penacho  ó  corona,  y  da  idea  de  haber  sido  la 
efígie  más  importante. 

Mucha  obscuridad  encontramos  en  esta  parte  de  la  relación  del  Ca- 
pellán y  nada  ilustran  las  de  Oviedoy  deBernal  Díaz.^  Los  elementos  ét- 
nicos de  la  nación  cuetlaxteca  eran  varios  y  complicados:  descendía  de 

1  "Estaba  luego  adelante  de  la  escalera  que  he  dicho  un  mármol  y  encima  del 
una  animalfa  que  quería  parecer  león  assimismo  de  mármol  con  un  hoyo  en  la 
cabeza  y  la  lengua  sacada."  Llb.  X  Vil,  cap.  XV. 

2  Clavlgero,  Storia  antica,  t.  II,  lám.  Caratteri  numeral!  e  figure  simboliche, 
let.  O. 

8  *'£dlflcd  unas  casas  debajo  de  la  tierra  que  se  llaman  Mitlancaloo,  é  hizo  po- 
ner una  piedra  grande  que  se  mueve  con  el  dedo  menor."— Bahagün,  HitL  gene- 
rcUj  llb.  II  [,  cap.  XIV.  Mlctlancuauhtla  era  el  nombre  de  un  pueblo  de  Cuetlax- 
tlan, no  Icijos  de  La  Soledad.  Cerca  del  rancho  del  Arenal,  camino  de  Tlallxcoyan, 
se  encuentra  el  peflasco  de  Teolinca,  de  grandes  dimensiones,  que  se  mueve  al 
más  ligero  impulso. 

4  Pedro  Martyr  d* Anghlera,  secretarlo  é  intérprete  del  Cardenal  Gobernador  de 
Castilla  [E>pi8t.,  n.  757],  nombrado  después  historiógrafo  de  las  Indias. 

5  "Simulacra  que  colunt,  partim  sunt  marmórea  qucdam,  alia  sectllia."  De  Inr 
9uli9  nuper  inventi», 

6  "Ex  idolis  unü  est  virile,  quod  inflexocapltelacunasaneruinariasuperinspeo- 
tat."  Ibid, 

7  Bemal  Díaz  dice  simplemente  "en  aquellos  altares  tenían  unos  ídolos  de  ma- 
las figuras."  Cap.  XIII. 


EL  SITIO  DE  VERACRUZ.  557 

los  ulmeca-xicalancas  cuyo  dios  principal  era  Tlaloc;  pero  estaba  empa- 
rentada con  los  teochichimecas  de  Tiaxcala,  que  adoraban  á  Camaxtli. 
Obligada  á  emigrar  de  las  llanuras  de  Tepeyahualco,  se  dirigió  hacia 
la  costa  del  Golfo,  cuyos  habitantes  en  aquella  época  pertenecían  á  la 
raza  maya  y  eran  probablemente  sectarios  de  Quetzalcoatl.  Tenemos 
que  suponer  la  apropiación,  del  templo  de  Sacrifícios  (construido  por 
conforme  al  tipo  del  de  Cozumel),  al  culto  de  Tlaloc  adulterado  por  las 
influencias  nacionales  á  que  están  sujetas  todas  las  religiones,  y  que, 
en  el  caso  de  los  cuetlaxtecas,  por  razón  de  sus  alianzas  de  familia,  te- 
xiia  muchos  puntos  de  semejanza  con  el  de  Camaxtli.  Asi  nos  expli- 
camos, primero,  la  arquitectura  yucateca  del  templo;  segundo,  las 
ofrendas  de  xicolli  y  los  sacrificios  humanos;  y  por  último  los  vasos  de 
alabastro  (tecali)  llenos  de  piedras  raras  que  desenterró  uno  de  los 
expedicionarios.^ 

Terminado  el  examen  de  los  datos  que  sobre  la  isla  y  su  templo  nos 
han  trasmitido  los  descubridores,  y  deduciendo  de  ellos  que  Tlaloc,  y 
por  lo  mismo  su  compañera  Chalchiuhcueye,  era  honrado  en  aquel 
santuario,  veamos  ahora  lo  que  escribió  Hernán  C!ortés  con  referencia 
al  puerto  de  San  Juan  de  Chalchiuhcueyecan. 

En  la  relación  datada  de  México  á  15  de  Octubre  de  1624,  informa- 
ba al  Emperador  en  estos  términos:  " fui  á  la  villa  de  la  Vera- 
cruz  y  á  la  de  Medellín,  para  visitarlas  y  proveer  algunas  cosas  que  en 
aquellos  puertos  había  que  proveer;  y  porque  hallé  que  á  causa  de  no 
haber  población  de  españoles  más  cerca  del  puerto  de  San  Juan  de 
Ghalchiqueca,  que  la  villa  de  la  Veracruz,'  iban  los  navios  á  descargar 
á  ella;  y  por  no  ser  aquel  puerto  tan  seguro,  como  conviene,  según  los 
nortes  en  aquella  costa  reinan,  se  perdían  muchos,  y  fui  al  dicho  puer- 
to de  San  Juan,  á  buscar  cerca  algún  asiento  para  poblar;  aunque  al 
tiempo  que  yo  allí  salté',  se  buscó  con  harta  diligencia,  y  por  ser  todo 
sierras  de  arena  que  se  mudan  cada  rato  no  se  halló,  y  desta  vez  es- 
tuve allí  algunos  días  buscándolo;  y  quiso  nuestro  Señor  que  dos  le- 
guas del  dicho  puerto  se  halló  muy  buen  asiento  con  todas  las  cuali- 
dades que  para  asentar  se  requieren,  porque  tiene  mucha  leña  y  agua 

1  Torquemada,  Monarcfíia  Indiana,  llb.  X,  cap.  XXXI. 
.    2  Cortés  hace  referencia  &  la  Villa  Rica  de  la  Veracruz»  no  A  la  que  ahora  nom- 
bramos La  Antigua,  pues  ésta  Aié  poblada  á  fines  de  1625.— Véase  la  Oaria  de  AU 
bamoz  al  Emperador  fechada  A 15  de  Diciembre  de  1525.  [Icazbalceta,  OWec  de  doc. 
para  la  hist,  de  México^  pág.  496.] 

8  £121  de  Abril  de  1619. 


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y  ^^los,  salvo  que  madera  ni  piedra  ni  para  «dificar  no  la  hay,  sino 
muy  lejos;  y  hallóse  un  estero  junto  al  dicho  asiento/  por  el  cual  yo 
hice  salir  con  una  canoa  para  ver  si  salía  á  la  mar,  ó  por  él  podrían 
enkar  barcas  hasta  el  pueblo;  y  hallóse  que  iba  á  dar  á  un  rio  que  sale 
á  la  mar;  y  en  la  boca  del  rio  se  halló  una  braza  de  agua  y  más;  por 
manera  que,  limpiándose  aquel  estero,  que  está  ocupado  ée  mucha 
madera  de  áriMes,  podrán  subir  las  barcas  hasta  descarga  dentro  en 
las  casas  del  pueblo.  E  viendo  este  aparejo  de  asiento  y  la  necesidad 
que  habia  de  remedio  para  los  navios,  hice  que  la  villa  de  Medellfn  * 
que  estaba  veinte  leguas  la  tierra  adentro  en  la  provincia  de  Tatalpto- 
telco,  se  pasase  allí,  y  asi  se  ba  fecho,  etc." 

De  vuelta  de  la  expedición  de  Honduras  escribió  á  la  CSodad  de  Hé« 
xico:  '^Nobles  y  muy  virtuosos  Señores.  Yo  llegné  á  eeite  puerto  de  San 
Juan  de  Chalchicueca  á  veinticuatro  días  de  este  mes  de  Mayo;"  y  en 
8  de  Septiembre  dijo  al  Emperador:  "llegué  ai  puerto  de  Ghaldiicuela, 
y  no  pude  entrar  en  el  puerto'  á  causa  de  mudarse  el  tiempo,  y  sui|;f 
dos  leguas  del,  ya  casi  de  noche,  y  con  un  bergantín  que  topé  perdido 
por  la  mar,  y  en  la  barca  de  mi  navio  salí  aquella  noche  á  tierra  y  tal 
á  pie  á  la  villa  de  Medellín,  que  está  cuatro  leguas  de  donde  yo  des* 
embarqué."  Por  último,  el  día  11  del  mismo  mes  de  Septiembre,  es- 
cribiendo nuevamente  al  Emperador,  se  expresa  así:  *'Yo  me  hice  á  la 
vela  del  puerto  de  la  Habana  de  Cuba  á  16  de  Mayo,  y  llegué  al  puerto 
de  San  Juan  desta  Nueva  Espafia,  á  24  de  Mayo  de  este  año  de  1526. 
Víneme  á  la  villa  de  Medellín,  que  está  á  dos  leguas  de  dicho  puerto.^ *^ 

CiOpiaremos  lo  que  dice  Bemal  Díaz:  "Como  Cortés  hubo  descansado 
en  la  Habana  cinco  días,  no  vía  la  hora  que  estar  en  México,  y  luego 
manda  embarcar  toda  su  gente  y  se  hace  á  la  vela,  y  en  doce  días  con 
buen  tiempo  llegó  cerca  del  puerto  de  Medellín,  enfrente  de  la  isla  de 
Sacrificios,  y  allí  mandó  anclear  los  navios  por  aquella  noche,  é  acordó 
con  veinte  soldados  sus  amigos,  que  saltaran  en  tierra,  y  vanse  á  pie 
obra  de  media  legua,  junto  á  San  Juan  de  Ulúa,  que  así  se  llamaba,  é 


1  En  lofl  dos  mapas  anezoe  al  Informe  del  Alcalde  mayor  Alvaro  Patlfio  [1580]  1a 
villa  de  Medellín  está  situada  á  orillas  del  arroyo  de  Moreno.  Algunos  suponen 
que  estuvo  Junto  á  la  laguna  del  Mandinga:  ese  asiento  y  el  de  Moreno  deben  hi^ 
ber  sido  accidentales  y  no  permanentes,  pues  no  hay  indicio  de  poblaelto  anti- 
gua en  aquellos  sitios. 

2  Fundada  por  Sandoval  en  1522  en  términos  de  Tuxtepec 

8  En  el  de  Medellín  que  era  el  de  desembarque  en  aquel  tiempo.  Bemal  Días, 
cap.  CLX. 
4  Oayangos»  Cfart€U  y  relaciones  de  Hernán  Cbrtétt  pfig.  870. 


E^j  6ITIO  BE  VERACRUZ.  SO 


quiso  SU  ventura  que  toparan  una  harria  de  caballos,  que  venia  á  aquel 
puerto  de  Ulúa,  con  ciertos  pasajeros  para  se  embarcar  para  Castilla,  é 
vase  Cortés  á  la  Veracruz,^  en  los  caballos  é  mulos  de  la  harria,  que 
serian  cinco  leguas  de  andadura *^^ 

Resumiendo  todas  estas  noticias  tenemos:  Que  Cortés  saltó  á  tierra 
á  4  leguas  de  Medellin,  la  costa  abajo/  distancia  que  corresponde  á  la 
actual  ciudad  de  Veracruz;^  que  Chalchicuela  distaba  dos  leguas  de 
Medellin,  las  mismas  que  hay  entre  esta  villa  y  la  punta  del  Mocambo, 
frente  á  la  isla  de  Sacrificios;'  que  alli  fué  donde  desembarcó  en  1519 
y  no  pudo  poblar  por  ser  el  suelo  muy  arenoso. 

Aun  cuando  no  sea  tan  exacta,  la  relación  de  Bemal  Díaz  corrobora 
lo  que  antecede.  Saltó,  dice,  media  legua  de  San  Juan  de  Ulúa,  y  fuese 
á  la  Veracruz  (á  Medellin),  que  serian  cinco  leguas  de  andadura.  Me- 
dia legua,  la  costa  abajo  de  la  Nueva  Veracruz,  y  cuatro  más  á  Mede- 
llin, son  las  cinco  leguas  escasas  que  computa  Bemal  Diaz;  mientras 
que,  por  otro  lado,  media  legua  á  barlovento  de  Veracruz  y  una  legua  que 
se  cuenta  de  esta  ciudad  á  Sacrificios  ó  Mocambo,  forman  casi  las  dos 
leguas  que,  según  Cortés,  mediaban  entre  el  punto  donde  saltó  de  su 
barca  y  el  fondeadero  de  Chalchicuela. 

Bruselas. 

ÁNGEL  NMez  Ortiga. 


1  Bemal  Días  qnlso  escribir  MedeUín,  que  nombra  detpate  como  el  punto  de 
donde  Cortés  partió  para  Méxioa 

2  Cap.  CXC. 

8  Expresión  usada  en  aquel  tiempo  para  nombrar  la  eosta  á  barlovento. 

4  Es  la  distancia  que  se  contaba  hasta  hace  pocos  afioe.-^Véase  la  BttadUHoa  dH 
Bttado  de  Veraoruz  [1881],  pág.  78. 

6  Calculada  según  el  Plano  de  unapcarte  de  la  CbOa  de  Veracna  por  el  Oral.  Don 
Miguel  Blanco. 


660  REVISTA  NACIONAL. 


CARTA  AL   SR.   D.   JUAÍf  VALERA, 

80BBE  ASUNTOS  AHEBICINOS.  i 


Señor  Don  Juan  Yalera. 

Madrid. 
Muy  respetado  señor  mió : 

La  Ncusíón  de  esta  ciudad  ha  reproducido  en  su  número  de  25  del 
corriente  una  Carta  americana  de  vd.,  dirigida  al  distinguido  literato 
ecuatoriano  Sr.  D.  Juan  León  Mera,  acerca  de  La  Poesía  y  la  Novela 
en  el  Ecuador;  y  á  esa  casualidad  debo  el  tener  á  la  vista  tan  intere- 
9ante  producción,  y  la  parte  que  en  ella  me  concierne. 

Antes  de  abordar  el  objeto  de  la  presente  epístola,  quiero  aprove- 
char la  oportunidad  para  felicitar  á  vd.  por  sus  trascendentales  Chrtas 


1  La  carta  que  se  va  A  leer,  se  reflere  al  siguiente  Aragmento  de  una  del  Sr.  Valora 
dirigida  al  sefior  D.  Juan  León  Mera,  del  Ecuador,  y  reproducida  en  La  Nactón 
de  Bogotá,  núm.  421.  Se  copla  dloho^Aragmento  para  mejor  inteligencia  del  asunto. 

*'Un  Ilustre  cubano,  D.  Rafael  Merchán.  que  vive  en  Bogotd  ahora,  se  extrema 
mAs  que  vd.  en  esta  acusación.  Todo  Iba  i>or  ahí  divinamente.  Acaso  habían  si- 
do Manco-Capac  y  Bochlca  más  sabios  .'que  Sócrates  y  que  Aristóteles.  Acaso,  si 
no  llegamos  ahí  los  espaftoles,  los  Indios  se  perfeccionan,  nos  cogen  la  delantera, 
y  son  ellos  los  que  vienen  á  Europa  A  clvlllKamos.  81  Colón,  Ck>rtés  y  Plzarro  no 
van  A  América  en  los  siglos  XV  y  XVI,  es  probable  que,  en  el  XVII,  los  empera- 
dores astecas  ó  los  lucas  nos  hubieran  enviado  navegantes  y  conquistadores  que 
hubieran  descubierto,  conquistado  y  civilizado  la  Europa  allA  A  su  modo. 

Por  fortuna,  los  espaftoles  madrugamos,  fuimos  por  ahí  antes  de  que  los  Indios 
despertasen  y  viniesen,  y  dimos  al  trasto  con  todo.  "Todo  pereció— dice  el  Sr. 
MerchAn,— rasas,  monumentos,  libros,ídolos,  culto,  ciencia  todo  quedó  destruido. 

£1  Sr,  MerohAn  dice,  y  dice  bien,  que  los  seres  inteligentes,  aunque  no  nos  co- 
nozcamos y  vivamos  en  reglones  distintos,  realizamos  un  pensamiento  común  y 
contribuimos  A  una  grande  obra.  Pero  los  españoles  íülmos  por  ahí  y  arrancamos 
medio  mundo  A  esa  elaboración  universal.  Y  no  contentos  con  arruinarla  civili- 
zación americana,  quisimos  borrar  y  borramos  hasta  la  memoria  de  ella  arrasan- 
do "los  monumentos  mAs  Apreclables,"  y  convlrtlendo  eso  continente  en  una  in- 
mensa tumba  de  razas  que  tenían  tanto  que  decirnos. 

Todo  eso  es  una  serie  de  suposiciones  gratuitas  del  Sr.  MerchAn.  Las  razas  indí- 
genas de  América  no  han  perecido.  Hoy  acaso  existen  mAs  indios  en  México  y 
en  el  Perú  que  los  que  había  cuando  la  conquista;  y  si  no  hay  más  indios  en  el  Pa- 
raguay, es  por  las  guerras  recientes  que  les  han  hecho  los  brasileños  y  argentinos. 
Todo  cuanto  los  indios  tenían  que  decirnos  nos  lo  han  dicho.  Y  si  hoy  Liborlo 
Zerda,  Antonio  Bachiller  y  Morales  y  otros  americanistas  lo  exponen,  no  falta- 
ron desde  los  primeros  días  del  establecimiento  de  los  españoles,  sabios  curiosos, 
misioneros  llenos  de  caridad  y  de  indulgencia  y  escritores  sinceros  que  lo  expu- 


CARTA  AL  SR.  D.  JUAN  VALERA.  561 

americanas;  tanto  por  el  desempeño,  como  por  el  móvil.  Tocante  al 
primero,  un  elogio  más,  entre  los  muchos  que  vd.  diariamente  recibe 
de  la  prensa  de  ambos  mundos,  poco  le  importará;  pero  aun  asi,  se  lo 
dirijo  calurosamente,  sin  que  se  disminuya  su  sinceridad  por  mi  dis- 
crepancia de  tal  ó  cual  de  sus  siempre  respetables  opiniones.  Y  res- 
pecto al  móvil,  la  unión  de  Espafía  con  sus  antiguas  colonias,  hoy  re- 
públicas, no  puede  ser  más  generoso  ni  más  elevado.  De  él  trataré 
más  adelante,  y  entro  ya  en  materia. 

Dije  yo  en  uno  de  mis  Estudios  OritíeoSf  á  propósito  de  una  obra 
del  Sr.  Zerda  y  de  otra  del  Sr.  Bachiller,  que  aquí  en  América  había 
habido  varías  civilizaciones,  que  no  llegaron  á  su  apogeo,  pero  que, 
incompletas  tanto  como  se  quiera,  ó  rudas  ó  embrionarías,  eran  siem- 
pre civilizaciones ;  y  que  la  conquista,  en  vez  de  conservamos  lo  que 
encontró,  para  facilitarnos  el  estudio  de  aquel  pasado  lleno  de  miste- 
río,  las  dejó  en  devastación.  Y  vd.  observa: 

"  Todo  eso  es  una  serie  de  suposiciones  gratuitas  del  Sr.  Merchán.  " 

La  acusación  és  de  mucha  entidad,  Sr.  Valera,  y  ha  sido  necesario  que 
la  vea  yo  suscrita  por  el  autorizado  nombre  de  vd.,  para  que  cargue  en 

siesen  con  amor,  mAs  bien  ponderando  las  virtudes  y  excelencias  de  los  indios 
que  denigrándolos. 

En  suma,  la  historia  de  América,  antes  de  Colón,  es  bastante  obscura,  más  no 
por  culpa  de  los  españoles,  y  lo  que  de  esa  historia  se  sabe,  más  induce  á  creer  lo 
contrario  de  lo  que  yd.,  el  Sr.  Merchán  y  el  Sr.  Montalvo  insinúan  6  medio  sos- 
tienen á  veces. 

En  vez  de  ese  progreso  que  vdes.  Imaginan,  loe  indios  seguían  en  decadencia. 

Acaso  si  se  retarda  un  siglo  la  Uegada  de  los  españoles,  loe  imperios  azteca,  pe- 
mano  y  chibcha  hubieran  desaparecido,  como  ya  habían  desaparecido  en  Amé- 
rica otras  semi-civilizaciones,  y  acaso  no  hubieran  hallado  Pizarro,  Cortés  y  Ji- 
ménez de  Quesada,  más  que  sálvales  antropóílEigos,  adoradores  del  diablo  cómelos 
patagones  y  borinqueños,  no  sabiendo  contar  más  que  hasta  diez,  y  tatuados  6  pin- 
tados con  espantosos  dibujos  ó  untados  con  grasas  rancias  y  apestosas,  en  vei 
de  andar  vestidos. 

Indudablemente  el  salvajismo  de  los  americanos  de  antes  de  la  conquista  euro- 
pea, así  como  la  semi-barbarie  de  varios  pueblos  del  Nuevo  Mundo  y  de  Asia  y 
de  Aítica,  antes  de  ponerse  en  contacto  con  Europa,  no  indican  que  había  ó  hay 
ahí  razas  nuevas,  que  por  sí  solas  puedan  elevarse  ó  que  están  6  estuvieron  én  vía 
de  elevarse  á  la  civiUzación,  sino  más  bien  dan  claro  y  triste  indicio  de  razas  an- 
tiguas, decaídas  ó  degradadas,  que  han  perdido  su  civilización,  si  la  tuvieron.  De 
esas  razas  se  puede  afirmar  lo  que  el  Sr.  Pi  y  Margall,  citado  por  el  propio  Sr.  MeN 
chán,  afirma  de  los  guatemaltecos,  al  fijarse  en  los  monumentos  suntuosos  y  ar- 
tísticos de  Palenque  y  de  MI  tía:  "Lejos  de  admitir,  dice,  que  sean  Jóvenes  aque- 
llos pueblos,  estoy  por  sospechar  con  Humboldt  que  estaban  en  decadencia  á  la 
llegada  de  los  españoles  y  que  habían  perdido  la  memoria  de  lo  que  un  tiempo 
fueron.  Ignoraban  hasta  la  existencia  de  esos  grandiosos  restos  de  una  civiliza- 
ción pasada."  De  esta  civilización  pasada  ó  remota  do  los  pueblos  de  América 
cuando  llegaron  los  españoles,  quedaron  recuerdos  ó  restos,  que  es  casi  seguro  que 
hubieran  desaparecido  también  si  no  acude  á  tiempo  aún  la  civilización  europea 
á  regenerar  al  salvaje  ó  al  seminmlvaje  americano." 

B.  K.— T.  II-  M 


m  REVISTA  NACIONAL. 


ella  la  consideración,  puesto  que  mi  defensa  no  ha  de  ser  sino  la  ex- 
posición de  lo  que  pudiéramos  llamar  lugares  comunes  de  la  Historia, 
es  decir,  de  hechos  sabidos  por  todos,  corroborados  con  testimonios 
irrecusables,  divulgados  por  plumas  de  indisputable  competencia,  y,  lo 
que  es  más  contundente,  por  escritores  españoles. 

Esta  discusión  por  ninguno  de  sus  aspectos  será  nueva ;  se  puede 
formar  bibliotecas  con  lo  que  sobre  el  asunto  se  ha  escrito  en  diversos 
idiomas ;  hace  cuatro  ó  cinco  años  lo  dilucidaron  nuevamente  en  pe- 
riódicos de  México  el  ilustrado  escritor  de  aquel  país,  Sr.  Selva,  y  un 
espaflol  digno,  por  su  cultura,  de  su  adversario,  y  que  se  firmaba  con 
el  seudónimo  de  Junius;  más,  por  lo  que  á  mi  hace,  usted  no  podrá, 
Sr.  Valera,  dirigirme  con  justicia  el  cargo  que  al  Sr.  Selva  lanzó  Ju- 
niu8t  de  abrigar  el  propósito  de  denigrar  el  nombre  de  España.  Cier- 
tamente, la  censuro  como  potencia  colonizadora,  pero  no  por  ojeriza, 
sino  por  seguir  esta  máxima  de  vd.  mismo :  "  La  verdad  ante  todo,  por 
amarga  que  sea.  '^  Prueba  de  ello  puede  hallar  en  mis  escritos  ante- 
riores, y  séame  permitido  citar  aquí  en  abono  mío  un  fragmento  de 
una  carta  con  qne  me  honró  el  Sr.  D.  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo,  á 
propósito  del  libro  que  á  vd.  ha  escandalizado : 

**  En  algunas  opiniones  no  podemos  convenir,  pero  aplaudo  la  templanza 
y  discreción  con  que  vd.  expone  las  suyas,  procurando  mantenerse  libre  de  to- 
do fanatismo  de  escuela  ó  de  partido :  lo  cual  se  advierte  aun  en  el  mismo  ar- 
tículo sobre  Zenea á  pesar  de  lo  resbaladizo  del  asunto "  > 

He  hecho  por  merecer,  y  creo  que  merezco,  ese  juicio  de  su  cofrade 
en  la  Academia;  y  esté  vd.  seguro  deque  no  saldrán  de  mi  pluma  con- 
ceptos como  los  que  otro  esclarecido  mexicano,  el  Sr.  D.  Ignacio  Ra- 
mírez, dirigió  hace  pocos  años  al  Sr.  Castelar  en  otra  polémica  que  se 
elevó  á  la  más  alta  potencia  de  sonoridad. 

Yo  no  dicto  la  Historia,  señor  Valera:  he  venido  demasiado  lardea 
un  mundo  demasiado  viejo,  como  el  cantor  de  Rolla;  he  aprendido  lo 
que  vdes.  mismos  me  han  enseñado,  y  lo  he  repetido  después  con  fide- 
lidad, apoyándome  en  vdes.  mismos.  Culpa  de  vdes.  es,  y  de  la  im- 
prenta, si  en  los  tiempos  que  corren  ^'apenas  habrá  persona  que  no  se- 
pa más  de  lo  que  conviene, ''  como  dijo  vd.  con  su  donaire  habitual  en 
el  prólogo  de  una  obra  del  citado  Sr.  Menéndez  y  Pelayo. 

1  Lo  suprimido  son  frases  de  pura  benevolencia,  que  uo  liacen  al  caso. 


CABTA  AL  SB.  D.  JUAN  VALEBA.  66S 

Dos  son  las  afirmaciones  suyas  á  que  debo  principalmente  referir- 
me.  La  primera,  que  los  indios  vivían  en  decadencia  tal  á  la  venida 
de  los  europeos,  que  si  éstos  hubiesen  llegado  un  siglo  después,  acaso 
los  hubieran  encontrado  sumidos  en  barbarie  absoluta.  La  segunda, 
que  los  conquistadores  no  destruyeron  nada;  que  "las  razas  indígenas 
de  América  no  han  perecido ; "  que  "  todo  cuanto  los  indios  teñían  que 
decimos,  nos  lo  han  dicho.  ** 

El  malogrado  Revilla,  que  lo  calificaba  á  vd.  de  esoéptico  y  optimis- 
ta) y  agregaba  que,  reclinado  vd.  "  en  la  dulce  almohada  de lá  duda," 
hacía  "juegos  malabares  con  todas  las  ideas  **  y  nunca  afirmaba  ñi  ne- 
gaba nada  resueltamente,  se  quedaría  asombrado  de  ver  cómo  afirma 
vd.  ahora,  y  cómo  niega,  y  cómo  es  pesimista  respecto  de  I03  aboríge- 
nes de  América,  sin  dejar  de  ser,  ó  precisamente  por  ser,  optimista 
con  relación  á  los  conquistadores. 

Vamos  á  ver  cómo  ocurrieron  las  cosas,  y  para  empezar  parodiaré  á 
Tácito  en  su  Vida  de  Agrícola^  diciéndole:  de  parte  de  vd.  estará  el 
mérito  del  talento,  del  mío  el  de  la  exactitud.  Para  ser  más  fiel  me  ve- 
ré precisado  á  que  otros  autores  escriban  por  mí  esta  carta,  la  cual  va 
á  resultar  que  no  será  carta,  sino  embutido,  pero  tal  inconveniente 
quedará  compensado  con  la  ventaja  de  patentizar  que  no  mpango  na- 
da. Yo  podría  expresar  con  lenguaje  propio  cuanto  dicen  los  libros  y 
periódicos  que  voy  á  copiar;  pero  entonces,  ¿cómo  iNX)bar  que  ello  no 
es  obra  de  mi  imaginación? 

Por  ejemplo,  respecto  del  primer  punto,  si  yo  le  negase  á  vd.  esa  de- 
cadencia vecina  del  salvajismo ;  si  se  le  negase  con  palabras  mías,  co- 
rrería el  riesgo  de  que  vd.  volviese  á  decir  que  supongo  gratuitamente. 
Y  para  que  no  caigamos,  ni  vd.  en  la  tentación  ni  yo  en  el  dafio,  ce- 
deré la  palabra  á  otros  no  acusados  de  suponer. 


En  las  cartas  de  Hernán  Cortés  corren  los  grandes  elogios  que  éste 
conquistador  hacía  de  los  indios  por  su  obra  de  manos;  él  remitió  al 
Emperador  varias  muestras  de  los  trabajos  ejecutados  para  los  templos 
cristianos;  y  se  admiraba,  dice,  de  que  tan  ordenadamente  y  en  razón  se 
gobernase  un  pueblo  aislado  do  todo  contacto  con  las  naciones  llama- 
das civilizadas. 

Alonso  de  Zurita,  que  por  cerca  de  veinte  afios  estudió  concienzuda- 
mente á  México,  y  estuvo  en  relación  con  las  audiencias  coloniales,  se 


661  REVISTA  NACIONAL. 


indignaba  de  que  llamasen  bárbaros  á  los  mexicanos,  y  deda  que  era 
preciso  no  conocerlos  absolutamente  para  calificarlos  asi. 

Clavijero  afirma  que  los  mexicanos,  y  en  general  todos  los  indíge- 
nas, estaban  dotados  prodigiosamente  en  cuanto  á  facultades  intelec- 
tuales, y  que  andaban  desacertados  los  europeos  en  creerlos  pobres  de 
inteligencia,  pued  muchos  tenían  un  gran  talento  de  imitación. 

Diego  de  Landa  dice  que  toda  la  faja  de  tierra  parecía  formar  una 
sola  ciudad,  paí'a  dar  idea  del  brillante  estado  del  territorio  de  Guate- 
mala; y  eso  no  es  figura  de  retórica,  sino  alusión  á  los  innúmeros  mo- 
numentos y  edificios  de  varias  clases  esparcidos  en  toda  su  extensión. 

Hace  cosa  de  seis  ó  siete  afios  fundaron  vdes.  en  Madrid  la  Btblio- 
teca  de  las  Americanistas,  y  una  de  las  primeras  obras  que  publicaron, 
creo  que  la  primera^  fué  la  Historia  de  Ouatemala  ó  Recordación  flo- 
rida, escrita  en  el  siglo  XVII  por  el  Capitán  D.  Francisco  Antonio  de 
Fuentes  y  Guzmán^  para  rectificar  los  errores  que  había  sacado  la  Ver- 
dadera historia  de  la  conquista  déla  Nueúa  España,  de  Bemal  Díaz 
del  Castillo,  publicada  en  1632  por  Fray  Alonso  Remón,  de  la  Orden 
de  la  Merced;  y  dada  á  luz  [la  de  Fuentes  y  Guzmán]  porpriniera  vez 
en  1882,  con  notas,  é  ilustraciones  por  D.  Justo  Zaragoza. 

Fuentes  y  Guzmán  nació  en  ^^  Santiago  de  los  Caballeros  de  Guate- 
mala, "pero  era  español  desde  la  coronilla  de  la  cabeza  hasta  la  plan- 
ta de  los  pies,  como  lo  prueban  su  vida,  su  libro,  su  *^  excesiva  crude- 
za" [frase  de  Zaragoza]  contra  Fray  Bartolomé  de  las  Casas;  y  al  ex- 
poner los  móviles  que  lo  impulsaron  á  escribir  dice  que  uno  de  ellos 
fué:^ 

R  Que  en  él  (el  Beino  de  Guatemala)  había  numerosísimas  y  grandes  ciuda- 
des con  magníficos  y  decorosos  edificios,  lo  asienta  así  la  verdad  indeleble  de 
mi  Castillo  *,  llamándolos  recios  pueblos,  por  lo  numerosos  que  eran,  pues  ha- 
bía poblazones  de  ocho  y  de  diez  mil  casas ;  siendo  de  tal  calidad  lo  que  halla- 
ron erigido  los  conquistadores  gloriosos  de  este  Beino  de  Gbathemala,  que  ha- 
blando con  Alvarado,  alegres  y  consolados  le  decían,  que  no  tenía  que  echar 
menos  á  México  con  lo  que  habían  descubierto.  Y  hoy  se  comprueba  la  noto- 
riedad de  esta  opinión  cc-n  lo  que  vemos  vestigioso,  y  en  otras  partes  en  pie, 
de  ostentativas  máquinas  materiales ;  en  lo  que  se  admira  en  el  Quiche,  Tec- 
pangoaihemala,  pueblo  antiguo  de  Mixeo,  edificios  de  Ouegueienango  y  de 
ChiaUhiian  á  modo  de  fortalezas,  y  otros  admirablemente  ordenados  en  la  pro- 
vincia de  la  Verapaz;  y  la  fábrica  maravillosa  y  subterránea  del  pueblo  de 

1  T.  mo  1,  páginas  18  y  33. 

2  Bernal  Díaz,  folio  164,  de  su  original  borrador.  -[Nota  de  F.y  Oiomdn.] 


CARTA  AL  SR.  D,  JUAN  VA  LERA.  565 

Pochuia^  que  siendo  de  firmísima  y  sólida  argamasa,  camina  y  corre  por  lo  in- 
terior de  la  sierra  por  distancia  prolongada  de  nueve  leguas  hasta  el  pueblo 
de  Tecpangoaihemala ;  que  es  argumento  y  prueba  del  soberano  poder  de  aque- 
llos reyes,  y  numerosidad  sin  cálculo  de  los  vasallos  que  los  obedecían.  Fuera 
de  que,  así  para  esto  como  para  testimonio  de  sus  grandes  fábricas,  también 
autoriza  esta  opinión  la  fortaleza  de  Parrasquin,  que  se  ve  bajando  de  Toioni- 
capa  á  la  costa  del  Sur.  Y  aunque  yo  sólo  consideraba  con  pocos  años,  que 
muchas  cosas  de  éstas  me  daban  escritas  los  autores  que  leía,*  y  que  lo  que  me 
informaba  la  inspección  contra  aquellas  narrativas  era  la  miseria  de  unos  habi- 
tables pajizos,  si  no  me  ladeaba  á  la  incredulidad,  á  lo  menos  suspenso  el  juicio 
quedaba  en  lo  neutral  siempre  surto ;  pero  lo  más  de  ello  que  tengo  visto,  me 
hace  creer  que  aun  no  podré  comprender  para  escribir  todo  lo  que  hay  de  ma- 
ravillas singulares  en  estas  nuevas  y  apreciables  provincias ;  y  con  lo  que  afir- 
ma Torquemada,  de  que  eran  grandes  ciudades  las  de  Ooathemala  y  ütatlan, 
fundadas  de  edificios  maravillosos  de  cal  y  canto,  pasaré  adelante,  á  establecer 
el  imperio  de  los  Monarcas  de  estos  Reinos. 

<'  Y  aun  es  verdad  que  hubo  entre  los  de  esta  nación  algunas  generaciones 
muy  incultas  y  de  especie  de  salvajes,  que  habitaban  en  los  lagos,  montañas  y 
partes  cavernosas  en  las  selvas  y  páramos  incultos ;  siendo  éstos,  por  natural 
propensión  suya  á  la  caza  y  pesquerías,  de  que,  sin  duda,  se  sustentaban,  y  te- 
niendo también  ranchos  aunque  pequeños  y  pobres,  en  sus  milpas;  áQ  cuyo 
género  do  gentes  no  podrá  decir  España  que  no  ha  tenido  algunos,  pues  los 
BaitíecaSj  descubiertos  en  nuestros  tiempos,  no  eran  menos  agrestes  que  éstoe 
de  quienes  hablamos.  Pero  aunque  oran  así  algunos,  especialmente  en  algu- 
nas partes  de  la  costa,  en  las  cabeceras,  cortes  y  pueblos  numerosos  no  se  ha- 
llaban, sino  muy  dados  á  lo  político  y  esmerados  en  las  artes ;  de  que  tuvieron 
conocimiento,  y  hubo  y  hay  entre  ellos,  especialmente  en  la  parte  de  los  no- 
bles y  principales  indios,  muy  buenas  capacidades,  con  don  excelente  de  go- 
bierno, y  de  muy  buena  y  entera  razón  ;  sino  que  el  no  entenderles  su  idioma, 
y  el  estar  ellos  tan  apagados  y  distantes  de  la  memoria  de  sus  principios,  los 
hace  parecer  algo  menos  que  brutos,  siendo,  no  sólo  contra  razón^  sino  distan- 
te de  la  caridad  el  pensarlo.  Porque  me  es  preciso  decir  que,  siendo  ellos  de 
dócil  natural  y  muy  humildes,  es  culpa  grande,  no  sólo  de  los  ministros  ecle- 
siásticos, sino  mucho  mayor  de  las  justicias  seculares,  el  que  no  sean  mejores, 
poniendo  más  cuidado ;  pues  Dios  se  los  ha  encomendado,  que  tengan  más 
puntual  educación  y  advertencia  en  su  puerilidad,  sobre  que  tan  apretada- 
mente y  con  tanta  católica  piedad  hace  repetidos  encargos  el  Bey  nuestro  se- 
ñor" 

Don  José  Morales  y  Santísteban,  á  quien  vd.  no  tachará  ni  de  hijo 
renegado,  ni  de  extranjero  envidioso,  ni  de  español  imprudente,  se  ex- 
presa asi  respecto  de  Hernán  Coriés: 


See  REVISTA  NACIONAL. 


"  No  vayamos  á  creer  que  la  raza  indígena  se  componía  en  México  y  en  los 
Bstados  comarcanos  de  hordas  más  ó  menos  feroces,  cuyo  alimento  fuera  la 
caza,  y  cuya  vida  errante  no  les  permitiera  subir  del  primer  escalón  de  los  ade- 
lantamientos sociales.  Nada  de  esto  existía  en  la  r^ón  que  sirvió  de  teatro  á 
las  hazañas  de  Hernán  Cortés.  Había  pueblos  agricultores,  ciudades  opulentas, 
una  religión  bárbara,  pero  que  había  alcanzado  un  grado  bastante  alto  de  re- 
finamiento teológico,  gobiernos  establecidos  y  variados  en  sus  formas,  desde  la 
república  federativa  de  Tlaxcala,  hasta  la  monarquía  casi  absoluta  de  México, 
y  todo  el  aparato  y  la  forma  necesarios  para  que  el  poder  subyugase  la  imagi- 
nación de  las  hombres.  Tenían  sus  leyes,  sus  ejércitos,  y  vivían  la  vida  agita- 
da de  los  Estados  europeos.  Las  artes  habían  también  conseguido  cierta  per- 
fección, y  en  algunos  trabajos  menudos  que  empleaban  en  el  oro,  la  plata  y 
las  plumas,  los  mismos  artífices  españoles  confesaban  su  propia  inferioridad. 
En  una  palabra,  habían  alcanzado  toda  la  civilización  á  que  puede  llegarse 
ñn  el  uso  del  hierro  ni  del  alfabeto. 

" La  civilización  de  México  sería  digna  de  citarse  con  elogio  y  de  po- 
nerse en  parangón  con  la  de  los  imperios  más  fiorecientes  del  Asia,  si  una  man- 
cha indeleble  de  sangre  no  empañara  su  esplendor.  '* 

El  Sr.  D.  Ángel  de  Gorostizaga,  Secretario  del  Museo  Arqueológico 
de  Madrid,  describió  en  1883  el  Calendario  azteca,  del  cual  publicó  un 
grabado  en  la  Iliistración  Española  y  Ainericana^  y  afiadió : 

"El  ligero  examen  que  hemos  hecho  de  este  notable  monumento  de  los  az- 
tecas, nos  hace  comprender  los  vastos  conocimientos  que  tenían  de  Astrono- 
mía, Cronología  y  Cosmografía;  su  genio  artístico,  pues  el  trabajo,  como  obra 
escultórica,  se  separa  mucho  del  arte  bárbaro  y  nos  induce  á  admirar  su  civi- 
lización, pues  un  pueblo  que  así  determina  sus  festividades,  así  divide  su  tiem- 
po y  así  organiza  su  existencia,  bien  puede  y  debe  llamarse  pueblo  civili- 
zado. "  1 

El  eximió  escritor  D.  Enrique  José  Varona  [si  no  estoy  equivocado] , 
ha  hablado  en  la  Revista  de  Cuha  de  una  obra  extranjera  que  siento 
no  conocer,  pero  cuyo  recuerdo  es  oportuno  aquí.  Dice  la  Revista: 

*^En  un  libro  publicado  hace  cuatro  ó  cinco  meses  sobre  la  Economía  Agrí- 
cola de  loa  Antiguos  Pueblos  Civilizados  de  Américay  su  autor  Max  Stefier,  vi- 
tupera á  nuestra  tan  decantada  superioridad  caucásica,  que  fué  incapaz  para 
estudiar  y  fomentar  la  civilización  de  esas  naciones,  totalmente  destruida  por 
la  dominación  europea.  Las  reliquias  que  de  ellas  poseemos  prueban  de  un 
modo  claro  que  esa  civilización  no  era  en  nada  inferior  á  la  de  los  conquista- 
dores, sino  al  contrario,  que  en  muchos  puntos  era  realmente  superior.  Tene- 

1  Ilustración  EspafMa  y  Americana  de  Madrid,  tomo  I  de  1888,  páginas  8i5  y  851 


CARTA  AL  8R.  D.  JUAN  VALERA.  667 

mos  hoy  la  certeza  de  que  había  una  reglamentación  económica  sistemática, 
que  cultivaban  la  tierra  con  industriosa  diligencia,  cuidadosa  previsión  y  mu- 
cha habilidad  práctica.  El  pueblo  mexicano  había  asegurado  la  irrigación  del 
suelo  por  medio  de  canalas  y  sin  máquinas,  y  los  españoles,  á  pesar  de  tener 
en  la  Península  obras  parecidas  fabricadas  por  los  árabes,  revelaron  su  incapa- 
cidad para  apreciar  el  mérito  de  ellas,  permitiendo  que  se  arruinasen,  y  aun  á 
veces  destruyéndolas  con  la  esperanza  de  encontrar  tuberías  de  oro.  La  culti- 
vación é  irrigación  del  suelo  eran  consideradas  como  de  interés  público,  y  la 
agricultura  sujeta  á  reglamentaciones  parecidas  á  las  que  actualmente  existen 
en  el  Japón  y  la  China.  La  división  de  la  tierra  y  todos  los  cambios  de  la  pro- 
piedad se  hacían  bajo  la  dirección  de  los  magistrados.  No  tenían  animales  pa- 
ra enyugar,  pero  las  propiedades  eran  tan  pequeñas  y  tan  sobria  su  alimenta- 
ción, que  no  los  necesitaban.  £1  cultivo  era  más  bien  el  de  jardín  que  el  de 
campo,  y  como  no  tenían  animales,  no  les  hacía  falta  la  tierra  adicional  que 
éstos  exigen.  Bn  la  ausencia  de  animales  domésticos,  habían  adoptado  proce- 
dimientos, aunque  eñcaces,  muy  minuciosos  y  penosos,  para  procurarse  abo- 
nos, al  estilo  de  los  chinos.  Los  peruanos  tenían  la  ventaja  de  sus  depósitos  de 
icuano.  Y  como  los  asiáticos  orientales,  no  tenían  leche  los  antiguos  america- 
nos, aunque  pudieran  haberla  obtenido  de  la  llama. ''  ^ 

Respecto  del  Perú,  traducimos  de  la  excelente  obra  L*AmériqtLepré' 
hMoHque^  del  marqués  de  Nadaillac,  lo  que  sigue: 

<^  Quizás  en  ningún  punto  del  globo  ha  desplegado  el  hombre  mayor  ener- 
gía. En  esas  regiones  infortunadas  fué  donde  se  elevó  el  imperio  más  podero- 
so y  más  adelantado  en  civilización  de  ambas  Américas,  y  hoy  todavía  todo 
hace  despertar  su  recuerdo  en  la  memoria :  las  ruinas  imponentes  que  cubren 
el  país,  las  fortalezas  que  lo  defienden,  los  caminos  que  lo  cruzan,  las  acequias 
que  conducen  el  agua  destinada  á  fertilizar  los  campos,  los  tambos  6  casas  de 
abrigo  en  las  montañas  para  uso  de  los  viajeros,  las  obras  de  alfarería,  las  te- 
las de  lana  y  do  algodón,  los  adornos  de  oro  y  plata  que  se  conservan  en  las 
sepulturas "  • 

Hé  aquí  una  página  de  la  Vida  de  Francisco  Pizarra  por  Quintana. 
Después  de  decir  que  Huayna-Capac  era  "  el  más  poderoso,  el  más  ri- 
co y  el  más  hábil  también  de  todos  los  príncipes  peruanos,^'  agrega: 

"  SI  desvaneció  con  su  valor  los  intentos  de  sus  rivales,  que  quisieron  dis- 
putarle el  imperio  después  de  muerto  su  padre ;  contuvo  y  apagó  la  rebelión 
de  algunas  provincias,  sujetó  otras  nuevas  á  su  imperio,  visitólas  todas  para 
mantener  en  ellas  el  buen  orden,  dio  leyes  sabias,  corrígió  abusos  en  las  cos- 


1  Revista  de  Cuba^  XV, 

2  Página  887. 


Sm  BEVI8TA  NACIONAL. 


tomlyres,  rode¿  el  trono  de  un*  grmndeza  j  esplendor  no  yísio  luota  él,  7  9e 
gnuige6  mif  renenicí^n  7  respeto  de  ras  pueblos  qne  oiix>  monarca  alguno  de 
iuf  antepasados.  Estableciéronse  en  sa  tiempo,  6  se  perfbocíoaaron  mocho, 
tres  grandes  medios  de  comunicación,  necesarios  en  proríncias  tan  distantes  7 
diretias:  el  vuo  de  nn  dialecto  general  á  todas  ellas;  el  establecimiento  de  las 
postas  para  la  prontitud  de  los  aráos  7  de  las  noticias;  en  fin,  los  dos  grandes 
caminos  que  conducían  del  Cuzco  al  Quito  en  una  extensión  de  más  de  qui- 
nientas leguas.  De  estos  dos  caminos  uno  iba  por  las  sierras,  otro  por  los  llanos, 
7  ambos  estaban  proyisios,  á  la  distancia  propia  7  conveniente,  de  estancias 
6  aposentamientos,  que  que  llamaban  tamboB^  donde  d  Monarca,  su  Corte  7 
el  ejército  que  lleraba,  aunque  fuese  de  veinte  á  treinta  mil  hombres,  toma- 
ban descanso  7  refresco,  7  renovaban,  8¡  era  necesario,  sus  armas  7  sus  vesti- 
dos. Obras  verdaderamente  reales,  emprendidas  7  ejecutadas  por  los  peruanos 
en  gloria  de  su  Inca,  7  que  al  principio  tan  útiles,  después  les  í^ron  tan 
perjudiciales  por  la  facilidad  que  dieron  á  los  movimientos  7  marcha  de  los 
espafioles  para  la  conquista  del  país." 

El  escritor  peruano,  Sr.  D.  Pedro  Paz-Soldán  7  Unanue  [Juan  de 
Árona]f  en  su  obra  tan  laboriosa  como  útil,  titulada  Diecionarío  de 
PeruaniemoSf  se  expresa  así : 

"Los  peruanos  de  ho7,  que  más  6  menos  directamente  recibimos  educación 
europea,  7  que  por  la  sangre,  el  idioma  7  los  nombres  de  familia  nos  sentimos 
atraídos  al  viejo  mundo  7  nos  amamantamos  en  el  amor  de  Grecia  7  Boma, 
mirando  con  indiferencia,  con  frialdad  7  basta  con  desdén  la  civilización  in- 
caica, que  en  realidad  no  es  más  que  una  tradición,  debemos  advertir  que  así 
como  á  los  negros  racionales  lea  ofende  el  color  y  así  esa  civilización  quebo7  me- 
nospreciamos no  tuvo  más  baldón  que  el  haber  carecido  de  ''letras  humanas," 
como  diría  Garcilaso. 

"Yo  con  erudición,  {cuánto  sabría!" 

lEspronceda"] 

"Yo,  á  saber  escribir,  ¡cuánto  diría! 

podría  contostar  hoy  la  dinastía  inca  si  resucitara.  Expresado  por  escrito  por 
oUoi  mismos  lo  ^uo  practicaron  ó  dijeron  de  viva  voz,  quizá  palidecerían  las 
Pandectas  de  Justiniano  7  los  Pensamientos  de  Marco  Aurelio!"  1 

El  arqueólogo  norte  americano  Mr.  E.  George  Squier  ha  escrito  la 
obra  moderna  más  completa  quizá  sobre  las  antigüedades  del  Perú ', 

1  Juan  db  Arona.  Diccionario  de  Penianismos.  Lima:  188S,  artículo  Incas,  p¿. 
glnas  288  y  aS9. 

2  E.  Gborob  Squier.  IncidenU  0/  TraveU  and  Exploration  in  tfíe  Landqfihe  In- 
c<M.— New  York,  Harper.  1877. 


CARTA  AL  8B.  D.  JUAN  VALERA.  5fl9 

pues  él  recorrió  todas  las  comarcas  de  Lima,  Truxillo,  el  lago  Titica- 
ca, Cuzco,  Chinchero,  Olantaytamho,  etc.,  levantó  planos,  sacó  vistas 
fotográficas,  y  lo  describió  todo  con  su  reconocida  competencia.  Su  li- 
bro es  un  poderoso  alegato  en  defensa  de  la  civilización  inca,  de  la  que 
dice  que  es  la  más  importante  y  la  más  interesante  de  todas  las  abo- 
rígenes de  América. 

Vd.  se  burla  del  saber  de  los  indios,  que  no  nos  legó  nada  que  au- 
mentase el  acervo  de  la  ciencia  europea;  pero  aunque  no  se  hubiera 
perdido  la  mayor  parte  de  sus  secretos,  no  estamos  en  el  caso  de  pe- 
dir gollerías  á  pueblos  que  no  disponían  del  hierro  ni  poseían  mé- 
todos de  escritura  fáciles,  como  los  nuestros.  Y  aun  así,  Boussingault, 
en  una  Memoria  que  presentó  en  1883  á  la  Academia  de  Ciencias  de 
París,  no  tuvo  embarazo  en  declarar  que  no  conocía  ni  había  acertado 
á  reproducir  el  magnífico  temple  que  daban  los  Incas  al  metal  de  sus 
artefactos. 

Hablando  de  los  Incas  dice  el  sabio  Bachiller  y  Morales :  "  Casi  va- 
lía su  civilización  tanto  como  la  europea  contemporánea,  en  lo  gene- 
ral, y  más  en  algunas  materias  que  se  contaminaron  con  las  supersti- 
ciones y  el  fanatismo.*'^  Y  de  la  civilización  mexicana:  "una  civili- 
zación espontánea  americana  que  en  algunos  puntos .  era  superior  á  la 
europea  en  aquella  época.  ^* '  Nadaillac  es  de  la  misma  opinión.  *  Da- 
bry  de  Thiersant  compara  la  civilización  mexicana  con  la  española  del 
siglo  XV,  y  el  resultado  no  es  favorable  para  la  segunda  ^.  Abstengo- 
me  de  repi'oducir  sus  palabras,  demasiado  enérgicas  para  que  puedan 
armonizar  con  el  tono  de  este  escrito ;  pero  á  lo  menos  sirvan  desde 
donde  están  para  probar  que  yo  no  he  supuesto  nada. 

De  los  Chibchas,  que  estaban  menos  adelantados,  no  quiero  hablar 
con  detenimiento  por  esa  misma  circunstancia  de  que  nunca  salieron 
al  primer  plano  del  cuadro,  y  por  no  abultar  por  más  pliegos  esta  ya 
extensa  epístola;  sin  embargo,  me  permitiré  obsequiar  á  vd.  con  un 
ejemplar  del  interesantísimo  libro  del  sabio  americanista  Sr.  Dr.  Li- 
borio  Zerda,  sobre  El  Dorado^  que  le  llegará  al  mismo  tiempo  que  es- 
tas líneas,  y  que  probablemente  no  será  fácil  conseguir  por  allá.  Ese 
libro  es  el  epitaño,  es  la  oración' fúnebre  del  pueblo  que  habitó  estasa- 


1  MevUta  de  Cuba,  XIU,  471. 

2  Meviata  de  Cuba,  XV,  640. 

8  L'Amtriqu«préM9toriquet  pAginas  Vil  y  849. 

4  JPe  VoTigiiM  de$  IndUm  du  Ninweau  Monde  et  de  leur  civi^iterfio».— Parla,  1888. 


570  REVISTA  NACIONAL. 


baña,  y  que  si  no  igualó  á  los  Aztecas  ni  á  los  Incas  en  el  esplendor 
de  su  existencia,  si  vistió,  como  ellos,  el  luto  de  una  misma  muerte. 

Pero  la  civilización  ó  cultura  de  un  pueblo  no  se  mide  solamente 
por  sus  edificios  y  artefactos ;  acaso  más  que  en  sus  pirámides  y  en  su 
industria  se  refleja  en  su  legislación,  en  sus  costumbres,  en  sus  insti- 
tuciones. Las  crónicas,  la  correspondencia  de  los  conquistadores,  los 
informes  de  los  virreyes  y  cuanto  guardan  vdes.  inédito  en  sus  archi- 
vos, contienen  sobre  estas  materias  datos  abundantes.  Como  muestra» 
óigase  al  Padre  Calancha: 

^'Yerdaderamente  pocas  naciones  hubo  en  el  mundo,  á  mi  ver,  que  tuviesen 
mejor  gobierno  que  los  Incas.  Luego  diré  acciones  memorables  de  este  Inca, 
que  quiero  que  se  sepa  cuan  bien  gobernada  estaba  esta  monarquía,  antes  que 
entrasen  los  españoles."  ^ 

Pero  como  muchos  de  los  escritores  antiguos  hayan  sido  tachados 
de  exageración  [cargo  del  que  en  justas  proporciones  los  ha  vindicado 
Bancroft],  recomendaré  á  vd.  que  refresque  la  memoria  con  la  lectura 
de  las  obras  de  Prescott  y  del  citado  Bancroft,  historiadores  que  cier- 
tamente no  son  enemigos  de  España,  ni  aun  cuando  censuran  "  las  de- 
masías de  los  conquistadores, "  como  las  llama  el  Sr.  Morales  Santis- 
teban.  En  estos  últimos  afíos  se  ha  discutido  si  los  indios  tenían  una 
literatura  que  valiera  la  pena ;  pero  sin  poseer  sus  cantos,  sus  poemas, 
todos  los  contornos  de  su  pensamiento  trazados  en  sus  telas  ó  en  la 
tradición  oral,  quizás  la  controversia  no  pueda  adelantar  gran  cosa. 

Si  ahora  se  me  dice  que  la  civilización  precolombiana  tenía  en  to- 
das sus  fases  sombras  densas,  convendré  en  ello,  y  agregaré  que  por 
eso  la  llamamos  incompleta  ó  ruda;  pero  tales  defectos  ó  vacíos  no  au- 
torizan para  escatimarle  el  título,  así  como  nadie  niega  que  hubo  civi- 
lizaciones egipcia,  asirla,  cartaginesa,  helénica,  en  tiempos  en  que  el 
politeísmo  ó  la  idolatría  eran  la  religión  de  las  respectivas  naciones,  y 
en  que  la  sangre  humana  corría  copiosa  en  los  sacrifícios  de  casi  todos 
sus  altares. 

Adoptando  la  opinión  de  Humboldt  y  de  Pi  y  Margall,  que  yo  cité 
sin  apropiármela  ni  combatirla,  se  inclina  vd.  á  creer  que  toda  esa  ci- 
vilización pertenecía  á  una  época  tan  remota,  que  su  recuerdo  se  ha- 
bía borrado  ya  de  la  memoria  de  los  indios  de  los  siglos  XV  y  XVI;  y 


1  Padre  Merino  Fray  Azttonio  dbla  CAiJiiroHA.~C9kr^iea  fnoraHMda  del  Or- 
den  de  San  Agusan  en  el  Pfrf}.~Baroelona:  1838.  Libro  I,  oapf tolo  XV,  pAgina  96. 


CARTA  AL  SR.  D.  JUAN  VALERA.  STl 

hasta  sospecho  que  aplaude  vd.  al  CSoronel  Higginson  por  haber  dicho 
satíricamente  que  no  sabe  qué  diferencia  hay  entre  "  civilización  pre- 
histórica" y  "barbarie  evidente."  Distingamos:  la  parte  inmaterial,  las 
instituciones  políticas  y  civiles,  lo  que  constituye  la  conciencia  de  los 
pueblos,  estaba  vigente  en  la  época  de  la  Clonquista,  porque  así  lo  ates- 
tiguan  los  cronistas  de  entonces,  y  por  mucho  que  hayan  exagerado  en 
los  detalles,  el  fondo  de  sus  relaciones  debe  de  ser  verdad,  y  hay  que 
admitirlo  mientras  carezcamos  de  pruebas  en  contrario.  Queda  por  di- 
lucidar la  cuestión  de  los  monumentos  materiales ;  y  ese  es  un  proble- 
ma histórico  que  yo  me  declaro  inhábil  para  resolver,  y  que  en  el  es- 
tado actual  de  los  estudios  americanistas,  nadie  lo  puede  tampoco.  Hay 
dos  opiniones  principales:  creen  algunos,  con  Le  Plongeon, que  la  an- 
tigüedad de  esos  edificios  es  muy  remota:  que  fueron  levantados,  por 
razas  altamente  civilizadas,  cuando  toda  la  Europa  estaba  todavía  en 
la  edad  de  piedra  K  Otros  sostienen  que  su  fecha  es  mucho  más  re- 
ciente, creen  conceder  demasiado  fijándola  en  el  siglo  VII  de  la  Era 
Cristiana  y  varios  sabios  ni  tanto  admiten. 

M.  Desiré  de  Chamay,  célebre  viajero  francés,  encargado  por  su  go- 
bierno de  exploraciones  arqueológicas  en  México  y  Madagascar,  Java  y 
Australia,  y  quien  tuvo  la  buena  suerte  de  desenterrar  las  más  anti- 
guas habitaciones  de  los  Toltecas  en  Tula  y  Teotihuacán,  dos  cemen- 
terios en  Tenenepanco  y  Nahualac,  la  ciudad  ignorada  de  Comalcalo 
en  Tabasco  y  la  de  Lorillard  en  las  fronteras  de  Guatemala,  el  Sr. 
Chamay,  americanista  de  reputación  universal  y  que  ha  pasado  mu- 
chos afios  de  su  fructuosa  vida  excavando  el  suelo  del  Nuevo  Mundo, 
es  de  los  que  niegan  la  remota  antigüedad  de  los  moniunentos.  Expu- 
so sus  razones  en  unas  conferencias  que  dio  en  la  Sociedad  de  Geogra- 
fia  de  Paris  en  1883,  de  las  cuales  tengo  á  la  vista  un  resumen  publi- 
cado en  la  Bevue  Sud-^mérícaine  de  aquella  capital,  y  que  voy  á  tra- 
ducir: 

"  La  mayor  parte  de  los  viajeros  y  de  los  historiadores  han  pretendido  que 
esos  monumentos  son  antiquísimos,  que  pertenecieron  á  una  población  extin- 
guida, y  que  por  consiguiente,  estaban  en  ruinas  hacía  mucho,  cuando  los  Es- 
pañoles entraron  en  Yucatán. 

"  Pero  esta  teoria  ha  sido  vivamente  combatida  por  M.  Chamay,  partida- 
rio de  la  contraria,  la  cual,  á  su  juicio,  es  mucho  más  racionaL  Ya  ha  presen- 
tado muchas  pruebas,  y  promete  otras ;  por  ahora  no  quiere  más  que  dar  á  co- 
nocer un  documento  recién  publicado. 

1  J«  D.  BAJLDKWiv.^AneUfU  America, 


572  B£VI8TA  NACIONAL. 


*'  En  su  última  conferencia  discurrió  M.  Chamay  acerca  de  Chichen-Itza, 
la  gran  ciudad  de  Yucatán.  Loe  historiadores  que  han  hablado  de  esas  ruinas, 
llenos  como  estaban  de  preocupaciones,  han  dado  informes  que  no  nos  pueden 
ilustrar  lo  bastante.  Para  adquirir  pormenores  exactos  hay  qae  acudir  á  loe 
autores  que  trataron  de  dichos  monumentos  poco  después  de  la  conquista  es- 
pañola. 

"£1  Obispo  Landa,  por  ejemplo,  dice  á  propósito  de  Chichen-Itsa,  que  la 
visitó  en  1656,  esto  es,  treinta  años  apenas  después  del  primer  arribo  de  Mon- 
tejo  á  Yucatán,  y  agrega:  *<Los  pisos  de  los  monumentos  estaban  separados 
por  divisiones  de  argamasa  en  perfecto  estado "  Aquí  tenemos  desde  lue- 
go algo  en  estado  perfecto;  luego  los  monumentos  estaban  íntegros.  Después, 
refiriéndose  al  templo  cuyo  plano  ha  mostrado  M.  de  Chamay  á  la  Sociedad, 
dice:  Para  dirigirse  al  gran  estanque  en  donde  se  sacrificaba  á  las  víctimafi, 
había  una  magnífica  calzada  de  mampostería.  Esas  calzadas,  acerca  de  las 
cuales  llama  M.  Chamay  especialmente  la  atención,  son  de  origen  tolteca,  6 
idénticas  en  todas  partes.  Llegando  á  un  pequeño  templo,  queM.  Chamay  ha 
encontrado  casi  en  ruinas,  el  historiador  dice  que  ese  edificio  estaba  lleno  de 
vasos  que  contenían  copal  quemado  hacía  poco,  ofrendas  recientes,  estatuas, 
ídolos,  etc.  £s  decir,  que  todavía  se  sacrificaba  en  él ;  todavía  se  rendía  allí 
culto  á  los  dioses  locales,  treinta  años  después  de  la  llegada  do  Montejo  á  Yu- 
catán, de  1541  á  1556,  quince  años  después  del  establecimiento  definitivo  de 
los  Españoles  en  América. 

^'Podría  hacerse,  añade,  una  comparación  muy  curiosa  entre  esos  monu- 
mentos separados  por  grandes  divisiones  de  argamasa  que  se  hallaban  todavía 
enteras  (y  era  preciso  que  fuesen,  en  efecto,  muy  sólidas,  para  haber  resistido 
á  veinte  años  de  abandono  en  una  región  donde  la  vegetación  es  excesiva); 
entre  esos  monumentos,  deciamos,  y  las  ruinas  de  la  Corte  de  Cuentas  de  Pa- 
rís. En  ésta,  como  es  sabido,  todas  las  losas  han  sido  solevantadas,  la  mampos- 
tería rota,  y  se  ven  árboles  que,  en  sólo  doce  años,  han  alcanzado  una  eleva- 
ción de  diez  metros.  Si  se  considera  que  esto  ocurre  bajo  un  clima  donde  la 
fuerza  de  vegetación  no  es  ni  la  décima  parte  de  la  de  los  trópicos,  se  com» 
prenderá  que  era  bien  natural  que,  después  de  veinte  ó  treinta  años  de  aban- 
dono, una  ciudad  de  las  regiones  americanas  se  encontrase  en  muy  mal  estado 
y  cubierta  ya  de  una  espesa  vegetación;  y  no  había  señales  de  ésta  enton- 
ces. 

*<M.  Chamay  había  escrito  y  dicho  todo  esto  cuando,  hace  apenas  ocho  días, 
recibió  un  libro  publicado  recientemente  en  los  Estados  Unidos,  y  que  se  com- 
pone de  documentos  mayas:  uno  de  ellos,  las  Crónieaa  de  Chikuluh^  es  obra  de 
un  cacique  indio,  Nakuk-pecb,  contemporáneo  de  los  Españoles  de  la  Con- 
quista, de  la  cual  fué  testigo. 

<*Ese  manuscrito  maya,  traducido  y  publicado  por  Brinton,  en  Filadelfia, 
hacia  fines  de  1882,  contiene  datos  muy  precisos,  que  dan  á  la  teoría  de  M. 
Charnay  la  auU^ridad  de  un  documento  oficial. 


CARTA  AL  SR.  D.  JUAN  VALERA.  573 

"En  el  párrafo  14,  hablando  del  Itinerario  de  Francisco  Montejo,  cuando  la 
expedición  de  1527  á  Chichen-Itza,  dice  Nakuk-pech: 

"  Y  se  puso  en  camino,  en  busca  de  Chichen-Itza,  nombrado  así;  allí  rogó 
"  al  rey  de  la  ciudad  que  viniese  á  su  encuentro;  y  el  pueblo  le  dijo:  hay  un  rey, 
señor:  hay  un  rey^  (Jocom-Aun-Pechy  el  rey  Peeh^  el  rey  jefe  de  Cicantum;  y  el 
"  capitán  Oupul  (probablemente  un  gran  personaje  del  lugar)  le  dijo  (á  Mon- 
"tejo):  Ouerrero  extranjero^  reposa  en  estos  palacios ;  así  le  dijo  el  capitán 
"Cupul." 

^<£s  evidente  para  todo  el  mundo,  agrega  M.  Chamay,  que  esto  significa 
que  había  un  pueblo,  un  ley  y  monumentos  habitados;  á  no  ser  así,  no  hubie- 
ra habido  un  pueblo,  un  rey  y  un  capitán  que  dijesen  á  Montejo:  venid  á  des- 
cansar á  estos  palacios. 

"A  propósito  de  Izamal,  que  está  considerada  como  una  de  las  ciudades  más 
antiguas,  y, que  se  dice  haber  sido  abandonada  muchos  miles  de  años  antes  de 
la  Conquista  (opinión  que  M.  Chamay  ha  combatido  siempre),  el  cronista  in- 
dio  dice  en  el  párrafo  18:  "  £n  el  año  1542,  cuando  ios  Españoles  se  estable- 
cieron en  el  territorio  de  Mérida,  el  primer  orador,  el  gran  sacerdote  Kinich- 

Kakmo,  de  Izamal,  y  el  rey  Tutulzin,  de  Mani,  se  sometieron " 

"Comentando  este  pasaje  dice  M.  Chamay  que  el  suceso  es  conocido;  es  un 
hecho  histórico.  Sabido  es,  en  efecto,  que  cuando  Montejo  llegó  de  paso  para 
establecerse  después  en  Mérida,  al  siguiente  día  vio  acercársele  multitud  de 
indios;  y  se  preparaba  ya  para  combatir,  cuando  observó  que  enarbolaban  se- 
ñales de  paz.  Era  uno  de  los  magnates  del  lugar,  el  rey  de  Mani,  que  iba  á 
someterse,  acompañado  de  un  personaje  nombrado  Kinich-Kakmo. 

"Pero  Kinich-Kákmo  era  el  nombre  genérico  de  los  grandes  sacerdotes  do 
Izamal.  £1  gran  sacerdote  desempeñaba,  pues,  sus  funciones  á  la  llegada  de 
los  Españolea,  lo  que  pmeba  que  los  templos  y  los  palacios  de  Izamal,  lo  mis- 
mo que  los  de  Chichen,  estaban  ocupados  en  esa  época,  es  decir,  al  tiempo  de 
la  Conquista. 

"Nada  más  evidente,  dice  al  concluir  M.  Chamay,  quien  considera  la  cues- 
tión como  definitivamente  resuelta.'' 

Los  argumentos  de  M.  Charnay  son  de  mucha  fuerza,  y  pueden  ver- 
se extensamente  desarrollados  en  las  diversas  obras  que  ha  publicado 
sobre  los  monumentos  primitivos  de  México  y  Centro-América. 

£1  Marqués  de  Nadaillac  observa  que  el  razonamiento  de  su  compa- 
triota, relativo  á  la  vegetación  tropical,  es  muy  poderoso  contra  la  su- 
puesta remotísima  antigüedad  de  las  construcciones  americanas.  ^ 

Esto  no  quiere  decir,  agrego  yo,  que  el  enigma  esté  descifrado;  pue- 
de probarse  que  los  edificios  estudiados  por  M.  de  Charnay  sean  mo- 
dernos, y  ello  no  implicaría  que  todos  los  otros  se  hallen  en  el  mismo 

1  Página  323. 


574  REVISTA  NACIONAL. 


caso.  En  los  últimos  afios  se  ha  tenido  noticia  de  monumentos  y  ciu- 
dades de  la  América  Central  y  México,  que  no  se  sabe  de  cuándo  da- 
tan; en  el  acreditado  periódico  el  PaU,  de  la  Habana,  número  de  15 
de  Diciembre  de  1887,  he  visto  que  el  renombrado  arqueólogo  Sr. 
Plongeon,  en  sus  exploraciones  de  Uxmal  (Yucatán),  se  había  cercio- 
rado de  que  en  el  mismo  lugar  que  hoy  ocupan  esas  ruinas,  han  exis- 
tido tres  ciudades;  encontró  los  vestigios  de  la  primera  á  muchos  pies 
de  profundidad,  y  revelaba  una  civilización  antiquísima,  muy  superior 
á  la  nuestra,  así  como  una  época  de  su  fundación,  de  más  de  veinte 
mil  años;  (se  diría  que  estamos  oyendo  hablar  á  Schliemann  de  las 
siete  ciudades  superpuestas  que  desenterró  en  el  sitio  de  la  antigua 
Troya);  el  mismo  Paü,  número  de  19  de  Julio  último,  dice  que  elSr. 
A.  J.  Miller  ha  descubierto  en  el  nuevo  departamento  de  Mosquitos 
(Honduras)  una  ciudad  prehistórica  muy  importante,  "y  según  se  ha 
observado,  parece  que  primitivamente  existió  en  el  mismo  sitio  otra 
ciudad  rodeada  de  una  muralla." 

Hago  estas  citas  para  presentar  la  ecuación  con  toda  fidelidad,  sin 
enamorarme  de  éste  ni  de  esotro  de  sus  términos.  ¿Son  muy  antiguos 
algunos  de  los  monumentos  americanos,  íntegros  ó  en  ruinas,  que  nos 
quedan?  Es  muy  probable.  ¿Hay  otros  recientes?  Es  muy  posible.  Con- 
denados por  ahora  á  esta  incerüdumbre,  no  nos  queda  que  hacer  sino 
esperar  que  la  Arqueología  encienda  su  fanal  en  las  playas  de  esta 
América  que  todavía  está  por  descubrir. 

Pero  yo  quiero  ir  con  vd.  hasta  admitir  hipotéticamente  que  todos 
los  indios  contemporáneos  de  la  Conquista  estaban  en  patente  declina- 
ción; y  todavía  replico  que  la  decadencia  es  fase  relativa.  En  decaden- 
cia está  la  Grecia  actual  respecto  del  siglo  de  Feríeles;  Egipto  tuvo  va- 
rios ciclos  de  esplendor  y  menoscabo,  uno  de  los  últimos  en  el  reina- 
do de  los  Reyes  Pastores,  que  duró  siglos ;  pálido  emerge  el  astro  de 
Iberia  re^ecto  de  los  días  en  que  los  dominios  espafíoles  estaban  siem- 
pre alumbrados  por  el  sol ;  pero  esos  afios  de  niebla  no  son  de  barba- 
rie, y  entrar  en  la  nube  no  es  quedarse  sin  luz.  Pudieron,  pues,  los  in- 
dios, desmedrados  por  las  guerras  que  constantemente  se  hacían,  ó  por 
las  pestes,  ó  por  invasiones  de  otras  razas  ó  tribus  más  numerosas,  ó 
enervados  por  el  despotismo  de  sus  reyes  y  el  fanatismo  de  sus  sacer- 
dotes, estar  atravesando,  cuando  vinieron  los  europeos,  una  época  de 
menos  brillo  que  las  anteriores;  mas  de  eso,  á  estar  vecinos  de  la  ab- 
yección, hay  mucha  diferencir. 


CARTA  AL  SR.  D.  JUAN  VALEliA.  575 

Esa  decadencia  relativa  no  significa  nada  ante  la  absoluta,  que  data 
de  la  Conquista.  Los  indios  de  Antioquía  [C!oIombia]  no  estaban  muy 
adelantados  en  civilización,  y  la  llegada  de  los  europeos  les  hizo  per- 
der lo  poco  que  habían  alcanzado,  pues  perseguidos  abandonaron  sus 
hogares  y  se  refugiaron  en  las  asperezas  más  inaccesibles  de  las  mon- 
tañas, según  lo  refíere  el  Sr.  Dr.  D.  Andrés  Posada  Arango.  ^  Igual 
cosa  sucedió  á  muchas  otras  razas,  y  justamente  tengo  á  la  vista  la  co- 
municación de  1880  en  que  M.  de  Chamay  avisaba  al  Ministro  de  Ins- 
trucción Pública  de  Francia,  que  acababa  de  descubrir  el  valle  de  Apa- 
tlatepitongo,  muy  oculto,  é  ignorado  hasta  entonces,  en  el  que  se  ha- 
bían refugiado  tribus  mexicanas,  huyendo  de  los  nuevos  guerreadores. 

La  materia  es  muy  vasta,  y  yo  no  debo  agotarla ;  pero  la  impresión 
que  deja  el  estudio  de  los  adelantos  de  los  Aztecas,  Incas  y  Chibchas, 
no  es  la  de  que  fueran  razas  incapaces  de  elevarse  por  sí  mismas  á 
mayor  grado  de  cultura,  inertes  para  todo  progreso,  como  las  tribus 
africanas,  sobre  las  cuales  pasan  los  siglos  en  deplorable  esterilidad. 
Yo  sí  admito  la  desigualdad  de  las  razas,  porque  la  veo  en  el  mundo; 
no  puedo  convenir  en  que  haya  un  solo  é  idéntico  estado  de  espíritu 
para  todas  las  criaturas  humanas,  al  saber  que  hay  hotentotes  que  casi 
rumian  en  este  mismo  planeta  en  donde  alientan  seres  de  noble  inte- 
ligencia como  D.  Juan  Valera;  y  cuando  busco  una  escala  para  medir 
la  superioridad  de  unos  pueblos  sobre  otros,  no  encuentro  sino  la  del 
ideal,  con  sus  infinitas  gradaciones.  Ni  Livingstone,  ni  Stanley,  ni 
Hartman,  ni  Serpa  Pinto  han  desentrañado  ideal  alguno  en  el  Conti- 
nente obicuro;  pero  los  Americanos  sí  los  tenían,  como  lo  prueban  sus 
instituciones  y  sus  obras,  y  su  fe  en  un  Dios  desconocido,  á  semejanza 
del  de  los  Atenienses;  y  toda  raza  que  posee  ideal  elevado,  aunque  no 
sea  el  más  elevado,  está  en  vía  de  perfección. 


El  segundo  punto  sobre  que  tengo  que  contestar  á  vd.  es  el  relativo 
á  la  conducta  de  los  conquistadores. 

Dice  vd.  que  ninguna  raza  indígena  ha  perecido,  y  que  en  algunos 
lugares  son  acaso  ahora  más  numerosas  que  cuando  la  Conquista. 

El  movimiento  demográfico  de  los  indios  después  de  la  emancipa- 
ción política  del  Continente  Hispano-Americano ;  su  guarismo  actual, 

1  ANDB&s  Posada  Abango.— j&uoj/o  etnogré^flco  9obre  lot  Aborigenet  del  Ettado 
de  AnHoqtOa,  pág.  4.— Parle,  1871. 


576  REVISTA  NACIONAL. 


que  no  se  puede  fijar  con  precisión  por  la  imposibilidad  de  levantar  la 
estadística ;  y,  en  fín,  el  porvenir  de  las  razas  indígenas,  no  son  facto- 
res de  necesaria  intervención  en  el  examen  de  la  política  colonial  de 
ahora  tres  ó  cuatro  siglos.  Hasta  es  probable  que  dichas  razas  se  extin- 
gan, no  por  la  violencia,  sino  sumergidas  en  las  marejadas  de  la  in- 
migración europea  que  y^  ha  empezado  á  cubrir  nuestros  desiertos.  Un 
caballero  español,  que  ha  residido  muchos  afíos  en  la  República  Ar- 
gentina, el  Sr.  D.  R.  M.  Cañaveras,  escribía  en  1881  á  la  Iltuitración 
Espafíola  y  Americana: 

"  El  indio  americano,  salvaje  ó  civilizado,  constitaye  todavía  «n  la  Améri- 
ca del  Sur  la  mayoría  de  la  población;  pero  no,  aumenta,  aino  que  va  dismi- 
nuyendo, siguiendo  en  esto  la  ley  fatal  de  las  razas  inferiores  cuando  viven  en 
contacto  con  otras  más  superiores  con  quienes,  si  se  mezclan,  resultan  híbri- 
dos. "  » 

El  Sr.  Cañaveras  opina  que  la  raza  india,  está  destinada  á  desapare- 
cer, por  SM  inferioridad  psicológica,  y  yo  creo  lo  mismo,  pues  lo  obser-  > 
vo  en  los  Estados  Unidos,  donde  el  decrecimiento  es  notable,  y  no  po- 
demos atribuirlo  exclusivamenteal  maltrato,  que  reconozco  y  conde- 
no, con  que  ha  sido  ultrajada  en  aquella  nación.  En  la  Memoria  pre- 
sentada al  Congreso  americano  el  4  de  Didembre  último  por  el  Secre^ 
tario  respectivo,  dice  éste  que  "ni  se  puede  dar  con  toda  exactitud  el 
número  actual  de  indios  que  existen  en  los  Estados  Unidos,  ni  tampo- 
co determinar  si  la  población  india  se  aumenta  ó  se  disminuye;**  pero 
eso  se  refiere  á  los  años  de  la  última  década,  y  no  á  tiempos  anterio- 
riores,  respecto  de  los  cuales  el  decrecimiento  es  visible.  La  extinción 
sería  más  tardía  en  países  como  Colombia,  que  no  figuran  aún  en  el 
itinerario  de  los  inmigrantes,  y  que  organizan  como  está  sucediendo 
aquí  actualmente,  misiones  dignas  del  mayor  encomio  para  civilizar 
esos  pueblos  rezagados ;  pero  no  creo  posible  que  deje  aquí  mismo  de 
cumplirse  la  ley  de  la  lucha  por  la  existencia,  cuando  Europa  nos  en- 
víe los  excedentes  de  su  población  trabajadora. 

Más  estos  tópicos  de  lo  presente  y  lo  futuro  son  ocasionados  á  con- 
fusión en  un  debate  sobre  lo  pasado,  al  cual  debo  concretarme. 

¿No  ha  perecido  ninguna  raza  indígena? 

Refiere  Oviedo  que  cuando  en  1514  llegó  Pedrarías  á  Castilla  de  Oro 
(Darién),  había  más  de  dos  millones  de  indios,  y  que  un  tercio  desi- 

1  IlxislraciOn  Española  y  Americana  efe  Madrid^  tomo  I  de  1882,  páginas  43  y  46. 


CARTA  AL  SR.  D.  JUAN  VALERA.  87T 

glo  después  ya  todos  habían  sucumbido,  pues  el  territorio  estaba  yer- 
mo y  despoblado.  ^ 
El  Obispo  de  Tierra  Firme  escribió  en  1552: 

"  En  Panamá,  Nata  Nombre  do  Dios  y  Acia  de  los  indios  que  hay  muchos 
son  de  Perú,  Nicaragua,  Venezuela,  Santa  Marta.  Acia  está  quasi  despobla- 
da por  mal  goviemo.  Sn  Panamá  salvo  la  isla  de  Y.  M.  y  otras  dos  ó  tres  en 
que  habrá  sesenta  Familias  no  quedaran  naturales.  En  nombre  de  Dios  de 
Indios  naturales  habrá  ocho  6  diez  y  la  población  que  allí  hizo  Glavijo  ya  es- 
tá deshecha  y  la  dio  por  solar  á  un  fraile.  En  Panamá,  quitadas  las  islas,  no 
havia  treinta  que  ^fuesen  naturales.  En  las  dos  islas  de  O  toque  y  Taboga  ha- 
bría cuarenta  piezas  de  indios  extrangeros  con  los  cuales  han  puesto  otros  ez- 
trangeros,  que  unos  no  se  entienden  á  otros. "  ' 

D.  José  Antonio  Saco  dice : 

"  Aún  no  corridos  cuatro  años  de  la  dominación  castellana  en  la  isla  Espa. 
ñola,  y  ya  en  1496  había  perecido  en  ella  la  tercera  parte  de  los  indios."  ' 

En  Cuba  no  queda  ya  ni  un  solo  individuo  descendiente  de  su  anti- 
gua y  pacifica  población,  la  que  han  calculado  algunos  en  un  millón  de 
habitantes,  y  otros,  más  acertadamente  quizá,  en  doscientos  mil ;  y  la 
desaparición  no  ha  sido  debida  á  la  famosa  ley  citada,  pues  la  Isla,  te- 
niendo capacidad  para  varios  millones  de  habitantes,  no  cuenta  sino 
con  millón  y  medio,  cuya  mitad  es  de  color.  De  los  Caribes  en  gene- 
ral, le  dirá  á  vd.  un  escritor  español,  el  Sr.  D.  Juan  Cervera  Bachiller, 
que  "quedan  pocos  restos  ya. "  * 

No  quiero  averiguar  qué  se  han  hecho  otros  pueblos:  me  limito  á 
hablar  de  Cuba,  porque  la  circunstancia  de  no  haber  dejado  nunca  de 
pertenecer  á  España,  excluye  toda  divagación  sobre  la  responsabilidad 
de  los  Gobiernos  y  las  clases  superiores  de  los  países  que  conquista- 
ron la  independencia. 

Es,  ademas,  bien  sabido  que  ht  introducción  de  negros  africanos  tu- 
vo por  objeto  remediar  la  falta  de  brazos  causada  por  la  merma  de  la 

1  OyiKDO—HUtoria  general  de  la»  India»,  libro  29.  cap.  9, 10, 25  y  34. 

2  Al  Principe  desde  Panamá  en  1552.  Fr  Paulos  EpUcopua  Ckmiinentia,  [Colcocldn 
de  Muñoz]. 

Véase,  sobre  despoblación  del  Perú,  la  nota  á  la  p&g.  296.  Parte  1 1,  de  las  Noticku 
secretas  de  América,  por  D.  J.  Juan  7  D.  A.  de  Ulloa.— Manuel  Sangully,  Revista 
Cubana.  IX,  486. 

3  José  Antonio  Sa.oo.— J7i«oíria  de  la  Esclavitud  de  los  Indios  en  el  Nuevo  Mun- 
do,  cap.  1 11. 

4  Ilustración  Española  y  Americana,  tomo  II  de  1883,  pág.  251. 

B.  N.— T.  II-Í7 


578  REVISTA  NACIONAL. 


población  indígena.  El  mal  á  que  se  quiso  poner  remedio,  y  el  reme- 
dio  mismo,  fueron  dignos  el  uno  y  el  otro;  fué  cubrir  un  borrón  con 
otro  borrón,  y  yo  lo  invito  á  vd.,  Sr.  Valera,  á  que  considere  estas  co- 
sas, no  con  espíritu  de  nacionalidad,  sino  como  miembro  de  la  especie 
humana,  para  que  las  pueda  juzgar  bien. 
Dice  vd  : 

*^  El  guerrero  español  de  la  conquista  sería  cruel,  codicioso,  sin  entrañas, 
todo  lo  malo  que  se  quiera,  con  tal  de  que  no  se  suponga,  sin  justicia  alguna, 
que  hubieran  sido  ó  que  fueron  más  suaves  ó  benignos  los  alemanes  6  los  in- 
gleses; pero  no  fueron  españoles  los  que  imaginaron  que  eran  los  indios  de  una 
raza  inferior.  Los  españoles  creyeron  siempre  que  los  indios  eran  sus  herma- 
nos, extraviados  y  decaídos,  á  quienes  convenía  traer  al  buen  camino  y  levan- 
tar de  su  abatimiento  y  miseria. '' 

Pero,  Sr.  Valera,  si  los  españoles  eran  crueles  y  sin  entrafías,  según 
yd.  mismo,  y  se  consideraron  á  los  indios  como  hermanos,  ¿contra 
quiénes  ejercieron  su  crueldad?  Aquí  no  había  entonces  más  pobla- 
dón  que  la  india:  contra  ella  tuvo  que  ser. 

En  esta  parte  de  mi  trabajo  es  cuando  más  quisiera  que  tuviese  la 
lengua  castellana  voces  dulces  con  qué  expresar  ideas  y  hechos  que  no 
lo  son,  y  lo  quisiera  por  consideración  á  vd.  á  quien  deseo  no  lastimar 
ni  en  lo  más  leve  la  epidermis  delicada  del  patriotismo.  Quisiera  po- 
seer esa  habilidad  suya  para  tratar  gallardamente  asuntos  escabrosos, 
ese  superb  ireatment  of  a  very  hazardotts  tlieme,  que  con  tanta  justicia 
elogió  en  vd.,  á  propósito  de  su  Pepita  Jiménez,  una  revista  newyorki- 
na«  ^  Quisiera,  en  fm,  un  verbo  amable  y  melodioso  como  uno  modu- 
lación de  la  Nilsson,  y  que  expresase  sin  bronquedad:  cortar  las  ma- 
nos á  los  indios ;  otro  que  significase :  cazarlos  con  perros  de  presa ; 
otro  y  otro :  incendiarles  sus  poblados,  abrumarlos  de  trabajo,  herrar- 
los como  á  bueyes,  aplicarles  el  tormento,  tostarlos  en  hogueras  para 
que  revelasen  dónde  estaban  escondidos  sus  tesoros,  ahorcarlos,  dego- 
llarlos  ' 


1  Edectic  Magazine  de  New  York.  Octubre  de  1886,  pág.  669. 

2  Carta  del  Obispo  Miguel  Jerónimo  Ballesteros,  de  Venezuela,  fechada  en  Coro 
el  30  de  Octubre  de  1550:  Colección  de  Mufioz,  tomo  85.—  Oviedo,  'Hifíoria  OenercUf 
libro  29,  capítulos  3  y  10.— Carta  del  Lie.  Alonso  de  Zuarzo  á  M.  de  Chéyres,  fecha- 
da en  8anto  DomiDgo  el  22  Enero  de  1518.— Carta  de  Fray  Tom&s  do  Ángulo,  Obis- 
po de  Cartagena,  al  Emperador,  fecha  7  de  Mayo  de  1535:  Colección  de  Mufioz.— 
La  autorización  de  herrar  &  los  indios  fué  dada  por  Fernando  el  Católico,  en  Real 
Cédula  expedida  en  Tordesillas  el  23  de  Julio  do  1511. 


CARTA  AL  8B.  D.  JUAN  VALERA.  679 

Pero  á  falta  de  Melodías  imposibles,  note  vd.  que  suprimo  todo  epí- 
teto ajeno,  y  no  escribo  ninguno  por  mi  cuenta.  Refiero  hechos,  y  no 
los  califico';  y  no  supongo  gratuitamente  esos  hechos,  sino  que  los  to- 
mo de  historias  y  documentos  imparciales,  y  llevo  mi  empefio  en  no 
exagerar,  hasta  el  extremo  de  no  apoyar  ninguna  censura  en  los  es- 
critos indignados  del  Padre  Las  Gasas. 

Pedro  Martín  de  Anglería,  que  desaprobó  antes  que  el  Padre  Las 
Casas  el  sistema  colonial  de  Espafla,  encabezó  con  estas  palabras  la 
continuación  de  un  trabajo  interrumpido:  ''En  todo  el  tiempo  que  ha 
pasado  desde  que  suspendí  mis  Décadas^  no  se  ha  hecho  otra  cosa  más 
que  matar  y  recibir  la  muerte"  [truGidare  ac  trucidari], 

D.  José  (laicedo  Rojas,  una  de  las  grandes  reputaciones  literarias  de 
Colombia,  y  que  ama  con  arrobamiento  á  España,  en  su  presente  y  en 
su  pasado — en  su  pasado  más  que  en  su  presente — publicó  en  el  Re- 
pertorio Colombiano  de  esta  ciudad  un  interesante  estudio  sobre  Fray 
Domingo  de  las  Casas,  del  cual  tomo  los  párrafos  que  voy  á  copiar. 
Como  vd.  lo  ve,  el  deponente  es  de  la  mayor  excepción : 

**  Ta  se  deja  comprender,  pues,  cuáles  serían  las  instrucciones  benévolas  y 
caritativas  dadas  á  los  religiosos  misioneros  que  venían  á  América,  y  cuáles 
las  miras  y  sentimientos  de  la  Santa  Sede  respecto  de  los  desgraciados  indíge- 
nas, á  quienes  desde  el  principio  de  la  Conquista  se  les  negaba  aun  el  carácter 
de  individuos  de  la  raza  humana,  afirmando  que  no  eran  capaces  de  recibir  ni 
comprender  las  verdades  de  la  fe,  ni  eran  aptos  para  la  civilización,  y  en  con- 
secuencia, no  sólo  se  les  miraba,  sino  que  se  les  trataba  como  animales. 

"  SI  reverso  de  esta  política  humanitaria  era  la  baja  y  vulgar  ambición  de 
la  mayor  parte  de  los  conquistadores,  hombres  aparentemente  religiosos,  pero 
en  realidad  soldados  descreídos  y  corrompidos,  á  quienes  las  costumbres  y 
aventuras  de  la  vida  militar  de  aquellos  tiempos,  les  habían  encallecido  el  co- 
razón y  hecho  insensibles  á  las  desgracias  ajenas.  T  este  es  el  segundo  error 
en  que  se  ha  incurrido,  atribuyendo  generalmente  á  los  tales  un  celo  piadoso 
exagerado.  No  era  la  conversión  de  los  fieles  lo  que  á  ellos  les  importaba:  por 
el  contrario,  un  motivo  diametralmente  opuesto  al  sentimiento  religioso  les 
hacía  desear  que  los  indios  no  recibiesen  la  instrucción  evangélica  que  podía 
civilizarlos  y  hacerlos  menos  abyectos.  Su  verdadero  interés  era  que  aquella 
raza,  natural  enemiga  de  los  invasores,  se  fuese  aniquilando.  *' 

"JPué  tal  el  empeño  que  tomaron  en  propalar  la  especie  de  que  los  indios  no 
eran  hombres,  y  tales  las  proporciones  á  que  se  elevó  la  cuestión,  que  al  fin 
llegó  hasta  la  Corte  y  luego  hasta  Roma,  y  fué  necesario  que  el  Papa  Paulo 
III  reuniese  una  consulta  de  los  teólogos  para  oír  las  enérgicas  reclamaciones 


580  REVISTA  NACIONAL. 


que  sobre  el  particular  hacían  el  Obispo  de  Tlaxcala  y  los  frailes  dominica- 
nos misioneros,  y  en  consecuencia  expidióse  una  bula "  ^ 

El  Sr.  Caicedo  no  cita  sino  muy  pocas  frases  de  la  bula,  pero  con- 
viene reproducirla  integra,  y  voy  á  hacerlo : 

"  Paulo,  Papa  Tercero,  á  todos  los  Fieles  Christianos,  que  las  presentes  Le- 
tras vieren,  salud,  y  bendición  Apostólica.  La  misma  verdad,  que  ni  puede 
engañar  ni  ser  engañada,  quando  embiaba  los  Predicadores  de  su  Fé,  á  exer- 
citar  este  Oficio,  sabemos  que  les  dixo :  Id,  y  enseñad  á  todas  las  Gentes,  A 
todas  (dixo)  indiferentemente,  porque  todas  son  capaces  de  recibirla  enseñan- 
za de  nuestra  Fé.  Viendo  esto,  y  embidiando  el  común  enemigo  del  Linag^ 
Humano,  que  siempre  se  opone  á  las  buenas  obras,  para  que  perezcan,  inven- 
tó un  modo,  nunca  antes  oído,  para  estorvar,  que  la  Palabra  de  Dios,  no  se 
predicase  á  las  Gentes,  ni  ellas  se  salvasen.  Para  esto  movió  á  algunos  Minis- 
tros suios,  que  deseosos  de  satisfacer  á  sus  codicias,  y  deseos,  presumen  afir- 
mar á  cada  paso,  que  los  indios  de  las  partes  Occidentales,  y  los  del  Mediodía, 
y  las  demás  Gantes,  que  en  estos  nuestros  tiempos  han  llegado  á  nuestra  noti- 
cia, han  de  ser  tratados  y  reducidos  á  nuestro  servicio,  como  Animales  Bru- 
tos, á  título  de  que  son  inhábiles  para  la  Fé  Católica,  y  so  color,  de  que  son 
incapaces  de  recibirla,  los  ponen  en  dura  servidumbre,  y  los  afligen,  y  apre- 
mian tanto,  que  aun  la  servidumbre  en  que  tienen  á  sus  Bestias,  apenas  es  tan 
grande,  como  la  con  que  afligen  á  esta  Gente.  Nosotros,  pues,  que  aunque  in- 
dignos, tenemos  las  beses  de  Dios  en  la  tierra,  y  procuramos  con  todas  fuer9a8 
hallar  sus  Obejas,  que  andan  perdidas  fuera  de  su  Kebaño,  para  reducirlas  á 
él,  pues  es  este  nuestro  Oflcio,  conociendo  que  aquestos  mismos  Indios,  como 
verdaderos  Hombres,  no  solamente  son  capaces  de  la  Fé  de  Christo,  sino  que 
acuden  á  ella,  corriendo  con  grandísima  promptitud,  según  nos  consta,  y  que- 
riendo  proveer  en  estas  cosas  de  remedio  conveniente,  con  Autoridad  Apostó- 
lica, por  el  tenor  de  las  presentes,  determinamos,  y  declaramos,  que  los  dichos 
indios  y  todas  las  demás  Gentes,  que  de  aquí  adelante  vinieren  á  noticia  de 
los  Christianos,  aunque  estén  fuera  de  la  Fé  de  Christo,  no  están  privados,  ni 
deben  serlo  de  su  libertad,  ni  del  dominio  de  sus  bienes,  y  que  no  deben  ser  re- 
ducidos á  servidumbre,  declarando,  que  los  dichos  Indios,  y  las  demás  Gentes, 
han  de  ser  atraídos,  y  combidados  á  la  dicha  Fé  de  Christo,  con  la  Predica- 
ción de  la  Palabra  Divina,  y  con  el  exemplo  de  la  buena  vida.  Y  todo  lo  que 
en  contrario  de  esta  determinación,  se  hiciere,  sea  en  sí  de  ningún  valor,  ni 
firmeza  no  obstante  qualesquier  cosas  en  .contrario,  ni  las  dichas,  ni  otras  en 
qualquier  manera.  Dada  en  Roma,  Año  de  1687,  á  los  nueve  de  Junio,  en  el 
año  tercero  de  nuestro  Pontificado. ''  * 


1  Repertorio  Colombiano^  II,  págs.  6  y  7. 

2  ToBQUEMADA.— iíbnarTufa  Indiana^  tomo  III,  libro  XVI,  cap.  XXV,  pag  198 


CARTA  AL  SR.  D.  JUAN  VALERA.                              681 
j 


Que  la  Conquista  no  destruyó  nada.  ¿No  vimos  hace  poco  que  los 
acueductos  eran  destruidos  con  la  esperanza  de  encontrar  tuberías  de 
oro?  ¿Y  qué  objeto  tuvieron  las  lágrimas  de  Hernán  Cortés  cuando 
lloró  amargamente  la  destrucción  de  nueve  décimas  partes  de  la  anti- 
gua México,  destrucción  ordenada  por  él  mismo  como  medida  de  gue- 
rra, así  como  por  motivos  religiosos  derrocó  y  quemó  los  ídolos  de 
Cempoale?^  De  la  destrucción  de  México,  la  Jicrmosa  Tenochtülán, 
reina  del  Anáhuac  y  asombro  de  los  Conquistadores,  como  la  llama  el 
ilustrado  mexicano  Sr.  Dr.  D.  Demetrio  Mejía,  dice  el  erudito  Sr.  D^ 
Alfredo  Chavero: 

" Cada  día  hubo  diez  batallas,  cien  asaltos,  innomerables  incendios. 

Los  castellanos,  para  conservar  un  palmo  de  terreno  conquistado,  necesitaban 
jquemar  y  derribar  casa  por  casa No  se  dejaba  piedra  sobre  piedra;  cuan- 
to ocupaban  castellanos  y  aliados  era  destruido  y  quedaba  tomado  yermo 
campo. "  • 

El  Marqués  de  Nadaillac  en  su  reciente  obra  L^Amérique  préhisto- 
riqae,  tan  aplaudida  por  la  prensa  de  ambos  mundos,  dice  que  los  edi- 
ficios de  los  Nahuas  eran,  según  los  historiadores,  más  importantes 
aún  que  los  de  los  Mayas,  pero  que  todos  han  perecido,  á  impulsos  de 
la  cólera  española  motivada  por  una  resistencia  inesperada,  y  también 
de  orden  de  los  sacerdotes.  Tal  fué  la  causa  de 

*'  esas  destrucciones,  irreparables  para  la  ciencia.  Las  ruinas  que  quedan  no 
sirven  sino  para  acrecer  nuestro  pesar."  "Nigún  monumento  de  México  está  en 
pie;  nada  hay  ya  que  nos  recuerde  el  poder  de  los  Aztecas,  pirámides,  pala- 
cios, teocalis,  todo  ha  desaparecido;  las  ruinas  mismas  están  sepultadas  bajo  el 
polvo  acumulado  durante  tres  siglos,  y  se  ignora  hasta  la  situación  de  los  edi- 
ficios cuyo  inponen  te  esplendor  encomiaron  á  porfía  los  escritores  españoles." 
**  Tezcuco  ha  desaparecido  como  su  antigua  rival;  las  piedras,  los  bajo-relie- 
ves, las  esculturas,  han  servido  para  construir  las  casas  de  la  nueva  ciu- 
dad  "« 

Los  templos,  cuajados  de  oro  y  plata  é  incrustados  de  piedras  pre- 
ciosas, y  las  sepulturas,  llenas  de  riquezas  en  relación  con  la  catego- 
ría que  habían  tenido  los  difuntos,  eran  otros  tantos  archivos  de  la  an- 

1  D.  José  Morales  Santisteban. 

2  Discurso  pronunciado  el  21  de  Agosto  de  1887  en  la  solemne  Inauguraoidn  de]^ 
monumento  erigido  en  la  calzada  de  la  Reforma  de  México  á  Cuauhtemoc  (Guati- 
mozin)  en  el  aniversario  886?  de  su  tormento. 

8  Lemarquia  de  Nadaillac— ¿'^méH^rue  prékUtorique,  Paria.  1888.  Páginas  SK). 
867,860,886,411 


562  REVISTA  NACIONAU 


tigüedad  precolombiana,  y  fueron  objetos  especiales  de  persecución  y 
devastación.  Asi  desaparecieron  el  gran  templo  ó  teocali  en  México,  en 
donde  estaba  el  calendario  azteca  elogiado  por  Laplace,  y  que  no  vino 
á  ser  encontrado  [y  eso  no  íntegro,  según  varios  arqueólogos],  sino 
afios  más  tarde,  cuando  se  hicieron  excavaciones  en  la  plaza  de  Ar- 
mas de  la  ciudad  para  empedrar  una  calle ;  asi  desapareció  el  templo 
del  Sol  en  el  Cuzco,  convertido  luego  en  convento  de  Dominicanos  \  y 
se  cuenta  que  habiéndole  tocado  al  soldado  Mancio  Sierra  de  Legui- 
zamo,  la  colosal  fígura,  de  oro,  del  sol,  la  jugó  y  perdió  en  una  noche, 
de  donde  se  hizo  proverbial  en  el  Perú  la  frase:  "juega  el  sol  antes 
que  salga;*'  asi,  en  fín,  pereció  el  templo  de  Suamoz  ó  Sogamoso  en 
Colombia,  y  tantos  otros  que  da  lástima  enumerar.  Léase  lo  que  refie- 
re Quintana  hablando  de  la  ciudad  de  Cuzco : 

*^ Lo6  templos  se  acabaron  de  desnudar  de  las  planchas  que  los  vestíaiif 

metiéronse  á  saco  la  fortaleza  y  los  palacios,  revolvióse  de  arriba  abajo  cuan- 
to se  encontró  en  las  casas  particulares.  Pasó  después  el  ansia  á  los  sepulcros, 
y  los  huesos  de  los  muertos  tuvieron  que  salir  al  aire  otra  vez  y  ceder  á  las 
manos  avarientas  las  alhajas  y  preseas  con  que  los  habían  enterrado.'' 

El  ya  citado  Secretario  del  Museo  Arqueolc^ico  de  Madrid  dice: 

*^  Cuantos  objetos  encontraron  con  frecuencia  los  viajeros  que  posteriormen- 
te visitaron  al  Perú  con  Basco  Núñez  de  Balboa  y  Pizarro,  los  hallaron  en 
los  sepulcros,  ricas  minas  de  metales  preciosos  y  de  recuerdos  históricos  lla- 
mados á  consignar  las  verdaderas  costumbres  de  sus  primitivos  dueños;  de 
aquí  dimana  que  muchos  conquistadores,  en  su  sed  de  riquezas,  profanasen  en 
primer  término  estos  sagrados  recintos,  y  que  de  esta  ambición  se  hiciesen  tam- 
bién reos  algunos  de  los  mismos  indios "  ' 

Jamás  he  negado  lo  que  la  civilización  de  ambos  mundos  ha  debi- 
do á  la  Iglesia ;  nunca  tampoco  he  seguido  la  moda  de  la  clerofobia, 
porque  sé  lo  que  es  tratar  de  cerca  á  sacerdotes  virtuosos  hasta  la  san- 
tidad, y  venerarlos  todavía,  aun  después  de  haber  olvidado  muchas  de 
sus  enseñanzas,  y  por  eso  puedo  reproducir  con  gusto  las  siguientes 
palabras  de  uno  de  los  más  notables  escritores  cubanos,  D.  José  An- 
tonio Saco,  quien  no  será  ciertamente  calificado  de  parcial  en  favor  de 
la  clerecía : 


1  Nadamao.  pág.  413. 

2  BtuiracUm  Etpañola  y  Americana,  tom.  I  de  1883,  pág.  81. 


CARTA  ALi  SB.  D.  JUAN  VALERA.  568 

"  Dígase  lo  que  se  quiera,  de  los  frailes  en  España  durante  el  siglo  XVI,  lo 
cierto  es  que,  en  medio  del  furor  de  la  conquista  del  Nuevo  Mundo,  muchos 
de  ellos  fueran  los  más  valientes  y  constantes  defensores  de  la  libertad  de  los 
Indios."  1 

Pero  reconocido  ésto ;  reconocido  también  que  á  varios  sacerdotes, 
como  á  varios  seglares,  debemos  las  primeras  fuentes  de  noticias,  in- 
formes y  tradiciones  relativas  al  Nuevo  Mundo,  y  más  aún :  que  si  en 
la  conquista  no  hubiese  habido  más  que  conquistadores ;  si  no  hubie- 
se habido  también  frailes  franciscanos,  dominicanos  y  otros  misione- 
ros, careceríamos  de  casi  todos  los  conocimientos  científicos,  históri- 
cos y  íilol(^icos  que  poseemos  acerca  de  los  Indios;  reconocido  todo 
esto,  se  me  permitirá  también  decir  que  la  ignorancia  departe  del  cle- 
ro y  su  desdén  altivo  por  la  ciencia  y  la  inteligencia  de  los  Indios,  ati- 
zaron las  hogueras  en  que  ardieron  poemas,  libros,  crónicas,  pinturas 
raras,  vasos  sagrados  y  otras  reliquias  donde  se  contenía  quizás  toda 
la  historia  precolombiana,  que  ahora  inquirimos  desolados.  El  primer 
Obispo  y  Arzobispo  de  México,  Zumárraga,  figura  como  uno  de  los 
más  señalados  entre  este  nuevo  género  de  iconoclastas,  pero  ha  sido 
defendido  por  el  Sr.  García  Icazbalceta.  Aunque  no  conozco  la  obra 
del  erudito  mexicano,  sé  que  el  Sr.  Bachiller  y  Morales,  después  de 
leerla  y  elogiarla,  no  quedó  convencido. '  Ojalá  que  se  pueda  vindicar 
de  todo  en  todo  al  prelado  que  hizo  introducir  [con  el  virrey  Mendo- 
za] la  primera  imprenta  que  hubo  en  el  Niievo  Mundo. 

Otro  Obispo,  D.  Diego  de  Landa,  escribía:  "Se  los  quemamos  to- 
dos [los  libros],  lo  cual  á  maravilla  sentían  y  les  daba  pena.  **  {Bella 
hazaña!  ¡Dejar  á  un  mundo  sin  voz! 

Por  fortuna  no  todos  perecieron,  como  lo  creía  con  fruición  el  celo- 
so quemador  mitrado ;  pero  si  el  fruto  de  aquel  alumbramiento  de  las 
pasadas  edades  americanas  sobrevivió  lisiado  á  la  asfixia,  no  fué  deseo 
de  ahogarlo  en  la  cuna  lo  que  faltó.  Algunos  libros  se  han  salvado, 
cuyo  estudio  hace  más  sensible  la  pérdida  de  los  otros.  £1  Dr.  Daniel 
G.  Brinton,  de  Filadelfía,  logró  adquirir  por  compra  algunas  obras  ma- 
yas de  Ghilam-Balan,  las  cuales  contienen  "secretos  astrológicos  y 
profecías,  consejos  y  recetas  del  arte  de  curar,  y  la  historia  detallada 
del  tiempo  y  los  sucesos;^^  y  ya  se  ha  visto  el  partido  que  ha  sacado  de 
ellas  M.  Chamay. 

1  BAGO.— JTiftoria  de  la  JBtdavUud  de  lot  Indiot.  Cap.  III. 
2Iteviitade€fiafa,XUI,m. 


584  BEVISTA  NACIONAL. 


D.  Mauuel  Orozco  dice  que  han  perecido  más  de  sesenta  idiomas  en 
los  límites  de  la  República  mexicana ;  muchos  más  han  desaparecido 
en  otras  partes; — para  que  venga  luego  D.  Nicolás  Fort  y  Roldan,  ofi- 
cial primero  de  Administración  militar  del  ejército  de  Cuba,  á  marcar 
la  senda  que  debe  seguir  la  juventud  estudiosa  para  indagar  el  pasado 
de  América  por  medio  del  estudio  de  su  idioma!  ^ 

La  inteligencia  de  los  jeroglíficos  se  ha  perdido  también,  y  recuér- 
dese que  el  Padre  Las  Casas  asegura*  que  en  su  tiempo  había  hom- 
bres iniciados  en  la  lectura  y  reproducción  de  esos  signos.  En  comu- 
nicación fechada  el  16  de  Marzo  de  1884  en  San  Sebastián,  Concordia 
[Estado  de  Sinaloa],  aseguró  el  Sr.  presbítero  D.  Dámaso  Sotomayor 
á  la  Academia  de  Numismática  y  Antigüedades  de  Filadelfia,  que  él 
había  descubierto  la  clave  azteca,  con  tanta  solicitud  buscada  inútil- 
mente por  los  sabios ;  y  que  estaba  en  arreglos  con  la  casa  editorial  de 
Bancroft,  de  California,  para  publicar  en  cinco  ó  más  idiomas  una  obra 
relativa  á  su  hallazgo;  pero  después  no  hemos  vuelto  á  oir  hablar  de 
este  importantísimo  asunto,  y  tememos  que  haya  corrido  la  misma 
suerte  que  la  ilusión  del  Lie.  Borunda.  También  se  ha  anunciado  que 
M.  Le  Plongeon  ha  tenido  la  envidiable  ventura  de  encontrar  la  clave; 
pero  han  pasado  más  de  dos  años  desde  que  se  dio  la  noticia,  y  á  ha- 
berse ésta  confirmado,  no  se  habría  rodeado  del  gran  silencio  que  sé 
ha  hecho  después  en  tomo  suyo.  Los  hombres  de  los  siglos  XV  y  XVI 
hubieran  podido  ahorrarnos  estas  pesquisas  é  incertidumbres. 

De  Fuentes  y  Guzmán  dice: 

"  Nuestros  venerables  progenitores  anduvieron  en  continuado  movimiento 
sobre  su  reducción  (de  los  indios)  á  nuestras  leyes,  y  los  eclesiásticos  en  la  pre- 
dicación y  enseñanza  no  cuidaron  de  apartar,  recomendando  á  la  perpetuidad 
de  lo  escrito  los  movimientos  y  máximas  políticBS  de  aquellos  ancianos  y  pri- 
mitivos tiempos,  distantes  de  nosotros  para  la  mayor  noticia  y  retentiva  de  las 
noticias,  costando  no  poco  trabajo  y  gasto  de  tiempo  las  que  después  de  tantos 
caducos  años  se  adquieren. » ' 

Es  del  caso  recordar  aquí  que  á  mediados  del  siglo  XVIII,  y  con  mo- 
tivo del  célebre  proceso  de  Botiirini,  propuso  el  Consejo  de  Indias  que 
se  fundase  en  México  una  Academia  de  Historia  para  el  estudio  de  la 


1  Don  Nicolás  Pobt  y  BoLDAN.~C^a  indígena, 

2  Las  Casas,— Historia  ApologéHoa  de  ku  Indicu  OceidenkOet, 
8  Historia  do  Guatemala,  U,  lU. 


CARTA  AL  SR.  D.  JUAN  VALERA.  665 

particular  de  Nueva  España,  y  el  monarca  se  negó  rotundamente,  se- 
gún consta  en  Real  Acuerdo  de  19  de  Diciembre  de  1746. 

Favorecido  por  esa  destrucción  de  idiomas  y  de  monumentos,  pudo 
Mr.  Luis  H.  Morgan  [1881],  forjar  la  teoría  de  que  todos  los  indios, 
sin  excepción,  vivían  en  las  construcciones  colosales  cuyas  ruinas  nos 
quedan,  y  no  en  edificios  particulares ;  teoría  rectificada  ya,  pero  que 
siempre  sirvió  para  embrollar  más  el  pasado  americano,  y  no  sirvió 
sino  para  eso. 


Vd.  no  puede,  Sr.  Valera,  negar  las  abominaciones  de  la  Conquista. 
Si  lo  pretendiera,  depondrían  en  contra  suya,  además  de  la  Historia, 
aquellas  frases  "cruel,  codicioso,  sin  entrañas,*'  aplicadas  por  vd.  mis- 
mo al  guerrero  vencedor.  Veamos  en  cuántos  puntos  más,  fuera  de 
éste,  podemos  estar  de  acuerdo. 

¿Dice  usted  que  otras  naciones  llevan  en  su  conciencia  idéntica  man- 
cha? Convengo  en  ello;  no  sé  de  ninguna  conquista  que  se  haya  efec- 
tuado al  regalado  son  de  las  orquestas,  ni  con  las  maneras  suaves  de 
pisaverdes  de  salón.  Todas  las  guerras  son  horrorosas,  todas  las  ar- 
mas son  mortíferas  y  todos  los  trofeos  destilan  sangre.  Al  lado  de  je- 
fes generosos  se  descubren  siempre  subalternos  sin  alma  y  sin  disci- 
plina, corazones  empedernidos,  como  el  de  aquel  margrave  de  Gomer, 
fotografiado  al  comienzo  de  la  vigorosa  poesía  Confiteor^  en  la  que  vd. 
ha  compendiado  todo  un  poema  de  Coppée.  En  unos  casos  habrá  más 
ferocidad  que  en  otros,  pero  á  nada  conduce  discutir  sobre  gradacio- 
nes; en  hecho  de  verdad,  todas  las  naciones  conquistadoras  son  algo 
así  como  solidarias  en  la  sevicia,  y  ninguna  puede  arrojar  á  otra  la 
primera  piedra,  por  más  que  en  sabiduría  de  administración  colonial, 
en  educación  política  de  los  nuevos  subditos  y  en  preparación  para  la 
libertad  y  el  gobierno  propio,  sí  las  haya  que  con  satisfacción  legítima 
puedan  preciarse  de  algo  parecido  á  una  predestinación.  Si  nosotros, 
engrandecidos  en  un  día  futuro,  descubriésemos,  tierras  pobladas 
de  salvajes  y  las  conquistásemos  quizás  procederíamos  también  co- 
mo los  antepasados  de  vd.  y  míos,  pues  hay  en  muchas  de  nues- 
tras guerras  civiles  antecedentes  que  justifican  ésta,  que  sí  es  »wpO' 
sidón.  Consuélese,  pues.  Señor  Valera,  con  esta  fidelidad  fatal  á  la 
vocación  hereditaria;  y  cuando  nos  quiera  imponer  silencio,  no  nie- 
gue las  iniquidades  de  los  Españoles  ni  se  escude  con  las  de  los  ex- 


686  BBVIBTA  NACIONAL. 


tranjeros,  sino  busque  en  los  anales  americanos,  desde  México  hasta 
los  aledafios  del  Polo  Sur,  nuestras  propias  atrocidades.  ¿Quieren  vdes. 
que  les  regalemos  á  Melgarejo,  Santa-Anna  y  otros  tiranuelos,  espe- 
cialmente á  Rosas?  Todos,  pues,  ustedes  y  nosotros,  todos  podemos 
introducir  una  ligera  variante  en  el  verso  de  Terencio:  Hamo  sum:  m- 
humani  á  me  nihü  cUienum  puto. 

Nos  parecemos  hasta  en  las  desolaciones.  Hace  poco  más  de  dos 
afios  leí  en  un  periódico  que  en  un  lugar  de  Guatemala  se  esforzaban 
en  hacer  desaparecer  varios  monumentos  antiguos  que  habían  queda- 
do sumergidos  en  unas  inundaciones  [contra  lo  cual  protestó  enérgica- 
mente el  reputado  Diario  de  Centro-América,  y  entiendo  que  el  Go- 
bierno de  aquella  República  acudió  con  disposiciones  efícaces  á  impe- 
dir la  devastación].  En  la  isla  de  Cuba  han  ido,  como  juguetes,  á 
manos  vandálicas  de  muchachos,  los  primeros  instrumentos  de  piedra 
descubiertos  de  los  aborígenes  (bien  que  hoy  la  ilustrada  Sociedad 
Antropológica  de  la  Habana  organiza  expediciones  arqueológicas  y  re- 
coge cuantos  restos  puede  de  los  antiguos  pobladores).  En  Colombia 
se  ha  permitido  que  se  venda  al  extranjero  un  Museo  de  antigüedades 
formado  en  muchos  afios  de  paciente  diligencia  por  el  Sr.  D.  Gonzalo 
Ramos  Ruíz,  cosa  que  también  ha  sucedido  en  México  y  en  otras  par- 
tes; y  no  fué  sino  hace  tres  meses  cuando  se  resolvió  oficialmente  con- 
servar el  cercado  de  Facatativá,  donde  murió  el  último  Zipa  indepen- 
diente, cercado  que  ya  había  empezado  á  ser  objeto  de  explotación 
particular,  y  tal  vez  hubiera  desaparecido  sin  la  solicitud  patriótica  y 
tenaz  de  nuestro  gran  poeta  el  Sr.  D.  Rafael  Pombo,  secundada  por  el 
Gobierno.  * 

¿Alega  vd.  que  las  autoridades  metropolitanas  no  ordenaron  ni  apro- 
baron todo  lo  que  hicieron  los  conquistadores,  y  que  antes  bien  expi- 
dieron órdenes  tras  órdenes  en  favor  de  los  Indios?  Lo  reconozco  tam- 
bién, y  antes  que  vd.  me  lo  cite,  recordaré  yo  el  noble  testamento  de 
Isabel  la  Católica,  en  el  cual  '^rogaba  á  su  esposo  y  ordenaba  y  man- 
daba á  sus  herederos  y  sucesores  que  los  Indios  fueran  tratados  al 
igual  de  sus  subditos,  como  que  al  emprender  el  descubrimiento  se 
había  tenido  en  mira  ganar  almas  para  el  cielo,  pero  no  esclavos  para 
la  tierra."  Para  satisfacción  de  vd.  copiaría  yo  aquí,  si  no  fuese  inne- 


1  Zipa  de  Bogotá,  Mayo  6  de  1881,  página  58S.— /xx  Nación  de  Bogotá,  número  857, 
Marzo  17  de  1889.-JSMr0{fo  de  Panamá,  Abril  30  de  1888. 


CARTA  AL  SR.  D.  JUAN  VALERA.  687 

cesario,  los  diez  y  nueve  títulos  del  Libro  VI  de  la  Recopilación  de  las 
Leyes  de  las  Indias  y  otras  muchas  órdenes,  pragmáticas  y  reales 
acuerdos.  Y  no  solamente  el  Gobierno  metropolitano,  sino  jefes  de  la 
Conquista,  se  esforzaron  por  que  sus  agentes  procedieran  con  espíritu 
cristiano,  como  lo  prueba  el  bando  de  Jiménez  de  Quesada  publicado 
en  Guachetá,  "en  el  cual,  bajo  penas  severas,  prescribía  el  más 
profundo  respeto  á  las  propiedades  de  los  naturales."^  Yo  pudie- 
ra afiadir,  y  lo  añadiré  en  obsequio  de  [la  verdad,  que  la  bondad 
de  los  monarcas  tuvo  tal  ó  cual  excepción  (véase  la  nota  2  en  la 
página  578);  que  Belalcázar  escribía  al  pie  de  las  órdenes  de  la  Penín- 
sula: "se  obedece,  pero  no  se  cumple;"  que  Francisco  Carvajal  incitó 
á  Gonzalo  Pizarro  á  sublevarse  contra  la  corona;  que  los  mejores  jefes 
eran  con  frecuencia  estorbados  y  desobedecidos  por  sus  subalternos,  y 
más  de  una  vez  los  últimos,  en  castigo  de  su  insubordinación  y  desa- 
fueros, sufrieron  la  pena  capital  en  estas  tierras;  en  fin,  que  "tantas 
disposiciones  sobre  un  mismo  asunto  prueban  por  sí  solas  su  comple- 
ta inobservancia;"  *  que  "la  misma  abundancia  y  repetición  de  prag- 
máticas en  beneficio  de  los  naturales  es  la  prueba  concluyente  de  que 
á  tanta  distancia  del  trono  fué  superior  el  feroz  impulso  de  la  destruc- 
tora codicia,  á  la  solicitud,  más  ó  menos  tornadiza,  de  los  monarcas." 
Pero  no  importa:  ordinariamente,  la  crueldad  no  dimanó  del  supremo 
Gobierno. 

¿No  estaremos  de  acuerdo  en  todas  estas  cosas,  señor  Valera?  A  lo 
menos,  hago  todo  lo  posible  porque  nos  entendamos,  y  para  ello  atra- 
vieso como  en  zancos  muchas  ascuas  de  la  Historia,  ya  que  yo  no  soy 
el  representante  de  lo  que  llama  Pelletan  "todo  el  dolor  de  una  raza," 
ni  fué  usted  el  director  de  la  Conquista  (que  ojalá  lo  hubieran  sido 
hombres  de  su  temple!)  Pensar  y  decir  cosas  que  usted  acepte,  es  una 
honra  y  una  seguridad  de  tino,  y  de  ahí  mi  solicitud  por  que  me  firme 
usted  el  visto  bueno. 


1  Esto  no  impidió  "que  Quesada  le  mandóse  formar  [6  Z€uiaesazii>a]  un  proceso 
por  ocultador  de  tesoros  públicos  ni  que  le  hiciese  dar  tormentos.  Zaquesazipa 
murió  en  él,  y  fué  el  último  rey  de  los  Chibchas."  Fbi^ips  Pébkz:  Oeografla  de 
Uta  Estados  Unidos  de  CbtomMa.— Bogotá,  1883;  pOgina  31. 

2  Rafael  MabIa  Babalt.— iZenem^n  de  la  historia  de  Venezuela.  Faris.— H. 
Foumier  A  Cié.— 1841,  página  102. 

8  Manuel  SanguUy,  en  un  notabilísimo  artículo  en  que  critica,  con  el  acierto 
7  vigor  de  su  acerada  pluma,  un  mal  libro  de  D.  Miguel  Blanco  Herrero,  publica- 
do en  1888  en  Madrid,  con  el  título  de  FolUiea  de  España  en  ÜUramar,-^Iievista  Cu^ 
dono,  21,485. 


688  REVIbTA  NACIONAL. 


Donde  no,  ó  si  acerca  de  esas  especulaciones  académicas  se  empe- 
ñase usted  en  que  cada  uno  conserve  su  propia  tienda  en  su  propia 
colina,  siempre  lo  invitaré  yo  á  que  subamos  juntos  á  otro  promonto- 
rio de  hacia  Oriente,  desde  el  cual  no  se  columbre  ya  el  pasado,  sino 
que  podamos  fijar  un  mismo  punto  de  vista  de  lo  porvenir.  Me  refíero 
á  sus  trabajos  en  pro  de  la  confraternidad  ibero-americana.  No  lo  voy  á 
tentar,  como  Satanás;  no  le  voy  á  decir:  "si  me  oyes,  todo  ésto  será 
tuyo;^'  sino  antes  bien:  "esto  no  será  de  vd.  ni  mío,  sino  de  toda  la  fa- 
milia por  cuyas  venas  corre  nuestra  sangre.'' 

Un  poeta  uruguayo,  D.  Estanislao  Pérez  Nieto,  dijo  en  una  compo- 
sición titulada  Canto  á  la  Patria^  premiada  en  los  Juegos  Florales  del 
Centro  Gallego  de  Buenos  Aires  en  1882: 

*'Su  gloria  de  nación  eso  no  empaña; 
Que  era  el  error  del  siglo,  y  no  de  España."  ^ 

No  hay  para  qué  reparar  en  pelillos  con  el  Sr.  Pérez  Nieto  dicién- 
dole  que  ya  habíamos  leído  á  Quintana.  Lo  que  importa  es  fijar  la 
atención  de  vd.  en  que  el  acento  patriótico  del  gran  lírico  español  ha 
encontrado  ecos  en  América.  En  verdad,  yo  me  figuro  que  Quintana 
hubiera  retocado  su  composición  si  hubiera  vivido  en  la  triste  década 
de  1868  á  1878;  más  en  orden  al  poeta  uruguayo,  que  escribió  cuatro 
aflos  después,  él  da  testimonio  de  que  en  estas  tierras  hay  combusti- 
bles activos  para  producir  la  llama  de  unión  que  vd.  anhela  por  avivar, 
y  que  en  mi  concepto  no  dejará  de  vacilar  al  empuje  de  más  de  una  rá- 
faga, sino  cuando  se  den  á  las  Antillas  todas  las  libertades  prometidas 
por  el  ilustre  General  Martínez  Campos  en  el  convenio  del  Zanjón;  lí- 
ber tades  rezagadas  por  la  iníluenciadelSr.  Cánovas  del  Castillo,  el  es- 
tadista eminente  y  aciago,  con  quien,  para  no  ser  injustos  en  la  estima- 
ción de  sus  grandes  merecimientos,  tenemos  los  cubanos  que  empezar 
por  prescindir  de  que  somos  cubanos. 

Y  á  propósito,  Sr.  V alera,  ¿por  qué  en  sus  jugosas  Cartas  america- 
nas no  habla  vd.  de  la  literatura  de  Cuba?  En  1869,  muchos  afíos  an- 
tes de  empezar  á  escribirlas,  ya  había  usted  dedicado  á  la  Avellaneda 
en  la  Revista  de  España  uno  de  sus  magistrales  Estudias,  ¿No  lo  se- 
duce á  usted  el  movimiento  intelectual  tan  activo  que  se  ha  desarro- 
llado en  la  Grande  Antilla,  el  número  crecido  de  filósofos,  poetas, 
historiadores,  economistas,  oradores,  críticos,  de  mayor  ó  menor  mé- 

1  llxutraciibn  Española  y  Americana:  tomo  i  de  1888,  página  14. 


CARTA  AL  SR.  D.  JUAN  VALERA.  589 

rito,  que  estudian  allí  todos  los  problemas  contemporáneos  y  se  afi- 
lian en  todas  las  escuelas?  ¿Deberé  .yo  el  honor,  que  agradezco,  de 
que  me  haya  vd.  nombrado  varias  veces,  á  la  circunstancias  de  no 
residir  en  la  patria?  ¿O  evita  vd.  el  tener  que  declarar  que  las  pro- 
mesas del  Sr.  Sagasta  permanecen  aún  sin  cumplimiento?  Pues  per- 
mítame decirle  mi  opinión  sobre  la  confraternidad. 

Ydes.  no  la  han  comenzado  por  donde  debe  comenzarse.  El  Gobier- 
no ha  creado  legaciones  en  todas  estas  Repúblicas,  ha  celebrado  tra- 
tados de  comercio  con  algunas  y  trata  de  celebrarlos  con  otras,  ha 
abierto  sus  escuelas  militares  á  los  jóvenes  sud-americanos  y  quiere  re- 
conocer la  validez  de  los  grados  universitarios  conferidos  acá,  se  ha 
trazado,  en  fin,  una  nueva  linea  de  conducta  respecto  de  estos  países 
donde  en  otro  tiempo  ondeó  libremente  su  bandera;  y  la  Unión  Ibero- 
Amerieana  secunda  con  carácter  privado  todos  esos  esfuerzos  oficiales. 
Pero  tales  manifestaciones  ¿son  hijas  exclusivas  del  afecto,  de  la  voz 
de  la  sangre,  ó  proceden  también  de  previdónf  Creo  que  hay  de  todo, 
porque  veo  que  son  posteriores  á  la  Revolución  de  Cuba,  y  deduzco 
que  sin  duda  España  atribuye  á  sus  desdenes  anteriores  el  grito  uná- 
nime de  simpatía  con  que  todo  este  Continente  respondió  á  la  insu- 
rrección de  Yara. 

Pero  están  vdes.  en  un  error  si  se  figuran  que  tal  sentimiento  pue- 
de sofocarse  con  tratados  comerciales,  relaciones  literarias  ó  requie- 
bros de  cancillerías.  La  libertad  de  Cuba  es  una  como  aspiración  in- 
nata de  todo  corazón  americano.  Apenas  se  anuncia  una  tentativa  de 
emancipación,  que  después  resulta  rumor  falso,  la  prensa  de  estos  paí- 
ses la  acoge  como  los  hebreos  la  realización  de  una  grata  profecía. 
Miembros  de  la  Unión  Ibero-americana  de  Bogotá  han  venido  á  pe- 
dirme datos  para  promover,  en  unión  de  las  sociedades  hermanas  de 
América,  una  solicitud  colectiva  de  todas  estas  Repúblicas  al  Gobierno 
espafiol,  en  favor  siquiera  de  la  autonomía  cubana. 

La  obra  de  la  fraternidad  debe,  pues,  empezar  en  la  Isla.  Déjennos 
vdes.  administrar  los  intereses  locales  de  la  provincia  ó  colonia,  déjen- 
nos siquiera  formar  sin  trabas  y  discutir  nuestros  presupuestos  en  una 
cámara  insular  (no  en  las  Cortes,  donde  nos  abruman  las  preocupa- 
ciones de  los  unos  y  la  indiferencia  de  los  más),  y  será  de  Cuba  de 
donde  saldrá  la  propaganda  más  activa  en  favor  de  la  unión  de  lo  que 
erróneamente  se  ha  dado  en  llamar  nuestra  raza.  Estas  naciones 
aplaudirán  entonces,  y  no  seguirán  pensando,  como  ahora  lo  piensan 


590  REVISTA  NACIONAL. 


y  lo  dicen,  que  si  todavía  fueran  posesiones  espafiolas,  estarian  aún 
sometidas  al  régimen  irregular  que  impera  en  las  Antillas;  y  ya  no 
habrá  ocasión  de  manifestaciones  hostiles  contra  Espafia  á  propósito 
de  Cuba,  porque  ya  entonces  el  separatismo  no  tendrá  premiosa  ra- 
zón de  existir. 

Yd.  dirá  que  sus  Ckirtas  americancu  son  literarias  y  no  políticas. 
Pero  los  límites  entre  la  política  y  la  literatura  no  están  bien  trazados, 
y  hay  circunstancias  en  que  la  una  se  confunde  con  la  otra.    Entre 
ciencia  y  ciencia,  como  entre  arte  y  arte,  hay  una  como  zona  común 
que  ninguno  puede  considerar  su  propiedad  exclusiva.  El  estudio  del 
sol,  el  del  Palenque,  el  de  un  asesinato,  corresponden,  respectivamen- 
te, al  astrónomo,  al  arqueólogo,  al  jurisconsulto;  pero  éstos  tienen  que 
oir  el  dictamen,  á  veces  imprescindible  y  decisorio,  del  físico  ó  del  quí- 
mico, del  arquitecto,  del  médico  ó  del  cirujano.    De  todos  modos,  Cu- 
ba está  en  América,  y  hay  en  ella  nna  literatura  naciente,  que  reclama 
un  buen  espacio  en  sus  Cartas,  Uno  de  los  grandes  beneficios  que  es- 
tá vd.  haciéndonos  con  ellas  es  que  nos  está  dando  á  conocer  unos  á 
otros  á  los  hispano-americanos,  pues  nuestras  relaciones  mutuas  son 
nulas  ó  escasas.    En  sus  Cartas  aprendemos  de  nuestros  vecinos  mu- 
cho que  ignoramos.    Vd.  es  el  ángulo  de  reflexión  de  todos  los  rayos 
luminosos  de  este  Continente.   Un  libro  escrito  en  Chile  llega  á  cono- 
cimiento de  los  colombianos  porque  vd.  lo  lee,  lo  comenta  y  lo  divul- 
ga. Debido  á  sus  Cartas,  hasta  la  prensa  extranjera  más  refractaria  á 
nuestras  cosas  intelectuales,  empieza  á  sospechar  que  vivimos.  ¿Le  se- 
rá á  vd.  indiferente  el  que  Cuba  también  sea  conocida?  Y  creo  que  no 
lo  es  bien  ni  aun  en  Espafía,  y  que  es  vd.  el  llamado  á  colmar  tal  de- 
ficiencia. Yolveré  á  citarle  á  Tácito:    "Después  de  una  acción  brillan- 
te, hay  que  continuar." 

No  hable  vd.,  pues,  de  nuestros  problemas  coloniales;  ya  en  el  Par- 
lamento español  nos  han  defendido,  al  lado  de  las  de  nuestros  propios 
oradores  Montoro,  Labra,  Giberga,  Betancourt,  Portuondo,  Fernández 
de  Castro,  Figueroa,  las  enérgicas  voces  de  peninsulares  ilustres,  entre 
otros  D.  José  Femando  González  y  D.  Manuel  Ortiz  de  Pinedo,  dos  de 
las  almas  más  bellas  que  han  honrado  á  la  nación  española.  Déjeles 
á  ellos  la  tarea  política,  y  asuma  vd.  la  literaria;  pero  si  en  el  curso  de 
sus  estudios  tuviere  que  pronunciar  la  palabra  libertad  (y  no  uso  esta 
voz  en  el  sentido  de  independencia) y  pronuncíela  resueltamente  vd. 
que  es  liberal,   vd.,   antiguo   compañero   de  O'Donnell,  fundador 


% 


CARTA  AL  BEL  D.  JUAN  VALERA.  501 

con  él  del  partido  de  la  Unión  liberal  española,  y  revolucionario 
de  1868. 

Simpatías  tiene  vd.  en  Cuba,  por  su  ingenio,  su  erudición  de  hiena 
ley,  8u  talento  amante  de  la  contradicción  y  de  la  paradoja,  su  since^ 
ridad,  su  discreción,  su  gusto  correcto  y  aquilatado — frases  todas  con 
que  lo  califíca  mi  compatriota  D.  José  Várela  Zequeira  y  que  yo  prohi- 
jo;^ ¿por  qué  ha  de  pesarle  aumentar  allí  el  número  de  sus  admirado- 
res, contribuyendo,  aunque  sea  de  soslayo,  á  nuestra  regeneración  po- 
lítica? 

Yo  deseo  ésta,  por  mis  compatriotas  más  que  por  mí;  por  ellos,  cu- 
ya felicidad  social,  el  día  en  que  la  obtengan,  acaso  no  compartiré;  pe- 
ro cuyos  sufrimientos  actuales  son  los  míos,  cuyas  angustias,  desilu- 
siones y  tristezas  son  la  única  nube  que  empaña  la  serena  tranquili- 
dad de  mi  vida  bajo  el  cielo  colombiano. 


Temo  haber  abusado  de  su  paciencia,  pero  vd.,  como  antes  el  inolvi- 
dable Sr.  Hartzenbuscb,  ó  más  quizás,  se  interesa  vivamente  en  todas 
nuestras  cosas.  Ese  interés  será  mi  excusa,  así  como  es  la  ocasión,  que 
gustoso  aprovecho,  de  ofrecerme  á  sus  órdenes  como  su  admirador  y 
servidor  Q.  B.  S.  M. 

Rafael  M.  Mekchán. 
Bogotá,  Octubre  81:  1889. 


*       5|C 


Eterno  Dios !  tu  nombre  como  un  himno 
levantaré  á  la  luz,  que  engalanando 
el  seno  del  abismo  misterioso, 
en  sus  hombros  triunfal  levanta  el  día. 


1  RevUia  de  Cuba,  XV,  331, 332, 336. 


592  BEVI8TA  NACIONAL. 


Somero  y  silencioso 
en  negra  sombra  se  envolvió  el  pasado, 
y  sus  fulgentes  soles  ni  una  huella 
fugaces  han  dejado 
en  la  región  sublime  de  la  estrella! 

Como  átomos  volaron  esos  días 
de  amor,  de  gloria  y  esperanzas  llenos,- 
y  ni  leves  despojos 
de  dulces  alegrías, 
entre  cenizas  hallarán  mis  ojos ! 

El  siniestro  pasado 
no  es  sombra,  no  es  cadáver,  no  es  escoria, 
no  es  el  reflejo  de  la  luz  ausente, 
que  queda  cintilando  en  la  memoria ; 
no  es  celaje  que  deja  en  la  alborada 

con  destellos  de  púrpura  la  aurora 

el  pasado es  la  nada. 

Todo  acabó,  la  queja  y  el  arrullo, 
el  sollozar  de  la  escondida  fuente, 
el  trueno  y  el  murmullo.. 

Tú  solo  dominando  el  infinito 
miras  pasar  en  silencioso  vuelo 
como  parvadas  de  aves  las  edades, 
y  llevan  tus  sonrisas 
sobre  los  mares  las  alegres  brisas 
y  el  eco  de  tu  voz  las  tempestades. 

Tú  el  divino,  el  Eterno,  el  inmutable. 
Tú,  luz;  tú,  bien;  tú,  amor;  rico  tesoro 
de  consuelo  ternura  y  esperanza, 
yo  te  bendigo,  alienta  mi  confíanza 
¡oh  Eterno  Ser,  á  quien  rendido  adoro! 

Guillermo  Prieto. 

Diciembre  de  1889. 


IltTIDIOE. 


PiOK. 


ACAICO  Ipandro. — Mis  viajes.  (Poesía) 55 

BUSTILLÜS  José  M.— Las  rocas  del  lago.  (Poesía) 832 

DELGADO  Rafakl.— -En  el  jardín.  (Poesía) 181 

La  noche  triste 353 

DÍAZ  DE  LEÓN  Jesús.  —  El  juego  y  sus  consecuencias  bajo  el  punto 

de  vista  de  la  familia  y  de  la  sociedad 450 

PIGUERÜA  Pedro  Pablo. —  Crónica  Sud-americana 440 

PKANCE  Anatole.— Abeja.  Páginas  94, 186, 172, 251, 288, 847, 896  y  443 

GALINDO  Y  VILLA  Jesús.— "¿Quién  fué  Gregorio  López?" 370 

GÓMEZ  FLORES  Francisco.—  La  batalla  de  San  Pedro  en  Sinaloa..  514 

GONZÁLEZ  OBREGÓN  Luis.— D.  Miguel  Cabrera 485 

GUTIÉRREZ  NÁJERA  Manuel.— La  Mancha  de  Lady  Macbeth...  40 
MERCHAN  Rafael  M. — Carta  al  Sr.  D.  Juan  Valora,  sobre  asuntos 

americanos 560 

MILK.— A  Lidia.  (Poesía) 249 

NÚSTEZ  ortega  Ángel. --Toma  de  Campeche  por  los  holandeses 

en  1683 290 

Snrico  Martínez 412 

Virreinas  do  Nueva  España 494 

El  Sitio  de  Veracruz 545 

OBLIGADO  Rafael.— El  negro  Falucho.  (Poesía) 90 

Santos  Vega.  (Poesía) 390 

OLAVARRÍ A  Y  FERRARI  Enrique.  — Datos  para  la  biografía  de 

D.  Mariano  Arista.    Páginas  359,  401,  472  y 497 

OTHÓN  Manuel  Josís.— Paisajes.   (Poesía) 140 

PALMA  Ricardo. — El  ventrílocuo 63 

Lu  tradición  del  Himno  Nacional 133 

La  primera  campana  de  Lima 204 


VI 

Ploa. 

PE^A  Y  REYES  Antonio  de  la. -Bibliografía 160 

PEÓN  Y  CONTREKAS  José.  —  Gabriela.  ( Drama  en  tres  actos  y  en 

prosa) 1 

El  Conde  de  Lesmos.  (Poesía) 630 

PIMENTEL  Francisco.—  Literatura  Mexicana.  Páginas  209  y 306 

PRIETO  Guillermo.— Cantares.  (Poesía) 266 

Tabaré 638 

^\  (Poesía.) 692 

REYES  Vicente. — Toponomatotecnia  nahoa 79 

ROA  BARCENA  José  María.— Romeo  y  Julieta.  (Poesía) 147 

Hamlet,  Padre.  (  Poesía) 426 

8ALAZAR  Demetrio. — Imprescriptibilidad  del  dominio  nacional 268 

SIERRA  Justo. — México  á  través  de  los  siglos 118 

El  maestro  Altamirano 161 

SOSA  Francisco.- D.  Julián  Villagrán 168 

Torres  Caiccdo 416 

Doña  Juana  Manuela  Gorriti 621 

VALENZUÉLA  Jesús  E.— 16  de  Septiembre  de  1810.   (Poesía) 293 

ZAMORA  Leopoldo.— Carlyle 268 

ZARATE  Julio —Un  Pontífice  máximo.   Páginas  67  y 122 

Varios  Autores.  —  Bibliografía.   Páginas  64,  106,  160,  206,  266,  303, 

362  y 399 

Letras  y  Ciencias 100 

Documento  para  la  historia  de  Tabasco 191 

Una  carta  inédita  del  Cura  Hidalgo 267 


CORRIGENDA 


Página  64,  línea  2,  dice:  JRdtie. — Léase:  JRtve, 

,,      105,  línea  83,  dice:  Charencoz. — Léase:  Charencey. 

,,      106,  línea  1,  dice:  Cliarencez. — Léase:  Charencey. 

,,      108,  línea  28,  dice:  gran  plaza. — Léase:  gran  plaga. 

,,       lio,  línea  8.  dice:  Anlonio. — Léase:  Antonia. 

,,       110,  línea  22,  dice:  Antonio. — Léase:  Antonia. 

,,      149,  línea  16,  dice:  robledat. — Léase:  robledal. 

,,      231,  línea  20,  dice:  Que  á  á  nuestra. — Léase:  Que  á  nuestra. 

,,      268,  línea  1,  dice:  Hoy  merezco  recuerdo  de  ese  pasado.  — Léase:  Hoy 

mísero  recuerdo  de  eso  pasado. 
,,      304,  línea  19,  dice:  y  que  no  contiene  La  Franee  prehistorngue  par  E. 

Cartailhae. — Léase:  que  contiene. 

La  Franee  prehistorique^  etc. 
,,      517,  penúltima  línea,  dice:  mencionados. — Léase:  referidos. 
,,      518,  línea  4,  dice:  número. — Léase:  guarismo. 
,,      518,  línea  7,  dice:  número. — Léase:  cifra. 
„      539,  línea  37,  dice:  aún  palpita  en  las  aguas  de  las  letras. — Léase:  aún 

palpita  en  las  aguas  y  en  las  selvas. 
,,      544,  línea  14,  dice:  Osian. — Léase:  Ossian. 
,,      544,  línea  26,  dice:  inumerables. — Léase:  innumerables. 


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